La Basílica de san Juan de Letrán,
además de ser la catedral de Roma y del Papa en calidad de obispo de la ciudad,
es también la Iglesia madre y cabeza de todas las iglesias. De ahí el alcance
universal de esta celebración litúrgica, en la que las iglesias de los cinco
continentes se unen gozosas a la de Roma como presidencia visible en la
caridad.
El bello canto de Lucien Deiss: He aquí
la morada de Dios entre los hombres, puede servir para ambientar y preparar la
mente y el corazón de los participantes en esta fiesta de comunión entre todas
las iglesias con la Iglesia madre. El cuerpo de Cristo muerto y resucitado, que
sustituye al templo judío de Jerusalén, se convierte ahora en el cimiento
sólido sobre el que vamos edificando día a día el edificio vivo de la Iglesia
“en Dios Padre y en el Señor Jesucristo” (1 Ts 1,1).
DIOS NOS HABLA. CONTEMPLAMOS SU PALABRA.
I
LECTURA
El
profeta tiene una visión de la Casa de Dios –el santuario de Jerusalén–. El
agua que brota de allí es símbolo de la gracia que Dios quiere derramar: vida
en abundancia y sanación para todo el que se deja inundar por esta agua
preciosa.
Lectura
de la profecía de Ezequiel 47, 1-2. 8-9. 12
El ángel me llevó a la entrada de la
Casa, y vi que salía agua por debajo del umbral de la Casa, en dirección al
oriente, porque la fachada de la Casa miraba hacia el oriente. El agua
descendía por debajo del costado derecho de la Casa, al sur del altar. Luego me
sacó por el camino de la puerta septentrional, y me hizo dar la vuelta por un
camino exterior, hasta la puerta exterior que miraba hacia el oriente. Allí vi
que el agua fluía por el costado derecho. Entonces me dijo: “Estas aguas fluyen
hacia el sector oriental, bajan hasta la estepa y van a desembocar en el Mar.
Se las hace salir hasta el Mar, para que sus aguas sean saneadas. Hasta donde
llegue el torrente, tendrán vida todos los seres vivientes que se mueven por el
suelo y habrá peces en abundancia. Porque cuando esta agua llegue hasta el Mar,
sus aguas quedarán saneadas, y habrá vida en todas partes adonde llegue el
torrente. Al borde del torrente, sobre sus dos orillas, crecerán árboles
frutales de todas las especies. No se marchitarán sus hojas ni se agotarán sus
frutos, y todos los meses producirán nuevos frutos, porque el agua sale del
Santuario. Sus frutos servirán de alimento y sus hojas de remedio”.
Palabra
de Dios.
Salmo
45, 2-3. 5-6. 8-9
R.
Vengan a contemplar las obras del Señor.
El Señor es nuestro refugio y fortaleza,
una ayuda siempre pronta en los peligros. Por eso no tememos, aunque la tierra
se conmueva y las montañas se desplomen hasta el fondo del mar. R.
Los canales del Río alegran la Ciudad de
Dios, la más santa Morada del Altísimo. El Señor está en medio de ella: nunca
vacilaré; él la socorrerá al despuntar la aurora. R.
El Señor de los ejércitos está con
nosotros, nuestro baluarte es el Dios de Jacob. Vengan a contemplar las obras
del Señor, él hace cosas admirables en la tierra. R.
II
LECTURA
La
metáfora del edificio es aplicada a la comunidad cristiana y a cada uno de sus
integrantes. Este grupo humano se va construyendo sobre el único cimiento que
es Cristo. Y así como el Espíritu Santo sostiene toda la construcción, que es
la Iglesia, también nos sostiene a cada uno de nosotros, porque vive en nuestro
interior. ¡Somos templo donde Dios mismo habita!
Lectura
de la primera carta del apóstol san Pablo a los cristianos de Corinto 3, 9-11.
