jueves, 1 de noviembre de 2012

TODOS LOS SANTOS


1 DE NOVIEMBRE DE 2012

SOLEMNIDAD DE TODOS LOS SANTOS

“Alégrense y regocíjense entonces,
porque ustedes tendrán una gran recompensa en el cielo.”

La Iglesia nos convoca hoy para celebrar y recordar a todos los santos. Es un día esplendoroso que nos repite algo ya conocido: son muchos los hombres y mujeres que pasaron por esta tierra tratando de hacer el bien, siguiendo las huellas de Jesucristo. La fiesta nos dice, también, que vivir en esta tierra no es caminar desorientados o perdidos en la noche. Nos dice que estamos sobre la tierra como producto del amor de Dios. Su llamada universal a la santidad es la certeza de que ante Él todos somos iguales y a todos nos espera cumpliendo su deseo. La llamada, por tanto, afecta a todos ya que todos somos hijos de Dios. Muchos hombres y mujeres a lo largo de la historia respondieron con fidelidad a esa llamada. Hoy los recordamos a todos, englobados en esa unidad donde no se destacan nombres o particularidades. Son multitud, gracias a Dios, y son la constatación de que la santidad está al alcance de todos. Es día para dar gracias por el triunfo de la gracia en estas buenas personas. Ellas siguen señalando el camino por donde imitar a Jesucristo.

La santidad, en este sentido, no es otra cosa que vivir coherentemente esa condición filial, conscientes de que responder a esa llamada es responsabilidad de cada uno. Es verdad que en esa respuesta nos jugamos nuestra felicidad. Es lo que nos propone Jesús en el Evangelio al ofrecernos las bienaventuranzas como camino seguro hacia una vida dichosa ya aquí, mientras vamos caminando hacia el encuentro definitivo y pleno con Dios.

CONTEMPLAMOS LA PALABRA

PRIMERA LECTURA

Estos santos que cantan delante del trono de Dios pertenecen al pueblo de Israel y a todas las naciones de la tierra. Son todos esos hombres y mujeres que en su vida terrenal han sido "servidores de Dios". Con su presencia, han hecho que nuestro mundo tenga un anticipo de la alegría celestial. Y ahora están gozando de esa alegría definitiva.

Lectura del libro del Apocalipsis 7, 2-4. 9-14

Yo, Juan, vi a un Ángel que subía del Oriente, llevando el sello del Dios vivo. Y comenzó a gritar con voz potente a los cuatro Ángeles que habían recibido el poder de dañar a la tierra y al mar: "No dañen a la tierra, ni al mar, ni a los árboles, hasta que marquemos con el sello la frente de los servidores de nuestro Dios". Oí entonces el número de los que habían sido marcados: eran ciento cuarenta y cuatro mil, pertenecientes a todas las tribus de Israel. Después de esto, vi una enorme muchedumbre, imposible de contar, formada por gente de todas las naciones, familias, pueblos y lenguas. Estaban de pie ante el trono y delante del Cordero, vestidos con túnicas blancas; llevaban palmas en la mano y exclamaban con voz potente: "¡La salvación viene de nuestro Dios que está sentado en el trono, y del Cordero!". Y todos los Ángeles que estaban alrededor del trono, de los Ancianos y de los cuatro Seres Vivientes, se postraron con el rostro en tierra delante del trono, y adoraron a Dios, diciendo: "¡Amén! ¡Alabanza, gloria y sabiduría, acción de gracias, honor, poder y fuerza a nuestro Dios para siempre! ¡Amén!". Y uno de los Ancianos me preguntó: "¿Quiénes son y de dónde vienen los que están revestidos de túnicas blancas?". Yo le respondí: "Tú lo sabes, señor". Y él me dijo: "Estos son los que vienen de la gran tribulación; ellos han lavado sus vestiduras y las han blanqueado en la sangre del Cordero".
Palabra de Dios.

SALMO

Salmo 23, 1-6

R. ¡Benditos los que buscan al Señor!

Del Señor es la tierra y todo lo que hay en ella, el mundo y todos sus habitantes, porque él la fundó sobre los mares, él la afirmó sobre las corrientes del océano. R.

¿Quién podrá subir a la Montaña del Señor y permanecer en su recinto sagrado? El que tiene las manos limpias y puro el corazón; el que no rinde culto a los ídolos ni jura falsamente. R.

