“El que quiera ser grande, sea vuestro
servidor”
Aunque este imponderable regalo salió
bueno de las manos de Dios, de hecho, la Creación entera se ve sometida al
sufrimiento, manifestado, entre otros modos, por medio de un gemido intenso,
que percibía con lucidez san Pablo (Rm 8, 22). Una diversidad de dolor aflige
especialmente a los animados y, señaladamente, a los humanos. El Mesías que
presenta hoy el profeta Isaías está todo él embebido en el sufrimiento,
aquejado por «fatigas del alma» y dañado por las más variadas dolencias. Pleno
de dolor y, sin embargo, lo asume y acepta libremente (Is 53, 4).
Inmerso ya el «Deseado de las naciones»
en la historia de la humanidad, declara a Santiago y Juan su soberana
disponibilidad para «beber el cáliz» (Mc 10, 35). Previamente, había expresado
ya a todos los apóstoles el alcance de tal imagen: «El Hijo del hombre será
entregado… lo condenarán a muerte y entregarán a los gentiles» (Mc 10, 33).
La Creación, los individuos, el Mesías
ya encarnado, sus seguidores… ¡Todos aquejados por los padecimientos! ¿Qué
sentido tiene? ¿Existe una vía de salida para este misterio, también en el
momento actual?
Hoy la Palabra de Dios invita y sostiene
en un empeño orientado a encontrar respuestas para semejantes interrogantes. La
fe sigue acompañando, para que pueda sobrepasarse lo puramente razonable.
DIOS NOS HABLA. ESCUCHAMOS SU PALABRA.
I
LECTURA
Estos
versículos forman parte de uno de los cuatro “Cánticos del Servidor de Yavé”
que se encuentran en el libro del profeta Isaías. El servidor acepta dar
sentido a su sufrimiento y convertirlo en ofrenda. De este sufrimiento, Dios es
capaz de hacer surgir vida y exaltación.
Lectura
del libro de Isaías 53, 10-11
El Señor quiso aplastarlo con el
sufrimiento. Si ofrece su vida en sacrificio de reparación, verá su
descendencia, prolongará sus días, y la voluntad del Señor se cumplirá por
medio de él. A causa de tantas fatigas, él verá la luz y, al saberlo, quedará saciado.
Mi Servidor justo justificará a muchos y cargará sobre sí las faltas de ellos.
Palabra de Dios.
Salmo
32, 4-5. 18-20. 22
R.
Señor, que descienda tu amor sobre nosotros.
La palabra del Señor es recta y él obra
siempre con lealtad; él ama la justicia y el derecho, y la tierra está llena de
su amor. R.
Los ojos del Señor están fijos sobre sus
fieles, sobre los que esperan en su misericordia, para librar sus vidas de la
muerte y sustentarlos en el tiempo de indigencia. R.
Nuestra alma espera en el Señor: Él es
nuestra ayuda y nuestro escudo. Señor, que tu amor descienda sobre nosotros,
conforme a la esperanza que tenemos en ti. R.
II
LECTURA
“La
carta presenta la solidaridad de Cristo con los hombres. Ningún ser humano
puede sentirse oprimido por una situación dolorosa sin encontrar al mismo
tiempo a Cristo a su lado. Lejos de abrir un foso entre Cristo y nosotros,
nuestras pruebas y debilidades se han convertido en el lugar privilegiado de
nuestro encuentro con él, y no solamente con él, sino con Dios mismo, gracias a
Cristo”.
Lectura
de la carta a los Hebreos 4, 14-16
Hermanos: Ya que tenemos en Jesús, el
Hijo de Dios, un Sumo Sacerdote insigne que penetró en el cielo, permanezcamos
firmes en la confesión de nuestra fe. Porque no tenemos un Sumo Sacerdote
incapaz de compadecerse de nuestras debilidades; al contrario, él fue sometido
a las mismas pruebas que nosotros, a excepción del pecado. Vayamos, entonces,
confiadamente al trono de la gracia, a fin de obtener misericordia y alcanzar
la gracia de un auxilio oportuno.
Palabra de Dios.
ALELUYA Mc 10, 45
Aleluya. El Hijo del hombre vino para
servir y dar su vida en rescate por una multitud. Aleluya.
EVANGELIO
Los
discípulos de Jesús estamos embotados por los criterios de éxito de este mundo.
