domingo, 23 de marzo de 2014

DOMINGO 3° DE CUARESMA


“Señor, dame de esa agua; así no tendré más sed”

En el camino de la Cuaresma, Moisés representa la etapa del Éxodo, de aquella Pascua que fue imagen y anticipo de la que se cumplió en Jesús. Aquella salida de la esclavitud de Egipto se convierte en profecía de la resurrección y ascensión de Jesús de este mundo al Padre, y anuncio de nuestra propia liberación del mal, del pecado y de la muerte.

Este tercer domingo de Cuaresma, junto a las figuras relevantes de Moisés, Jesús y la samaritana, cabe destacar el especial simbolismo del camino, la sed y el agua. En el evangelio se nos da cuenta de que Jesús, el Hijo de Dios hecho hombre, camina por la vida. También se cansa y se fatiga como nosotros. Y tiene sed. Pero Él ha venido a eso. A ser como nosotros y a encontrarse con cada uno, también tantas veces fatigados en la vida, cansados de caminar, sedientos.

La Palabra de Dios nos invita hoy a tomar conciencia una vez más, de que Dios sigue con nosotros, camina a nuestro lado, ofreciéndonos siempre el reposo y aliento que precisamos para continuar con una vida más digna y plena. Reconocemos que muchas veces no acudimos a Él como el mejor pozo, el mejor manantial, la mejor agua para experimentar ya aquí la vida eterna, para vivir para siempre.

DIOS NOS HABLA. CONTEMPLAMOS SU PALABRA.

I LECTURA   

“Para comprender toda la belleza de esta figura, hay que tener el marco histórico en que sucedió. Fue cuando los israelitas huyendo de Egipto se encuentran en el desierto sedientos y casi blasfeman: ‘¿Está o no está Dios con nosotros? ¿Nos vas a dejar morir de sed? Mejor no nos hubieras sacado de aquel cautiverio’. ¡Qué difíciles son los pueblos ante los que los quieren redimir! Y Moisés se dirige a Dios ?orar es el escape de todo profeta?: ‘¡Señor! ¿Qué hago con este pueblo? ¡Me van a apedrear, me van a matar!’. Y Dios, con la serenidad de la omnipotencia, él que va guiando por pasos difíciles que parecen imposibles a los pueblos, calma a Moisés” (Mons. O. Romero, 26/2/1978).

Lectura del libro del Éxodo 17, 1-7

Toda la comunidad de los israelitas partió del desierto de Sin y siguió avanzando por etapas, conforme a la orden del Señor. Cuando acamparon en Refidim, el pueblo no tenía agua para beber. Entonces acusaron a Moisés y le dijeron: “Danos agua para que podamos beber”. Moisés les respondió: “¿Por qué me acusan? ¿Por qué provocan al Señor?”. El pueblo, torturado por la sed, protestó contra Moisés diciendo: “¿Para qué nos hiciste salir de Egipto? ¿Sólo para hacernos morir de sed, junto con nuestros hijos y nuestro ganado?”. Moisés pidió auxilio al Señor, diciendo: “¿Cómo tengo que comportarme con este pueblo, si falta poco para que me maten a pedradas?”. El Señor respondió a Moisés: “Pasa delante del pueblo, acompañado de algunos ancianos de Israel, y lleva en tu mano el bastón con que golpeaste las aguas del Nilo. Ve, porque yo estaré delante de ti, allá sobre la roca, en Horeb. Tú golpearás la roca, y de ella brotará agua para que beba el pueblo”. Así lo hizo Moisés, a la vista de los ancianos de Israel. Aquel lugar recibió el nombre de Masá –que significa “Provocación”– y de Meribá –que significa “Querella”– a causa de la acusación de los israelitas, y porque ellos provocaron al Señor, diciendo: “¿El Señor está realmente entre nosotros, o no?”.
Palabra de Dios.

