“No les
toca a ustedes conocer los tiempos y las fechas”
Jesús, el Señor, resucitado,
viviente, se alza hacia el cielo. Una nube le cubre. ¿Nos abandonó? ¿Va a
quedar fija nuestra mirada hacia ese cielo que huye? ¿Volverá? Buen momento
para calibrar la firmeza de nuestra confianza.
Aguardemos su venida, sin tiempo,
sin fecha. Aguardemos, manos a la obra. Cada vez que defendemos la dignidad de
un ser humano, cada vez que ponemos en pie a alguien, que no dejamos que caiga
nadie en la cuneta de la vida, cada vez que compartimos el pan, cada vez que
vemos en el pobre el rostro de Cristo… Cada vez, estamos diciendo que Él
vuelve. ¡Ven Señor Jesús!
DIOS
NOS HABLA. CONTEMPLAMOS SU PALABRA.
I
LECTURA
Después
de la resurrección, los discípulos esperan un cambio, una especie de
transformación en el mundo. Y la respuesta de Jesús parece no responder a estas
expectativas. Es como si “pateara” el problema hacia “más allá”. Pero sabemos
que el Reino de Dios ya está con nosotros, y se manifiesta de un modo a veces
imperceptible. Y por eso hay que seguir esperando, porque el momento de la
instauración definitiva y universal del Reino sin dudas llegará.
Lectura
de los Hechos de los Apóstoles 1, 1-11
En mi primer Libro, querido
Teófilo, me referí a todo lo que hizo y enseñó Jesús, desde el comienzo, hasta
el día en que subió al cielo, después de haber dado, por medio del Espíritu
Santo, sus últimas instrucciones a los Apóstoles que había elegido. Después de
su Pasión, Jesús se manifestó a ellos dándoles numerosas pruebas de que vivía,
y durante cuarenta días se les apareció y les habló del Reino de Dios. En una
ocasión, mientras estaba comiendo con ellos, les recomendó que no se alejaran
de Jerusalén y esperaran la promesa del Padre: “La promesa, les dijo, que Yo
les he anunciado. Porque Juan bautizó con agua, pero ustedes serán bautizados
en el Espíritu Santo, dentro de pocos días”. Los que estaban reunidos le
preguntaron: “Señor, ¿es ahora cuando vas a restaurar el reino de Israel?”. Él
les respondió: “No les corresponde a ustedes conocer el tiempo y el momento que
el Padre ha establecido con su propia autoridad. Pero recibirán la fuerza del
Espíritu Santo que descenderá sobre ustedes, y serán mis testigos en Jerusalén,
en toda Judea y Samaría, y hasta los confines de la tierra”. Dicho esto, los
Apóstoles lo vieron elevarse, y una nube lo ocultó de la vista de ellos. Como
permanecían con la mirada puesta en el cielo mientras Jesús subía, se les
aparecieron dos hombres vestidos de blanco, que les dijeron: “Hombres de
Galilea, ¿por qué siguen mirando al cielo? Este Jesús que les ha sido quitado y
fue elevado al cielo, vendrá de la misma manera que lo han visto partir”.
Palabra
de Dios.
Salmo
46, 2-3. 6-9
R.
El Señor asciende entre aclamaciones.
Aplaudan, todos los pueblos,
aclamen al Señor con gritos de alegría; porque el Señor, el Altísimo, es
temible, es el soberano de toda la tierra. R.
El Señor asciende entre
aclamaciones, asciende al sonido de trompetas. Canten, canten a nuestro Dios,
canten, canten a nuestro Rey. R.
El Señor es el Rey de toda la
tierra, cántenle un hermoso himno. El Señor reina sobre las naciones, el Señor
se sienta en su trono sagrado. R.
II
LECTURA
No
conocemos a Jesús con los ojos del cuerpo. No lo vemos, no lo tocamos, ni lo
oímos con nuestros propios oídos. El conocimiento que tenemos de él se apoya en
la fe. Por eso es fundamental que pidamos que él mismo nos ayude y nos enseñe a
conocerlo.
