jueves, 1 de noviembre de 2018

TODOS LOS SANTOS



“Marcados por el sello del Dios vivo”

Cada quien es hijo de su vida y circunstancias. Todo creyente lo es por diferentes motivos, pero la fuerza de su convicción sólo está enraizada en la experiencia de un encuentro con el Señor resucitado, con su Espíritu, presente en medio de nosotros. Para el creyente, la existencia de Dios es tan cierta y real como la vida misma. En la solemnidad de todos los Santos celebramos a todos los que se han dejado alcanzar por Dios, a todos los que han hecho de su vida un ícono de la presencia de Dios en medio de esta humanidad, muchas veces rota y divida por el odio, la soberbia, el egoísmo y la sinrazón. Los santos nos acercan a Dios al tiempo que nos recuerdan lo mejor de nosotros mismos. Son los que hacen verdad las palabras de vida y de eternidad de Jesús.

El encuentro con Jesús, con el Dios vivo, marca de una manera decisiva la vida del creyente, le imprime un sello que lo capacita para anunciar y proclamar el Evangelio a toda la creación, le hace solidario con todas las criaturas y se convierte en testigo y testimonio de la esperanza en un mundo más humano y fraterno en busca de la reconciliación universal. Los santos muestran el rostro de la misericordia de Dios.

DIOS NOS HABLA. ESCUCHAMOS SU PALABRA.

I LECTURA

La santidad realiza el anhelo de la hermandad y la inclusión universal. Nadie queda fuera de este llamado, por el contrario, incluye a personas de toda nación, raza, pueblo y lengua. Esa diversidad se aúna como una bella sinfonía para alabar a Dios.

Lectura del libro del Apocalipsis 7, 2-4. 9-14

Yo, Juan, vi a un ángel que subía del Oriente, llevando el sello del Dios vivo. Y comenzó a gritar con voz potente a los cuatro ángeles que habían recibido el poder de dañar a la tierra y al mar: “No dañen a la tierra ni al mar ni a los árboles hasta que marquemos con el sello la frente de los servidores de nuestro Dios”. Oí entonces el número de los que habían sido marcados: eran ciento cuarenta y cuatro mil pertenecientes a todas las tribus de Israel. Después de esto, vi una enorme muchedumbre imposible de contar, formada por gente de todas las naciones, familias, pueblos y lenguas. Estaban de pie ante el trono y delante del Cordero, vestidos con túnicas blancas; llevaban palmas en la mano y exclamaban con voz potente: “¡La salvación viene de nuestro Dios que está sentado en el trono y del Cordero!”. Y todos los ángeles que estaban alrededor del trono, de los ancianos y de los cuatro seres vivientes, se postraron con el rostro en tierra delante del trono, y adoraron a Dios, diciendo: “¡Amén! ¡Alabanza, gloria y sabiduría, acción de gracias, honor, poder y fuerza a nuestro Dios para siempre! ¡Amén!”. Y uno de los ancianos me preguntó: “¿Quiénes son y de dónde vienen los que están revestidos de túnicas blancas?”. Yo le respondí: “Tú lo sabes, Señor”. Y él me dijo: “Estos son los que vienen de la gran tribulación; ellos han lavado sus vestiduras y las han blanqueado en la sangre del Cordero”.
Palabra de Dios.
Salmo 23, 1-6

R. Así son los que buscan tu rostro, Señor.

O bien: ¡Benditos los que buscan al Señor!

Del Señor es la tierra y todo lo que hay en ella, el mundo y todos sus habitantes, porque él la fundó sobre los mares; él la afirmó sobre las corrientes del océano. R.

¿Quién podrá subir a la montaña del Señor y permanecer en su recinto sagrado? El que tiene las manos limpias y puro el corazón; el que no rinde culto a los ídolos ni jura falsamente. R.
Él recibirá la bendición del Señor, la recompensa de Dios, su Salvador. Así son los que buscan al Señor, los que buscan tu rostro, Dios de Jacob. R.

II Lectura

Dios es pura santidad. En él no hay nada malo, en él todo es amor. Algún día llegaremos a esa comunión de amor. Mientras andamos por esta tierra, procuremos vivir en el amor, porque somos hijos suyos.

