Juan el bautista nos invita a pensar en
el futuro. Esperanzado, cree en una situación distinta y, por ello, tiene una
visión del futuro que le lleva a distanciarse de los poderes de su tiempo y
anima a crear una realidad diferente. Pone la distancia necesaria para poder
escuchar lo nuevo y anima a la conversión, porque esa novedad requiere un
hombre distinto.
Quien tiene esperanza en el futuro
ahorra en el presente e invierte en el futuro. Quien no tiene esperanza y no desea
ningún futuro, disfruta en el presente y contrae deudas que sus hijos no podrán
pagar. Esto lo decía Moltmann hace 26 años y en el seno de una Europa optimista
y centrada en su potencial económico y político. Hoy, tras una crisis económica
que ha borrado todas las expectativas y se ha llevado por delante todas las
esperanzas al tiempo de generar una deuda impagable, nos parece una profecía.
¿Tenemos los cristianos una visión de
esperanza y fuerza suficiente para cambiar este mundo? Francisco lo decía con
su espontaneidad, en Florencia, hace unas semanas:
“No miréis la vida desde el balcón,
comprometeos, sumergiros en el amplio diálogo social y político. Las manos de
vuestra fe se levantan hacia el cielo, pero lo hacen mientras edifican una
ciudad construida sobre las relaciones en las que el amor de Dios es el
fundamento. Y así seréis libres de aceptar los desafíos de hoy, de vivir los
cambios de época”.
DIOS NOS HABLA. CONTEMPLAMOS SU PALABRA.
I
LECTURA
“Jerusalén,
con su templo y sus sacrificios es el centro de gravedad del pueblo judío. De
momento, fuertes obstáculos cohíben esa fuerza; cuando Dios remueva los
impedimentos, Jerusalén, con su poder de atracción, provocará la vuelta y la
restauración definitiva” (introducción de "Baruc", en: La Biblia de
Nuestro Pueblo, Ed. Mensajero).
Lectura
del libro de Baruc 5, 1-9
Quítate tu ropa de duelo y de aflicción,
Jerusalén, vístete para siempre con el esplendor de la gloria de Dios, cúbrete
con el manto de la justicia de Dios, coloca sobre tu cabeza la diadema de
gloria del Eterno. Porque Dios mostrará tu resplandor a todo lo que existe bajo
el cielo. Porque recibirás de Dios para siempre este nombre: “Paz en la
justicia” y “Gloria en la piedad”. Levántate, Jerusalén, sube a lo alto y
dirige tu mirada hacia el Oriente: mira a tus hijos reunidos desde el oriente
al occidente por la palabra del Santo, llenos de gozo, porque Dios se acordó de
ellos. Ellos salieron de ti a pie, llevados por enemigos, pero Dios te los
devuelve, traídos gloriosamente como en un trono real. Porque Dios dispuso que
sean aplanadas las altas montañas y las colinas seculares, y que se rellenen
los valles hasta nivelar la tierra, para que Israel camine seguro bajo la
gloria de Dios. También los bosques y todas las plantas aromáticas darán sombra
a Israel por orden de Dios, porque Dios conducirá a Israel en la alegría, a la
luz de su gloria, acompañándolo con su misericordia y su justicia.
Palabra de Dios.
Salmo
125, 1-6
R.
¡Grandes cosas hizo el Señor por nosotros!
Cuando el Señor cambió la suerte de
Sión, nos parecía que soñábamos: nuestra boca se llenó de risas y nuestros
labios, de canciones. R.
Hasta los mismos paganos decían: “¡El
Señor hizo por ellos grandes cosas!”. ¡Grandes cosas hizo el Señor por nosotros
y estamos rebosantes de alegría! R.
¡Cambia, Señor, nuestra suerte como los
torrentes del Négueb! Los que siembran entre lágrimas cosecharán entre
canciones. R.
El sembrador va llorando cuando esparce
la semilla, pero vuelve cantando cuando trae las gavillas. R.
II
LECTURA
La
hermosa relación de Pablo con los Filipenses lo lleva a una oración afectiva,
paternal y pastoral. ¡Cuánto amor de pastor enseña Pablo en esas líneas!
Lectura
de la carta del apóstol san Pablo a los cristianos de Filipos.