Lectura
de la carta del apóstol san Pablo a los cristianos de Éfeso 1, 17-23
Hermanos: Que el Dios de nuestro
Señor Jesucristo, el Padre de la gloria, les conceda un espíritu de sabiduría y
de revelación que les permita conocerlo verdaderamente. Que él ilumine sus
corazones, para que ustedes puedan valorar la esperanza a la que han sido
llamados, los tesoros de gloria que encierra su herencia entre los santos, y la
extraordinaria grandeza del poder con que él obra en nosotros, los creyentes,
por la eficacia de su fuerza. Éste es el mismo poder que Dios manifestó en
Cristo, cuando lo resucitó de entre los muertos y lo hizo sentar a su derecha
en el cielo, elevándolo por encima de todo Principado, Potestad, Poder y
Dominación, y de cualquier otra dignidad que pueda mencionarse tanto en este
mundo como en el futuro. Él puso todas las cosas bajo sus pies y lo constituyó,
por encima de todo, Cabeza de la Iglesia, que es su Cuerpo y la Plenitud de
Aquél que llena completamente todas las cosas.
Palabra
de Dios.
EVANGELIO
“Cristo
se ha quedado con nosotros. Así como la cabeza es vida del cuerpo y del pie,
aunque el pie tenga su planta en el suelo, es la misma vida de la cabeza. Y
esto debe llenarnos de alegría cuando la cabeza nuestra ha subido a los cielos,
nosotros, sus pies que todavía peregrinamos en la tierra, sentimos que Cristo
está presente.
Ì
Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Mateo 28, 16-20
Después de la resurrección del
Señor, los once discípulos fueron a Galilea, a la montaña donde Jesús los había
citado. Al verlo, se postraron delante de él; sin embargo, algunos todavía
dudaron. Acercándose, Jesús les dijo: “Yo he recibido todo poder en el cielo y
en la tierra. Vayan, y hagan que todos los pueblos sean mis discípulos,
bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y
enseñándoles a cumplir todo lo que Yo les he mandado. Y Yo estaré con ustedes
todos los días hasta el fin del mundo”.
Palabra
del Señor.
MEDITAMOS
LA PALABRA
Le vemos elevándose hacia el cielo,
sobre la nube, ¿será que nos abandona? Menudo enigma. ¿Qué guarda ese Jesús de
nuestros desvelos?
Ese Jesús a quien seguimos, al que
abandonamos, huyendo, cuando acabó colgado de una cruz... Ese Jesús que
confesamos, hace unos días, en una noche mágica… Ese Jesús, vive. No busquemos
entre los muertos a quien vive.
Han pasado cuarenta días. Todo un
trecho. Las cosas requieren su pausa, no nos caen encima, así, sin más.
Necesitamos la obra del tiempo. Un tiempo para madurar. Un tiempo para
aprestarnos a la gran tarea, ser testigos de lo insólito: nuestra certeza de
que el Crucificado vive y ha sido glorificado.
No es sencillo percibir lo hondo.
Somos torpes, cierto. También es cierto que esa verdad última escapa a nuestra
capacidad porque está más allá de cualquier posibilidad nuestra. Calma. No nos
inquietemos. El Espíritu viene en nuestra ayuda. Él nos encamina hacia la
verdad, tan entera como esquiva. Su aliento alimenta nuestra mirada y nuestro
coraje.
La verdad de Jesús, que pasó
haciendo el bien, su vida, su palabra, sus signos liberadores, confirmada de
lleno y sin fisura por el Padre. ¿Qué otra cosa nos dice nuestra fe en su
exaltación gloriosa? ¿Qué grita esa voz inaudible sino que Jesús, el Señor, a
la derecha del padre, tiene el poder de liberarnos a todos, a cada uno, uno por
uno? Un abrazo universal. Nada de límites. Nada de fronteras. Nada de muros. No
hay rincón que no recoja la savia de vida que Jesús, el Señor, da. Da. Sin más.
No corramos. Paremos un instante.
¿Confiamos de verdad en la esperanza a que hemos sido llamados?
No pensemos, sin embargo, que hemos
logrado la meta. Estamos en la puerta de salida. ¿Nos quedaremos fascinados
mirando al cielo? No. Nunca. Caminemos a Jerusalén. Pongámonos manos a la obra.
Emprendamos cada día el camino, empeñados en la lenta tarea, siempre
recomenzada, de la evangelización.
Y, en medio de incertidumbres, de
oscuridad, del sentimiento de la inutilidad de nuestra tarea, de fracasos,
caídas y debilidades nunca superadas, confiemos, no perdamos la confianza en
Aquél que dijo que estaría con nosotros hasta el fin del mundo. Guardemos
siempre ese hilo de confianza. Nuestro bien más preciado.
