“Los fue enviando de dos en dos”
Sin un propósito, que sirva para fijar
el rumbo, nuestra vida se vuelve vacía de sentido. La propia vocación, el
sentido de misión da sentido a la vida de cada persona. Para ella nos formamos,
ponemos todo lo mejor de nosotros mismos al servicio de esa llamada personal.
La misión fija también el rumbo de
nuestra vida cristiana, la llena de sentido y la plenifica. También para esta
misión nos preparamos en el encuentro con Aquel que nos envía, aprendiendo a
mirar la vida como la mira Él, para poder ser sus testigos en medio del mundo.
DIOS NOS HABLA. ESCUCHAMOS SU PALABRA.
I
LECTURA
Amós
no tiene ninguna institución ni estructura que legitime su profecía. No viene
de familia de profetas ni tiene rango sacerdotal. Él es un campesino llamado
por Dios, y este llamado personal es el único fundamento de su misión. ¿Quién
le creerá? El profeta, libre y sostenido por el Señor, predica allí donde él lo
llama.
Lectura
de la profecía de Amós 7, 12-15
Amasías, el sacerdote de Betel, dijo a
Amós: “Vete de aquí, vidente, refúgiate en el país de Judá, gánate allí la vida
y profetiza allí. Pero no vuelvas a profetizar en Betel, porque este es un
santuario del rey, un templo del reino”. Amós respondió a Amasías: “Yo no soy
profeta, ni hijo de profetas, sino pastor y cultivador de sicómoros; pero el
Señor me sacó de detrás del rebaño y me dijo: ‘Ve a profetizar a mi pueblo
Israel’”.
Palabra de Dios.
Salmo
84, 9ab. 10-14
R.
Muéstranos, Señor, tu misericordia y danos tu salvación.
Voy a proclamar lo que dice el Señor: el
Señor promete la paz para su pueblo y sus amigos. Su salvación está muy cerca
de sus fieles, y la Gloria habitará en nuestra tierra. R.
El Amor y la Verdad se encontrarán, la
Justicia y la Paz se abrazarán; la Verdad brotará de la tierra y la Justicia
mirará desde el cielo. R.
El mismo Señor nos dará sus bienes y
nuestra tierra producirá sus frutos. La Justicia irá delante de él, y la Paz,
sobre la huella de sus pasos. R.
II
LECTURA
Este
himno canta la maravillosa obra que Dios, con su amor, ha hecho en nosotros. Es
un poema que nos invita a meditar y saborear cada uno de esos verbos que
describen la acción de Dios: nos bendijo, nos eligió, nos llamó a ser santos y
nos dio su gracia. Sólo podemos unir nuestro corazón a esta alabanza de todos
los creyentes.
Lectura
de la carta del apóstol san Pablo a los cristianos de Éfeso 1, 3-14
Bendito sea Dios, el Padre de nuestro
Señor Jesucristo, que nos ha bendecido en Cristo con toda clase de bienes
espirituales en el cielo, y nos ha elegido en él, antes de la creación del
mundo, para que fuéramos santos e irreprochables en su presencia, por el amor.
Él nos predestinó a ser sus hijos adoptivos por medio de Jesucristo, conforme
al beneplácito de su voluntad, para alabanza de la gloria de su gracia, que nos
dio en su Hijo muy querido. En él hemos sido redimidos por su sangre y hemos
recibido el perdón de los pecados, según la riqueza de su gracia, que Dios
derramó sobre nosotros, dándonos toda sabiduría y entendimiento. Él nos hizo
conocer el misterio de su voluntad, conforme al designio misericordioso que
estableció de antemano en Cristo, para que se cumpliera en la plenitud de los
tiempos: reunir todas las cosas, las del cielo y las de la tierra, bajo una
sola Cabeza, que es Cristo. En él hemos sido constituidos herederos, y
destinados de antemano –según el previo designio del que realiza todas las
cosas conforme a su voluntad– a ser aquellos que han puesto su esperanza en
Cristo, para alabanza de su gloria. En él, ustedes, los que escucharon la
Palabra de la verdad, la Buena Noticia de la salvación, y creyeron en ella,
también han sido marcados con un sello por el Espíritu Santo prometido. Ese
Espíritu es el anticipo de nuestra herencia y prepara la redención del pueblo
que Dios adquirió para sí, para alabanza de su gloria.
Palabra de Dios.
ALELUYA Cf. Ef 1, 17-18
Aleluya. El Padre de nuestro Señor
Jesucristo ilumine nuestros corazones, para que podamos valorar la esperanza a
la que hemos sido llamados. Aleluya.