16-17
Hermanos: Ustedes son el campo de Dios,
el edificio de Dios. Según la gracia que Dios me ha dado, yo puse los cimientos
como lo hace un buen arquitecto, y otro edifica encima. Que cada cual se fije
bien de qué manera construye. El fundamento ya está puesto y nadie puede poner
otro, porque el fundamento es Jesucristo. ¿No saben que ustedes son templo de
Dios y que el Espíritu de Dios habita en ustedes? Si alguno destruye el templo
de Dios, Dios lo destruirá a él. Porque el templo de Dios es sagrado, y ustedes
son ese templo.
Palabra
de Dios.
ALELUYA 2Crón 7, 16
Aleluya. “Yo he elegido y consagrado
esta Casa, a fin de que mi Nombre resida en ella para siempre”, dice el Señor.
Aleluya.
EVANGELIO
Jesús
aplica la metáfora del templo a su propia persona. Él es el Santuario, él es el
punto de encuentro con Dios. De él brota la gracia abundante que, como agua
preciosa, nos sana y nos reanima. Al entrar en nuestros templos, dispongamos el
corazón para encontrarnos con Jesucristo, que vive en la presencia sacramental
y en la asamblea reunida en su nombre.
Ì Evangelio
de nuestro Señor Jesucristo según san Juan 2, 13-22
Se acercaba la Pascua de los judíos.
Jesús subió a Jerusalén y encontró en el Templo a los vendedores de bueyes,
ovejas y palomas y a los cambistas sentados delante de sus mesas. Hizo un
látigo de cuerdas y los echó a todos del Templo, junto con sus ovejas y sus
bueyes; desparramó las monedas de los cambistas, derribó sus mesas y dijo a los
vendedores de palomas: “Saquen esto de aquí y no hagan de la casa de mi Padre
una casa de comercio”. Y sus discípulos recordaron las palabras de la
Escritura: El celo por tu Casa me consumirá. Entonces los judíos le
preguntaron: “¿Qué signo nos das para obrar así?”. Jesús les respondió:
“Destruyan este templo y en tres días lo volveré a levantar”. Los judíos le
dijeron: “Han sido necesarios cuarenta y seis años para construir este Templo,
¿y tú lo vas a levantar en tres días?”. Pero él se refería al templo de su
cuerpo. Por eso, cuando Jesús resucitó, sus discípulos recordaron que él había
dicho esto, y creyeron en la Escritura y en la palabra que había pronunciado.
Palabra
del Señor.
MEDITAMOS LA PALABRA
El
templo de Jerusalén, morada de Dios entre los hombres
Para los judíos, Yahvé era el tres veces
Santo: “Santo, santo, santo; llena está toda la tierra de su gloria” (Is 6,3).
Así lo recordamos en el Sanctus de la celebración eucarística. Pero era sobre
todo en el templo de Jerusalén donde el único Santo posaba su Gloria. Su
santidad era el adorno de la casa. Santo y seña de la ciudad, el templo
constituía el orgullo de todo el pueblo.
Esa es la Gloria que contempla el
profeta Ezequiel en la primera lectura bajo la imagen del torrente de agua “que
bajaba de debajo del lado derecho del templo, al sur del altar”. La corriente
de agua, símbolo de la vida, se había convertido en un torrente, símbolo de la
abundancia de todo tipo de bienes. Por eso la ciudad se llamará “Yahvé está
allí” (48, 35) como fuente de gracia y de bendición para todos sus habitantes.
Y es que en el templo moraba la Gloria de Yahvé, deseoso de habitar en medio de
su pueblo para siempre (43,7).
Ahora bien, en la mentalidad primitiva
de la tradición israelita estaban bien definidas las fronteras entre las dos
esferas de lo santo y de lo profano. De acuerdo con la constitución fundamental
del código de santidad que había de regir la alianza espiritual de Dios con su
pueblo (Lv 17-26), era necesaria la purificación ritual de todo cuanto concernía
a las celebraciones litúrgicas del templo a fin de que el pueblo pudiera
congraciarse con su Dios. Pureza ritual que, en el devenir del mensaje
profético, dará paso más tarde a un proceso de interiorización religiosa en el
ámbito de la conciencia moral y del cambio de actitudes como anticipo de la
enseñanza de Jesús (Mt 15,10-20).
