domingo, 23 de diciembre de 2018

DOMINGO 4º DE ADVIENTO


“Dichosa tú que has creído…”

La liturgia de hoy procede teniendo a la vista las celebraciones próximas de la Navidad. Y nos presenta  un capítulo importante de la vida de la Virgen cual es la Visitación de nuestra Señora. Misterio en verdad de alegría y encuentro familiar que está a la altura de lo que son las fiestas navideñas. No en vano es un misterio gozoso del rosario, pues así lo sintió la Virgen al compartir el misterio de su gravedad con los familiares cercanos y queridos. Se celebra la fiesta de la familia alegrándose del estado de gravidez. Fiesta de convivencia, solidaridad, familiaridad y proximidad con los seres queridos. Tal es la buena noticia de encontrarse en cinta, convivir con quien también ha sido agraciada por Dios con un hijo; estado de esperanza se le llama en lenguaje cotidiano, pues el anuncio de un nuevo ser sigue siendo en nuestro mundo una de las alegrías más señaladas. Es una alegría que no se esconde sino que busca compartirse, comunicarse, ir a contárselo a nuestros allegados, proclamarlo de viva voz, pues no es una vergüenza que se pasa a escondidas y en solitario. El anuncio de estado de esperanza de quien es la humanidad de Dios es motivo para festejarlo con la madre.

La alegría crece en el huerto de la comunión, del convivir y del hacer partícipes a nuestros seres queridos de todo lo bueno que nos suceda. Por el contrario, la amargura, el rencor, la ansiedad, la crispación y el resentimiento pertinaz son incompatibles con la salvación que va a inaugurar el nuevo ser, que es antes que nada un sentimiento de paz. La salvación es el regalo con que Dios se une al estado de gravidez de la Virgen y ella hace partícipes a sus  seres queridos.

DIOS NOS HABLA. ESCUCHAMOS SU PALABRA.

I LECTURA

David, antes de ser rey, había sido un niño pastor de la aldea de Belén. Por eso, esa pequeña aldea evocaba la gran expectativa mesiánica. Desde la aldea más humilde, llegaría el pastor pacífico, el que conduciría a todo el pueblo en nombre de Dios.

Lectura de la profecía de Miqueas 5, 1-4a

Así habla el Señor: “Tú, Belén Efratá, tan pequeña entre los clanes de Judá, de ti, me nacerá el que debe gobernar a Israel: sus orígenes se remontan al pasado, a un tiempo inmemorial. Por eso, el Señor los abandonará hasta el momento en que dé a luz la que debe ser madre; entonces el resto de sus hermanos volverá junto a los israelitas. Él se mantendrá de pie y los apacentará con la fuerza del Señor, con la majestad del nombre del Señor, su Dios. Ellos habitarán tranquilos, porque él será grande hasta los confines de la tierra. ¡Y él mismo será la paz!”.
Palabra de Dios.

Salmo 79, 2ac. 3b. 15-16. 18-19

R. Restáuranos, Señor del universo.

Escucha, Pastor de Israel, tú que tienes el trono sobre los querubines, resplandece, reafirma tu poder y ven a salvarnos. R.

Vuélvete, Señor de los ejércitos, observa desde el cielo y mira: ven a visitar tu vid, la cepa que plantó tu mano, el retoño que tú hiciste vigoroso. R.

Que tu mano sostenga al que está a tu derecha, al hombre que tú fortaleciste, y nunca nos apartaremos de ti: devuélvenos la vida e invocaremos tu Nombre. R.

II Lectura   

La vida de Jesús, terrena y corporal, es ofrenda para el Padre. Él vivió en las mismas condiciones que nosotros, débiles y limitadas, y así, desde su plena humanidad, realizó su obra de amor. Su cuerpo es una oblación santa.

