“Estos mandatos son la sabiduría de
ustedes”
Tras varios domingos siguiendo el
discurso del Pan de Vida en el evangelio de san Juan, volvemos al evangelio de
san Marcos, que nos guía en este año litúrgico. También hoy comenzamos a leer
la carta de Santiago que nos invita a mirar nuestra vida de fe para ser mejores
discípulos. El mes de septiembre nos invita a recomenzar después de un tiempo
de descanso; por qué no también recomenzar nuestro ser cristiano.
La mejor guía para crecer en la fe y ser
buenos cristianos siempre es la Palabra de Dios. Siendo éste un tiempo de
proyectos podemos darle a la “Lectio Divina” un espacio permanente en nuestro
horario cotidiano. Porque la Palabra de Dios no puede ser solamente escuchada,
hemos de dejarla que anide en nuestro corazón, en nuestro interior, para que
siendo viva, se haga vida en nuestras obras. Este es el núcleo de las lecturas
de la liturgia de hoy. Vivir de este modo es vivir con sabiduría e
inteligencia, nos dirá la primera lectura.
Sí. Ser cristiano es cuestión de
sabiduría, de la sabiduría que nace del corazón, de la experiencia, del
silencio, de la escucha…
DIOS NOS HABLA. ESCUCHAMOS SU PALABRA.
No añadan nada a los que
yo les ordeno...
observen los mandamientos
del Señor
Lectura
del libro del Deuteronomio 4, 1-2.
6-8
Moisés habló al pueblo, diciendo:
Y ahora, Israel, escucha los preceptos y
las leyes que Yo les enseño para que las pongan en práctica. Así ustedes
vivirán y entrarán a tomar posesión de la tierra que les da el Señor, el Dios
de sus padres. No añadan ni quiten nada de lo que yo les ordeno. Observen los
mandamientos del Señor, su Dios, tal como yo se los prescribo.
Obsérvenlos y pónganlos en práctica,
porque así serán sabios y prudentes a los ojos de los pueblos, que al oír todas
estas leyes, dirán: «¡Realmente es un pueblo sabio y prudente esta gran
nación!»
¿Existe acaso una nación tan grande que tenga
sus dioses cerca de ella, como el Señor, nuestro Dios, está cerca de nosotros
siempre que lo invocamos? ¿Y qué gran nación tiene preceptos y costumbres tan
justas como esta Ley que hoy promulgo en presencia de ustedes?
Palabra de Dios.
SALMO
14, 2-5
R.
Señor, ¿quién habitará en tu Casa?
El que procede rectamente
y practica la justicia;
el que dice la verdad de corazón
y no calumnia con su lengua. R.
El que no hace mal a su prójimo
ni agravia a su vecino,
el que no estima a quien Dios reprueba
y honra a los que temen al Señor. R.
El que no se retracta de lo que juró
aunque salga perjudicado.
El que no presta su dinero a usura
ni acepta soborno contra el inocente.
El que procede así, nunca vacilará. R.
Pongan en práctica la
palabra
Lectura
de la carta del apóstol Santiago 1,
17-18. 21b-22. 27
Queridos hermanos:
Todo lo que es bueno y perfecto es un
don de lo alto y desciende del Padre de los astros luminosos, en quien no hay cambio
ni sombra de declinación. Él ha querido engendrarnos por su Palabra de verdad,
para que seamos como las primicias de su creación.
Reciban con docilidad la Palabra
sembrada en ustedes, que es capaz de salvarlos. Pongan en práctica la Palabra y
no se contenten sólo con oírla, de manera que se engañen a ustedes mismos.
La religiosidad pura y sin mancha
delante de Dios, nuestro Padre, consiste en ocuparse de los huérfanos y de las
viudas cuando están necesitados, y en no contaminarse con el mundo.
Palabra de Dios.
ALELUYA Sant 1, 18
Aleluya. El Padre ha querido engendrarnos por su Palabra de verdad, para
que seamos como las primicias de su creación. Aleluya.
