Vivimos un cierto paréntesis en el
panorama sobrio del Adviento. Aquí asoma ya la alegría, que estallará
irreprimible en Navidad. Profecías antiguas y anuncios más recientes suscitan
nuestro gozo, porque se nos proclama una liberación inminente.
Pablo se dirige a la comunidad de
Tesalónica, que ha sufrido precisamente por haber abrazado con entusiasmo la fe
que él les predicó. Ahora les exhorta a mantenerse orando y haciendo el bien,
para que su espíritu no decaiga y su esperanza se consolide.
Promesas que se van a cumplir y
compromisos que deberemos asumir ante la novedad que se avecina: esa es la
doble noticia que nos da Juan el Bautista, reclamando nuestra respuesta
esperanzada y sinceramente comprometida.
DIOS NOS HABLA. ESCUCHAMOS SU PALABRA.
I
LECTURA
El
Mesías –”Ungido por Dios”– llega con una buena noticia para los pobres y
cautivos. Sí, Dios está de su lado y quiere cambiar la tristeza en alegría.
Dios quiere celebrar la fiesta de bodas con su pueblo. Por eso, llega el tiempo
del regocijo y la celebración.
Lectura
del libro de Isaías 61, 1-2. 10-11
El espíritu del Señor está sobre mí,
porque el Señor me ha ungido. Él me envió a llevar la buena noticia a los
pobres, a vendar los corazones heridos, a proclamar la liberación a los
cautivos y la libertad a los prisioneros, a proclamar un año de gracia del
Señor. Yo desbordo de alegría en el Señor, mi alma se regocija en mi Dios.
Porque él me vistió con las vestiduras de la salvación y me envolvió con el
manto de la justicia, como un esposo que se ajusta la diadema y como una esposa
que se adorna con sus joyas. Porque así como la tierra da sus brotes y un
jardín hace germinar lo sembrado, así el Señor hará germinar la justicia y la
alabanza ante todas las naciones.
Palabra de Dios.
(Sal)
Cf. Lc 1, 46-50. 53-54
R.
Mi alma se regocija en mi Dios.
Mi alma canta la grandeza del Señor, y
mi espíritu se estremece de gozo en Dios, mi Salvador, porque él miró con
bondad la pequeñez de su servidora. En adelante todas las generaciones me
llamarán feliz. R.
Porque el Todopoderoso ha hecho en mí
grandes cosas: ¡su Nombre es santo! Su misericordia se extiende de generación
en generación sobre aquellos que lo temen. R.
Colmó de bienes a los hambrientos y
despidió a los ricos con las manos vacías. Socorrió a Israel, su servidor,
acordándose de su misericordia. R.
II
LECTURA
Cada
una de estas exhortaciones nos señala alguna condición para vivir estos últimos
días del Adviento: en alegría y oración, con discernimiento, bajo el soplo del
Espíritu y en santa expectativa porque confiamos en que Jesucristo viene.
Lectura
de la primera carta del apóstol san Pablo a los cristianos de Tesalónica 5,
16-24
Hermanos: Estén siempre alegres. Oren
sin cesar. Den gracias a Dios en toda ocasión: esto es lo que Dios quiere de
todos ustedes, en Cristo Jesús. No extingan la acción del Espíritu; no
desprecien las profecías; examínenlo todo y quédense con lo bueno. Cuídense del
mal en todas sus formas. Que el Dios de la paz los santifique plenamente, para
que ustedes se conserven irreprochables en todo su ser –espíritu, alma y
cuerpo– hasta la Venida de nuestro Señor Jesucristo. El que los llama es fiel,
y así lo hará.
Palabra de Dios.
ALELUYA Is 61, 1
Aleluya. El Espíritu del Señor está sobre
mí; él me envió a llevar la buena noticia a los pobres. Aleluya.
EVANGELIO
“Voz del que clama en el desierto”. Y esta
imagen nos hace mirar a todas las realidades secas y yermas que nos rodean.