Lectura de la carta a los Hebreos 10, 5-10

Hermanos: Cristo, al entrar en el mundo, dijo: “Tú no has querido sacrificio ni oblación; en cambio, me has dado un cuerpo. No has mirado con agrado los holocaustos ni los sacrificios expiatorios. Entonces dije: Dios, aquí estoy, yo vengo ?como está escrito de mí en el libro de la Ley? para hacer tu voluntad”. Él comienza diciendo: “Tú no has querido ni has mirado con agrado los sacrificios, los holocaustos, ni los sacrificios expiatorios, a pesar de que están prescritos por la Ley”. Y luego añade: “Aquí estoy, yo vengo para hacer tu voluntad”. Así declara abolido el primer régimen para establecer el segundo. Y en virtud de esta voluntad quedamos santificados por la oblación del cuerpo de Jesucristo, hecha de una vez para siempre.
Palabra de Dios.

ALELUYA         Lc 1, 38

Aleluya. Yo soy la servidora del Señor; que se haga en mí según tu Palabra. Aleluya.

EVANGELIO

 “Precisamente porque el ángel habló del embarazo de Isabel como parte del plan de Dios, el apresuramiento de María indica su obediencia a ese plan. Isabel es la madre de un profeta, y después de saludar a María por el enorme honor de ser la madre del Mesías, continúa ‘in crescendo’: ¡Dichosa la que ha creído que se cumplirán las cosas que le fueron dichas de parte de Dios! Esto reitera la suprema importancia de escuchar la Palabra de Dios y cumplirla”.


Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas 1, 39-45

María partió y fue sin demora a un pueblo de la montaña de Judá. Entró en la casa de Zacarías y saludó a Isabel. Apenas esta oyó el saludo de María, el niño saltó de alegría en su vientre, e Isabel, llena del Espíritu Santo, exclamó: “¡Tú eres bendita entre todas las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre! ¿Quién soy yo, para que la madre de mi Señor venga a visitarme? Apenas oí tu saludo, el niño saltó de alegría en mi vientre. Feliz de ti por haber creído que se cumplirá lo que te fue anunciado de parte del Señor”.
Palabra del Señor.

MEDITAMOS LA PALABRA DE DIOS.

Saltó de alegría en mi vientre

Es lo que oímos en la Palabra de Dios. Y lo repite dos veces el evangelio de hoy. Las bendiciones de Dios no esperan a tener un certificado de fe de vida, sino que empiezan desde que Dios nos ama y eso acontece desde el principio de la existencia. La teología usará después este argumento para defender la Inmaculada Concepción, antes de su nacimiento.

Así son las bendiciones que llenan de alegría. Por dos veces se subraya el saltar de alegría en el vientre de la madre. Se salta de alegría porque se posee los dones de Dios. Es la alegría de reconocer al Salvador, igual que harán después los pastores o los Reyes Magos. Y es la alegría de cuantos en el tiempo reconocen la mano de Dios sobre ellos y agradecen profundamente ser deudores del bien inmenso de su salvación. Ser destinatarios de la bendición de Dios desde la infancia, sentirse hermano de quienes son bendecidos por Dios, poder comunicar y celebrar la solidaridad con quienes Dios ha bendecido. Eso es una alegría inmensa, digna de una celebración festiva. Hay que celebrarlo con regocijo. Por eso la Navidad es tiempo de alegría, porque es regalo de Dios en este tiempo y ahora. Y no renunciar a esta alegría porque hoy la haya acaparado una sociedad pagana, pretenciosa y plagada de lacras mortales. Hay que alegrarse de los dones de Dios en la criatura más impotente, como es la del niño en el vientre. Es un regalo depositado en el vientre de María; si, en el vientre,  no en su corazón ni en su espíritu. Es el realismo de la encarnación de la persona divina. El que será la salvación de las gentes en su nacimiento había sido ya antes depositado en el vientre. 

Por ello hay que compartir el gozo, visitar la familia aunque esté “en la montaña” alejada, en “una casa” que no es la propia y “saludando” a un pariente con el que no se convive. Hasta tanto llega el gozo y reconocimiento de quien nos otorga el supremo bien de nuestra salvación. Siendo alegres y haciendo participar de nuestra alegría.

