domingo, 16 de septiembre de 2018

DOMINGO 24º DEL TIEMPO ORDINARIO


“Y ustedes, ¿quién dicen que soy yo?”

En el pronaos del templo de Apolo en Delfos estaba grabada esta inscripción: “Conócete a ti mismo”. Nuestro vivir elabora esta búsqueda a cada paso con el fin de responder a la cuestión quién soy yo. Y no resulta sencillo.

Nuestros ruidos y prisas, nuestros miedos, nuestra falta de silencio, nuestros relativismos, nuestro narcisismo, hacen que la cuestión se torne relativamente ardua. Sin embargo, en la respuesta está implicado nuestro actuar, nuestros valores, nuestros modos de amar y perdonar, nuestras prioridades. ¿Quién soy yo?

Si difícil resulta la primera pregunta, amárrense bien, porque no lo es menos la del evangelio de hoy. A ti y a mí, nos toca responder, ¿quién es Jesucristo en mi vida? En otras palabras: ¿qué nos va a ti y a mi con este hombre-Dios al que llamamos Jesús de Nazaret, el Cristo de Dios? ¿cómo interpela y condiciona tu vida y la mía? Más aún: ¿cómo buscarle? ¿cómo hablar con Él para poder dar una respuesta? Porque lo que está claro es que, sin una cercanía, intimidad y diálogo profundo con Él, no podremos responder.

DIOS NOS HABLA. ESCUCHAMOS SU PALABRA.

I LECTURA
Ofrecí mi espalda a los que me golpeaban

Lectura del libro del profeta Isaías     50, 5-9a

El Señor abrió mi oído
y yo no me resistí ni me volví atrás.
Ofrecí mi espalda a los que me golpeaban
y mis mejillas, a los que me arrancaban la barba;
no retiré mi rostro
cuando me ultrajaban y escupían.
Pero el Señor viene en mi ayuda:
por eso, no quedé confundido;
por eso, endurecí mi rostro como el pedernal,
y sé muy bien que no seré defraudado.
Está cerca el que me hace justicia:
¿quién me va a procesar?
¡Comparezcamos todos juntos!
¿Quién será mi adversario en el juicio?
¡Que se acerque hasta mí!
Sí, el Señor viene en mi ayuda:
¿quién me va a condenar?
                                           Palabra de Dios. 
SALMO 114, 1-6. 8-9

R. Caminaré en la presencia del Señor,

Amo al Señor, porque Él escucha
el clamor de mi súplica,
porque inclina su oído hacia mí,
cuando yo lo invoco. R.

Los lazos de la muerte me envolvieron,
me alcanzaron las redes del Abismo,
caí en la angustia y la tristeza;
entonces invoqué al Señor: «¡Por favor, sálvame la vida!» R.

El Señor es justo y bondadoso,
nuestro Dios es compasivo;
el Señor protege a los sencillos:
yo estaba en la miseria y me salvó. R.

Él libró mi vida de la muerte,
mis ojos de las lágrimas y mis pies de la caída.
Yo caminaré en la presencia del Señor,
en la tierra de los vivientes. R.

II LECTURA
La fe, si no va acompañada de las obras, 
está completamente muerta

Lectura de la carta del apóstol Santiago     2, 14-18

¿De qué le sirve a uno, hermanos míos, decir que tiene fe, si no tiene obras? ¿Acaso esa fe puede salvarlo? ¿De qué sirve si uno de ustedes, al ver a un hermano o una hermana desnudos o sin el alimento necesario, les dice: «Vayan en paz, caliéntense y coman», y no les da lo que necesitan para su cuerpo? Lo mismo pasa con la fe: si no va acompañada de las obras, está completamente muerta.
Sin embargo, alguien puede objetar: «Uno tiene la fe y otro, las obras». A ese habría que responderle: «Muéstrame, si puedes, tu fe sin las obras. Yo, en cambio, por medio de las obras, te demostraré mi fe».
Palabra de Dios.
 ALELUYA     Gál 6, 14

Aleluya. Yo sólo me gloriaré en la cruz de nuestro Señor Jesucristo, por quien el mundo está crucificado para mí, como yo lo estoy para el mundo. Aleluya.

EVANGELIO

Tú eres el Mesías...
El Hijo del hombre debe sufrir mucho

Ì Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Marcos     8, 27-35

Jesús salió con sus discípulos hacia los poblados de Cesarea de Filipo, y en el camino les preguntó: «¿Quién dice la gente que soy Yo?»

Ellos le respondieron: «Algunos dicen que eres Juan el Bautista; otros, Elías; y otros, alguno de los profetas».

«Y ustedes, ¿quién dicen que soy Yo?»

