“Sea
nuestra alegría y nuestro gozo”
En este día feliz de la Pascua, los
cristianos estamos de fiesta porque –como afirmaba Odo Casel, liturgista alemán
–“la Pascua es la fiesta de las fiestas,
la fiesta más grande”. La resurrección
del Señor ocurre en “la hora” esperada, temida y ansiada por Jesús, es el
acontecimiento liberador, cuando el grano de trigo evangélico, renacido de la
muerte y sepultura, da fruto abundante y se convierte en el pan vivo de la
comunidad. Toda la vida de Jesús –tejida de gestos salvadores- culmina
plenamente en esta “hora” decisiva. Por eso, estamos de fiesta. Y sólo por eso
nos felicitamos la Pascua.
Pero, en este día de fiesta, sabemos de
parientes, amigos y vecinos, de compañeros y compañeras de trabajo, que no
vendrán al “banquete de los muchos invitados” (Lc 14, 15-24) para celebrar la
Vida; cuyo saludo pascual será más rutinario y fingido que una expresión
sentida, nacida de una personal convicción de fe. Tal vez, algunos de ellos o
ellas nos digan, desconsolados “Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos
dónde lo han puesto”.
Será un buen gesto pascual que, con
temple de testigo del Resucitado, la comunidad que celebra la pascua “salga a
las plazas y a las calles de la ciudad” (Lc 14, 21) para invitar a todos al
banquete pascual del Reino.
DIOS NOS HABLA. ESCUCHAMOS SU PALABRA.
I
LECTURA
Lo
que vamos a escuchar recibe el nombre de kerygma. Esta palabra griega significa
proclamación. Lo que hace Pedro es proclamar, en voz alta, los puntos
fundamentales de nuestra fe: Jesús, su historia, su vida, su Pascua y la
salvación que nos ha regalado. Leamos muy atentamente el kerygma, y pidamos a Dios
poder vivir y anunciar lo mismo que vivió y anunció la Iglesia durante más de
veinte siglos.
Lectura
de los Hechos de los apóstoles 10, 34. 37-43
Pedro, tomando la palabra, dijo:
“Ustedes ya saben qué ha ocurrido en toda Judea, comenzando por Galilea, después
del bautismo que predicaba Juan: cómo Dios ungió a Jesús de Nazaret con el
Espíritu Santo, llenándolo de poder. Él pasó haciendo el bien y sanando a todos
los que habían caído en poder del demonio, porque Dios estaba con él. Nosotros
somos testigos de todo lo que hizo en el país de los judíos y en Jerusalén. Y
ellos lo mataron, suspendiéndolo de un patíbulo. Pero Dios lo resucitó al
tercer día y le concedió que se manifestara, no a todo el pueblo, sino a
testigos elegidos de antemano por Dios: a nosotros, que comimos y bebimos con
él, después de su resurrección. Y nos envió a predicar al pueblo, y a
atestiguar que él fue constituido por Dios Juez de vivos y muertos. Todos los
profetas dan testimonio de él, declarando que los que creen en él reciben el
perdón de los pecados, en virtud de su Nombre”.
Palabra de Dios.
Salmo
117, 1-2. 16-17. 22-23
R.
Este es el día que hizo el Señor: alegrémonos y regocijémonos en él.
¡Den gracias al Señor, porque es bueno,
porque es eterno su amor! Que lo diga el pueblo de Israel: ¡Es eterno su amor!
R.
La mano del Señor es sublime, la mano
del Señor hace proezas. No, no moriré: viviré para publicar lo que hizo el
Señor. R.
La piedra que desecharon los
constructores es ahora la piedra angular. Esto ha sido hecho por el Señor y es
admirable a nuestros ojos. R.
II
LECTURA
La
resurrección debe llevarnos a vivir de un modo nuevo. Ya no podemos volver
atrás, sumergidos en el pecado. Cristo nos ha salvado y, por lo tanto, dejemos
que su Espíritu nos impulse y nos enseñe a dejar aquello que nos impide vivir
como cristianos.
