“Marcados por el sello del Dios vivo”
Cada quien es hijo de su vida y
circunstancias. Todo creyente lo es por diferentes motivos, pero la fuerza de
su convicción sólo está enraizada en la experiencia de un encuentro con el
Señor resucitado, con su Espíritu, presente en medio de nosotros. Para el
creyente, la existencia de Dios es tan cierta y real como la vida misma. En la
solemnidad de todos los Santos celebramos a todos los que se han dejado
alcanzar por Dios, a todos los que han hecho de su vida un ícono de la
presencia de Dios en medio de esta humanidad, muchas veces rota y divida por el
odio, la soberbia, el egoísmo y la sinrazón. Los santos nos acercan a Dios al
tiempo que nos recuerdan lo mejor de nosotros mismos. Son los que hacen verdad
las palabras de vida y de eternidad de Jesús.
El encuentro con Jesús, con el Dios
vivo, marca de una manera decisiva la vida del creyente, le imprime un sello
que lo capacita para anunciar y proclamar el Evangelio a toda la creación, le
hace solidario con todas las criaturas y se convierte en testigo y testimonio
de la esperanza en un mundo más humano y fraterno en busca de la reconciliación
universal. Los santos muestran el rostro de la misericordia de Dios.
DIOS NOS HABLA. ESCUCHAMOS SU PALABRA.
I
LECTURA
La
santidad realiza el anhelo de la hermandad y la inclusión universal. Nadie
queda fuera de este llamado, por el contrario, incluye a personas de toda
nación, raza, pueblo y lengua. Esa diversidad se aúna como una bella sinfonía
para alabar a Dios.
Lectura
del libro del Apocalipsis 7, 2-4. 9-14
Yo, Juan, vi a un ángel que subía del
Oriente, llevando el sello del Dios vivo. Y comenzó a gritar con voz potente a
los cuatro ángeles que habían recibido el poder de dañar a la tierra y al mar:
“No dañen a la tierra ni al mar ni a los árboles hasta que marquemos con el
sello la frente de los servidores de nuestro Dios”. Oí entonces el número de
los que habían sido marcados: eran ciento cuarenta y cuatro mil pertenecientes
a todas las tribus de Israel. Después de esto, vi una enorme muchedumbre
imposible de contar, formada por gente de todas las naciones, familias, pueblos
y lenguas. Estaban de pie ante el trono y delante del Cordero, vestidos con
túnicas blancas; llevaban palmas en la mano y exclamaban con voz potente: “¡La
salvación viene de nuestro Dios que está sentado en el trono y del Cordero!”. Y
todos los ángeles que estaban alrededor del trono, de los ancianos y de los
cuatro seres vivientes, se postraron con el rostro en tierra delante del trono,
y adoraron a Dios, diciendo: “¡Amén! ¡Alabanza, gloria y sabiduría, acción de
gracias, honor, poder y fuerza a nuestro Dios para siempre! ¡Amén!”. Y uno de
los ancianos me preguntó: “¿Quiénes son y de dónde vienen los que están
revestidos de túnicas blancas?”. Yo le respondí: “Tú lo sabes, Señor”. Y él me
dijo: “Estos son los que vienen de la gran tribulación; ellos han lavado sus
vestiduras y las han blanqueado en la sangre del Cordero”.
Palabra de Dios.
Salmo
23, 1-6
R.
Así son los que buscan tu rostro, Señor.
O
bien:
¡Benditos los que buscan al Señor!
Del Señor es la tierra y todo lo que hay
en ella, el mundo y todos sus habitantes, porque él la fundó sobre los mares;
él la afirmó sobre las corrientes del océano. R.
¿Quién podrá subir a la montaña del
Señor y permanecer en su recinto sagrado? El que tiene las manos limpias y puro
el corazón; el que no rinde culto a los ídolos ni jura falsamente. R.
Él recibirá la bendición del Señor, la
recompensa de Dios, su Salvador. Así son los que buscan al Señor, los que
buscan tu rostro, Dios de Jacob. R.
II
Lectura
Dios
es pura santidad. En él no hay nada malo, en él todo es amor. Algún día
llegaremos a esa comunión de amor. Mientras andamos por esta tierra, procuremos
vivir en el amor, porque somos hijos suyos.
