domingo, 9 de noviembre de 2014

DOMINGO 32 DEL TIEMPO ORDINARIO - DEDICACIÓN DE SAN JUAN DE LETRÁN


La Basílica de san Juan de Letrán, además de ser la catedral de Roma y del Papa en calidad de obispo de la ciudad, es también la Iglesia madre y cabeza de todas las iglesias. De ahí el alcance universal de esta celebración litúrgica, en la que las iglesias de los cinco continentes se unen gozosas a la de Roma como presidencia visible en la caridad.

El bello canto de Lucien Deiss: He aquí la morada de Dios entre los hombres, puede servir para ambientar y preparar la mente y el corazón de los participantes en esta fiesta de comunión entre todas las iglesias con la Iglesia madre. El cuerpo de Cristo muerto y resucitado, que sustituye al templo judío de Jerusalén, se convierte ahora en el cimiento sólido sobre el que vamos edificando día a día el edificio vivo de la Iglesia “en Dios Padre y en el Señor Jesucristo” (1 Ts 1,1).

DIOS NOS HABLA. CONTEMPLAMOS SU PALABRA.

I LECTURA     

El profeta tiene una visión de la Casa de Dios –el santuario de Jerusalén–. El agua que brota de allí es símbolo de la gracia que Dios quiere derramar: vida en abundancia y sanación para todo el que se deja inundar por esta agua preciosa.

Lectura de la profecía de Ezequiel 47, 1-2. 8-9. 12

El ángel me llevó a la entrada de la Casa, y vi que salía agua por debajo del umbral de la Casa, en dirección al oriente, porque la fachada de la Casa miraba hacia el oriente. El agua descendía por debajo del costado derecho de la Casa, al sur del altar. Luego me sacó por el camino de la puerta septentrional, y me hizo dar la vuelta por un camino exterior, hasta la puerta exterior que miraba hacia el oriente. Allí vi que el agua fluía por el costado derecho. Entonces me dijo: “Estas aguas fluyen hacia el sector oriental, bajan hasta la estepa y van a desembocar en el Mar. Se las hace salir hasta el Mar, para que sus aguas sean saneadas. Hasta donde llegue el torrente, tendrán vida todos los seres vivientes que se mueven por el suelo y habrá peces en abundancia. Porque cuando esta agua llegue hasta el Mar, sus aguas quedarán saneadas, y habrá vida en todas partes adonde llegue el torrente. Al borde del torrente, sobre sus dos orillas, crecerán árboles frutales de todas las especies. No se marchitarán sus hojas ni se agotarán sus frutos, y todos los meses producirán nuevos frutos, porque el agua sale del Santuario. Sus frutos servirán de alimento y sus hojas de remedio”.
Palabra de Dios.

Salmo 45, 2-3. 5-6. 8-9

R. Vengan a contemplar las obras del Señor.

El Señor es nuestro refugio y fortaleza, una ayuda siempre pronta en los peligros. Por eso no tememos, aunque la tierra se conmueva y las montañas se desplomen hasta el fondo del mar. R.

Los canales del Río alegran la Ciudad de Dios, la más santa Morada del Altísimo. El Señor está en medio de ella: nunca vacilaré; él la socorrerá al despuntar la aurora. R.

El Señor de los ejércitos está con nosotros, nuestro baluarte es el Dios de Jacob. Vengan a contemplar las obras del Señor, él hace cosas admirables en la tierra. R.

II LECTURA    

La metáfora del edificio es aplicada a la comunidad cristiana y a cada uno de sus integrantes. Este grupo humano se va construyendo sobre el único cimiento que es Cristo. Y así como el Espíritu Santo sostiene toda la construcción, que es la Iglesia, también nos sostiene a cada uno de nosotros, porque vive en nuestro interior. ¡Somos templo donde Dios mismo habita!

Lectura de la primera carta del apóstol san Pablo a los cristianos de Corinto 3, 9-11. 16-17

Hermanos: Ustedes son el campo de Dios, el edificio de Dios. Según la gracia que Dios me ha dado, yo puse los cimientos como lo hace un buen arquitecto, y otro edifica encima. Que cada cual se fije bien de qué manera construye. El fundamento ya está puesto y nadie puede poner otro, porque el fundamento es Jesucristo. ¿No saben que ustedes son templo de Dios y que el Espíritu de Dios habita en ustedes? Si alguno destruye el templo de Dios, Dios lo destruirá a él. Porque el templo de Dios es sagrado, y ustedes son ese templo.
Palabra de Dios.

ALELUYA        2Crón 7, 16

Aleluya. “Yo he elegido y consagrado esta Casa, a fin de que mi Nombre resida en ella para siempre”, dice el Señor. Aleluya.

