a cada cual según su capacidad.”
Hoy, penúltimo domingo del Año
Litúrgico, la Palabra de Dios nos invita a una actitud activa en la vivencia de
nuestra fe. Jesús, con su palabra y testimonio, nos interpela a desarrollar los
talentos que el Padre nos ha dado, las capacidades humanas que nos permiten
crecer como personas y hacer productiva nuestra vida siendo solidarios con los
demás.
El creyente no mira con indiferencia este
mundo. Al contrario, lo contempla como en lugar en el que Dios nos invita a
colaborar con Él para la extensión del Reino, su proyecto salvador para toda la
humanidad, por el que vivió y murió Jesús. Un Reino de justicia, igualdad y
paz. Un Reino que, si bien no es de este mundo, busca transformarlo y encuentra
su plenitud en la otra vida.
La participación en la Eucaristía nos
permite renovarnos interiormente para superar las actitudes que nos paralizan
en el compromiso de nuestra fe. A su vez, encontramos la fuerza necesaria para
no desfallecer en el empeño por hacer de nuestra sociedad el hogar de todos,
sin excluidos ni explotados.
Ojalá que al final de nuestra vida, Dios
nos pueda decir: “Muy bien, empleado fiel y cumplidor, pasa a la fiesta de tu
Señor”.
DIOS
NOS HABLA. CONTEMPLAMOS SU PALABRA.
I
LECTURA
Vivimos
tiempos en los cuales, a menudo las mujeres son tratadas como mercancía u
objetos de deseo, o son víctimas de los más increíbles abusos. Este texto nos
hace pensar en el respeto, el cuidado y la ternura que los varones deben a las
mujeres.
Lectura
del libro de los Proverbios 31, 10-13. 19-20. 30-31
Una buena ama de casa, ¿quién la
encontrará? Es mucho más valiosa que las perlas. El corazón de su marido confía
en ella y no le faltará compensación. Ella le hace el bien, y nunca el mal,
todos los días de su vida. Se procura la lana y el lino, y trabaja de buena
gana con sus manos. Aplica sus manos a la rueca y sus dedos manejan el huso.
Abre su mano al desvalido y tiende sus brazos al indigente. Engañoso es el
encanto y vana la hermosura: la mujer que teme al Señor merece ser alabada.
Entréguenle el fruto de sus manos y que sus obras la alaben públicamente.
Palabra de Dios.
SALMO
Salmo
127, 1-5
R.
¡Feliz quien ama al Señor!
¡Feliz el que teme al Señor y sigue sus
caminos! Comerás del fruto de tu trabajo, serás feliz y todo te irá bien. R.
Tu esposa será como una vid fecunda en
el seno de tu hogar; tus hijos, como retoños de olivo alrededor de tu mesa. R.
¡Así será bendecido el hombre que teme
al Señor! ¡Que el Señor te bendiga desde Sión todos los días de tu vida: que
contemples la paz de Jerusalén! R.
II
LECTURA
¿Dónde
ponemos nuestras seguridades y esperanzas? Debemos saber que un día todo
llegará a su fin y que sólo nos quedará lo que hemos vivido con amor. San Pablo
nos orienta sobre esto para que no nos escudemos en la ignorancia.
Lectura
de la primera carta del apóstol san Pablo a los cristianos de Tesalónica 5, 1-6
Hermanos: En cuanto al tiempo y al
momento, no es necesario que les escriba. Ustedes saben perfectamente que el
Día del Señor vendrá como un ladrón en plena noche. Cuando la gente afirme que
hay paz y seguridad, la destrucción caerá sobre ellos repentinamente, como los
dolores del parto sobre una mujer embarazada, y nadie podrá escapar. Pero
ustedes, hermanos, no viven en las tinieblas para que ese Día los sorprenda
como un ladrón: todos ustedes son hijos de la luz, hijos del día. Nosotros no
pertenecemos a la noche ni a las tinieblas. No nos durmamos, entonces, como
hacen los otros: permanezcamos despiertos y seamos sobrios.
Palabra de Dios.
