“¿Por qué buscan
entre los muertos al que está vivo?
No está aquí, ha
resucitado.”
Desde fines del primer milenio (año
998), la iglesia dedica este día siguiente a la fiesta de Todos los Santos, a
conmemorar a Todos los Fieles Difuntos. Nacida de una interpretación teológica
muy concreta, brota también esta conmemoración de una necesidad vital
esencialmente humana: la de recordar, (“volver a pasar por el corazón”) a
aquellos, a quienes, ya fallecidos, nos sentimos vinculados por el amor, (memoria,
pues, amorosa), por la fe y, también y, sobre todo, por la esperanza.
Así, nuestra actitud espiritual de hoy
(y para muchos, de todo este mes de noviembre y en otras determinadas fechas), se
caracteriza por una tensión, que desde el recuerdo vital de nuestros seres
queridos (nuestras raíces), nos proyecta hacia la búsqueda, el deseo y la
necesidad del sentido de nuestras vidas (nuestro destino). La Palabra de Dios
transforma ambas dimensiones en ESPERANZA.
DIOS
NOS HABLA. CONTEMPLAMOS SU PALABRA.
I
LECTURA
La
Alianza que Dios ha entablado con la humanidad llegará a su punto culminante en
el cielo nuevo y la tierra nueva. Para cada persona en este mundo Dios
pronuncia su vínculo de amor: “Yo seré Dios para él, y él será hijo para mí”.
Con la convicción de este amor paternal de Dios, continuemos caminando en este
mundo.
Lectura
del libro del Apocalipsis 21, 1-5a-6b-7
Yo, Juan, vi un cielo nuevo y una tierra
nueva, porque el primer cielo y la primera tierra desaparecieron, y el mar ya
no existe más. Vi la Ciudad santa, la nueva Jerusalén, que descendía del cielo
y venía de Dios, embellecida como una novia preparada para recibir a su esposo.
Y oí una voz potente que decía desde el trono: “Esta es la morada de Dios entre
los hombres: Él habitará con ellos, y ellos serán su pueblo; Dios mismo estará
con ellos y será su Dios. Él secará todas sus lágrimas, y no habrá más muerte,
ni pena, ni queja, ni dolor, porque todo lo de antes pasó”. Y el que estaba
sentado en el trono dijo: “Yo hago nuevas todas las cosas. Yo soy el Alfa y la
Omega, el Principio y el Fin. Al que tiene sed, yo le daré de beber
gratuitamente de la fuente del agua de la Vida. El vencedor heredará estas
cosas, y yo seré su Dios y él será mi hijo”.
Palabra
de Dios.
SALMO
Salmo
26, 1. 4. 7. 8b-9a. 13 -14
R.
El Señor es mi luz y mi salvación
El Señor es mi luz y mi salvación, ¿a
quién temeré? El Señor es el baluarte de mi vida, ¿ante quién temblaré? R.
Una sola cosa he pedido al Señor, y esto
es lo que quiero: vivir en la Casa del Señor todos los días de mi vida, para
gozar de la dulzura del Señor y contemplar su Templo. R.
Escucha, Señor, yo te invoco en alta
voz, ¡apiádate de mí y respóndeme! Yo busco tu rostro, Señor, no lo apartes de
mí. R.
Yo creo que contemplaré la bondad del
Señor en la tierra de los vivientes. Espera en el Señor y sé fuerte; ten valor
y espera en el Señor. R.
II
LECTURA
Los
corintios estaban influidos por diversos cultos paganos y religiones
esotéricas. Les costaba creer en la resurrección y se preocupaban por el estado
en que estarían sus seres queridos difuntos. Ante la confusión y los temores,
san Pablo proclama categóricamente: “Creemos en Jesucristo resucitado. Creemos
que él nos abrió las puertas de la Vida Eterna”.
Lectura
de la primera carta del apóstol san Pablo a los cristianos de Corinto 15, 20-23
Cristo resucitó de entre los muertos, el
primero de todos. Porque la muerte vino al mundo por medio de un hombre, y
también por medio de un hombre viene la resurrección. En efecto, así como todos
mueren en Adán, así también todos revivirán en Cristo, cada uno según el orden
que le corresponde: Cristo, el primero de todos, luego, aquellos que estén
unidos a él en el momento de su venida.
Palabra
de Dios.
ALELUYA
Aleluya. ¿Por qué buscan entre los
muertos al que está vivo? Aleluya.