EVANGELIO     

Jesús aplica la metáfora del templo a su propia persona. Él es el Santuario, él es el punto de encuentro con Dios. De él brota la gracia abundante que, como agua preciosa, nos sana y nos reanima. Al entrar en nuestros templos, dispongamos el corazón para encontrarnos con Jesucristo, que vive en la presencia sacramental y en la asamblea reunida en su nombre.

 Ì Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Juan 2, 13-22

Se acercaba la Pascua de los judíos. Jesús subió a Jerusalén y encontró en el Templo a los vendedores de bueyes, ovejas y palomas y a los cambistas sentados delante de sus mesas. Hizo un látigo de cuerdas y los echó a todos del Templo, junto con sus ovejas y sus bueyes; desparramó las monedas de los cambistas, derribó sus mesas y dijo a los vendedores de palomas: “Saquen esto de aquí y no hagan de la casa de mi Padre una casa de comercio”. Y sus discípulos recordaron las palabras de la Escritura: El celo por tu Casa me consumirá. Entonces los judíos le preguntaron: “¿Qué signo nos das para obrar así?”. Jesús les respondió: “Destruyan este templo y en tres días lo volveré a levantar”. Los judíos le dijeron: “Han sido necesarios cuarenta y seis años para construir este Templo, ¿y tú lo vas a levantar en tres días?”. Pero él se refería al templo de su cuerpo. Por eso, cuando Jesús resucitó, sus discípulos recordaron que él había dicho esto, y creyeron en la Escritura y en la palabra que había pronunciado.
Palabra del Señor.

MEDITAMOS LA PALABRA

El templo de Jerusalén, morada de Dios entre los hombres

Para los judíos, Yahvé era el tres veces Santo: “Santo, santo, santo; llena está toda la tierra de su gloria” (Is 6,3). Así lo recordamos en el Sanctus de la celebración eucarística. Pero era sobre todo en el templo de Jerusalén donde el único Santo posaba su Gloria. Su santidad era el adorno de la casa. Santo y seña de la ciudad, el templo constituía el orgullo de todo el pueblo.

Esa es la Gloria que contempla el profeta Ezequiel en la primera lectura bajo la imagen del torrente de agua “que bajaba de debajo del lado derecho del templo, al sur del altar”. La corriente de agua, símbolo de la vida, se había convertido en un torrente, símbolo de la abundancia de todo tipo de bienes. Por eso la ciudad se llamará “Yahvé está allí” (48, 35) como fuente de gracia y de bendición para todos sus habitantes. Y es que en el templo moraba la Gloria de Yahvé, deseoso de habitar en medio de su pueblo para siempre (43,7).

Ahora bien, en la mentalidad primitiva de la tradición israelita estaban bien definidas las fronteras entre las dos esferas de lo santo y de lo profano. De acuerdo con la constitución fundamental del código de santidad que había de regir la alianza espiritual de Dios con su pueblo (Lv 17-26), era necesaria la purificación ritual de todo cuanto concernía a las celebraciones litúrgicas del templo a fin de que el pueblo pudiera congraciarse con su Dios. Pureza ritual que, en el devenir del mensaje profético, dará paso más tarde a un proceso de interiorización religiosa en el ámbito de la conciencia moral y del cambio de actitudes como anticipo de la enseñanza de Jesús (Mt 15,10-20).

Jesús hablaba del templo de su cuerpo

Dentro del contexto religioso que acabamos de esbozar cobra todo su relieve el relato evangélico de la purificación del templo, en el que Jesús hablaba del templo de su propia persona. Su cuerpo, muerto y resucitado, es ahora el nuevo templo anunciado por los profetas, la morada de Dios entre los hombres, el nuevo lugar de culto en espíritu y en verdad “por el que podemos acercarnos al Padre en un mismo Espíritu” (Ef 2,18).

Es el mismo evangelista quien, en el relato de la samaritana, personaliza en Jesús la atrevida imagen del templo evocada por el profeta Ezequiel: “el agua que yo le dé se convertirá en él en fuente de agua que brota para vida eterna” (Jn 4,14). Jesús es el pozo inagotable del que brotan las aguas vivificantes del Espíritu (7,37-39) y en el que pueden saciar su sed cuantos anhelan y buscan el encuentro con Dios. Será también la imagen evocada por el autor del Apocalipsis al final de su libro, cuando contempla “el río de agua de vida, brillante como el cristal, que brotaba del trono de Dios y del Cordero (Apc 22,1). Se cumplen así las palabras proféticas: “Sacaréis aguas con gozo de las fuentes del Salvador” (Is 12,3). 

En la revelación cristiana, el acceso a Dios pasa siempre por la aceptación del misterio de Cristo en su muerte y resurrección. Por eso el pueblo cristiano, reunido en torno a Cristo, se identifica con su misterioso camino de abajamiento y exaltación. Por eso mismo responde y acoge con un sincero y rotundo “amén” la solemne proclamación del sacerdote en la eucaristía: “por Cristo, con él y en él…”. Él es el único Mediador entre Dios y los hombres.

