“Maestro, que pueda ver”
Las lecturas de este domingo giran en
torno a la salvación. Comenzamos escuchando un pequeño fragmento de los
oráculos del profeta Jeremías. Es un mensaje para la porción del Pueblo de
Israel que vive desterrada en el extranjero. Para ellos tiene palabras de
consuelo y esperanza.
En el salmo 125 el salmista da gracias a
Dios porque ha cambiado la suerte de su pueblo, el cual está contento y feliz
por todo el bien que Él le ha hecho.
El autor de la carta a los Hebreos nos
dice que Jesús, como sumo sacerdote, puede ejercer su labor de mediación
salvadora ante el Padre porque Él mismo le ha llamado para ello.
Y en el Evangelio según san Marcos hemos
escuchado el pasaje de la curación de Bartimeo, el ciego de Jericó, alguien a
quien Jesús hace feliz curándole y, sobre todo, transformando totalmente la
vida.
DIOS NOS HABLA. ESCUCHAMOS SU PALABRA.
I
LECTURA
Una
gran asamblea se reúne desde los confines de la tierra. Dios ha abierto y ha
allanado el camino para que sea posible el encuentro. Todo se convierte de
lejanía en cercanía, de tristeza en gozo. Así se renueva la vida cuando llega
la salvación.
Lectura
del libro de Jeremías 31, 7-9
Así habla el Señor: ¡Griten jubilosos
por Jacob, aclamen a la primera de las naciones! Háganse oír, alaben y digan:
“¡El Señor ha salvado a su pueblo, al resto de Israel!”. Yo los hago venir del
país del Norte y los reúno desde los extremos de la tierra; hay entre ellos
ciegos y lisiados, mujeres embarazadas y parturientas: ¡es una gran asamblea la
que vuelve aquí! Habían partido llorando, pero yo los traigo llenos de
consuelo; los conduciré a los torrentes de agua por un camino llano, donde
ellos no tropezarán. Porque yo soy un padre para Israel y Efraím es mi
primogénito.
Palabra de Dios.
Salmo
125, 1-6
R.
¡Grandes cosas hizo el Señor por nosotros!
Cuando el Señor cambió la suerte de
Sión, nos parecía que soñábamos: nuestra boca se llenó de risas y nuestros
labios, de canciones. R.
Hasta los mismos paganos decían: “¡El
Señor hizo por ellos grandes cosas!”. ¡Grandes cosas hizo el Señor por nosotros
y estamos rebosantes de alegría! R.
¡Cambia, Señor, nuestra suerte como los
torrentes del Négueb! Los que siembran entre lágrimas cosecharán entre
canciones. R.
El sembrador va llorando cuando esparce
la semilla, pero vuelve cantando cuando trae las gavillas. R.
II
Lectura
Este
párrafo describe claramente cuáles eran las funciones de un sacerdote judío en
el templo de Jerusalén: interceder y ofrecer sacrificios. Por entonces, sólo
podían ejercer esa profesión los descendientes de la familia de Aarón, porque
los sacerdotes se casaban y el puesto pasaba de padres a hijos. Jesucristo, que
no provenía de familia sacerdotal, fue el sacerdote que intercedió por nosotros
ante Dios con su vida y su muerte. Esa fue su mayor ofrenda de amor.
Lectura
de la carta a los Hebreos 5, 1-6
Hermanos: Todo Sumo Sacerdote del culto
antiguo es tomado de entre los hombres y puesto para intervenir en favor de los
hombres en todo aquello que se refiere al servicio de Dios, a fin de ofrecer
dones y sacrificios por los pecados. Él puede mostrarse indulgente con los que
pecan por ignorancia y con los descarriados, porque él mismo está sujeto a la
debilidad humana. Por eso debe ofrecer sacrificios, no solamente por los
pecados del pueblo, sino también por sus propios pecados. Y nadie se arroga
esta dignidad, si no es llamado por Dios como lo fue Aarón. Por eso, Cristo no
se atribuyó a sí mismo la gloria de ser Sumo Sacerdote, sino que la recibió de
Aquel que le dijo: “Tú eres mi Hijo, yo te he engendrado hoy”. Como también
dice en otro lugar: “Tú eres sacerdote para siempre, según el orden de
Melquisedec”.
Palabra de Dios.
ALELUYA Cf. 2Tim 1, 10
Aleluya. Nuestro Salvador Jesucristo
destruyó la muerte e hizo brillar la vida, mediante la Buena Noticia. Aleluya.