Lectura de la primera carta del apóstol san Juan 3, 1-3

Queridos hermanos: ¡Miren cómo nos amó el Padre! Quiso que nos llamáramos hijos de Dios, y nosotros lo somos realmente. Si el mundo no nos reconoce, es porque no lo ha reconocido a él. Queridos míos, desde ahora somos hijos de Dios, y lo que seremos no se ha manifestado todavía. Sabemos que cuando se manifieste, seremos semejantes a él, porque lo veremos tal cual es. El que tiene esta esperanza en él, se purifica, así como él es puro.
Palabra de Dios.

ALELUYA        Mt 11, 28

Aleluya. “Vengan a mí todos los que están afligidos y agobiados, y yo los aliviaré”, dice el Señor. Aleluya.

EVANGELIO

Una bienaventuranza es una felicitación. Seguramente conocemos personas que viven el espíritu de las bienaventuranzas: mansos, forjadores de paz, sedientos de justicia, pobres... en definitiva, todos los que orientan su vida hacia el Reino de Dios y así viven hoy la santidad. Que llegue hoy hasta ellos nuestra felicitación y agradecimiento a Dios, que anima nuestra fe poniéndonos cerca modelos de santidad.

Ì Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Mateo 4, 25—5, 12

Seguían a Jesús grandes multitudes que llegaban de Galilea, de la Decápolis, de Jerusalén, de Judea y de la Transjordania. Al ver a la multitud, Jesús subió a la montaña, se sentó y sus discípulos se acercaron a él. Entonces tomó la palabra y comenzó a enseñarles, diciendo: “Felices los que tienen alma de pobres, porque a ellos les pertenece el reino de los cielos. Felices los afligidos, porque serán consolados. Felices los pacientes, porque recibirán la tierra en herencia. Felices los que tienen hambre y sed de justicia, porque serán saciados. Felices los misericordiosos, porque obtendrán misericordia. Felices los que tienen el corazón puro, porque verán a Dios. Felices los que trabajan por la paz, porque serán llamados hijos de Dios. Felices los que son perseguidos por practicar la justicia, porque a ellos les pertenece el reino de los cielos. Felices ustedes, cuando sean insultados y perseguidos, y cuando se los calumnie en toda forma a causa de mí. Alégrense y regocíjense entonces, porque ustedes tendrán una gran recompensa en el cielo; de la misma manera persiguieron a los profetas que los precedieron”.
Palabra del Señor.


MEDITAMOS LA PALABRA DE DIOS.

Marcados por Dios

De unos años a esta parte es muy frecuente encontrarnos con mujeres y hombres que llevan un tatuaje, una marca, en su cuerpo. No es infrecuente que lo luzcan con orgullo. Unos se tatúan como signo de pertenencia a un grupo o comunidad particular, otros por fetichismo, hay quien lo hace por estética y algunos lo son porque lo fueron por sus padres. El tatuaje sobre el cuerpo es tan antiguo como la misma humanidad. Muchas tribus, incluso las que desconocen el vestido, tatúan su cuerpo para no sentirse desnudas ni desprotegidas o para diferenciarse de los animales.

Los cristianos estamos marcados no por un tatuaje, sino por el agua del bautismo y sellados por la fuerza del Espíritu Santo. Si por el Bautismo fuimos incorporados al Pueblo de Dios, hijas e hijos de Dios por adopción y hermanos los unos de los otros, no por la sangre y la carne, sino por voluntad divina, por la Confirmación hemos sido sellados y fortalecidos por el mismo Dios (Padre, Hijo y Espíritu Santo) para ser anunciadores y misioneros del Evangelio, de su gracia y su fuerza, a toda la creación. Sobre todo, es en la segunda lectura donde se insiste y abunda en esta idea: somos hijos de Dios no porque lo merezcamos, sino a causa de su amor para con todos nosotros. Dios no nos tiene en el abandono, su amor misericordioso hace que Él esté y permanezca unido a nosotros mismos. Así es nuestro Dios.

