“Sin
mí no pueden hacer nada”
Jesucristo pronunció estas palabras
durante su discurso de despedida en mitad de la Última Cena. Debemos tener bien
presente el contexto de las palabras del Señor, son los últimos momentos que
Jesús vive con los discípulos antes de su pasión y muerte. Jesús abre su
corazón: ha lavado los pies a sus discípulos. Quien lee el comienzo del
capítulo decimotercero del evangelio de san Juan se lleva la gran sorpresa de
conocer el secreto de toda la vida del Señor. El evangelista deja dicho que
«sabiendo Jesús que había llegado su hora de pasar de este mundo al Padre,
habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo»
(Jn 13,1).
Estas palabras debieran grabarse en
nuestra mente y en nuestro corazón: saber que toda la vida de Jesús tiene una
única clave de lectura, que debiera estar bien presente a la hora de dilucidar
nuestro obrar cristiano: los amó hasta el extremo. En la misma línea hemos de
colocar el mandamiento «nuevo» (Jn 13,14), cuya novedad está precisamente en el
punto de referencia que propone el Señor: «como yo os he amado». Y ya queda
dicho que Jesús «nos amó hasta el extremo».
La relación entre el amor y el
cumplimiento del mandamiento «nuevo» es una relación que implica la totalidad
de la persona, no por simple imitación externa sino más bien por una relación
vital entre Jesús y sus discípulos, que somos nosotros. Tal relación vital es
lo que sugiere la alegoría de la vid y los sarmientos, que es el texto del
Evangelio de este domingo (Jn 15,1-8).
DIOS NOS HABLA. ESCUCHAMOS SU PALABRA.
I
LECTURA
Saulo,
quien luego tomaría el nombre de Pablo, había sido perseguidor de los cristianos.
Por eso costó mucho que la comunidad lo recibiera. Bernabé, que era un hombre
lleno del Espíritu Santo, tuvo el discernimiento y el buen trato necesarios
como para hacer que la comunidad aceptara a Saulo. Así, la Iglesia fue
creciendo con nuevos integrantes, y el nombre de Jesús fue proclamado en nuevos
ámbitos.
Lectura
de los Hechos de los apóstoles 9, 26-31
En aquellos días: Cuando Saulo llegó a
Jerusalén, trató de unirse a los discípulos, pero todos le tenían desconfianza
porque no creían que también él fuera un verdadero discípulo. Entonces Bernabé,
haciéndose cargo de él, lo llevó hasta donde se encontraban los Apóstoles, y
les contó en qué forma Saulo había visto al Señor en el camino, cómo le había
hablado, y con cuánta valentía había predicado en Damasco en el nombre de
Jesús. Desde ese momento, empezó a convivir con los discípulos en Jerusalén y
predicaba decididamente en el nombre del Señor. Hablaba también con los judíos
de lengua griega y discutía con ellos, pero estos tramaban su muerte. Sus
hermanos, al enterarse, lo condujeron a Cesarea y de allí lo enviaron a Tarso.
La Iglesia, entre tanto, gozaba de paz en toda Judea, Galilea y Samaría. Se iba
consolidando, vivía en el temor del Señor y crecía en número, asistida por el
Espíritu Santo.
Palabra de Dios.
Salmo
21, 26-28 30-32
R.
Te alabaré, Señor, en la gran asamblea.
Cumpliré mis votos delante de los
fieles: los pobres comerán hasta saciarse y los que buscan al Señor lo
alabarán. ¡Que sus corazones vivan para siempre! R.
Todos los confines de la tierra se
acordarán y volverán al Señor; todas las familias de los pueblos se postrarán
en su presencia. R.
Todos los que duermen en el sepulcro se
postrarán en su presencia; todos los que bajaron a la tierra doblarán la
rodilla ante él. R.
Mi alma vivirá para el Señor, y mis
descendientes lo servirán. Hablarán del Señor a la generación futura,
anunciarán su justicia a los que nacerán después, porque esta es la obra del
Señor. R.