Por eso queremos privilegios que nos aseguren un lugar destacado. Jesús, el
servidor sufriente, nos instruye sobre el único modo de ser parte del Reino de
Dios: sirviendo, dando vida y aceptando el sufrimiento que este servicio lleva
implícito.
Ì Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san
Marcos 10, 35-45
Santiago y Juan, los hijos de Zebedeo,
se acercaron a Jesús y le dijeron: “Maestro, queremos que nos concedas lo que
te vamos a pedir”. Él les respondió: “¿Qué quieren que haga por ustedes?”.
Ellos le dijeron: “Concédenos sentarnos uno a tu derecha y el otro a tu
izquierda, cuando estés en tu gloria”. Jesús les dijo: “No saben lo que piden.
¿Pueden beber el cáliz que yo beberé y recibir el bautismo que yo recibiré?”.
“Podemos”, le respondieron. Entonces Jesús agregó: “Ustedes beberán el cáliz
que yo beberé y recibirán el mismo bautismo que yo. En cuanto a sentarse a mi
derecha o a mi izquierda, no me toca a mí concederlo, sino que esos puestos son
para quienes han sido destinados”. Los otros diez, que habían oído a Santiago y
a Juan, se indignaron contra ellos. Jesús los llamó y les dijo: “Ustedes saben
que aquellos a quienes se considera gobernantes, dominan a las naciones como si
fueran sus dueños, y los poderosos les hacen sentir su autoridad. Entre ustedes
no debe suceder así. Al contrario, el que quiera ser grande, que se haga
servidor de ustedes; y el que quiera ser el primero, que se haga servidor de
todos. Porque el mismo Hijo del hombre no vino para ser servido, sino para
servir y dar su vida en rescate por una multitud”.
Palabra del Señor.
El enigma del dolor, con todas sus
aristas bien penosas, no se encuentra de tal modo sellado, que resulte
imposible adentrarse en él, para encontrarle un sentido. Lo aclaran los textos
del presente domingo, a partir ya del anuncio mesiánico que ofrece Isaías en la
primera lectura (Is 53, 1-11). Es verdad que la oferta plena se halla en la
consideración del comportamiento y palabras de Jesús.
En el breve fragmento del profeta se
advierte que la aflicción —que carga sobre la humanidad del Mesías— no tiene la
última palabra, ni será capaz de cerrar el curso de la historia o acabar con la
estirpe humana. No deshará tampoco los planes de Dios. El horizonte, lejos de
cerrarse inexorablemente, se amplía. El Redentor, todavía prometido, se
presenta con plena voluntad para entregarse a sí mismo en expiación y así
remover lo que es causa y raíz de los desajustes. La reparación por el pecado
no podrá realizarla sino el Mesías ya encarnado, plenamente Dios y plenamente
hombre, «entero en lo suyo y entero en lo nuestro», como escribía san León
Magno hacia mediados del siglo V. La expiación nunca pudo hacerse, sino por Cristo,
el Cordero que quita el pecado del mundo (Jn 1, 29), como lo manifiesta con
fuerza santo Tomás (Suma de Teología I-II, q. 103, a. 2, c). Es el siervo
anunciado que justificara a muchos cargando con sus culpas.
La presencia de Jesús en la historia,
confirma lo anunciado también por el Salmo responsorial (Sal 33, 5, 18-23). Se
pone de parte de la justicia y el derecho, revela el amor de Dios del que está
llena la tierra, se muestra totalmente volcado hacia los que esperan en él.
Sostiene en lo penoso de la vida y salva de la muerte. Es socorro y escudo para
quien pone en él la esperanza.
Los apóstoles fueron conscientes de sus
límites y, a la par, del poder, grandeza y gloria que asistía a Jesús. Algo que
se necesita siempre para enfilar la senda de la salvación. Lo encuentran
indefectiblemente de cara, atento, sensible y comprensivo a sus súplicas.
También optimista, con relación a las posibilidades de aquellos discípulos (Mc
10, 35-45).
La llave o clave para franquear lo
«racionalmente inexplicable» está en el amor, un amor autenticado y acrisolado
en el servicio y, desde él, en la disponibilidad para dar a manos llenas, a
entregar y entregarse, no de cualquier modo, sino en rescate «por muchos», es
decir, por todos. Es lo que dice y hace Jesús. Su rescate, que conduce hacia la
libertad del servicio, da mucho más de lo que se había perdido o malogrado. Él
actúa la llave con la que penetra en los cielos, pero la deposita sobre las
manos que están firmes en la fe, aun afectadas por la flaqueza, que, sin duda,
él mismo experimentaba, «exactamente igual que nosotros» (Hb 4, 14-16).