Lectura
de la primera carta del apóstol san Juan 3, 1-3
Queridos hermanos: ¡Miren cómo nos amó
el Padre! Quiso que nos llamáramos hijos de Dios, y nosotros lo somos
realmente. Si el mundo no nos reconoce, es porque no lo ha reconocido a él.
Queridos míos, desde ahora somos hijos de Dios, y lo que seremos no se ha
manifestado todavía. Sabemos que cuando se manifieste, seremos semejantes a él,
porque lo veremos tal cual es. El que tiene esta esperanza en él, se purifica,
así como él es puro.
Palabra de Dios.
ALELUYA Mt 11, 28
Aleluya. “Vengan a mí todos los que
están afligidos y agobiados, y yo los aliviaré”, dice el Señor. Aleluya.
EVANGELIO
Una
bienaventuranza es una felicitación. Seguramente conocemos personas que viven
el espíritu de las bienaventuranzas: mansos, forjadores de paz, sedientos de
justicia, pobres... en definitiva, todos los que orientan su vida hacia el
Reino de Dios y así viven hoy la santidad. Que llegue hoy hasta ellos nuestra
felicitación y agradecimiento a Dios, que anima nuestra fe poniéndonos cerca
modelos de santidad.
Ì Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san
Mateo 4, 25—5, 12
Seguían a Jesús grandes multitudes que
llegaban de Galilea, de la Decápolis, de Jerusalén, de Judea y de la
Transjordania. Al ver a la multitud, Jesús subió a la montaña, se sentó y sus
discípulos se acercaron a él. Entonces tomó la palabra y comenzó a enseñarles,
diciendo: “Felices los que tienen alma de pobres, porque a ellos les pertenece
el reino de los cielos. Felices los afligidos, porque serán consolados. Felices
los pacientes, porque recibirán la tierra en herencia. Felices los que tienen
hambre y sed de justicia, porque serán saciados. Felices los misericordiosos,
porque obtendrán misericordia. Felices los que tienen el corazón puro, porque
verán a Dios. Felices los que trabajan por la paz, porque serán llamados hijos
de Dios. Felices los que son perseguidos por practicar la justicia, porque a
ellos les pertenece el reino de los cielos. Felices ustedes, cuando sean
insultados y perseguidos, y cuando se los calumnie en toda forma a causa de mí.
Alégrense y regocíjense entonces, porque ustedes tendrán una gran recompensa en
el cielo; de la misma manera persiguieron a los profetas que los precedieron”.
Palabra del Señor.
MEDITAMOS LA PALABRA DE DIOS.
Marcados
por Dios
De unos años a esta parte es muy
frecuente encontrarnos con mujeres y hombres que llevan un tatuaje, una marca,
en su cuerpo. No es infrecuente que lo luzcan con orgullo. Unos se tatúan como
signo de pertenencia a un grupo o comunidad particular, otros por fetichismo,
hay quien lo hace por estética y algunos lo son porque lo fueron por sus
padres. El tatuaje sobre el cuerpo es tan antiguo como la misma humanidad.
Muchas tribus, incluso las que desconocen el vestido, tatúan su cuerpo para no
sentirse desnudas ni desprotegidas o para diferenciarse de los animales.
Los cristianos estamos marcados no por
un tatuaje, sino por el agua del bautismo y sellados por la fuerza del Espíritu
Santo. Si por el Bautismo fuimos incorporados al Pueblo de Dios, hijas e hijos de
Dios por adopción y hermanos los unos de los otros, no por la sangre y la
carne, sino por voluntad divina, por la Confirmación hemos sido sellados y
fortalecidos por el mismo Dios (Padre, Hijo y Espíritu Santo) para ser
anunciadores y misioneros del Evangelio, de su gracia y su fuerza, a toda la
creación. Sobre todo, es en la segunda lectura donde se insiste y abunda en
esta idea: somos hijos de Dios no porque lo merezcamos, sino a causa de su amor
para con todos nosotros. Dios no nos tiene en el abandono, su amor
misericordioso hace que Él esté y permanezca unido a nosotros mismos. Así es
nuestro Dios.