No pueden participar de este sentimiento de gozo quienes, en vez de participar en los sentimientos de gozo por el hijo que llevan en sus entrañas y comparten con los demás, niegan la vida a ese ser indefenso y convierten así lo que debiera ser un día de alegría y gozo en la indigna destrucción de ese ser ya bendecido con una vida y roban al feto  el regalo maravilloso de la vida.

Dichosa tú que has creído… porque se cumplirá lo que te ha dicho el Señor
He aquí una nueva bienaventuranza, que no está entre las recogidas en el evangelio por Mateo. Es la de los que prestan su fe y asentimiento a los planes de Dios y sin indagar ulteriormente, que aceptan todo lo que viene de Dios, los caminos que él nos traza continuamente pero sin cuestionarlos ni menos pedirle cuentas; en el mundo hay muchos que han perdido su fe por sentirse maltratados o preteridos por Dios. En cambio, quienes aceptan los caminos del Señor y siguen amándole, esos son los que han creído. Es en quienes se cumple la palabra de Dios, los que se suben al tren de la salvación, los que se apuntan en la carrera de la vida aunque no sean atletas. Fe es aceptar un regalo sin comprenderlo, callarse ante lo desconocido; todo lo que nos sucede tiene el visto bueno de Dios. Si pedimos explicación a Dios suponiendo que tiene que justificarse, no tenemos fe.

Por eso es la bienaventuranza de quienes se someten a la voluntad de Dios, aceptan todo regalo que viene de Dios aunque no entrara en sus previsiones humanas y celebran festivamente ese regalo con sus personas queridas.  De estos… es el reino de Dios. Celebrar la Visitación de nuestra Señora es sumergirse en lo auténtico de las fiestas navideñas. Es lo primero que hizo la humanidad de Jesús al existir en el mundo: “Aquí estoy yo para hacer tu voluntad” (2ª lectura).

ESTUDIO BÍBLICO.

El silencio de María en la fe y la esperanza

I Lectura: Miqueas (5,1-4): El misterio de lo pequeño

I.1. Las lecturas de este domingo quieren magnificar todo esto que está llegando como lo más concreto de la Navidad. El profeta Miqueas, contemporáneo del gran profeta Isaías, con palabras menos brillantes que ese maestro, pero con intuición no menos radical, presenta los tiempos salvíficos desde la humildad de Belén, donde había nacido David. Por lo mismo, el Mesías  debe venir de otra manera a como se le esperaba. Su experiencia de la invasión asiria y su escándalo de cómo siente y vive Jerusalén, la capital, le inspira un mensaje que ha sido “adaptado” como oráculo mesiánico sobre Belén, el pueblo donde nació el rey David.

I.2. Como sucede en muchos oráculos proféticos no hay nitidez entre el presente inmediato y el futuro. Si miramos el texto en profundidad podría inferir algunos aspectos interesantes y teológicos: Del nuevo rey se destaca: 1) sus orígenes humildes, como humildes fueron los orígenes de David, significados en la aldea de Belén; 2) su continuidad con la dinastía davídica, que gobierna al pueblo "desde tiempo inmemorial"; 3) será el final del tiempo actual de abandono y dispersión: el pueblo entero, incluso el Reino del Norte destruido, será nuevamente reunido; 4) en él se manifestará la obra de Dios que, a través de este rey, velará por su pueblo; 5) el objetivo es que el pueblo pueda vivir en paz, liberado de las angustias que ahora sufre: por eso este rey tiene como nombre la misma paz.

