"Éste
es mi Hijo, el Elegido, escúchenlo".
El domingo anterior, de la mano de los textos
litúrgicos, el Espíritu nos condujo con Jesús al desierto requiriendo nuestra
profesión explícita de fe en medio de las pruebas. Es el mismo Espíritu el que
vuelve ahora nuestra mirada hacia los orígenes de nuestra fe, anclada en la
promesa abrahámica, para desvelar, en la prefiguración del Tabor, la suerte
gloriosa que espera a los hijos de Dios, conscientes de su ciudadanía del
cielo. De acuerdo con el ritual primitivo de la alianza, Yahvé sella su pacto
de fidelidad con Abrahán, nuestro padre en la fe, pasando, bajo los símbolos
del horno humeante y de la antorcha de fuego, entre los animales sacrificados
(1ª lectura). Será Jesucristo, el Señor, quien, transfigurando nuestra humilde
condición humana a imagen de su cuerpo glorioso, culmine la alianza definitiva
revelándonos la plenitud de su Ser (2ª lectura).
Con estas sencillas pero evocativas pinceladas
queda enmarcado el misterioso camino de la revelación de Dios –nuestro camino
de la fe-, centrado este domingo en la Transfiguración del Señor.
CONTEMPLAMOS
LA PALABRA
I
LECTURA
"A
diferencia de lo que ocurre en otras ocasiones, en que el cumplimiento de la
promesa depende de la fe posterior, en este caso, la Biblia habla de un acuerdo
incondicional de parte de Dios. Esta alianza obliga a Dios pero no demanda nada
del hombre. Dios no solo ha creado el universo con incontables leyes físicas.
Él también ha establecido las inmutables leyes del mundo espiritual. Él es un
Dios fiel; la fidelidad es una de sus manifestaciones. En la Alianza, Dios se
revela como el Dios fiel, seguro y digno de confianza".
Lectura
del libro del Génesis 15, 5-12. 17-18
Dios dijo a Abrám: "Mira hacia
el cielo y, si puedes, cuenta las estrellas". Y añadió: "Así será tu
descendencia". Abrám creyó en el Señor, y el Señor se lo tuvo en cuenta
para su justificación. Entonces el Señor le dijo: "Yo soy el Señor que te
hice salir de Ur de los caldeos para darte en posesión esta tierra".
"Señor, respondió Abrám, ¿cómo sabré que la voy a poseer?". El Señor
le respondió: "Tráeme una ternera, una cabra y un carnero, todos ellos de
tres años, y también una tórtola y un pichón de paloma". Él trajo todos
estos animales, los cortó por la mitad y puso cada mitad una frente a otra, pero
no dividió los pájaros. Las aves de rapiña se abalanzaron sobre los animales
muertos, pero Abrám las espantó. Al ponerse el sol, Abrám cayó en un profundo
sueño, y lo invadió un gran temor, una densa oscuridad. Cuando se puso el sol y
estuvo completamente oscuro, un horno humeante y una antorcha encendida pasaron
en medio de los animales descuartizados. Aquel día, el Señor hizo una alianza
con Abrám diciendo: "Yo he dado esta tierra a tu descendencia".
Palabra de Dios.
SALMO
Salmo 26, 1. 7-9. 13-14
R. El Señor es mi luz y mi
salvación.
El Señor es mi luz y mi salvación,
¿a quién temeré? El Señor es el baluarte de mi vida, ¿ante quién temblaré? R.
¡Escucha, Señor, yo te invoco en
alta voz, apiádate de mí y respóndeme! Mi corazón sabe que dijiste:
"Busquen mi rostro". R.
Yo busco tu rostro, Señor, no lo
apartes de mí. No alejes con ira a tu servidor, Tú, que eres mi ayuda; no me
dejes ni me abandones, mi Dios y mi salvador. R.
Yo creo que contemplaré la bondad
del Señor en la tierra de los vivientes. Espera en el Señor y sé fuerte; ten
valor y espera en el Señor. R.
SEGUNDA LECTURA
Vamos
hacia una transformación, una vida más plena y luminosa. Participar de la
Pascua de Jesús es pasar por esa experiencia transformadora, en la que lo malo
queda atrás. Éste es el espíritu de la Cuaresma: caminar viviendo esa
renovación.