EVANGELIO
Dejan de lado el
mandamiento de Dios,
por seguir la tradición de
los hombres
Ì Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san
Marcos 7, 1-8. 14-15. 21-23
Los fariseos con algunos escribas
llegados de Jerusalén se acercaron a Jesús, y vieron que algunos de sus
discípulos comían con las manos impuras, es decir, sin lavar.
Los fariseos, en efecto, y los judíos en
general, no comen sin lavarse antes cuidadosamente las manos, siguiendo la
tradición de sus antepasados; y al volver del mercado, no comen sin hacer
primero las abluciones. Además, hay muchas otras prácticas, a las que están
aferrados por tradición, como el lavado de los vasos, de las jarras y de la
vajilla de bronce y de las camas.
Entonces los fariseos y los escribas
preguntaron a Jesús: «¿Por qué tus discípulos no proceden de acuerdo con la
tradición de nuestros antepasados, sino que comen con las manos impuras?»
Él les respondió: «¡Hipócritas! Bien
profetizó de ustedes Isaías, en el pasaje de la Escritura que dice:
"Este pueblo me honra con los labios,
pero su corazón está lejos de mí.
En vano me rinde culto:
las doctrinas que enseñan
no son sino preceptos humanos".
Ustedes dejan de lado el mandamiento de
Dios, por seguir la tradición de los hombres».
Y Jesús, llamando otra vez a la gente,
les dijo: «Escúchenme todos y entiéndanlo bien. Ninguna cosa externa que entra
en el hombre puede mancharlo; lo que lo hace impuro es aquello que sale del
hombre. Porque es del interior, del corazón de los hombres, de donde provienen las
malas intenciones, las fornicaciones, los robos, los homicidios, los
adulterios, la avaricia, la maldad, los engaños, las deshonestidades, la
envidia, la difamación, el orgullo, el desatino. Todas estas cosas malas
proceden del interior y son las que manchan al hombre».
Palabra del Señor.
MEDITAMOS LA PALABRA DE DIOS.
Ser cristiano es cuestión de sabiduría
Si hoy se nos concediese a cada uno un
deseo, la lista de peticiones sería importante y la mayoría irían dirigidos al
bienestar, a mejorar la propia vida. No estaría entre los primeros puestos la
petición que el joven rey Salomón hizo al Señor: “dame sabiduría y
entendimiento”. Sin embargo, toda nuestra vida es un aprendizaje para crecer en
sabiduría, pues es la que nos ayuda a afrontar las situaciones, encuentros,
retos… que se nos presentan cada día.
La Palabra de Dios es nuestra sabiduría
La primera lectura, del libro del
Deuteronomio, nos dice que la ley del Señor, su Palabra, es nuestra sabiduría e
inteligencia. Muchos no están de acuerdo con esta afirmación, pues entienden
que su ley es una imposición que nos quita libertad, que no nos deja ser y
actuar como queremos.
Se olvidan que la relación de alianza
entre Dios y su pueblo es una relación de amor en la que quien da el primer
paso siempre es Él. La historia, tanto del antiguo pueblo de Israel, como de la
comunidad eclesial, como la propia de cada uno, nos da muestras de la bondad de
Dios hacia nosotros y de que su Palabra-Ley nos hace mejores y más felices. Y
al contrario, muchas veces nuestros instintos, modas y querencias, no nos
llevan a esa misma conclusión.
La lectura insiste en la cercanía de ese
Dios que quiere lo mejor para su pueblo, al que ama y acompaña en el camino
diario, en sus luchas y sus búsquedas.
La verdadera sabiduría consiste en vivir
Pero no es suficiente con escuchar y
conocer la Palabra–Ley de Dios. La verdadera sabiduría está en ponerla por
obra, en integrarla en la vida cotidiana, en la vida real. Hacer que la Palabra
de Dios no sea algo ajeno al vivir diario, encapsulado en tiempos o espacios
limitados “dedicados a Dios”, es la verdadera tarea del cristiano.
