“Jesús
iba creciendo y se llenaba de sabiduría”
Hoy celebramos a la Familia de Nazaret como
modelo de la familia creyente. Fiesta reciente, establecida por León XIII para
dar a las familias cristianas un modelo evangélico de vida. No se trata de
reproducir el modelo de familia
patriarcal que fue el suyo ni de consagrar los “códigos domésticos” vigentes en el Imperio Romano,
que recogen algunos textos del NT (Col 3,18-21 que se lee en esta fiesta; I Ped
2,11-3,12; Ef. 5,21-6,9; I Cor 11,2-10; II Cor 11,2-3; I Tim 2,11-12). Se trata
de contemplar y descubrir en ella la configuración y actitudes que deben animar
una existencia familiar desde el evangelio de Jesús.
DIOS NOS HABLA. ESCUCHAMOS SU PALABRA.
I
LECTURA
Con
Abraham y Sara, Dios comienza a formarse una familia aquí en la tierra. Esta
familia es la figura de algo mucho mayor: todo un pueblo que lo conozca y lo
ame. Porque el llamado de Dios, que es personal, siempre se concreta de manera
comunitaria.
Lectura
del libro del Génesis 15, 1-6; 17, 5; 21, 1-3
En aquellos días, la palabra del Señor
llegó a Abrám en una visión, en estos términos: “No temas, Abrám. Yo soy para
ti un escudo. Tu recompensa será muy grande”. “Señor, respondió Abrám, ¿para
qué me darás algo, si yo sigo sin tener hijos, y el heredero de mi casa será
Eliezer de Damasco?”. Después añadió: “Tú no me has dado un descendiente, y un
servidor de mi casa será mi heredero”. Entonces el Señor le dirigió esta
palabra: “No, ese no será tu heredero; tu heredero será alguien que nacerá de
ti”. Luego lo llevó afuera y continuó diciéndole: “Mira hacia el cielo y, si
puedes, cuenta las estrellas”. Y añadió: “Así será tu descendencia”. Abrám
creyó en el Señor, y el Señor se lo tuvo en cuenta para su justificación. Y le
dijo: “Ya no te llamarás más Abrám: en adelante tu nombre será Abraham, para
indicar que yo te he constituido Padre de la multitud de naciones”. El Señor
visitó a Sara como lo había dicho, y obró con ella conforme a su promesa. En el
momento anunciado por Dios, Sara concibió y dio un hijo a Abraham, que ya era
anciano. Cuando nació el niño que le dio Sara, Abraham le puso el nombre de
Isaac.
Palabra de Dios.
O
bien:
En la
fe de Abraham y Sara, vemos la condición que nos une a quienes ponemos la
confianza en la Palabra de Dios, mientras avanzamos en medio de dificultades y
oscuridades sin decaer. La promesa de Dios sostiene nuestro andar.
Lectura
de la carta a los Hebreos 11, 8. 11-12. 17-19
Hermanos: Por la fe, Abraham, obedeciendo
al llamado de Dios, partió hacia el lugar que iba a recibir en herencia, sin
saber a dónde iba. También la estéril Sara, por la fe, recibió el poder de
concebir, a pesar de su edad avanzada, porque juzgó digno de fe al que se lo
prometía. Y por eso, de un solo hombre, y de un hombre ya cercano a la muerte,
nació una descendencia numerosa como las estrellas del cielo e incontable como
la arena que está a la orilla del mar. Por la fe, Abraham, cuando fue puesto a
prueba, presentó a Isaac como ofrenda: él ofrecía a su hijo único, al heredero
de las promesas, a aquel de quien se había anunciado: De Isaac nacerá la
descendencia que llevará tu nombre. Y lo ofreció, porque pensaba que Dios tenía
poder, aun para resucitar a los muertos. Por eso recuperó a su hijo, y esto fue
como un símbolo.
Palabra de Dios.