EVANGELIO
Jesús
estaba en camino. Y Bartimeo estaba al costado del camino, ciego y solo. Sin
embargo, Bartimeo llegó a percibir que por allí estaba pasando la salvación, y
por eso gritó. Todo en él brota como vida nueva: salta, tira el manto y se
acerca. Y se convirtió también él en caminante, tras las huellas de Jesús.
Ì Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san
Marcos 10, 46-52
Cuando Jesús salía de Jericó, acompañado
de sus discípulos y de una gran multitud, el hijo de Timeo –Bartimeo, un
mendigo ciego– estaba sentado junto al camino. Al enterarse de que pasaba
Jesús, el Nazareno, se puso a gritar: “¡Jesús, Hijo de David, ten piedad de
mí!”. Muchos lo reprendían para que se callara, pero él gritaba más fuerte:
“¡Hijo de David, ten piedad de mí!”. Jesús se detuvo y dijo: “Llámenlo”.
Entonces llamaron al ciego y le dijeron: “¡Ánimo, levántate! Él te llama”. Y el
ciego, arrojando su manto, se puso de pie de un salto y fue hacia él. Jesús le
preguntó: “¿Qué quieres que haga por ti?”. Él le respondió: “Maestro, que yo
pueda ver”. Jesús le dijo: “Vete, tu fe te ha salvado”. En seguida comenzó a
ver y lo siguió por el camino.
Palabra del Señor.
MEDITAMOS LA PALABRA DE DIOS.
Cuando en los Evangelios se da el nombre
de un personaje al que Jesús hace el bien, es porque, con mucha probabilidad,
esa persona pasó a formar parte de una comunidad cristiana. Por eso el
evangelista conoce su nombre. Hay un conocido personaje de Jericó que se
convirtió en discípulo de Jesús: el publicano Zaqueo (cf. Lc 19,1-10). Él se
subió a un árbol para poder contemplar a Jesús. Y Éste le vio, fue a comer a su
casa y le salvó de su vida de pecado.
Pues bien, el pasaje de hoy nos habla de
otra conversión que tuvo lugar en Jericó. Es la del ciego Bartimeo, quien, como
Zaqueo, también quería conocer a Jesús. Pero, en este caso, no se subió a un
árbol, sino que se puso a vocear con todas sus fuerzas para llamar la atención.
Y lo consiguió: Jesús, que estaba saliendo de la ciudad, se paró y pidió a sus
discípulos que le trajeran a esta persona. Efectivamente, era tal el griterío
de Bartimeo, que Jesús se dio cuenta de que estaba realmente interesado por
verle, más aún, que estaba desesperado. Por eso le llamó.
Y entonces Bartimeo hace una cosa muy
importante: «soltó el manto», que, probablemente, era casi lo único que poseía.
Es decir, no tuvo reparos en quedarse sin nada para poder ver a Jesús. Y Él
también se dio cuenta de eso. Jesús vio que Bartimeo fue capaz de desprenderse
de todo con tal de verle. Tanto sus desesperadas voces como su desprendimiento
radical hicieron ver a Jesús que ese pobre ciego creía en Él muy firmemente:
Bartimeo no quería verle por mero capricho o buscando simplemente su curación.
Jesús sabía que él buscaba algo mucho más importante, algo que sólo Dios le
podía dar.
Por eso dice Jesús a sus discípulos:
«llamadlo». No dice: «traedlo» o «buscadlo». El término «llamar» tiene un
significado muy concreto en los Evangelios: Jesús nos llama a ser discípulos
suyos, nos llama a formar parte de su Iglesia. Jesús no quiere limitarse a
curar la ceguera de Bartimeo, quiere sacarle de su vida sin sentido para
introducirle en un mundo nuevo: el Reino de Dios.
Y cuando llevan a Bartimeo ante Jesús,
Éste le hace una pregunta: «¿Qué quieres que haga por ti?». Parece una
obviedad: ¿qué otra cosa va a querer si no que le cure? Pero hay que tener en
cuenta algo: la ceguera era una enfermedad maldita en aquella sociedad, porque
pensaban que los ciegos habían sido castigados por Dios. Por eso, reconocer
públicamente que uno es ciego, es reconocer que es un notorio pecador. Y es ahí
a donde Jesús quería ir. Curarle la ceguera a Bartimeo no era más que una
excusa para darle lo que realmente deseaba: la salvación. Entonces, Bartimeo,
humildemente reconoce que está ciego y le dice: «Maestro, que pueda ver».