¿Cuál es el distintivo, la marca de Dios en nosotros? Las lecturas de este día lo apuntan: la inocencia, la pureza de corazón, el gozo, la alegría, la dicha y la certeza en la esperanza de un futuro donde han de reinar la paz, la justicia, el amor, el consuelo y la felicidad. Las cristianas y cristianos no somos seres ingenuos ni angelicales, somos gente de esperanza que aguardamos, preparamos y esperamos las promesas que el Señor nos ha hecho. Sabemos que el paso por este mundo que pasa es transitorio y relativo, que los sentidos nos engañan, que estamos sometidos a múltiples y diversas corrupciones, que estamos amenazados por el sufrimiento, el dolor o el desaliento y que solemos caminar en las sombras más de lo que estamos dispuestos a admitir; pero aunque todo eso lo sabemos, nuestra fe hace que nos podamos evadirnos de la realidad que nos circunda ni del tiempo ni del momento presente, antes, al contrario, estamos siempre impelidos a contemplar y transformar esta realidad desde los criterios del Evangelio teniendo siempre como telón de fondo las actitudes y sentimientos de Jesús. Para nosotros este mundo es el lugar donde ya empieza a manifestarse el Reino de Dios. Somos los seguidores de Jesús los que con el testimonio de toda nuestra vida estamos llamados a convertirnos en la sal de la vida y en la antorcha que ha de iluminar el nuevo mundo. Para esto fuimos marcados.

Jesús nos enseña

En este ser sal de la tierra y antorcha que ha de iluminar al mundo tenemos un modelo, un prototipo único: Jesús de Nazaret. Para nosotros, Jesús no es sólo una figura excepcional, es el Hijo de Dios, confesado como Señor. Jesús es el revelador auténtico de Dios. Sin la profunda convicción que Jesús es el Hijo de Dios y Dios mismo, nuestra fe cristiana no sería del todo auténtica. La vida de Jesús, sus dimensiones, sus actitudes, sus pasiones, sus opciones… no son indiferentes para nosotros. Como nos recuerda San Pablo en varios de sus escritos, cada uno tiene que llegar a ser ‘otro Cristo’, un revelador auténtico de Dios. El Dios creído y confesado por los cristianos no es un ser divino metafísico, una abstracción, es un Dios Encarnado, un Dios que por puro amor y misericordia hacia el género humano se ha hecho uno de los nuestros, semejante en todo a nosotros, menos en el pecado.

Jesús pasó por este mundo haciendo el bien, curando a los enfermos, sanando a los pecadores, consolando a los tristes, abatidos y afligidos, expulsando demonios, resucitando muerto y, sobre todo, llevando a los pobres la alegría y el gozo del Evangelio. La vida de Jesús no es indiferente para nosotros. Su misma vida, toda ella, se ha convertido en motivo de salvación. El Evangelio de esta solemnidad de todos los Santos es una muestra de ello. Quienes son los dichosos y los bienaventurados para Dios: los pobres, los sufridos, los que lloran, los que tienen hambre y sed, los misericordiosos, los limpios de corazón, los que trabajan por la paz, los perseguidos por ser justos, los que son insultados y vilipendiados por querer vivir con coherencia la fuerza del Evangelio. La lógica de Dios y del Reino de los cielos no es la lógica de los principios que rigen nuestro mundo donde son admirados y seguidos los triunfadores, los maestros, las estrellas, los exitosos, los ricos… Bien dice San Pablo que Dios ha escogido en este mundo a los que no cuentan, a los marginados, a los débiles, para confundir a los sabios, poderosos y entendidos. Dios nos quiere a todos por igual, pero al mismo tiempo nos quiere en la diversidad y en la diferencia. Esa es la verdadera alteridad.

