“¡Dichosos los que no han visto y han creído!”
Este segundo domingo de Pascua, o
también llamado Domingo de la Divina Misericordia, nos muestra el amor de Dios
en la misma incredulidad de Tomás. Su falta de fe, genera el encuentro personal
con Jesús resucitado, a quien reconoce por la señal de los clavos en las manos
y el costado atravesado por la lanza al ser crucificado y termina proclamándolo
como: ¡Señor mío y Dios mío! La incredulidad de Tomás nos hace tomar conciencia
de que, sin un encuentro personal con Jesús resucitado, nuestra fe no se
sostiene. Que el creyente se constituye como tal, a partir de la vivencia
interior de experimentarlo vivo en uno mismo. Jesús sigue “resucitando”,
haciéndose presente, más allá de permanecer cerradas las puertas de muchos
hombres y mujeres a la fe. No hay muro que no pueda atravesar la misericordia
de Dios en su empeño porque la humanidad entera experimente ya en este mundo la
presencia de Jesús resucitado en sus vidas.
DIOS NOS HABLA. ESCUCHAMOS SU PALABRA.
I
LECTURA
“Para llegar a ser discípulo de Jesús es
necesario renunciar a todo lo que se posee y la forma de hacerlo es poniendo
todo lo propio a disposición de los hermanos necesitados. A los que poseen
muchos bienes, pero los comparten, Lucas nunca los llama ‘ricos’. Los ricos son
los que no comparten, y merecen la reprobación, porque no siguen el mandato de
Jesús y el ejemplo de las primeras comunidades”.
Lectura
de los Hechos de los apóstoles 4, 32-35
La multitud de los creyentes tenía un
solo corazón y una sola alma. Nadie consideraba sus bienes como propios, sino
que todo era común entre ellos. Los Apóstoles daban testimonio con mucho poder
de la resurrección del Señor Jesús y gozaban de gran estima. Ninguno padecía
necesidad, porque todos los que poseían tierras o casas las vendían y ponían el
dinero a disposición de los Apóstoles, para que se distribuyera a cada uno
según sus necesidades.
Palabra de Dios.
Salmo
117, 2-4. 16-18. 22-24
R.
¡Den gracias al Señor, porque es bueno, porque es eterno su amor!
Que lo diga el pueblo de Israel: ¡Es
eterno su amor! Que lo diga la familia de Aarón: ¡Es eterno su amor! Que lo
digan los que temen al Señor: ¡Es eterno su amor! R.
“La mano del Señor es sublime, la mano
del Señor hace proezas”. No, no moriré: Viviré para publicar lo que hizo el
Señor. El Señor me castigó duramente, pero no me entregó a la muerte. R.
La piedra que desecharon los
constructores es ahora la piedra angular. Esto ha sido hecho por el Señor y es
admirable a nuestros ojos. Este es el día que hizo el Señor: Alegrémonos y
regocijémonos en él. R.
II
LECTURA
El
amor a Dios y el amor al hermano no pueden disociarse, son inseparables. Porque
considerar a Dios como Padre, es también considerar al otro como hermano. Todos
hemos nacido del mismo Padre, todos tenemos el mismo origen, todos venimos al
mundo por la misma voluntad de Dios.
Lectura
de la primera carta de san Juan 5, 1-6
Queridos hermanos: El que cree que Jesús
es el Cristo ha nacido de Dios; y el que ama al Padre ama también al que ha
nacido de él. La señal de que amamos a los hijos de Dios es que amamos a Dios y
cumplimos sus mandamientos. El amor a Dios consiste en cumplir sus
mandamientos, y sus mandamientos no son una carga, porque el que ha nacido de
Dios, vence al mundo. Y la victoria que triunfa sobre el mundo es nuestra fe.
¿Quién es el que vence al mundo, sino el que cree que Jesús es el Hijo de Dios?
