“Si el Señor no construye la ciudad,
en vano se cansan los albañiles”
"No hay distinción entre judío y
griego, pues uno mismo es el Señor de todos, rico para todos los que le
invocan. Pues todo el que invoque el nombre del Señor se salvará. Pero ¿cómo invocarán
a aquel en quien no han creído? ¿Cómo creerán en aquel a quien no han oído?
¿Cómo oirán sin que se les predique?" (Rom 10, 12-1
DIOS NOS HABLA. ESCUCHAMOS SU PALABRA.
I
LECTURA
Dios
llega y convierte la muerte en vida. La transformación afecta a toda la
naturaleza, incluso al decaimiento psíquico de las personas y a los defectos
físicos. Esto es lo que debe ser anunciado: Dios llega para dar vida en
abundancia.
Lectura
del libro de Isaías 35, 4-7a
Digan a los que están desalentados:
“¡Sean fuertes, no teman: ahí está su Dios! Llega la venganza, la represalia de
Dios: Él mismo viene a salvarlos!”. Entonces se abrirán los ojos de los ciegos
y se destaparán los oídos de los sordos; entonces el tullido saltará como un
ciervo y la lengua de los mudos gritará de júbilo. Porque brotarán aguas en el
desierto y torrentes en la estepa; el páramo se convertirá en un estanque y la
tierra sedienta en manantiales.
Palabra de Dios.
Salmo
145, 7-10
R.
¡Alaba al Señor, alma mía!
El Señor hace justicia a los oprimidos y
da pan a los hambrientos. El Señor libera a los cautivos. R.
Abre los ojos de los ciegos y endereza a
los que están encorvados. El Señor ama a los justos, el Señor protege a los
extranjeros. R.
Sustenta al huérfano y a la viuda; y
entorpece el camino de los malvados. El Señor reina eternamente, reina tu Dios,
Sión, a lo largo de las generaciones. R.
II
LECTURA
En
la comunidad, debemos vivir con criterios nuevos, desterrando toda exclusión o
desprecio. Los más pobres deben ser quienes tengan el lugar de privilegio,
porque en ellos vive Jesús. Una comunidad que puede sobrepasar los criterios de
este mundo, hace realidad el Reino de Dios.
Lectura
de la carta de Santiago 2, 1-7
Hermanos, ustedes que creen en nuestro
Señor Jesucristo glorificado, no hagan acepción de personas. Supongamos que
cuando están reunidos, entra un hombre con un anillo de oro y vestido
elegantemente, y al mismo tiempo, entra otro pobremente vestido. Si ustedes se
fijan en el que está muy bien vestido y le dicen: “Siéntate aquí, en el lugar
de honor”, y al pobre le dicen: “Quédate allí, de pie”, o bien: “Siéntate a mis
pies”, ¿no están haciendo acaso distinciones entre ustedes y actuando como
jueces malintencionados? Escuchen, hermanos muy queridos: ¿Acaso Dios no ha
elegido a los pobres de este mundo para enriquecerlos en la fe y hacerlos
herederos del Reino que ha prometido a los que lo aman? Y sin embargo, ¡ustedes
desprecian al pobre! ¿No son acaso los ricos los que los oprimen a ustedes y
los hacen comparecer ante los tribunales? ¿No son ellos los que blasfeman
contra el Nombre tan hermoso que ha sido pronunciado sobre ustedes?
Palabra de Dios.
ALELUYA Cf. Mt 4, 23
Aleluya. Jesús proclamaba la Buena
Noticia del Reino, y sanaba todas las dolencias de la gente. Aleluya.
EVANGELIO
Jesús
se encuentra en territorio pagano, donde se adoraba a los ídolos y no conocían
al Dios de Israel. Este sordomudo representa aquí a todas las personas que aún
tienen los oídos tapados y la lengua trabada. Jesús abre los oídos para que
llegue la Buena Noticia y destraba la lengua para que la alabanza pueda ser
pronunciada. Y así, incluso los paganos pueden decir de Jesús: “Todo lo ha
hecho bien”. Pongamos también nosotros en manos de Jesús nuestros oídos y
nuestra boca para que él siga haciendo la transformación de nuestra vida.