ALELUYA Jn 15, 4. 5
Aleluya.“Permanezcan en mí, como yo
permanezco en ustedes. El que permanece en mí da mucho fruto”, dice el Señor.
Aleluya.
EVANGELIO
El
problema del último empleado fue que tuvo miedo. Se dejó ganar por este
sentimiento y no se arriesgó. Se escudó en seguridades, detrás de una parálisis
de sus potencias y cualidades. Y el Señor le recrimina su imposibilidad de
arriesgar y de no dejarse sorprender por la Vida.
Ì Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san
Mateo 25, 14-30
Jesús dijo a sus discípulos esta
parábola: "El Reino de los Cielos es como un hombre que, al salir de
viaje, llamó a sus servidores y les confió sus bienes. A uno le dio cinco
talentos, a otro dos, y uno solo a un tercero, a cada uno según su capacidad; y
después partió. En seguida, el que había recibido cinco talentos, fue a
negociar con ellos y ganó otros cinco. De la misma manera, el que recibió dos,
ganó otros dos, pero el que recibió uno solo, hizo un pozo y enterró el dinero
de su señor. Después de un largo tiempo, llegó el señor y arregló las cuentas con
sus servidores. El que había recibido los cinco talentos se adelantó y le
presentó otros cinco. 'Señor, le dijo, me has confiado cinco talentos: aquí
están los otros cinco que he ganado'. 'Está bien, servidor bueno y fiel, le
dijo su señor; ya que respondiste fielmente en lo poco, te encargaré de mucho
más: entra a participar del gozo de tu señor'. Llegó luego el que había
recibido dos talentos y le dijo: 'Señor, me has confiado dos talentos: aquí
están los otros dos que he ganado'. 'Está bien, servidor bueno y fiel; ya que
respondiste fielmente en lo poco, te encargaré de mucho más: entra a
participar del gozo de tu señor'. Llegó luego el que había recibido un solo
talento. 'Señor, le dijo, sé que eres un hombre exigente: cosechas donde no has
sembrado y recoges donde no has esparcido. Por eso tuve miedo y fui a enterrar
tu talento: ¡aquí tienes lo tuyo!'. Pero el señor le respondió: 'Servidor malo
y perezoso, si sabías que cosecho donde no he sembrado y recojo donde no he
esparcido, tendrías que haber colocado el dinero en el banco, y así, a mi
regreso, lo hubiera recuperado con intereses. Quítenle el talento para dárselo
al que tiene diez, porque a quien tiene, se le dará y tendrá de más, pero al
que no tiene, se le quitará aun lo que tiene. Echen afuera, a las tinieblas, a
este servidor inútil; allí habrá llanto y rechinar de dientes'.
Palabra del Señor.
MEDITAMOS
LA PALABRA
El Año Litúrgico está llegando a su fin.
Invita a pensar que todo tiene un final. También la vida de cada uno de
nosotros. Los creyentes no vivimos en la oscuridad. La fe nos ilumina para
transitar la vida con sentido. El Señor hoy nos hace caer en la cuenta que no
solamente hay sentido en “el más allá”, en la otra vida, sino también “en el
más acá”, en esta vida, siempre que hagamos producir nuestros talentos. Los
pongamos al servicio del Reino y cuando llegue el final de nuestra vida, quizás
no nos pillará con la sensación de haberla malgastado inútilmente, con la
amargura de haberla perdida sin mayor provecho ¡Nunca es tarde para empezar!
Los cristianos creemos que hemos sido
salvados ya por Jesucristo, pero aguardamos su manifestación gloriosa en la
plenitud de los tiempos. El Señor se ausenta pero nos entrega su Espíritu para
caminar y enfrentar los desafíos de esta vida. También distribuye, entra cada
uno de sus seguidores, talentos para hacer productivo su Reino. Hubo una época
en la que muchos cristianos nos esforzábamos por hacer “méritos”, por desplegar
todas nuestras cualidades o talentos para ganarnos el Cielo. Creíamos que el
Reino no tenía mucho que ver con las cosas de este mundo. Con todo, aportamos
buenas obras, colaboramos en mejorarlo. Pero no pudimos evitar que la fe nos
generara un serio conflicto interior, por si no alcanzábamos en dar la medida
exigida. Hoy, entendemos que el Cielo es un don que Dios nos concede por los
méritos de Cristo, y que nosotros lo acogemos como acto de nuestra libertad. A
muchos nos ha tranquilizado, pero también nos puede haber quitado motivaciones
para seguir realizando buenas obras.