Hermanos: Siempre y en todas mis oraciones
pido con alegría por todos ustedes, pensando en la colaboración que prestaron a
la difusión del Evangelio, desde el comienzo hasta ahora. Estoy firmemente
convencido de que Aquel que comenzó en ustedes la buena obra la irá completando
hasta el Día de Cristo Jesús. Y es justo que tenga estos sentimientos hacia
todos ustedes, porque los llevo en mi corazón, ya que ustedes, sea cuando estoy
prisionero, sea cuando trabajo en la defensa y en la confirmación del
Evangelio, participan de la gracia que he recibido. Dios es testigo de que los
quiero tiernamente a todos en el corazón de Cristo Jesús. Y en mi oración pido
que el amor de ustedes crezca cada vez más en el conocimiento y en la plena
comprensión, a fin de que puedan discernir lo que es mejor. Así serán encontrados
puros e irreprochables en el Día de Cristo, llenos del fruto de justicia que
proviene de Jesucristo, para gloria y alabanza de Dios.
Palabra de Dios.
ALELUYA Lc 3, 4. 6
Aleluya. Preparen el camino del Señor,
allanen sus senderos. Todos los hombres verán la Salvación de Dios. Aleluya.
EVANGELIO
“Como
Juan Bautista, en el marco político histórico la Iglesia tiene que ser el
clamor del Señor, la voz que clama siempre en el desierto: ‘¡Preparad los
caminos del Señor!’. Un llamamiento a todos los corazones para que de veras
busquen el encuentro que nos hará felices ya en esta tierra. Porque quiero
también subrayar esto, queridos hermanos: en la medida en que nosotros buscamos
esta historia de salvación, estamos siendo también encarnados en la historia de
nuestro pueblo” (beato O. Romero, 9/12/1979).
✜
Evangelio de nuestro Señor Jesucristo
según san Lucas 3, 1-6
El año decimoquinto del reinado del
emperador Tiberio, cuando Poncio Pilato gobernaba la Judea, siendo Herodes
tetrarca de Galilea, su hermano Filipo tetrarca de Iturea y Traconítide, y
Lisanias tetrarca de Abilene, bajo el pontificado de Anás y Caifás, Dios
dirigió su palabra a Juan, hijo de Zacarías, que estaba en el desierto. Este
comenzó entonces a recorrer toda la región del río Jordán, anunciando un
bautismo de conversión para el perdón de los pecados, como está escrito en el
libro del profeta Isaías: “Una voz grita en el desierto: Preparen el camino del
Señor, allanen sus senderos. Los valles serán rellenados, las montañas y las
colinas serán aplanadas. Serán enderezados los senderos sinuosos y nivelados
los caminos desparejos. Entonces, todos los hombres verán la Salvación de
Dios”.
Palabra del Señor.
MEDITAMOS
LA PALABRA DE DIOS
El texto evangélico de hoy se abre con
la presentación de Juan el Bautista en un contexto histórico preciso: el del
emperador Tiberio, el gobernador Pilato y los tetrarcas Herodes, Filipo y
Lisanio, que junto con los sumos sacerdotes, Anás y Caifás, nos datan el
momento en que el hijo del sacerdote Zacarias, un hombre muy poco convencional
y ubicado muy lejos de los centros del poder político y religioso, recibe el
mensaje de Dios e invita a un bautismo de conversión.
Esta lejanía del poder, presenta a Juan
con estilo profético, resaltando así el contraste entre la solidez
institucional, política y religiosa del momento, con la sencillez austera y el
silencio del desierto, marcando el ocaso del tiempo de Israel, y preparando el
de la comunidad que llegará hasta el final de los tiempos y que inaugura Jesús.
La Ley y los profetas llegan hasta Juan, a partir de ahí, se auncia el Reino de
Dios. Este anuncio de Juan, evocador del exodo de Israel, es una invitación a
romper con una forma de esclavitud y abrazar la libertad. No supone un cambio
institucional todavía pero si una ruptura con lo anterior. Ésta, Juan la
expresa con el bautismo: la muerte a un estilo de vida y el renacer a una vida
nueva.
Es tiempo de preparación, por lo tanto,
de cambio, de apertura a lo nuevo, de esperanza y, sobre todo, de búscar en las
manifestaciones y los signos que acompañan estos nuevos tiempos. Apertura al
futuro, pero un futuro que hay que desvelar porque lo que hoy se entiende como
tal es un horizonte muy confuso. Se han perdido las fantasías de un mundo
mejor, el futuro se ha reducido al progreso tecnológico y ya nadie cree en las
promesas de un mundo felíz cansados de que sirvan como coartada para nuevas
formas de sometimiento económico, político y religioso.
“Una
voz grita en el desierto”
Juan se retira al desierto a escuchar la
palabra de Dios. El verbo viviente de la religión, es siempre una palabra
hablada; no es leyendo la Escritura, sino escuchando la Palabra como se nos
desvela la voluntad de Dios. Sin la dimensión mística, las religiones pierden
el alma: “Dichosos los que escuchan la Palabra de Dios y la ponen en práctica”
(Lc, 11,28).