Lectura
de la carta de san Pablo a los Filipenses 3,17 – 4,1
Hermanos: Sigan mi ejemplo y
observen atentamente a los que siguen el ejemplo que yo les he dado. Porque ya
les advertí frecuentemente y ahora les repito llorando: hay muchos que se
portan como enemigos de la cruz de
Cristo. Su fin es la perdición, su dios es el vientre, su gloria está en
aquello que los cubre de vergüenza, y no aprecian sino las cosas de la tierra.
En cambio, nosotros somos ciudadanos del cielo, y esperamos ardientemente que
venga de allí como Salvador el Señor Jesucristo. Él transformará nuestro pobre
cuerpo mortal, haciéndolo semejante a su cuerpo glorioso, con el poder que
tiene para poner todas las cosas bajo su dominio. Por eso, hermanos míos muy
queridos, a quienes tanto deseo ver, ustedes que son mi alegría y mi corona,
amados míos, perseveren firmemente en el Señor.
Palabra de Dios.
EVANGELIO
Moisés
y Elías hablaban acerca de lo que le pasaría a Jesús en Jerusalén. ¿Acaso todo
terminaría en la muerte? La transfiguración en el monte es un anticipo de que
el final no es la muerte. La promesa de Dios no es para la destrucción, es para
la vida. Algo de esta vida se les deja atisbar a los discípulos en esta escena:
un Jesús radiante y glorioso, tal como lo encontraremos al final del camino. El
Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob, el Dios de la Alianza, ha enviado a su
Hijo al mundo para realizar su promesa de vida.
Ì Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según
san Lucas 9, 28b-36
Jesús tomó a Pedro, Juan y
Santiago, y subió a la montaña para orar. Mientras oraba, su rostro cambió de
aspecto y sus vestiduras se volvieron de una blancura deslumbrante. Y dos
hombres conversaban con él: eran Moisés y Elías, que aparecían revestidos de
gloria y hablaban de la partida de Jesús, que iba a cumplirse en Jerusalén.
Pedro y sus compañeros tenían mucho sueño, pero permanecieron despiertos, y
vieron la gloria de Jesús y a los dos hombres que estaban con él. Mientras
éstos se alejaban, Pedro dijo a Jesús: "Maestro, ¡qué bien estamos aquí!
Hagamos tres carpas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías". Él
no sabía lo que decía. Mientras hablaba, una nube los cubrió con su sombra y al
entrar en ella, los discípulos se llenaron de temor. Desde la nube se oyó
entonces una voz que decía: "Éste es mi Hijo, el Elegido,
escúchenlo". Y cuando se oyó la voz, Jesús estaba solo. Los discípulos
callaron y durante todo ese tiempo no dijeron a nadie lo que habían visto.
Palabra del Señor.
COMPARTIMOS
LA PALABRA
El
escenario: dudas y desconcierto sobre la identidad mesiánica de Jesús
El
tetrarca Herodes Antipas se preguntaba perplejo sobre Jesús: “¿Quién es éste de
quien oigo tales cosas?” (Lc 9,9). Por otra parte, los discípulos acababan de
confesarlo en Cesarea de Filipo como Mesías (9,18-21), si bien el inmediato
anuncio de la pasión les desconcertó del todo dejándolos perplejos y sumidos en
un mar de dudas. ¿Era realmente el Mesías que cumplimentaría las promesas
selladas con la alianza?
Se podía
entender que muchos lo abandonaran decepcionados por su mesianismo. Tampoco
resultaba extraño el que las autoridades políticas y religiosas lo criticaran,
desautorizan y hasta persiguieran. Pero, ¿cómo entender la incertidumbre de los
suyos después de su larga y confidencial convivencia? ¿Dónde quedaban el fervor
y el entusiasmo con que acogieron la primera llamada del Maestro?
Jesús
comparte con los suyos la revelación de su destino
Aunque
medio adormecidos y cargados de sueño, como les ocurrirá más tarde en Getsemaní
(Lc 22,45), Jesús quiere hacerles partícipes de una experiencia personal que
marcará y condicionará el resto de su misión. Como era habitual en él, un día
más se retira a orar, pero esta vez llevándose consigo a lo alto del monte a
sus tres más íntimos. Ensimismado en su mundo interior y ante la presencia
testimonial de Moisés y Elías, comparte con ellos la revelación del destino que
le espera: su éxodo definitivo al Padre pasando por la muerte en Jerusalén, la
ciudad que mata a los profetas (13,33-34).