Lo recuerda el libro del Deuteronomio,
pero sobre todo es el mensaje de la carta de Santiago, y no sólo de lo que
hemos escuchado hoy sino de toda la carta, que nos exhorta a llevar a la
práctica la Palabra que escuchamos, a dejarnos transformar por ella y convertir
nuestras costumbres. “Escuchar la Palabra y no llevarla a la práctica es
engañarnos a nosotros mismos” nos dice.
La sabiduría es cuestión de corazón
En el evangelio encontramos otra forma
de engañarnos que estaba tan presente en tiempos de Jesús como hoy: hacer las
obras pero sin poner el corazón en ellas. Esto era lo que vivían los escribas y
fariseos, y lo que muchas veces hacemos nosotros para no complicarnos la vida.
Esta vez la cuestión era “lavarse las
manos antes de comer”. ¡Cuántas veces la palabra humana sustituye a la Palabra
de Dios! Cuántas veces la tradición o la costumbre, muchas veces sin mala
intención, ocultan el verdadero sentido de los gestos, acciones o palabras. O
peor aún, cuántas veces esconden el verdadero rostro de Dios, no dejando llegar
a Él para que sea conocido y amado por todos.
Jesús pretende desenmascarar el engaño
(a veces manipulación): es más importante la pureza del corazón y de la
conciencia, lo que nace del interior, que la mera observancia exterior. Jesús
no pretende quitar importancia al cumplimiento de la Ley, pero sí recuerda que
ésta está al servicio de la persona, de su libertad, de su crecimiento, de su
amor.
Las lecturas de la liturgia de hoy nos
invitan a un examen de conciencia, a un chequeo de nuestra vida desde la fe,
desde las intenciones que la mueven. Una invitación a buscar la verdadera
sabiduría que nace de la Palabra de Dios y se instala en nuestro corazón
transformando nuestra vida desde dentro y dando frutos que transforman nuestra sociedad.
ESTUDIO BÍBLICO.
I
Lectura: Deuteronomio (4,1-8): La grandeza de los mandamientos
I.1. El libro del Deuteronomio, que es
uno de los más famosos de la Torá judía, el Pentateuco cristiano, nos ofrece
una bella lectura que nos habla de la grandeza de los mandamientos de Dios.
Este libro tuvo una historia muy movida, ya que parece que estuvo escondido (al
menos una parte) en el Templo de Jerusalén por miedo a las actitudes
antiproféticas de algún rey de Judá, hasta que Josías (s. VII a. C), un gran
rey, abrió las puertas de la reforma religiosa. Entonces, los círculos
proféticos volvieron sus ojos a este libro, que recogía tradiciones religiosas
muy importantes.
I.2. La lectura de hoy era el comienzo
del libro en aquella época y se invita al pueblo a considerar con sabiduría los
mandamientos de Dios. Porque los mandamientos no deben ser considerados como
prohibiciones, sino como la forma en que Dios está cerca de su pueblo y por
ello éste debe escucharlo, servirlo y buscarlo. La lectura nos invita, pues, a
no avergonzarnos de los mandamientos cuando en ellos se expresa su voluntad
salvífica. Es verdad que los mandamientos se entienden, a veces, en sentido
demasiado legalista y, entonces, a algunos, les parecen insoportables. Y será
Jesús quien libere los mandamientos de Dios de ser una carga pesada, con objeto
de acercar a Dios a todos nosotros.
II
Lectura: Santiago (1,17-27): Abrirse a los dones divinos
II.1. La carta de Santiago recoge la
enseñanza de los dones de Dios. Su comparación con los astros del cielo que se
eclipsan en momentos determinados, no afecta al Padre de las luces. Es un texto
lleno de claves sapienciales en la mejor tradición de la teología judía. Dios
ha querido darnos los dones verdaderos y se revelan, para el autor de la carta,
en la palabra de Dios.