EVANGELIO
La
escena se repite hoy en cada lugar donde se honra a un difunto. Quienes lo
amaron en vida van a llevarle sus muestras de cariño. Y en este gesto resuena
la pregunta celestial: “¿Por qué buscan entre los muertos al que está vivo?
Cuando honramos a nuestros difuntos, lo hacemos con memoria y agradecimiento y
sintiendo su ausencia, pero con el convencimiento profundo de que la muerte no
tiene la última palabra. Recordemos las palabras de Jesús, que vino a darnos
vida en abundancia.
Ì Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas 24, 1–8
El primer día de la semana, al amanecer,
las mujeres fueron al sepulcro con los perfumes que habían preparado. Ellas
encontraron removida la piedra del sepulcro y entraron, pero no hallaron el
cuerpo del Señor Jesús. Mientras estaban desconcertadas a causa de esto, se les
aparecieron dos hombres con vestiduras deslumbrantes. Como las mujeres, llenas
de temor, no se atrevían a levantar la vista del suelo, ellos les preguntaron:
“¿Por qué buscan entre los muertos al que está vivo? No está aquí, ha resucitado.
Recuerden lo que él les decía cuando aún estaba en Galilea: ‘Es necesario que
el Hijo del hombre sea entregado en manos de los pecadores, que sea crucificado
y que resucite al tercer día’”. Y las mujeres recordaron sus palabras.
Palabra
del Señor.
MEDITAMOS
LA PALABRA
1. Recuperación de la memoria
Hoy hacemos memoria de lo vivido con los
seres queridos que ya no están con nosotros. Sí. Recordamos los mejores
momentos, el cariño que les teníamos, sus cualidades, su sonrisa; repasamos las
fotos del álbum familiar, las anécdotas inolvidables, aquel objeto singular en
el fondo de un cajón. Revivimos con ellos el pasado, no para hurgar heridas y
atizar miedos y dolores, no para destapar resquemores, sino para transformar la
melancolía que aún nos pueda quedar en agradecimiento por su vida y consuelo por
el pasado.
Y los recordamos junto a otros como
miembros de un pueblo en marcha. Recordamos también y oramos por aquellos difuntos a
los que nadie tiene presente, los olvidados, los “sin memoria”, los que no
tienen a nadie que llore su ausencia. También los muertos odiados, los que fueron
enterrados en fosas comunes, los masacrados.
Y aquellos cuya muerte ha dejado
consuelo a los que le rodeaban. Dios nunca se va a olvidar de ellos. Llora su
muerte y les arropa con su consuelo singular ahora que están con Él para
siempre.
2. Diálogo a tres bandas
Pero no es sólo recordar. Establecemos
un nuevo tipo de relación con los ausentes. Un diálogo a cara descubierta y sin
tapujos, sobre los problemas de relación pendientes, las alabanzas no
expresadas, los secretos que jamás nos atrevimos a destapar. También los
reproches y las heridas que quedaron abiertas. En algunos casos afloran los
lloros; en otros el silencio; en otros los reproches. Lo más difícil es la
ausencia y el vacío del que ya no está. Este diálogo “intergaláctico” no tiene
solo dos interlocutores, yo y mi ser querido; yo y los míos. El Señor
resucitado, testigo de calidad, está presente en la escena; hace de mediador, y
garantiza un salto de nivel entre este encuentro y los que teníamos mientras
estábamos juntos.
La presencia constante y activa del
Cristo resucitado, introduce mecanismos de comprensión nuevos en relación con
la muerte:
- El dolor y la ausencia quedan
relativizados porque sabemos que ellos están gozando de la presencia feliz y
gozosa del Padre. Al contemplar las maravillas que Dios tiene reservadas a los
suyos, nos envían ánimos y sobrecargas de energía. Su gozo nos llena de
consuelo.
- Los nuestros están ya resucitados y
miran nuestra realidad desde la otra orilla, desde el descubrimiento de los secretos más
ocultos de la existencia humana. Ahora ven clara la jerarquía de valores, las
cosas que de verdad merecen la pena y lo que no tiene importancia. Su claridad nos
abre perspectivas. Su paso nos abre los ojos.
- El Cristo resucitado nos abre el
camino al perdón, reconcilia los conflictos que han pervivido incluso más allá
de la muerte. Su perdón y el nuestro nos llenan de paz.