Jesús conocía la fe Bartimeo, pues había
visto la desesperación con la que le llamó a gritos, le decisión con la que
dejó su manto tirado en el suelo, la docilidad con la siguió a sus discípulos y
la humildad con la que reconoció públicamente su ceguera. Por eso le dice:
«Anda, tu fe te ha curado». La vida de Bartimeo había quedado paralizada no
sólo por su ceguera, sino sobre todo por su conciencia de pecado. Bartimeo
pensaba que había sido maldecido por Dios, y no había nada peor que le pudiera
pasar a un judío. Por eso Jesús le dice: «anda», es decir, «vuelve a caminar
normalmente en la vida, eres una persona querida por Dios».
Y acaba este pasaje diciendo: «Y al
momento recobró la vista y lo seguía por el camino». En efecto, Bartimeo se
convirtió en discípulo de Jesús y, más tarde, pasó a ser un conocido cristiano,
pues su historia de conversión corrió de boca en boca por las primeras
comunidades cristianas, llegando a oídos de los evangelistas, los cuales,
inspirados por el Espíritu Santo, la incluyeron en los textos evangélicos.
Este pasaje nos deja varias
interrogantes importantes para que recapacitemos y hagamos un examen de nuestra
fe: ¿buscamos nosotros a Jesús con el ansia de este pobre ciego?, ¿somos
capaces de dejarlo todo por ir al encuentro de Jesús?, ¿nos sentimos realmente
llamados por Él? Y, lo más significativo de este pasaje: si Jesús nos
preguntase qué queremos que haga por nosotros, ¿qué le diríamos? Bartimeo tenía
muy claro qué era lo que más necesitaba. ¿Somos conscientes de lo que realmente
necesitamos para salvarnos?
Hermanos, este pasaje toca lo más hondo
de nuestra persona. Todos, de algún modo, estamos «ciegos». En todos nosotros
hay algo que nos impide estar a bien con Dios. Todos necesitamos que Jesús nos
ayude a convertirnos interiormente, es decir, a madurar espiritualmente.
Pidámosle el valor y la humildad necesarios para decirle: «Maestro, que pueda
ver».
ESTUDIO BÍBLICO.
¡Maestro, que pueda ver!
El milagro de la fe
I
Lectura: Jeremías (31,7-9): En las manos de Dios, que es Padre
I.1. Esta lectura, de profeta Jeremías,
nos ofrece un mensaje de salvación que es digno de resaltar, ya que a este
profeta le tocó vivir la tragedia más grande de su pueblo: el destierro de
Babilonia. El destierro y su vuelta es semejante al éxodo. El destierro ha
marcado a Israel casi como el éxodo. En realidad estos veros que hoy leemos no
los podríamos clasificar de fáciles. Se habla ¿a Israel o a Judá? ¿Son de
Jeremías o de sus discípulos? La vuelta se describe no solamente como posesión
de la tierra, sino también como nueve hermanamiento de los del norte y los del
sur, de Israel y Judá. Es un retorno idílico, utópico que solamente está en las
manos de Dios. Para un profeta verdadero toda la historia está en las manos de
Dios y el pueblo debe estar abierto a las mejores sorpresas.
I.2. Jeremías fue un profeta crítico,
radical, pero en este caso saca de su corazón la mejor inspiración para poner
de manifiesto que de un «resto», de lo que es insignificante, puede resurgir la
esperanza, e incluso el antiguo pueblo del norte, Israel, volverá a unirse al
del sur, Judá, para juntos emprender un marcha hacia la fuente de agua viva,
que es Dios. Desde los cuatro puntos cardinales afluirán hacia una gran
asamblea (que no se dice dónde), en la que caben ciegos, cojos, mujeres
encinta; es decir, todos están llamados a la esperanza. ¿Por qué? La razón de
este oráculo la encontramos al final: porque Dios es un Padre. Esta será
también la teología de Jesús. Dios está cerca de los suyos como un padre, algo
a lo que no se había atrevido la teología oficial judía. Y la verdad es que
mientras no experimentemos a Dios como un padre y como una madre, no
entenderemos que creer en Dios tiene sentido eterno.
II
Lectura: Hebreos (5,1-6): Solidaridad sacerdotal de Jesús
II.1. La carta a los Hebreos sigue
ofreciéndonos la teología de Jesucristo como sumo sacerdote, que es uno de los
temas claves de esta carta. Como sacerdote debe ser sacado de entre los
hombres. No comienza siendo sacerdote “desde el cielo”, sino desde la tierra, desde
lo humano. Y además, este sacerdote “humano”, para introducirnos en lo
“divino”, no ofrece cosas extrañas o externas a él, sino su propia vida como
“expiación” porque se siente compasivo con sus hermanos y los pecados del
pueblo. Es un lenguaje sacrificial, imprescindible para aquella mentalidad,
pero que va más allá de lo puramente sacrificial o ritual. En su vida
sacerdotal, Jesús, no necesito más que su propia vida para ofrecerla a Dios.
