domingo, 12 de enero de 2014

EL BAUTISMO DEL SEÑOR


"Tú eres mi Hijo, el amado, el predilecto."

El evangelio de hoy da testimonio de la intensa experiencia espiritual de Juan Bautista, porque lo muestra completamente extasiado ante la figura de Jesús. Toda su existencia tiene sólo un sentido: anunciar al Mesías, dar lugar al Salvador, señalarlo para que las miradas se dirijan al único Señor. Y Juan presenta a Jesús como el Cordero que quita el pecado del mundo, el que existía desde antes, el que tiene el Espíritu Santo y lo comunica. Los judíos podían entender qué significaba eso de ser el “Cordero”, ya que ellos ofrecían corderos en sacrificio para implorar el perdón de Dios por sus pecados. Jesús, el Cordero, venía a entregarse a sí mismo por nosotros, para que ya no fuera necesario ofrecer animales en sacrificio, sino simplemente recibir el perdón que él trae generosamente; porque se entregó a sí mismo por nosotros, él fue el cordero que se inmoló en el altar de la cruz por los pecados de todos. Y su sacrificio tiene valor infinito, porque él no es un cualquiera. Si bien Juan el Bautista fue engendrado antes que Jesús, sin embargo Juan dice que Jesús existía antes que él (v.30); Juan da testimonio de que “él es el Hijo de Dios” (v. 34). Al mismo tiempo, se muestra que, a diferencia del bautismo de Juan, el bautismo de Jesús no derrama sólo Santo. El bautismo de Juan es sólo signo y preparación, pero el de Jesús es fuente de vida eterna.

Jesús es el que bautiza con el Espíritu Santo, nos sumerge en la vida nueva, en la luz, en el poder del Espíritu Santo para que entremos en otra dimensión y nuestra vida llegue a transformarse completamente.


CONTEMPLAMOS LA PALABRA

PRIMERA LECTURA   

La elección no es un privilegio, sino un servicio prestado a la humanidad. La misión del servidor consiste en atender en forma preferencial a los más necesitados, a los ciegos y a los cautivos. Porque en ese servidor, Dios sigue revelando su voluntad de transformar las situaciones de muerte en vida plena.

Lectura del libro de Isaías 42, 1-4. 6-7

Así habla el Señor: Este es mi Servidor, a quien yo sostengo, mi elegido, en quien se complace mi alma. Yo he puesto mi espíritu sobre él para que lleve el derecho a las naciones. Él no gritará, no levantará la voz ni la hará resonar por las calles. No romperá la caña quebrada ni apagará la mecha que arde débilmente. Expondrá el derecho con fidelidad; no desfallecerá ni se desalentará hasta implantar el derecho en la tierra, y las costas lejanas esperarán su Ley. Yo, el Señor, te llamé en la justicia, te sostuve de la mano, te formé y te destiné a ser la alianza del pueblo, la luz de las naciones, para abrir los ojos de los ciegos, para hacer salir de la prisión a los cautivos y de la cárcel a los que habitan en las tinieblas.
Palabra de Dios.
SALMO

Salmo 28, 1a. 2-3ac. 4. 3b. 9c-10

R. El Señor bendice a su pueblo con la paz.

¡Aclamen al Señor, hijos de Dios! ¡Aclamen la gloria del nombre del Señor adórenlo al manifestarse su santidad! El Señor bendice a su pueblo con la paz. R.

¡La voz del Señor sobre las aguas! El Señor está sobre las aguas torrenciales. ¡La voz del Señor es potente, la voz del Señor es majestuosa! R.

El Dios de la gloria hace oír su trueno. En su Templo, todos dicen: “¡Gloria!”. El Señor tiene su trono sobre las aguas celestiales, el Señor se sienta en su trono de Rey eterno. R.

SEGUNDA LECTURA

Estas palabras que pronuncia Pedro recuerdan el orden de los acontecimientos en la vida de Jesús. Fue después de hacerse bautizar por Juan que comenzó con su ministerio público. Ese bautismo marca el momento en el cual el Espíritu Santo empuja a Jesús a manifestarse al mundo, lleno del poder de Dios, que es servicio y amor.