Juan se retira a escuchar en el
silencio, éste forja el sentido de nuestra búsqueda, en cambio, lo abandonamos
echándonos en manos de una superficialidad bana e insulsa, revestida de ruido a
todas horas y en todas partes, para no tener que pensar.
Pero es en la escucha donde percibimos
el discurso de Dios, y en él aprendemos que la nuestra no es una escucha
pasiva, sino un don que se hace realidad en cada uno por medio de la gratuidad.
Dios tiene una Buena noticia para nosotros que abiertos a la escucha y atentos
en el silencio nos permite crecer en la fe, caminar sin miedo en la esperanza
realizando ese proyecto siempre abierto y siempre posibilidad, y hacerlo en la
comunidad de amor que trata de ser la Iglesia: “Yo soy el camino, la verdad y
la vida” dice Jesús. La Iglesia quiere ser ese camino que nos lleve a la verdad
de la vida. Pero para ello, ha de ser una Iglesia en escucha, asentada en la
roca firme. De esa, es de la que Jesús dice lo mismo que le dijo a Marta:
“María, ha elegido la parte buena que no le será quitada” (Lc. 10,42).
“Preparad
el camino del Señor, allanad sus senderos”
Lo deciamos, es tiempo de preparación y
de cambio, de apertura a lo nuevo, de buscar en los signos de estos tiempos
nuevos. Allanar los senderos no quiere decir buscar un pensamiento único,
uniforme e igual. Eso es lo propio de estos tiempos, pero lo nuevo es buscar en
la interioridad, entrar en uno mismo, evaluarse y juzgarse. Encontrar en la
experiencia ese nexo que hay entre la conversión del corazón y la relación
social y política. Una relación nueva entre los seres humanos, los pueblos y
las naciones no puede darse sin la reconciliación social y política, sin el
intento y la búsqueda de la paz.
A
los 50 años de la terminación del Concilio Vaticano II
El día 8 de diciembre, celebramos los 50
años de la finalización del Concilio Vaticano II. Aquella fecha de 1965 marcó
un momento de cambio y de esperanza en todo el mundo católico. Los años
inmediatamente posteriores a ese evento se caracterizaron por la construcción
de una nueva realidad eclesial que, no exenta de esfuerzos y de trabajo,
descubría con ilusión nuevas formas de escuchar la Palabra de Dios y, desde
ella, de dialogar con el mundo moderno en toda su complejidad. Con los años fue
disminuyendo esa intensidad conciliar y apareciendo una realidad eclesiaI más
centrada en las seguridades y más preocupada también por las formas
restauracionistas que por el espíritu del Vaticano II.
Hoy por el contrario, nos abrimos a una
nueva esperanza en la celebración de la clausura del Concilio, el clima
eclesial ha empezado a cambiar. ¿Qué ha sucedido para que nuestra celebración
hoy pueda ser más gozosa y abierta a nuevas expectativas? ¿Qué vemos hoy que no
veíamos hace unos años?
Hoy sentimos el comienzo de una nueva
andadura. Un nuevo camino que todavía es muy incipiente pero que empieza a
sonar con otra música. La primera estrofa de esta nueva melodía se anunciaba la
tarde noche en la que el papa Francisco aceptó liderar los caminos de la
Iglesia y pronunció desde el balcón de San Pedro: “No tengáis miedo a la
ternura y a la bondad” Y reconocía a los pocos días que la Iglesia se había
quedado sin respuesta para las nuevas preguntas, convertida en un “museo de
antigüedades”. Era una estrofa que heredaba la historia callada y resistente de
tantos hombres y mujeres, comunidades religiosas y organizaciones seglares que
nunca renunciaron a los impulsos conciliares y se mantuvieron fieles a las
inspiraciones evangélicas provocadas por el Concilio Vaticano II.
ESTUDIO
BÍBLICO
Iª
Lectura. Baruc (5,1-9): Dios nos conduce con alegría, a la luz de su gloria
I.1. La primera lectura está tomada del
libro de Baruc, conocido como el secretario de Jeremías (Jr 36). Este libro
representa una serie de oráculos que algunos sitúan casi en el s. II a. C. Lo
que leemos hoy forma parte de una liturgia de acción de gracias, expresada en
un oráculo de restauración de Jerusalén. Aunque se hace referencia al destierro
de Babilonia, que es la experiencia más dura que tuvo que vivir el pueblo de
Dios, el texto se puede y se debe actualizar en cada momento en que la
comunidad pasa por un trance semejante. Es esta una ensoñación, una fascinación
profética por llenar Jerusalén de justicia, de paz y de piedad. Si este libro
se pudiera garantizar que pertenece al secretario de Jeremías (cf Jr 36),
podríamos decir que ahora las penas y las lágrimas que vivió junto al maestro
se han convertido en milagro y en utopía, no solamente mesiánica, sino cósmica,
como en Is 52.