3. Que el recuerdo sea bendición
En el evangelio escuchamos la palabra
del Hijo del hombre: «Venid, benditos de mi Padre». No podemos dejar que
la muerte de nuestros seres queridos nos suma en la melancolía y nos deje
amarrados al pasado. Bendecimos al Dios que nos salva; y esperamos que el
recuerdo de los fieles difuntos sea también «palabra buena» para nosotros. La
fiesta de hoy nos invita a la esperanza activa, a la movilización de nuestros mejores recursos para hacer frente a la
vida. Los otros nos salvarán. El sufrimiento de tantas personas del mundo de
hoy, a menudo provocado por la injusticia, exige de nosotros determinación, generosidad
y confluencia acertada de fuerzas.
4. Vivir en confianza
El día de hoy nos enfrenta ante la
verdad de nuestra vida y ante nuestra propia muerte, nuestra debilidad y
nuestra decadencia. Todos pasaremos por el mismo trance; nuestra vida humana se
escapa, es fugaz. Asimilar todo esto a la luz del Cristo resucitado nos hace
madurar; compartirlo con los que nos rodean nos orienta en la buena dirección.
Sólo falta la confianza. El Señor que siempre nos lleva de la mano y que nos
rodea con su cariño, ya sabrá lo que tiene que hacer. Nos llevará por los
mejores pastos y nos conducirá a los manantiales más frescos. Confiando en Él,
superaremos los vericuetos del camino. (Luis Fernando de Miguel).
ESTUDIO BÍBLICO
El
capítulo 24 de Lucas
La glorificación de Jesús (24,1-53).
Los relatos lucanos de pascua tienen
tres características que los distinguen de los demás. Las apariciones del
Resucitado tienen lugar únicamente en Jerusalén y sus alrededores; ninguna de
ellas nos vuelve a trasladar a Galilea. En Mateo aparece Jesús únicamente en
Galilea; Juan refiere apariciones en Jerusalén y en Galilea. Lucas se mantiene
fiel al plan de su obra histórica incluso en el relato de la resurrección. El
camino de Jesús conduce, según la voluntad de Dios, a Jerusalén, donde había de
verificarse su partida y se había de llevar a término todo lo que está escrito
de él (cf. relato del viaje, 9, 51 ss); en Jerusalén reciben fuerza sus apóstoles
elegidos, cuando viene sobre ellos el Espíritu Santo, y desde allí partirán
como testigos hasta los confines de la tierra (Act I ,8).
Todos los acontecimientos del relato
lucano de pascua tienen lugar en un día: el domingo de pascua. Si no
tuviéramos, además de los Evangelios, los Hechos de los apóstoles, apenas si
podríamos dudar de esto. A esta exposición parecen haber movido a Lucas
intereses cultuales litúrgicos. La Iglesia primitiva celebra el culto (ICor
16,2; Act 20,7) el «primer día» de la semana, el «día del Señor» (Ap 1,10). En
este día se hace conmemoración de los acontecimientos pascuales. «Por esto
celebramos el día octavo con alegría, en él resucitó Jesús de entre los muertos
y, después de haberse aparecido, subió a los cielos» (carta de Bernabé 15,9).
La celebración cristiana del domingo tiene sus raíces en los acontecimientos de
la vida de Jesús.
Hay tres grupos de testigos que
presencian los acontecimientos pascuales: las mujeres de Galilea (v. 1-12), dos
del grupo de los que rodean a los apóstoles (v. 13-35), y los once (v. 36-53).
La Iglesia entera (Act 1,13 s) proclama el mensaje pascual; vive y actúa en
virtud del hecho pascual, es Iglesia pascual.
1.
EL MENSAJE PASCUAL
(Lc/24/01-12).
Es antiquísima convicción cristiana que
Jesús fue resucitado por Dios de entre los muertos. Esta fe la profesó en
símbolos (I Cor 15,3-4), la expresó en la predicación (discursos en los Hechos
de los apóstoles), la cantó en himnos (Plp 2,6-11). La seguridad en que reposa
esta fe, la aporta Lucas en la narración del sepulcro vacío, con la que todos
los Evangelios comienzan los relatos pascuales, de modo que tienen que
enmudecer los reparos que se oponen a este hecho. A causa de la segura posesión
de la fe pascual se ha de narrar con una alegría nada disimulada, cómo, a pesar
de todos los impedimentos internos de los hombres, se llegó efectivamente a la
fe en el resucitado.
1 El primer día de la semana, muy de
madrugada, fueron ellas al sepulcro, llevando las sustancias aromáticas que
habían preparado. 2 Pero encontraron que la piedra había sido retirada ya del
sepulcro. 3 Entraron, pues, pero no encontraron el cuerpo del Señor Jesús.
