“Y ustedes, ¿quién dicen que soy yo?”
En el pronaos del
templo de Apolo en Delfos estaba grabada esta inscripción: “Conócete a ti
mismo”. Nuestro vivir elabora esta búsqueda a cada paso con el fin de responder
a la cuestión quién soy yo. Y no resulta sencillo.
Nuestros ruidos y prisas, nuestros
miedos, nuestra falta de silencio, nuestros relativismos, nuestro narcisismo,
hacen que la cuestión se torne relativamente ardua. Sin embargo, en la
respuesta está implicado nuestro actuar, nuestros valores, nuestros modos de
amar y perdonar, nuestras prioridades. ¿Quién soy yo?
Si difícil resulta la primera pregunta,
amárrense bien, porque no lo es menos la del evangelio de hoy. A ti y a mí, nos
toca responder, ¿quién es Jesucristo en mi vida? En otras palabras: ¿qué nos va
a ti y a mi con este hombre-Dios al que llamamos Jesús de Nazaret, el Cristo de
Dios? ¿cómo interpela y condiciona tu vida y la mía? Más aún: ¿cómo buscarle?
¿cómo hablar con Él para poder dar una respuesta? Porque lo que está claro es
que, sin una cercanía, intimidad y diálogo profundo con Él, no podremos
responder.
DIOS NOS HABLA. ESCUCHAMOS SU PALABRA.
I LECTURA
Ofrecí mi espalda a los que me golpeaban
Lectura del libro del profeta
Isaías 50, 5-9a
El Señor abrió mi oído
y yo no me resistí ni me volví atrás.
Ofrecí mi espalda a los que me golpeaban
y mis mejillas, a los que me arrancaban
la barba;
no retiré mi rostro
cuando me ultrajaban y escupían.
Pero el Señor viene en mi ayuda:
por eso, no quedé confundido;
por eso, endurecí mi rostro como el
pedernal,
y sé muy bien que no seré defraudado.
Está cerca el que me hace justicia:
¿quién me va a procesar?
¡Comparezcamos todos juntos!
¿Quién será mi adversario en el juicio?
¡Que se acerque hasta mí!
Sí, el Señor viene en mi ayuda:
¿quién me va a condenar?
Palabra
de Dios.
SALMO
114, 1-6. 8-9
R.
Caminaré en la presencia del Señor,
Amo al Señor, porque Él escucha
el clamor de mi súplica,
porque inclina su oído hacia mí,
cuando yo lo invoco. R.
Los lazos de la muerte me envolvieron,
me alcanzaron las redes del Abismo,
caí en la angustia y la tristeza;
entonces invoqué al Señor: «¡Por favor,
sálvame la vida!» R.
El Señor es justo y bondadoso,
nuestro Dios es compasivo;
el Señor protege a los sencillos:
yo estaba en la miseria y me salvó. R.
Él libró mi vida de la muerte,
mis ojos de las lágrimas y mis pies de
la caída.
Yo caminaré en la presencia del Señor,
en la tierra de los vivientes. R.
La fe, si no va acompañada de las obras,
está completamente
muerta
Lectura de la carta del apóstol
Santiago 2, 14-18
¿De qué le sirve a uno, hermanos míos, decir que tiene fe, si no tiene
obras? ¿Acaso esa fe puede salvarlo? ¿De qué sirve si uno de ustedes, al ver a
un hermano o una hermana desnudos o sin el alimento necesario, les dice: «Vayan
en paz, caliéntense y coman», y no les da lo que necesitan para su cuerpo? Lo
mismo pasa con la fe: si no va acompañada de las obras, está completamente muerta.
Sin embargo, alguien puede objetar: «Uno tiene la fe y otro, las obras».
A ese habría que responderle: «Muéstrame, si puedes, tu fe sin las obras. Yo,
en cambio, por medio de las obras, te demostraré mi fe».
Palabra de Dios.
