“¿No sabían que yo debía estar en la
casa de mi Padre?”
En medio de estas celebraciones de
Navidad, donde los buenos sentimientos, los reencuentros, los deseos de paz y
armonía parece que nos llenan el corazón más que en ningún otro momento del
año, nos encontramos a la familia de Nazaret. Y tenemos la oportunidad de
recordar al contemplarla que nuestras familias son un espacio privilegiado de
amor y de cuidado, nidos de sabiduría, donde siendo niños aprendimos las cosas
realmente importantes, donde nos cuidaron con amor y donde nosotros tenemos el
privilegio de poder cuidar a nuestros seres queridos.
En todas las lecturas se hace presente
el amor como causa y sustento de las relaciones familiares, el respeto, el
cuidado, la paciencia, el agradecimiento y la confianza, no son más que caras
de ese gran poliedro que es el amor. Y ese amor nos ilumina incluso ante el
desconcierto o el desacuerdo y nos muestra cómo debemos relacionarnos entre
nosotros con respeto y libertad.
Y Dios, en medio de todo, pidiendo su
espacio, llamándonos para mostrarnos que
cuando somos capaces de dedicarle tiempo nuestros horizontes se expanden, y
aunque como Jesús volvamos a casa a nuestras tareas ordinarias, nunca volvemos
de la misma manera si realmente abrimos nuestros ojos y nuestros oídos a su
Palabra.
DIOS NOS HABLA. ESCUCHAMOS SU PALABRA.
I LECTURA
El nombre Samuel se
explica con una etimología popular: "Dios escucha". Ana eligió este
nombre para su hijo porque esa había sido su experiencia de Dios: Dios la había
escuchado. Por esta razón, el niño fue llevado a la Casa de Dios y consagrado
en su presencia.
Lectura del primer libro de Samuel 1, 20-22. 24-28
En aquellos días, Ana
concibió, y a su debido tiempo dio a luz un hijo, al que puso el nombre de
Samuel, diciendo: “Se lo he pedido al Señor”. El marido, Elcaná, subió con toda
su familia para ofrecer al Señor el sacrificio anual y cumplir su voto. Pero
Ana no subió, porque dijo a su marido: “No iré hasta que el niño deje de mamar.
Entonces lo llevaré y él se presentará delante el Señor y se quedará allí para
siempre”. Cuando el niño dejó de mamar, lo subió con ella, llevando además un
novillo de tres años, una mediada de harina y un odre de vino, y lo condujo a
la Casa del Señor en Silo. El niño era aún muy pequeño. Y después de inmolar el
novillo, se lo llevaron a Elí. Ella dijo: “Perdón, señor mío, ¡por tu vida,
señor!, yo soy aquella mujer que estuvo aquí junto a ti, para orar al Señor.
Era este niño lo que yo suplicaba al Señor, y él me concedió lo que le pedía.
Ahora yo, a mi vez, se lo cedo a él: para toda su vida queda cedido al Señor”.
Después se postraron delante del Señor.
Palabra de Dios.
Salmo 83, 2-3. 5-6. 9-10
R. ¡Señor, felices los que habitan en tu Casa!
¡Qué amable es tu Morada,
Señor del Universo! Mi alma se consume de deseos por los atrios del Señor; mi
corazón y mi carne claman ansiosos por el Dios viviente. R.
¡Felices los que habitan en
tu Casa y te alaban sin cesar! ¡Felices los que encuentran su fuerza en ti, al
emprender la peregrinación! R.
Señor del universo, oye mi
plegaria, escucha, Dios de Jacob; protege, Dios, a nuestro Escudo y mira el
rostro de tu Ungido. R.
II LECTURA
Dios nos hace sus
hijos, con lo cual pasamos a formar parte de su familia. Es un inmenso regalo
pertenecer a la familia de Dios y vivir en comunión.