EVANGELIO
La
forma en que Jesús envía a los Doce parece fuera de toda previsión humana. Y,
por eso, nos lleva a preguntarnos y a revisar nuestra acción como Iglesia en
misión. ¿Confiamos en la obra del Espíritu Santo, o esperamos que todo funcione
por nuestra eficiencia? Nuestros recursos, pocos o muchos, no son los que nos
aseguran el “éxito”. Misionamos bajo el soplo del Espíritu que nos llevará allí
donde atormentados y enfermos esperan la Buena Noticia.
Ì Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san
Marcos 6, 7-13
Jesús llamó a los Doce y los envió de
dos en dos, dándoles poder sobre los espíritus impuros. Y les ordenó que no
llevaran para el camino más que un bastón; ni pan, ni provisiones, ni dinero;
que fueran calzados con sandalias y que no tuvieran dos túnicas. Les dijo:
“Permanezcan en la casa donde les den alojamiento hasta el momento de partir.
Si no los reciben en un lugar y la gente no los escucha, al salir de allí, sacudan
hasta el polvo de sus pies, en testimonio contra ellos”. Entonces fueron a
predicar, exhortando a la conversión; expulsaron a muchos demonios y sanaron a
numerosos enfermos, ungiéndolos con óleo.
Palabra del Señor.
MEDITAMOS LA PALABRA DE DIOS.
Llamados
y enviados
El evangelio de hoy es uno de esos
textos bien conocidos para todos los creyentes: Jesús llama a los doce y los
envía a predicar de dos en dos. Ellos, nos dice el texto, salieron a predicar
la conversión, echaban muchos demonios, ungían con aceite a muchos enfermos y
los curaban. Un texto breve que recoge, sin embargo, todo lo que significa la vida
de un discípulo: llamado y enviado, con una misión concreta y desde una
experiencia muy determinada. Parémonos un momento a ver en detalle lo que esto
significa, al hilo de las lecturas de este domingo, que nos dibujan un perfil
muy claro de lo que es la vida del discípulo.
Volvamos nuestra mirada en primer lugar
al profeta Amós, que en la primera de las lecturas se nos presenta como
antecedente de lo que significa ser elegido y enviado por Dios para una misión:
es un hombre corriente: “no soy profeta ni hijo de profeta, sino pastor y
cultivador de higos”; elegido por Dios para vivir de otra manera: “el Señor me
sacó de junto al rebaño”; al que se le encomienda una misión: “Ve y profetiza a
mi pueblo Israel”. El profeta se nos presenta siempre como alguien que ha
tenido una experiencia de Dios, que ha recibido la revelación de su santidad y
de sus deseos, que juzga el presente y ve el futuro a la luz de Dios y que es
enviado por Dios para recordar a los hombres sus exigencias y llevarlos por la
senda de la obediencia y de su amor. La vocación profética es “irresistible”:
“Habla el Señor, ¿quién no profetizará?” (Am 3,8), es una pasión que nace de la
escucha de la Palabra y el encuentro con Dios, de la experiencia misma de
haberse sentido mirado, llamado por su nombre, reconocido por la mirada de un
Dios que quiere comunicarse al género humano a través de palabras humanas, de
sus elegidos. Dios tiene la iniciativa y sale al encuentro del hombre para
darle una misión que le configura. Es más que una tarea, es una nueva identidad
que afecta a toda la persona del profeta.
La segunda lectura de este domingo, de
la carta a los Efesios nos adentra en esa nueva identidad que nos es revelada
en el encuentro con Dios, por la cual este himno litúrgico da gracias. El
discípulo, que se expresa en este himno en tono de alabanza, nos está narrando
en realidad su propia experiencia de encuentro con Dios a través de Jesús: se
siente “bendecido en Cristo con toda clase de bienes espirituales y
celestiales”; “elegido en la persona de Cristo“ para ser consagrados,
partícipes de la santidad de Dios, e irreprochables ante él por el amor;
“destinados a ser sus hijos”, hijos de Dios, reflejo se su gloria, herederos de
sus bendiciones, llenos de gracia, como se sintió María. Por si esto fuera
poco, el discípulo que nos habla proclama que “el tesoro de su sabiduría y
prudencia ha sido un derroche para con nosotros dándonos a conocer el Misterio
de su Voluntad” que no es otro que la plenitud del Reino: “recapitular en
Cristo todas las cosas del cielo y de la tierra”. Y es interesante contemplar a
este discípulo que así habla, porque nos está mostrando cuál es la experiencia
que está en la raíz vital de quien acepta un envío como el del evangelio: es
alguien que se vive a sí mismo como bendecido, elegido, hijo del Padre, lleno
de gracia, sabio en la sabiduría de Dios. Sólo hombres y mujeres que viven una
experiencia así, tan densa, tan transformadora, tan gozosa, pueden, como el
profeta, afrontar una misión que les coloca radicalmente enfrente de los
modelos al uso en aquella sociedad que les toca vivir. Sólo una pasión que nace
de esta experiencia nos puede llevar hoy a vivir y predicar el contracultural
mensaje del evangelio. Cuando la pasión del encuentro transformador con Jesús
se apaga, la misión languidece, o se convierte en una simple tarea.