Los Evangelios no son una biografía de Jesús. Son relatos, narraciones, de las primeras comunidades cristianas con el fin de ser ratificadas y fortalecidas en su fe en Cristo Jesús gracias al testimonio de los apóstoles y evangelizadores. En los Evangelios se nos conserva la memoria de Jesús, del Jesús recordado. El principal tesoro que las primitivas comunidades conservaban y transmitían era, justamente, la memoria de Jesús, muerto y resucitado, la memoria de su Espíritu que era quien edificaba la comunidad y quien la ponía en situación de misión. Ellas han sido las que nos han transmitidos las opciones fundamentales de Jesús, sus parábolas y milagros, su sensibilidad hacia los más indefensos y desprotegidos, al tiempo que fueron portavoces de sus enseñanzas fundamentales. Jesús, el Hijo de Dios, no fue indiferente al dolor ni al sufrimiento humano, Dios, a quien llamaba Abba, Padre, también tiene predilecciones, como la tienen las madres solícitas y misericordiosas por sus hijos e hijas más desvalidos. El cuidado de Dios alcanza a todos, pero en particular a los más pobres y desfavorecidos, hacia aquellos que se encuentran en estado de mayor vulnerabilidad, hacia los que, por distintas situaciones, son explotados o cuya dignidad se encuentra cuestionada. Dios no es un ser indiferente ni pasivo, es un sujeto activo que tiene sus predilectos en los que son pobres, sencillos e inocentes. Jesús es para nosotros referente y modelo de conducta.

Lo veremos tal cual es

Nuestra vida cristiana tiene un objetivo: ser santos; es decir, llegar a contemplar el rostro de Dios, verlo cara a cara. No sabemos cómo será, pero nuestra esperanza, alimentada por nuestra liturgia, es lo que sostiene. En el Salmo se expresa poéticamente como el deseo de habitar en el recinto sagrado. La persona religiosa, es decir, la persona que cree en la Trascendencia, la que sabe que hay un mundo superior y distinto a este que lo rodea, sólo desea habitar en el mundo donde Dios lo es y lo llena todo. La persona religiosa vive en este mundo, pero sabe que no es de este mundo, que es ciudadano del cielo, del lugar donde sólo Dios habita y basta. El santo, el bienaventurado, sólo vive de y para Dios, todo lo demás es secundario y relativo. El santo es aquel que está adornado de los atributos con los que sólo es posible estar ante Dios: los atributos de la santidad. Y, ¿cuáles son esos atributos, esos adornos, que hacen al creyente cristiano merecedor de la presencia y compañía de Dios? Las lecturas de hoy señalan los siguientes: la inocencia, la pureza de corazón, la constante acción de gracias, los que viven en esperanza en la alegría y gozo evangélico. Santos son los que ponen su total confianza en el Señor de la vida.

Uno de los misterios más íntimos y profundos de nuestra fe es el Misterio de la Encarnación del Hijo de Dios, la humanización de Dios. Por este Misterio, la vida del creyente queda, toda ella, injertada en la trama de la existencia humana. Una existencia no pocas veces precaria. Es en la vivencia de lo cotidiano donde se verifica nuestra adhesión al camino de seguimiento de Jesús. Los santos, la santidad, nos recuerdan que nuestros pensamientos, palabras y obras no son indiferentes en la vivencia de la fe, que en este caminar no estamos solos, que el camino cristiano ha sido recorrido por otras mujeres y hombres apasionados por Dios, que formamos parte de un pueblo que no conoce fronteras ni discriminaciones, que somos solidarios con toda la humanidad y con todos la creación, pues todo ha salido de las manos de Dios, que somos, por encima de todo, creación de Dios. Santo es aquel que, como Abraham, sale de la tierra de su mismidad y se pone en camino para el encuentro con el otro; santo es aquel que es capaz de despojarse de la túnica del yo egoísta y se agacha con actitud humilde a servir a Dios en las víctimas de la historia y de los sistemas injustos. Santos son los que están dispuestos a obedecer a Dios antes que a los hombres.