Jesús hablaba del templo de su
cuerpo
Dentro del contexto religioso que
acabamos de esbozar cobra todo su relieve el relato evangélico de la
purificación del templo, en el que Jesús hablaba del templo de su propia
persona. Su cuerpo, muerto y resucitado, es ahora el nuevo templo anunciado por
los profetas, la morada de Dios entre los hombres, el nuevo lugar de culto en
espíritu y en verdad “por el que podemos acercarnos al Padre en un mismo
Espíritu” (Ef 2,18).
Es el mismo evangelista quien, en el
relato de la samaritana, personaliza en Jesús la atrevida imagen del templo
evocada por el profeta Ezequiel: “el agua que yo le dé se convertirá en él en
fuente de agua que brota para vida eterna” (Jn 4,14). Jesús es el pozo
inagotable del que brotan las aguas vivificantes del Espíritu (7,37-39) y en el
que pueden saciar su sed cuantos anhelan y buscan el encuentro con Dios. Será
también la imagen evocada por el autor del Apocalipsis al final de su libro,
cuando contempla “el río de agua de vida, brillante como el cristal, que
brotaba del trono de Dios y del Cordero (Apc 22,1). Se cumplen así las palabras
proféticas: “Sacaréis aguas con gozo de las fuentes del Salvador” (Is 12,3).
En la revelación cristiana, el acceso a
Dios pasa siempre por la aceptación del misterio de Cristo en su muerte y
resurrección. Por eso el pueblo cristiano, reunido en torno a Cristo, se
identifica con su misterioso camino de abajamiento y exaltación. Por eso mismo
responde y acoge con un sincero y rotundo “amén” la solemne proclamación del
sacerdote en la eucaristía: “por Cristo, con él y en él…”. Él es el único
Mediador entre Dios y los hombres.
Somos templo de Dios
Por la fe bautismal, el cristiano se
incorpora a la Iglesia del Señor, templo de Dios y morada del Espíritu en
Cristo Jesús. Es esta dimensión eclesial la que configura su identidad como
miembro del Cuerpo de Cristo, el Señor de la gloria. Somos templo de Dios en el
seno de la Iglesia del Señor.
Desde esa perspectiva podemos decir que
el bautizado participa del mismo Espíritu del Señor con el que fue ungido
Jesús, vocacionado “para hacer el bien y curar a todos los oprimidos por el
diablo, porque Dios estaba con él” (Hch 10,38). Es así como el bautizado
responde a su verdadera condición cristiana de templo de Dios en la medida en
que oficia su liturgia diaria acompañando y atendiendo a cuantos encuentra en
su camino, hijos de Dios y hermanos en Cristo Jesús.
Como nos recuerda el Apóstol, todos somos
colaboradores en la edificación del templo de Dios. Ahora bien, su advertencia
es clara: “Mire cada cual cómo construye (si con oro, plata, piedras preciosas,
madera, heno, paja), pues nadie puede poner otro cimiento que el ya puesto,
Jesucristo”. Como piedras vivas y espirituales del templo de Dios (1 Pe 2,5),
somos llamados a ejercer con responsabilidad el sacerdocio del pueblo santo, a
ofrendar una vida cargada de frutos de buenas obras. Ese es el verdadero culto
espiritual, el sacrificio vivo, santo y agradable a Dios en Cristo Jesús (Rm
12,1).