Jesús vive y muere por un proyecto que
incluye la transformación de este mundo según el querer del Padre y que él
llama Reino. Si bien, Dios hace posible que éste crezca y se desarrolle
misteriosamente, sin que sepamos cómo lo hace, no nos exime de aportar el fruto
de los intereses de nuestra inversión en la causa del Reino. Nadie está exento.
Porque incluso el que recibió un talento, recibió una fortuna. Tampoco a nadie
se le pedirá más de lo que recibió. Pero, en cambio se beneficiará del que no
aportó. El Reino sigue siendo gracia.
En la construcción del Reino todos hemos
sido convocados a colaborar. Forma parte de la responsabilidad que conlleva la
fe en Jesús. Dios nos incluye en su proyecto que tiene que ver con la historia
humana. Apela a nuestra libertad adulta para convertirla en historia de
salvación. Por eso nos ha dado los talentos para que nos sumemos
productivamente en su misión de hacer un mundo más igualitario y justo. Y nos
advierte que quien no se compromete con el Reino, tampoco merece compartir la felicidad
de su Señor.
Dios no nos pide algo que no nos haya
dado antes. De ahí el deber de rendirle cuentas. La cuestión no es si hemos
hecho suficientes méritos para ir al cielo, más bien, deberíamos preguntarnos
si nos hemos comprometido suficientemente en la causa del Reino. Es conveniente
que revisemos la calidad de nuestro compromiso terrenal como creyentes.
Ortodoxia y ortopraxis son inseparables. Fácilmente podemos caer en la crítica
fácil – aunque legítima, por otra parte – ante la corrupción de políticos,
banqueros, empresarios… pero sin asumir el mínimo compromiso social o político
por cambiar la realidad del país en el que vivimos, como si el Reino no
incluyera un proyecto de Dios a construir en este mundo. En tal caso, nos
mereceríamos el calificativo de “servidor inútil y perezoso”.
No valen excusas ante la falta de
compromiso de nuestra fe. Detrás del exceso de precauciones, de los reparos o
de los miedos, no pocas veces escondemos actitudes cómodas, de pereza o de
insensibilidad, ante la realidad que nos envuelve de exclusión social o poder
financiero y económico reinantes. Enfermos, ancianos, emigrantes, pobres,
marginados… esperan que les mostremos con gestos concretos el rostro solidario
del Dios en quien creemos los cristianos. Todo ser humano que sufre interroga
nuestra fe y nos ha de comprometer en lograr una sociedad más justa.
Puede, incluso, que los talentos que
Dios nos dio los pongamos al servicio exclusivo de la propia auto-realización,
como si fuera lo único importante en esta vida. Cuando vivimos
“auto-referenciados” y lo mío está por delante y por encima de las necesidades
de los demás, las lágrimas del prójimo pasan inadvertidas. Incluidas las de
nuestra pareja, hijos, padres, o hermano de comunidad, compañero de trabajo,
vecino de nuestra escalera… porque todo el interés lo acapara nuestro “ego”. La
vida tiene sentido sólo si la compartimos con otros, si desarrollamos las
cualidades que tenemos incluyendo a los demás, si nos hacemos solidarios del
dolor ajeno, a ejemplo de Jesús, que pasó por este mundo haciendo el bien.
No faltan testimonios de fe
comprometida. El libro de los Proverbios nos invita, en concreto, a tomar como
modelo a la mujer que despliega sus talentos con creatividad y generosidad por
el bien de cuantos la rodean. El protagonismo que hoy van tomando las mujeres
en el mundo lo podemos considerar un “signo de los tiempos”. Forma parte de las
conquistas del Reino. Varones y mujeres deberíamos sumarnos activamente, en
coherencia con nuestra fe, en la lucha por los derechos de las mujeres.