ALELUYA Gál 6, 14
Aleluya. Yo sólo me gloriaré en la cruz
de nuestro Señor Jesucristo, por quien el mundo está crucificado para mí, como
yo lo estoy para el mundo. Aleluya.
EVANGELIO
Tú eres el Mesías...
El Hijo del hombre debe sufrir mucho
Ì Evangelio de
nuestro Señor Jesucristo según san Marcos
8, 27-35
Jesús salió con sus discípulos hacia los
poblados de Cesarea de Filipo, y en el camino les preguntó: «¿Quién dice la
gente que soy Yo?»
Ellos le respondieron: «Algunos dicen
que eres Juan el Bautista; otros, Elías; y otros, alguno de los profetas».
«Y ustedes, ¿quién dicen que soy Yo?»
Pedro respondió: «¿Tú eres el Mesías».
Jesús les ordenó terminantemente que no dijeran nada acerca de Él. Y comenzó a
enseñarles que el Hijo del hombre debía sufrir mucho y ser rechazado por los
ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas; que debía ser condenado a muerte
y resucitar después de tres días; y les hablaba de esto con toda claridad.
Pedro, llevándolo aparte, comenzó a
reprenderlo. Pero Jesús, dándose vuelta y mirando a sus discípulos, lo
reprendió, diciendo: «¡Retírate, ve detrás de mí, Satanás! Porque tus
pensamientos no son los de Dios, sino los de los hombres».
Entonces Jesús, llamando a la multitud,
junto con sus discípulos, les dijo: «El que quiera venir detrás de mí, que
renuncie a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga. Porque el que quiera
salvar su vida, la perderá; y el que pierda su vida por mí y por la Buena
Noticia, la salvará».
Palabra del Señor.
MEDITAMOS LA PALABRA DE DIOS.
El texto evangélico que nos presenta
Marcos nos da un sinfín de pautas y modos para elaborar nuestra respuesta:
Jesús,
“saliendo de donde estaba con sus discípulos”
Quizás sea una buena forma de conocernos
y de conocerLE. Cuando nos enfrentamos a situaciones nuevas, a experiencias
distintas, cuando salimos de nosotros mismos, nos redescubrimos. Cuando
derribamos los miedos antropológicos, sociales y eclesiales que nos atan y nos
separan a unos de otros, atrincherados en clichés de pensamiento y de ‘modus
vivendi’, generamos oportunidades de compartir y recolocar la mirada sobre
nuestro yo, sobre nuestros “tús” y, sobre todo, sobre ÉL.
Por
el camino
Porque no se trata solo de pararse Se
trata de ir viviendo, de hacer camino. De darnos la oportunidad de ser
interpelados (eso supone el camino, ponerse en la liminaridad de la vida) en lo
que somos y en lo que nos define como cristianos. Sugerente resulta que se
dirija a Cesarea de Filipo, centro romano por antonomasia, multitud de
gentiles… La primera confesión de fe de la historia cristiana y va a producirse
extramuros del pueblo elegido. La segunda, como saben, será la ofrecida por un
soldado romano a los pies de la cruz (Mc 15,39). Benedicto XVI ya señaló
aquello del espacio a compartir con los gentiles, ¿lo recordamos? No vaya a ser
que quien menos pensemos reconozca mejor que muchos de nosotros el paso del
Señor Jesús por la vida, por la historia, por el cotidiano…
¿Quién
dice la gente que soy yo?
Y hasta aquí todo sería fácil. Porque no
me digas a mí que no es sencillo eso de responder lo que los demás dicen de las
personas o del mismo Cristo; no me digas a mí lo sencillo que resulta ese
constante repetir respuestas de manual, tan redondeadas como exentas de la
suficiente implicación personal. Se trata, con otras palabras, de la dictadura
de lo provisorio, de lo que parece, de la falta de crítica, de la escasa
profundidad que practicamos en nuestro vivir y en nuestras relaciones. Y claro,
esto nunca es suficiente para tener el arrojo y la desvergüenza de encasillar
el qué, el cómo y, sobre todo, el quién es alguien. Mucho menos Cristo, el
Señor. Dicho esto, y sin ser harina de otro costal, también “nuestros decires”
sobre Jesús, condicionan, muchas veces, el acercamiento personal al Cristo de
la fe por parte de otras personas.
Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?
Esto ya es más complicado. Porque,
afirmar quién es alguien para mí, es otorgarle un lugar en mi existencia y
hasta una vinculación conmigo mismo. Es reconocerle como ser único y reconocer
la posible importancia que tiene en mi vida. Es suponer que le conozco lo
suficiente como para decir quién es. ¿Osaremos? Se trata de volver a Jesús de
Nazaret. Se trata de escucharLE. Se trata de poner en solfa hasta qué punto
hemos compartido su vida, sus amores, sus pasiones, sus desvelos, su entrega….
¿cuánto he compartido con Él como para atreverme a decir quién es?
Una
declaración con final hollywoodiense...
Sería lo mejor. Que nuestro Señor
triunfase. Que todo saliera a pedir de boca. Que reconocer la soberanía de
Cristo en mi vida fuera un camino de éxitos y triunfos; como cuando
multiplicaba el pan y los peces o curaba a los enfermos (se oyen aplausos…)
Pero no. Jesús, tras la inmediata confesión de fe de Pedro, nos pone en guardia
sobre lo que supone hacer de Cristo la razón de nuestro vivir: tocará sufrir,
no nos entenderán, seremos rechazados, será ejecutado, un escándalo en toda
regla… y a pesar de ello habremos de seguir profesando esa confesión de fe.
Pedro
se puso a increparlo
Como hacemos muchos cuando no soportamos
el escándalo de la cruz o el silencio de Dios ante el dolor de quien amamos….
Es la herejía de pretender enmendarle a Dios la plana; programarle en el cómo y
en el cuándo ha de hacer las cosas. Es no reconocer el MISTERIO de DIOS. “Si lo
entiendes, no es Dios”, dirá San Anselmo.
Las
matemáticas de Dios: tú piensas como los hombres, no como Dios
Las cuentas no nos salen: donde yo
multiplico, Dios divide; donde junto, Él separa y desparrama. ¡Qué difícil
tornar nuestro modus operandi terrenal en el modus operandi de la gracia y de
la gratuidad! ¡Cuán pequeño he de hacerme para asomarme siquiera al misterio
insondable que me revela Cristo de Dios! Se trata de reconocer el misterio.
Negarse,
tomar la cruz, perder la vida
Y claro esta regla de vida… no es
precisamente lo que uno busca. Y, sin embargo, es este trio actitudinal el que
da respuesta a la carta de Santiago en la segunda lectura. Nuestra fe son obras
que pasan:
- por no anteponer nada al amor de
Cristo encarnado en los más vulnerables y subyugados de la historia humana
(negarse)
- por ir aliviando compasivamente la
cruz que cargamos unos y otros, y no ser nosotros quienes impongamos cruces a
nadie; pasa por asumir la vida con lo más débil de la misma que Dios tornará en
lo más fuerte (tomar la cruz)
- por entregar nuestra propia vida como
el grano que muere dando fruto, siendo alimento para otros: “dejaos comer por
la gente”, decía la Madre Teresa de Calcuta a unos sacerdotes (perder la vida)
El Señor me ayuda
Lo repite Isaías en la primera lectura. Todo
este vivir evangélico nacido de la confesión de fe en Cristo, sólo es posible
con la ayuda de Dios; es decir contando con Dios, no utilizando a Dios.
Y vosotros, ¿quién decís que soy yo? No
es sólo una cuestión teológica, es ante todo una opción vital que vehicula
nuestro vivir con Cristo y para los hermanos.
ESTUDIO BÍBLICO.