El santo, los santos, no trabajan de manera gratuita, esperan una recompensa: la de gozar de la dicha de la presencia del Señor por toda la eternidad. Nuestro mundo, al menos las grandes mayorías, cree poco o nada en la eternidad, se conforma y vive de lo efímero, del instante, de lo inmediato. Incluso muchos bautizados, y aún entre algunos ordenados y consagrados, se sonríen con incredulidad cuando oyen hablar que nuestra verdadera alegría está en la esperanza de ver y estar con el Señor en la eternidad, que es por ello por lo que trabajamos y nos afanamos cada día, que nuestra recompensa definitiva no está en este mundo ni en lo que los hombres, siempre pecadores, pueden ofrecernos como garantía de felicidad. No llegan a entender que la verdadera felicidad del creyente consiste en servir a Dios en este mundo por medio de sus criaturas y que en este servicio se produce la verdadera y auténtica alabanza. Porque está destinado a ver a Dios, para el santo nada de lo humano le es ajeno.

Roguemos a Dios en esta solemnidad de todos los Santos que cada uno de nosotros seamos fortalecidos por la Palabra de Dios, que a ejemplo de todos aquellos que hicieron de su vida ícono del Dios vivo y verdadero, también nosotros, en el momento presente, sigamos sus huellas en la firme esperanza de poder descansar con Él por toda la eternidad. ¡Alabemos al Señor!


ESTUDIO BÍBLICO.

Saber ser hijos de Dios como programa de santidad

La liturgia de este día nos brinda la celebración de una de las fiestas más populares y entrañables: la festividad de todos los Santos y , a la vez, la ocasión para reconsiderar nuestra vida cristiana mirando hacia adelante, hacia el final de la historia de cada uno y de la humanidad.

I Lectura: Apocalipsis (7,2-4.9-14):El canto de los redimidos

I.1. En la primera lectura, en dos visiones, se nos muestra la apertura del misterio de la historia con la visión del ángel que trae el sello para guardar a aquellos que deben ser liberados de la destrucción. El libro del Apocalipsis, como sucede en la literatura de este tipo, literatura religiosa por excelencia, pero radicalmente mítica, necesita ser interpretado con la riqueza de los símbolos. Este tipo de literatura se produce en tiempos de crisis y debemos estar atentos a no confundir simbolismo con realidad. El sello sobre los siervos de Dios sella su pertenencia a El y, por lo mismo, la garantía de ser salvados.- La visión de la multitud inmensa, incontable, es un paso más en este simbolismo y probablemente propone algo que se relaciona con las diferencias entre el Antiguo y el Nuevo Testamento, entre la antigua y la nueva Alianza. Por eso se dice que, si en la primera visión se habla 144.000, era para hablar del pueblo de la Antigua Alianza, mientras que el “número incontable” representa al nuevo pueblo de Dios que ha ganado Cristo, el Cordero sacrificado, con su sangre. Los ángeles, los mensajeros de Dios, realizan sus planes del juicio y de salvación. Por eso, cuatro de ellos están en los cuatro puntos cardinales, dispuestos a desencadenar los vientos que destruyan el mal de la historia; pero de Oriente llega otro mensajero (donde nace el Sol: Dios), que trae la gran noticia, de que antes deben poner un señal en las puertas como sucedió a los israelitas en el momento de la Pascua de Egipto. Estamos, pues, ante una famosa liturgia Pascual, del día del Señor, en la que el autor nos ha querido situar al principio de su obra.

I.2. En el texto se nos quiere hablar de mártires, pero también de todos aquellos que han pasado por la tribulación de la historia, se han lavado en el bautismo, en nombre de Jesucristo, en el misterio Pascual...y están ante el trono de Dios. Las palmas, en la antigüedad, son signo de los vencedores. Y, aunque pudiera centrarse en los que han sido martirizados y han vencido por el martirio, no se puede pensar que todos son mártires. Por eso, más bien se trata de una palma para alabar a Dios y a Cristo que son los auténticos vencedores de la historia. El tema que se propone es el de la salvación (aparece aquí y en Ap 12,10 y 19,1). Se insinúa algo de los Salmos 118,25, 3,9. El sentido es que Dios ha liberado a los hombres del poder del mal, representado en el Imperio, como Satanás y como la gran prostituta en las otras dos citas que hemos mencionado. La victoria, pues, de los hombres y de los mártires pertenece muy especialmente al Cordero, quien ha dado su vida precisamente para que sea vencido el poder de los hombres que engendra el odio y la muerte.