Lectura
de la carta del apóstol san Pablo a los cristianos de Colosasl 3, 1-4
Hermanos: Ya que ustedes han resucitado
con Cristo, busquen los bienes del cielo donde Cristo está sentado a la derecha
de Dios. Tengan el pensamiento puesto en las cosas celestiales y no en las de
la tierra. Porque ustedes están muertos, y su vida está desde ahora oculta con
Cristo en Dios. Cuando se manifieste Cristo, que es la vida de ustedes,
entonces ustedes también aparecerán con él, llenos de gloria.
Palabra de Dios.
SECUENCIA
Cristianos, ofrezcamos al Cordero
pascual nuestro sacrificio de alabanza.
El Cordero ha redimido a las ovejas:
Cristo, el inocente, reconcilió a los
pecadores con el Padre.
La muerte y la vida se enfrentaron en un
duelo admirable:
el Rey de la vida estuvo muerto, y ahora
vive.
Dinos, María Magdalena, ¿qué viste en el
camino?
He visto el sepulcro del Cristo viviente
y la gloria del Señor resucitado.
He visto a los ángeles, testigos del
milagro,
he visto el sudario y las vestiduras.
Ha resucitado Cristo, mi esperanza,
y precederá a los discípulos en Galilea.
Sabemos que Cristo resucitó realmente;
tú, Rey victorioso, ten piedad de
nosotros.
ALELUYA 1Cor 5, 7-8
Aleluya. Cristo, nuestra Pascua, ha sido
inmolado. Celebremos, entonces, nuestra Pascua. Aleluya.
EVANGELIO
El
primer día de la semana es también el primer día de la salvación. Hoy comienza
un tiempo nuevo, no solo para el calendario “del mundo”, sino también para cada
uno de nosotros. Hoy Pedro y el discípulo amado corren a “ver qué es lo que
pasa”, se encuentran con el sepulcro vacío y su corazón les grita que Jesús ha
dejado la muerte. Hoy también nosotros, renunciando a la muerte, asumimos la
vida de resucitados, una vida nueva, la misma vida de Cristo.
Ì Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san
Juan 20, 1-9
El primer día de la semana, de
madrugada, cuando todavía estaba oscuro, María Magdalena fue al sepulcro y vio
que la piedra había sido sacada. Corrió al encuentro de Simón Pedro y del otro
discípulo al que Jesús amaba, y les dijo: “Se han llevado del sepulcro al Señor
y no sabemos dónde lo han puesto”. Pedro y el otro discípulo salieron y fueron
al sepulcro. Corrían los dos juntos, pero el otro discípulo corrió más
rápidamente que Pedro y llegó antes. Asomándose al sepulcro, vio las vendas en
el suelo, aunque no entró. Después llegó Simón Pedro, que lo seguía, y entró en
el sepulcro; vio las vendas en el suelo, y también el sudario que había
cubierto su cabeza; este no estaba con las vendas, sino enrollado en un lugar
aparte. Luego entró el otro discípulo, que había llegado antes al sepulcro: Él
también vio y creyó. Todavía no habían comprendido que, según la Escritura, él
debía resucitar de entre los muertos.
Palabra del Señor.
MEDITAMOS LA PALABRA DE DIOS.
María Magdalena, la amiga de Jesús, se
llevó una amarga sorpresa. Cuando de madrugada, todavía estaba oscuro, fue al
sepulcro de Jesús, vio abierta la puerta del sepulcro, que estaba vacío. De
vuelta a casa, así se lo dijo a Pedro y a Juan: “Se han llevado del sepulcro al
Señor y no sabemos dónde lo han puesto”. Los tres corrieron hacia el sepulcro
para verificar el hecho.