El panorama, a simple vista, no se
presenta como un campo inevitablemente florido. Más aun, basta el azote del
viento para que las flores ya no existan (Sal 102, 15). Pero no se marchita
nunca la flor de los campos, ni el lirio de los valles (Cant 2, 1, Vulgata). Es
Cristo quien anima a toda la humanidad con las palabras que hoy se proclaman:
«Acerquémonos, confiadamente, al trono de gracia a fin de alcanzar misericordia
y hallar gracia para una vida oportuna» (Hb 4, 16).
Es este, puede asegurarse, el mensaje
del DOMUND que hoy se celebra y que invita a la gratitud y al incremento de un
servicio infatigable y sin fronteras al Evangelio. Un gran medievalista
participaba en sus clases una convicción a la que había llegado, tras muchos
años dedicado al estudio de la historia: «La Iglesia —decía— está Viva, cuando
es Misionera. Pierde Vitalidad y Enferma, cuando se Repliega hacia dentro de sí
misma» (Friedrich Kempf).
ESTUDIO BÍBLICO.
La grandeza del Dios que sirve a los
hombres
I
Lectura: Isaías (53,10-11): Un Mesías que ha de sufrir
I.1. La primera lectura corresponde a un
texto que se conoce actualmente como Trito-Isaías, un discípulo lejano, quizá
después del destierro de Babilonia (s. VI) del gran maestro del s. VIII, que ha
dado nombre al libro. Pero además, este es uno de los textos más claros en los
que se pone de manifiesto el valor redentor del sufrimiento (forma un conjunto
con Is 52,13-53,12), de tal manera que es la Iglesia primitiva, después de lo
que sucedió con la muerte y resurrección de Jesús, quien se atrevió a desafiar
a la teología oficial del judaísmo y hablar de un Mesías que podía sufrir para
salvar a su pueblo.
I.2. Esto era lo que no admitía el
judaísmo y lo que encontró la Iglesia primitiva como la identidad de su Mesías
salvador. ¿Cómo podía ser eso que el Mesías no participara de los sufrimientos
del pueblo? Un Mesías que viniera a pasearse en medio del pueblo sin
experimentar sus llantos no sería un verdadero liberador. Si Dios sufre con su
pueblo, también debía sufrir su enviado.
II
Lectura: Hebreos (4,14-16): La misericordia sacerdotal de Jesús
II.1. La segunda lectura continúa con la
carta a los Hebreos en la que se nos muestra el papel del Hijo de Dios como
Sumo Sacerdote. El autor quiere marcar las diferencias con el sumo sacerdote de
esta tierra, que tenía el privilegio de entrar en el “Sancta Sanctorum” del
templo de Jerusalén. Pero allí no había nada, estaba vacío. Por ello, se
necesitaba un Sumo Sacerdote que pudiera introducirnos en el mismo seno del
amor y la misericordia de Dios que está en todas partes, cerca de los que le
buscan y le necesitan. Para ser sacerdote no basta estar muy cerca de Dios,
sino también muy cerca de los hombres y de sus miserias. Es eso lo que se
muestra en este momento en el texto de la carta a los hebreos en que se
comienza una sección sobre la humanidad del Sumo Sacerdote.
II.2. Este Sumo Sacerdote, aprendió en
la debilidad, como nosotros, aunque nunca se apartó del camino recto y
verdadero: ¡nunca pecó!. Es uno de los pasajes más bellos en esta teología que
el autor de la carta hace sobre el sacerdocio de Jesús. Esto da una confianza
en el Dios al que El nos lleva, que supera la rigidez de un sacerdocio
ritualista o simplemente formal. El sacerdocio de Jesús se amasa en la
debilidad de nuestra existencia para conducirnos al Dios vivo y verdadero, al
que no le importan los sacrificios rituales, sino el corazón del hombre. Si
bien el título de Sumo Sacerdote no es muy halagüeño y se usa poco en el NT,
debemos reconocer que estos versos de la carta a los Hebreos logran una
teología nueva del verdadero sacerdocio de Jesús: es sumo sacerdote, porque es
misericordioso.