I.3. Este oráculo del profeta Miqueas sobre Belén de Éfrata es asumido en la tradición cristiana por el uso que hacen de él claramente Mateo (2,5-6) y Juan (7,42), con una pregunta con la que se quiere parafrasear una tradición judía. Se consigna la villa de Belén de Judá como el lugar de nacimiento del Mesías esperado. Pero la verdad es que Jesús nunca dio a entender que hubiera nacido en Belén de Judá y más bien parece nacido en Nazaret (cf. Jn 1,45-46; 19,19). Por eso habría que pensar que, fuera de este texto que la tradición cristiana valora en profundidad, el judaísmo oficial pensaba más en Jerusalén, como “ciudad de David” que le pertenecía por conquista. Luego, los cristianos, al aceptar a Jesús como Mesías, después de la resurrección, vieron lógico que naciera en Belén. Pero, asimismo, quisieron ver en el cumplimiento de este oráculo el sentido de lo pequeño y de lo insignificante frente al poder de la capital, donde se decidió la muerte de Jesús. Porque ése es, sin duda, el sentido que también tiene el texto del profeta Miqueas.

II Lectura: Hebreos (10,5-10): Una vida personal para unirnos a Dios

II.1. En la carta a los Hebreos (10,5-10) aparece otro lenguaje distinto para hablar también de la encarnación y de la disponibilidad del Hijo eterno de Dios para ser uno de nosotros, para acompañarnos en ser hombres. Su vida es una ofrenda, no de sacrificios y holocaustos, que no tienen sentido, sino de entrega a nosotros. El texto está construido con el apoyo en el Salmo 40. El autor de la carta rechaza los sacrificios (cuatro géneros de sacrificios) para mostrar su inoperancia: en realidad todos los sacrificios de animales y ofrendas de cualquier tipo, y presenta la vida de Cristo, el Sumo Sacerdote, como verdadero sacrificio: porque es personal.

II.2. El autor considera que es un oráculo de la venida y de la presencia de Cristo: “He aquí que vengo para hacer tu voluntad”. La “encarnación”, pues, viene a sustituir los sacrificios antiguos, porque “Alguien” ha venido de parte de Dios para personalizar humanamente la voluntad de Dios. El culto ritual, pues, frente a la encarnación es lo que el autor infiere de todo este contexto del Sal 40. De esa manera ya desde su “venida”, desde su encarnación, desde su nacimiento, se muestra el misterio de la ofrenda que va a la par con la conciencia más radical. Por eso, en virtud de esta voluntad de Dios, la historia humana y religiosa no se resuelve con la inoperancia de ofrendas sin alma y sin corazón. Dios tenía un proyecto de estar con nosotros para siempre (de una vez por todas). El “cuerpo” en este caso es la persona, su historia desde el primer momento hasta el final.

Evangelio: Lucas (1,39-45): María: confianza absoluta en Dios
III.1. El evangelio de Lucas relata la visita de María a Isabel; una escena maravillosa; la que es grande quiere compartir con la madre del Bautista el gozo y la alegría de lo que Dios hace por su pueblo. Vemos a María que no se queda en el fanal de la “anunciación” de Nazaret y viene a las montañas de Judea. Es como una visita divina, (como si Dios saliera de su templo humano) ya que podría llevar ya en su entrañas al que es “grande, Hijo del Altísimo” y también Mesías porque recibirá el trono de David. ¡Muchos títulos, sin duda! Es verdad que discuten los especialistas si el relato permite hacer estas afirmaciones. Podría ser que todavía María no estuviera embarazada y va a la ciudad desconocida de Judea para experimentar el “signo” que se le ha dado de la anunciación de su pariente en su ancianidad. Por eso es más extraño que María vaya a visitar a Isabel y que no sea al revés. La escena no puede quedar solamente en una visita histórica a una ciudad de Judá. Sin embargo, esa visita a su parienta Isabel se convierte en un elogio a María, “la que ha creído” (he pisteúsasa). Gabriel no había hecho elogio alguno a las palabras de María en la anunciación: “he aquí la esclava del Señor…”, sino que se retira sin más en silencio. Entonces esta escena de la visitación arranca el elogio para la creyente por parte de Isabel e incluso por parte del niño que ella lleva, Juan el Bautista.