Él recibirá la bendición del Señor, la recompensa de Dios, su Salvador. Así son los que buscan al Señor, los que buscan su rostro, Dios de Jacob. R.

SEGUNDA LECTURA

"Aún no se ha manifestado lo que seremos". En esta existencia, ya renovada por la gracia de Dios, todavía no percibimos totalmente nuestra condición de hijos e hijas de Dios. Todavía, en este mundo, el pecado ensombrece esa dignidad filial. Pero caminamos en la esperanza de llegar a vivir, en forma plena y definitiva, nuestra comunión con Dios.

Lectura de la primera carta de san Juan 3, 1-3

Queridos hermanos: ¡Miren cómo nos amó el Padre! Quiso que nos llamáramos hijos de Dios, y nosotros lo somos realmente. Si el mundo no nos reconoce, es porque no lo ha reconocido a él. Queridos míos, desde ahora somos hijos de Dios, y lo que seremos no se ha manifestado todavía. Sabemos que cuando se manifieste, seremos semejantes a él, porque lo veremos tal cual es. El que tiene esta esperanza en él, se purifica, así como él es puro.
Palabra de Dios.

EL EVANGELIO PARA EL DÍA DE HOY

Las bienaventuranzas nos presentan un modo de santidad que se realiza en la vida cotidiana: en vez de imponerse por la fuerza, actuar con mansedumbre; en vez de buscar el lujo o la opulencia, tener alma de pobre; en vez de aspirar al aplauso y el éxito fácil, trabajar constantemente por la paz y la justicia. Esa es la santidad a la que nos llama Jesús, la que el mundo necesita.

Ì Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Mateo 4, 25-5, 12

Seguían a Jesús grandes multitudes, que llegaban de Galilea, de la Decápolis, de Jerusalén, de Judea y de la Transjordania. Al ver a la multitud, Jesús subió a la montaña, se sentó, y sus discípulos se acercaron a él. Entonces tomó la palabra y comenzó a enseñarles, diciendo: "Felices los que tienen alma de pobres, porque a ellos les pertenece el Reino de los Cielos. Felices los afligidos, porque serán consolados. Felices los pacientes, porque recibirán la tierra en herencia. Felices los que tienen hambre y sed de justicia, porque serán saciados. Felices los misericordiosos, porque obtendrán misericordia. Felices los que tienen el corazón puro, porque verán a Dios. Felices los que trabajan por la paz, porque serán llamados hijos de Dios. Felices los que son perseguidos por practicar la justicia, porque a ellos les pertenece el Reino de los Cielos. Felices ustedes, cuando sean insultados y perseguidos, y cuando se los calumnie en toda forma a causa de mí. Alégrense y regocíjense entonces, porque ustedes tendrán una gran recompensa en el cielo; de la misma manera persiguieron a los profetas que los precedieron".
Palabra del Señor.

COMPARTIMOS LA PALABRA

Entre el desafío y la nostalgia

La frase es de León Bloy y refleja muy bien la conclusión, que una reflexión general de la existencia, nos puede ofrecer si queremos medirla en su profundidad más auténtica: “Hay una sola tristeza: la de no ser santos”. Es la única tristeza porque define que la existencia vivida al margen de los valores del evangelio no ha logrado su objetivo, ha quedado varada escuchando de lejos la llamada del mar infinito que es Dios. Que sea la única tristeza que hay que valorar es signo de que la santidad debería ser lo que definiera la vida de todo seguidor de Jesús. Por eso, la fiesta de todos los santos que hoy celebramos nos recuerda que el santo ha acertado al diseñar y vivir el sentido de toda su existencia; le ha dado plenitud desarrollando lo que de él espera Dios y ha puesto en funcionamiento lo mejor que de Él ha recibido. El recordar hoy a esa multitud, un tanto anónima, que ha logrado traspasar la barrera de lo ordinario para vivir desde una exigencia intensa su condición de persona, se convierte para todos en un desafío. Ellos lo hicieron ¿por qué yo no?
La fiesta nos habla también de nostalgia. Estamos hechos para caminar hacia Dios, ya que solo Él puede saciar nuestra sed de absoluto. La frase de San Agustín explica una vez más esta realidad: “Nos hiciste Señor para ti y nuestro corazón está inquieto hasta descansa en ti”. En el fondo toda persona en la que brilla la bondad de manera especial nos remite a ese deseo de santidad que está presente también en nuestro interior. No canalizarlo adecuadamente hacia quien puede satisfacerlo, es quedarnos a mitad de camino. Esta muchedumbre de buenas personas que hoy conmemoramos nos dice que es posible realizar este sueño. Los santos nos recuerdan que ese deseo profundo está presente en todos y la mayor tristeza es no haberle encontrado salida. Desviarnos, por tanto, del camino, es optar por separarnos, cada vez más, de lo que a todos nos atrae porque estamos hechos para seguirlo y obtener así nuestro deseo: vivir para Dios y en Dios. Esta muchedumbre de personas a las que hoy recordamos no tuvieron aptitudes extraordinarias que hicieran fácil su camino; sintieron como todos el anhelo de Dios y, por encima de todas sus carencias, trataron de encauzarlo siguiendo a Jesucristo. La llamada a la santidad sigue resonando en nuestro interior aunque afanes diversos nos lo oculten.