Jesús, volvemos al evangelio, llama a
los doce, toma la iniciativa y al tiempo nos regala la libertad de sabernos
“sacados de junto al rebaño”, de la simple cotidianeidad de las cosas, como el
profeta, y nos envía. Esta experiencia doble de llamada y envío es fundamental
para el discípulo, porque revela que nuestra misión es eclesial, no un asunto
privado, y por ello la vivimos en comunión, “de dos en dos”, en comunidad,
junto con otros, sabiéndonos copartícipes de la misión de todos los discípulos.
El texto nos subraya algunos elementos de la misión que nos resultan muy
significativos en este momento de la Iglesia: salir al camino, sin alforjas,
sin dinero, pero con sandalias y cayado, para poder resistir el desgaste del
camino: Iglesia en salida, en camino, pobre, desinstalada, libre de ataduras,
en definitiva, para poder servir al evangelio. Itinerantes, porque hay en el
enviado una pasión, una ineludible necesidad de ir siempre más allá, al encuentro
de quienes viven en la oscuridad, porque la luz siempre es expansiva, difícil
de encerrar, de frenar en su vocación de iluminar. Conscientes de que no
siempre seremos bien recibidos.
Anunciamos así, con palabras y gestos de
liberación el plan de Dios para sus hijos: que tengan vida y vida en
abundancia. La verdad experimentada, rumiada, saboreada, se hace más fuerte que
nosotros mismos y no podemos callarla.
ESTUDIO BÍBLICO.
La
misión como vocación de ser discípulo
I
Lectura. Amós (7,12-15): La palabra de Dios es el pan del profeta
I.1. La lectura del profeta Amós es toda
una revelación de su vocación y de su misión. Este relato forma parte de un
texto biográfico que marca las diferencias en un libro que están muy preñado de
visiones y revelaciones (7,10-17). La llamada de un profeta verdadero siempre
provoca admiración y desconcierto. Amós era un hombre de pueblo de Tecua en el
reino de Judá, al sur de Jerusalén, que fue enviado por Dios al reino de norte,
en el momento de mayor esplendor de Samaría, su capital, pero precisamente
cuando más injusticias y tropelías podían constatarse. Porque la historia nos
demuestra que en esas situaciones los egoísmos y el afán de poder y dinero de
unos pocos prevalece sobre la situación límite de los pobres y la viudas. Amós
se presenta en la ciudad de Betel, santuario real del reino de Israel, en el
que el sacerdote Amasías le reprocha que venga a poner malos corazones y a
juzgar a la monarquía, la corte entera y los oficios sagrados de los sacerdotes
del santuario. Amasías tenía a sus profetas o teólogos oficiales ya amaestrados
para decir y agorar lo que él quería.
I.2. Amós, sin embargo, no es un profeta
de ese estilo; él ha sido llamado por Dios, le ha hecho abandonar sus campos y
su rebaño, para ir a anunciar la Palabra de Dios. Por eso Amós se defiende con
que “no es profeta ni hijo de profeta”; quiere decir que no es profeta de los
que dicen lo que los poderosos quieren que se diga, para que el pueblo acate
sus decisiones. Amós es un profeta verdadero que no puede callar la verdad de
Dios. El verdadero profeta no tiene miedo a los reyes ni a los que detentan la
ortodoxia religiosa. En esa escena de Betel (7,10-17), este campesino, bien
cultivador de sicómoros o bien pastor de ganado bovino, no ha de dar tregua a
las injusticias que se quiere legalizar de una forma religiosa. El profeta no
trabaja por ganar de comer, porque quien así lo hiciera revelaría un interés de
falso profeta. El verdadero pan del profeta verdadero es la “palabra de Dios”.