Las testigos de la sepultura vienen a
ser testigos del sepulcro vacío. Entre la sepultura de Jesús y el
descubrimiento del sepulcro vacío se halla el día de reposo. El amoroso
servicio del embalsamamiento apremia a las mujeres para ir al sepulcro ya muy
de madrugada. ¿Quien habría podido precederlas? Se descubre algo sorprendente:
la gran piedra que cerraba el sepulcro había sido retirada, el sepulcro está
vacío. Ambos hechos, comprobados por las mujeres, reclaman una explicación. ¿Qué
explicación se ofrece? A las mujeres, por de pronto ninguna. No hallan
respuesta a esta pregunta y están desconcertadas, sin saber qué hacer. No
piensan en la resurrección ni en un posible robo del cadáver, que es como en
círculos judíos se quería impugnar la predicación pascual de los apóstoles (Mt
27,62-66; 28,11-15).
De manera sorprendente se les da la
explicación de los dos hechos que han observado.
4 Y mientras ellas estaban
desconcertadas por esto, se les presentaron de pronto dos hombres con vestiduras
deslumbrantes. 5 Ellas se asustaron y bajaron la vista hacia el suelo; pero
ellos les dijeron: ¿Por qué buscáis entre los muertos al que está vivo? 6 No
está aquí, sino que ha resucitado. Acordaos de cómo os anunció, cuando estaba
todavía en Galilea, 7 que el Hijo del hombre había de ser entregado en manos de
hombres pecadores y había de ser crucificado, pero que al tercer día había de
resucitar. 8 Entonces ellas recordaron sus palabras. 9 Regresaron, pues, del
sepulcro y anunciaron todo esto a los once y a todos los demás.
Las vestiduras resplandecientes,
deslumbrantes, designan a las dos figuras como mensajeros de Dios. El
resplandor de la gloria de Dios los envuelve (2,9). Lo que aquí se anuncia es
mensaje de Dios. También la aparición repentina los acredita como enviados del
cielo (2,9; Act 12,7): avanzaron hacia las mujeres desde el fondo de lo
invisible (2,9; Act 12,7). Se distinguen como dos hombres; su testimonio es
valedero (Dt 19,15). El mensaje que anuncian es el mensaje pascual de la Iglesia:
Dios ha resucitado a Jesús, al que se había depositado en el sepulcro. Jesús
vive. Uno que vive no mora entre los muertos; no hay que buscarlo en el
sepulcro; no está aquí. Una verdad trivial, expresada en forma de proverbio. El
mensaje de la resurrección de Jesús es mensaje de Dios. No se obtiene del
sepulcro vacío, sino por revelación de Dios. Ahora bien, el sepulcro vacío
confirma este mensaje de Dios.
Lo que han dicho los mensajeros venidos
de la esfera divina, se ve asegurado por la palabra profética de Jesús. Cuando
todavía moraba en Galilea, predijo su muerte de cruz y su resurrección al
tercer día (9,22.44). La entrega en manos de los pecadores, la crucifixión y la
resurrección radican en la necesidad impuesta por el plan salvífico de Dios.
Este plan salvífico, anunciado por Jesús, el mayor y más poderoso de todos los
profetas, se cumple en su resurrección. La última y más profunda garantía de la
seguridad de nuestra fe pascual, no es el sepulcro vacío, ni la aparición
celestial de los mensajeros de Dios, sino la palabra profética, la palabra de
Dios, proferida últimamente y de manera acabada por su Hijo (Heb 1,2). A esta
palabra remite el cielo mismo: las mujeres deben recordar la predicción de
Jesús durante su vida terrestre.
Las mujeres, recordando las palabras
proféticas de Jesús, ven confirmado el mensaje pascual enviado del cielo, y
ellas mismas se convierten en pregoneras. Según Marcos (16,7s) reciben el
encargo de anunciar el mensaje pascual a los discípulos y a Pedro, pero no lo
anuncian; según Lucas, son anunciadoras sin tener necesidad de encargo. Quien
ha percibido la buena nueva, se vuelve apóstol de la misma (2,18, 2,38). El
temor y el espanto causado por lo inaudito no cierra a las mujeres la boca (Mc
16,8), sino que la alegría que lleva consigo el mensaje pascual, las impele a
anunciarlo. Comienza el tiempo de la Iglesia misionera.
Boletín dominical de la Diócesis de Punta Arenas - Chile
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