¿Cuál es el distintivo, la marca de Dios
en nosotros? Las lecturas de este día lo apuntan: la inocencia, la pureza de
corazón, el gozo, la alegría, la dicha y la certeza en la esperanza de un
futuro donde han de reinar la paz, la justicia, el amor, el consuelo y la
felicidad. Las cristianas y cristianos no somos seres ingenuos ni angelicales,
somos gente de esperanza que aguardamos, preparamos y esperamos las promesas
que el Señor nos ha hecho. Sabemos que el paso por este mundo que pasa es
transitorio y relativo, que los sentidos nos engañan, que estamos sometidos a
múltiples y diversas corrupciones, que estamos amenazados por el sufrimiento,
el dolor o el desaliento y que solemos caminar en las sombras más de lo que
estamos dispuestos a admitir; pero aunque todo eso lo sabemos, nuestra fe hace
que nos podamos evadirnos de la realidad que nos circunda ni del tiempo ni del
momento presente, antes, al contrario, estamos siempre impelidos a contemplar y
transformar esta realidad desde los criterios del Evangelio teniendo siempre
como telón de fondo las actitudes y sentimientos de Jesús. Para nosotros este
mundo es el lugar donde ya empieza a manifestarse el Reino de Dios. Somos los
seguidores de Jesús los que con el testimonio de toda nuestra vida estamos
llamados a convertirnos en la sal de la vida y en la antorcha que ha de
iluminar el nuevo mundo. Para esto fuimos marcados.
Jesús
nos enseña
En este ser sal de la tierra y antorcha
que ha de iluminar al mundo tenemos un modelo, un prototipo único: Jesús de
Nazaret. Para nosotros, Jesús no es sólo una figura excepcional, es el Hijo de
Dios, confesado como Señor. Jesús es el revelador auténtico de Dios. Sin la profunda
convicción que Jesús es el Hijo de Dios y Dios mismo, nuestra fe cristiana no
sería del todo auténtica. La vida de Jesús, sus dimensiones, sus actitudes, sus
pasiones, sus opciones… no son indiferentes para nosotros. Como nos recuerda
San Pablo en varios de sus escritos, cada uno tiene que llegar a ser ‘otro
Cristo’, un revelador auténtico de Dios. El Dios creído y confesado por los
cristianos no es un ser divino metafísico, una abstracción, es un Dios
Encarnado, un Dios que por puro amor y misericordia hacia el género humano se
ha hecho uno de los nuestros, semejante en todo a nosotros, menos en el pecado.
Jesús pasó por este mundo haciendo el
bien, curando a los enfermos, sanando a los pecadores, consolando a los
tristes, abatidos y afligidos, expulsando demonios, resucitando muerto y, sobre
todo, llevando a los pobres la alegría y el gozo del Evangelio. La vida de
Jesús no es indiferente para nosotros. Su misma vida, toda ella, se ha
convertido en motivo de salvación. El Evangelio de esta solemnidad de todos los
Santos es una muestra de ello. Quienes son los dichosos y los bienaventurados
para Dios: los pobres, los sufridos, los que lloran, los que tienen hambre y
sed, los misericordiosos, los limpios de corazón, los que trabajan por la paz,
los perseguidos por ser justos, los que son insultados y vilipendiados por
querer vivir con coherencia la fuerza del Evangelio. La lógica de Dios y del
Reino de los cielos no es la lógica de los principios que rigen nuestro mundo
donde son admirados y seguidos los triunfadores, los maestros, las estrellas,
los exitosos, los ricos… Bien dice San Pablo que Dios ha escogido en este mundo
a los que no cuentan, a los marginados, a los débiles, para confundir a los
sabios, poderosos y entendidos. Dios nos quiere a todos por igual, pero al
mismo tiempo nos quiere en la diversidad y en la diferencia. Esa es la
verdadera alteridad.
