“Consolad,
consolad a mi pueblo, dice vuestro Dios”
Actualmente, son muchos los rostros
desconsolados. Para constatarlo solo es preciso caminar con los ojos bien
abiertos a través de los barrios de nuestras ciudades, por los lujosos y por
aquellos que vergonzosamente ocultamos, establecidos al margen de nuestras
ciudades. Los desconsuelos tienen nombres, causas y densidades distintas:
soportar día tras día el sinsabor de una vida sin sentido; no poder asegurar
los elementales gastos cotidianos para vivir sobriamente; convivir con un
cuerpo o una mente enfermos sin remedio; padecer el aparente silencio de Dios,
su fingida malévola indiferencia. Y tantos otros desconsuelos…
La esperanza es el clima característico
de Adviento. Se trata de una esperanza activa, adulta, que nacida de la
confianza recia en la fidelidad amorosa de Dios, compromete al creyente a
crear, colaborando con él, una “tierra nueva” y unos “cielos nuevos”. La
Navidad que preparamos es la celebración de esta novedad, primicia del hombre nuevo.
DIOS NOS HABLA. ESCUCHAMOS SU PALABRA.
I
LECTURA
Con
estas palabras comienza una sección muy importante del libro de Isaías, que se
llama “Libro de la consolación” y abarca muchos capítulos. El pueblo,
desfallecido en el exilio obligado en Babilonia, alejado de su tierra, se
siente abandonado por Dios y recibe ahora unas palabras de consuelo. Dios
intervendrá para forjar el camino de regreso a casa. Así también ha de forjar
nuestro corazón para que regrese a él.
Lectura
del libro de Isaías 40, 1-5. 9-11
“¡Consuelen, consuelen a mi Pueblo, dice
su Dios! Hablen al corazón de Jerusalén y anúncienle que su tiempo de servicio
se ha cumplido, que su culpa está pagada, que ha recibido de la mano del Señor
doble castigo por todos sus pecados”. Una voz proclama: “¡Preparen en el
desierto el camino del Señor, tracen en la estepa un sendero para nuestro Dios!
¡Que se rellenen todos los valles y se aplanen todas las montañas y colinas;
que las quebradas se conviertan en llanuras los terrenos escarpados, en planicies!
Entonces se revelará la gloria del Señor y todos los hombres la verán
juntamente”, porque ha hablado la boca del Señor. Súbete a una montaña elevada,
tú que llevas la buena noticia a Sión; levanta con fuerza tu voz, tú que llevas
la buena noticia a Jerusalén. Levántala sin temor, di a las ciudades de Judá:
“¡Aquí está tu Dios!”. Ya llega el Señor con poder y su brazo le asegura el
dominio: el premio de su victoria lo acompaña y su recompensa lo precede. Como
un pastor, él apacienta su rebaño, lo reúne con su brazo; lleva sobre su pecho
a los corderos y guía con cuidado a las que han dado a luz.
Palabra de Dios.
Salmo
84, 9-14
R.
Muéstranos, Señor, tu misericordia.
Voy a proclamar lo que dice el Señor. El
Señor promete la paz, la paz para su pueblo y sus amigos. Su salvación está muy
cerca de sus fieles, y la Gloria habitará en nuestra tierra. R.
El Amor y la Verdad se encontrarán, la
Justicia y la Paz se abrazarán; la Verdad brotará de la tierra y la Justicia
mirará desde el cielo. R.
El mismo Señor nos dará sus bienes y
nuestra tierra producirá sus frutos. La Justicia irá delante de él, y la Paz,
sobre la huella de sus pasos. R.
II
LECTURA
En
tiempos en que se escribió esta carta, muchos cristianos pensaban que, si Jesús
aún no volvía, todo estaba perdido y todo era una mentira. El autor corrige
esta creencia: Dios espera el tiempo oportuno para el retorno de su Hijo,
mientras tanto, este es el tiempo de la esperanza, el compromiso y la entrega.
Lectura
de la segunda carta del apóstol san Pedro 3, 8-14
Queridos hermanos, no deben ignorar que,
delante del Señor, un día es como mil años y mil años como un día. El Señor no
tarda en cumplir lo que ha prometido, como algunos se imaginan, sino que tiene
paciencia con ustedes porque no quiere que nadie perezca, sino que todos se
conviertan. Sin embargo, el Día del Señor llegará como un ladrón, y ese día,
los cielos desaparecerán estrepitosamente; los elementos serán desintegrados
por el fuego, y la tierra, con todo lo que hay en ella, será consumida. Ya que
todas las cosas se desintegrarán de esa manera, ¡qué santa y piadosa debe ser
la conducta de ustedes, esperando y acelerando la venida del Día del Señor!