Lectura de la primera carta de san Juan 3, 1-2. 21-24
Queridos hermanos: ¡Miren
cómo nos amó el Padre! Quiso que nos llamáramos hijos de Dios, y nosotros lo
somos realmente. Si el mundo no nos reconoce, es porque no lo ha reconocido a
él. Queridos míos, desde ahora somos hijos de Dios, y lo que seremos no se ha
manifestado todavía. Sabemos que cuando se manifieste, seremos semejantes a él,
porque lo veremos tal cual es. Queridos míos, si nuestro corazón no nos hace
ningún reproche, podemos acercarnos a Dios con plena confianza, y él nos
concederá todo cuanto le pidamos, porque cumplimos sus mandamientos y hacemos
lo que le agrada. Su mandamiento es éste: que creamos en el nombre de su Hijo
Jesucristo, y nos amemos los unos a los otros como él nos ordenó. El que cumple
sus mandamientos permanece en Dios, y Dios permanece en él; y sabemos que él
permanece en nosotros, por el Espíritu que nos ha dado.
Palabra de Dios.
ALELUYA cf.
Hech 16, 14b
Aleluya. Señor, toca nuestro
corazón, para que aceptemos las palabras de tu Hijo. Aleluya.
EVANGELIO
A los 12 años, los
niños judíos comenzaban a ser considerados maduros para participar plenamente
en las ceremonias del culto. Allí, en el Templo de Jerusalén, la Casa de Dios,
Jesús muestra mucho más que su madurez humana: declara que su misión tiene que
ver con las cosas del Padre. Es una revelación incipiente, que por un tiempo
permanecerá misteriosa para su familia. María y José serán testigos del
crecimiento y la madurez de Jesús en la cotidianeidad de su hogar.
✜ Evangelio de nuestro Señor
Jesucristo según san Lucas 2, 41-52
Los padres de Jesús iban
todos los años a Jerusalén en la fiesta de la Pascua. Cuando el niño cumplió
doce años, subieron como de costumbre, y acabada la fiesta, María y José
regresaron, pero Jesús permaneció en Jerusalén sin que ellos se dieran cuenta.
Creyendo que estaba en la caravana, caminaron todo un día y después comenzaron
a buscarlo entre los parientes y conocidos. Como no lo encontraron, volvieron a
Jerusalén en busca de él. Al tercer día, lo hallaron en el Templo en medio de los
doctores de la Ley, escuchándolos y haciéndoles preguntas. Y todos los que lo
oían estaban asombrados de su inteligencia y sus respuestas. Al verlo, sus
padres quedaron maravillados y su madre le dijo: “Hijo mío, ¿por qué nos has
hecho esto? Piensa que tu padre y yo te buscábamos angustiados”. Jesús les
respondió: “¿Por qué me buscaban? ¿No sabían que Yo debo ocuparme de los
asuntos de mi Padre?”. Ellos no entendieron lo que les decía. Él regresó con
sus padres a Nazaret y vivía sujeto a ellos. Su madre conservaba estas cosas en
su corazón. Jesús iba creciendo en sabiduría, en estatura y en gracia delante
de Dios y de los hombres.
Palabra del Señor.
MEDITAMOS LA PALABRA DE DIOS.
A pesar de que las relaciones familiares
de las lecturas están fuertemente condicionadas por su contexto no deja de
sorprendernos como apelan a lo profundamente humano, empezando por el
Eclesiástico, que nos invita a pagar la deuda de cuidado que tenemos con
nuestros padres. Todos nacemos indefensos y profundamente dependientes. Si
sobrevivimos fue por el amor y cuidado que recibimos. Al igual que Dios creó y
cuidó a sus criaturas, nuestros padres así lo hicieron con nosotros, y
respetarles, escucharles y cuidarles es nuestra forma de pagar esa deuda de
cuidado que todos tenemos. Debemos pararnos a pensar que cuidar de nuestros
ancianos y enfermos no es una carga, es un privilegio. ¿Cuántas personas que
pierden a sus seres queridos de forma abrupta, o que no puede atenderlos en su
enfermedad por la distancia o por su propia salud no querrían tener la
oportunidad que a veces por cansancio miramos con desgana? ¿Quién no querría
tener el tiempo para acompañar a su madre en su enfermedad o su hermano en sus
problemas?
El Salmo no recuerda que las bendiciones
del Señor siempre generan vida, fecundidad, expansión personal. Y Dios no nos
promete ociosidad, sino algo tan sencillo como comer del fruto de nuestro
trabajo y ser dichosos. Que satisfacción genera el trabajo bien hecho, y
todavía más cuando los frutos de ese trabajo son compartidos o benefician a las
personas que queremos. El trabajo bien entendido dignifica. Cuantos problemas
genera la falta de trabajo o la explotación insana que destruye los sueños de
aquellos que no pueden vivir dignamente de los frutos de su trabajo.