II
LECTURA
Dios
nos ha dado su mismo Espíritu, el Espíritu Santo, que vive en nosotros. El Espíritu
nos permite vivir como hijos e hijas porque nos mueve al amor. El Espíritu
Santo se manifiesta en las obras concretas de amor, esas que comunican vida al
hermano.
Lectura
de la primera carta de san Juan 3, 18-24
Hijitos míos, no amemos con la lengua y
de palabra, sino con obras y de verdad. En esto conoceremos que somos de la
verdad, y estaremos tranquilos delante de Dios aunque nuestra conciencia nos
reproche algo, porque Dios es más grande que nuestra conciencia y conoce todas
las cosas. Queridos míos, si nuestro corazón no nos hace ningún reproche,
podemos acercarnos a Dios con plena confianza, y él nos concederá todo cuanto
le pidamos, porque cumplimos sus mandamientos y hacemos lo que le agrada. Su
mandamiento es este: que creamos en el nombre de su Hijo Jesucristo, y nos
amemos los unos a los otros como él nos ordenó. El que cumple sus mandamientos
permanece en Dios, y Dios permanece en él; y sabemos que él permanece en
nosotros, por el Espíritu que nos ha dado.
Palabra de Dios.
ALELUYA
Aleluya. Permanezcan en mí, como yo
permanezco en ustedes. El que permanece en mí, da mucho fruto. Aleluya.
EVANGELIO
¿Quién
no ha experimentado lo bello y rozagante que es un buen racimo de uvas? Así,
llenos de vida, alimento y dulzura, nos quiere Jesús. El secreto para esto es,
simplemente, permanecer unidos a él, quien como savia nutriente impregna todo
nuestro ser. Permanecer es no poner freno a la corriente de amor que él ha
establecido. Como consecuencia, daremos los mejores frutos, los que comunican
vida al prójimo.
Ì Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san
Juan 15, 1-8
Durante la última Cena, Jesús dijo a sus
discípulos: Yo soy la verdadera vid y mi Padre es el viñador. Él corta todos
mis sarmientos que no dan fruto; al que da fruto, lo poda para que dé más
todavía. Ustedes ya están limpios por la palabra que yo les anuncié.
Permanezcan en mí, como yo permanezco en ustedes. Así como el sarmiento no
puede dar fruto si no permanece en la vid, tampoco ustedes, si no permanecen en
mí. Yo soy la vid, ustedes los sarmientos. El que permanece en mí, y yo en él,
da mucho fruto, porque separados de mí, nada pueden hacer. Pero el que no
permanece en mí, es como el sarmiento que se tira y se seca; después se recoge,
se arroja al fuego y arde. Si ustedes permanecen en mí y mis palabras
permanecen en ustedes, pidan lo que quieran y lo obtendrán. La gloria de mi
Padre consiste en que ustedes den fruto abundante, y así sean mis discípulos.
Palabra del Señor.
MEDITAMOS LA PALABRA DE DIOS.
La primera referencia a la «viña» se
encuentra en un texto del profeta Oseas (10,1) y en otro del profeta Isaías
(5,1-7), ambos del siglo VIII a.C. Después aparece sucesivamente en Jeremías
(2,21; 5,10; 6,9; 12,10), Ezequiel (15,1-8; 17,3-10; 19,10,14), en el Salmo
80,9-19 y en el Cantar de los Cantares (2,5; 7,13). Los evangelios sinópticos
cuentan como parábola el relato de Jesús (Mc 12,1-12; Mt 21,33-46; Lc 20,9-19),
modificando el canto de Isaías: Israel no aparece como la viña imagen del
pueblo, como la esposa, sino que se trata del propietario que reclama a los
labradores el fruto que le corresponde. Los profetas han sido los encargados de
recoger el fruto, pero los profetas han sido maltratados e incluso asesinados
por los labradores. Ante esta situación el dueño de la viña envía a su «hijo
predilecto», a quien los labradores eliminan pensando quedarse con la viña en
propiedad.