Pedro respondió: «¿Tú eres el Mesías». Jesús les ordenó terminantemente que no dijeran nada acerca de Él. Y comenzó a enseñarles que el Hijo del hombre debía sufrir mucho y ser rechazado por los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas; que debía ser condenado a muerte y resucitar después de tres días; y les hablaba de esto con toda claridad.

Pedro, llevándolo aparte, comenzó a reprenderlo. Pero Jesús, dándose vuelta y mirando a sus discípulos, lo reprendió, diciendo: «¡Retírate, ve detrás de mí, Satanás! Porque tus pensamientos no son los de Dios, sino los de los hombres».

Entonces Jesús, llamando a la multitud, junto con sus discípulos, les dijo: «El que quiera venir detrás de mí, que renuncie a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga. Porque el que quiera salvar su vida, la perderá; y el que pierda su vida por mí y por la Buena Noticia, la salvará».
Palabra del Señor.

MEDITAMOS LA PALABRA DE DIOS.

El texto evangélico que nos presenta Marcos nos da un sinfín de pautas y modos para elaborar nuestra respuesta:

Jesús, “saliendo de donde estaba con sus discípulos”

Quizás sea una buena forma de conocernos y de conocerLE. Cuando nos enfrentamos a situaciones nuevas, a experiencias distintas, cuando salimos de nosotros mismos, nos redescubrimos. Cuando derribamos los miedos antropológicos, sociales y eclesiales que nos atan y nos separan a unos de otros, atrincherados en clichés de pensamiento y de ‘modus vivendi’, generamos oportunidades de compartir y recolocar la mirada sobre nuestro yo, sobre nuestros “tús” y, sobre todo, sobre ÉL.

Por el camino

Porque no se trata solo de pararse Se trata de ir viviendo, de hacer camino. De darnos la oportunidad de ser interpelados (eso supone el camino, ponerse en la liminaridad de la vida) en lo que somos y en lo que nos define como cristianos. Sugerente resulta que se dirija a Cesarea de Filipo, centro romano por antonomasia, multitud de gentiles… La primera confesión de fe de la historia cristiana y va a producirse extramuros del pueblo elegido. La segunda, como saben, será la ofrecida por un soldado romano a los pies de la cruz (Mc 15,39). Benedicto XVI ya señaló aquello del espacio a compartir con los gentiles, ¿lo recordamos? No vaya a ser que quien menos pensemos reconozca mejor que muchos de nosotros el paso del Señor Jesús por la vida, por la historia, por el cotidiano…

¿Quién dice la gente que soy yo?

Y hasta aquí todo sería fácil. Porque no me digas a mí que no es sencillo eso de responder lo que los demás dicen de las personas o del mismo Cristo; no me digas a mí lo sencillo que resulta ese constante repetir respuestas de manual, tan redondeadas como exentas de la suficiente implicación personal. Se trata, con otras palabras, de la dictadura de lo provisorio, de lo que parece, de la falta de crítica, de la escasa profundidad que practicamos en nuestro vivir y en nuestras relaciones. Y claro, esto nunca es suficiente para tener el arrojo y la desvergüenza de encasillar el qué, el cómo y, sobre todo, el quién es alguien. Mucho menos Cristo, el Señor. Dicho esto, y sin ser harina de otro costal, también “nuestros decires” sobre Jesús, condicionan, muchas veces, el acercamiento personal al Cristo de la fe por parte de otras personas.

Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?

Esto ya es más complicado. Porque, afirmar quién es alguien para mí, es otorgarle un lugar en mi existencia y hasta una vinculación conmigo mismo. Es reconocerle como ser único y reconocer la posible importancia que tiene en mi vida. Es suponer que le conozco lo suficiente como para decir quién es. ¿Osaremos? Se trata de volver a Jesús de Nazaret. Se trata de escucharLE. Se trata de poner en solfa hasta qué punto hemos compartido su vida, sus amores, sus pasiones, sus desvelos, su entrega…. ¿cuánto he compartido con Él como para atreverme a decir quién es?

Una declaración con final hollywoodiense...

Sería lo mejor. Que nuestro Señor triunfase. Que todo saliera a pedir de boca. Que reconocer la soberanía de Cristo en mi vida fuera un camino de éxitos y triunfos; como cuando multiplicaba el pan y los peces o curaba a los enfermos (se oyen aplausos…) Pero no. Jesús, tras la inmediata confesión de fe de Pedro, nos pone en guardia sobre lo que supone hacer de Cristo la razón de nuestro vivir: tocará sufrir, no nos entenderán, seremos rechazados, será ejecutado, un escándalo en toda regla… y a pesar de ello habremos de seguir profesando esa confesión de fe.