San Pablo habla del amor como vínculo de
la unidad perfecta. Más que pensar en expresiones descontextualizadas hoy en
día y que son reflejo de otras épocas pasadas, pensemos en cómo construir hoy
relaciones familiares plenas, inspiradas a la luz del Evangelio. Jesús genera nuevos modelos de relación desde
el respeto a la identidad personal, escucha, acompaña, pregunta o responde,
pero no impone, deja espacio a la persona para que haga su propio camino. Una
familia construida desde el amor profundo no es aquella en la que no hay
conflictos, sino aquella en la que los conflictos se resuelven desde el dialogo
sincero y la confianza. Jesús mismo en el Evangelio de hoy toma sus propias
decisiones, y decide quedarse en Jerusalén sin avisar a sus padres. Sus
prioridades y las suyas no eran las mismas ¿Cuántas veces nos ha pasado a
nosotros? ¿Cuantas veces no entendemos por qué para mi hijo o para mi madre
“eso” es tan importante? El texto nos muestra cómo ser un buen hijo o un buen
padre no consiste en vivir en un acuerdo permanente (que probablemente será
superficial) sino en gestionar los conflictos de cada día desde la confianza
que surge al saber que la persona que tenemos enfrente nos quiere y que aunque
no nos entienda podemos contar con ella, y que siempre tendremos un sitio en su
corazón.
Que estos días de fiesta nos sirvan para
recordar lo que es realmente importante: Jesús nace y con su nacimiento nos
recuerda lo afortunados que somos porque un día todos fuimos ese niño recién
nacido al que alguien cogió en brazos como un tesoro. Ojalá seamos capaces de
mirar a nuestros seres queridos así y trasmitirles nuestro amor, sabiendo que
por muy grande que sea nuestro amor, no será más que un pálido reflejo del amor
que Dios nos tiene a cada uno de nosotros.
ESTUDIO BÍBLICO.
¿No sabíais que yo debía estar en la
casa de mi Padre?
La tradición litúrgica reserva este
primer domingo después de Navidad a la Sagrada Familia de Nazaret. El tiempo de
Nazaret es un tiempo de silencio, oculto, que deja en lo recóndito de esa
ciudad de Galilea, desconocida hasta que ese nombre aparece por primera vez en
el relato de la Anunciación de Lucas y en el evangelio de hoy, una carga muy
peculiar de intimidades profundas. Es ahí donde Jesús se hace hombre también,
donde su personalidad psicológica se cincela en las tradiciones de su pueblo, y
donde madura un proyecto que un día debe llevar a cabo. Sabemos que
históricamente quedan muchas cosas por explicar; es un secreto que guarda
Nazaret como los vigilantes (Nazaret viene del verbo nasar, que significa
vigilar o florecer; el nombre de Nazaret sería flor o vigilante). En todo caso,
Nazaret, hoy y siempre, es una sorpresa, porque es una llamada eterna a
escuchar la voz de Dios y a responder como lo hizo María.
I Lectura: Eclesiástico (3,3-7;14-17):
El misterio creador de ser padres
La primera lectura de este domingo está
tomada del Ben Sirá o Eclesiástico.
Tener un padre y una madre es como un tesoro, decía la sabiduría antigua,
porque sin padre y sin madre no se puede ser persona. Por eso Dios, a pesar de
que lo confesamos como Omnipotente y Poderoso, no se encarnó, no se acercó a
nosotros sin ser hijo de una madre. Y
también aprendió a tener un padre. La familia está formada por unos padres y
unos hijos y nadie está en el mundo sin ese proceso que no puede reducirse a lo
biológico. No tenemos otra manera de venir al mundo, de crecer, de madurar y
ello forma parte del misterio de la creación de Dios. Por eso el misterio de
ser padres no puede quedar reducido solamente a lo biológico. Eso es lo más
fácil, y a veces irracional, del mundo. Ser padres, porque se tienen hijos, es
un misterio de vida que los creyentes sabemos que está en las manos de Dios.