Los Evangelios no son una biografía de
Jesús. Son relatos, narraciones, de las primeras comunidades cristianas con el
fin de ser ratificadas y fortalecidas en su fe en Cristo Jesús gracias al
testimonio de los apóstoles y evangelizadores. En los Evangelios se nos
conserva la memoria de Jesús, del Jesús recordado. El principal tesoro que las
primitivas comunidades conservaban y transmitían era, justamente, la memoria de
Jesús, muerto y resucitado, la memoria de su Espíritu que era quien edificaba
la comunidad y quien la ponía en situación de misión. Ellas han sido las que
nos han transmitidos las opciones fundamentales de Jesús, sus parábolas y milagros,
su sensibilidad hacia los más indefensos y desprotegidos, al tiempo que fueron
portavoces de sus enseñanzas fundamentales. Jesús, el Hijo de Dios, no fue
indiferente al dolor ni al sufrimiento humano, Dios, a quien llamaba Abba,
Padre, también tiene predilecciones, como la tienen las madres solícitas y
misericordiosas por sus hijos e hijas más desvalidos. El cuidado de Dios
alcanza a todos, pero en particular a los más pobres y desfavorecidos, hacia
aquellos que se encuentran en estado de mayor vulnerabilidad, hacia los que,
por distintas situaciones, son explotados o cuya dignidad se encuentra
cuestionada. Dios no es un ser indiferente ni pasivo, es un sujeto activo que
tiene sus predilectos en los que son pobres, sencillos e inocentes. Jesús es para
nosotros referente y modelo de conducta.
Lo
veremos tal cual es
Nuestra vida cristiana tiene un
objetivo: ser santos; es decir, llegar a contemplar el rostro de Dios, verlo
cara a cara. No sabemos cómo será, pero nuestra esperanza, alimentada por nuestra
liturgia, es lo que sostiene. En el Salmo se expresa poéticamente como el deseo
de habitar en el recinto sagrado. La persona religiosa, es decir, la persona
que cree en la Trascendencia, la que sabe que hay un mundo superior y distinto
a este que lo rodea, sólo desea habitar en el mundo donde Dios lo es y lo llena
todo. La persona religiosa vive en este mundo, pero sabe que no es de este
mundo, que es ciudadano del cielo, del lugar donde sólo Dios habita y basta. El
santo, el bienaventurado, sólo vive de y para Dios, todo lo demás es secundario
y relativo. El santo es aquel que está adornado de los atributos con los que
sólo es posible estar ante Dios: los atributos de la santidad. Y, ¿cuáles son
esos atributos, esos adornos, que hacen al creyente cristiano merecedor de la
presencia y compañía de Dios? Las lecturas de hoy señalan los siguientes: la
inocencia, la pureza de corazón, la constante acción de gracias, los que viven
en esperanza en la alegría y gozo evangélico. Santos son los que ponen su total
confianza en el Señor de la vida.
Uno de los misterios más íntimos y
profundos de nuestra fe es el Misterio de la Encarnación del Hijo de Dios, la
humanización de Dios. Por este Misterio, la vida del creyente queda, toda ella,
injertada en la trama de la existencia humana. Una existencia no pocas veces
precaria. Es en la vivencia de lo cotidiano donde se verifica nuestra adhesión
al camino de seguimiento de Jesús. Los santos, la santidad, nos recuerdan que
nuestros pensamientos, palabras y obras no son indiferentes en la vivencia de
la fe, que en este caminar no estamos solos, que el camino cristiano ha sido
recorrido por otras mujeres y hombres apasionados por Dios, que formamos parte
de un pueblo que no conoce fronteras ni discriminaciones, que somos solidarios
con toda la humanidad y con todos la creación, pues todo ha salido de las manos
de Dios, que somos, por encima de todo, creación de Dios. Santo es aquel que,
como Abraham, sale de la tierra de su mismidad y se pone en camino para el
encuentro con el otro; santo es aquel que es capaz de despojarse de la túnica
del yo egoísta y se agacha con actitud humilde a servir a Dios en las víctimas
de la historia y de los sistemas injustos. Santos son los que están dispuestos
a obedecer a Dios antes que a los hombres.