Jesucristo vino por el agua y por la sangre; no solamente con el agua, sino con
el agua y con la sangre. Y el Espíritu da testimonio porque el Espíritu es la
verdad.
Palabra de Dios.
ALELUYA Jn 20, 29
Aleluya. “Ahora crees, Tomás, porque me
has visto. ¡Felices los que creen sin haber visto!”, dice el Señor. Aleluya.
EVANGELIO
Jesús
entrega dos veces la paz a sus discípulos en este relato. Hoy también nosotros
podemos pedirle al Señor que nos llene de su paz, luego de dejarlo entrar a
nuestros corazones, que quizás tengan las puertas cerradas como la sala en la
que están estos hombres.
Ì Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san
Juan 20, 19-31
Al atardecer del primer día de la
semana, los discípulos se encontraban con las puertas cerradas por temor a los
judíos. Entonces llegó Jesús y poniéndose en medio de ellos, les dijo: “¡La paz
esté con ustedes!”. Mientras decía esto, les mostró sus manos y su costado. Los
discípulos se llenaron de alegría cuando vieron al Señor. Jesús les dijo de
nuevo: “¡La paz esté con ustedes! Como el Padre me envió a mí, yo también los
envío a ustedes”. Al decirles esto, sopló sobre ellos y añadió: “Reciban el
Espíritu Santo. Los pecados serán perdonados a los que ustedes se los perdonen,
y serán retenidos a los que ustedes se los retengan”. Tomás, uno de los Doce,
de sobrenombre el Mellizo, no estaba con ellos cuando llegó Jesús. Los otros
discípulos le dijeron: “¡Hemos visto al Señor!”. Él les respondió: “Si no veo
la marca de los clavos en sus manos, si no pongo el dedo en el lugar de los
clavos y la mano en su costado, no lo creeré”. Ocho días más tarde, estaban de
nuevo los discípulos reunidos en la casa, y estaba con ellos Tomás. Entonces
apareció Jesús, estando cerradas las puertas, se puso en medio de ellos y les
dijo: “¡La paz esté con ustedes!”. Luego dijo a Tomás: “Trae aquí tu dedo: aquí
están mis manos. Acerca tu mano: métela en mi costado. En adelante no seas
incrédulo, sino hombre de fe”. Tomás respondió: “¡Señor mío y Dios mío!”. Jesús
le dijo: “Ahora crees, porque me has visto. ¡Felices los que creen sin haber
visto!”. Jesús realizó además muchos otros signos en presencia de sus
discípulos, que no se encuentran relatados en este Libro. Estos han sido
escritos para que ustedes crean que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y
creyendo, tengan Vida en su Nombre.
Palabra del Señor.
MEDITAMOS LA PALABRA DE DIOS.
Terminada la octava de pascua, la
Palabra de Dios de este domingo gira en torno a la centralidad de la fe en
Jesús resucitado, como núcleo del kerigma cristiano que debemos anunciar al
mundo: ¡El crucificado ha resucitado! El creyente, no es propiamente quien
convivió directamente con Jesús. No pocos de sus conciudadanos lo vieron
caminar por sus ciudades, anunciar la Buena Nueva del Reino, curar enfermos, y,
sin embargo, no se convirtieron en creyentes. El creyente se constituye como
tal cuando se da el encuentro personal, íntimo, profundo, con el Jesús que se
nos revela resucitado. La incredulidad de Tomás se convierte en una bendición
para nosotros que no vimos a Jesús con nuestros propios ojos, hace unos 2000
años, cuando predicó en Galilea y murió crucificado en Jerusalén. Creemos sin
haberlo visto, humanamente hablando, pero sí, habiéndolo experimentado
resucitado y vivo en nuestras vidas, tantos siglos después. Esto es lo que nos
hace receptores de la alabanza del Jesús resucitado: ¡Dichos los que no han
visto y han creído!