Salmo 94, 1-2. 6-9

R. Cuando escuchen la voz del Señor, no endurezcan el corazón.

¡Vengan, cantemos con júbilo al Señor, aclamemos a la Roca que nos salva! ¡Lleguemos hasta él dándole gracias, aclamemos con música al Señor! R.

¡Entren, inclinémonos para adorarlo! ¡Doblemos la rodilla ante el Señor que nos creó! Porque él es nuestro Dios, y nosotros, el pueblo que él apacienta, las ovejas conducidas por su mano. R.

Ojalá hoy escuchen la voz del Señor: “No endurezcan su corazón como en Meribá, como en el día de Masá, en el desierto, cuando sus padres me tentaron y provocaron, aunque habían visto mis obras”. R.

II LECTURA   

Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los cristianos de Roma 5, 1-2. 5-8

La Pascua no es “para los que se portan bien” o un premio “por no haber pecado”. Es justamente al revés: en la Pascua, celebramos la salvación de quienes somos pecadores, y por eso es fundamentalmente Acción de Gracias.

Hermanos: Justificados por la fe, estamos en paz con Dios, por medio de nuestro Señor Jesucristo. Por él hemos alcanzado, mediante la fe, la gracia en la que estamos afianzados, y por él nos gloriamos en la esperanza de la gloria de Dios. Y la esperanza no quedará defraudada, porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo, que nos ha sido dado. En efecto, cuando todavía éramos débiles, Cristo, en el tiempo señalado, murió por los pecadores. Difícilmente se encuentra alguien que dé su vida por un hombre justo; tal vez alguno sea capaz de morir por un bienhechor. Pero la prueba de que Dios nos ama es que Cristo murió por nosotros cuando todavía éramos pecadores.
Palabra de Dios.
EVANGELIO    

Señor, nosotros te pedimos, “danos de beber”. Tu agua calma la sed de nuestra alma, de nuestras búsquedas, de nuestros dolores y angustias. Señor, caminamos en un desierto, y muchas veces nos queremos quedar tirados, porque se nos van las fuerzas. Por eso, tu agua es fundamental para que podamos seguir caminando.