Incluso Amós tiene que salir de su territorio, Judá, para ir al de Israel y
anunciar allí ese pan de la palabra viva de Dios que debe quemar la conciencia
de los instalados. El verdadero profeta pasa hambre de pan, con tal de anunciar
la palabra de Dios.
II
Lectura: Efesios (1,3-14): Dios nos "mira" desde su Hijo
II.1. Aunque se proclame en nuestra
lectura que esta carta es de San Pablo, la opinión más extendida hoy, aunque no
sea general, es que es un escrito posterior de la escuela paulina. Es un
escrito de una gran densidad teológica; una especie de circular para las
comunidades cristianas de Asia Menor, cuya capital era Éfeso. En realidad lo
que hoy nos toca leer de esta lectura es el famoso himno con el que casi se
abre la epístola. Es un himno o eulogía (alabanza), a Dios, probablemente de
origen bautismal, como sucede con muchos himnos del NT; desde luego ha nacido
en la liturgia de las comunidades cristianas. Su autor, como Pablo hizo con Flp
2,5-11, lo ha incardinado a su escrito por la fuerza que tiene y porque no encontró
ostras palabras mejores para alabar a Dios.
II.2. Se necesitarían un análisis
exegético de más alcance para poder decir algo sustancial de esta pieza
liturgia cristiana. Es curioso que estamos ante un himno que es como una sola
frase, de principio a fin, aunque con su ritmo literario y su estética
teología. Canta la exuberante gracia que Dios ha derramado, por Cristo, en sus
elegidos. Vemos que, propiamente hablando, Dios es el sujeto de todas las
acciones: elección, liberación, redención, recapitulación, predestinación a ser
hijos. Es verdad, son fórmulas teológicas de cuño litúrgico las que nos
describe este misterio. Pero todo esto acontece en Cristo, en quien tenemos la
gracia y el perdón de los pecados. Y por medio de Él recibimos la herencia prometida.
Y en cristo hemos sido marcados con el sello del Espíritu hasta llegar a
experimentar la mismo gloria de Dios en los tiempos finales.
II.3. ¿Qué podemos retener del mismo?
Entre las muchas posibilidades de lectura podríamos fijarnos en lo que sigue: que
Dios, desde siempre, nos ha contemplado a nosotros, desde su Hijo. Dios mira a
la humanidad desde su Hijo y por eso no nos ha condenado, ni nos condenará
jamás a la ignominia. El es un Dios de gracia y de amor. La teología de la
gracia es, pues, una de las claves de comprensión de este himno. Sin la gracia
de Dios no podemos tener la verdadera experiencia de ser hijos de Dios. El
himno define la acción amorosa de Dios como una acción en favor de todos los
hombres. Estamos, pues, predestinados a ser hijos. Este es el “misterio” que
quiere cantar esta alabanza a Dios. Se canta por eso; se da gracias por ello:
ser hijos es lo contrario de ser esclavos, de ser una cifra o un número del
universo. Este es el efecto de la elección y de la redención “en Cristo”.
Evangelio:
Marcos (6,7-13): El evangelismo itinerante
III.1. El evangelio de Marcos es una de
esas piezas evangélicas que más han dado que hablar. Se trata del envío a la
misión de los Doce discípulos que Jesús se había escogido (cf Mc 3,13-19). Es
una misión en itinerancia, ya que el reino de Dios que deben anunciar y que
Jesús está haciendo presente debe tener un carácter de peregrinación. Se ha
dicho que las condiciones espartanas de este envío han sido cultivadas por los
discípulos itinerantes que tuvieron que ser rechazados en muchos lugares del
judaísmo. Incluso se ha pensado que para entender estas condiciones se han
tenido en cuenta unas condiciones que la Mishná (libro que recoge en el s. II
d. C. la enseñanzas de los rabinos) establece para la peregrinación al templo
cuando todavía existía. La diferencia es que Jesús propone que se lleve bastón
y sandalias, a diferencia de lo que se exige para peregrinar al templo de
Jerusalén (de hecho están ausentes en el texto de Mt 10,10; Lc 9,3; 10,4). Y es
que los discípulos cristianos no van a un lugar santo, sino que deben llevar un
bastón para andar por todos los caminos del mundo y unas sandalias para que no
se destrocen los pies.