Salmo
104, 1-6. 8-9
R. El
Señor, se acuerda eternamente de su Alianza.
¡Den gracias al Señor, invoquen su Nombre,
hagan conocer entre los pueblos sus proezas; canten al Señor con instrumentos
musicales, pregonen todas sus maravillas! R.
¡Gloríense en su santo Nombre, alégrense
los que buscan al Señor! ¡Recurran al Señor y a su poder, busquen
constantemente su rostro! R.
¡Recuerden las maravillas que él obró, sus
portentos y los juicios de su boca! Las promesas del Señor a los Patriarcas Descendientes
de Abraham, su servidor, hijos de Jacob, su elegido. R.
Él se acuerda eternamente de su alianza, de
la palabra que dio por mil generaciones, del pacto que selló con Abraham, del
juramento que hizo a Isaac. R.
ALELUYA
Heb 1, 1-2
Aleluya. Después de haber hablado a
nuestros padres por medio de los profetas, en este tiempo final, Dios nos habló
por medio de su Hijo. Aleluya.
EVANGELIO
Ì Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según
san Lucas 2, 22-40
Cuando llegó el día fijado por la Ley de
Moisés para la purificación, llevaron al niño a Jerusalén para presentarlo al
Señor, como está escrito en la Ley: Todo varón primogénito será consagrado al
Señor. También debían ofrecer en sacrificio un par de tórtolas o de pichones de
paloma, como ordena la Ley del Señor. Vivía entonces en Jerusalén un hombre
llamado Simeón, que era justo y piadoso, y esperaba el consuelo de Israel. El
Espíritu Santo estaba en él y le había revelado que no moriría antes de ver al
Mesías del Señor. Conducido por el mismo Espíritu, fue al Templo, y cuando los
padres de Jesús llevaron al niño para cumplir con él las prescripciones de la
Ley, Simeón lo tomó en sus brazos y alabó a Dios, diciendo: “Ahora, Señor,
puedes dejar que tu servidor muera en paz, como lo has prometido, porque mis
ojos han visto la salvación que preparaste delante de todos los pueblos: luz
para iluminar a las naciones paganas y gloria de tu pueblo Israel”. Su padre y
su madre estaban admirados por lo que oían decir de él. Simeón, después de bendecirlos,
dijo a María, la madre: “Este niño será causa de caída y de elevación para
muchos en Israel; será signo de contradicción, y a ti misma una espada te
atravesará el corazón. Así se manifestarán claramente los pensamientos íntimos
de muchos”. Había también allí una profetisa llamada Ana, hija de Fanuel, de la
familia de Aser, mujer ya entrada en años, que, casada en su juventud, había
vivido siete años con su marido. Desde entonces había permanecido viuda, y
tenía ochenta y cuatro años. No se apartaba del Templo, sirviendo a Dios noche
y día con ayunos y oraciones. Se presentó en ese mismo momento y se puso a dar
gracias a Dios. Y hablaba acerca del niño a todos los que esperaban la
redención de Jerusalén. Después de cumplir todo lo que ordenaba la Ley del
Señor, volvieron a su ciudad de Nazaret, en Galilea. El niño iba creciendo y se
fortalecía, lleno de sabiduría, y la gracia de Dios estaba con él.
Palabra del Señor.
O bien, más breve:
Como
una familia más, la familia de Jesús, lo lleva a Jerusalén para cumplir con el
ritual. Y en esos actos, que tantas personas hicieron y hacen en los templos de
todo el mundo, Dios está revelando todo su plan de salvación. Presentémonos a
nosotros mismos y a nuestros grupos, nuestras familias, delante del buen Dios
para ofrecerle nuestra vida, de modo que él nos conduzca con su amor sabio.