La pregunta de Jesús a sus
interlocutores es la siguiente: «¿Qué hará el dueño de la viña?» (Mt 12,9).
Conocemos la respuesta: «Vendrá, hará perecer a los labradores y arrendará la
viña a otros» (Mc 12,9). Todos los que escuchan a Jesús «comprendieron que
había dicho la parábola por ellos» (Mc 12,12).
¿Cómo reaccionamos nosotros ante lo que
cuenta Jesús? ¿Consideramos la parábola como algo limitado al tiempo de Jesús
con sus interlocutores o más bien la entendemos como algo en lo que estamos
implicados directamente? A través de la parábola el Señor trata de establecer
un diálogo personal con cada uno de nosotros, de manera que lo que dice el
Señor no queda relegado al pasado, pues la Palabra de Dios es «viva y eficaz»
(Hb 4,12) y nos interpela personalmente.
“Yo
soy la verdadera vid y mi Padre es el labrador” (Jn 15,1)
Este modo de hablar de Jesús indica que
él se identifica con la viña, él mismo es la viña, que no es una simple
criatura de Dios, sino que en Jesús-viña, Dios mismo se hace viña y es Dios
mismo quien vive en la viña.
Así es como queda superada la forma del
relato evangélico, primero la parábola y después la alegoría. La realidad deja
de ser forma literaria para llegar a la identificación, primero con la persona
de Jesús, que es viña, y después, mediante Jesús, es el mismo Dios-Padre que se
identifica con la viña.
El fruto que Dios espera de nosotros es
el amor, manifestado ya en Jesucristo hasta el punto de subir a la cruz y de
entregarse a la muerte por nosotros, a quienes llama «amigos» (Jn 15,15).
Jesús, amigo nuestro, garantiza su presencia en medio de nosotros, más aún, «en
nosotros» hasta el fin del mundo (cf. Mt 28,20).
“Permaneced
en mí y yo en vosotros” (Jn 15,4)
La relación de amistad que el Señor
establece con nosotros implica por nuestra parte «permanecer en él». Esta realidad
se expresa de diferentes maneras, insistiendo en el mismo hecho: «el que
permanece en mí y yo en él, ese da fruto abundante, porque sin mí no podéis
hacer nada» (Jn 15,5); «al que no
permanece en mí lo tiran fuera…» (Jn 15,6); «si permanecéis en mí y mis
palabras permanecen en vosotros, pedid lo que deseáis, y se realizará» (Jn
15,7); «si guardáis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor, lo mismo que yo
he guardado los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor» (Jn 15,10).
Que no se nos escape la insistencia del
verbo «permanecer» que, a lo largo del relato, se repite diez veces, indicando
la perseverancia para vivir en comunión de vida con el Señor mediante la fe, la
esperanza y el amor, afrontando todas las dificultades que encontramos a lo
largo del camino de nuestra vida.
En el mismo tema abunda la segunda
lectura: «Quien guarda sus mandamientos (los de Jesucristo) permanece en Dios,
y Dios en él; en esto conocemos que permanece en nosotros: por el Espíritu que
nos dio» (1 Jn 3,24). Guardar los mandamientos de Dios quiere decir no amar
solo de palabra y de boca, sino de verdad y con obras.
Obras son también las que sirvieron para
que san Pablo fuese admitido en la comunidad de los discípulos, gracias al buen
hacer de su amigo Bernabé. La primera lectura propone este episodio, muy real,
primero de desconfianza en la persona
del perseguidor Saulo de Tarso y, sucesivamente, de acogido en la comunidad
cristiana, una vez que Pablo «contó cómo
había visto al Señor en el camino, lo que le había dicho y cómo en Damasco
había actuado valientemente en el nombre de Jesús» (Hch 9,27).