Discriminadas todavía en muchos ámbitos, tanto sociales y económicos, como
familiares o eclesiales. En el Reino no caben las diferencias de ningún tipo.
Menos aún, aceptar la violencia o el comercio de personas del que son víctimas
tantas mujeres. Actitudes contrarias al querer de Dios.
ESTUDIO
BÍBLICO
Este “penúltimo” domingo del año
litúrgico nos mete de lleno en la esfera religiosa escatológica; nos instruye y
nos motiva a pensar en las últimas cosas de la vida, esas sobre las que no
queremos hablar casi nunca, porque nos parece que no forman parte de nosotros
mismos; como si fueran de otro mundo. Sin embargo, la liturgia nos recuerda que
son del nuestro, de nuestra intimidad más profunda a la que debemos asomarnos
con fe y esperanza. Existen las últimas cosas, que llegan cuando nuestra vida,
aquí, ya se ha agotado. Por ello, nos permitimos una reflexión de más alcance
sobre el concepto bíblico de “parusía” que impregna el sentido de las lecturas
de este día:
1) La palabra griega que sustenta este
concepto no es directamente bíblica, sino que está tomada del helenismo donde
significaba la «visita» o la «presencia» del rey en una ciudad. Si un rey o un
gran mandatario visitaba una ciudad, se hacían grandes obras para el momento,
se preparaban fiestas con alabanzas y sacrificios en los templos; a esto se le
llamaba «parusía». E incluso viene a simbolizar una nueva era para la ciudad o
para la provincia o territorio. De ahí la tomaron los cristianos, sin duda, ya
que aparece muy poco en el AT (cuatro veces en la Biblia griega de los LXX). Su
sentido técnico es manifiesto, pero mucho más su sentido religioso. De esa
manera se aplicó a la venida de Cristo, a su vuelta al final de los tiempos,
para llevar a cabo el triunfo sobre este mundo y manifestar la grandeza y el poderío
del reinado de Dios. Esta vuelta, tal como creían los primeros cristianos, no
estaba lejos (así en 1Tes 2,19; 3,13; 4,15; 5,23; 2Tes 2,9; 1Cor 15,23). Sin
embargo, un cambio de actitud se va imponiendo poco a poco hasta ir
desapareciendo paulatinamente de la visión escatológica y de las ideas del
cristianismo. En los evangelios, ni el mismo Hijo del hombre conoce la fecha
(Mc 13,32; Mt 24,36); y en la 2Tes se intenta justificar el retraso de la
parusía por algo que escapa a los cristianos. En realidad era una forma de
curar cierta fiebre apocalíptica ante dificultades y persecuciones. Ello fue
beneficioso para valorar mucho más la transformación que el Reino de Dios debía
tener en la historia actual, según el mensaje del mismo Jesús.
2) Sin embargo, hay que decir que el
cristianismo no bebe exclusivamente en el helenismo su visión de lo que
conocemos técnicamente como «parusía», sino que en el fondo es más fuerte un
concepto bíblico de carácter profético que se conoce como el «día de Yahvé», el
«día del Señor» y así lo usa también San Pablo (1Tes 4,18). Eso supone que los
cristianos han reinterpretado un antiguo concepto bíblico de carácter
escatológico y apocalíptico.
3) ¿Qué es el día del Señor? Como en
casi todas las culturas religiosas, el día del Señor tiene dos aspectos: uno
positivo, de salvación, de liberación, de triunfo de Dios sobre el mal y sobre
los enemigos; por otra, desde la perspectiva de la predicación profética
monoteísta, es el día del juicio, por ejemplo, contra todo orgullo humano (Is
2,6-22). Numerosos textos proféticos y apocalípticos apoyarían este doble
sentido (cf Am 5,18-20; Jl 4,12ss; Sof 1,7-14 de donde se toman la expresión
«dies irae, dies illa»; Ez 7,7-27).