I.2. Por su visión esplendorosa fluyen
palabras y conceptos de contraste: frente al luto y la aflicción, la gloria de
Dios (la doxa, que el hebreo sería el famoso kabod si el libro se hubiera
encontrado en hebreo). Hasta cinco veces se repite este concepto tan germinal
de la teología del AT y especialmente de la teología profética. Sabemos que es
uno de los términos más densos y que entraña distintos matices. En este caso deberíamos
hablar de la acción de Dios en la historia que cambia la suerte de Jerusalén,
del pueblo, del mundo, para siempre. Si Dios no actúa, mediante su kabod,
entonces todo es aflicción, luto, miseria, llanto. Tener la experiencia de la
gloria de Dios es lo contrario de tener la experiencia del “infierno”, es
decir, la guerra, el hambre, el destierro.
I.3. Paz y justicia, pues, de la gloria
de Dios. Están ahí para infundir ánimo y esperanza. Estas dos palabras expresan
uno de los conceptos más teológicos y humanos del Adviento cristiano. Y de
entre todas las promesas que se hacen a Jerusalén, en este caso a la comunidad
cristiana, debemos retener aquello de “paz en la justicia y gloria en la
piedad”. Se invita a Jerusalén que crea en su Dios, que espere en su Dios, que
siempre tiene una respuesta a las tragedias que los hombres provocamos en el
mundo por la injusticia y las opresiones. Sus armas son la misericordia y la
fuerza salvadora de Dios que se expresa por el concepto de gloria. Aunque la
gloria (kabod) sea la majestad con la que Dios se muestra a los hombres,
digamos que expresa el poder que Dios tiene por encima de los poderosos de este
mundo. Porque los dioses y los hombres de este mundo quieren gloria para
esclavizar, mientras que la gloria de Dios es para liberar y salvar.
IIª
Lectura: Filipenses (1,4-11): Convocados a la alegría
II.1. La segunda lectura expresa la
alegría de Pablo porque el evangelio los ha unido entrañablemente, de tal
manera que así reconocen juntos lo que Dios comenzó en aquella comunidad,
mientras el apóstol espera que se mantengan fieles hasta la venida del Señor.
El proemio de esta carta resuena, pues, en el Adviento con la energía de quien
está orgulloso de una comunidad, sencillamente por una cosa, porque han acogido
el “evangelio”. El afecto que Pablo muestra por su comunidad, desde la cárcel,
desde las cadenas, es muy elocuente. Es un orgullo que él esté en la cárcel por
el evangelio y que la comunidad de Filipos se haya interesado vivamente por él.
De esa manera se da cuenta Pablo que su misión de Apóstol, de emisario del
evangelio, es su “gloria”; todo ello vale su peso en oro; no hay consuelo como
ese. La retórica del texto deja traslucir, sin embargo, la verdad de su vida.
II.2. Por otra parte, mantenerse a la
espera de la venida del Señor, no es estar pendientes de catástrofes
apocalípticas, sino de estar unidos siempre al Señor que ha traído la justicia
a este mundo que se pierde en su injusticia. Jesucristo, pues, es el horizonte
de la justicia en el mundo; eso por lo que luchan muchos creyentes y también
personas que no creen. Y ese, en definitiva, es el “evangelio” del que habla
Pablo. El lenguaje escatológico que Pablo usa en estos versos no le hacen
desviar su mirada de la historia concreta de los cristianos que tienen que
mantenerse fieles hasta el final. Y todo con alegría (chara), un tema
verdaderamente recurrente en esta carta (cf 1,4.18.25; 2,2,17-18.28-29; 3,1;
4,1.4), que fue escrita en la cárcel de Éfeso con toda probabilidad. Y porque
la alegría es una de las claves del Adviento, es por lo que se ha escogido este
texto paulino.