Lectura de los Hechos de los Apóstoles 10, 34-38

Pedro, tomando la palabra, dijo: Verdaderamente, comprendo que Dios no hace acepción de personas, y que en cualquier nación, todo el que lo teme y practica la justicia es agradable a él. Él envió su Palabra al pueblo de Israel, anunciándoles la Buena Noticia de la paz por medio de Jesucristo, que es el Señor de todos. Ustedes ya saben qué ha ocurrido en toda Judea, comenzando por Galilea, después del bautismo que predicaba Juan: cómo Dios ungió a Jesús de Nazaret con el Espíritu Santo, llenándolo de poder. Él pasó haciendo el bien y sanando a todos los que habían caído en poder del demonio, porque Dios estaba con él.
Palabra de Dios.

EVANGELIO

Juan Bautista predica un cambio de vida. Esto mismo es lo que hace Jesús: deja su vida cotidiana en Nazaret, el pueblo de la provincia de Galilea donde creció, para comenzar su ministerio público. Para confirmar y señalar esta misión, la voz del cielo señala la verdadera identidad de Jesús. Este es el hijo muy querido, es el que tiene el favor y la predilección de Dios. En él se cumplirá lo que el profeta Isaías ha anunciado acerca del siervo: esta predilección de Dios tiene como fin el servicio de salvación de toda la humanidad.

Ì Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Mateo 3, 13-17

Jesús fue desde Galilea hasta el Jordán y se presentó a Juan para ser bautizado por él. Juan se resistía, diciéndole: “Soy yo el que tiene necesidad de ser bautizado por ti, ¡y eres tú el que viene a mi encuentro!”. Pero Jesús le respondió: “Ahora déjame hacer esto, porque conviene que así cumplamos todo lo que es justo”. Y Juan se lo permitió. Apenas fue bautizado, Jesús salió del agua. En ese momento se abrieron los cielos, y vio al Espíritu de Dios descender como una paloma y dirigirse hacia él. Y se oyó una voz del cielo que decía: “Este es mi Hijo muy querido, en quien tengo puesta toda mi predilección”.
Palabra del Señor.

COMPARTIMOS LA PALABRA

Año tras año, después de repasar y evaluar lo que nos han deparado los últimos 365 días, nos afanamos en escribir la lista de los nuevos y buenos propósitos.

Ordenar las carpetas, hacer deporte, ser puntual, comer sano... Cada uno tendrá su particular lista donde aparecerán propósitos para el trabajo, para sus momentos de ocio, propósitos personales… Pero... ¿tenemos en esa lista propósitos sociales, espirituales y de justicia?

Son tiempos de carencias, de desarraigos, de pérdida de derechos, de injusticias sociales, de incoherencias políticas, de usos desmedidos del poder, de primas de riesgo y locuras económicas… El mundo está falto de justicia y quienes tenemos la sensibilidad de captar esa falta no debemos olvidar ponerla en nuestra lista. Como primer punto estaría bien.

Al igual que en las aguas del Jordán, las promesas bautismales nos pueden servir de ayuda para organizar esos propósitos de vida y fe.

En nuestra bienvenida a la comunidad cristiana a todos y cada uno se nos proclamó como profeta, sacerdote y rey.

"Profetas", para hablar a los hombres de Dios. Es nuestra labor evangelizadora, de anuncio y denuncia, de predicación con los hechos, con los gestos, con el amor.

"Sacerdotes", para hablar a Dios de los hombres. La Oración es nuestra manera de conectar, de ser punto de unión con nuestro Padre-Madre Dios. Oración activa, oración aglutinadora, oración inclusiva… “hay que ser sacerdote antes de ser Profeta, hay que hablar a Dios de los hombres, antes que hablar a los hombres de Dios”.

"Reyes", para vivir con el amor y la humildad de Jesús, ofrecer protección a nuestros hermanos y canalizar y administrar la justicia de nuestro tiempo.

Tiempo en el que también tiene cabida la esperanza, la empatía, el compromiso, la coherencia, el valorar lo sencillo y autentico, lo natural y todo aquello que nos une.

Será más fácil con la renuncia a todo lo que nos aleja de estos propósitos y creyendo y defendiendo lo que nos acerca a Dios, aunque a veces cueste y suponga un esfuerzo por nuestra parte.

La primera lectura ya nos deja la reseña; "Promoverá fielmente el derecho". Despacito, sin pausa, pero con firmeza. Nuestra denuncia, nuestra aportación, tendrá sus frutos. Sin necesidad de reconocimiento, sin grandes ruidos. Pero con la certeza de que quietos no podemos ni debemos quedarnos.