4) ¿Qué sentido, pues, tiene la parusía?
Reinterpretando todo lo que el AT y el NT nos sugieren, debemos tratar de
entender que el día del Señor, el día de la parusía, no es un tiempo
cronológico de un momento, o una fecha del calendario. Es una nueva situación
que hay que aceptar por la fe y la esperanza en Dios. Es un concepto de
excelencia en el que la salvación de Dios anunciada por los profetas y
manifestada en la vida de Jesucristo es una realidad sin vuelta atrás. Por eso
no es cuestión de ajustar el día de la parusía, o el día del Señor, o el día de
la salvación, a un momento, a una hora, a un día, a un año. Se trata de
reconocer la acción de Dios por los hombres. E incluso podemos afirmar que,
desde la fe cristiana, supone reconocer la acción por la que Dios transformará
la historia. De ahí que debamos entender y aceptar que la parusía ha comenzado
en la Resurrección de Jesús y no terminará hasta que todos los hombres que
existen y existirán serán resucitados como Jesús (así lo ve ya Pablo en 1Tes
4,13 y en 1Cor 15). Y eso será el signo definitivo, el día por excelencia, en
el que la historia, es decir, la creación de Dios habrá llegado a su plenitud.
Iª Lectura: Proverbios (31,10…31): La
sabiduría de las grandes decisiones
I.1. El ejemplo del libro de los
Proverbios (31, 10...31) nos presenta precisamente a una mujer, la “mujer
fuerte”, hija, hermana o madre en la que se puede confiar. Como la Biblia no es
antifeminista, aunque su cultura esté impregnada por una mentalidad patriarcal,
sí acierta en ver a la mujer como más abierta a lo escatológico, a lo espiritual,
al amor por los pobres. Por eso, esta lectura, justamente, propone desde dónde
se deben afrontar las últimas cosas de la vida. No conviene, de ninguna manera,
hacer una lectura “contracultural”. La mujer no está reducida al hogar, a la
casa, a los hijos… Lo importante en esta lectura es la gran capacidad de
“decisión”.
I.2. La mujer judía, encargada de
mantener el fuego en el hogar, y de encender las luces del shabat, experimentó
desde muy pronto lo que significó su llamado al Reino. Ella encarnaba en Israel
la sofía de Dios y, por lo tanto, debe enseñarla, iniciar a sus hijos en su
camino. En el hebreo bíblico espíritu (ruah) y sabiduría, (hokma), son términos
femeninos. Sofía, como una niña que danza ante Dios, (Prov 8,22ss), es el
rostro humano del pensamiento divino y por lo tanto es a la madre a quien
corresponde la iniciación de sus hijos en la prudencia. Israel valoró a la
mujer como a una perla, desde su escondimiento e invisibilidad, pero también la
apreció como profetisa, guerrera y reina. A pesar del patriarcalismo de la
Biblia, sus autores no callaron totalmente nombres como el de Myriam, Débora,
Judith, Ester, Ana... Ellas y muchas otras mujeres encarnaron el ideal de
Israel, quien llegó a identificarse como nación con la "amada" del
Cantar. La amada de Yahvé a quien profetas y sabios dieron nombres y destinos
femeninos, al reprender en sus desvíos la respuesta del pueblo a un amor de
Alianza. Israel fue la elegida, la virgen, la esposa, la ramera... Oseas,
Jeremías y Ezequiel vituperaron las infidelidades de Israel con nombres
femeninos.
I.3. La mujer es más religiosa que el
hombre; siempre lo ha sido. Y el elogio de la mujer en el capítulo último de
los Proverbios es toda una analogía (y subrayo “analogía) para que demos
importancia a lo que no queremos darle, como si eso fuera cosa de mujeres. Las
cosas que merecen la pena, y especialmente las cosas de Dios, deben tener en
nosotros la gran oportunidad que “la mujer”, la madre, la hija, la hermana, da
a los suyos. Y todos, varones o mujeres, tenemos que tomar grandes decisiones.