Las dudas de Tomás son las dudas de
todos. La razón no lo alcanza a entender el misterio que supone el hecho en sí
de la resurrección de Jesús. Se siente desbordada. Impotente. La fe no se
impone por la fuerza. Menos aún, requiere de una cruzada contra el mundo para
que sea aceptado el mensaje de que Jesús venció la muerte. La fe surge como don
del Señor resucitado, fruto del encuentro personal con Él. Donde Dios toma la
iniciativa y el hombre responde libremente. Sin esta experiencia de encuentro
personal con el Jesús resucitado la fe no nace. Antes que un conjunto de
verdades, es una experiencia interior, un encuentro vivo, un don que se acoge
libremente y transforma la existencia. Don pascual del Espíritu que ha sido
derramado en nuestros corazones. El punto de arranque de la vida cristiana. Al
que debemos volver permanentemente para renovar nuestras vidas como creyentes.
Sí que la fe en Jesús resucitado nos
exigirá, como respuesta e imperativo interior del Espíritu en nosotros, a que
demos testimonio de esta experiencia pascual ante los demás. Que la anunciemos,
con nuestra predicación y estilo de vida evangélica. Que superemos todos los
miedos interiores que nos paralizan. Gracias al testimonio de quienes
convivieron con Jesús y, especialmente, lo vieron resucitado, los que pudieron
identificar al crucificado por sus llagas y heridas con el resucitado glorioso
y vencedor de la muerte, podemos hoy identificar nuestra propia experiencia de
fe con la de los primeros cristianos. Posiblemente, no todo el mundo creerá en
la veracidad de la experiencia personal del Jesús resucitado vivo en nosotros.
Ni en la Palabra misma de Dios que lo atestigua. Dudarán de que Jesús haya
resucitado verdaderamente. Incluso, nosotros como creyentes, no pocas veces nos
invaden todo tipo de dudas de fe. Todos nos debemos acoger a la Divina
Misericordia de Dios y pedir humildemente el don de la fe. Y, al reencontrarnos
nuevamente con Él, responder como Tomás: ¡Señor mío y Dios mío! E invitar a
todo el mundo al encuentro personal con Jesús resucitado, como inicio de una
vida nueva, renovada, iluminada por la luz pascual.
Fe y amor van juntos. El creyente es aquel cuya fe le permite,
además, contemplar al Señor resucitado en todo crucificado. En el prójimo y en
sí mismo. El resucitado no es un “espíritu desencarnado”, sino alguien real y
concreto, con sus llagas y padecimientos. El creyente lo puede “tocar” en los
enfermos, los marginados, los que padecen soledad, violencia y todo tipo de
afrenta a su dignidad. También “`palparlo” compartiendo sus propias heridas, su
enfermedad o sufrimientos, despertando esperanza en su vida y dándole paz y
consuelo en el dolor. Experimentarlo vivo, como Alguien que asume su causa y le
da esperanza pascual.
La autenticidad de la fe en Jesús
resucitado lleva al creyente a compartir, no sólo su “bien espiritual” –su fe–,
sino también los bienes materiales y privilegios de que dispone en su vida, por
ejemplo, sociales, económicos, sanitarios, educativos, jurídicos, con los
necesitados de todo tipo: emigrantes, refugiados, personas sin techo, sin
trabajo, sin cobertura social, sin acceso a derechos humanos básicos, con otras
creencias o ideologías, alejados de la Iglesia... No se puede creer y no amar. Vivir
la fe sin romper los muros que nos separan, no anhelar que lleguemos a tener la
humanidad entera “un solo corazón y una sola alma”. Para el creyente, el
prójimo es un hermano o una hermana que, aunque no comparta su misma fe, lo
considera igual en dignidad, hijo e hija de Dios, hermano y hermana en Cristo.