Como
ocurrió en el pasado con Moisés en la cumbre del Sinaí (Ex 34) y con el profeta
Elías en el monte Horeb (1 Re 19,11-13), es Dios mismo quien se revela en la
voz celeste bajo la nube protectora de su presencia. Confirmaba de este modo el
reciente y sorprendente anuncio premonitorio de su pasión en medio del
majestuoso esplendor de su gloria: será rechazado, maltratado y matado, pero
resucitará al tercer día. Jesús era plenamente consciente de la suerte que le
esperaba, la asumía con serenidad y entereza. No así sus discípulos
predilectos, que asisten atónitos y desconcertados a la escena: “callados, no
dijeron a nadie nada de lo que habían visto”.
Si en la
petición de Moisés: “muéstrame tu gloria”, Yahvé se le revela solo en parte, de
espaldas, en la escena de la transfiguración Dios se nos revela plenamente en
su Hijo, el Elegido, apuntando hacia el final de su destino salvífico. No era
otro el tema de conversación de los dos testigos proféticos con Jesús. Y es que
el hombre está llamado a vivir la permanente paradoja de la muerte en la vida y
de la vida en la muerte. Mensaje que entraña lo más nuclear de la sabiduría
evangélica a raíz de la profunda experiencia que envuelve la existencia humana
y a la que los cristianos nos acogemos por la fe.
Muéstranos
tu rostro, Señor
La
escena evangélica nos invita a contemplar la faz del Transfigurado y a escuchar
la voz de lo alto: “Éste es mi Hijo, mi Elegido; escuchadle”. Ese rostro
manifestado en “el resplandor del glorioso evangelio de Cristo, imagen de Dios,
quien ha hecho brillar su luz en nuestros corazones” (2 Cor 4, 4-6). Rostro de
Jesús manifestado en el evangelio que requiere a su vez ser ubicado e insertado
en la propia historia de su pueblo, representada en las figuras de Moisés y
Elías.
Si cada
cristiano ha de reflejar la luz del rostro de Cristo, es normal que recemos con
el salmista: “Tu rostro buscaré, Señor, no me escondas tu rostro”. En esta
sintonía de sentimientos, nos hemos sumado también en más de una ocasión a la
pregunta de Felipe en la última cena: “Señor, muéstranos al Padre y nos basta”.
La respuesta de Jesús fue clara y contundente: “Quien me ha visto a mí, ha
visto al Padre” (Jn 14,8-9).
Pidamos
a Dios que nos siga cubriendo la sombra de esa “nube” bienhechora para que vaya
destilando, cual lluvia pausada, los secretos de su inagotable misterio. Por la
fe en el Transfigurado, no sólo reconocemos su rostro sino que nos adherimos a
su persona y seguimos sus pasos en espera de poder disfrutar un día de su
encuentro en la atienda definitiva de su Reino.
ESTUDIO
BÍBLICO
Primera lectura: (Génesis
15,5-12.17-18)
Marco: Este
acontecimiento está en el centro mismo de la historia de Abrahán. Conviene
recordar la importancia de la descendencia y de la tierra para un nómada como
era Abrahán.
Reflexiones
1ª) ¡Abrahán vive en la convicción de que Dios
dirige su vida!
Dios
sacó afuera a Abrahán y le dijo: Mira al cielo, cuenta las estrellas si puedes.
