"El que come
mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna"
En el día en que celebramos el
Cuerpo y la Sangre de Nuestro Señor, la Iglesia nos recuerda que la Eucaristía ha
de ser origen y alimento de todo intento de construir en nuestro mundo
“espacios de esperanza”.
En esa dirección, la Eucaristía nos
remite a la memoria de Jesús Nazareno y de su vida entregada y ofrecida en
favor de los seres humanos. Una memoria que se hace profecía en la medida en
que estemos dispuestos a recrear en nuestras vidas esa misma voluntad de
entrega y servicio.
Una comunidad cristiana celebra
propiamente la eucaristía cuándo se pregunta por los ausentes y, sintiendo en
ella la presencia viva y resucitada del Señor, se siente urgida a recomponer la
historia, según la voluntad liberadora de Dios, y desde el dolor por el
sufrimiento de los últimos.
DIOS
NOS HABLA. CONTEMPLAMOS SU PALABRA
I
LECTURA
El
maná fue el alimento del pueblo en medio del desierto. Allí donde no había
nada, la providencia de Dios se manifestó con el sustento necesario para el
camino. Este maná se convirtió en figura y símbolo de todo lo bueno que
proviene de Dios.
Lectura
del libro del Deuteronomio 8, 2-3. 14b-16a
Moisés habló al pueblo diciendo:
Acuérdate del largo camino que el Señor, tu Dios, te hizo recorrer por el
desierto durante esos cuarenta años. Allí él te afligió y te puso a prueba,
para conocer el fondo de tu corazón y ver si eres capaz o no de guardar sus
mandamientos. Te afligió y te hizo sentir hambre, pero te dio a comer el maná,
ese alimento que ni tú ni tus padres conocían, para enseñarte que el hombre no
vive solamente de pan, sino de todo lo que sale de la boca del Señor. No
olvides al Señor, tu Dios, que te hizo salir de Egipto, de un lugar de
esclavitud, y te condujo por ese inmenso y temible desierto, entre serpientes
abrasadoras y escorpiones. No olvides al Señor, tu Dios, que en esa tierra
sedienta y sin agua, hizo brotar para ti agua de la roca, y en el desierto te
alimentó con el maná, un alimento que no conocieron tus padres.
Palabra
de Dios.
Salmo
147, 12-15. 19-20
R. ¡Glorifica al Señor, Jerusalén!
¡Glorifica al Señor, Jerusalén,
alaba a tu Dios, Sión! Él reforzó los cerrojos de tus puertas y bendijo a tus
hijos dentro de ti. R.
Él asegura la paz en tus fronteras
y te sacia con lo mejor del trigo. Envía su mensaje a la tierra, su palabra
corre velozmente. R.
Revela su palabra a Jacob, sus
preceptos y mandatos a Israel: a ningún otro pueblo trató así ni le dio a
conocer sus mandamientos. R.
II
LECTURA
Comer
de un solo pan nos hace uno. Esta unidad se tiene que reflejar en nuestras
misas y en nuestras reuniones comunitarias. No somos meros individuos que
reciben cada uno su porción. Somos una comunidad que comparte la misma mesa.
Lectura
de la primera carta del apóstol san Pablo a los cristianos de Corinto 10, 16-17
Hermanos: La copa de bendición que
bendecimos, ¿no es acaso comunión con la Sangre de Cristo? Y el pan que
partimos, ¿no es comunión con el Cuerpo de Cristo? Ya que hay un solo pan,
todos nosotros, aunque somos muchos, formamos un solo Cuerpo, porque
participamos de ese único pan.
Palabra
de Dios.
EVANGELIO
El
alimento es indispensable para la vida. El Señor no quiere vernos desnutridos.
Él mismo se hace pan, alimento nutritivo, sustento restaurador, y con eso nos
da ya hoy vida eterna. Comer el Cuerpo y la Sangre de Cristo nos anticipa hoy,
en esta existencia terrenal, la comunión íntima, de puro amor, que gozaremos
eternamente con la Santísima Trinidad.
Ì
Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Juan 6, 51-58
Jesús dijo a los judíos: “Yo soy el
pan vivo bajado del cielo. El que coma de este pan vivirá eternamente, y el pan
que yo daré es mi carne para la Vida del mundo”. Los judíos discutían entre sí,
diciendo: “¿Cómo este hombre puede darnos a comer su carne?”. Jesús les
respondió: “Les aseguro que si no comen la carne del Hijo del hombre y no beben
su sangre, no tendrán Vida en ustedes. El que come mi carne y bebe mi sangre
tiene Vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día. Porque mi carne es la
verdadera comida y mi sangre, la verdadera bebida. El que come mi carne y bebe
mi sangre permanece en mí y yo en él. Así como yo, que he sido enviado por el
Padre que tiene Vida, vivo por el Padre, de la misma manera, el que me come
vivirá por mí. Este es el pan bajado del cielo; no como el que comieron sus
padres y murieron. El que coma de este pan vivirá eternamente”.