Efectivamente, el cuerpo del Señor no
estaba; era un sepulcro vacío. ¿Lo habrán robado? ¿Qué ha pasado? El mismo Juan
atestigua que “él vio y creyó”, y aclara “todavía no habían comprendido que,
según la escritura, Él debía resucitar de entre los muertos”.
Muchas gentes sufren hoy la aflicción de
María porque no estaba el Señor y por no
saber dónde lo habían puesto para
abrazarle de nuevo, aunque estuviera muerto. Sólo el discípulo querido de Jesús
“vio y creyó” que había resucitado. A los discípulos les llevó tiempo reconocer
al Señor resucitado. Jesús, a menudo, les reprendió su incredulidad.
Esta es hoy la situación:
Gentes convencidas de que “Dios ha
muerto” y nada les preocupa dónde esté su sepulcro.
Otras que por el contrario, -al hilo de
la reflexión de Unamuno acerca del sepulcro de Don Quijote, el Caballero de la
Locura - tratan con muchas y estudiadas razones la guardia y custodia del
sepulcro. Lo guardan –dice D. Miguel- para que el caballero no resucite. Lo
prefieren muerto.
Muchos hombres y mujeres que, como los
discípulos de Emaús (Lc 24, 13-35), se sienten frustrados y desilusionados por
la aparente debilidad y ausencia de Dios, pero finalmente, pasado el rato, le
reconocen en su corazón y en la fracción del pan.
Algunos, en su débil confianza,
necesitan, como Tomás, meter sus dedos en las llagas del Resucitado. Pero, a la
postre, sin tocarle siquiera, sólo al verle, exclaman: “Señor mío y Dios mío”.
Otros muchos, multitudes, –hombres y
mujeres- son felices porque han creído en él sin haberle visto.
¿Qué hacer para reconocer al Resucitado
y ser sus testigos?
Escuchar, en clima de silencio y de
sencilla plegaria, como María Magdalena, que el Señor nos llame por nuestro
propio nombre, identificándonos como amigos (Jn 20, 11-18).
Escuchar –como hicimos anoche en la
Vigilia- los anuncios de los profetas que nos hablan del Mesías que vendrá, de
su muerte y resurrección. Esta fue la pedagogía de Jesús con sus discípulos.
Reconocerlo con el talante de “la gente
sencilla” y no con el temple de ”los sabios y entendidos” porque es a ella a
quien el Padre se da a conocer (Lc 10, 21-24). Los sencillos, los pequeños, son
quienes mejor nos hablan del Resucitado.
Fiarnos de quienes han visto al
Resucitado y han comido y bebido con él sin desconfiar de ellos (Lc 24, 22-24)
y menos aún de la comunidad como Tomás (Jn 20, 24-25).
Que al felicitar la Pascua en este
domingo lo hagamos con la convicción y persuasión del testigo del Resucitado.
ESTUDIO BÍBLICO.
Misa del día
Hoy la Iglesia celebra el día más grande
de la historia, porque con la resurrección de Jesús se abre una nueva historia,
una nueva esperanza para todos los hombres. Si bien es verdad que la muerte de
Jesús es el comienzo, porque su muerte es redentora, la resurrección muestra lo
que el Calvario significa; así, la Pascua cristiana adelanta nuestro destino.
De la misma manera, nuestra muerte también es el comienzo de algo nuevo, que se
revela en nuestra propia resurrección.
1ª Lectura (Hch 10,34.37-42): La
historia de Jesús se resuelve en la resurrección
I.1. La 1ª Lectura de este día
corresponde al discurso de Pedro ante la familia de Cornelio (Hch 10,34.37-42),
una familia pagana ("temerosos de Dios", simpatizantes del judaísmo,
pero no "prosélitos", porque no llegaban a aceptar la circuncisión)
que, con su conversión, viene a ser el primer eslabón de una apertura decisiva
en el proyecto universal de salvación de todos los hombres. Este relato es
conocido en el libro de los Hechos como el "Pentecostés pagano", a
diferencia de lo que se relata en Hch 2, que está centrado en los judíos de
todo el mundo de entonces.