Entonces se consumirán los cielos y los elementos quedarán fundidos por el
fuego. Pero nosotros, de acuerdo con la promesa del Señor, esperamos un cielo
nuevo y una tierra nueva donde habitará la justicia. Por eso, queridos
hermanos, mientras esperan esto, procuren vivir de tal manera que él los
encuentre en paz, sin mancha ni reproche.
Palabra de Dios.
ALELUYA Lc 3, 4. 6
Aleluya. Preparen el camino del Señor,
allanen sus senderos. Todos los hombres verán la salvación de Dios. Aleluya.
EVANGELIO
La
palabra “evangelio” significa “buena noticia”. De esta manera, comienza esta
obra de Marcos. Él nos hace notar que Jesús es la Buena Noticia que viene a
este mundo. ¿Por qué es buena noticia para nosotros? Porque nos ha liberado del
pecado, de nuestro egoísmo y ambición. Es la Buena Noticia porque los
desamparados del mundo ahora son llamados bienaventurados, y los sufrientes
encuentran en él su descanso.
Ì Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san
Marcos 1, 1-8
Comienzo de la Buena Noticia de Jesús,
Mesías, Hijo de Dios. Como está escrito en el libro del profeta Isaías: “Mira,
yo envío a mi mensajero delante de ti para prepararte el camino. Una voz grita
en el desierto: Preparen el camino del Señor, allanen sus senderos”, así se
presentó Juan el Bautista en el desierto, proclamando un bautismo de conversión
para el perdón de los pecados. Toda la gente de Judea y todos los habitantes de
Jerusalén acudían a él, y se hacían bautizar en las aguas del Jordán,
confesando sus pecados. Juan estaba vestido con una piel de camello y un
cinturón de cuero, y se alimentaba con langostas y miel silvestre. Y predicaba,
diciendo: “Detrás de mí vendrá el que es más poderoso que yo, y yo ni siquiera
soy digno de ponerme a sus pies para desatar la correa de sus sandalias. Yo los
he bautizado a ustedes con agua, pero él los bautizará con el Espíritu Santo”.
Palabra del Señor.
MEDITAMOS LA PALABRA DE DIOS.
Consolad,
consolad a mi pueblo, dice vuestro Dios.
Este ha de ser hoy, me parece, el tono
de nuestra predicación. Que sea una palabra cálida, restauradora, compasiva,
dirigida “al corazón”, aconseja Isaías. Los motivos de esta consolación son
–aclara él mismo- que Dios nos ha perdonado y ha pagado nuestra culpa. Este
tono, que propongo para nuestra predicación, es muy oportuno para este Adviento
2017.
Actualmente, son muchos los rostros
desconsolados. Para constatarlo solo es preciso caminar con los ojos bien
abiertos a través de los barrios de nuestras ciudades, por los lujosos y por
aquellos que vergonzosamente ocultamos, establecidos al margen de nuestras
ciudades. Los desconsuelos tienen nombres, causas y densidades distintas:
soportar día tras día el sinsabor de una vida sin sentido; no poder asegurar
los elementales gastos cotidianos para vivir sobriamente; convivir con un
cuerpo o una mente enfermo s sin remedio; padecer el aparente silencio de Dios,
su fingida malévola indiferencia. Y tantos otros desconsuelos…
Preparad
el camino del Señor, allanad sus senderos
El Adviento no es, a pesar de todo, un
tiempo para cruzar los brazos, dejarlos caer, y quedarse en el lamento, sin
consuelo. Isaías y Juan el Bautista nos urgen a trabajar, a emprender una obra
de reconstrucción: trazar en la estepa un sendero para el Señor, rellenar los
valles y aplanar montañas y colinas, convertir en llanuras los terrenos
escarpados… ¡Toda una obra de ingeniería a lo divino!