El santo, los santos, no trabajan de
manera gratuita, esperan una recompensa: la de gozar de la dicha de la
presencia del Señor por toda la eternidad. Nuestro mundo, al menos las grandes
mayorías, cree poco o nada en la eternidad, se conforma y vive de lo efímero,
del instante, de lo inmediato. Incluso muchos bautizados, y aún entre algunos
ordenados y consagrados, se sonríen con incredulidad cuando oyen hablar que
nuestra verdadera alegría está en la esperanza de ver y estar con el Señor en
la eternidad, que es por ello por lo que trabajamos y nos afanamos cada día,
que nuestra recompensa definitiva no está en este mundo ni en lo que los
hombres, siempre pecadores, pueden ofrecernos como garantía de felicidad. No
llegan a entender que la verdadera felicidad del creyente consiste en servir a
Dios en este mundo por medio de sus criaturas y que en este servicio se produce
la verdadera y auténtica alabanza. Porque está destinado a ver a Dios, para el
santo nada de lo humano le es ajeno.
Roguemos a Dios en esta solemnidad de
todos los Santos que cada uno de nosotros seamos fortalecidos por la Palabra de
Dios, que a ejemplo de todos aquellos que hicieron de su vida ícono del Dios
vivo y verdadero, también nosotros, en el momento presente, sigamos sus huellas
en la firme esperanza de poder descansar con Él por toda la eternidad.
¡Alabemos al Señor!
ESTUDIO BÍBLICO.
Saber ser hijos de Dios como programa de
santidad
La liturgia de este día nos brinda la
celebración de una de las fiestas más populares y entrañables: la festividad de
todos los Santos y , a la vez, la ocasión para reconsiderar nuestra vida
cristiana mirando hacia adelante, hacia el final de la historia de cada uno y
de la humanidad.
I
Lectura: Apocalipsis (7,2-4.9-14):El canto de los redimidos
I.1. En la primera lectura, en dos
visiones, se nos muestra la apertura del misterio de la historia con la visión
del ángel que trae el sello para guardar a aquellos que deben ser liberados de
la destrucción. El libro del Apocalipsis, como sucede en la literatura de este
tipo, literatura religiosa por excelencia, pero radicalmente mítica, necesita
ser interpretado con la riqueza de los símbolos. Este tipo de literatura se
produce en tiempos de crisis y debemos estar atentos a no confundir simbolismo
con realidad. El sello sobre los siervos de Dios sella su pertenencia a El y,
por lo mismo, la garantía de ser salvados.- La visión de la multitud inmensa,
incontable, es un paso más en este simbolismo y probablemente propone algo que
se relaciona con las diferencias entre el Antiguo y el Nuevo Testamento, entre
la antigua y la nueva Alianza. Por eso se dice que, si en la primera visión se
habla 144.000, era para hablar del pueblo de la Antigua Alianza, mientras que
el “número incontable” representa al nuevo pueblo de Dios que ha ganado Cristo,
el Cordero sacrificado, con su sangre. Los ángeles, los mensajeros de Dios,
realizan sus planes del juicio y de salvación. Por eso, cuatro de ellos están
en los cuatro puntos cardinales, dispuestos a desencadenar los vientos que
destruyan el mal de la historia; pero de Oriente llega otro mensajero (donde
nace el Sol: Dios), que trae la gran noticia, de que antes deben poner un señal
en las puertas como sucedió a los israelitas en el momento de la Pascua de
Egipto. Estamos, pues, ante una famosa liturgia Pascual, del día del Señor, en
la que el autor nos ha querido situar al principio de su obra.
I.2. En el texto se nos quiere hablar de
mártires, pero también de todos aquellos que han pasado por la tribulación de
la historia, se han lavado en el bautismo, en nombre de Jesucristo, en el
misterio Pascual...y están ante el trono de Dios. Las palmas, en la antigüedad,
son signo de los vencedores. Y, aunque pudiera centrarse en los que han sido
martirizados y han vencido por el martirio, no se puede pensar que todos son mártires.
Por eso, más bien se trata de una palma para alabar a Dios y a Cristo que son
los auténticos vencedores de la historia. El tema que se propone es el de la
salvación (aparece aquí y en Ap 12,10 y 19,1). Se insinúa algo de los Salmos
118,25, 3,9. El sentido es que Dios ha liberado a los hombres del poder del
mal, representado en el Imperio, como Satanás y como la gran prostituta en las
otras dos citas que hemos mencionado. La victoria, pues, de los hombres y de
los mártires pertenece muy especialmente al Cordero, quien ha dado su vida
precisamente para que sea vencido el poder de los hombres que engendra el odio
y la muerte.