La presencia de Jesús resucitado en
medio de la comunidad da paz y quita miedos. La victoria de Jesús sobre el
pecado y la muerte, es la victoria de Dios sobre el poder que impide la vida
total y plena a la humanidad. Como creyentes no podemos seguir encerrados en un
mundo de miedos, paralizados, desanimados, con sentimientos de fracaso. Nuestra
esperanza no está puesta en si nuestros templos están llenos o vacíos de
fieles, sino en el poder de la resurrección de Jesús sobre el pecado y la
muerte. Por Él tenemos asegurada la victoria final: de que un mundo diferente
es posible como don del resucitado. Él es quien garantiza que el bien vencerá
al mal. Que la humanidad entera gozará de los bienes del resucitado. La
esperanza que alienta al creyente en su vida de testigo del resucitado.
ESTUDIO BÍBLICO.
I
Lectura: Hechos (4,23-35): La Resurrección crea comunión de vida
I.1. La primera lectura está tomada de
Hechos 4,23-35 que es uno de los famosos sumarios, es decir, una síntesis muy
intencionada de la vida de la comunidad que el autor de los Hechos, Lucas,
ofrece de vez en cuando en los primeros capítulos de su narración (ver también
Hch 2,42-47;5,12-16). ¿Qué pretende? Ofrecer un ideal de la vida de la
comunidad primitiva para proponerlo a su comunidad (quizá en Corinto, quizá en
Éfeso) como modelo de la verdadera Iglesia de Jesucristo que nace de la
Resurrección y del Espíritu.
1.2. Tener una sola alma y un sólo
corazón, compartir todas las cosas para que no hubiera pobres en la comunidad
es, sin duda, el reto de la Iglesia. ¿Es el idealismo de la comunidad de
bienes? Algunos así lo han visto. Pero debemos considerar que se trata, más
bien, de un desafío impresionante y, posiblemente, una crítica para el mal uso
y el abuso de la propiedad privada que tanto se defiende en nuestro mundo como
signo de libertad. Es una lección que se debe sacar como praxis de lo que
significa para nuestro mundo la resurrección de Jesús. Eso, además, es lo que
libera a los apóstoles para dedicarse a proclamar la Palabra de Dios como
anuncio de Jesucristo resucitado.
1.3. En este sumario, el testimonio de
los apóstoles sobre la resurrección está, justamente, en el centro del texto,
como cortando la pequeña narración de la comunidad de bienes y de la comunión
en el pensamiento y en el alma. Eso significa que la resurrección era lo que
impulsaba esos valores fundamentales de la identidad de la comunidad cristiana
primitiva.
II
Lectura: 1ª Carta de San Juan (5,1-6): El amor vence al mundo
II.1. En la segunda lectura se plantea
el tema de la fe como fuerza para cumplir los mandamientos y como impulso para
vencer al mundo, es decir, su ignominia. Creer que Jesús es el Cristo no es
algo que se pueda «saber» por aprendizaje, de memoria o por inteligencia. El
autor nos está hablando de la fe como experiencia, y por ello, el creer es
dejarse guiar por Jesucristo, que ha resucitado; dejarse llevar hacia un modo
nuevo de vida, distinta de la que ofrece el mundo. Por eso se subraya el
cumplir los mandamientos de Jesús.
II.2. Pero se ha de tener muy en cuenta
que no se trata de una propuesta simplemente moralizante que se resuelve en los
mandamientos. ¿Por qué? Porque el mandamiento principal del Jesús joánico es el
amor; el amor, como Él nos ha amado. Esta es la victoria de la resurrección y
la forma de poner de manifiesto de una vez por todas que la muerte es
transformada en vida verdadera. El amor, pues, no es solamente el mandamiento
principal del cristianismo, sino el corazón mismo que mueve las relaciones
entre Dios y los hombres y entre los hombres entre sí.