Somos templo de Dios

Por la fe bautismal, el cristiano se incorpora a la Iglesia del Señor, templo de Dios y morada del Espíritu en Cristo Jesús. Es esta dimensión eclesial la que configura su identidad como miembro del Cuerpo de Cristo, el Señor de la gloria. Somos templo de Dios en el seno de la Iglesia del Señor.

Desde esa perspectiva podemos decir que el bautizado participa del mismo Espíritu del Señor con el que fue ungido Jesús, vocacionado “para hacer el bien y curar a todos los oprimidos por el diablo, porque Dios estaba con él” (Hch 10,38). Es así como el bautizado responde a su verdadera condición cristiana de templo de Dios en la medida en que oficia su liturgia diaria acompañando y atendiendo a cuantos encuentra en su camino, hijos de Dios y hermanos en Cristo Jesús.

Como nos recuerda el Apóstol, todos somos colaboradores en la edificación del templo de Dios. Ahora bien, su advertencia es clara: “Mire cada cual cómo construye (si con oro, plata, piedras preciosas, madera, heno, paja), pues nadie puede poner otro cimiento que el ya puesto, Jesucristo”. Como piedras vivas y espirituales del templo de Dios (1 Pe 2,5), somos llamados a ejercer con responsabilidad el sacerdocio del pueblo santo, a ofrendar una vida cargada de frutos de buenas obras. Ese es el verdadero culto espiritual, el sacrificio vivo, santo y agradable a Dios en Cristo Jesús (Rm 12,1).



ESTUDIO BÍBLICO

Iª Lectura (Ezequiel Ez 47,1-2.8-9.12): La fuente de agua viva

I.1 Ezequiel es un profeta de visiones extraordinarias que mira al Templo, la casa de Dios, como fuente de aguas que han de llegar hasta el abismo de la Arabá, del Mar Muerto, para que vuelva a nacer un nuevo paraíso. El manantial del templo que el profeta posexílico nos describe en este c. 47 ha encendido una inspiración sublime. Los discípulos ordenaron su obra, sus oráculos e inspiraciones y ésta es la última visión del profeta, antes de ofrecer una lista final de las tribus (c. 48). Tiene esta visión unas conexiones muy refinadas y particulares con el c. 37 sobre la efusión del Espíritu. Agua y Espíritu vienen a vivificar al pueblo que vive "desierto” o alejado de Dios. El desierto rodea al pueblo de la Biblia y las aguas del paraíso (Gn 2,10-14) han sido siempre una nostalgia en la teología profética del Antiguo Testamento.

I.2 El agua que mana, al lado del altar, se hace un río hacia Oriente, hacia el desierto de Judea porque es agua divina, regalo de Dios para el desierto y el destierro de su pueblo. La imagen de que esta agua ha de llegar a las aguas fétidas y mortíferas del Mar Muerto es todo un canto y una inspiración de los dones divinos. Donde no hay vida, Dios donará vida; donde no hay Espíritu, Dios suscitará algo realmente nuevo. Este profeta, que tiene mucho de sacerdote, no podía menos que imaginar que la fuente estaba en el Templo de la ciudad Santa, la Jerusalén poética que él siempre se imaginó. Pero es, puede ser, un sacerdote profeta; eso significa que no se contenta con ofrecer sacrificios a Dios en nombre del pueblo y que todo siga igual. Propone la visión de un Dios que “ofrece” agua para la vida.

IIª Lectura (l Corintios 3,9 c-11.16-17): La comunidad, templo de Dios

II.1 Si extraordinaria es la visión de Ezequiel, no es menos original la teología del "templo" que nos ofrece Pablo en estos versos de 1Cor: Pero ¡qué diferencia! Ahora no hay templo, ni altar, sino el "cuerpo" y el "espíritu". Sobre estos símbolos bien significantes se carga todo el peso de una teología cristiana que es un descubrimiento sin precedentes. En todo caso sería una deducción de que el ser humano ha sido creado a imagen de Dios. El hombre, la persona, es "un cuerpo", material y espiritual a la vez. El cuerpo nos identifica, nos personaliza, pero también nos lleva a la muerte si es un cuerpo "sin espíritu".

II.2 ¿Qué podemos inferir de la lectura? Que la presencia Dios en el mundo se realiza, sobre todo y ante todo, por nosotros, por nuestro cuerpo, por nuestra historia. Somos nosotros, según esta teología -sin caer en panteísmo alguno-, presencia viva del Dios vivo. Y como que Pablo está hablando en sentido plural, de la comunidad que no es otra que la de Corinto, podemos hacer la misma aplicación a la Iglesia. Los corintios están llamados pues, después de la "edificación" que hizo el Apóstol, poniendo como fundamento a Cristo, a ser el templo o santuario de la presencia de Dios por medio de su Espíritu. El edificio, la comunidad, es lo que es, porque está fundamentada en Cristo. Pero son personas las que han hecho posible este santuario de presencia divina. No obstante, la comunidad sin el Espíritu de Dios tampoco sería nada.