Ì Evangelio
de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas 2, 22. 39-40
Cuando llegó el día fijado por la Ley de
Moisés para la purificación, llevaron al niño a Jerusalén para presentarlo al
Señor. Después de cumplir todo lo que ordenaba la Ley del Señor, volvieron a su
ciudad de Nazaret, en Galilea. El niño iba creciendo y se fortalecía, lleno de
sabiduría, y la gracia de Dios estaba con él.
Palabra del Señor.
MEDITAMOS LA PALABRA DE DIOS.
La familia está experimentando profundas
transformaciones, en su estructura, formas
y dinámica familiar. Los cambios (demográficos, sociales, económicos,
jurídicos y axiológicos) han afectado
profundamente al papel de la mujer (con su incorporación a la vida pública, al
mundo del logos y al ámbito científico), a la valoración y estatus de las
personas mayores, a la percepción y lugar de los jóvenes (rasgos de las
sociedades pre y pos figurativas de M. Mead). Y se ha producido un proceso de
“despotenciación de la familia”: ha perdido muchas de las funciones que
desempeñaba en la sociedad tradicional y ha reforzado alguna como la afectiva.
El amor es lo que define a la familia
moderna. En la sociedad posmoderna la
familia y el matrimonio se ve sobre todo
como un contrato, mientras dure el amor, un amor con frecuencia romántico y
egocéntrico: “tú me harás feliz”. Paradójicamente “la puerta de la
felicidad se abre hacia afuera” por lo que la pareja se convierte en una
búsqueda siempre insatisfecha.
Pero la familia sigue siendo hogar en un
mundo inhóspito, donde el niño encuentra el afecto, acogida, protección y seguridad que necesita para
crecer y madurar como persona; en esta
“sociedad líquida” es el ámbito de
socialización donde se aprende la entrega y el amor gratuito, el respeto, la
tolerancia en la diversidad, el sentido de pertenencia, solidaridad y
compromiso. La familia nos proporciona raíces para crecer y alas para volar.
Y sigue siendo también una célula básica de
la sociedad. Como algunos gustan decir, es el “mejor ministerio de asuntos
sociales”, donde encuentran segura protección y asistencia los niños y
ancianos, los enfermos y deficientes, los parados y divorciados, las personas
frágiles y marginadas a las que ningún sistema social puede cubrir en todas sus
necesidades. Quizás por eso es la institución más valorada en la sociedad actual.
La fiesta nos invita a revalorizar la
familia como clave de la salud, el
equilibrio y la paz, y por tanto de felicidad. Nikoshi Nakajima, Presidente del
Consejo Mundial de la salud, en la inauguración del Congreso Mundial de
Psiquiatría, en agosto de 1996 afirmó:
“Solo la vuelta a la familia, reducirá la enfermedad mental”. Y no era un
congreso sobre la familia sino sobre psiquiatría. Como alguien dijo “Felicidad
se escribe con “F” de familia”. (A. Aláiz)
Hoy celebramos a la Familia de Nazaret como
modelo de la familia creyente. Fiesta reciente, establecida por León XIII para
dar a las familias cristianas un modelo evangélico de vida. No se trata de
reproducir el modelo de familia
patriarcal que fue el suyo ni de consagrar los “códigos domésticos” vigentes en el Imperio Romano,
que recogen algunos textos del NT (Col 3,18-21 que se lee en esta fiesta; I Ped
2,11-3,12; Ef. 5,21-6,9; I Cor 11,2-10; II Cor 11,2-3; I Tim 2,11-12). Se trata
de contemplar y descubrir en ella la configuración y actitudes que deben animar
una existencia familiar desde el evangelio de Jesús.