¡Falta agua! ¡Falta vida! ¡Falta corriente de sanación y dinamismo! Como Juan
Bautista, seamos profetas de este tiempo nuevo que se acerca: el Mesías viene a
rociarnos y renovarnos con el agua viva y el fuego de su Espíritu.
Ì Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san
Juan 1, 6-8. 19-28
Apareció un hombre enviado por Dios, que
se llamaba Juan. Vino como testigo, para dar testimonio de la luz, para que
todos creyeran por medio de él. Él no era la luz, sino el testigo de la luz.
Éste es el testimonio que dio Juan, cuando los judíos enviaron sacerdotes y
levitas desde Jerusalén, para preguntarle: “¿Quién eres tú?”. Él confesó y no
lo ocultó, sino que dijo claramente: “Yo no soy el Mesías”. “¿Quién eres,
entonces?”, le preguntaron: “¿Eres Elías?”. Juan dijo: “No”. “¿Eres el
Profeta?”. “Tampoco”, respondió. Ellos insistieron: “¿Quién eres, para que
podamos dar una respuesta a los que nos han enviado? ¿Qué dices de ti mismo?”.
Y él les dijo: “Yo soy una voz que grita en el desierto: Allanen el camino del
Señor, como dijo el profeta Isaías”. Algunos de los enviados eran fariseos, y
volvieron a preguntarle: “¿Por qué bautizas, entonces, si tú no eres el Mesías,
ni Elías, ni el Profeta?”. Juan respondió: “Yo bautizo con agua, pero en medio
de ustedes hay alguien al que ustedes no conocen: Él viene después de mí, y yo
no soy digno de desatar la correa de su sandalia”. Todo esto sucedió en
Betania, al otro lado del Jordán, donde Juan bautizaba.
Palabra del Señor.
MEDITAMOS LA PALABRA DE DIOS.
Una
promesa que viene de lejos
La encontramos en muchas profecías, pero
es quizá Isaías el que con más nitidez y con más vigor la proclama. Anticipa ya
la presencia del Mesías prometido, sobre el cual reposará el Espíritu de Dios
para dar a todos la magnífica noticia de que se va a cumplir por fin lo que
tantas veces se les prometió en el pasado.
Es una promesa que viene a remediar la
situación precaria de aquellos a quienes se dirige: los pobres, los cautivos,
los que tienen el corazón desgarrado, todos aquellos que experimentan un
profundo malestar en medio del estado de cosas que les ha tocado vivir.
Como es natural, ese anuncio es fuente
de alegría para sus destinatarios; pero no sólo para ellos, sino también para
quien lo proclama, porque se siente solidario de sus hermanos. Y se trata,
además, de una alegría que no sólo se disfruta por los beneficios obtenidos,
sino porque la iniciativa es de Dios y el beneficiario se siente también
destinatario de su solicitud.
Renace
la alegría con la llegada de Cristo
Aquella promesa, que alimentó la
esperanza de un pueblo a lo largo de los siglos, se ha ido cumpliendo
paulatinamente a través de numerosas generaciones. Ha llegado a su cima en
Jesucristo, en quien Dios ha llevado por fin a cabo su proyecto salvador. En
beneficio de la humanidad entera y no sólo de una porción privilegiada de la
misma.
Pablo invita ahora, por tanto, a la
alegría con mayor motivo que cuando se habló a los antiguos. Y exhorta también
a mantener un diálogo con Dios en el que tratemos de expresar el reconocimiento
agradecido por los beneficios recibidos. Actitud que desemboca en un
comportamiento alejado del mal, abierto al Espíritu y mensajero de una nueva
profecía: prepararse para el final de los tiempos, todavía desconocido.
Porque, como dice el Apóstol: "El
que os ha llamado es fiel y cumplirá sus promesas". ¿Pero es que todavía
no se han cumplido? Es verdad que Cristo ha venido y ya no podemos esperar otro
Mesías, otro Salvador. Pero él mismo, que realizó de principio a fin su misión
personal sobre la tierra, anunció, al subir al cielo, que volvería
definitivamente una segunda y última vez, cuando tenga lugar su aparición
gloriosa (parusía) para llevar la historia a su consumación final
(escatológica).