III.2. Vemos a María ensalzada por su fe; porque ha creído el misterio escondido de Dios; porque está dispuesta a prestar su vida entera para que los hombres no se pierdan; porque puede traer en su seno a Aquél que salvará a los hombres de sus pecados. Este acontecimiento histórico y teológico es tan extraordinario para María como para nosotros. Y tan necesario para unos y para otros como la misma esperanza que ponemos en nuestras fuerzas. Eso es lo que se nos pide: que esa esperanza humana la depositemos en Jesús. Pero es verdad que leído en profundidad este relato tiene como centro a María, aunque sea por lo que Dios ha hecho en ella. Dios puede hacer muchas cosas, pero los hombres pueden “pasar” de esas acciones y presencias de Dios. El relato, sin embargo, quiere mostrarnos el ejemplo de esta muchacha que con todo lo que se le ha pedido pone su confianza en Dios. Por el término que usa Lucas en boca de Isabel “he pisteúsasa”, la que ha creído, significa precisamente eso: una confianza absoluta en Dios. Si no es así, la salvación de Dios puede pasar a nuestro lado sin darnos cuenta de ello. María y Dios o Dios es María son la esencia de este relato. No es que carezca de su dimensión cristológica, pero todavía no es el momento, para Lucas, de conceder el protagonismo necesario a su hijo Jesús. Asimismo, el salto en el vientre de Juan también es primeramente por la “confianza” de María en Dios. Eso es lo que la hace, pues, la “hija de Sión” del profeta Sofonías.

III.3. Porque hoy también hay una "hija de Sión" y una presencia de Dios en nuestro mundo: Es la comunión de los servidores, de las personas audaces, de los profetas sin nombre, de los que hacen la paz y de los que sufren por la justicia. Una hija o comunidad que supera los límites de cualquier Iglesia determinada y configurada como perfecta. Son como la prolongación de María de Nazaret ante la necesidad que Dios tiene de los hombres para estar cercano a cada uno de nosotros. De ahí que en el Cuarto Domingo de Adviento la liturgia expone el misterio de Dios a nuestra devoción. Y debemos aprender, no a soportar el misterio, sino a amarlo, porque ese misterio divino es la encarnación. Ello significa que la vida se realiza en conexiones mayores de las que el hombre puede disponer y comprender. La vida tiene cosas más profundas para que el hombre pueda gobernarlas, comprenderlas o producirlas a su antojo. Y es que todo lo que nosotros creemos que es lo último, en realidad es lo penúltimo; así nos sucede casi siempre. Y por eso es tan necesaria la fe. De ahí que, con toda razón, este Domingo propone como clave de vivencias la fe; fe en la encarnación, en que Dios siempre esta a nuestro lado, en que debe existir un mundo mejor que este. Y esa fe se nos propone en María de Nazaret, para que advirtamos que el hombre que quiere ser como un dios, se perderá; pero quien acepte al Dios verdadero, vivirá con El para siempre.

III.4. El Cuarto Domingo de Adviento es la puerta a la Navidad. Y esa puerta la abre la figura estelar del Adviento: María. Ella se entrega al misterio de Dios para que ese misterio sea humano, accesible, sin dejar de ser divino y de ser misterio. Y por eso María es el símbolo de una alegría recóndita. En la anunciación, acontecimiento que el evangelio de hoy presupone, encontramos la hora estelar de la historia de la humanidad. Pero es una hora estelar que acontece en el misterio silencioso de Nazaret, la ciudad que nunca había aparecido en toda la historia de Israel. Es en ese momento cuando se conoce por primera vez que existe esa ciudad, y allí hay una mujer llamada María, donde se llega Dios, de puntillas, para encarnarse, para hacerse hombre como nosotros, para ser no solamente el Hijo eterno del Padre, sino hijo de María y hermano de todos nosotros. (Fray Miguel de Burgos Núñez, O. P.).






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