I.3. Pero la “palma” se la lleva el himno que es una confesión de fe: la salvación se debe a Dios y al Cordero. La salvación, la liberación... no dependen de los hombres, sino que es una gracia de Dios que ellos han acogido y se han mantenido fieles a la fuerza salvífica del amor crucificado, de la Pascua. Por eso lo proclaman en la liturgia celeste. Y entonces, toda la asamblea celeste (ángeles, ancianos y vivientes), se prosternan ante Dios y lo adoran cantando: Amen… Bendición y gloria, sabiduría y acción de gracias, honor, poder y fortaleza a nuestro Dios por los siglos de los siglos. Amen (v. 12). Los que han muerto fieles a Dios y a Cristo, bien en el martirio, bien en su fidelidad a la fe cristiana centrada en el misterio Pascual, han pasado por la tribulación de la historia, donde reina el poder del mal. Pero ahora gozan de la fidelidad eterna, aunque hayan pasado por la muerte. Lavar sus vestiduras en la sangre del Cordero es una teología bautismal, también eucarística, inspirada en algunos textos del AT (Ex 19,10.14).

I.4. La muerte y la resurrección de Cristo son el punto clave de la teología del bautismo y de la eucaristía. La imagen que se ha escogido para expresar la felicidad es que están ante el trono: y Dios los cobija en su tienda, la shekiná, la presencia de Dios, como Jn 1,14 había escogido para expresar el misterio de la encarnación. Ahora es cuando se cumple la profecía del Enmanuel verdaderamente, porque Dios estará con los resucitados para siempre. No tendrán más hambre, ni tendrán más sed: expresiones de debilidad, de necesidad; ni caerá sobre ellos el sol, como si estuvieran en el desierto, porque Dios mismo es la razón de su existencia. Y Cristo, el Cordero, será el que apaciente a su pueblo, será pastor siendo Cordero, para llevarlos a las fuentes de agua viva. Efectivamente, los vv. 15-17 son las imágenes escogidas por el autor del Ap para hablar de la vida futura, escatológica, de la victoria sobre la muerte según muchas expresiones que podemos encontrar en los textos del AT (v.g. Is 25, 8) y de la teología joánica (Jn 4,14; 7,38), que son las fuentes de la revelación.

II Lectura: I de Juan (3,1-3): La imagen de hijos de Dios

II.1. Este texto es una teología sobre la vida cristiana que se representa bajo la imagen y la experiencia de “ser hijos de Dios”. Se trata de una alta teología como corresponde al círculo de las comunidades cristianas de Juan, tanto del evangelio como de las cartas. Y en este marco teológico deberíamos pensar que, precisamente el misterio de la santidad que hoy se celebra hace referencia directa a que lo más importante de la vida cristiana es ser, y no perder, la imagen de hijos de Dios.

II.2. Si el título cristológico más coherente de la teología joánica, justamente, es lo que afecta a la filiación divina de Jesús, también para sus seguidores debe existir una posibilidad de vivir en el ámbito de las relaciones entre el Padre y el Hijo. Por ello se dice que seremos semejantes a Él. Muchos santos ,desconocidos para nosotros, lo son porque han sabido guardar sencillamente la imagen de hijos de Dios en sus vidas. Por eso, la expresión “veremos a Dios tal cual es” viene a ser una de las afirmaciones más teológicas. El misterio de Dios se hará luz y “hijos de Dios” no tendremos miedo de contemplar el “rostro” de Dios, la intimidad de Dios, la misericordia de Dios. Para eso se nos ha creado y para eso hemos nacido. ¡Vivamos con esperanza!