ESTUDIO BÍBLICO
Iª
Lectura (Ezequiel Ez 47,1-2.8-9.12): La fuente de agua viva
I.1 Ezequiel es un profeta de visiones
extraordinarias que mira al Templo, la casa de Dios, como fuente de aguas que
han de llegar hasta el abismo de la Arabá, del Mar Muerto, para que vuelva a
nacer un nuevo paraíso. El manantial del templo que el profeta posexílico nos
describe en este c. 47 ha encendido una inspiración sublime. Los discípulos
ordenaron su obra, sus oráculos e inspiraciones y ésta es la última visión del
profeta, antes de ofrecer una lista final de las tribus (c. 48). Tiene esta
visión unas conexiones muy refinadas y particulares con el c. 37 sobre la
efusión del Espíritu. Agua y Espíritu vienen a vivificar al pueblo que vive "desierto”
o alejado de Dios. El desierto rodea al pueblo de la Biblia y las aguas del
paraíso (Gn 2,10-14) han sido siempre una nostalgia en la teología profética
del Antiguo Testamento.
I.2 El agua que mana, al lado del altar, se hace un
río hacia Oriente, hacia el desierto de Judea porque es agua divina, regalo de
Dios para el desierto y el destierro de su pueblo. La imagen de que esta agua
ha de llegar a las aguas fétidas y mortíferas del Mar Muerto es todo un canto y
una inspiración de los dones divinos. Donde no hay vida, Dios donará vida;
donde no hay Espíritu, Dios suscitará algo realmente nuevo. Este profeta, que
tiene mucho de sacerdote, no podía menos que imaginar que la fuente estaba en
el Templo de la ciudad Santa, la Jerusalén poética que él siempre se imaginó.
Pero es, puede ser, un sacerdote profeta; eso significa que no se contenta con
ofrecer sacrificios a Dios en nombre del pueblo y que todo siga igual. Propone
la visión de un Dios que “ofrece” agua para la vida.
IIª
Lectura (l Corintios 3,9 c-11.16-17): La comunidad, templo de Dios
II.1 Si extraordinaria es la visión de Ezequiel, no
es menos original la teología del "templo" que nos ofrece Pablo en
estos versos de 1Cor: Pero ¡qué diferencia! Ahora no hay templo, ni altar, sino
el "cuerpo" y el "espíritu". Sobre estos símbolos bien
significantes se carga todo el peso de una teología cristiana que es un
descubrimiento sin precedentes. En todo caso sería una deducción de que el ser
humano ha sido creado a imagen de Dios. El hombre, la persona, es "un
cuerpo", material y espiritual a la vez. El cuerpo nos identifica, nos
personaliza, pero también nos lleva a la muerte si es un cuerpo "sin
espíritu".
II.2 ¿Qué podemos inferir de la lectura? Que la
presencia Dios en el mundo se realiza, sobre todo y ante todo, por nosotros,
por nuestro cuerpo, por nuestra historia. Somos nosotros, según esta teología
-sin caer en panteísmo alguno-, presencia viva del Dios vivo. Y como que Pablo
está hablando en sentido plural, de la comunidad que no es otra que la de Corinto,
podemos hacer la misma aplicación a la Iglesia. Los corintios están llamados
pues, después de la "edificación" que hizo el Apóstol, poniendo como
fundamento a Cristo, a ser el templo o santuario de la presencia de Dios por
medio de su Espíritu. El edificio, la comunidad, es lo que es, porque está
fundamentada en Cristo. Pero son personas las que han hecho posible este
santuario de presencia divina. No obstante, la comunidad sin el Espíritu de
Dios tampoco sería nada.
Evangelio
(Juan 2,13-22): Un nuevo templo: una religión más humana
III.1 El relato de la expulsión de los vendedores
del templo, en la primera Pascua "de los judíos" que Juan menciona en
su obra, es un marco de referencia obligado del sentido de este texto joánico.
Este episodio viene a continuación del relato de las bodas de Caná, donde el
vacío de la boda lo llena Jesús con el "vino" nuevo sacado del agua.