ESTUDIO BÍBLICO

Con la fiesta del Bautismo del Señor que celebramos en el segundo domingo de Enero se cierra el tiempo de Navidad para introducirnos en la liturgia del tiempo ordinario. En la Navidad y Epifanía hemos celebrado el acontecimiento más determinante de la historia del mundo religioso: Dios ha hecho una opción por nuestra humanidad, por cada uno de nosotros, y se ha revelado como Aquél que nunca nos abandonará a un destino ciego y a la impiedad del mundo. Esa es la fuerza del misterio de la encarnación: la humanidad de nuestro Dios que nos quiere comunicar su divinidad a todos por su Hijo Jesucristo. La escena del Bautismo de Jesús, en los relatos evangélicos, viene a romper el silencio de Nazaret de varios años (se puede calcular en unos treinta). El silencio de Nazaret, sin embargo, es un silencio que se hace palabra, palabra profética y llena de vida, que nos llega en plenitud como anuncio de gracia y liberación.

Iª Lectura: Isaías (42,1-4.6-7): Te he hecho luz de las naciones

I.1. De las lecturas de la liturgia de hoy, debemos resaltar que el texto profético, con el que comienza una segunda parte del libro de Isaías (40) -cuya predicación pertenece a un gran profeta que no nos quiso legar su nombre, y que se le conoce como discípulo de Isaías (los especialistas le llaman el Deutero-Isaías, o Segundo Isaías)-, es el anuncio de la liberación del destierro de Babilonia. Este mensaje, después, se propuso como símbolo de los tiempos mesiánicos, y los primeros cristianos acertaron a interpretarlo como programa del profeta Jesús de Nazaret, que recibe en el bautismo su unción profética.

I.2. Este es uno de los Cantos del Siervo de Yahvé (Isaías 42,1-7); nos presenta a ese personaje misterioso del que habla el Deutero-Isaías, que prosiguió las huellas y la escuela del gran profeta del s. VIII a. C., como el mediador de una Alianza nueva. Los especialistas han tratado de identificar al personaje histórico que inspiró este canto del profeta, y muchos hablan de Ciro, el rey de los persas, que dio la libertad al pueblo en el exilio de Babilonia. Pero la tradición cristiana primitiva, por su parte, ha sabido identificar a aquél que puede ser el mediador de una nueva alianza de Dios con los hombres y ser luz de las naciones: Jesucristo, el Hijo encarnado de Dios.

IIª Lectura: Hechos (10,34-38): Bautizado en el Espíritu

II.1. La segunda lectura es un testimonio de la tradición apostólica, de la que nace el evangelio de Jesucristo, poniendo de manifiesto lo que han vivido con Jesús aquellos que han sido testigos desde el momento del Bautismo. Es el punto de partida de la vida pública y profética de Jesús de Nazaret; el momento en que se rompe el silencio de Nazaret para iluminar a los hombres. Pedro, que predica el evangelio por primera vez a una familia pagana en Cesarea, rompiendo con los miedos a salir y dejar el judaísmo que le ataban hasta ahora, proclama su experiencia más personal con Jesús. El discurso, pues, de Hch 10 tiene una importancia muy particular para el autor de esta obra, Lucas. Se ha dicho que este es un ejemplo fehaciente del kerygma, de aquello que era la proclamación más esencial de los apóstoles. Pero aquí viene acotado por el apunte de cómo los testigos de la palabra han sido también testigos de la vida de Jesús, desde el bautismo hasta su muerte, y después, las experiencias de la resurrección.

II.2. El texto es un resumen muy particular, de un valor muy significativo. Lo que sucedió en Judea, la muerte y resurrección de Cristo, “comenzó en Galilea” por medio de la unción, en el bautismo de Jesús, del Espíritu. Precisamente en este texto lucano no se menciona, ni a Juan el Bautista ni el mismo hecho del bautismo de agua; de alguna manera como en el relato evangélico de Lucas (3,21-22) que apenas se detiene en el bautismo para subrayar cómo, en oración, Jesús es realmente “bautizado” por el Espíritu que ha de acompañarle siempre como el profeta; y un profeta no puede vivir sin el Espíritu.