I.3. Pero la “palma” se la lleva el
himno que es una confesión de fe: la salvación se debe a Dios y al Cordero. La
salvación, la liberación... no dependen de los hombres, sino que es una gracia
de Dios que ellos han acogido y se han mantenido fieles a la fuerza salvífica
del amor crucificado, de la Pascua. Por eso lo proclaman en la liturgia
celeste. Y entonces, toda la asamblea celeste (ángeles, ancianos y vivientes),
se prosternan ante Dios y lo adoran cantando: Amen… Bendición y gloria,
sabiduría y acción de gracias, honor, poder y fortaleza a nuestro Dios por los
siglos de los siglos. Amen (v. 12). Los que han muerto fieles a Dios y a
Cristo, bien en el martirio, bien en su fidelidad a la fe cristiana centrada en
el misterio Pascual, han pasado por la tribulación de la historia, donde reina
el poder del mal. Pero ahora gozan de la fidelidad eterna, aunque hayan pasado
por la muerte. Lavar sus vestiduras en la sangre del Cordero es una teología
bautismal, también eucarística, inspirada en algunos textos del AT (Ex
19,10.14).
I.4. La muerte y la resurrección de
Cristo son el punto clave de la teología del bautismo y de la eucaristía. La
imagen que se ha escogido para expresar la felicidad es que están ante el
trono: y Dios los cobija en su tienda, la shekiná, la presencia de Dios, como
Jn 1,14 había escogido para expresar el misterio de la encarnación. Ahora es
cuando se cumple la profecía del Enmanuel verdaderamente, porque Dios estará
con los resucitados para siempre. No tendrán más hambre, ni tendrán más sed:
expresiones de debilidad, de necesidad; ni caerá sobre ellos el sol, como si
estuvieran en el desierto, porque Dios mismo es la razón de su existencia. Y
Cristo, el Cordero, será el que apaciente a su pueblo, será pastor siendo
Cordero, para llevarlos a las fuentes de agua viva. Efectivamente, los vv.
15-17 son las imágenes escogidas por el autor del Ap para hablar de la vida
futura, escatológica, de la victoria sobre la muerte según muchas expresiones
que podemos encontrar en los textos del AT (v.g. Is 25, 8) y de la teología
joánica (Jn 4,14; 7,38), que son las fuentes de la revelación.
II
Lectura: I de Juan (3,1-3): La imagen de hijos de Dios
II.1. Este texto es una teología sobre
la vida cristiana que se representa bajo la imagen y la experiencia de “ser
hijos de Dios”. Se trata de una alta teología como corresponde al círculo de
las comunidades cristianas de Juan, tanto del evangelio como de las cartas. Y
en este marco teológico deberíamos pensar que, precisamente el misterio de la
santidad que hoy se celebra hace referencia directa a que lo más importante de
la vida cristiana es ser, y no perder, la imagen de hijos de Dios.
II.2. Si el título cristológico más
coherente de la teología joánica, justamente, es lo que afecta a la filiación
divina de Jesús, también para sus seguidores debe existir una posibilidad de
vivir en el ámbito de las relaciones entre el Padre y el Hijo. Por ello se dice
que seremos semejantes a Él. Muchos santos ,desconocidos para nosotros, lo son
porque han sabido guardar sencillamente la imagen de hijos de Dios en sus
vidas. Por eso, la expresión “veremos a Dios tal cual es” viene a ser una de
las afirmaciones más teológicas. El misterio de Dios se hará luz y “hijos de
Dios” no tendremos miedo de contemplar el “rostro” de Dios, la intimidad de
Dios, la misericordia de Dios. Para eso se nos ha creado y para eso hemos
nacido. ¡Vivamos con esperanza!
