“PAZ
A USTEDES”
El impacto de Jesús resucitado en la
vida de sus discípulos fue y es enorme. Su mensaje, su vida, muerte y
resurrección son buena noticia. Cuando las comunidades se encuentran con la
Palabra del evangelio, nacen y crecen en la fe, están introduciendo allí la
felicidad y haciendo realidad el sueño de Dios.
También hoy necesitamos el encuentro
personal con Jesús resucitado, una fe personalizada, poniendo nuestro corazón a
su lado y fiándonos de él, dejando a un lado la pura religiosidad. Él nos
regala interiormente su paz, su alegría, pues “por fuera” no hay pruebas su
resurrección. Cuando nos acompaña su Palabra nuestro encuentro con los demás es
constructor de acogida, fraternidad, solidaridad y perdón. Esto ni se improvisa
ni se puede prestar, todo lo más, y es bueno, se puede compartir. No nos
acercaremos a Jesús por mucho que nos digan, sino lo vivimos como algo nuestro.
Ser cristiano no es vivir buscando espontáneamente una respuesta a las
necesidades religiosas, como adeptos a una institución cumpliendo más o menos
lo establecido, sino ser discípulos y seguidores de Jesús, que nos
identificamos con su proyecto del reino. Ni es vivir la fe estructurada desde
lo doctrinal, moral y sacramental, (fe de segunda mano) sino desde el encuentro
personal con él. Necesitamos el encuentro con Jesús para purificar la fe
cerrada, acabada, fanática; la fe infantil porque así se nos ha enseñado y
basta; la fe que está de vuelta, pues ya nada tiene sentido, ni hay nada qué
esperar; la fe vivida como una propiedad que tengo para siempre sin
posibilidades ni de desarrollar, ni de cambiar.
DIOS NOS HABLA. ESCUCHAMOS SU PALABRA.
I
LECTURA
En
esta denuncia, Pedro no se queda en mostrar lo que es evidentemente condenable:
“mataron al autor de la vida”, sino que se extiende para buscar la inclusión de
estos enemigos de la vida en la mesa del Señor. A ellos también llega el llamado
de la salvación.
Lectura
de los Hechos de los apóstoles 3, 13-15. 17-19
En aquellos días, Pedro dijo al pueblo:
“El Dios de Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob, el Dios de nuestros
padres, glorificó a su servidor Jesús, a quien ustedes entregaron, renegando de
él delante de Pilato, cuando este había resuelto ponerlo en libertad. Ustedes
renegaron del Santo y del Justo, y pidiendo como una gracia la liberación de un
homicida, mataron al autor de la vida. Pero Dios lo resucitó de entre los
muertos, de lo cual nosotros somos testigos. Ahora bien, hermanos, yo sé que
ustedes obraron por ignorancia, lo mismo que sus jefes. Pero así, Dios cumplió
lo que había anunciado por medio de todos los profetas: que su Mesías debía
padecer. Por lo tanto, hagan penitencia y conviértanse, para que sus pecados
sean perdonados”.
Palabra de Dios.
Salmo
4, 2. 4. 7. 9
R.
Muéstranos, Señor, la luz de tu rostro.
Respóndeme cuando te invoco, Dios, mi
defensor, tú, que en la angustia me diste un desahogo: ten piedad de mí y
escucha mi oración. R.
Sepan que el Señor hizo maravillas por
su amigo: Él me escucha siempre que lo invoco. Hay muchos que preguntan:
“¿Quién nos mostrará la felicidad, si la luz de tu rostro, Señor, se ha alejado
de nosotros?”. R.
Me acuesto en paz y en seguida me
duermo, porque sólo tú, Señor, aseguras mi descanso. R.
II
LECTURA
No
hay pecado que Dios no pueda ni quiera perdonar. Solo hace falta el
reconocimiento sincero y humilde y la decisión de comenzar de nuevo.
Lectura
de la primera carta de san Juan 2, 1-5
Hijos míos, les he escrito estas cosas
para que no pequen. Pero si alguno peca, tenemos un defensor ante el Padre:
Jesucristo, el Justo. Él es la Víctima propiciatoria por nuestros pecados, y no
sólo por los nuestros, sino también por los del mundo entero. La señal de que
lo conocemos, es que cumplimos sus mandamientos. El que dice: “Yo lo conozco”,
y no cumple sus mandamientos, es un mentiroso, y la verdad no está en él. Pero
en aquel que cumple su palabra, el amor de Dios ha llegado verdaderamente a su plenitud.