Un
puente entre las dos venidas
El Adviento, que en las primeras semanas
anuncia el desenlace final de nuestra historia terrena, en las últimas nos va
preparando para revivir la primera venida de Jesús. Él es el Mesías esperado, a
quien Juan el Bautista precedió con su predicación incisiva. Dios envió al
precursor de su Hijo para que preparara el camino, porque la novedad era tan
insólita que necesitaba un preludio profético.
Vivimos, sí, a la espera de la última
venida del Señor, pero no podemos pretender que nuestra tarea se reduzca a
dejar que el tiempo pase. Si la Iglesia repite, año tras año, esta espera
ritual de la Navidad, es para recordarnos que, igual que los que escuchaban al
Bautista, tenemos necesidad de prepararnos para un encuentro fecundo con Jesús.
Ese encuentro de cada año tiene que
parecerse al que tuvieron con él sus discípulos cuando lo fueron conociendo. Su
descubrimiento del Maestro no fue instantáneo. La luz se fue haciendo en ellos
poco a poco. Necesitaron tiempo, intimidad y superar dificultades y prejuicios
-además de la iluminación del Espíritu- para reconocerlo como su Salvador,
sentirse transformados y obrar en consecuencia.
Jesús viene a nosotros cada año, no como
vino en Belén ni como vendrá al final de este mundo, sino en una venida íntima
y a la vez comunitaria, reconocible sólo en la fe y en el amor fraterno. La
única capaz de colmarnos de gozo y de avivar nuestra esperanza.
ESTUDIO BÍBLICO.
I
Lectura: Isaías (61,1-2.10-11): Nuestro futuro está en las manos de Dios
I.1. La primera lectura pertenece a la
tercera parte del profeta Isaías (cc. 56-66) que refleja una época distinta de
las dos anteriores del libro, aunque no hay posturas unánimes sobre cuándo y
cómo surgieron estos textos. En todo caso, el de hoy, es uno de los más
conocidos, ya que el evangelista Lucas lo ha aplicado con acierto
a lo que Jesús leyó en la sinagoga de Nazaret (Lc 4,16ss). ¿Para qué?
Para describir la actividad del profeta definitivo que Dios había de enviar a
anunciar la salvación a todos los hombres que sufren, a los corazones
atribulados, la amnistía y la libertad a los encarcelados. En nuestra lectura,
como sucede con la cita de Lucas en la sinagoga de Nazaret, se descarta la
“venganza” de Dios y solamente se anuncia el “shenat ratsón”, el año o el
tiempo favorable. En el futuro, que está en las manos de Dios, no caben
venganzas ni calamidades. Hasta las ideas proféticas del AT deben serán
corregidas por Jesús.
I.2. Por lo mismo, el que se haya
elegido este texto como pórtico de la liturgia de la palabra, denota que el
Adviento ha de tener el perfil de los grandes anuncios que crean esperanza y
servirá para apoyar la confesión que Juan el Bautista -según el evangelio de
Juan- nos ofrece en la lectura evangélica de hoy para describir a Jesús, el que
ha de venir. Si el evangelio, si el Adviento en este caso, no es una buena
noticia para los pobres, los ciegos, los que sufren, entonces no es un
verdadero Adviento cristiano. El profeta se adueña de los sentimientos divinos,
sentimientos de alegría, como novio y como novia en el día más grande de su
amor, porque percibe ese día como un día de justicia para todos los pueblos.
II
Lectura: Tesalonicenses (5,16-24): Semper gaudete (¡siempre alegres!)