Palabra
del Señor.
MEDITAMOS
LA PALABRA
Un acercamiento sincero a nuestra
realidad parece permitir afirmar que nos encontramos en momentos difíciles para
la eucarística. En poco tiempo hemos sido testigos de un indudable descenso de
la participación de los fieles y de una cierta desafección (de los de fuera y
de los de dentro) hacia la celebración litúrgica de la misa. Y esto, cuando
seguimos afirmando que en la eucaristía se expresa y realiza todo lo que somos
como comunidad cristiana, que es su centro y su cumbre.
Las preguntas se suscitan por sí
mismas. ¿Son todo lo que celebramos “verdaderas” eucaristías? ¿Hemos sabido
educar a las comunidades cristianas en el sentido y actualidad de la Cena del
Señor?...
Memoria y Profecía
Celebrar la Cena del Señor es sin duda
un acto de la memoria. Los creyentes nos incorporamos a aquel gesto en el que
Jesús resume sus signos y su mensaje acerca del Reino de Dios, asociándonos a
su vida y destino. “Hacemos aquello en memoria suya” porque nos sentimos
herederos de su promesa y continuadores de su misma tarea.
Sin embargo, entender la mesa del
Señor únicamente desde los parámetros del recuerdo –aún cuando sea un recuerdo
agradecido- resulta reductivo y excluye gran parte de su potencialidad.
En clave creyente, la eucaristía ha
de proyectarse hacia el futuro, convertirse en profecía, no sólo porque
anticipa la muerte del Señor, sino más bien porque la explica y llena de
contenido. Más allá de un acto cultual, el creyente acepta vivir bajo el signo
de la cruz y la esperanza de la resurrección. Se descubre el sentido de la vida
(la de Jesús y la nuestra) en la entrega por amor a los demás. (cf. Gustavo
Gutiérrez).
La pregunta por los ausentes
De la celebración de la Eucaristía
nace la construcción de la comunidad humana y de la comunidad de la Iglesia. La
comida común reconstruye la unidad y la solidaridad perdidas y dirige en la
perspectiva del Reino a todos los seres humanos.
Reunidos en torno a la mesa del
Señor se hace posible la comunicación, compartir una misma suerte y una misma
esperanza y salir al encuentro de aquellos que todavía no han encontrado un
sitio entre nosotros.
La Eucaristía, signo de la
presencia del Señor, promueve la fraternidad de quienes nos reunimos en su
nombre, pero ha de llevarnos necesariamente a preguntarnos también por quienes
aún están ausentes.
Construyendo espacios de Esperanza
En la fiesta del Cuerpo y Sangre de
Nuestro Señor, Día de la Caridad, Cáritas nos recuerda que en estos tiempos en
los que de tantos modos los más débiles son despojados de su dignidad, de su
“apariencia humana”, la Iglesia ha de aparecer ante el mundo como un espacio
capaz de reconstruir aquello que mejor nos construye como personas: la
esperanza. En palabras del Papa Francisco, nuestro mundo “está necesitado de
respuestas que alienten, que den esperanza, que den nuevo vigor en el camino.
La Iglesia tiene que ser el lugar de la misericordia gratuita, donde todo el
mundo pueda sentirse acogido, amado, perdonado y alentado a vivir según la vida
buena del Evangelio.” (EG, 114)
De aquí nace el imperativo
evangélico de la Caridad, que deviene solidaridad comprometida. Celebrar la
entrega desinteresada de Jesús de Nazaret -su cuerpo entregado, su sangre
derramada- nos hace volver la mirada hacia tantas víctimas de un modelo social
y económico radicalmente injusto que sigue condenando a millones arrastrar la
cruz de la miseria y el desprecio.
En el día de la Caridad se nos
invita a ser “cirineos”, a poner nuestros esfuerzos al servicio de la causa del
Reino para aliviar el sufrimiento de tantos.
En clave de Resurrección
Es el Señor resucitado quien se
hace vivo y presente en la Eucaristía, ofreciéndose como pan compartido para la
vida eterna. Celebrar la eucaristía en esa clave de resurrección es sentirse
urgido a alzar la voz en favor de la vida allí donde no hay más que muerte y
desesperación. Es hacer realidad la voluntad del Dios que resucita a su Hijo
para mostrarnos la victoria de la justicia de Dios sobre la injusticia humana.