Las tinajas estaban allí para la purificación de los judíos. El relato de la
expulsión del Templo se encadena pues a anterior, porque se quiere insistir más
en el vacío de una religión, que aunque "celebre" y llene el templo,
puede que haya perdido su sentido verdadero y sea necesario algo nuevo. No
olvidemos que este episodio ha quedado marcado en la tradición cristiana como
un hito, por considerarse como acusación determinante para condenar a muerte a
Jesús, unas de las causas inmediatas de la misma. Aunque Juan ha adelantado al
comienzo de su actividad, que los otros evangelios proponen al final (Mc
11,15-17; Mt 21,12-13; Lc 19,45-46), estamos en lo cierto si con ello vemos el
enfrentamiento que los judíos van a tener con Jesús. Este episodio no es otra
cosa que la propuesta de Jesús de una religión humana, liberadora, comprometida
e incluso verdaderamente espiritual.
III.2 En el trasfondo también debemos saber ver las
claves mesiánicas con las que Juan ha querido presentar este relato, teniendo
en cuenta un texto como el de Zac 14,21 (el deutero-Zacarías) para anunciar el
día del Señor. Es de esa manera cómo se construyen algunas ideas de nuestro
evangelio: Pascua, religión, mesianismo, culto, relación con Dios, vida,
sacrificios. Jesús expulsa propiamente a los animales del culto. No debemos
pensar que Jesús la emprende a latigazos con las personas, sino con los
animales; Juan es el que subraya más este aspecto. Los animales eran los
sustitutos de los sacrificios a Dios. Por tanto, sin animales, el sentido del
texto es más claro: Jesús quiere anunciar, proféticamente, una religión nueva,
personal, sin necesidad de "sustituciones". Por eso dice:
"Quitad esto de aquí". No se ha de interpretar, pues, como un acto
político-militar como se hizo en el pasado. Es, consideramos, una profecía
"en acto".
III.3 El evangelio de Juan, pues, nos presenta esa
escena de Jesús que cautiva a mentes proféticas y renovadoras. Desde luego, es
un acto profético y no podemos menos de valorarlo de esa forma. En el marco de
la Pascua, la gran fiesta religiosa y de peregrinación por parte de los judíos
piadosos a Jerusalén. Esta es una escena que no debemos permitir se convierta
en tópica; que no podemos rebajarla hasta hacerla asequiblemente normal. Está
ahí, en el corazón del evangelio, para ser una crítica de nuestra
"religión" sin corazón con la que muchas veces queremos comprar a
Dios. Es la condena de ese tipo de religión sin fe y sin espiritualidad, que se
ha dado siempre y se sigue dando frecuentemente. Ya Jeremías (7,11) había
clamado contra el templo, porque con ello se usaba el nombre de Dios para
justificar muchas cosas. Ahora Jesús, con esta acción simbólico-profética, como
hacían los antiguos profetas cuando sus palabras no eran atendidas, quiere
llevar a sus últimas consecuencias el que la religión del templo, donde se
adora a Dios, no sea una religión de vida sino de... vacío. Por eso mismo, no
está condenado el culto y la plegaria de una religión, sino que se haya vaciado
de contenido y después no tenga incidencia en la vida.
III.4 Aunque Juan es muy atrevido, teológicamente
hablando, se está anunciando el cambio de una religión de culto por una
religión en la que lo importante es dar la vida los unos por los otros, como se
hace al mencionar el "cuerpo" del Jesús que sustituirá al templo.
Aquí, con este episodio (aunque no sólo), lo sabemos, Jesús se jugó su vida en
"nombre de Dios" y le aplicaron la ley también "en nombre de
Dios". ¿Quién llevaba razón? Como en el episodio se apela a la
resurrección ("en tres días lo levantaré”) está claro que era el Dios de
Jesús el verdadero y no el Dios de la ley. Esta es una diferencia teológica
incuestionable, porque si Dios ha resucitado a Jesús es porque no podía asumir
esa muerte injusta. Pero sucede que, a pesar de ello, los hombres seguimos
prefiriendo el Dios de la ley, y la religión del templo y de los sacrificios de
animales. Jesús, sin embargo, nos ofreció una religión de vida. (Fray
Miguel de Burgos Núñez).
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