Evangelio: Mateo (5,1-12): Las opciones del Reino

III.1. El evangelio de esta fiesta es ya proverbial; se trata de las bienaventuranzas de Mateo, cuyo texto, además, tiene la solemnidad de una proclamación, sobre un monte (de ahí el Sermón de la Montaña en que está contextualizado), y para toda la multitud, como sería la multitud incontable del texto de Apocalipsis (primera lectura). Es la carta magna del discipulado, de la vida cristiana, del seguimiento de Jesús, de la salvación futura. Las bienaventuranzas son creativas, no cuantitativas. Son los puntos más determinantes con los cuales Jesús ha pretendido una nueva humanidad, un nuevo pueblo. No se trata de proponer algo exótico, mágico o taumatúrgico, sino algo bien humano. No obstante, es verdad que se plantea un auténtico esfuerzo por conquistar la gloria, la libertad y la paz. Se propone la pobreza que libera el corazón de muchas ataduras, la misericordia que introduce en las relaciones humanas la benevolencia y el perdón, la limpieza de corazón para juzgar y ser juzgados, la lucha por la justicia, porque Dios es justo. Se proclaman bienaventurados por haber elegido lo que el mundo no elige, simplemente porque odia; por haberse decidido por el sentido mejor de la vida. Se trata de una posibilidad de santidad que se debe vivir ya desde ahora, aquí en nuestra historia; no queda para después de que todo haya acabado.

III.2. Se ha insistido mucho en los aspectos literarios y exegéticos de las bienaventuranzas de Mateo (5,1-12) y de Lucas (6,20-22) sobre el tenor original, es decir, aquellas que están más cerca de las palabras de Jesús. Sin duda, todo tiene su sentido, pero quedan muchas preguntas sobre la mesa, porque se permiten diferentes interpretaciones. El texto original que se tomó del texto de Q (sea simplemente Documento o Evangelio como algunos defienden hoy) podría estar bien representado en Lucas, pero no es algo absoluto. Sabemos que las bienaventuranzas tienen un ámbito muy coherente en la literatura sapiencial, la que enseña a vivir, a comportarse, a elegir lo que da o no da sentido a la vida. La propuesta de Jesús, por lo tanto, no está lejos de este contexto sapiencial: con las bienaventuranzas Jesús quiere proclamar el Reino de Dios y quiere enseñar a vivir en ese Reino al que dedica su vida. Son expresiones que nos muestran a un Jesús “profeta escatológico” (no necesariamente apocalíptico), que quería anunciar lo que debería cambiar esta historia.

III.3. Algunos especialistas han hecho una traducción sobre las bienaventuranzas en las que siempre es determinante el verbo “elegir”. Considero que puede ser discutible, pero es esclarecedor. Eso significa que proclamar bienaventurado (makários) a alguien no es porque sí, por su cara bonita, porque es un desgraciado o porque es o ha nacido en esta o aquella situación. En las bienaventuranzas, por su tono sapiencial, son muy importante las opciones: elegir ser pobre y no rico en este mundo; elegir la justicia y no otra cosa; elegir la paz. Aquí están representados los valores del reino, los valores de la vida ante Dios. Esto, independientemente de las bienaventuranzas auténticas de Jesús o las añadidas por la tradición catequética de la comunidad de Mateo. Es verdad que el término “elegir” no está en el texto, pero lo implica necesariamente. ¿Por qué? Porque no se trata de una proclamación sin contar con la voluntad soberana del hombre que vive y hace la historia.

III.4. Un factor muy importante de lectura e interpretación sería hacer el intento de traducir a un lenguaje de hoy el texto de las bienaventuranzas; teniendo en cuenta ese sentido sapiencial del que hemos hablado y esa “opción” o “elección” que hemos planteado como necesaria. Debemos conservar las palabras del evangelio, de Mateo o de Lucas, si es posible en su tenor y en su sentido original. Pero hoy debemos enriquecer nuestra comprensión de las mismas con el “espíritu” que emana de ellas. Es como cuando hemos vivido y atravesado un puente romano durante todo la vida, pero ahora, sin destruir ese puente, porque la ciudad ha crecido, hacemos uno nuevo, con tecnología punta. Subsisten los dos, pero quizás por el romano no pueden pasar todos los vehículos pesados de hoy. Los limpios de corazón, por ejemplo, son dichosos porque están abiertos a los demás y los valoran como hijos de Dios. Es decir, seamos creativos y proféticos al interpretar las bienaventuranzas del Reino. (Fray Miguel de Burgos Núñez, O. P.).



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