Ì Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Juan 4, 5-42

Jesús llegó a una ciudad de Samaría llamada Sicar, cerca de las tierras que Jacob había dado a su hijo José. Allí se encuentra el pozo de Jacob. Jesús, fatigado del camino, se había sentado junto al pozo. Era la hora del mediodía. Una mujer de Samaría fue a sacar agua, y Jesús le dijo: “Dame de beber”. Sus discípulos habían ido a la ciudad a comprar alimentos. La samaritana le respondió: “¡Cómo! ¿Tú, que eres judío, me pides de beber a mí, que soy samaritana?”. Los judíos, en efecto, no se trataban con los samaritanos. Jesús le respondió: “Si conocieras el don de Dios y quién es el que te dice: ‘Dame de beber’ tú misma se lo hubieras pedido, y él te habría dado agua viva”. “Señor, le dijo ella, no tienes nada para sacar el agua y el pozo es profundo. ¿De dónde sacas esa agua viva? ¿Eres acaso más grande que nuestro padre Jacob, que nos ha dado este pozo, donde él bebió, lo mismo que sus hijos y sus animales?”. Jesús le respondió: “El que beba de esta agua tendrá nuevamente sed, pero el que beba del agua que yo le daré, nunca más volverá a tener sed. El agua que yo le daré se convertirá en él en manantial que brotará hasta la Vida eterna”. “Señor, le dijo la mujer, dame de esa agua para que no tenga más sed y no necesite venir hasta aquí a sacarla”. Jesús le respondió: “Ve, llama a tu marido y vuelve aquí”. La mujer respondió: “No tengo marido”. Jesús continuó: “Tienes razón al decir que no tienes marido, porque has tenido cinco y el que ahora tienes no es tu marido; en eso has dicho la verdad”. La mujer le dijo: “Señor, veo que eres un profeta. Nuestros padres adoraron en esta montaña, y ustedes dicen que es en Jerusalén donde se debe adorar”. Jesús le respondió: “Créeme, mujer, llega la hora en que ni en esta montaña ni en Jerusalén ustedes adorarán al Padre. Ustedes adoran lo que no conocen; nosotros adoramos lo que conocemos, porque la salvación viene de los judíos. Pero la hora se acerca, y ya ha llegado, en que los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad, porque esos son los adoradores que quiere el Padre. Dios es espíritu, y los que lo adoran deben hacerlo en espíritu y en verdad”. La mujer le dijo: “Yo sé que el Mesías, llamado Cristo, debe venir. Cuando él venga, nos anunciará todo”. Jesús le respondió: “Soy yo, el que habla contigo”. En ese momento llegaron sus discípulos y quedaron sorprendidos al verlo hablar con una mujer. Sin embargo, ninguno le preguntó: “¿Qué quieres de ella?” o “¿Por qué hablas con ella?”. La mujer, dejando allí su cántaro, corrió a la ciudad y dijo a la gente: “Vengan a ver a un hombre que me ha dicho todo lo que hice. ¿No será el Mesías?”. Salieron entonces de la ciudad y fueron a su encuentro. Mientras tanto, los discípulos le insistían a Jesús, diciendo: “Come, Maestro”. Pero él les dijo: “Yo tengo para comer un alimento que ustedes no conocen”. Los discípulos se preguntaban entre sí: “¿Alguien le habrá traído de comer?”. Jesús les respondió: “Mi comida es hacer la voluntad de Aquel que me envió y llevar a cabo su obra. Ustedes dicen que aún faltan cuatro meses para la cosecha. Pero yo les digo: Levanten los ojos y miren los campos: ya están madurando para la siega. Ya el segador recibe su salario y recoge el grano para la Vida eterna; así el que siembra y el que cosecha comparten una misma alegría. Porque en esto se cumple el proverbio: “Uno siembra y otro cosecha”. Yo los envié a cosechar adonde ustedes no han trabajado; otros han trabajado, y ustedes recogen el fruto de sus esfuerzos”. Muchos samaritanos de esa ciudad habían creído en él por la palabra de la mujer, que atestiguaba: “Me ha dicho todo lo que hice”. Por eso, cuando los samaritanos se acercaron a Jesús, le rogaban que se quedara con ellos, y él permaneció allí dos días. Muchos más creyeron en él, a causa de su palabra. Y decían a la mujer: “Ya no creemos por lo que tú has dicho; nosotros mismos lo hemos oído y sabemos que él es verdaderamente el Salvador del mundo”.
Palabra del Señor.

COMPARTIMOS LA PALABRA

Torturados por la sed

Para la mayoría de nosotros, el agua es una realidad cotidiana y abundante. Tanto que hasta llegamos a desperdiciarla. Se abre el grifo y ya está. No tenemos la experiencia verdadera y radical de pasar sed. Pero aún hoy, tantos seres humanos, tantas mujeres también, en muchos lugares y países de la tierra han de recorrer distancias enormes, kilómetros, en busca de agua.

Donde se puede tener la experiencia más radical de lo indispensable que es el agua para la vida es en el desierto. Todos hemos experimentado la sed, pero estar “torturados por la sed”… ¿Cómo será esa experiencia? Es la realidad que vivió Israel y nos cuenta el pasaje del Éxodo de este domingo. Por eso Dios se reveló a sí mismo como el salvador de su pueblo elegido haciendo manar el agua de la roca por mediación de Moisés.

Pero sí hay otras clases de sed que todos experimentamos en la vida, a las que nos remite hoy la Palabra de Dios. El ser humano busca constantemente llenar sus vacíos, colmar sus anhelos infinitos de amar y ser amado, superar sus deficiencias y limitaciones, vivir más y cada vez más plenamente; y este tipo de sed puede, a veces, torturarnos, si no logramos acercarnos a los verdaderos manantiales donde encontrar la alegría, la paz, el amor, la vida auténtica, en definitiva.