No cabe duda de que nuestro mundo
necesita ser reconstruido para que aparezcan la tierra y los cielos nuevos,
para del caos informe surja un cosmos bello. El mundo está demasiado agrietado
y roto, la brecha entre ricos y pobres se agranda, los excluidos siguen
permaneciendo al margen, la creación grita con dolores de parto por estar
sometida al despilfarro y al desequilibrio. Y la comunidad humana está
maltratada por la rivalidad, el egoísmo, por la tiranía del poder y la
inapetencia por la gratuidad. Hemos de colaborar con el Creador a reconstruir
el mundo.
Súbete
a lo alto de un monte, tú que llevas la buena nueva a Sión y levanta con fuerza
tu voz
Sí, hay que subir a una montaña alta y
gritar: “¡Aquí está tu Dios¡”. Subir a lo alto de un monte no es ausentarse
cobardemente del mundo o alejarse de los peregrinos que caminan a su aire
buscando sus destinos; subir a lo alto de un monte es tratar de ver mejor, con
mayor precisión y perspectiva; es encontrar la atalaya desde donde el mensaje
puede ser mejor escuchado. “Gritar”, “alzar la voz, “gritar en el desierto” es
el timbre de la voz profética, de la voz de adviento.
Preparar
la Navidad para los desconsolados
Eso, solo lo saben hacer quienes creen
en el nacimiento de la Palabra hecha carne, porque la navidad sin el nacimiento
de Jesús sería una contradicción que agrandaría el desaliento de los
desconsolados. Las calles de nuestras ciudades, ataviadas ya de luces de
colores, de estrellas y de papás Noel con sus largas barbas bancas anuncian unas
navidades sin que el Niño nazca. Además de desconsuelo pueden acabar
tristemente en amarga frustración.
La única Navidad que consuela es la
verdadera. Esa que los profetas señalan con la palma de sus manos, gritando
“Aquí está tu Dios” y señalan el rostro del niño recién nacido en el portal de
Belén. Pero, el “portal” ya no es hoy solamente María, José y el niño, el buey
y la mula. Es el barrio pobre que aplaude a la luz nueva, el corazón que
perdona a quien le hizo daño y heridas, la violencia que da paso a la paz, los
alejados que se abrazan. Es Dios que a todos nos abraza en su Hijo. Nos quedan
varias semanas para preparar la Navidad verdadera, la que en verdad consuela.
ESTUDIO BÍBLICO.
I
Lectura: Isaías (40,1-5.9-11): El consuelo, camino de nuestro Dios
I.1. La primera lectura es el
maravilloso canto de la consolación que el Segundo Isaías lanza en medio del
pueblo desterrado en Babilonia. El “segundo Isaías” no tiene nombre, está
inserto en el libro que lleva el nombre de un maestro, pero es un profeta nuevo
para una situación de nueva. El exilio había tirado por tierra todas las
teologías y las seguridades religiosas que hasta entonces se habían hecho sobre
el Dios de Israel. Eso significaba poner en entredicho el mismo credo
fundacional, en el que se confiesa que Yahvé se comprometió a sacar al pueblo
de la esclavitud de Egipto y llega hasta a hacer una «Alianza» con un grupo que
no era nada en la historia de la humanidad, ignorando a los grandes pueblos y a
las grandes culturas. El Deutero-Isaías, pues, vuelve a poner las cosas en su
sitio y se atreve, en medio de aquella situación desesperada de los
desterrados, a hacer una promesa y a proponer una teología renovada en la que
el Dios de la liberación de Egipto volvía a revocar su Alianza como amor al
pueblo.
I.2. Por eso se debe allanar el sendero,
para que el pueblo vuelva bajo la experiencia de una nueva liberación que es
tan prodigiosa y más que la primera, la del Éxodo de Egipto. Aquí está Dios de
nuevo -dice el profeta-, porque no puede resistirse al clamor de los oprimidos
y de los que sufren. Dios no falla nunca, aunque el pueblo haya sido infiel.
Por eso el Adviento es tiempo de consolación y esperanza. Estas palabras toman
cuerpo para una nueva esperanza, que es algo que necesitamos siempre. El camino
del Señor (derek yahweh) es como el marco de la nueva liberación. Y por eso ha
venido a ser uno de los símbolos decisivos del Adviento. Hay que comenzar de
nuevo a andar el camino del retorno, de la nueva liberación y esto solamente
puede hacerse con y desde la esperanza.
I.3.