ESTUDIO
BÍBLICO
Esta festividad del Corpus Christi,
ya no en jueves sino en el domingo siguiente, fue instituida por Urbano IV en
1264, quien le encomendó a Santo Tomás de Aquino un oficio completo, algunos de
cuyos himnos y antífonas han pasado a la historia de la liturgia como la
expresión teológica más alta de este misterio inefable de la Eucaristía.
Descubrir las raíces últimas,
culturales y religiosas de este sacramento de la Iglesia, que se retrae a la
última cena de Jesús con sus discípulos, es un reto para una comunidad y para
cada uno de nosotros personalmente, ya que como dice el Vaticano II, este
sacramento es como la «culminación de toda la vida cristiana» (LG 11) y también
en cuanto en él «vive, se edifica y crece sin cesar la Iglesia de Dios» (LG
26).
Pero la Eucaristía no es un sacramento
cosificado, como algo sagrado, sino que siempre se renueva y se crea de nuevo
desde el compromiso de Jesús con su comunidad, con la Iglesia entera. En cada
Eucaristía acontece siempre algo nuevo para nosotros, porque siempre tenemos
necesidades nuevas a las que el Señor resucitado de la eucaristía acude en cada
una de ellas. Por ello, los textos de la liturgia de hoy están transidos de ese
carácter inefable que debemos buscar en este sacramento.
Iª Lectura (Dt 8,2-3.14-16): El
maná para atravesar el desierto
I.1. La Iª Lectura de Deuteronomio
8,2-3.14-16 nos habla del maná, que ha sido en la Biblia el símbolo de un
“alimento divino en el desierto”. Ya se han dado varias explicaciones de cómo
podían los israelitas fabricar el maná con plantas características de la
región. Pero podemos imaginarnos que ellos veían en esto la mano de Dios y la
fuerza divina para caminar hacia la tierra prometida. Por eso no podemos menos
de imaginar que el “maná” haya sido mitificado, porque fue durante ese tiempo el
pan del desierto, es decir, la vida. La simbología bíblica del maná, pues,
tiene un peso especial, unido a la libertad, a la comunión en lo único y más
básico para subsistir y no morir de hambre: eran como el pan de todos.
I.2. Es determinante este aspecto
de la travesía del desierto, después de salir de Egipto, en la pobreza y la
miseria de un lugar sin agua y sin nada, ya que ello indica que Dios no
solamente da la libertad primera, sino que constantemente mantiene su
fidelidad. En las tradiciones bíblicas de la Sabiduría, de las reflexiones
rabínicas, y en el mismo evangelio de Juan, nos encontraremos con el maná como
la prefiguración de los dones divinos. El texto del Deuteronomio invita a
recordar el maná, “un alimento que tú no conocías, ni tampoco conocieron tus
antepasados” (Dt 8,3). Era lógico, ya que era un alimento para el desierto y
del desierto, aunque la leyenda espiritual lo haya presentado como alimento
venido del cielo.
I.3. El maná era solamente para el
día (Ex 16,18), sin estar preocupados por el día siguiente y por los otros
días. Y era inútil, por las situación de calor del desierto, guardarlo, ya que
llegaba a pudrirse (Ex 16,19-20; cf. Lc 12,13-21.29-31). También de esto la
leyenda espiritual sacó su teología: a Israel se le enseñaba así a tener
verdadera confianza en la providencia misericordiosa de Dios. En el desierto,
el israelita era llamado a la fe–confianza.
I.4. El Deuteronomio hace una
llamada a la “memoria” del pueblo, para “que no se olvide del Señor, su Dios”
(Dt 8,14). El recordar la liberación de la esclavitud de Egipto por medio de la
mano potente del Señor (Dt 8,14), como también el recuerdo de la experiencia
humillante pero necesaria del desierto (v. 16), tienen la función esencial de
colocar como fundamento de la existencia la presencia amorosa del Señor en la
historia. Todo esto se hace memoria” (zikaron, en hebreo), que ha de tener
tanta importancia para el sentido de la eucaristía e incluso para que este
texto del Deuteronomio haya sido escogido en la liturgia del “Corpus”.
IIª Lectura (1Cor 10,16-17): La
koinonía de la Eucaristía
II.1. Los textos neotestamentarios
de la eucaristía que poseemos son fruto de un proceso histórico, por etapas,
que parten de la última cena de Jesús con sus discípulos, y que en casi la totalidad
de los mismos tenían un marco pascual. Por consiguiente, trasmitir las palabras
de Jesús sobre el pan y sobre la copa es hacer memoria (zikaron) de su entrega
a los hombres como acción pascual para la Iglesia. Nuestro texto de hoy, de
todas formas, no es el de las palabras de la última cena sobre el pan y sobre
la copa (cf 1Cor 11,23-26), sino una interpretación de Pablo del doble rito de
la eucaristía: sobre el cáliz de bendición y sobre al pan.