Ì Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san
Marcos 7, 31-37
Cuando Jesús volvía de la región de
Tiro, pasó por Sidón y fue hacia el mar de Galilea, atravesando el territorio
de la Decápolis. Entonces le presentaron a un sordomudo y le pidieron que le
impusiera las manos. Jesús lo separó de la multitud y, llevándolo aparte, le
puso los dedos en las orejas y con su saliva le tocó la lengua. Después,
levantando los ojos al cielo, suspiró y le dijo: “Efatá”, que significa:
“Ábrete”. Y en seguida se abrieron sus oídos, se le soltó la lengua y comenzó a
hablar normalmente. Jesús les mandó insistentemente que no dijeran nada a
nadie, pero cuanto más insistía, ellos más lo proclamaban y, en el colmo de la
admiración, decían: “Todo lo ha hecho bien: hace oír a los sordos y hablar a
los mudos”.
Palabra del Señor.
MEDITAMOS LA PALABRA DE DIOS.
Este razonamiento que hace San Pablo en
la carta a los romanos es bien conocido y parece de buena lógica y, de hecho,
motiva la acción evangelizadora del cristiano.
No es necesario moverse mucho para
encontrar una Decápolis cercana a nosotros: gente que no ha oído hablar de
Jesús (entiéndase como objeto de fe), porque, de hecho, nadie les ha trasmitido
el Evangelio (o, muy frecuentemente, su conocimiento del mismo es parcial y
sesgado). Bien podemos, pues, pensar que el pasaje del evangelio de este
domingo nos exhorta a “abrir los oídos” de aquellos mediante la evangelización.
Muchas estrategias se plantean hoy en día, buscando la clave que permita acceder
a los alejados del evangelio, pues somos conscientes de que el medio y el modo
son relevantes (técnica y marketing son dos fundamentos del hacer de hoy) en un
mundo que parece sordo a la palabra de la fe cristiana.
Precisamente, este evangelio de hoy
parece una buena expresión de aquel salmo 126: “si el Señor no construye la
ciudad, en vano se cansan los albañiles”; y es que por mucho que prediquemos,
por muchas técnicas y marketing que empleemos, podemos desgastarnos y agotarnos
ante una sordera contumaz, que habrá que sanar previamente para que pueda oírse
el mensaje. Y esa sordera parece que sólo pueda sanarla Jesús mismo. No habría
de entenderse que esto viene a significar nuestro silencio resignado, pues, “os
aseguro que, si ellos callan, gritarán las piedras” (Lc 19,40), pero es preciso
constatar que, junto con nuestra acción operante, la llamada personal de Jesús
es la condición de la escucha.
Ahora bien, la pregunta pertinente
cuando intentamos introducir a alguien en el evangelio es si esa llamada se da,
a lo cual no tenemos respuesta fehaciente para el caso concreto. No obstante,
sabiendo que el mismo Dios ha salido al encuentro del hombre en la historia y
en toda la creación, en verdad podríamos afirmar que las mismas piedras gritan
y que, ciertamente, la creación entera gime con dolores de parto […] esperando
su liberación (Cfr. Rom 8); porque, ¿acaso las circunstancias de nuestro mundo
y nuestra sociedad no son capaces de remover la conciencia, la reflexión y la
búsqueda del hombre? ¿No será capaz el hombre de oír el grito y el clamor de la
humanidad y de la misma naturaleza? ¿No es capaz el Dios encarnado en la
historia y en la humanidad de hacerse presente al hombre, de tocarle, con los
signos de los tiempos? ¿Acaso, no sólo sordera, sino también ceguera es lo que
sufre el hombre, ante lo que sucede alrededor nuestro?