Evangelio (Juan 2,13-22): Un nuevo templo: una religión más humana

III.1 El relato de la expulsión de los vendedores del templo, en la primera Pascua "de los judíos" que Juan menciona en su obra, es un marco de referencia obligado del sentido de este texto joánico. Este episodio viene a continuación del relato de las bodas de Caná, donde el vacío de la boda lo llena Jesús con el "vino" nuevo sacado del agua. Las tinajas estaban allí para la purificación de los judíos. El relato de la expulsión del Templo se encadena pues a anterior, porque se quiere insistir más en el vacío de una religión, que aunque "celebre" y llene el templo, puede que haya perdido su sentido verdadero y sea necesario algo nuevo. No olvidemos que este episodio ha quedado marcado en la tradición cristiana como un hito, por considerarse como acusación determinante para condenar a muerte a Jesús, unas de las causas inmediatas de la misma. Aunque Juan ha adelantado al comienzo de su actividad, que los otros evangelios proponen al final (Mc 11,15-17; Mt 21,12-13; Lc 19,45-46), estamos en lo cierto si con ello vemos el enfrentamiento que los judíos van a tener con Jesús. Este episodio no es otra cosa que la propuesta de Jesús de una religión humana, liberadora, comprometida e incluso verdaderamente espiritual.

III.2 En el trasfondo también debemos saber ver las claves mesiánicas con las que Juan ha querido presentar este relato, teniendo en cuenta un texto como el de Zac 14,21 (el deutero-Zacarías) para anunciar el día del Señor. Es de esa manera cómo se construyen algunas ideas de nuestro evangelio: Pascua, religión, mesianismo, culto, relación con Dios, vida, sacrificios. Jesús expulsa propiamente a los animales del culto. No debemos pensar que Jesús la emprende a latigazos con las personas, sino con los animales; Juan es el que subraya más este aspecto. Los animales eran los sustitutos de los sacrificios a Dios. Por tanto, sin animales, el sentido del texto es más claro: Jesús quiere anunciar, proféticamente, una religión nueva, personal, sin necesidad de "sustituciones". Por eso dice: "Quitad esto de aquí". No se ha de interpretar, pues, como un acto político-militar como se hizo en el pasado. Es, consideramos, una profecía "en acto".

III.3 El evangelio de Juan, pues, nos presenta esa escena de Jesús que cautiva a mentes proféticas y renovadoras. Desde luego, es un acto profético y no podemos menos de valorarlo de esa forma. En el marco de la Pascua, la gran fiesta religiosa y de peregrinación por parte de los judíos piadosos a Jerusalén. Esta es una escena que no debemos permitir se convierta en tópica; que no podemos rebajarla hasta hacerla asequiblemente normal. Está ahí, en el corazón del evangelio, para ser una crítica de nuestra "religión" sin corazón con la que muchas veces queremos comprar a Dios. Es la condena de ese tipo de religión sin fe y sin espiritualidad, que se ha dado siempre y se sigue dando frecuentemente. Ya Jeremías (7,11) había clamado contra el templo, porque con ello se usaba el nombre de Dios para justificar muchas cosas. Ahora Jesús, con esta acción simbólico-profética, como hacían los antiguos profetas cuando sus palabras no eran atendidas, quiere llevar a sus últimas consecuencias el que la religión del templo, donde se adora a Dios, no sea una religión de vida sino de... vacío. Por eso mismo, no está condenado el culto y la plegaria de una religión, sino que se haya vaciado de contenido y después no tenga incidencia en la vida.

III.4 Aunque Juan es muy atrevido, teológicamente hablando, se está anunciando el cambio de una religión de culto por una religión en la que lo importante es dar la vida los unos por los otros, como se hace al mencionar el "cuerpo" del Jesús que sustituirá al templo. Aquí, con este episodio (aunque no sólo), lo sabemos, Jesús se jugó su vida en "nombre de Dios" y le aplicaron la ley también "en nombre de Dios". ¿Quién llevaba razón? Como en el episodio se apela a la resurrección ("en tres días lo levantaré”) está claro que era el Dios de Jesús el verdadero y no el Dios de la ley. Esta es una diferencia teológica incuestionable, porque si Dios ha resucitado a Jesús es porque no podía asumir esa muerte injusta. Pero sucede que, a pesar de ello, los hombres seguimos prefiriendo el Dios de la ley, y la religión del templo y de los sacrificios de animales. Jesús, sin embargo, nos ofreció una religión de vida. (Fray Miguel de Burgos Núñez).






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