El
discipulado de la cruz como identidad cristiana
I
Lectura: Isaías (50,5-9): Entrega y decisión a Dios y a los suyos
I.1. Estamos ante es uno de los famosos
cantos del Siervo de Yahvé (cf Is 42; 49; 52-53), una de las cumbres teológicas
del Antiguo Testamento desde todos los puntos de vista. Pertenecen a la segunda
parte del libro de Isaías, al llamado Deutero-Isaías (40-55), en que aparece
este misterioso personaje que encuentra el sentido a su misión apoyándose en la
palabra de Dios. Si en la primera parte del libro de la consolación se pensaba
que el emperador Ciro (emperador persa) sería el elegido de Dios para liberar a
su pueblo (pues él dio el decreto del retorno desde Babilonia), a partir del
momento en que aparece la figura del Siervo, ya no será necesario apoyarse en
un rey o emperador humano para la libertad que Dios ofrece a su pueblo. Las
resonancias de estos famosos “cantos del Siervo” son evidentes en pasajes del
NT
I.2. Por eso mismo la fidelidad a Dios,
a la escucha atenta de su palabra, por encima de las afrentas que debe sufrir,
ponen de manifiesto el misterio del dolor como la capacidad que se debe tener
frente a toda violencia. Los perfiles de este personaje no están definidos, ni
está claro si se habla de un individuo o del pueblo mismo que debe mantenerse
atento a la palabra de Dios. Pero los cristianos supieron aplicarlo a Cristo,
porque encontraron en esta descripción del Siervo una semejanza inigualable con
la vida de Jesús. Lo que para el judaísmo oficial y su teología no podía ser
mesiánico, para los cristianos, después de la pasión y la resurrección,
preanuncia al Mesías que pude llevar sobre sus hombres los sufrimientos del
pueblo y del mundo entero.
II
Lectura: Santiago (2,14-18): Fe verdadera y compromiso cristiano
II.1. La segunda lectura (Santiago
2,14-18) nos enfrenta de nuevo con la parenesis, o la praxis de la vida
cristiana. Nos encontramos con uno de los pasajes más determinantes de este
escrito en el que se ha visto una polémica con la teología de la fe de Pablo.
Se ha dicho que es la parte más importante de la carta, porque se quiere poner
de manifiesto que la fe sin obras no lleva a ninguna parte en la vida
cristiana. Esto es absolutamente irrenunciable, y a nadie, y menos a Pablo se
le podría pasar por la mente algo así como “cree y peca mucho”. Esa falacia no
es de Lutero, sino la leyenda de los malpensantes. Creer es confiar
verdaderamente en el Dios de la gracia. Pero es posible que algunos quisieran
poner a Pablo a prueba en alguna comunidad cristiana y este escrito posterior
quiere poner las cosas en su sitio.
II.2. El enfrentamiento no es entre
Santiago y Pablo, sino entre interpretaciones que provocan equívocos. Pablo, es
verdad, ha puesto la fe en Jesucristo como principio de salvación, y eso es
axiomático (elemental y decisivo) en el cristianismo frente a la Ley judía;
porque la salvación no puede venir sino de Jesucristo, en ningún caso de la Ley
y sus preceptos (esto también es elementalmente cristiano). Pero la fe lleva a
los compromisos más radicales, en razón de la gracia de la salvación. De lo
contrario el cristianismo sería absurdo, porque el cristianismo no es una
ideología, sino una praxis verdadera para cambiar los corazones de los hombres.