Palabra de Dios.
ALELUYA
Cf. Lc 24, 32
Aleluya. Señor Jesús, explícanos las
Escrituras. Haz que arda nuestro corazón mientras nos hablas. Aleluya.
EVANGELIO
Jesús
resucitado lleva en su cuerpo las marcas de todo el dolor por el que pasó. La
resurrección no oculta la cruz, sino que muestra que el dolor no lo ha vencido,
que la muerte no ganó. Recordar siempre esto resulta necesario para tener
presente que en el camino humano se transita por momentos de dolor hasta llegar
a la vida eterna.
Ì Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san
Lucas 24, 35-48
Los discípulos, que retornaron de Emaús
a Jerusalén, contaron lo que les había pasado en el camino y cómo lo habían
reconocido al partir el pan. Todavía estaban hablando de esto, cuando Jesús se
apareció en medio de ellos y les dijo: “La paz esté con ustedes”. Atónitos y
llenos de temor, creían ver un espíritu, pero Jesús les preguntó: “¿Por qué
están turbados y se les presentan esas dudas? Miren mis manos y mis pies, soy
yo mismo. Tóquenme y vean. Un espíritu no tiene carne ni huesos, como ven que
yo tengo”. Y diciendo esto, les mostró sus manos y sus pies. Era tal la alegría
y la admiración de los discípulos, que se resistían a creer. Pero Jesús les
preguntó: “¿Tienen aquí algo para comer?”. Ellos le presentaron un trozo de
pescado asado; él lo tomó y lo comió delante de todos. Después les dijo:
“Cuando todavía estaba con ustedes, yo les decía: Es necesario que se cumpla
todo lo que está escrito de mí en la Ley de Moisés, en los Profetas y en los
Salmos”. Entonces les abrió la inteligencia para que pudieran comprender las
Escrituras, y añadió: “Así estaba escrito: el Mesías debía sufrir y resucitar
de entre los muertos al tercer día, y comenzando por Jerusalén, en su Nombre
debía predicarse a todas las naciones la conversión para el perdón de los
pecados. Ustedes son testigos de todo esto”.
Palabra del Señor.
MEDITAMOS LA PALABRA DE DIOS.
El
resucitado, compañero de camino
Así lo expresan los evangelistas,
mostrando signos de identidad del resucitado en el camino humano. El quita el
fantasma y la amenaza de la soledad, ampara el camino humano con
acompañamiento, de otra manera se hace poco menos que imposible. Esta cualidad
divina es la que Jesús resucitado actualiza constantemente en el mundo con dos
signos en el evangelio de hoy y que como imágenes suyas que somos estamos
capacitados para recrear. Son dos formas de decir cómo el Resucitado está en la
vida.
Mostrando las llagas de sus manos, sus
pies, su costado roto para indicar que Dios resucita a un crucificado. Quiere
hacer entender que no hay que olvidar que el lado oscuro de la vida, la
debilidad histórica, tiene futuro, tiene salidas hacia la plenitud y que más
allá de esto y superándolo hay vida, hay resurrección.
El Padre ha resucitado a un crucificado
y a los crucificados por su pobreza, por su pecado; es un Padre solidarizado
con las víctimas, los perseguidos, los juzgados, maltratados, y un largo etc.,
que no tienen otro defensor. Así a la vez libera de la muerte a los más
desdichados y vulnerables y está haciendo justicia, pues la última palabra no
la tienen ni el verdugo, ni la violencia, sino las víctimas y el amor. Así
reacciona ante lo que los hombres han hecho con su Hijo y se identifica con los
sufridos y crucificados de hoy. Aunque parece que se calla ante los que penden
de la cruz, termina manifestándonos que los sufrientes no están solos.
Come con sus discípulos un trozo de
pescado asado. No se desentiende del camino humano, ni lo abandona, sigue
apostando por él. Así comparte la necesidad del alimento, comiendo lo que ellos
le ofrecen y tienen.
Jesús se “alimenta” con nuestros mismos
peces, comparte nuestra vida y necesidades y él nos alimenta y acompaña “por
dentro” en nuestras debilidades. La Pascua es tiempo de compartir la Palabra y
el pan en la Eucaristía.