II.2. Es un texto extremadamente
corto, pero sustancial. Expresa uno de los aspectos inefables de la Eucaristía
con el que Pablo quiere corregir divisiones en la comunidad de Corinto. La
participación en la copa eucarística (el cáliz de bendición)es una
participación en la vida que tiene el Señor; la participación en el pan que se
bendice es una participación en el cuerpo, en la vida, en la historia de
nuestro Señor.
II.3. De estos dos ritos
eucarísticos, Pablo desentraña su dimensión de koinonía, de comunión.
Participar en la sangre y en el cuerpo de Cristo es entrar en comunión
sacramental (pero muy real) con Cristo resucitado. ¿Cómo es posible, pues, que
haya divisiones en la comunidad? Este atentado a la comunión de la comunidad,
de la Iglesia, es un “contra-dios”, porque dice en 1Cor 12,27 “vosotros sois el
cuerpo de Cristo”. Sabemos que esta es una afirmación de advertencia a los
“fuertes” de la comunidad que rompen la comunión con los débiles.
II.4. ¿Cómo es posible que la
comunidad se divida? Esto es un atentado, justamente, a lo más fundamental de la
Eucaristía: que hace la Iglesia, que la configura como misterio de hermandad y
fraternidad. Podemos adorar el sacramento y las divisiones quedarán ahí; pero
cuando se llega al centro del mismo, a la participación, entonces las
divisiones de la comunidad entre ricos y pobres, entre sabios e ignorantes,
entre hombres y mujeres, no pueden mantenerse de ninguna manera.
III. Evangelio (Jn 6,51-58): El pan
de una vida nueva, resucitada
III.1. El texto de Juan es una
elaboración teológica y catequética del simbolismo del maná, el alimento divino
de la tradición bíblica, que viene al final del discurso sobre el pan de vida.
Algunos autores han llegado a defender que todo el discurso del c. 6 de Jn es
más sapiencial (se entiende que habla de la Sabiduría) que eucarístico. Pero se
ha impuesto en la tradición cristiana el sentido eucarístico, ya que Juan no
nos ha trasmitido la institución de la eucaristía en la última cena del Señor.
III.2. Este discurso de la sinagoga
de Cafarnaún es muy fuerte en todos los sentidos, como es muy fuerte y de muy
altos vuelos toda la teología joánica sobre Jesús como Logos, como Hijo, como
luz, como agua, como resurrección. Se trata de fórmulas de revelación que no
podemos imaginar dichas por el Jesús histórico, pero que son muy acertada del
Jesús que tiene una vida nueva. Desde esta cristología es como ha sido escrito
y redactado el evangelio joánico.
III.3. El evangelio de Juan, con un
atrevimiento que va más allá de lo que se puede permitir antropológicamente,
habla de la carne y de la sangre. Ya sabemos que los hombres ni en la
Eucaristía, ni en ningún momento, tomamos carne y sangre; son conceptos
radicales para hablar de vida y de resurrección. Y esto acontece en la
Eucaristía, en la que se da la misma persona que se entregó por nosotros en la
cruz. Sabemos que su cuerpo y su sangre deben significar una realidad distinta,
porque El es ya, por la resurrección, una persona nueva, que no está
determinada por el cuerpo y por la sangre que nosotros todavía tenemos. Y es
muy importe ese binomio que el evangelio de Juan expresa: la
eucaristía-resurrección es de capital importancia para repensar lo que
celebramos y lo que debemos vivir en este sacramento.
III.4. El evangelista entiende que
comer la carne y beber la sangre (los dos elementos eucarísticos tradicionales)
lleva a la vida eterna. Es lo que se puso de manifiesto en la tradición
patrística sobre la “medicina de inmortalidad”, y lo que recoge Sto. Tomás en
su antífona del “O sacrum convivium” como “prenda de la gloria futura”. Y es
que la eucaristía debe ser para la comunidad y para los individuos un verdadero
alimento de resurrección. Ahora se nos adelanta en el sacramento la vida del
Señor resucitado, y se nos adentra a nosotros, peregrinos, en el misterio de
nuestra vida después de la muerte.
III.5. Esta dimensión se realiza
mediante el proceso espiritual de participar en el misterio del “verbo
encarnado” que en el evangelio de Juan es de una trascendencia irrenunciable.
No debe hacerse ni concebirse desde lo mágico, sino desde la verdadera fe, pues
de lo contrario no tendría sentido. Por tanto, según el cuarto evangelio, el
sacramento de la eucaristía pone al creyente en relación vital y personal con
el verbo encarnado, que nos lleva a la vida eterna.
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