Como el relato de Lucas estará centrado
en la respuesta de Jesús a “las cosas de mi Padre”, se ha tenido en cuenta el
elogio del padre humano de Jesús, que no es otro que José, tal como se le
conocía perfectamente en Nazaret. Aunque Jesús, o Lucas más bien, ha querido
decir que el “Padre” de Jesús es otro, no se quiere pasar por alto el papel del
“padre humano” que tuvo Jesús en Nazaret. Incluso la arqueología nos muestra
esa casa de José dónde se llevó a María; donde Jesús vivió con ellos hasta que,
contando como con unos treinta años, abandonó su hogar para dedicarse a la
predicación del Reino de Dios; donde posteriormente se reúne una comunidad
judeo-cristiana para vivir sus experiencia religiosas.
II Lectura: Colosenses (3,12-21): Los
valores de una familia cristiana
La lectura de este domingo es de
Colosenses y está identificada en gran parte como un “código ético y
doméstico”, porque nos habla del comportamiento de los cristianos entre sí, en
la comunidad. Lo que se pide para la comunidad cristiana -misericordia, bondad,
humildad, mansedumbre, paciencia-, para los que forman el “Cuerpo de Cristo”,
son valores que, sin mayor trascendencia, deben ser la constante de los que han
sido llamados a ser cristianos. Son valores de una ética que tampoco se pueda
decir que se quede en lo humano. No es eso lo que se puede pedir a nivel
social. Aquí hay algo más que los cristianos deben saber aportar desde esa
vocación radical de su vida. La misericordia no es propio de la ética humana,
sino religiosa. Es posible que en algunas escuelas filosóficas se hayan pedido
cosas como estas, pero el autor de Colosenses está hablando a cristianos y
trata de modificar o radicalizar lo que los cristianos deben vivir entre sí; de
ello se deben “revestir”.
El segundo momento es, propiamente
hablando, el “código doméstico” que hoy nos resulta estrecho de miras, ya que
las mujeres no pueden estar “sometidas” a sus maridos. Sus imágenes son propias
de una época que actualmente se quedan muy cortas y no siempre son
significativas. Todos somos iguales ante el Señor y ante todo el mundo, de esto
no puede caber la menor duda. El código familiar cristiano no puede estar contra
la liberación o emancipación de la mujer o de los hijos. Por ser
cristianos, no podemos construir una
ética familiar que esté en contra de la dignidad humana. Pero es verdad que el
código familiar cristiano debe tener un perfil que asuma los valores que se han
pedido para “revestirse” y construir el
“cuerpo de Cristo”, la Iglesia. Por tanto, la misericordia, la bondad,
la humildad, la mansedumbre y la paciencia, que son necesarias para toda
familia, lo deben ser más para una familia que se sienta cristiana. Si los
hijos deben obedecer a sus padres, tampoco es por razones irracionales, sino
porque sin unos padres que amen y protejan, la vida sería muy dura para ellos.
Evangelio: Lucas (2,41-52): "Las
cosas de mi Padre"
III.1. Esta escena del evangelio, “el
niño perdido”, ha dado mucho que hablar en la interpretación exegética. Para
los que hacen una lectura piadosa, como se puede hacer hoy, sería solamente el
ejemplo de cómo Jesús es “obediente”. Pero la verdad es que sería una lectura
poco audaz y significativa. El relato tiene mucho que enseñar, muchas miga,
como diría algún castizo. Es la última escena de evangelio de la Infancia de
Lucas y no puede ser simplemente un añadido “piadoso” como alguno se imagina.
Desde el punto de vista narrativo, la escena de mucho que pensar. Lo primero
que debemos decir que es hasta ahora Jesús no ha podido hablar en estos
capítulos (Lc 1-2). Siempre han hablado por él o de él. Es la primera palabra
que Jesús va a pronunciar en el evangelio de Lucas.