La identidad más depurada del hombre cristiano

La primera lectura nos sitúa ante la gran muchedumbre que se contempla al final del camino y que se sitúa ante el Cordero tributándole honor, participando así de su gloria. La pregunta surge con naturalidad: “Éstos que están vestidos con vestiduras blancas, ¿quiénes son y de dónde han venido?” Y la respuesta deja clara su identidad: “son los que vienen de la gran tribulación; han lavado sus vestiduras y las han blanqueado con la sangre del Cordero”. Es decir, ellos adoptaron una forma de vida que procede del mismo Jesús y no se acomodaron a lo que el mundo les ofrecía; al contrario, permanecieron fieles a las exigencias del evangelio. Y esto no ha sido una tarea fácil; al contrario, les ha ocasionado dificultades y sufrimiento, pero han vencido. La gran tribulación fue la prueba donde se curtió su fidelidad. Al final del camino viven la alegría de estar ante quien ha presidido sus vidas y ahora viven la gran fiesta donde se premia su fidelidad.

La segunda lectura ahonda en esa identidad. “Ahora somos ya hijos de Dios y aún no se ha manifestado lo que seremos. Sabemos que cuando se manifieste seremos semejantes a Él”. Lo que somos es parte de un proceso que hemos de ir viviendo para desembocar en la plenitud. Estamos en camino y es en ese camino donde se ha de ir reflejando nuestra condición de hijos. No caminamos como apátridas, sabemos hacia dónde vamos y quién nos acompaña. Cuanto más vivo sea ese carácter filial y mejor se reproduzca en nuestra conducta más claro será el camino por donde avanzamos y más auténticamente seremos nosotros mismos, más nítidamente aparecerá nuestra identidad. Dios no viene a borrar nuestra condición personal para diluirla en un todo neutralizador del individuo. En esa semejanza brillará su luz iluminando lo que realmente somos partiendo de nuestra individualidad.

Las dos lecturas proclaman que nuestro ser cristiano se define por la fidelidad a nuestra condición de hijos de Dios. Una fidelidad que acepta la paternidad amorosa de Dios y que la explicita día a día, entre incertidumbres y dudas, pero que vive de ella sabiendo que pide esfuerzo. Es esa condición filial la que convierte a los hombres en hermanos y define a una gran multitud que viene de toda nación, raza, pueblo y lengua para aclamar juntos al Cordero inmolado. Una condición reconocida y aceptada de hijos que abarca a todos los que están abiertos a acoger, explícita o implícitamente, el mensaje del Reino.

Invitación a seguir sus huellas

Las bienaventuranzas que se proclaman en el evangelio del día ajustan ese modo de vida. Ellas nos explicitan cómo vivió Jesús. Solo desde esa experiencia suya puede proclamarlas. No son una imposición, tampoco una expresión de buen deseo. Son una constatación de lo que significa vivir según los valores del evangelio y las consecuencias que de ello se siguen. El proceso para llegar a comprender y asumir esas actitudes no es nada fácil ya que parecen ir contra corriente. Desde la educación que recibimos a las pautas que rigen en la sociedad, se nos invita a lo contrario e, incluso, en su ejecución parece subyacer el riesgo de encontrar la oposición y la muerte. Pese a todo, el resultado que Jesús enuncia es claro: la felicidad.