III.2. La peregrinación cristiana, pues,
es al mundo entero, a donde viven los hombres, para que conozcan el mensaje de
salvación que Jesús ha traído para todos los hombres sin excepción. Los
elementos más negativos, probablemente, se han podido añadir después en el
mundo de los “carismáticos itinerantes” que eran rechazados por los círculos y
comunidades judías o judeo-cristianas más estabilizadas. Pero el sentido
genuino de las palabras de Jesús debemos valorarlo en su alcance positivo y
universal. Es verdad que nos encontramos ante lo que parece un programa de
crítica radical de la sociedad. Algunos han visto en estas palabras una especie
de oposición entre itinerantes y sedentarios; entre carismáticos ambulantes y
simpatizantes locales. No debemos cerrar los ojos a estas tensiones, pero
también es verdad que el movimiento de Jesús, donde estas palabras encontraron
su climax, hasta transformarlas y adaptarlas, muestran la relación entre el
reino de Dios que Jesús había predicado y las opciones apocalípticas y
escatológicas de algunos grupos del cristianismo primitivo. ¿Siguen teniendo
valor en nuestro mundo y en nuestra cultura? ¡Claro! El valor que Jesús les
dio: que el reino llegaba y la mejor manera para los suyos era un “desapego” de
las cosas del mundo que no eran necesarias.
III.3. El mundo de los pobres, de los
desapegados, de los “contraculturales” es algo que no podemos perder de vista
en la lectura de este texto evangélico, sobre palabras de Jesús, para no
entender el reino de Dios a la manera en que los hombres entienden el poder del
dinero y de la efectividad. Algunos autores modernos, en la lectura de un texto
como este, han recurrido a la comparación con el grupo itinerante de los
“cínicos” en el mundo griego. Pero consideramos que no se debe exagerar la
comparación. Los itinerantes del reino tienen otra identidad, sin duda. El
radicalismo con que están formuladas estas palabras tiene acogida de muchas
formas y de muchas maneras. Algunos hablan de los desarraigados sociales y de
que el evangelio solamente puede vivirse desde ahí. Pero ¿no es posible
“desarraigarse” sin tener que abandonar casa, familia y hogar? Desde luego que
sí. El evangelio es para todos y el reino es para todos. Pero debemos aceptar
que hay personas que esto no lo pueden entender sin un “desarraigo” más
alternativo. Es, no una cuestión de estética, sino de conciencia personal y de
libre opción en la manera de vivir el ser discípulos de Jesús.
III.4. Construir una “comunidad” sobre
esta itinerancia es una de las claves de los seguidores de Jesús. El fue un
itinerante que proclamaba el reino en aldeas y pueblos. La itinerancia habla en
favor de algo nuevo, de algo no estable para siempre. El reino al que Jesús
dedica todas sus fuerzas exige una libertad soberana que va más allá de lo que
las personas normales pueden vivir. Por eso mismo no sería acertado decir que
el “movimiento del reino” –como un famoso exegeta llama a los seguidores de
Jesús, lo que me parece muy en consonancia con lo que Jesús predicó-, es algo
semejante al movimiento “cínico”. Jesús pudo conocerlo en la Galilea urbana, en
Séforis, la capital antes de su destrucción, más aún los que se consideraron de
este “movimiento del reino”. Lo que sucede es que la historia social y
antropológica muestra unas coincidencias a veces sorprendentes. Querer entender
este evangelio de la “radicalidad” desde las claves de movimiento cínico no es
pertinente. En el cristianismo primitivo hubo, sin duda, distintas corrientes y
algunas ideas se apoderaron de las palabras de Jesús y las aplicaron a
rajatabla. Pero el evangelismo verdadero no es interpretar a rajatabla, al pie
de la letra o de forma fundamentalista, todas las expresiones.
III.5. ¿Enseña nuestro texto eso de “la
felicidad por la libertad”? Desde luego que sí. Entonces algunos dirán que eso
mismo era lo que pretendían los cínicos. Pero no se debe olvidar que el
cristianismo verdadero no se resuelve solamente desde esta ética radical del
desarraigo y el desapego. Lo más importante y decisivo es el amor, incluso a
los enemigos, por muy alternativos que seamos. Jesús era un profeta con todo lo
que esto significa en el mundo bíblico. Y desde luego debemos ser libres de
verdad y esto es lo que Jesús inculca a los suyos. Debemos ser libres de verdad
de las cosas que nos atan a este mundo. Pero el reino no se puede construir
solamente desde el desarraigo alternativo y menos si este desarraigo llevara a
burlarse de las costumbres y los convencionalismos de los otros (como hacían
los cínicos). El reino se construye en la libertad personal y comunitaria, pero
mucho más todavía sobre la misericordia y el amor a los otros en sus
debilidades. (Fray Miguel de Burgos Núñez, O. P.).
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