III
Lectura (Jn 20,19-31): ¡Señor mío! La resurrección se cree, no se prueba
III.1. El texto es muy sencillo, tiene
dos partes (vv. 19-23 y vv. 26-27) unidas por la explicación de los vv. 24-25
sobre la ausencia de Tomás. Las dos partes inician con la misma indicación
sobre los discípulos reunidos y en ambas Jesús se presenta con el saludo de la
paz (vv. 19.26). Las apariciones, pues, son un encuentro nuevo de Jesús resucitado
que no podemos entender como una vuelta a esta vida. Los signos de las puertas
cerradas por miedo a los judíos y cómo Jesús las atraviesa, "dan que
pensar", como dice Ricoeur, en todo un mundo de oposición entre Jesús y
los suyos, entre la religión judía y la nueva religión de la vida por parte de
Dios. La “verdad” del texto que se nos propone, no es una verdad objetivable,
empírica o física, como muchas veces se propone en una hermenéutica apologética
de la realidad de la resurrección. Vivimos en un mundo cultural distinto, y
aunque la fe es la misma, la interpretación debe proponerse con más
creatividad.
III.2. El "soplo" sobre los
discípulos recuerda acciones bíblicas que nos hablan de la nueva creación, de
la vida nueva, por medio del Espíritu. Se ha pensado en Gn 2,7 o en Ez 37. El
espíritu del Señor Resucitado inicia un mundo nuevo, y con el envío de los
discípulos a la misión se inaugura un nuevo Israel que cree en Cristo y
testimonia la verdad de la resurrección. El Israel viejo, al que temen los discípulos,
está fuera de donde se reúnen los discípulos (si bien éstos tienen las puertas
cerradas). Será el Espíritu del resucitado el que rompa esas barreras y abra
esas puertas para la misión. En Juan, "Pentecostés" es una
consecuencia inmediata de la resurrección del Señor. Esto, teológicamente, es
muy coherente y determinante.
III.3. La figura de Tomás es solamente
una actitud de "anti-resurrección"; nos quiere presentar las
dificultades a que nuestra fe está expuesta; es como quien quiere probar la realidad
de la resurrección como si se tratara de una vuelta a esta vida. Tomás, uno de
los Doce, debe enfrentarse con el misterio de la resurrección de Jesús desde
sus seguridades humanas y desde su soledad, porque no estaba con los discípulos
en aquel momento en que Jesús, después de la resurrección, se les hizo
presente, para mostrarse como el Viviente. Este es un dato que no es nada
secundario a la hora de poder comprender el sentido de lo que se nos quiere
poner de manifiesto en esta escena: la fe, vivida desde el personalismo, está
expuesta a mayores dificultades. Desde ahí no hay camino alguno para ver que
Dios resucita y salva.
III.4. Tomás no se fía de la palabra de
sus hermanos; quiere creer desde él mismo, desde sus posibilidades, desde su
misma debilidad. En definitiva, se está exponiendo a un camino arduo. Pero Dios
no va a fallar ahora tampoco. Jesucristo, el resucitado, va a «mostrarse» (es
una forma de hablar que encierra mucha simbología; concretamente podemos hablar
de la simbología del "encuentro") como Tomás quiere, como muchos
queremos que Dios se nos muestre. Pero así no se "encontrará" con el
Señor. Esa no es forma de "ver" nada, ni entender nada, ni creer
nada.
III.5. Tomás, pues, debe comenzar de
nuevo: no podrá tocar con sus manos las heridas de las manos del Resucitado, de
sus pies y de su costado, porque éste, no es una *imagen+, sino la realidad
pura de quien tiene la vida verdadera. Y es ante esa experiencia de una vida
distinta, pero verdadera, cuando Tomás se siente llamado a creer como sus
hermanos, como todos los hombres. Diciendo «Señor mío y Dios mío», es aceptar
que la fe deja de ser puro personalismo para ser comunión que se enraíce en la
confianza comunitaria, y experimentar que el Dios de Jesús es un Dios de vida y
no de muerte. (Fray Miguel de Burgos Núñez, O. P.).
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