I.2. Pedro ha debido pasar por una
experiencia traumática en Joppe para comer algo impuro que se le muestra en una
visión (Hch 10,1-33) tal como lo ha entendido Lucas. Veamos que la iniciativa
en todo este relato es "divina", del Espíritu, que es el que conduce
verdaderamente a la comunidad de Jesús resucitado.
I.3. El apóstol Pedro vive todavía de su
judaísmo, de su mundo, de su ortodoxia, y debe ir a una casa de paganos con
objeto de anunciar la salvación de Dios. En realidad es el Espíritu el que lo
lleva, el que se adelanta a Pedro y a sus decisiones; se trata del Espíritu del
Resucitado que va más allá de toda ortodoxia religiosa. Con este relato, pues,
se quiere poner de manifiesto la necesidad que tienen los discípulos
judeo-cristianos palestinos de romper con tradiciones que les ataban al
judaísmo, de tal manera que no podían asumir la libertad nueva de su fe, como
sucedió con los *helenistas+. Lo que se había anunciado en Pentecostés (Hch 2)
se debía poner en práctica.
I.4. Con este discurso se pretende
exponer ante esta familia pagana, simpatizante de la religiosidad judía, la
novedad del camino que los cristianos han emprendido después de la
resurrección.
I.5. El texto de la lectura es,
primeramente, una recapitulación de la vida de Jesús y de la primitiva
comunidad con Él, a través de lo que se expone en el Evangelio y en los Hechos.
La predicación en Galilea y en Jerusalén, la muerte y la resurrección, así como
las experiencias pascuales en las que los discípulos *conviven+ con él, en
referencia explícita a las eucaristías de la primitiva comunidad. Porque es en
la experiencia de la Eucaristía donde los discípulos han podido experimentar la
fuerza de la Resurrección del Crucificado.
I.6. Es un discurso de tipo kerygmático,
que tiene su eje en el anuncio pascual: muerte y resurrección del Señor.
2ª Lectura: (Col 3,1-4): Nuestra vida
está en la vida de Cristo
II.1. Colosenses 3,1-4, es un texto
bautismal sin duda. Quiere decir que ha nacido en o para la liturgia bautismal,
que tenía su momento cenital en la noche pascual, cuando los primeros
catecúmenos recibían su bautismo en nombre de Cristo, aunque todavía no
estuviera muy desarrollada esta liturgia.
II.2. El texto saca las consecuencias
que para los cristianos tiene el creer y aceptar el misterio pascual: pasar de
la muerte a la vida; del mundo de abajo al mundo de arriba. Por el bautismo,
pues, nos incorporamos a la vida de Cristo y estamos en la estela de su futuro.
II.3. Pero no es futuro solamente. El
bautismo nos ha introducido ya en la resurrección. Se usa un verbo compuesto de
gran expresividad en las teología paulina "syn-ergeirô"=
"resucitar con". Es decir, la resurrección de Jesús está operante ya
en los cristianos y como tal deben de vivir, lo que se confirma con los versos
siguientes de 3,5ss. Es muy importante subrayar que los acontecimientos
escatológicos de nuestra fe, el principal la resurrección como vida nueva, debe
adelantarse en nuestra vida histórica. Debemos vivir como resucitados en medio
de las miserias de este mundo.
II.4. El autor de Colosenses,
consideramos que un discípulo muy cercano a Pablo, aunque no es determinante
este asunto, ha escogido un texto bautismal que en cierta manera expresa la
mística del bautismo cristiano que encontramos en Rom 6,4-8. En nuestro texto
de Colosenses se pone más explícitamente de manifiesto que en Romanos, que por
el bautismo se adelanta la fuerza de la resurrección a la vida cristiana y no
es algo solamente para el final de los tiempos.