La
Palabra de Dios no da soluciones
técnicas para la vida familiar o social pero nos ofrece las claves (más)
profundas, humanas y cristianas, de esa convivencia. La 1ª lectura, Eclco. 3,2-6,
habla de las relaciones entre hijos y padres cuando envejecen. Es como una
glosa del 4º mandamiento: honra a tu padre y a tu madre. Escrito en un momento
de crisis social y cultural que amenaza los fundamentos de la Tradición de la
Ley de Moisés, alerta a los jóvenes contra las modas griegas y les recuerda que
respetar a los padres es tarea sagrada que reporta grandes beneficios; resalta la piedad, el respeto y la honra a
los padres, el temor de Dios, valores centrales aquella familia patriarcal y de
toda familia. Resulta profundamente
actual, en una sociedad que margina con
frecuencia a los mayores y en la que la vejez es un desvalor y una carga. “¡Qué
grande es ser joven!”, era el eslogan del Corte Inglés hace unos años.
El Catecismo de la Iglesia Católica,
citando este pasaje, recuerda a los hijos sus responsabilidades con los padres:
la obediencia a los padres cesa con la
emancipación, pero no el respeto que les es debido que permanece para siempre… En la medida que puedan, deben
prestarles ayuda material y moral en la
vejez y en la enfermedad y en momentos de soledad o de abatimiento (CCE
2217-18).
San Pablo, en la 2ª lectura, Col
3,12-21, presenta un programa de vida
comunitaria y familiar: Su uniforme, que la identifica y diferencia de las
demás, es la misericordia entrañable, la
bondad, la humildad, la dulzura, la comprensión, el perdón, la gratitud y
alabanza, la unidad, la paz.
Pablo suele presentar, la relación de
Cristo con la Iglesia, como paradigma del matrimonio cristiano y este como
signo de la relación Cristo-Iglesia. Pero la relación asimétrica y de
dependencia de la Iglesia respecto a Cristo no puede ser utilizada como modelo
social de la relación hombre-mujer.
Este
programa de vida familiar y comunitaria no es nada fácil y solo puede
realizarse con la ayuda de Dios, apoyados en la fe, la oración y la certeza de
saberse amados por Dios. Los tres miembros de la Sagrada Familia aparecen, a lo
largo del evangelio, como personas que se distinguen por su escucha de la
Palabra.
El Evangelio de hoy pone de
relieve que Jesús se integra en
la tradición y en la cultura de Israel, cumpliendo con los requisitos de
la Ley: purificación
de la madre
y presentación del primogénito. (Simeón,
que significa “Dios ha escuchado”, simboliza la esperanza de todos los
pueblos. Y anuncia a María su doloroso destino). Presenta la infancia de Jesús, profundamente
arraigado en su familia y en su pueblo. Será llamado “nazareno” y en aquella aldea anónima de Galilea
trascurrirá la mayor parte de su vida. En ella crece en edad y en gracia, en
humanidad y en piedad. Me gusta pensar que su revelación del Abbá tiene mucho
que ver con su experiencia de hijo de José y su evangelio del amor lo vivió
primero- antes con sus padres en Nazaret.
La fiesta trata también de recordar, junto al reconocimiento
y apoyo a la familia, el anuncio evangélico de la primacía del Reino y de la
subordinación de la familia al Reino:
“El que no está dispuesto a renunciar a su padre y a su madre, no puede
ser mi discípulo” (Lc 14,26); “Sígueme y deja que los muertos entierren a los
muertos” (Mt. 8,22); ”mi madre y mis hermanos son los que escuchan y cumplen la
Palabra de Dios” (Lc. 8,19-21; 11,27-28). También Mc. 1,20; Mt 8,20; Mc 1,16.
Y
nos recuerda, finalmente, la llamada a
hacer de toda la humanidad una sola familia de hijos de Dios. Dios tiene un gran proyecto: construir en el
mundo una gran familia humana. Atraído por este proyecto, Jesús se dedica
enteramente a que todos sientan a Dios como Padre y todos aprendan a vivir como
hermanos. Este es el camino que conduce a la salvación del género humano.