Cuando un hombre pasa sed y agua nos da

El recorrido cuaresmal que hacemos cada año es una imagen de nuestro propio éxodo. En el camino de la vida todos experimentamos el cansancio, las dificultades de todo tipo, desorientación, soledad, hambre y sed. Jesús también tuvo estas experiencias, como nosotros. El relato del evangelio de san Juan de este domingo nos presenta a Jesús cansado, “fatigado del camino”. Hace la ruta de Galilea a Jerusalén (Judea), que es dura, cuesta arriba. Y además, en ese recorrido hay que cruzar una tierra pagana, un pueblo impuro: los samaritanos.

Jesús hace un alto en el camino, busca el descanso y tiene sed. Necesita recobrar fuerzas y lo hace junto a un pozo, el manantial de Jacob. El pozo es imagen de manantial, de agua. Pero también un pozo nos remite a la idea de profundidad y hondura. Resulta muy sugerente esta referencia al pozo en nuestra vida: ¿a qué pozos o fuentes acudimos? ¿A quién acudimos cuando estamos cansados, cuando nos puede la sed, cuando no podemos seguir? ¿Dónde buscamos fundamento para nuestro existir, creer, esperar, luchar… vivir, en definitiva?

El texto nos da cuenta de que Jesús no sólo busca un manantial, un pozo. Jesús se dirige a una mujer que se acerca, una mujer samaritana. Rompe esa barrera, ese tabú de que un buen judío debía evitar todo contacto con los samaritanos. Una vez más el actuar de Jesús es una muestra de que ha venido a la tierra enviado por el Padre, para acercarse a todos, hablar y encontrarse con todo ser humano. Nosotros, sin embargo, muchas veces hacemos distinción de personas, ponemos barreras, marginamos, excluimos, despreciamos…

Llama la atención que lo primero que hace Jesús en este diálogo es pedir de beber, mostrarse sediento, necesitado de los demás, como nosotros. La mujer samaritana enseguida va a comprender que aquél que le pide de beber es portador de un agua nueva, diferente, de otra clase. Como en otros pasajes del evangelio, Jesús pide algo antes de devolver con creces. “Señor, dame de esa agua”. Se pasa de un agua que quita la sed a esa otra agua que da la Vida.

Si vienes conmigo de camino, jamás yo tendré sed

Al escuchar las palabras de Jesús, en ese diálogo intenso y profundo, la samaritana reconoce en él al Salvador y comprende que es la fuente de una vida nueva, la vida más hermosa, la que no tiene fin porque viene de Dios. Caminar al descubrimiento de Dios es como ir al pozo a buscar agua: hay que hacer un esfuerzo y tener sed de encontrarlo. ¿Cómo está nuestro deseo y nuestras ganas de seguir buscando y conociendo más a Dios?

Como la samaritana, es preciso que también nosotros nos preguntemos dónde está el Dios verdadero, en qué monte, en qué templo, en qué pozo… La respuesta de Jesús es la clave. Para encontrar a Dios hay que darle culto, adorarle en “Espíritu y Verdad”. Se abre un nuevo horizonte. Esa agua que da la vida nos lleva más allá de los sacrificios, liturgias, normas, cánones… ¿Cómo llegamos a encontrarnos verdaderamente con Dios y a experimentarlo como hijos? Respondiendo a la llamada de su amor incondicional de Padre. Y recibiendo el agua viva del bautismo que representa y contiene el don del Espíritu Santo.

Jesús, el Mesías, aparece como el Moisés de la Nueva Alianza que da agua viva a su pueblo. Un agua profunda es la palabra en el corazón de la persona, un río que brota, una fuente de vida. El agua que nos ofrece Jesús es su Palabra, su enseñanza llena de sabiduría divina. El que guarda esta Palabra no verá la muerte jamás, vivirá para siempre. Esta agua tan especial simboliza y representa el Espíritu. Sólo esta agua que nos da el Hijo sacia y satisface nuestra alma inquieta e insatisfecha, nuestros anhelos, carencias y búsquedas.