Evangelio:
Lucas (3,1-6): La salvación llega a la historia humana
III.1. El evangelio de hoy nos ofrece el
comienzo de la vida pública de Jesús. El evangelista quiere situar y precisar
todo en la historia del imperio romano, que es el tiempo histórico en que
tienen lugar los acontecimientos de la vida de Jesús y de la comunidad
cristiana primitiva. Los personajes son conocidos: el emperador Tiberio sucesor
de Augusto; el prefecto romano en Palestina que era Poncio Pilato; Herodes
Antipas, hijo de Herodes el Grande, como tetrarca de Galilea, donde comenzó a
resonar la buena noticia para los hombres; al igual que Felipe, su hermano, que
lo era de Iturea y Traconítide; los sumos sacerdotes fueron Anás y Caifás. De
todos ellos tenemos una cronología casi puntual. Es un “sumario” histórico, muy
propio de Lucas ¿Y qué?, podemos preguntarnos. Es una forma de poner de
manifiesto que lo que ha de narrar no es algo que puede considerarse que
ocurriera fuera de la historia de los hombres de carne y hueso. La figura
histórica de Jesús de Nazaret es apasionante y no se puede diluir en una piedad
desencarnada. Sería una Jesús sin rostro, un credo sin corazón y un evangelio
sin humanidad.
III.2. El evangelio es absolutamente
histórico y llega como mensaje de juicio y salvación para los que lo escuchan.
Incluso hubo toda una preparación: Juan el Bautista, un profeta de corte
apocalíptico que anuncia, en nombre de Dios, apoyándose en el profeta Isaías,
que algo nuevo llega a la historia, a nuestro mundo. Dios siempre cumple sus
promesas; lo que se nos ha presentado en el libro de Baruc comienza a ser
realidad cuando los hombres se abren al evangelio. Juan el Bautista es
presentado bajo el impacto de Is 40,3-5, para llegar a la última expresión “y
todo hombre verá la salvación de Dios”. Mt 3,3 no nos ha trasmitida la cita de
Isaías más que haciendo referencia a “voz que clama en el desierto: preparad el
camino al Señor y haced derechas sus sendas”. Lucas se engolfa, fascinado, en
el texto del Deutero-Isaías para poner de manifiesto que ya desde Juan el
Bautista la “salvación” está a las puertas. En la tradición cristiana
primitiva, Juan el Bautista es el engarce entre el AT y el NT. Eso significa
que no viene a cerrar la historia salvífica de Dios en el pasado, sino que
quiere hace confluir en el profeta de Nazaret toda la acción salvadora que Dios
ya había realizado en momentos puntuales y volvía a prometer por los profetas,
en una nueva dimensión, para el futuro.
III.3. Efectivamente, para Lucas, la
salvación “sôtería”, si cabe, es la clave de su evangelio. Jesús, al nacer,
recibirá el título de “salvador” (sôtêr) (Lc 2,11) y su vida no debe ser otra
cosa que hacer posible la salvación de Dios. Por eso mismo se encuentra muy a
gusto el tercer evangelista cuando, al presentar la figura de Juan el Bautista,
que es la de un profeta de juicio, subraye que ese juicio será, con Jesús, un
juicio de salvación para toda la humanidad. Para Lucas, Juan el Bautista, que
era un profeta de penitencia, quiere entregar el testigo para que el profeta de
salvación, Jesús, entre en escena. Todo eso independientemente de si Jesús tuvo
algo que ver, alguna vez y por corto tiempo, como discípulo del Bautista. De
hecho, Lucas no está muy interesado en la actividad penitencial o bautismal de
Juan, sino que más bien le importa su actividad de predicador, de profeta, por
eso lo presenta amparado por todo el texto de Is 40,3-5 que Mt se ahorra en
parte y en lo más positivo. Juan el Bautista, para Lucas, es pre-anunciador de
la salvación de Dios.
III.4. Y no podemos menos de poner de
manifiesto, al hilo de la cita de Isaías y del término “todo” (pas: todo valle,
todo monte y colina, todo hombre –aunque el texto griego diga “toda carne”-),
que aparece tres veces, ese carácter universal de la salvación que ahora
preanuncia Juan. ¿Qué significa esto? Pues que esa salvación no es para un
pueblo, ni está encerrada en una tradición religiosa determinada. Lo que ha de
ocurrir rompe todos los esquemas con que se esperaba que Dios actuara. Los
oráculos proféticos de salvación, como el de Baruc de hoy, todavía se quedan
estrechos, aunque sean muy hermosos y esperanzadores. Jerusalén, aún bajo un
simbolismo especial, seguía siendo el centro del judaísmo y de un pueblo que se
empeñaba en que él era diferente, por elegido. Ahora el pasaje del texto
isaiano nos descubre un secreto, el verdadero proyecto del Dios de la
salvación: todos serán salvados. Todos “verán” es como decir “experimentarán”.
(Fr. Miguel de Burgos Núñez O. P.).
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