III.2. El marco de referencia: la
Pascua, en Jerusalén, como la escena anterior del texto lucano, la purificación
(Lc 2,22-40), dan mucho que pensar. Por eso no podemos aceptar la tesis de
algunos autores de prestigio que se han aventurado a considerar la escena como un
añadido posterior. Reducirla simplemente a una escena anecdótica para mostrar
la “obediencia” de Jesús a sus padres, sería desvalorizar su contenido
dinámico. Es verdad que estamos ante una escena familiar, y en ese sentido
viene bien en la liturgia de hoy. El que se apunte a la edad de los doce años,
en realidad según el texto podríamos interpretarlo “después de los doce”, es
decir, los treces años, que es el momento en que los niños reciben su Bar
Mitzvá (que significa=hijo del mandamiento) y se les considera ya capaces de
cumplirlos. A partir de su Bar Mitzvá es ya adulto y responsable de sus actos y
de cumplir con los preceptos (las mitzvot). No todos consideran que este
simbolismo esté en el trasfondo de la narración, pero sí considero que se debe
tener en cuenta. De ahí que se nos muestre discutiendo con los “los maestros”
en el Templo, al “tercer día”. Sus padres –habla su madre-, estaban buscándolo
angustiados (odynômenoi). En todo caso, las referencias a los acontecimientos
de la resurrección no deben dejar ninguna duda. Este relato, en principio, debe
más a su simbología de la pascua que a la anécdota histórica de la infancia de
Jesús. Por eso mismo, la narración es toda una prefiguración de la vida de
Jesús que termina, tras pasar por la muerte, en la resurrección. Esa sería una
exégesis ajustada del pasaje, sin que por ello se cierren las posibilidades de
otras lecturas originales. Si toda la infancia, mejor, Lc 1-2, viene a ser una
introducción teológica a su evangelio, esta escena es el culmen de todo ello.
III.3. Las palabras de Jesús a su madre
se han convertido en la clave del relato: “¿no sabíais que debo ocuparme de las
cosas de mi Padre?”. Yo no estaría por la traducción “¿no sabíais que debo
estar en la casa de mi padre?”, como han hecho muchos. El sentido cristológico
del relato apoya la primera traducción. Jesús está entre los doctores porque
debe discutir con ellos las cosas que se refieren a los preceptos que ellos
interpretan y que sin duda son los que, al final, le llevarán a la muerte y de
la muerte a la resurrección. Es verdad que con ello el texto quiere decir que
es el Hijo de Dios, de una forma sesgada
y enigmática, pero así es. Como hemos insinuado antes, es la primera vez que
Lucas hace hablar al “niño” y lo hace para revelar qué hace y quién es. Por eso debemos concluir que ni se ha
perdido, ni se ha escapado de casa, sino que se ha entregado a una causa que ni
siquiera “sus padres” pueden comprender totalmente. Y no se diga que María lo
sabía todo (por el relato de la anunciación), ya que el mismo relato nos dirá
al final que María: “guardaba todas estas cosas en su corazón” (2,51). Porque
María en Lc 1-2, no es solamente María de Nazaret la muchacha de fe
incondicional en Dios, sino que también representa a una comunidad que confía
en Dios y debe seguir los pasos de Jesús.
III.4. Y como la narración de Lc 2,41-52
da mucho de sí, no podemos menos de sacar otras enseñanzas posibles. Si hoy se
ha escogido para la fiesta de la Sagrada Familia, deberíamos tener muy en
cuenta que la alta cristología que aquí se respira invita, sin embargo, a
considerar que el Hijo de Dios se ha revelado y se ha hecho “persona” humana en
el seno de una familia, viviendo las
relaciones afectivas de unos padres, causando angustia, no solamente alegría,
por su manera de ser y de vivir en momentos determinados. Es la humanización de
lo divino lo que se respira en este relato, como en el del nacimiento. El Hijo
de Dios no hubiera sido nada para la humanidad si no hubiera nacido y crecido
en familia, por muy Hijo de Dios que sea confesado (cosa que solamente sucede a
partir de la resurrección). Aunque se deja claro todo con “las cosas de mi
Padre”, esto no sucedió sin que haya pasado por nacer, vivir en una casa,
respetar y venerar a sus padres y decidir un día romper con ellos para
dedicarse a lo que Dios, el Padre, le pedía: anunciar y hacer presente el
reinado de Dios. Es esto lo que se preanuncia en esta narración, antes de
comenzar su vida pública, en que fue necesario salir de Nazaret, dejar su casa y
su trabajo… Así es como se ocupaba de las cosas del Padre. (Fray Miguel de
Burgos Núñez, O. P.).
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