En un mundo un tanto desnortado las bienaventuranzas manifiestan cómo dar sentido a la vida y, en ese aspecto, nos hablan de algo que es nuclear en los seguidores de Jesús. Vivir esas bienaventuranzas es acercarnos, por una parte, al sentido más profundo de la vida del mismo Jesús y, por otra, a la felicidad, el deseo más intenso que todos llevamos dentro. Son la propuesta que hace Jesús ante la aspiración de todo ser humano de encontrar la felicidad, ese espacio donde todos gastamos nuestras fuerzas. Bien es verdad que, con frecuencia, esas fuerzas se van en conformarnos con una felicidad a corto plazo. El riesgo de buscarla en los sitios más equivocados y de la manera más errónea está presente en nuestra vida. Por eso, no es extraño que en la lucha diaria nos quedemos en la superficie de todo aquello que son compensaciones inmediatas. Y ahí puede surgir una constatación un tanto pesimista: concluir que la felicidad no existe y acabar desconfiando de las grandes promesas y de las palabras hermosas. No es extraño, por eso, que se acabe recortando las aspiraciones más hondas y se renuncie a la dicha que todos buscamos en el fondo de nuestro ser.

Ante el escepticismo o el desaliento las palabras de Jesús surgen claras: es posible alcanzar la felicidad, pero hay que subvertir valores y seguir sus palabras con fidelidad. Los santos supieron escuchar y poner en práctica sus palabras. Cada uno, a su manera, supo encarnar alguna de estas bienaventuranzas de forma especial. Hoy, desde la experiencia vivida, nos llega su mensaje: fueron auténticos hijos de Dios que, viviendo en fidelidad, atravesaron todas las inclemencias que el mundo opuso a esa fidelidad. Hoy los recordamos como modelos a seguir. Sus nombres tienen poco interés, son muchedumbre. Su vida es constatación de que la gracia sigue operando entre los hombres cuando vivimos abiertos a su fuerza.

La fiesta nos invita a dar gracias a Dios por tantas personas buenas que han sido fieles a Jesucristo y han contribuido con su bondad a hacer un mundo más humano donde se refleja mejor la realidad del Reino. Al mismo tiempo nos invita a revisar nuestra propia vida a la luz de lo que esa muchedumbre de santos proclama, desde el convencimiento de que ser hijos de Dios es un compromiso que encuentra en las bienaventuranzas su mejor expresión.

ESTUDIO BÍBLICO

Saber ser hijos de Dios como programa de santidad

La liturgia de este día nos brinda la celebración de una de las fiestas más populares y entrañables: la festividad de todos los Santos y , a la vez, la ocasión para reconsiderar nuestra vida cristiana mirando hacia adelante, hacia el final de la historia de cada uno y de la humanidad.

Iª Lectura: Apocalipsis (7,2-4.9-14): El canto de los redimidos

I.1. En la primera lectura, en dos visiones, se nos muestra la apertura del misterio de la historia con la visión del ángel que trae el sello para guardar a aquellos que deben ser liberados de la destrucción. El libro del Apocalipsis, como sucede en la literatura de este tipo, literatura religiosa por excelencia, pero radicalmente mítica, necesita ser interpretado con la riqueza de los símbolos. Este tipo de literatura se produce en tiempos de crisis y debemos estar atentos a no confundir simbolismo con realidad. El sello sobre los siervos de Dios sella su pertenencia a El y, por lo mismo, la garantía de ser salvados.- La visión de la multitud inmensa, incontable, es un paso más en este simbolismo y probablemente propone algo que se relaciona con las diferencias entre el Antiguo y el Nuevo Testamento, entre la antigua y la nueva Alianza. Por eso se dice que, si en la primera visión se habla 144.000, era para hablar del pueblo de la Antigua Alianza, mientras que el “número incontable” representa al nuevo pueblo de Dios que ha ganado Cristo, el Cordero sacrificado, con su sangre. Los ángeles, los mensajeros de Dios, realizan sus planes del juicio y de salvación. Por eso, cuatro de ellos están en los cuatro puntos cardinales, dispuestos a desencadenar los vientos que destruyan el mal de la historia; pero de Oriente llega otro mensajero (donde nace el Sol: Dios), que trae la gran noticia, de que antes deben poner un señal en las puertas como sucedió a los israelitas en el momento de la Pascua de Egipto. Estamos, pues, ante una famosa liturgia Pascual, del día del Señor, en la que el autor nos ha querido situar al principio de su obra.