Y añadió: así será tu descendencia... Yo soy el Señor que te sacó de Ur de los
caldeos, para darte en posesión esta tierra. Dios promete a Abrahán dos cosas:
en primer lugar, una descendencia que es la más importante. La descendencia
significa y garantiza la continuidad, la seguridad del futuro. Las
circunstancias personales de Abrahán, según la presentación bíblica, no
favorecen esta promesa. Pero el peregrino de la fe sigue adelante apoyado en la
alianza que Dios pacta con él. Entre aquellos antiguos orientales, como lo
demuestran los incesantes descubrimientos, la alianza era el modo habitual de
asegurar la paz y el bienestar de los vasallos por obra de los soberanos así
como la obediencia leal de aquellos a éstos (formulario hitita). Dios se
compromete con Abrahán por pura iniciativa suya. Abrahán solo ha de responder con
la fe-confianza leal en su Soberano. Abrahán ha sido elegido como signo de
salvación y bendición para todos los pueblos (Gn 12, 1ss). Pero la historia
posterior pondrá en peligro la lealtad a su Soberano, porque se le anuncia que
serán esclavizados en Egipto durante cuatrocientos años. En segundo lugar, la
promesa de la tierra que es un motivo firme de esperanza para el pueblo de
Israel. La descendencia y la tierra son bienes que tienen especial importancia
y significación para un nómada. Bien es verdad que la fe de Abrahán es puesta a
prueba cuando las promesas tardan en realizarse. Aunque aquí son selladas con
una alianza. Todo es futuro todavía. Y el futuro, cuando se retarda, compromete
la esperanza, hasta quebrarla en muchos casos. Abrahán debe poner en acción
toda la capacidad de su fe-esperanza para seguir fiándose de ese misterioso El
Shaday que se le revela y conduce su vida. En nuestro mundo esta actitud de fe
incondicional sorprende y nos parece imposible. Dios garantiza siempre el
cumplimiento de lo que promete.
Segunda lectura: (Filipenses
3,17-4,1)
Marco: Esta
carta ha sido escrita desde la cárcel. Algunos se aprovechan de esta situación
para hacerle la vida más dura y difícil entrometiéndose en su comunidad para
arrebatar a los creyentes la libertad del Evangelio cimentada en la cruz de
Cristo.
Reflexiones
1ª) ¡La fe pura en el Evangelio corre el peligro de perder su lozanía!
Como os
decía muchas veces, y ahora lo repito con lágrimas en los ojos, hay muchos que
andan como enemigos de la cruz de Cristo... Sólo aspiran a cosas terrenas. El
apóstol no puede quedar ajeno a esta situación de su entrañable comunidad de
Filipos. Una vez más atisbamos la intimidad del apóstol. Muchos cristianos, así
llamados criptocristianos, procedentes del judaísmo y que entraron a formar
parte de las comunidades cristianas, en este caso en Filipos, no quieren correr
el riesgo de ser perseguidos por su fe. A esos se refiere el apóstol cuando
dice que muchos viven como enemigos de la cruz de Cristo. La fe en Cristo, que
proporciona la libertad, entraña un leal compromiso. La fe compromete la vida
en su totalidad; no admite rivales junto a ella. Por fe hay que entender la
adhesión a todo el Evangelio, es decir, todo el misterio salvador de Cristo y
sus consecuencias para la vida. Somos peregrinos en la fe y en la esperanza.
Nuestra meta está en otra parte. Somos parroquianos en este mundo, es decir, no
tenemos casa fija y estable aquí. Y Dios tiene poder para mantenernos firmes en
esa fe y en esa esperanza.
Evangelio: (Lucas 9, 28b-36)
Marco: Se trata
de la transfiguración del Señor. Jesús se encuentra a las puertas del largo
viaje que le conducirá hasta Jerusalén. Durante el viaje les enseñará las
condiciones del verdadero discipulado. Este acontecimiento es como un avance
del final glorioso, como una primicia de su gloria ante la dureza del camino
que conduce a la muerte de cruz, que provocará un profundo escándalo en los
discípulos. El final es la victoria, el triunfo y la gloria.
Reflexiones
1ª) ¡Dios ofrece a los discípulos un anticipo de la
gloria de Jesús!