Evangelio:
Marcos (10,35-45): La propuesta de la gloria “sin poder”
III.1. El evangelio nos ofrece una
escena llena de paradojas, en las que se ponen de manifiesto los intereses de
sus discípulos y la verdadera meta de Jesús en su caminar hacia Jerusalén. Ha
precedido a todo esto el tercer anuncio de la pasión (Mc 10,33). La
intervención de los hijos del Zebedeo no estaría en sintonía con ese anuncio de
la pasión. Es, pues, muy intencionado el redactor de Marcos al mostrar que el
diálogo con los hijos del Zebedeo necesitaba poner un tercer anuncio. El texto
tiene dos partes: la petición de los hijos del Zebedeo (vv.35-40) y la
enseñanza a los Doce (vv. 42-45). Es un conjunto que ha podido componerse en
torno al seguimiento y al poder. De la misma manera que antes se había
reflexionado sobre el seguimiento y las riquezas (10,17ss), en el marco del “camino
hacia Jerusalén”.
III.2. Pensaban los discípulos que iban
a conseguir la grandeza y el poder, como le piden los hijos del Zebedeo: estar
a su derecha y a su izquierda, ser ministros o algo así. Incluso están
dispuestos, decían, a dar la vida por ello; la copa y el martirio es uno de los
símbolos de aceptar la suerte y el sufrimiento y lo que haga falta. Es verdad
que en el AT la “copa” también puede ser una participación en la alegría (cf Jr
25,15; 49,12; Sal 75,9; Is 51,17). Podemos imaginar que los hijos del Zebedeo
estaban pensando en una copa o bautismo de gloria, más que de sufrimiento. Sin
embargo la gloria de Jesús era la cruz, y es allí donde no estarán los
discípulos en Jerusalén. Lo dejarán abandonado, y será crucificado en medio de
dos bandidos (fueron éstos lo que tendrían el privilegio de estar a la derecha
y la izquierda), como ignominia que confunde su causa con los intereses de este
mundo. Esta es una lección inolvidable que pone de manifiesto que seguir a
Jesús es una tarea incomensurable.
III.3. Es verdad que los discípulos
podrán rehacer su vida, cambiar de mentalidad para anunciar el evangelio, pero
hasta ese momento, Jesús camina hacia Jerusalén con las ideas lúcidas del
profeta que sabe que su causa pude ser confundida por los que le rodean y por
los que se han convertido en contrarios a su mensaje del Reino. Los grandes
tienen una patología clara: dominan, esclavizan, no dejan que madure nadie en
la esencia ética y humana. Por el contrario, el Dios del Reino, trata a cada
uno con amor y según lo que necesita. Ahí está la clave de lo que quiere llevar
adelante Jesús como causa, aunque sea pasando por la cruz. Un Dios que sirve a
los hombres no es apreciado ni tenido como tal por lo poderosos, pero para el
mensaje del evangelio, ese Dios que sirve como si fuera el último de todos,
merece ser tenido por el Dios de verdad. Es eso lo que encarna Jesús, el
profeta de Nazaret.
III.4. Llama la atención el v. 45, “el
dicho” sobre el rescate (lytron) por todos. Este dicho puede estar inspirado en
Is 53,12. No se trata propiamente de sacrificio ni de expiación, porque Dios no
necesita que alguien pague por los otros. No es propiamente hablando una idea
de sustitución, aunque algunos insisten demasiado en ello. Es, en definitiva,
una idea de solidaridad con la humanidad que no sabe encontrar a Dios. Y para
ello Él debe pasar por la muerte. No porque Dios lo quiera, sino porque los
poderosos de este mundo no le han permitido hacer las cosas según la voluntad
de Dios. Pensar que Jesús venía a sufrir o quería sufrir sería una concepción
del cristianismo fuera del ámbito y las claves de la misericordia divina. El
Hijo del Hombre debe creer en el ser humano y vivir en solidaridad con él. El
Cur Deus homo? (por qué Dios se hizo hombre) de Anselmo de Canterbury, debería
haberse inspirado mejor en esta idea de la solidaridad divina con la humanidad
que en la visión “jurídica” de una deuda y un pago, que sería imposible. Dios
no cobra rescates con la vida de su Hijo, sino que lo ofrece como don gratuito
de su amor. (Fray Miguel de Burgos Núñez, O. P.).
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