¿Qué respuesta nos evocan estas
preguntas? Si en verdad Dios se revela al hombre en los acontecimientos de la
historia – muchas veces de forma llamativamente dramática – y el hombre sigue
sin ver ni oír, ¿será que el mismo Dios ha endurecido los corazones (“Estas
cosas habló Jesús, y se fue y se ocultó de ellos. Pero, aunque había hecho
tantas señales delante de ellos, no creían en el, para que se cumpliera la
palabra del profeta Isaías, que dijo: señor, ¿quién ha creído a nuestro
anuncio? ¿y a quien se ha revelado el brazo del señor? por eso no podían creer,
porque Isaías dijo también: él ha cegado sus ojos y endurecido su corazón, para
que no vean con los ojos y entiendan con el corazón, y se conviertan y yo los
sane. (Jn 12,36b-40)?
No tenemos respuesta a esa posibilidad,
pero es que, en realidad, la condición de la vista es la escucha previa: la
escucha, en términos del evangelio, es previa a ver y reconocer. Y en este
proceso, no cuentan primero los sentidos exteriores sino los interiores. El
hombre ha de escuchar dentro de sí: aunque el oído exterior esté embotado, el
hombre puede “escuchar” el silencio interior, ha de escuchar su mismo ser, su
misma naturaleza como hombre. No es en la realidad exterior al hombre; es, en
esa misma naturaleza humana, donde el Dios encarnado le habla primeramente, en
su mismo ser, con el lenguaje de su mismo ser y existir. Si el sentido exterior
está seco, ahí dentro aún permanece un manantial que, si abre, brotará hacia
fuera, sanando los sentidos exteriores, para que pueda escuchar la palabra, y
ver y reconocer en los acontecimientos a ese Jesús que le llama desde sí mismo.
Lo que se abre al grito de “Effeta” no es el “oído”, es el ser de la persona.
Ese abrirse es una recreación del hombre desde dentro de sí.
Se nos relata en un pasaje de Mateo el
fracaso de los discípulos, que no habían sido capaces de curar a un muchacho
epiléptico: “esa clase de demonios sólo sale con oración y ayuno” (Mt 10, 21).
Nuestra encomienda evangelizadora, que trata con un espíritu difícil – el
espíritu de este mundo de hoy –, requiere de oración previa, esto es, que sea
Jesús mismo quien llame al hombre, y ayuno, esto es, que nuestra misma vida sea
una vida orientada y animada desde el interior de nuestro mismo ser, desde
nuestro manantial interior. Así, en realidad, es Dios mismo quien hace todo el
trabajo, así que, que no decaiga el ánimo.
ESTUDIO BÍBLICO.
I
Lectura: Isaías (35,4-7): El Dios de la vida
I.1. La primera lectura se toma del
libro de Isaías y forma parte del llamado pequeño Apocalipsis de ese libro (cc.
34-35); como tal se expresa en unas imágenes que pueden sorprendernos de parte
de Dios. Probablemente estos capítulos no pertenecen al gran profeta del s.
VIII a. C, sino que corresponderían mejor a los tiempos del Deutero-Isaías, que
es quien continua el libro. Lo que verdaderamente llama la atención es la
actuación personal de Dios sobre la ciudad de Sión-Jerusalén, que ha sido
sometida al desastre.
I.2. Pero en la mentalidad de los
profetas verdaderos, al juicio siempre sigue la salvación, la restauración, ya
que el juicio de Dios nunca es definitivamente de destrucción, ni sobre las
personas, ni sobre los pueblos. Los que están viviendo la depresión, serán
curados por la salvación de Dios; los que padecen un mal físico serán
liberados. Y todo culmina con la expresión del agua en el páramo, en la estepa,
en el desierto. La vida es el signo más claro y contundente de la vida en un
pueblo rodeado de desiertos. Este oráculo de esperanza, pues, es todo un
precedente para los signos mesiánicos que Jesús llevó a cabo.