II.2. Valoramos aquí una legítima
teológica de la palabra, ya que en ella está la salvación. Es una palabra que
opera la salvación de nuestro corazón y de nuestras mentes. Es verdad que pide,
para que pueda salvarnos, ponerla en práctica. Sabemos que la carta de Santiago
es de una efectividad incomparable, como sucede en su discusión sobre la fe y
las obras. ¿Cómo es posible ponerla en práctica? Atendiendo a los que nos
necesitan: a los huérfanos, viudas y los que no tienen nada. Y eso, por otra
parte, es la verdadera religión, es decir, la verdadera adoración de Dios.
Evangelio:
Marcos (7,1-23): La voluntad de Dios humaniza
III.1. El evangelio, después de cinco
domingos en que hemos estado guiados por Jn 6, retoma la lectura continua del
segundo evangelio. El tema es la oposición entre mandamientos de Dios y
tradiciones humanas. La cuestión es muy importante para definir la verdadera
religión, como se ha puesto de manifiesto en la carta de Santiago. El pasaje se
refiere a la pregunta que los fariseos (cumplidores estrictos de la tradiciones
de los padres) plantean a Jesús, porque algunos seguidores suyos no se lavan
las manos antes de comer. La verdad es que esta es una buena tradición
sanitaria, pero convertida en precepto religioso, como otras, puede llegar a
ser alarmante. Es el conflicto entre lo esencial y lo que no lo es; entre lo
que es voluntad de Dios y lo que es voluntad de los hombres en situaciones
religiosas y sociales distintas.
III.2. Este conjunto de Mc 7,1-23 es
bastante complejo y apunta claramente a una redacción y unificación de
tradiciones distintas: unas del tiempo de Jesús y otras posteriores. Son dos
cuestiones las que se plantean: 1) la fidelidad a las tradiciones antiguas; 2)
el lavarse las manos. En realidad es lo primero más importante que lo segundo.
El ejemplo que mejor viene al caso es el de Qorbán (vv.9-13): el voto que se
hace a Dios de una cosa, por medio del culto, lo cual ya es sagrado e
intocable, si no irreemplazable. Si esto se aplica a algo necesario a los
hombres, a necesidades humanas y perentorias, parece un “contra-dios” que nadie
pueda dispensar de ello. Si alguien promete algo a Dios que nos ha de ser
necesario para nosotros y los nuestros en tiempos posteriores no tendría
sentido que se mantenga bajo la tradición del Qorbán. Los mismos rabinos
discutían a fondo esta cuestión. La respuesta de Jesús pone de manifiesto la
contradicción entre el Qorbán del culto y el Decálogo (voluntad de Dios),
citando textos de la Ley: Ex 20,12;21,17;Dt5,16;Lv 20,9). Dios, el Dios de
Jesús, no es un ser inhumano que quiera para sí algo necesario a los hombres.
Dios no necesita nada de esas cosas que se ponen bajo imperativos
tradicionales. La religión puede ser una fábrica inhumana de lo que Dios no
quiere, pero si lo quieren los que reemplazan la voluntad de Dios para imponer
la suya.
III.3. Los mandamientos de Dios hay que
amarlos, porque los verdaderos mandamientos de Dios son los que liberan
nuestras conciencias oprimidas. Pero toda religión que no lleva consigo una
dimensión de felicidad, liberadora, de equilibrio, no podrá prevalecer. Si la
religión, de alguna manera, nos ofrece una imagen de Dios, y si en ella no
aparece el Dios salvador, entonces los hombres no podrán buscar a ese Dios con
todo el corazón y con toda el alma. La especulación de adjudicar cosas que se
presentan como de Dios, cuando responden a intereses humanos de clases, de
ghettos, es todo un reto para discernir la cuestión que se plantea en el
evangelio de hoy. Esta es una constante cuando la religión no es bien
comprendida. Jesús lo deja claro: lo que mancha es lo que sale de un corazón
pervertido, egoísta y absurdo. La verdadera religión nace de un corazón abierto
y misericordioso con todos los hermanos. (Fray Miguel de Burgos Núñez, O. P.).
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