Evangelio:
Mateo (5,1-12): Las opciones del Reino
III.1. El evangelio de esta fiesta es ya
proverbial; se trata de las bienaventuranzas de Mateo, cuyo texto, además,
tiene la solemnidad de una proclamación, sobre un monte (de ahí el Sermón de la
Montaña en que está contextualizado), y para toda la multitud, como sería la
multitud incontable del texto de Apocalipsis (primera lectura). Es la carta
magna del discipulado, de la vida cristiana, del seguimiento de Jesús, de la
salvación futura. Las bienaventuranzas son creativas, no cuantitativas. Son los
puntos más determinantes con los cuales Jesús ha pretendido una nueva
humanidad, un nuevo pueblo. No se trata de proponer algo exótico, mágico o
taumatúrgico, sino algo bien humano. No obstante, es verdad que se plantea un
auténtico esfuerzo por conquistar la gloria, la libertad y la paz. Se propone
la pobreza que libera el corazón de muchas ataduras, la misericordia que
introduce en las relaciones humanas la benevolencia y el perdón, la limpieza de
corazón para juzgar y ser juzgados, la lucha por la justicia, porque Dios es
justo. Se proclaman bienaventurados por haber elegido lo que el mundo no elige,
simplemente porque odia; por haberse decidido por el sentido mejor de la vida.
Se trata de una posibilidad de santidad que se debe vivir ya desde ahora, aquí
en nuestra historia; no queda para después de que todo haya acabado.
III.2. Se ha insistido mucho en los
aspectos literarios y exegéticos de las bienaventuranzas de Mateo (5,1-12) y de
Lucas (6,20-22) sobre el tenor original, es decir, aquellas que están más cerca
de las palabras de Jesús. Sin duda, todo tiene su sentido, pero quedan muchas
preguntas sobre la mesa, porque se permiten diferentes interpretaciones. El
texto original que se tomó del texto de Q (sea simplemente Documento o
Evangelio como algunos defienden hoy) podría estar bien representado en Lucas,
pero no es algo absoluto. Sabemos que las bienaventuranzas tienen un ámbito muy
coherente en la literatura sapiencial, la que enseña a vivir, a comportarse, a
elegir lo que da o no da sentido a la vida. La propuesta de Jesús, por lo
tanto, no está lejos de este contexto sapiencial: con las bienaventuranzas
Jesús quiere proclamar el Reino de Dios y quiere enseñar a vivir en ese Reino
al que dedica su vida. Son expresiones que nos muestran a un Jesús “profeta
escatológico” (no necesariamente apocalíptico), que quería anunciar lo que
debería cambiar esta historia.
III.3. Algunos especialistas han hecho
una traducción sobre las bienaventuranzas en las que siempre es determinante el
verbo “elegir”. Considero que puede ser discutible, pero es esclarecedor. Eso
significa que proclamar bienaventurado (makários) a alguien no es porque sí,
por su cara bonita, porque es un desgraciado o porque es o ha nacido en esta o
aquella situación. En las bienaventuranzas, por su tono sapiencial, son muy
importante las opciones: elegir ser pobre y no rico en este mundo; elegir la
justicia y no otra cosa; elegir la paz. Aquí están representados los valores
del reino, los valores de la vida ante Dios. Esto, independientemente de las
bienaventuranzas auténticas de Jesús o las añadidas por la tradición
catequética de la comunidad de Mateo. Es verdad que el término “elegir” no está
en el texto, pero lo implica necesariamente. ¿Por qué? Porque no se trata de
una proclamación sin contar con la voluntad soberana del hombre que vive y hace
la historia.
III.4. Un factor muy importante de
lectura e interpretación sería hacer el intento de traducir a un lenguaje de
hoy el texto de las bienaventuranzas; teniendo en cuenta ese sentido sapiencial
del que hemos hablado y esa “opción” o “elección” que hemos planteado como
necesaria. Debemos conservar las palabras del evangelio, de Mateo o de Lucas,
si es posible en su tenor y en su sentido original. Pero hoy debemos enriquecer
nuestra comprensión de las mismas con el “espíritu” que emana de ellas. Es como
cuando hemos vivido y atravesado un puente romano durante todo la vida, pero
ahora, sin destruir ese puente, porque la ciudad ha crecido, hacemos uno nuevo,
con tecnología punta. Subsisten los dos, pero quizás por el romano no pueden
pasar todos los vehículos pesados de hoy. Los limpios de corazón, por ejemplo,
son dichosos porque están abiertos a los demás y los valoran como hijos de
Dios. Es decir, seamos creativos y proféticos al interpretar las
bienaventuranzas del Reino. (Fray Miguel de Burgos Núñez, O. P.).
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