Pedro se puso a increparlo

Como hacemos muchos cuando no soportamos el escándalo de la cruz o el silencio de Dios ante el dolor de quien amamos…. Es la herejía de pretender enmendarle a Dios la plana; programarle en el cómo y en el cuándo ha de hacer las cosas. Es no reconocer el MISTERIO de DIOS. “Si lo entiendes, no es Dios”, dirá San Anselmo.

Las matemáticas de Dios: tú piensas como los hombres, no como Dios

Las cuentas no nos salen: donde yo multiplico, Dios divide; donde junto, Él separa y desparrama. ¡Qué difícil tornar nuestro modus operandi terrenal en el modus operandi de la gracia y de la gratuidad! ¡Cuán pequeño he de hacerme para asomarme siquiera al misterio insondable que me revela Cristo de Dios! Se trata de reconocer el misterio.

Negarse, tomar la cruz, perder la vida

Y claro esta regla de vida… no es precisamente lo que uno busca. Y, sin embargo, es este trio actitudinal el que da respuesta a la carta de Santiago en la segunda lectura. Nuestra fe son obras que pasan:

- por no anteponer nada al amor de Cristo encarnado en los más vulnerables y subyugados de la historia humana (negarse)

- por ir aliviando compasivamente la cruz que cargamos unos y otros, y no ser nosotros quienes impongamos cruces a nadie; pasa por asumir la vida con lo más débil de la misma que Dios tornará en lo más fuerte (tomar la cruz)

- por entregar nuestra propia vida como el grano que muere dando fruto, siendo alimento para otros: “dejaos comer por la gente”, decía la Madre Teresa de Calcuta a unos sacerdotes (perder la vida)

El Señor me ayuda

Lo repite Isaías en la primera lectura. Todo este vivir evangélico nacido de la confesión de fe en Cristo, sólo es posible con la ayuda de Dios; es decir contando con Dios, no utilizando a Dios.

Y vosotros, ¿quién decís que soy yo? No es sólo una cuestión teológica, es ante todo una opción vital que vehicula nuestro vivir con Cristo y para los hermanos.

ESTUDIO BÍBLICO.

El discipulado de la cruz como identidad cristiana

I Lectura: Isaías (50,5-9): Entrega y decisión a Dios y a los suyos

I.1. Estamos ante es uno de los famosos cantos del Siervo de Yahvé (cf Is 42; 49; 52-53), una de las cumbres teológicas del Antiguo Testamento desde todos los puntos de vista. Pertenecen a la segunda parte del libro de Isaías, al llamado Deutero-Isaías (40-55), en que aparece este misterioso personaje que encuentra el sentido a su misión apoyándose en la palabra de Dios. Si en la primera parte del libro de la consolación se pensaba que el emperador Ciro (emperador persa) sería el elegido de Dios para liberar a su pueblo (pues él dio el decreto del retorno desde Babilonia), a partir del momento en que aparece la figura del Siervo, ya no será necesario apoyarse en un rey o emperador humano para la libertad que Dios ofrece a su pueblo. Las resonancias de estos famosos “cantos del Siervo” son evidentes en pasajes del NT

I.2. Por eso mismo la fidelidad a Dios, a la escucha atenta de su palabra, por encima de las afrentas que debe sufrir, ponen de manifiesto el misterio del dolor como la capacidad que se debe tener frente a toda violencia. Los perfiles de este personaje no están definidos, ni está claro si se habla de un individuo o del pueblo mismo que debe mantenerse atento a la palabra de Dios. Pero los cristianos supieron aplicarlo a Cristo, porque encontraron en esta descripción del Siervo una semejanza inigualable con la vida de Jesús. Lo que para el judaísmo oficial y su teología no podía ser mesiánico, para los cristianos, después de la pasión y la resurrección, preanuncia al Mesías que pude llevar sobre sus hombres los sufrimientos del pueblo y del mundo entero.

II Lectura: Santiago (2,14-18): Fe verdadera y compromiso cristiano

II.1. La segunda lectura (Santiago 2,14-18) nos enfrenta de nuevo con la parenesis, o la praxis de la vida cristiana. Nos encontramos con uno de los pasajes más determinantes de este escrito en el que se ha visto una polémica con la teología de la fe de Pablo. Se ha dicho que es la parte más importante de la carta, porque se quiere poner de manifiesto que la fe sin obras no lleva a ninguna parte en la vida cristiana. Esto es absolutamente irrenunciable, y a nadie, y menos a Pablo se le podría pasar por la mente algo así como “cree y peca mucho”. Esa falacia no es de Lutero, sino la leyenda de los malpensantes. Creer es confiar verdaderamente en el Dios de la gracia. Pero es posible que algunos quisieran poner a Pablo a prueba en alguna comunidad cristiana y este escrito posterior quiere poner las cosas en su sitio.