La samaritana, apenas salió de su diálogo y encuentro con Jesús, se convirtió en misionera, en testigo, en predicadora; y muchos samaritanos creyeron en Jesús “por la palabra de la mujer”. ¿A qué esperamos nosotros?

Señor Jesús, danos tu Espíritu, para vivir y darte el culto que realmente quieres. El Espíritu, principio del nuevo nacimiento, es también principio del nuevo culto espiritual, culto en “verdad”: la entrega de nuestra vida a diario, a hacer el bien a todos nuestros hermanos; a promover sin cesar la dignidad, la justicia, la fraternidad y el cuidado y respeto a todos y a todo cuanto nos rodea.

“Señor, cuando tenga sed, envíame a alguien que necesite agua” (Oración M. Teresa de Calcuta)



ESTUDIO BÍBLICO

Iª Lectura: Éxodo (17,3-7): Masá y Meriba: Dios siempre da de beber

I.1. Los nombres de Masá y Meribá -en los que se ha establecido una relación etimológica con el hecho “de tentar y de contender” (reyerta y tentación), de que habla el relato-, son con toda seguridad nombres de lugares antiguos que se han cargado de mito y leyenda. Pero también ha venido a tener su simbología en la actitud por la que pasa el pueblo y por la que pasan por los todos los creyentes; por eso no importa mucho si ignoramos en dónde están y en qué desierto. La leyenda judía ideó que esa roca iba siguiendo a los israelitas por el desierto. Y de ahí tomó pie Pablo para hacer una lectura midráshica, como han puesto de manifiesto los especialistas y glosar, desde la perspectiva del cristiano que ve en Cristo el gran signo de Dios: "Y la roca era Cristo" (1 Cor 10,4).

I.2. La roca del Horeb sobre la que debía golpear Moisés para dar agua al pueblo en el desierto, en las fuentes de Meribá, ha tenido una gran tradición en el Antiguo Testamento, especialmente en los Salmos (78; 95; 105; 106; Sab 11,4). Ya se sabe que el desierto es el lugar de la prueba, especialmente por la necesidad de beber. El agua, en Israel, era y es un tesoro, porque es una pequeña región rodeada de desierto. Un poco de agua es como un milagro y toda sequía es como un castigo y una tentación. Al pueblo, en el desierto, no le compensa su libertad frente a los faraones; no quieren morir en el desierto, aunque podían haber muerto esclavos y explotados cerca de la pirámides de Egipto. Pero así es el sino de todo tipo de liberación.

I.3. “¿Está o no está el Señor en medio de nosotros?” Es la pregunta del pueblo sediento… ¿de qué vale la libertad conquistada? El texto quiere reafirmar la fe de un pueblo en Dios, pase lo que pase y suceda lo que suceda. Es más, las dificultades y adversidades deben ser las que ponga de manifiesto la fe en Dios, porque siempre Él, de una manera o de otra, nos “da del agua de la roca”… Dios está en medio de nosotros, pero no podemos exigirle que lo muestre como nosotros queremos, sino que sepamos buscar “el agua” que nos proporciona de rocas que en su entraña llevan una fuente. Sin la vara de Moisés, sin el milagro de la magia, sino con la confianza y la fortaleza de ánimo, porque Dios ¡sí está en medio de nosotros!

IIª Lectura: Romanos (5,1-8): Dios nos ofrece la salvación "por amor"

II.1. La segunda lectura nos ofrece una enseñanza clave en esta carta paulina. La verdad es que la liturgia no ha tomado la totalidad de este conjunto, uno de los más fuertes y densos de este escrito paulino. El apóstol comienza en este instante el meollo de su carta (5,1-8,39) y lo hace con una significativa proclamación kerygmática de lo que Dios ha hecho por la humanidad, por medio de Cristo que “lo ha llevado” hasta dar la vida por todos. Esto es básico en el pensamiento de Pablo y en la proclamación de la condición de la religión cristiana. Vemos aquí que es Dios el que sale al encuentro del hombre, no el hombre el que sale a la búsqueda de Dios. Por eso debemos seguir afirmando que el cristianismo es la religión de la gracia, de la oferta, del milagro de la misericordia y gratuidad divina.