Evangelio: Mateo (3,13-17): Solidario con el pueblo

III.1. El evangelio de Mateo describe la escena del bautismo, como es legítimo, en las perspectivas y con los perfiles propios de la teología de este evangelista, donde “cumplir toda justicia” es sintomático. ¿Fue Jesús un seguidor de Juan el Bautista antes de comenzar su misión? Esto no está descartado en la interpretación más histórica de los evangelios. Es verdad que Jesús consideró el movimiento del Bautista como una llamada del tiempo nuevo que se acercaba, pero en su conciencia más personal él debía comenzar algo más nuevo y original. El Bautismo de Jesús, por Juan, sin que carezca de valor histórico, nos es presentado como un símbolo que permite hacer una ruptura entre el Antiguo y el Nuevo Testamento, entre la Antigua y la Nueva Alianza, entre el tiempo de preparación y el tiempo del cumplimiento de las promesas. Por eso Jesús recibe el Espíritu que le garantiza su misión profética más personal. Ya aquí se perfilan en su verdadera dimensión las palabras de libro de Isaías que leemos hoy. Nadie, como Jesús, puede traer al mundo unas nuevas relaciones entre Dios y los hombres.

III.2. El texto de Mateo sobre el bautismo no se limita solamente a plasmar la escena, -con un fuerte sentido cristológico-, que le ha suministrado Mc 1,9-11; quiere ir más allá. Por eso es original la negación de Juan a bautizar a Jesús y la respuesta de éste cuando señala: “conviene que cumplamos así toda justicia”. Mucho se ha discutido esta expresión, especialmente “toda justicia”, y no podemos olvidar las intenciones particulares de la teología mateana sobre este concepto de justicia (dikaiosynê). ¿Se quería decir que Jesús, a diferencia de los que venían al bautismo de Juan, no lo necesitaba? Esa es la tesis más común en la interpretación, pero no debemos exagerar este aspecto. Por lo tanto, la intención en este caso es que Jesús quiere ser solidario con el pueblo y ve en las palabras del Bautista el anuncio de un tiempo nuevo que exige “metánoia”, cambio de mentalidad, conversión, para dejar que el tiempo nuevo de Dios transforme la historia y la misma vida religiosa del pueblo. Jesús, pues, acepta ser bautizado porque quiere participar con el pueblo en este nuevo momento, del que él personalmente, por la fuerza del Espíritu, ha de ser protagonista.

III.3. Ese cambio, pues, de mentalidad o nuevo horizonte no estará limitado a un acto penitencial con agua en el Jordán, por mucho simbolismo que ello entrañe. Es el Espíritu que ha de recibir Jesús el que traerá esa nueva mentalidad y esa nueva época. Si bien el relato lleva un sello cristológico indiscutible (“mi hijo amado en quien me complazco), tampoco es exagerado, es decir, en el texto no se respira esa alta cristología con que posteriormente se ha interpretado en la tradición, hasta el punto de ver más un acontecimiento “trinitario” que cualquier acontecimiento religioso en el que se quiere mostrar la diferencia entre lo que pedía Juan y lo que ha de pedir Jesús en su proclamación del Reino. Como se ha puesto de manifiesto en las distintas lecturas de los relatos evangélicos, de los tres, pero especialmente de Mateo y Lucas, el bautismo pasa a segundo término y todo tiene el sentido de la “unción profética por medio del Espíritu”. Eso no quiere decir que Jesús no fuera bautizado por Juan, ¡desde luego que sí! Pero lo que vale es mostrar que no ha de llegar el momento nuevo por bautismos penitenciales (el judaísmo lo practicaba frecuentemente); lo nuevo es la era del Espíritu, que viene sobre Jesús y ha de comunicar y trasmitir a todo el pueblo. El Bautismo de Jesús, pues, se enmarca en el movimiento de Juan el Bautista que llamaba a su pueblo al Jordán (el río por el que el pueblo del Éxodo entró en la Tierra prometida) para comenzar, por la penitencia y el perdón de los pecados, una era nueva donde fuera posible volver a tener conciencia e identidad de pueblo de Dios. Jesús quiso participar en ese movimiento por solidaridad con la humanidad. Es verdad que los relatos evangélicos van a tener mucho cuidado de mostrar que ese acto del bautismo va a servir para que se rompa el silencio de Nazaret y todo el pueblo pueda escuchar que Él no es un pecador más que viene a hacer penitencia. Pero no es la penitencia y los símbolos viejos los que cambian el horizonte de la historia y de la humanidad, sino el que dejemos que Dios sea verdaderamente el Señor de nuestra vida.



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