II
Lectura: Santiago (2,1-5): La fe que vivifica y hace justicia
II.1. La segunda lectura de la carta de
Santiago es una de las exhortaciones que ponen de manifiesto el objetivo
pragmático de esta carta cristiana. La polémica que provoca en la comunidad la
división de clases, la atención a los ricos en detrimento de los pobres, es un
problema tan viejo como la vida misma. Pero es ahí donde la comunidad cristiana
tiene que mostrar su identidad más absoluta. El pragmatismo de la carta de
Santiago no nos da la posibilidad de matices de ningún género, y es que en
estas exigencias de favoritismo. Santiago lo plantea desde la fe en Jesucristo.
Entre las pocas veces que se nombre a Jesucristo en esta carta, esta es una, y
precisamente en uno de los momentos más significativos de lo que debe ser la
praxis cristiana en la “asamblea”, que es donde se retrata una comunidad.
Aunque esto debe aplicarse a toda la vida de la comunidad en el mundo.
II.2. La fe debe mostrarse en la
práctica, porque de lo contrario la fe se queda en una cuestión ideológica y es
eso lo que en nombre del Señor no se puede justificar. Los pobres, en la
asamblea, deben tener la misma dignidad, porque en ella son elevados a la
dignidad que el mundo no quiere otorgarles, pero la comunidad cristiana no
puede caer en el mismo favoritismo por los ricos.
Evangelio:
Marcos (7,31-37): El Effatá del Reino
III.1. El evangelio de Marcos (7,31-37)
nos narra la curación de un sordomudo en territorio de la Decápolis (grupo de
diez ciudades al oriente del Jordán, en la actual Jordania), después de haber
actuado itinerantemente en la Fenicia. Se trata de poner de manifiesto la
ruptura de las prevenciones que el judaísmo oficial tenía contra todo
territorio pagano y sus gentes, lo que sería una fuente de impureza. Para ese
judaísmo, el mundo pagano está perdido para Dios. Pero Jesús no puede aceptar
esos principios; por lo mismo, la actuación con este sordomudo es un símbolo
por el que se va a llegar hasta los extremos más inauditos: Va a tocar al
sordomudo. No se trata simplemente de una visita y de un paso por el
territorio, sino que la pretensión es que veamos a Jesús meterse hasta el fondo
de las miserias de los paganos.
III.2. Vemos a Jesús actuando como un
verdadero curandero; incluso le cuesta trabajo, aunque hay un aspecto mucho más
importante en el v. 34, cuando el Maestro “elevó sus ojos al cielo”. Es un
signo de oración, de pedir algo a Dios, ya que mirar al cielo, como trono de
Dios, es hablar con Dios. Y entonces su palabra Effatá, no es la palabra mágica
simplemente de un secreto de curandero, sino del poder divino que puede
curarnos para que se “abran” (eso significa Effatá) los oídos, se suelte la
lengua y se ilumine el corazón y la mente. Y vemos que el relato quiere ser
también una lección de discreción: no quiere ser reconocido por este acto
taumatúrgico de curación de un sordomudo, sino por algo que lleva en su palabra
de anunciador del Reino. Dios actúa por él, curando enfermedades, porque el
Reino también significa vencer el poder del mal. Los enfermos en aquella
sociedad religiosa, eran considerados esclavos de “Satanás” o algo así.
III.3. Su «tocar» es como la mano de
Dios que llega para liberar los oídos y dar rienda suelta a la lengua. La
significación, pues, por encima de asombrarnos de los poderes taumatúrgicos, es
poner de manifiesto que con los oídos abiertos aquél hombre podrá oír el
mensaje del evangelio; y soltando su lengua para hablar, advierte que, desde
ahora, un pagano podrá también proclamar el mensaje que ha recibido de Jesús al
escucharlo en la novedad de su vida. Esta es una lección que hoy debemos asumir
como realidad, cuando en nuestro mundo se exige la solidaridad con las miserias
de los pueblos que viven al borde de la muerte. (Fray Miguel de Burgos Núñez,
O. P.).
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