Evangelio:
Marcos (8,27-35): Seguir a Jesús desde nuestra cruz
III.1. El evangelio nos presenta un
momento determinante de la vida de Jesús en que debe plantear a los suyos, a
los que le han quedado, las razones de su identidad para el seguimiento: ¿a
dónde van? ¿a quién siguen? El texto, pues, del evangelio, tiene cuatro
momentos muy precisos: la intención de Jesús y la confesión mesiánica de Pedro
en nombre de los discípulos (vv.27-30); el primer anuncio de la pasión (v. 31);
el reproche de Jesús a Pedro y a los discípulos por pretender un mesianismo que
no entran en el proyecto de Dios (vv.32-33), que Jesús asume hasta las últimas
consecuencias, como el mismo Siervo de Yahvé. Y, finalmente, los dichos sobre
el seguimiento (vv.34-37). Este es uno de los momentos estelares de la
narración del evangelio de Marcos. La crisis en Galilea se ha consumado y el
seguimiento de Jesús se revela abiertamente en sus radicalidades. Galilea ha
sido un crisol… ahora están a prueba los que le han quedado, cuyas carencias
son manifiestas en este confesión mesiánica. Por eso las palabras sobre el
seguimiento de Jesús son para toda la gente, no solamente para sus discípulos.
Es el momento de comenzar al camino a Jerusalén, con todo lo que ello significa
para Jesús en su proyecto del anuncio del Reino.
III.2. Pedro considera que confesarlo
como Mesías sería lo más acertado, pero el Jesús de Marcos no acepta un título
que puede prestarse a equívocos. El Mesías era esperado por todos los grupos, y
todos creían que sería el liberador político del pueblo. Jesús sabe que ni su
camino ni sus opciones son políticas, porque no es ahí donde están los
fundamentos del Reino de Dios que ha predicado. Por eso, para aclarar el asunto
viene el primer anuncio de la pasión; de esa manera dejaría claro que su
mesianismo, al menos, no sería como lo esperaban los judíos y, a la vez, sus
discípulos debían aprender a esperar otra cosa. Ya Jesús veía claro que su vida
en Dios debía pasar por la muerte. No porque Dios quisiera o deseara esa
muerte. El Dios Abbá no podía querer eso. Pero los hombres no dejarían otra
alternativa a Jesús, en nombre de su Dios.
III.3. El reproche de Jesús a Pedro, uno
de los más duros del evangelio, porque su mentalidad es como la de todos los
hombres y no como la voluntad de Dios, es bastante significativo. Jesús les
enseña que su papel mesiánico es dar la vida por los otros; perderla en la
cruz. Eso es lo que pide a los que le siguen, porque en este mundo, triunfar es
una obsesión; pero perder la vida para que los otros vivan solamente se aprende
de Dios que se entrega sin medida. El triunfo cristiano es saber entregarse a
los demás. No sabemos si Jesús pudo hablar directamente de cruz o estos dichos
están un poco retocados en razón de lo que ocurrió en Jerusalén con la muerte
histórica de Jesús siendo crucificado bajo Poncio Pilato, quien decidió esa
clase de muerte. Pero Jesús sí que contaba ya con la muerte, no veía otra
salida.
III.4. Por eso, la cruz, en los dichos,
es la misma vida. Nuestra propia vida, nuestra manera de sentir el amor y la
gracia, el perdón y la misericordia, la ternura y la confianza en la verdad y
en Dios como Padre. Eso es “una cruz” en este mundo de poder y de ignominia. La
cruz no es un madero, aunque para los cristianos sea un signo muy sagrado. La
cruz está en la vida: en amar frente a los que odian; en perdonar frente a la
venganza. Esa es una cruz porque el mundo quiere que sea una cruz; no
simplemente un madero. La cruz de nuestra vida, nuestra cruz (“tome su cruz”,
dice el dicho de Jesús), sin pretender ser lo que no debemos; sin
vanagloriarnos en nosotros mismos. La cruz es la vida para los que saben
perder, para los que saben apostar. Por eso se puede hablar con sentido
cristiano de “llevar nuestra cruz” y no debemos avergonzarnos de ello. No porque
nuestro Dios quiera el sufrimiento… pero el sufrimiento de los que dan sentido
a su vida frente al mundo, viene a ser el signo de identidad del verdadero
seguimiento de Jesús. (Fray Miguel de Burgos Núñez, O. P.).
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