II.1. La Primera carta a los
Tesalonicenses, en este final que leemos
este domingo, insiste en la alegría como motivo predominante de la
liturgia de hoy. El v. 16, “semper gaudete” ha dado nombre a este tercer domingo
de Adviento. La Navidad está a las puertas y la alegría, como impulso del
Adviento, siempre ha sido el perfil de identidad de este domingo. Pablo anima a
la comunidad de Tesalónica a que no le falte el «espíritu» que es el soplo de
la profecía y sirve para discernir lo bueno de lo malo, las noticias de
esperanza frente a las noticias de augurios tenebrosos. La «parusía», la venida
del Señor, debe sorprendernos en estas actitudes.
II.2. Pablo ha escrito gran parte de
esta carta para aclarar algunas cosas sobre ese momento de la venida del
Señor. Para nosotros, la venida del
Señor es un acontecimiento de gracia que hemos de vivir en la Navidad que ya
está cerca. Debemos preparar todo nuestro ser, como dice el Apóstol, para que
el misterio de la encarnación, que aconteció por nosotros, no sea en vano. Pablo pone de manifiesto, en un proceso bien
construido, las actitudes fundamentales ante estas cosas importantes: estad
siempre alegres (pántote jaírete - semper gaudete), acción de gracias a Dios,
no apagar el Espíritu para poder discernir lo malo de lo bueno.
II.3. Debemos destacar esto último que
Pablo pide a la comunidad de Tesalónica: no apagar el Espíritu. En el contexto
de aquella comunidad, que tuvo que padecer mucho y ser perseguida por aceptar
el evangelio, es más relevante, si cabe. Porque no hay evangelio, buenas
noticias, si no se anuncia proféticamente. Incluso en la adversidad hay que
experimentar que Dios está de parte de la humanidad. Para ello se necesita
tener el Espíritu, no apagarlo, como motivo de alegría.
Evangelio:
Juan (1,6-8.19-28): Dar testimonio de la luz
III.1. El evangelio de hoy, como ya
hemos apuntado, es una confesión de Juan el Bautista sobre Jesús. El testimonio
de Marcos sobre Juan el Bautista es muy escueto. Por ello, en la liturgia se
recurre a otras tradiciones cristianas. Los primeros versos de esta lectura
evangélica podrían pertenecer con todo derecho al «prólogo» del evangelio,
aunque literariamente surgen dificultades para que así sea. Es como el proemio
a la narración del evangelio joánico que,
no obstante sus altos vuelos, no
prescinde de lo que parece históricamente adquirido: Jesús viene después
del Bautista, quizás estuvo con él, pero su camino era otro bien distinto. Con
Juan se cierra el AT y lo cierra el mismo Jesús anunciando el evangelio, no
simplemente penitencia.
III.2. El Logos, la Palabra de Dios que
se hizo carne por nosotros, que vino a los suyos, recibió el testimonio del
profeta último del AT, pero los suyos no quisieron recibir la luz, porque esta
luz iba a poner de manifiesto muchas cosas sobre el proyecto verdadero de la
salvación. La luz es un término muy profundo en la teología joánica. El
Bautista no era la luz, como algunos discípulos suyos pretendieron (y la
polémica es manifiesta en el texto), sino que venía como “precursor”, como
amigo del esposo. La segunda parte de esta lectura nos sitúa ya en la historia
del Precursor que tuvo que aclarar que no era él quien había de venir para
salvar, para iluminar, para dar la vida. El era la voz que gritaba en el
desierto.
III.3. Está latente en el evangelio de
Juan como un juicio entre la luz y las tinieblas, y el autor quiere partir del
testimonio del Bautista para que su argumentación sea más decisiva. Su bautismo
no era más que un rito penitencial de agua. «El que había de venir» traería
algo definitivo que no quedaría solamente en penitencia, sino que llevaría a
cabo el cumplimiento de lo que se anuncia en Is 61,1-10, como se nos ha leído
previamente. No es otro el sentido que debe tener la reinterpretación que la
liturgia de hoy nos brinda del texto profético y del evangelio joánico. (Fray
Miguel de Burgos Núñez, O. P.).
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