Jesús se
llevó a Pedro, a Juan y a Santiago a lo alto de una montaña, para orar. Y
mientras oraba, el aspecto de su rostro cambió, sus vestidos brillaban de
blanco. La trasfiguración ha sido un acontecimiento de la vida de Jesús que ha
llamado la atención de los estudiosos. Pero se trata de un acontecimiento
transmitido por los tres evangelistas y en los tres relacionado con el
acontecimiento pascual. Un núcleo histórico, hoy reinterpretado a la luz de la
Pascua, es muy difícil ponerlo en duda. Jesús quiere apuntalar la fe de sus
discípulos en su persona. Las circunstancias: en un monte alto. En un monte
alto antaño se produjo la gran revelación a Moisés. El monte es un lugar
preferente para las manifestaciones y revelaciones de Dios a sus enviados y a
su pueblo; se trata, por tanto, de un acontecimiento especial de revelación de
la persona y de la misión de Jesús. Para indicar la presencia de Dios se
recurre a uno de los símbolos más significativos en la tradición: una nube que
les envuelve. La nube asegura la presencia protectora y salvadora de Dios, como
podemos leer en el relato épico del éxodo de Egipto. Su presencia, así
simbolizada, da firmeza a la fe y a la esperanza en las dificultades y durezas
del camino. La liturgia actualiza siempre los acontecimientos salvadores de
Jesús. La actualización es teológica y es parenética, es decir, en Jesús mismo
y como impulso para la comunidad que celebra. Este aspecto de la trasfiguración
revela al creyente de hoy que Dios no defrauda, que en su pedagogía, siempre
acertada y oportuna, ofrece en cada momento lo que se necesita para seguir
caminando en el claroscuro de la fe siguiendo los pasos de Jesús.
2ª) ¡Moisés y Elías hablaban con Jesús de su futura
muerte!
Dos
hombres conversaban con él: eran Moisés y Elías, que aparecieron con gloria,
hablaban de su muerte, que iba a consumar en Jerusalén. Los personajes que
aparecen hablando con Jesús son Moisés y Elías. Sabemos que ambos representan
las dos corrientes más fuertes de Israel: la ley, en sentido bíblico integral,
y los profetas. La ley-toráh que significa y transmite la llamada de los
patriarcas y, sobre todo, las gestas de la liberación de Egipto y la
peregrinación por el desierto con los acontecimientos providenciales de la
revelación sinaítica. Y toda la tradición profética. Jesús aparece como el
cumplimiento de cuanto se anunció en figuras. La humanidad entera está invitada
a participar en la salvación. La figura del Padre aparece con la confesión e
invitación solemne: éste es mi Hijo muy amado, escuchadlo. En adelante su
presencia ya no será en una nube. Su propio Hijo, hecho uno de tantos y entre
los hombres, es el lugar de nuestro encuentro con Él.
3ª) ¡El hombre ha de encontrar espacios para la
escucha de la Palabra!
Una voz
desde la nube decía: este es mi Hijo, el escogido; escuchadlo. Los hombres son
invitados a una actitud fundamental: escuchar a Jesús que tiene palabras de
vida eterna. Sólo por la escucha de la Palabra de Jesús, a través de sus
apóstoles, podremos poseer y vivir nuestra fe apostólica. A lo largo de la
historia de la salvación aparece una y otra vez, especialmente en los profetas,
la invitación a escuchar la voz de Dios. Y también la historia de la salvación
nos enseña la respuesta y el resultado por parte de los hombres. La palabra de
Dios, que siempre ha sido una oferta de libertad y de sentido, ha encontrado
múltiples obstáculos para ser acogida y vivida. Es una de las paradojas de la
historia de la salvación. Aunque en muchos aspectos sea incomprensible para el
hombre, la palabra de Dios no destruye ni coarta la libertad del hombre porque
procede de la misma voluntad divina de la que participa la propia libertad
humana ya que nos hizo a su imagen y semejanza. Esta invitación del Padre para
que presten atención a su Hijo, escuchando su palabra, se inscribe en la
historia de la fidelidad de Dios. Ya no tiene otra Palabra, el Hijo es toda su
Palabra que antaño llegó a los hombres por boca de los profetas y en forma de
libro y que ahora se hace presente a través de un hombre en el que la Palabra
se hizo historia personalmente. No es posible buscar otra Palabra de Dios.
Escuchar, he ahí la recomendación del Padre. Escuchar primero a su Hijo y
después a sus apóstoles. No solo ruego por éstos, sino también por aquellos que
creerán a través de su palabra. Escuchar a Alguien muy cercano que tiene
respuestas para las preguntas y necesidades de los hombres. Pedro ha
experimentado que la cercanía de Dios entra en lo hondo de su ser humano: ¡qué
bien estamos aquí!. Es necesario seguir proclamando con fuerza esta experiencia
y esta oferta al hombre de ayer y de hoy. La fe ha de ir precedida, y
acompañada, por la Palabra de Dios y por la experiencia de su cercanía que da
sentido a la experiencia más genuinamente humana.
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