En realidad aquí se habla de la mujer como si se tratara de la “sabiduría”. Esa
sabiduría bíblica, que es una sabiduría práctica, es la que se propone aquí en
la imagen de la mujer.
II Lectura: Tesalonicenses (5,1-6):
Esperar en la luz, sin miedo
II.1. La segunda lectura, en
continuación con la del domingo pasado, nos muestra al Pablo primitivo al que
la comunidad de Tesalónica le plantea grandes cuestiones y, concretamente, en
lo que se refiere a la venida del Señor. Los primeros cristianos estuvieron
obsesionados con ello. Esta es la segunda instrucción del apóstol sobre dicho
acontecimiento. Para su enseñanza se vale del lenguaje profético
veterotestamentario, de la literatura apocalíptica (mucho de ello lo
encontramos en los textos de Qumrán): vendrá como cuando una mujer da a luz,
que casi siempre es un momento inoportuno, entre la luz y las tinieblas, entre
el velar y el dormir.
II.2. Pero el objetivo de Pablo es
liberar la tensión que pesa sobre el momento y la hora de la venida e incidir
en la actitud que hay que tener, como lo más importante: ese debe ser un
instante de luz porque es evento de salvación, para lo cual se debe estar
preparado. Por eso, el falso problema de cuándo, con su angustia e incerteza,
se cambia por el cómo: desde la luz, desde la praxis del amor, la justicia, la
solidaridad y el perdón. Así viviremos con Cristo.
Evangelio: Mateo (25,14-30): No
«enterrar» el futuro
III.1. El evangelio de Mateo (25,14-30)
nos muestra, tal como lo ha entendido el evangelista, una parábola de
"parusía" sobre la venida del Señor. Es la continuación inmediata del
evangelio que se leía el domingo pasado y debemos entenderlo en el mismo
contexto sobre las cosas que forman parte de la escatología cristiana. La
parábola es un tanto conflictiva en los personajes y en la reacciones. Los dos
primeros están contentos porque “han ganado”; el último, que es el que debe
interesar (por eso de las narraciones de tres), ¿qué ha hecho? :“enterrar”.
III.2. Los hombres que han recibido los
talentos deben prepararse para esa venida. Dos los han invertido y han recibido
recompensa, pero el tercero los ha cegado y la reacción del señor es casi
sanguinaria. El siervo último había recibido menos que los otros y obró así por
miedo, según su propia justificación. ¿Cómo entendieron estas palabras los
oyentes de Jesús? ¿Pensaron en los dirigentes judíos, en los saduceos, en los
fariseos que no respondieron al proyecto que Dios les había confiado? ¿Qué
sentido tiene esta parábola hoy para nosotros? Es claro que el señor de esta parábola
no quiere que lo entierren, ni a él, ni lo que ha dado a los siervos. El siervo
que “entierra” los talentos, pues, es el que interesa.
III.3. Parece que la recompensa divina,
tal como la Iglesia primitiva pudo entender esta parábola, es injusta: al que
tiene se le dará, y al que tiene poco se le quitará. Pero se le quitará si no
ha dado de sí lo que tiene. Y es que no vale pensar que en el planteamiento de
la salvación, que es el fondo de la cuestión, se tiene más o menos; se es rico
o pobre; sino que la respuesta a la gracia es algo personal que no permite
excusas. La diferencia de talentos no es una diferencia de oportunidades. Cada
uno, desde lo que es, debe esperar la salvación como la mujer fuerte de los
Proverbios que se ha leído en primer lugar. Tampoco el señor de la parábola es
una imagen de Dios, ni de Cristo, porque Dios no es así con sus hijos y Cristo
es el salvador de todos. Es una parábola, pues, sobre la espera y la esperanza
de nuestra propia salvación. No basta asegurarse que Dios nos va a salvar; o
aunque fuera suficiente: ¿es que no tiene sentido estar comprometido con ese
proyecto? La salvación llega de verdad si la esperamos y si estamos abiertos a
ella. (Fray Miguel de Burgos Núñez O.P.)
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