Este es el desafío que el Señor nos
presenta: ser testigos creíbles de su resurrección, no en teoría sino con el
testimonio de nuestra vida, una vida que queda totalmente transformada en la
medida en que vivamos nuestra unión con Jesucristo, que nos repite: «Sin mí no
podéis hacer nada».
ESTUDIO BÍBLICO.
I Lectura:
Hechos de los Apóstoles (9,26-31): El perseguidor es perseguido
I.1. La primera lectura nos presenta a
Pablo que, después de su conversión, vuelve a Jerusalén. Sabemos, por el mismo
Pablo en Gál 1,16-24, que tuvo lugar a los "tres años", tras una
estancia en Arabia (donde se retira a repensar su vida) y su ministerio en
Damasco donde había tenido lugar su conversión. Pero Lucas tiene mucho interés
en poner pronto en comunicación a Pablo con los Apóstoles (poniendo como
anfitrión a su compañero Bernabé) para mostrar la comunión de todos en la
predicación del evangelio. Lucas está preparando las cosas para dejar poco a
poco a Pablo como protagonista de los Hechos, como aquél que ha de llevar el
evangelio hasta los confines de la tierra. El relato de Hechos deja muchos
cabos sueltos desde el punto de vista histórico. Pablo -que vino a Jerusalén
para "ver" a Pedro según nos confiesa él mismo en el texto de
Gálatas-, tiene ocasión de experimentar que los judeo-cristianos no se fían de
él. Los judíos helenistas, como sucedió con Esteban, provocaron un altercado
que podía haberle costado la vida. Por eso lo encaminaron hacia Tarso (Pablo
dice que estaría catorce años en Siria y Cilicia), hasta que vuelve a Jerusalén
para la asamblea apostólica (Hch 15). Lucas insiste mucho, quizás demasiado, en
la comunión de Pablo con los de Jerusalén.
I.2. En el texto de hoy es importante
poner de manifiesto que Pablo, el perseguidor, ha tenido en el
"camino" una experiencia del Señor resucitado, como la han tenido los
apóstoles y otros y está en disposición de anunciar la Resurrección, incluso en
la misma sinagoga que fue responsable de la acusación de Esteban. Esto es lo
que a Lucas le interesa sobremanera: si Esteban ha sido quitado de en medio por
los intereses "religiosos" de los responsables, Dios llama a otro
(nada menos que al enemigo anterior del evangelio), a Saulo, para anunciar la
resurrección y llevar el mensaje a todos los hombres. La Iglesia, los
discípulos -todavía no han recibido el nombre de cristianos, como sucederá en
Antioquia-, se fortalecerá en la persecución y el sufrimiento. Pero el mensaje
de la vida, como corazón del anuncio de la resurrección, ha de transformar el
mundo.
II
Lectura: 10 de Juan (3,18-24): El amor a los hermanos criterio de conciencia
II.1. La segunda lectura nos habla de la
praxis del amor y de la verdad. La vida cristiana no se puede resolver en la
ideología que se mantiene en la cabeza, sino en lo que uno vive de corazón.
Para la Biblia, el corazón es la sede de todas las cosas, del pensar y del
obrar, y es el corazón el que nos juzga, el que dice si nuestro cristianismo es
verdadero o pura ideología. Es la sede de la conciencia y no podemos
engañarnos. La religión verdadera comienza siendo una cuestión de fe, pero se
muestra en la praxis de una vida donde lo que se cree se ha de llevar a efecto;
de lo contrario no habría fiabilidad.
II.2. Lo principal de esta praxis es que
la fe en Jesucristo implica necesariamente el amor a los hermanos como El nos
ha pedido, como ha exigido a los suyos en el discurso de la última cena: el
mandamiento nuevo. Así es como podremos saber que estamos con Dios y que
tenemos su Espíritu. El amor a los hermanos, que en la teología joánica es como
el amor a Dios, garantiza la verdad de la vida cristiana. El amor a los
hermanos es el criterio de conciencia verdadera.