I.2. En el texto se nos quiere hablar de mártires, pero también de todos aquellos que han pasado por la tribulación de la historia, se han lavado en el bautismo, en nombre de Jesucristo, en el misterio Pascual...y están ante el trono de Dios. Las palmas, en la antigüedad, son signo de los vencedores. Y, aunque pudiera centrarse en los que han sido martirizados y han vencido por el martirio, no se puede pensar que todos son mártires. Por eso, más bien se trata de una palma para alabar a Dios y a Cristo que son los auténticos vencedores de la historia. El tema que se propone es el de la salvación (aparece aquí y en Ap 12,10 y 19,1). Se insinúa algo de los Salmos 118,25, 3,9. El sentido es que Dios ha liberado a los hombres del poder del mal, representado en el Imperio, como Satanás y como la gran prostituta en las otras dos citas que hemos mencionado. La victoria, pues, de los hombres y de los mártires pertenece muy especialmente al Cordero, quien ha dado su vida precisamente para que sea vencido el poder de los hombres que engendra el odio y la muerte.

I.3. Pero la “palma” se la lleva el himno que es una confesión de fe: la salvación se debe a Dios y al Cordero. La salvación, la liberación... no dependen de los hombres, sino que es una gracia de Dios que ellos han acogido y se han mantenido fieles a la fuerza salvífica del amor crucificado, de la Pascua. Por eso lo proclaman en la liturgia celeste. Y entonces, toda la asamblea celeste (ángeles, ancianos y vivientes), se prosternan ante Dios y lo adoran cantando: Amen… Bendición y gloria, sabiduría y acción de gracias, honor, poder y fortaleza a nuestro Dios por los siglos de los siglos. Amen (v. 12). Los que han muerto fieles a Dios y a Cristo, bien en el martirio, bien en su fidelidad a la fe cristiana centrada en el misterio Pascual, han pasado por la tribulación de la historia, donde reina el poder del mal. Pero ahora gozan de la fidelidad eterna, aunque hayan pasado por la muerte. Lavar sus vestiduras en la sangre del Cordero es una teología bautismal, también eucarística, inspirada en algunos textos del AT (Ex 19,10.14).

I.4. La muerte y la resurrección de Cristo son el punto clave de la teología del bautismo y de la eucaristía. La imagen que se ha escogido para expresar la felicidad es que están ante el trono: y Dios los cobija en su tienda, la shekiná, la presencia de Dios, como Jn 1,14 había escogido para expresar el misterio de la encarnación. Ahora es cuando se cumple la profecía del Enmanuel verdaderamente, porque Dios estará con los resucitados para siempre. No tendrán más hambre, ni tendrán más sed: expresiones de debilidad, de necesidad; ni caerá sobre ellos el sol, como si estuvieran en el desierto, porque Dios mismo es la razón de su existencia. Y Cristo, el Cordero, será el que apaciente a su pueblo, será pastor siendo Cordero, para llevarlos a las fuentes de agua viva. Efectivamente, los vv. 15-17 son las imágenes escogidas por el autor del Ap para hablar de la vida futura, escatológica, de la victoria sobre la muerte según muchas expresiones que podemos encontrar en los textos del AT (v.g. Is 25, 8) y de la teología joánica (Jn 4,14; 7,38), que son las fuentes de la revelación.

IIª Lectura: Iª de Juan (3,1-3): La imagen de hijos de Dios

II.1. Este texto es una teología sobre la vida cristiana que se representa bajo la imagen y la experiencia de “ser hijos de Dios”. Se trata de una alta teología como corresponde al círculo de las comunidades cristianas de Juan, tanto del evangelio como de las cartas. Y en este marco teológico deberíamos pensar que, precisamente el misterio de la santidad que hoy se celebra hace referencia directa a que lo más importante de la vida cristiana es ser, y no perder, la imagen de hijos de Dios.

II.2. Si el título cristológico más coherente de la teología joánica, justamente, es lo que afecta a la filiación divina de Jesús, también para sus seguidores debe existir una posibilidad de vivir en el ámbito de las relaciones entre el Padre y el Hijo. Por ello se dice que seremos semejantes a Él. Muchos santos ,desconocidos para nosotros, lo son porque han sabido guardar sencillamente la imagen de hijos de Dios en sus vidas. Por eso, la expresión “veremos a Dios tal cual es” viene a ser una de las afirmaciones más teológicas. El misterio de Dios se hará luz y “hijos de Dios” no tendremos miedo de contemplar el “rostro” de Dios, la intimidad de Dios, la misericordia de Dios. Para eso se nos ha creado y para eso hemos nacido. ¡Vivamos con esperanza!