II.2. El enfrentamiento no es entre Santiago y Pablo, sino entre interpretaciones que provocan equívocos. Pablo, es verdad, ha puesto la fe en Jesucristo como principio de salvación, y eso es axiomático (elemental y decisivo) en el cristianismo frente a la Ley judía; porque la salvación no puede venir sino de Jesucristo, en ningún caso de la Ley y sus preceptos (esto también es elementalmente cristiano). Pero la fe lleva a los compromisos más radicales, en razón de la gracia de la salvación. De lo contrario el cristianismo sería absurdo, porque el cristianismo no es una ideología, sino una praxis verdadera para cambiar los corazones de los hombres.

Evangelio: Marcos (8,27-35): Seguir a Jesús desde nuestra cruz

III.1. El evangelio nos presenta un momento determinante de la vida de Jesús en que debe plantear a los suyos, a los que le han quedado, las razones de su identidad para el seguimiento: ¿a dónde van? ¿a quién siguen? El texto, pues, del evangelio, tiene cuatro momentos muy precisos: la intención de Jesús y la confesión mesiánica de Pedro en nombre de los discípulos (vv.27-30); el primer anuncio de la pasión (v. 31); el reproche de Jesús a Pedro y a los discípulos por pretender un mesianismo que no entran en el proyecto de Dios (vv.32-33), que Jesús asume hasta las últimas consecuencias, como el mismo Siervo de Yahvé. Y, finalmente, los dichos sobre el seguimiento (vv.34-37). Este es uno de los momentos estelares de la narración del evangelio de Marcos. La crisis en Galilea se ha consumado y el seguimiento de Jesús se revela abiertamente en sus radicalidades. Galilea ha sido un crisol… ahora están a prueba los que le han quedado, cuyas carencias son manifiestas en este confesión mesiánica. Por eso las palabras sobre el seguimiento de Jesús son para toda la gente, no solamente para sus discípulos. Es el momento de comenzar al camino a Jerusalén, con todo lo que ello significa para Jesús en su proyecto del anuncio del Reino.

III.2. Pedro considera que confesarlo como Mesías sería lo más acertado, pero el Jesús de Marcos no acepta un título que puede prestarse a equívocos. El Mesías era esperado por todos los grupos, y todos creían que sería el liberador político del pueblo. Jesús sabe que ni su camino ni sus opciones son políticas, porque no es ahí donde están los fundamentos del Reino de Dios que ha predicado. Por eso, para aclarar el asunto viene el primer anuncio de la pasión; de esa manera dejaría claro que su mesianismo, al menos, no sería como lo esperaban los judíos y, a la vez, sus discípulos debían aprender a esperar otra cosa. Ya Jesús veía claro que su vida en Dios debía pasar por la muerte. No porque Dios quisiera o deseara esa muerte. El Dios Abbá no podía querer eso. Pero los hombres no dejarían otra alternativa a Jesús, en nombre de su Dios.

III.3. El reproche de Jesús a Pedro, uno de los más duros del evangelio, porque su mentalidad es como la de todos los hombres y no como la voluntad de Dios, es bastante significativo. Jesús les enseña que su papel mesiánico es dar la vida por los otros; perderla en la cruz. Eso es lo que pide a los que le siguen, porque en este mundo, triunfar es una obsesión; pero perder la vida para que los otros vivan solamente se aprende de Dios que se entrega sin medida. El triunfo cristiano es saber entregarse a los demás. No sabemos si Jesús pudo hablar directamente de cruz o estos dichos están un poco retocados en razón de lo que ocurrió en Jerusalén con la muerte histórica de Jesús siendo crucificado bajo Poncio Pilato, quien decidió esa clase de muerte. Pero Jesús sí que contaba ya con la muerte, no veía otra salida.

III.4. Por eso, la cruz, en los dichos, es la misma vida. Nuestra propia vida, nuestra manera de sentir el amor y la gracia, el perdón y la misericordia, la ternura y la confianza en la verdad y en Dios como Padre. Eso es “una cruz” en este mundo de poder y de ignominia. La cruz no es un madero, aunque para los cristianos sea un signo muy sagrado. La cruz está en la vida: en amar frente a los que odian; en perdonar frente a la venganza. Esa es una cruz porque el mundo quiere que sea una cruz; no simplemente un madero. La cruz de nuestra vida, nuestra cruz (“tome su cruz”, dice el dicho de Jesús), sin pretender ser lo que no debemos; sin vanagloriarnos en nosotros mismos. La cruz es la vida para los que saben perder, para los que saben apostar. Por eso se puede hablar con sentido cristiano de “llevar nuestra cruz” y no debemos avergonzarnos de ello. No porque nuestro Dios quiera el sufrimiento… pero el sufrimiento de los que dan sentido a su vida frente al mundo, viene a ser el signo de identidad del verdadero seguimiento de Jesús. (Fray Miguel de Burgos Núñez, O. P.).



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