II.5. Esto es muy importante resaltarlo
en la lectura que hagamos, ya que creer en la resurrección no supone una
actitud estética que contemplamos pasivamente. Si bien es verdad que ello no
nos excusa de amar y transformar la historia, debemos saber que nuestro futuro
no está en consumirnos en la debilidad de lo histórico y de lo que nos ata a
este mundo. Nuestra esperanza apunta más alto, hacia la vida de Dios, que es el
único que puede hacernos eternos.
III. Evangelio (Jn 20,1-9): El amor
vence a la muerte: la experiencia del discípulo verdadero
III.1. El texto de Juan 20,1-9, que
todos los años se proclama en este día de la Pascua, nos propone acompañar a
María Magdalena al sepulcro, que es todo un símbolo de la muerte y de su
silencio humano; nos insinúa el asombro y la perplejidad de que el Señor no
está en el sepulcro; no puede estar allí quien ha entregado la vida para
siempre. En el sepulcro no hay vida, y Él se había presentado como la
resurrección y la vida (Jn 11,25). María Magdalena descubre la resurrección,
pero no la puede interpretar todavía. En Juan esto es caprichoso, por el
simbolismo de ofrecer una primacía al *discípulo amado+ y a Pedro. Pero no
olvidemos que ella recibirá en el mismo texto de Jn 20,11ss una misión
extraordinaria, aunque pasando por un proceso de no “ver” ya a Jesús resucitado
como el Jesús que había conocido, sino “reconociéndolo” de otra manera más
íntima y personal. Pero esta mujer, desde luego, es testigo de la resurrección.
III.2. La figura simbólica y fascinante
del *discípulo amado+, es verdaderamente clave en la teología del cuarto
evangelio. Éste corre con Pedro, corre incluso más que éste, tras recibir la
noticia de la resurrección. Es, ante todo, "discípulo", y por eso es
conveniente no identificarlo, sin más, con un personaje histórico concreto,
como suele hacerse; él espera hasta que el desconcierto de Pedro pasa y, desde
la intimidad que ha conseguido con el Señor por medio de la fe, nos hace
comprender que la resurrección es como el infinito; que las vendas que ceñían a
Jesús ya no lo pueden atar a este mundo, a esta historia. Que su presencia
entre nosotros debe ser de otra manera absolutamente distinta y renovada.
III.3. La fe en la resurrección, es
verdad, nos propone una calidad de vida, que nada tiene que ver con la búsqueda
que se hace entre nosotros con propuestas de tipo social y económico. Se trata
de una calidad teológicamente íntima que nos lleva más allá de toda miseria y
de toda muerte absurda. La muerte no debería ser absurda, pero si lo es para
alguien, entonces se nos propone, desde la fe más profunda, que Dios nos ha
destinado a vivir con El. Rechazar esta dinámica de resurrección sería como
negarse a vivir para siempre. No solamente sería rechazar el misterio del Dios
que nos dio la vida, sino del Dios que ha de mejorar su creación en una vida
nueva para cada uno de nosotros.
III.4. Por eso, creer en la
resurrección, es creer en el Dios de la vida. Y no solamente eso, es creer
también en nosotros mismos y en la verdadera posibilidad que tenemos de ser
algo en Dios. Porque aquí, no hemos sido todavía nada, mejor, casi nada, para
lo que nos espera más allá de este mundo. No es posible engañarse: aquí nadie
puede realizarse plenamente en ninguna dimensión de la nuestra propia
existencia. Más allá está la vida verdadera; la resurrección de Jesús es la
primicia de que en la muerte se nace ya para siempre. No es una fantasía de
nostalgias irrealizadas. El deseo ardiente del corazón de vivir y vivir siempre
tiene en la resurrección de Jesús la respuesta adecuada por parte de Dios. La
muerte ha sido vencida, está consumada, ha sido transformada en vida por medio
del Dios que Jesús defendió hasta la muerte. (Fray Miguel de Burgos Núñez, O.
P.).
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