Evangelio: Mateo (5,1-12): Las opciones del Reino

III.1. El evangelio de esta fiesta es ya proverbial; se trata de las bienaventuranzas de Mateo, cuyo texto, además, tiene la solemnidad de una proclamación, sobre un monte (de ahí el Sermón de la Montaña en que está contextualizado), y para toda la multitud, como sería la multitud incontable del texto de Apocalipsis ( primera lectura). Es la carta magna del discipulado, de la vida cristiana, del seguimiento de Jesús, de la salvación futura. Las bienaventuranzas son creativas, no cuantitativas. Son los puntos más determinantes con los cuales Jesús ha pretendido una nueva humanidad, un nuevo pueblo. No se trata de proponer algo exótico, mágico o taumatúrgico, sino algo bien humano. No obstante, es verdad que se plantea un auténtico esfuerzo por conquistar la gloria, la libertad y la paz. Se propone la pobreza que libera el corazón de muchas ataduras, la misericordia que introduce en las relaciones humanas la benevolencia y el perdón, la limpieza de corazón para juzgar y ser juzgados, la lucha por la justicia, porque Dios es justo. Se proclaman bienaventurados por haber elegido lo que el mundo no elige, simplemente porque odia; por haberse decidido por el sentido mejor de la vida. Se trata de una posibilidad de santidad que se debe vivir ya desde ahora, aquí en nuestra historia; no queda para después de que todo haya acabado.

III.2. Se ha insistido mucho en los aspectos literarios y exegéticos de las bienaventuranzas de Mateo (5,1-12) y de Lucas (6,20-22) sobre el tenor original, es decir, aquellas que están más cerca de las palabras de Jesús. Sin duda, todo tiene su sentido, pero quedan muchas preguntas sobre la mesa, porque se permiten diferentes interpretaciones. El texto original que se tomó del texto de Q (sea simplemente Documento o Evangelio como algunos defienden hoy) podría estar bien representado en Lucas, pero no es algo absoluto. Sabemos que las bienaventuranzas tienen un ámbito muy coherente en la literatura sapiencial, la que enseña a vivir, a comportarse, a elegir lo que da o no da sentido a la vida. La propuesta de Jesús, por lo tanto, no está lejos de este contexto sapiencial: con las bienaventuranzas Jesús quiere proclamar el Reino de Dios y quiere enseñar a vivir en ese Reino al que dedica su vida. Son expresiones que nos muestran a un Jesús “profeta escatológico” (no necesariamente apocalíptico), que quería anunciar lo que debería cambiar esta historia.

III.3. Algunos especialistas han hecho una traducción sobre las bienaventuranzas en las que siempre es determinante el verbo “elegir”. Considero que puede ser discutible, pero es esclarecedor. Eso significa que proclamar bienaventurado (makários) a alguien no es porque sí, por su cara bonita, porque es un desgraciado o porque es o ha nacido en esta o aquella situación. En las bienaventuranzas, por su tono sapiencial, son muy importante las opciones: elegir ser pobre y no rico en este mundo; elegir la justicia y no otra cosa; elegir la paz. Aquí están representados los valores del reino, los valores de la vida ante Dios. Esto, independientemente de las bienaventuranzas auténticas de Jesús o las añadidas por la tradición catequética de la comunidad de Mateo. Es verdad que el término “elegir” no está en el texto, pero lo implica necesariamente. ¿Por qué? Porque no se trata de una proclamación sin contar con la voluntad soberana del hombre que vive y hace la historia.

III.4. Un factor muy importante de lectura e interpretación sería hacer el intento de traducir a un lenguaje de hoy el texto de las bienaventuranzas; teniendo en cuenta ese sentido sapiencial del que hemos hablado y esa “opción” o “elección” que hemos planteado como necesaria. Debemos conservar las palabras del evangelio, de Mateo o de Lucas, si es posible en su tenor y en su sentido original. Pero hoy debemos enriquecer nuestra comprensión de las mismas con el “espíritu” que emana de ellas. Es como cuando hemos vivido y atravesado un puente romano durante todo la vida, pero ahora, sin destruir ese puente, porque la ciudad ha crecido, hacemos uno nuevo, con tecnología punta. Subsisten los dos, pero quizás por el romano no pueden pasar todos los vehículos pesados de hoy. Los limpios de corazón, por ejemplo, son dichosos porque están abiertos a los demás y los valoran como hijos de Dios. Es decir, seamos creativos y proféticos al interpretar las bienaventuranzas del Reino.

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