El Magisterio reciente de la Iglesia
católica ha explicitado y
profundizado la “buena noticia de Jesús
para el matrimonio y la familia”. Pone de relieve la verdad y belleza de la familia, como “íntima
comunidad de vida y amor, sobre la alianza de los cónyuges” (Vat. II, LG 48),
fundada en un amor único y exclusivo, fiel y fecundo. Ve en ella una especie de “iglesia doméstica”
(Vat. II, LG 11), la primera y más pequeña comunidad cristiana.
Por otra parte, la familia, igual que la Iglesia, debe ser un espacio donde el evangelio es trasmitido y desde donde este se irradia” (Pablo VI, EN
71).
El Papa Francisco resalta en AL la
misericordia para con las familias heridas y frágiles. Desde ella, analiza algunas situaciones dolorosas: la falta de
trabajo para muchos, las rupturas de la convivencia entre las parejas, las
distancias entre padres e hijos, los hijos rechazados y no amados
suficientemente y situaciones especiales, a las que hoy se enfrenta mucha
familias.
Hoy podemos decir al Señor: Bendícenos,
Señor, bendice nuestras familias, bendice el amor de todas las familias del
mundo, bendice a la gran familia humana.
ESTUDIO BÍBLICO
La tradición litúrgica reserva este primer
domingo después de Navidad a la Sagrada Familia de Nazaret. El tiempo de
Nazaret es un tiempo de silencio, oculto, que deja en lo recóndito de esa
ciudad de Galilea, desconocida hasta que ese nombre aparece por primera vez en
el relato de la Anunciación de Lucas y en el evangelio de hoy, una carga muy
peculiar de intimidades profundas. Es ahí donde Jesús se hace hombre también,
donde su personalidad psicológica se cincela en las tradiciones de su pueblo, y
donde madura un proyecto que un día debe llevar a cabo. Sabemos que
históricamente quedan muchas cosas por explicar; es un secreto que guarda
Nazaret como los vigilantes (Nazaret viene del verbo nasar, que significa
vigilar o florecer; el nombre de Nazaret sería flor o vigilante). En todo caso,
Nazaret, hoy y siempre, es una sorpresa, porque es una llamada eterna a
escuchar la voz de Dios y a responder como lo hizo María.
I
Lectura: Eclesiástico (3,3-7;14-17): El misterio creador de ser padres
La primera lectura de este domingo está
tomada del Ben Sirá o Eclesiástico.
Tener un padre y una madre es como un tesoro, decía la sabiduría antigua,
porque sin padre y sin madre no se puede ser persona. Por eso Dios, a pesar de
que lo confesamos como Omnipotente y Poderoso, no se encarnó, no se acercó a
nosotros sin ser hijo de una madre. Y
también aprendió a tener un padre. La familia está formada por unos padres y
unos hijos y nadie está en el mundo sin ese proceso que no puede reducirse a lo
biológico. No tenemos otra manera de venir al mundo, de crecer, de madurar y
ello forma parte del misterio de la creación de Dios. Por eso el misterio de
ser padres no puede quedar reducido solamente a lo biológico. Eso es lo más
fácil, y a veces irracional, del mundo. Ser padres, porque se tienen hijos, es
un misterio de vida que los creyentes sabemos que está en las manos de Dios.
Como el relato de Lucas estará centrado en
la respuesta de Jesús a “las cosas de mi Padre”, se ha tenido en cuenta el
elogio del padre humano de Jesús, que no es otro que José, tal como se le
conocía perfectamente en Nazaret. Aunque Jesús, o Lucas más bien, ha querido
decir que el “Padre” de Jesús es otro, no se quiere pasar por alto el papel del
“padre humano” que tuvo Jesús en Nazaret. Incluso la arqueología nos muestra
esa casa de José dónde se llevó a María; donde Jesús vivió con ellos hasta que,
contando como con unos treinta años, abandonó su hogar para dedicarse a la
predicación del Reino de Dios; donde posteriormente se reúne una comunidad
judeo-cristiana para vivir sus experiencia religiosas.