Evangelio:
Juan (15,1-8): Cristo, vid donde está la vida
III.1. El evangelio de Juan nos ofrece
uno de esos discursos llamados de “revelación”, porque en ellos éste
evangelista nos muestra quién es El Señor. Se enumera entre los famosos
"yo soy" del evangelio de Juan (el Mesías 4,26: el pan de vida 6,35.41.48.51;
la luz del mundo 8,12; 9,5; la puerta de las ovejas 10,7.9; el buen pastor
10,11.14; el Hijo de Dios 10,36; la resurrección 11,25; el Señor y el Maestro
13,13; el camino 14,6; la verdad 14,6;la vida 11,25;14:6; el rey de los judíos
19,21. Esto ha planteado, de alguna manera, una “cristología” y un discipulado
de exclusividad. Aquí, en este discurso, Jesús se presenta con una imagen que
era tradicional en la Biblia, la de la viña. Conocemos un canto de la viña en
el profeta Isaías (c.5) que tiene unas constantes muy peculiares: la viña era
el pueblo de Dios. Sabemos que la viña está compuesta de muchas cepas, pero la
viña no ha dado fruto bueno, es un fracaso, se debe arrancar. Ese es el canto
de Isaías. )Lo arrancará Dios? Debemos decir que desde la teología joánica, la
respuesta a ese canto es distinta; no es necesario que Dios la arranque: ahora
Jesús se va a presentar como la clave curativa para que la viña produzca buenos
frutos. Él se presenta como la vid, y todos los hombres como los sarmientos
para que sea posible dar buen fruto.
III.2. Pero escuchando su “palabra”, los
sarmientos tendrán savia nueva, vida nueva, y entonces llevarán a cabo las
obras del amor. Porque fuera de El, de su palabra, de sus mandamientos, no
podemos permanecer. Se respira, pues, una gran seguridad frente al acecho de
cortar y arrasar: Jesús está convencido que permanecer en El es una garantía
para dar frutos. El *permanecer+ con El, el vivir de su palabra, de sus
mandamientos, de su luz, de su vida, hará que la viña, el pueblo de Dios,
vuelva de nuevo a ser el pueblo de la verdadera alianza. Con esto se
complementa la enseñanza de la epístola en la que se propone a los discípulos
permanecer en Dios. El camino para ello es permanecer en Jesús y en su
evangelio.
III.3. La fórmula "permaneced en mí
y yo en vosotros", muy típica de este evangelista, define la relación del
discípulo con Jesús como una reciprocidad personal. Esa relación personal con
Jesús es la condición indispensable para dar fruto. La transformación teológica
que se opera desde la imagen de la viña de Israel a esta propuesta simbólica
del evangelio de Juan es muy peculiar. Una viña está compuesta de muchas cepas
que, una a una, tienen su vida propia y que no tienen comunicación entre si. En
el caso de la simbología de la viña de Juan la cepa, que es Jesús, hace que los
pámpanos estén unidos a la cepa, a Jesús. Como Jesús es la vida, y la luz, y el
Hijo, entonces estar unido a El es tener vida.
III.4. Se trata de un discipulado o de
una comunidad intimista como algunos han señalado? No podemos negar que el
evangelio de Juan es de este tenor. El "seguimiento" de Jesús no se
expresa de la misma manera, v.g. que en Lucas, que es seguirle “por el camino”.
Los discursos y las fórmulas de revelación del "yo soy" de esta teología
joánica no dejan otra opción. Bien es verdad que eso no significa que la
"exclusividad" de Jesús, el Hijo de Dios, no permita que esa luz de
Jesús y esa vida que El ha traído precisamente, se convierta en un círculo de
discípulos elitistas o excluyentes. Esa luz de Jesús y esa vida tienen muchas
formas de manifestarse y de hacerse presente. Pero no es cuestión de
exclusivismo, sino de confianza; la confianza de que en Jesús y con Jesús, el
Señor, encontraremos la vida verdadera. (Fray Miguel de Burgos Núñez, O. P.).