En otro momento dirá este profeta, “mis caminos no son vuestros caminos”
(Is 55,10-11), porque es verdad que el profeta sabe ver los caminos de Dios con
más lucidez que los hombres normales. Todo el mundo entiende qué es el camino
de Dios, el que lleva a la vida, a la felicidad. Sabemos que en la mentalidad
del profeta esto quiere decir que Dios se compromete, con la vuelta del
destierro, a una nuevo Éxodo, el momento mágico y definitivo de la libertad
frente a la esclavitud, de la vida frente a la muerte, de la paz frente a la
guerra, la justicia frente a la impiedad. No es solamente volver a Jerusalén,
tener un templo para dar culto a Dios. Los profetas son más utópicos que todo
eso. La humanidad solamente tiene futuro en el camino de Dios que hay que
preparar y recorrer.
II
Lectura: 2Pedro (3,8-14): El día del Señor, más allá del tiempo
II.1. La segunda lectura está tomada de
uno de los escritos más tardíos del NT; conoce las cartas de Pablo y algunas
otras. Se piensa que ha sido escrita para afrontar los problemas que suponía la
dilación de la venida del Señor, cuando se había esperado ansiosamente. Su
mundo conceptual carece de los planteamientos vivos de la primera y de la
segunda generación cristianas y asoman en su perfil la trazas apocalípticas
frente a doctrinas que pueden ser peligrosas para aquellos momentos (s. II).
II.2. Es verdad que todo el texto y
mensaje tienen su punto álgido en la afirmación de que para Dios el tiempo es
relativo: un día es como mil años. Y, de la misma manera, la apelación a la
paciencia de Dios con nosotros supera toda otra afirmación apocalíptica de
carácter temporal o catastrófico. Porque después de tanto tiempo, podemos estar
en lo cierto, teológicamente hablando, cuando creemos que Dios no consumará la
historia por una destrucción, sino por una transformación, en la que debe estar
implicada especialmente la transformación de nuestra propia vida personal.
Evangelio:
Marcos (1,1-8): El camino de Dios es el evangelio
III.1. Se inicia en todos los sentidos
el evangelio de Marcos. Como prólogo sirve para marcar las diferencias y los
vínculos con el AT. Para ello se ha valido de la figura de Juan Bautista, que
es una figura señera del Adviento. Históricamente, sabemos que Juan el Bautista
predicó la llegada de un tiempo decisivo, que él mismo no podía alcanzar a ver
con toda su radicalidad; pero de la misma manera que el AT es la preparación
del NT, Juan resume toda esta función. Marcos (quien sea esta figura del
cristianismo primitivo) escribe una obra que llama “evangelio”, buena noticia,
¡toda una proeza!. Pero esa buena noticia está en contraste con muchas cosas
del pasado, las mejores de las cuales las representa en este instante el
profeta del desierto, Juan el Bautista.
III.2. El Bautista era un profeta
apocalíptico, y en el texto se nos describe con los rasgos del gran profeta
Elías (2 Re 1,8, Mal 3,23), por eso no podrá entender plenamente la grandeza
del evangelio que viene, incluso después de haber bautizado a Jesús. Juan está
en el desierto, y el desierto es sólo una etapa de la vida del pueblo; es un
símbolo de retiro, de penitencia, de conversión. El desierto es lo que está
antes de la “tierra prometida”, y así hay que interpretarlo como semiótica
certera. Pero también es verdad que es un marco adecuado para anhelar y desear
algo nuevo y radical. Eso le sucede a Juan: presiente que algo nuevo está
llegando... para lo que pide conversión.
III.3. Pero la conversión cristiana, la
que propondrá Jesús, debe llevar también el signo de la alegría. No obstante,
los cristianos, cuando tuvieron que revisar la misma predicación de Juan el
Bautista, supieron dotarla de los elementos teológicos que marcaban la
diferencia entre lo que él hacía y lo que haría aquél al que no era capaz de
desatar la sandalia de sus pies. El bautismo de Juan y el bautismo cristiano
están diferenciados por el Espíritu; no se trata solamente de penitencia. Los
que seguían a Juan debían renunciar a su pasado. Los que siguen a Jesús, además
de eso, tendrán un “espíritu” nuevo. Por lo mismo, y aunque Juan representa lo
mejor del AT, también la esperanza que mana del mismo queda alicorta con
respecto a lo que Jesús ha traído al mundo. (Fray Miguel de Burgos Núñez, O.
P.).
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