II
Lectura: Colosenses (3,12-21): Los valores de una familia cristiana
II.1. La lectura de este domingo es de
Colosenses y está identificada en gran parte como un “código ético y
doméstico”, porque nos habla del comportamiento de los cristianos entre sí, en
la comunidad. Lo que se pide para la comunidad cristiana -misericordia, bondad,
humildad, mansedumbre, paciencia-, para los que forman el “Cuerpo de Cristo”,
son valores que, sin mayor trascendencia, deben ser la constante de los que han
sido llamados a ser cristianos. Son valores de una ética que tampoco se pueda
decir que se quede en lo humano. No es eso lo que se puede pedir a nivel
social. Aquí hay algo más que los cristianos deben saber aportar desde esa
vocación radical de su vida. La misericordia no es propio de la ética humana,
sino religiosa. Es posible que en algunas escuelas filosóficas se hayan pedido
cosas como estas, pero el autor de Colosenses está hablando a cristianos y
trata de modificar o radicalizar lo que los cristianos deben vivir entre sí; de
ello se deben “revestir”.
II.2. El segundo momento es, propiamente
hablando, el “código doméstico” que hoy nos resulta estrecho de miras, ya que
las mujeres no pueden estar “sometidas” a sus maridos. Sus imágenes son propias
de una época que actualmente se quedan muy cortas y no siempre son
significativas. Todos somos iguales ante el Señor y ante todo el mundo, de esto
no puede caber la menor duda. El código familiar cristiano no puede estar contra
la liberación o emancipación de la mujer o de los hijos. Por ser
cristianos, no podemos construir una
ética familiar que esté en contra de la dignidad humana. Pero es verdad que el
código familiar cristiano debe tener un perfil que asuma los valores que se han
pedido para “revestirse” y construir el
“cuerpo de Cristo”, la Iglesia. Por tanto, la misericordia, la bondad,
la humildad, la mansedumbre y la paciencia, que son necesarias para toda
familia, lo deben ser más para una familia que se sienta cristiana. Si los
hijos deben obedecer a sus padres, tampoco es por razones irracionales, sino
porque sin unos padres que amen y protejan, la vida sería muy dura para ellos.
Evangelio:
Lucas (2,41-52): "Las cosas de mi Padre"
III.1. Esta escena del evangelio, “el niño
perdido”, ha dado mucho que hablar en la interpretación exegética. Para los que
hacen una lectura piadosa, como se puede hacer hoy, sería solamente el ejemplo
de cómo Jesús es “obediente”. Pero la verdad es que sería una lectura poco
audaz y significativa. El relato tiene mucho que enseñar, muchas miga, como
diría algún castizo. Es la última escena de evangelio de la Infancia de Lucas y
no puede ser simplemente un añadido “piadoso” como alguno se imagina. Desde el
punto de vista narrativo, la escena de mucho que pensar. Lo primero que debemos
decir que es hasta ahora Jesús no ha podido hablar en estos capítulos (Lc 1-2).
Siempre han hablado por él o de él. Es la primera palabra que Jesús va a
pronunciar en el evangelio de Lucas.
III.2. El marco de referencia: la Pascua,
en Jerusalén, como la escena anterior del texto lucano, la purificación (Lc
2,22-40), dan mucho que pensar. Por eso no podemos aceptar la tesis de algunos
autores de prestigio que se han aventurado a considerar la escena como un añadido
posterior. Reducirla simplemente a una escena anecdótica para mostrar la
“obediencia” de Jesús a sus padres, sería desvalorizar su contenido dinámico.
Es verdad que estamos ante una escena familiar, y en ese sentido viene bien en
la liturgia de hoy. El que se apunte a la edad de los doce años, en realidad
según el texto podríamos interpretarlo “después de los doce”, es decir, los
treces años, que es el momento en que los niños reciben su Bar Mitzvá (que
significa=hijo del mandamiento) y se les considera ya capaces de cumplirlos. A
partir de su Bar Mitzvá es ya adulto y responsable de sus actos y de cumplir
con los preceptos (las mitzvot). No todos consideran que este simbolismo esté
en el trasfondo de la narración, pero sí considero que se debe tener en cuenta.