El mismo que nos ha dejado,
volverá. ¡Ven, Señor Jesús!
ESTUDIO
BÍBLICO
Como ya no se celebra la Ascensión
del Señor en el «jueves» precedente a este domingo, su liturgia se traslada a
lo que debería ser el VII Domingo de Pascua. Los textos de este día, pues,
están determinados por esta fiesta del Señor.
Iª
Lectura (Hch 1,1-11): “Seréis mis testigos”
I.1. Solamente Lucas es
verdaderamente “ascensionista”. Decimos eso porque es Lucas, tanto en el
Evangelio como en los Hechos de los Apóstoles, el único autor que habla o
relata este “misterio” cristológico en todo el Nuevo Testamento. Y sin embargo,
las diferencias sobre el particular de ciertos aspectos y símbolos en el mismo
evangelista sorprenden a quien se detiene un momento a contrastar el final del
evangelio (Lc 24,46-53) y el comienzo de los Hechos (1,1-11). En realidad no
son opuestos los discursos, pero resalta, en concreto, que la Ascensión se
posponga «cuarenta días» en los Hechos de los Apóstoles, mientras que en el
Evangelio todo parece suceder en el mismo día de la Pascua.
I.2. Esto último es lo más
determinante, ya que la Ascensión no implica un grado más o un misterio
distinto de la Pascua. Es lo mismo que la Resurrección, si ésta se concibe como
la «exaltación» de Jesús a la derecha de Dios. ¿Qué es lo que pretende Lucas?
Simplemente establecer un período determinado, simbólico, de cuarenta días (no
contables en espacio y en tiempo), en que lo determinante es lo que se refiere
a hablarles del Reino de Dios y a prepararlos para la venida del Espíritu
Santo. Lo de los cuarenta días es especialmente bíblico: el número recuerda y
apunta a los cuarenta años que Israel caminó en el desierto bajo la pedagogía
divina Dios (Dt 8,2-6); los cuarenta días que pasó Moisés en el monte Sinaí
para recibir la Ley de parte de Dios (Ex 24,18); los cuarenta días de Jesús en
el desierto antes de su vida pública (Lc 4,1-2). «Cuarenta» indica el tiempo de
la prueba y de la enseñanza necesaria. En la tradición de los rabinos el número
«cuarenta» también tenía, en línea con la tradición bíblica, un valor simbólico
para indicar un período de aprendizaje completo y normativo. En los Hechos, es
un tiempo “pascual” extraordinario para consolidar la fe de los discípulos.
I.3. Y ese tiempo Pascual
extraordinario -nos quiere decir Lucas-, está tocando a su fin y el Resucitado
no puede estar llevándolos de la mano como hasta ahora. Deben abrirse al
Espíritu, porque les espera una gran tarea en todo el mundo, “hasta los
confines de la tierra”. La pedagogía lucana, para las necesidades de su
comunidad, apunta a que la Resurrección de Jesús, al contrario que otras
personas, no supone un romper con la tierra, con la historia, con todo lo que
ha sido el compromiso de Jesús con los suyos y con todo el mundo. Esa es la
razón de que haya prolongado su presencia “especial” durante “cuarenta días”
entre los suyos, insistiendo en iluminarlos acerca del Reino de Dios que fue el
tema de su mensaje y la causa de su vida hasta la muerte.
I.4. Pero en todo caso, hay una
promesa muy importante: recibirán la fuerza de lo alto, el Espíritu Santo, que
les acompañará siempre. Lucas, pues, usa el misterio de las Ascensión para
llamar la atención sobre la necesidad de que los discípulos entren en acción. Y
deben entrar, porque son enviados por el Resucitado. Ya ha pasado el tiempo de
la prueba. Ya han podido experimentar que el Maestro está vivo, aunque haya
sido crucificado. Su mensaje del Reino no puede quedar en el olvido. Hasta
ahora todo lo ha hecho Jesús y Dios con él; pero ha llegado el momento de una
ruptura necesaria para la Iglesia en que tiene que salir de sí misma, de la
pasividad gloriosa de la Pascua, para afrontar la tarea de la evangelización.
I.5.La “Ascensión”, como se indica
en Mc 16,19 (tomado sin duda de la tradición lucana) es ser elevado al cielo y
sentarse a la derecha de Dios, es decir, la total exaltación y glorificación de
Jesús. Pero eso es lo que sucede, sin duda, en la resurrección. Por lo mismo,
no es un misterio soteriológico nuevo con respecto a la humanidad de Jesús,
sino una afirmación cristológica que marca el destino final del profeta de Galilea.