Fe
en el resucitado
La fe en el resucitado no es automática,
se desarrolla entre dudas e interrogantes. Cuando estamos crucificados, porque
ha aparecido el lado oscuro de nuestra vida, los problemas nos asaltan, la
dureza de una enfermedad, el contratiempo de la fraternidad, la comunión es
poco menos que imposible superarlos, no es fácil ver la compañía del
resucitado, no es fácil vivir la fe, reconocer a Jesús. La fe nace, crece desde
la propia experiencia. En el evangelio, los de Emaús, contaban cómo lo
reconocieron resucitado al partir el pan, pero la mayoría no sabe nada, hasta
que lo experimentan y reconocen con el deseo de su paz. Se asustan, tienen
miedo, le ven como un fantasma o no se lo creen por la alegría. Reconocer que
el Dios de la vida es fiel y no abandona, “abrírseles el entendimiento” para
comprender las Escrituras requiere encuentro, signos, tiempo, reflexión, mirar
las llagas del resucitado, asimilar que en su cruz él clavó ya nuestro dolor y
nuestros problemas y nos invita a mirar hacia arriba, no con la vista plana y
entender que el aparente fracaso de la cruz es camino seguro de felicidad. Es
el camino del Espíritu de Jesús. Solo la vida entregada por amor no muere con
la muerte, perdura para siempre.
Hacerse
testigos
Resucitados, testigos de su nombre,
recordatorios de su amor, contagiados que no pueden parar de hablar, ni de
acompañar por la nueva vida causada por su encuentro es ser cristianos. Es el
tiempo para dar testimonio de cómo vive Jesús “dentro de nosotros”, no de lo
que sabemos de él teóricamente como papagayos. Tiempo de ser maestros de vida,
testigos de esperanza y del valor de lo humano, pues Jesús lo fecunda y hace
fuerte. Nuestra vocación es vivir la resurrección en nuestra propia humanidad,
en nuestra debilidad, construyendo fraternidad, solidaridad y acompañamiento
como Jesús hizo desde la cruz.
La alegría a los discípulos no les
dejaba creer. Aprender a ver todo lo positivo, tanto bien como hay a nuestro
alrededor, tantas personas capaces de no pensar mal, capaces de hacer ante todo
el bien, de descubrir la belleza que los rodea, son pruebas de las
posibilidades que tenemos como hombres y mujeres para andar el camino de
nuestra vida, resucitados.
Para acompañar hay que tocar, estar
cerca y vivir como Jesús las distancias cortas del abrazo: con el “leproso” de
hoy, sacando del pozo en sábado, cuestionando rigorismos y cumplimientos
culpabilizantes, estando cerca de los hermanos más débiles.
ESTUDIO BÍBLICO.
I Lectura:
Hechos (3,13-19): Anunciar que el crucificado vive, ¡sin miedo!
I.1. La primera lectura de hoy es el
segundo discurso de Pedro en los Hechos de los Apóstoles, el segundo discurso
kerigmático, después del de Pentecostés, porque «proclama» con claridad la
fuerza del mensaje pascual: la muerte y resurrección de Jesús. La ocasión es la
curación extraordinaria de un cojo, alguien que está impedido de andar, como si
el evangelista Lucas, que tanto interés ha puesto en el camino, en el
seguimiento, quisiera decirnos que la resurrección de Jesús hace posible que
todas las imposibilidades (físicas, psíquicas y morales), no fueran impedimento
alguno para seguir el camino nuevo que se estrena especialmente por la
resurrección de Jesús.
I.2. Pedro, pues, el primero de los
apóstoles, es el encargado de este tipo de discursos oficiales en Jerusalén
para ir dejando constancia que ahora yo no tendrán miedo para seguir a Jesús,
el crucificado, ni ante las autoridades judías, ni ante las autoridades
romanas. Al contrario, deben anunciarlo ante el pueblo, para poner de
manifiesto que ellos están por este crucificado que es capaz de dar un sentido
nuevo a su existencia. Es un discurso en el que se pone de manifiesto que el
Dios de los «padres», el Dios de la Alianza, el Dios de Israel, es el que hace
eso, no otro dios cualquiera. Que si quieren ser fieles a las promesas de Dios,
el único camino es el de Jesús muerto y resucitado.
II
Lectura: 1Juan (2,1-5): La muerte redentora frente al mundo
II.1. La segunda lectura, al igual que
el domingo pasado, insiste en los mandamientos de Jesús para vencer al pecado.
La comunidad joánica se enfrenta con el “pecado del mundo”, le abruma, y el
autor pone ante sus ojos la muerte redentora de Jesús como posibilidad
excepcional de la victoria sobre el mismo.