De ahí que se nos muestre discutiendo con los “los maestros” en el Templo, al
“tercer día”. Sus padres –habla su madre-, estaban buscándolo angustiados
(odynômenoi). En todo caso, las referencias a los acontecimientos de la
resurrección no deben dejar ninguna duda. Este relato, en principio, debe más a
su simbología de la pascua que a la anécdota histórica de la infancia de Jesús.
Por eso mismo, la narración es toda una prefiguración de la vida de Jesús que
termina, tras pasar por la muerte, en la resurrección. Esa sería una exégesis
ajustada del pasaje, sin que por ello se cierren las posibilidades de otras
lecturas originales. Si toda la infancia, mejor, Lc 1-2, viene a ser una
introducción teológica a su evangelio, esta escena es el culmen de todo ello.
III.3. Las palabras de Jesús a su madre se
han convertido en la clave del relato: “¿no sabíais que debo ocuparme de las
cosas de mi Padre?”. Yo no estaría por la traducción “¿no sabíais que debo
estar en la casa de mi padre?”, como han hecho muchos. El sentido cristológico
del relato apoya la primera traducción. Jesús está entre los doctores porque
debe discutir con ellos las cosas que se refieren a los preceptos que ellos
interpretan y que sin duda son los que, al final, le llevarán a la muerte y de
la muerte a la resurrección. Es verdad que con ello el texto quiere decir que
es el Hijo de Dios, de una forma sesgada
y enigmática, pero así es. Como hemos insinuado antes, es la primera vez que
Lucas hace hablar al “niño” y lo hace para revelar qué hace y quién es. Por eso debemos concluir que ni se ha
perdido, ni se ha escapado de casa, sino que se ha entregado a una causa que ni
siquiera “sus padres” pueden comprender totalmente. Y no se diga que María lo
sabía todo (por el relato de la anunciación), ya que el mismo relato nos dirá
al final que María: “guardaba todas estas cosas en su corazón” (2,51). Porque
María en Lc 1-2, no es solamente María de Nazaret la muchacha de fe
incondicional en Dios, sino que también representa a una comunidad que confía
en Dios y debe seguir los pasos de Jesús.
III.4. Y como la narración de Lc 2,41-52 da
mucho de sí, no podemos menos de sacar otras enseñanzas posibles. Si hoy se ha
escogido para la fiesta de la Sagrada Familia, deberíamos tener muy en cuenta
que la alta cristología que aquí se respira invita, sin embargo, a considerar
que el Hijo de Dios se ha revelado y se ha hecho “persona” humana en el seno de
una familia, viviendo las relaciones
afectivas de unos padres, causando angustia, no solamente alegría, por su manera
de ser y de vivir en momentos determinados. Es la humanización de lo divino lo
que se respira en este relato, como en el del nacimiento. El Hijo de Dios no
hubiera sido nada para la humanidad si no hubiera nacido y crecido en familia,
por muy Hijo de Dios que sea confesado (cosa que solamente sucede a partir de
la resurrección). Aunque se deja claro todo con “las cosas de mi Padre”, esto
no sucedió sin que haya pasado por nacer, vivir en una casa, respetar y venerar
a sus padres y decidir un día romper con ellos para dedicarse a lo que Dios, el
Padre, le pedía: anunciar y hacer presente el reinado de Dios. Es esto lo que
se preanuncia en esta narración, antes de comenzar su vida pública, en que fue
necesario salir de Nazaret, dejar su casa y su trabajo… Así es como se ocupaba
de las cosas del Padre. (Fray Miguel de Burgos Núñez, O. P.).