No obstante, debemos señalar que en el relato de los Hechos viene a significar
un momento decisivo que pone fin al período pascual. Asimismo, Lucas lo ha
presentado como misterio pedagógico para hacer ver a los discípulos que ha
llegado su hora de anunciar al mundo la salvación de Dios. E incluso tiene el
sentido de purificación definitiva de una ideología nacionalista del mesianismo
de Jesús y del papel de Israel. Todos los hombres han de ser llamados a la
salvación de Dios. Porque Jesús, el Señor exaltado, ya ha cumplido en la
historia su tarea.
IIª
Lectura (Efesios 1,17-23): Plegaria de iluminación
II.1. La IIª Lectura del día nos
ofrece una alabanza o acción de gracias y una petición importante que el autor
-presuntamente Pablo, aunque bien puede ser uno de sus discípulos-, pide para
la comunidad: el conocimiento, como una especie de carisma. Se trata de un
conocimiento de experiencia. De esta manera el conocimiento que se pide para la
comunidad otorga una sabiduría como don incesante. No es un conocimiento de
cosas, sino es una experiencia de fe y de amor.
II.2. Esta lectura se ha escogido
para la liturgia de las Ascensión, porque en esta acción de gracias se pide el
Espíritu, que es la promesa que Jesús hizo a los suyos. Se especifica que es el
Espíritu de sabiduría, don de Dios; y de revelación, porque la sabiduría no es
un saber humano, sino una experiencia divina.
II.3. Y también ha sido escogido,
sin duda, porque aquí se menciona la Ascensión en las palabras “lo ha hecho
sentar a su derecha en los cielos”. Esto viene a continuación de la afirmación
sobre la resurrección. Estar sentado a la derecha de Dios es una expresión
simbólica para poner de manifiesto “el señorío” de Jesús. Porque estando a su
derecha, pues, participa del señorío divino.
II.4. Y finalmente, se debe tener
en cuenta que esta acción de gracias a Dios por lo que ha hecho en Jesús, es
una llamada, a su vez, a la esperanza de los cristianos. Porque eso que ha
acontecido en Jesús lo viviremos un día nosotros.
III.
Evangelio (Mt 28,16-20): Yo estaré con vosotros siempre
III.1. El evangelio de este día es
el final del evangelio de Mateo y se quiere poner de manifiesto lo que Lucas ya
nos ha expresado con la presentación de la «Ascensión»: es el momento de los discípulos,
de sus seguidores, que tienen que llevar el evangelio allí donde Jesús no pudo
ir: a todo el mundo. Desde lo alto de un monte, con todo el simbolismo que esto
tiene en la Biblia, Jesús les otorga a los suyos un poder comunicador de
salvación y de gracia.
III.2. El bautismo en su nombre,
será por otra parte, el sacramento de iniciación de los que quieran llevar una
vida nueva en este mundo. Mateo ya había elegido un monte para la enseñanza de
Jesús que ha pasado a la historia como el «sermón de la montaña» (Mt 5-7). Con
ello se quería ir más allá del monte Sinaí y de la ley del Antiguo Testamento,
la ley del la Alianza. Para culminar la teología de una Alianza nueva dada en
una enseñanza nueva, ahora Mateo, en Galilea, nos presenta al Resucitado corroborando,
con un nuevo poder, lo que ya les había trasmitido en el sermón de la montaña.
III.3. Mas no podemos menos de
resaltar que a la promesa de hacer discípulos en todo el mundo (aquí el
evangelio de Mateo se hace absolutamente universalista), corresponde la promesa
del mismo Jesús de estar con los suyos siempre. Muchos autores resaltan con
razón que aquí se retoma el significado de “Emmanuel” (Dios con nosotros) como
cumplimiento de la profecía de Is 7 y del anuncio a José (Mt. 1,23). Como el
nombre que recibió fue Jesús, no concretamente “Emmanuel”, y Jesús significa
“Dios salva”, quiere decir que la promesa se cumple porque la salvación de Dios
con la humanidad no tendrá límites. Y esto, prometido al final, como Señor
resucitado que tiene todo el poder, en el “monte”, es de una importancia
teológica irrepetible.
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