II.2. Es verdad que no debemos entender
la expiación de Jesús en un sentido jurídico, como una necesidad metafísica
para que Dios se sienta satisfecho, ya que Dios no necesita la muerte de su
Hijo. Pero su muerte es un sacrificio por nosotros, porque en ella está la
fuerza que vence al mundo y el pecado del mundo, el pecado en el que se
estructura la historia de la humanidad y que los cristianos deben vencer desde
la fuerza de la muerte redentora de Jesús.
Evangelio:
Lucas (24,35-48): Una nueva experiencia con el Resucitado
III.1. La lectura del texto lucano
quiere enlazar, a su manera, con el del domingo pasado (el evangelio de Tomás),
ya que todo el capítulo lucano es una pedagogía de las experiencias decisivas
de la presencia del Viviente, Jesús el crucificado, en la comunidad. El que se
mencione en esta escena el reconocimiento que hicieron los discípulos de Emaús
al partir el pan, viene a ser una introducción sugerente para dar a entender
que el resucitado se «presenta» en momentos determinados entre los suyos con
una fuerza irresistible. El relato de hoy es difícil, porque en él se trabaja
con elementos dialécticos: Jesús no es un fantasma, enseña sus heridas, come
con ellos... pero no se puede tocar como una imagen; pasa a través de las
puertas cerradas. Hay una apologética de la resurrección de Jesús: el
resucitado es la misma persona, pero no tiene la misma “corporeidad”. La
resurrección no es una “idea” o un invento de los suyos.
III.2. Esta forma semiótica, simbólica,
de presentar las cosas, pretende afirmar una realidad profunda: el Señor está
vivo; las experiencias que tiene con los discípulos (aunque exageradas por la
polémica apologética de que los cristianos habían inventado todo esto) les
fascina, pero no para concebirlas en términos de fantasía sobre la
resurrección, sino para convencerles que ahora les toca a ellos proseguir su
causa, anunciar la salvación y el perdón de los pecados. Creer en la
resurrección de Jesús sin estas consecuencias sería como creer en cosas de
espíritus. Pero no se trata de eso, sino de creer en la realidad profunda de
que el crucificado está vivo, y ahora les envía a salvar a todos los hombres.
III.3. No podemos olvidar que las
apariciones pertenecen al mundo de lo divino, no al de las realidades
terrestres. Por lo mismo, la presentación de un relato tan “empirista” como
este de Lucas requiere una verdadera interpretación. Lo divino, es verdad,
puede acomodarse a las exigencias de la “corporeidad” histórica, y así lo
experimentan los discípulos. Pero eso no significa que, de nuevo, el resucitado
da un salto a esta vida o a esta historia. Si fuera así no podíamos estar
hablando de “resurrección”, porque eso sería como traspasar los límites de la
“carne y de la sangre”, que no pueden heredar el reino de Dios (cf 1Cor 15,50).
Los hombres podemos aplicarle a lo divino nuestras preconcepciones
antropológicas. Está claro que tuvieron experiencias reales, pero el resucitado
no ha vuelto a la corporeidad de esta vida para ser visto por los suyos. El
texto tiene mucho cuidado de decir que Jesús es el mismo, pero su vida tiene
otra corporeidad; no la de un fantasma, sino la de quien está por encima de la
“carne y la sangre”.
III.4. Hoy está planteado en el evangelio
la realidad y el sentido de las apariciones del resucitado y debemos ser
valientes para “predicar y proclamar” que las apariciones de Jesús a los suyos
no pueden ser entendidas como una vuelta a esta vida para que los suyos lo
reconocieran. Se hizo presente de otra manera y ellos lo experimentaron tal
como eran ellos y tal como sentían. Esto es lo que pasa en estas experiencias
extraordinarias en las que Dios interviene. Jesús no podía comer, porque un
resucitado, si pudiera comer, no habría resucitado verdaderamente. Las comidas
de las que se quiere hablar en nuestro texto hacen referencia a las comidas
eucarísticas en las que recordando lo que Jesús había hecho con ellos, ahora
notan su presencia nueva. En definitiva: la “corporeidad” de las apariciones de
Jesús a sus discípulos no es material o física, sino que reclama una realidad
nueva como expresión de la persona que tiene una vida nueva y que se relaciona,
también, de forma nueva con los suyos. Esta capacidad nueva de relación de
Jesús con los suyos y de éstos con el resucitado es lo que merece la pena por
encima de cualquier otra cosa. (Fray Miguel de Burgos Núñez, O. P.).
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