Esta es la verdadera solidaridad con sus hermanos los hombres.
II.2. En la lectura de hoy, pues, se
resalta especialmente que este sacerdote está «entre los hombres», no está
alejado de nosotros. Y aquí es donde Jesús es único, porque sabemos que entre
los hombres se viven las miserias de pecado. Y está ahí, justamente, para
intervenir en favor nuestro, nunca estará contra nosotros. Está ahí para
disculparnos, para explicar nuestras debilidades, para defendernos contra toda
arrogancia. Estando entre nosotros, percibe mejor que nadie que muchas veces
nos equivocamos por ignorancia o por debilidad. Esta tarea de Cristo como Sumo
Sacerdote viene a poner de manifiesto que no era así en las instituciones del
pueblo judío y que los sacerdotes hicieron todo más difícil para el pueblo
alejándose de él. Sabemos que los sacrificios son signos y símbolos de lo que
se busca y de lo que se tiene en el corazón, y es ello lo que Jesús (que recibe
esta misión de Dios) realiza ante Dios por nosotros.
III.
Evangelio: Marcos (10,46-52): El seguimiento y la fe de un ciego
III.1. En el evangelio de hoy, Marcos
nos relata la última escena de Jesús en su camino hacia Jerusalén. Se sitúa en
Jericó, la ciudad desde la que se subía a la ciudad santa en el peregrinar de
los que venían desde Galilea. Jesús se encuentra al borde del camino a un
ciego. Por razones que se explican, incluso ecológicamente, los ciegos
abundaban en aquella zona. Está al borde del camino, marginado de la sociedad,
como correspondía a todos los que padecían alguna tara física. Pero su ceguera
representa, a la vez, una ceguera más profunda que afectaba a muchos de los que
estaban e iban tras Jesús porque realizaba cosas extraordinarias. El camino de
Jesús hasta Jerusalén es muy importante en todos los evangelios (más en Lucas).
En ese camino encontrará mucho gente. Los ciegos no tienen camino, sino que
están fuera de él. Jesús, pues, le ofrecerá esa alternativa: un camino, una
salida, un cambio de situación social y espiritual.
III.2. El gesto del ciego que abandona
su manto y su bastón, donde se apoyaba hasta entonces su vida, contrasta con la
fuerza que le impulsa a “ir a Jesús” que le llama. ¿Por qué le “llamó” Jesús y
no se acerca él hasta el ciego? La misma gente vuelve a repetirle: él te llama.
Las palabras y los gestos simbólicos de la narración hay que valorarlos en su
justa medida. Diríamos que hoy en el texto son más importantes de lo que parece
a primera vista. Jesús “le llama”. La llamada de Jesús, al que el ciego interpela
como “hijo de David” tiene mucho trasfondo. Jesús ha llamado a seguirle a
varias personas; ahora “llama” a un ciego para que se acerque. No le llama
aparentemente para seguirle, sino para curarle, pero la curación verdadera será
el “seguirle” camino de Jerusalén, en una actitud distinta de los mismos
discípulos que habían discutido por el camino “quién es el mayor”. El ciego no
estará preocupado por ello. De ahí que la escena del ciego Bartimeo en este
momento, antes de subir a Jerusalén, donde se juega su vida, es muy
significativa.
III.3. La insistencia del ciego en
llamar a Jesús muestra que lo necesita de verdad y lo quiere seguir desde una
profundidad que no es normal entre la multitud. Jesús le pide que se acerque,
le toca, lo trata con benevolencia; entonces su ceguera se enciende a un mundo
de fe y de esperanza. Después no se queda al margen, ni se marcha a Jericó, ni
se encierra en su alegría de haber recuperado la vista, sino que se decide a
seguir a Jesús; esto es lo decisivo del relato. En el evangelio de Marcos el
camino que le lleva a Jerusalén le conducirá necesariamente hasta la muerte. La
vista recuperada le hace ver un Dios nuevo, capaz de iluminar su corazón y
seguir a Jesús hasta donde sea necesario. Vemos, pues, que un relato de milagro
no queda solamente en eso, sino que se convierte en una narración que nos
introduce en el momento más importante de la vida de Jesús: su pasión y muerte
en Jerusalén. (Fray Miguel de Burgos Núñez, O. P.).
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