II.2. Pablo, aquí, centra su pensamiento en lo que significa en la vida presente para los creyentes ser justificados por la fe. La salvación, pues, es una gracia de Dios que se nos otorga mediante nuestra confianza en Jesucristo. El enunciado de esto es de un calado teológico sin precedentes, dicho, además, por alguien que procede del judaísmo, como Pablo. Esta gracia es lo que define la justicia de Dios y la vida cristiana. De esto es de lo que debe gloriarse el cristiano, de creer y experimentar la gracia que nos llega por medio del Espíritu de Dios. Pablo está queriendo decir que no hay que gloriarse del esfuerzo que debemos hacer para salvarnos, porque entiende que la salvación es una gracia, un regalo; pero también los regalos hay que saber acogerlos y agradecerlos.

II.3. ¿Qué significa, pues, la proclamación kerygmática de Rom 5,1-11? Pues que la justificación ó si queremos la salvación, para ser más directos, tiene una estrategia que ha establecido el mismo Dios, por medio de Cristo. Aunque Pablo no se va a poder liberar del lenguaje propio del AT, de los sacrificios y de la muerte, no debemos quedarnos en eso, sino en lo que se afirma. Cristo murió por los “impíos”… y puesto que Dios nos ama (v. 8), Cristo dio su vida por nosotros. ¿Era necesaria esa muerte? Para Dios no era necesaria, y no es Dios quien entrega a la muerte a Jesús, sino los hombres. Pero la formulación de Pablo quiere dejar clara la iniciativa divina. Esto ha ocurrido porque Dios nos “ha amado” y nos ama…

Evangelio: Juan (4): El agua viva de una religión de gracia

III.1. El evangelio, de san Juan (en este domingo se prescinde de Mateo), nos ofrece una de las escenas y diálogos mejor construidos del cuarto evangelista. Todo hemos escuchado alguna vez esta narración de Jesús y la samaritana; aunque no siempre hayamos podido abarcar todo su significado y profundidad. Puede que hoy no la oigamos completa, pero su sentido es el mismo que exponemos. Jesús pasa por territorio de herejes, como eran considerados los samaritanos por los judíos ortodoxos. Es una vieja historia de odios y rencores a causa de la religión. Los samaritanos se consideraban herederos de los patriarcas, tenían su Pentateuco, creían en Yahvé, en Dios, pero unos y otros pensaban que su “dios” era mejor que el otro, y su templo, y su monte santo, y su agua y sus fuentes. La escena se sitúa en Samaría.

III.2. Los samaritanos proceden de la unión de tribus asirias y de judíos del reino del Norte antes de su destrucción en el año 721 a. C.. Después se llegó a un verdadero cisma entre judíos y samaritanos, como rigorismo de la reforma judía que sigue al destierro de Babilonia. Los samaritanos se opusieron a la construcción del nuevo Templo de los judíos. Construyeron otro santuario para ellos en el monte Garizim que fue destruido en el año 129 a C.. Los samaritanos se consideran descendientes de los Patriarcas, y estaban orgullosos del pozo que -decían- les había dejado su padre Jacob por medio de José (Gn 33,19;48,22; Jos 24,32). Los samaritanos solamente creen en los cinco libros del Pentateuco; aún hoy existen tribus samaritanas. Un judío religioso debía evitar todo contacto con los samaritanos, no solamente impuros, sino herejes, y lo que menos se podía pensar era en pedirle a ellos de comer o beber (Cf. Eclo 50,25-26; Lc 9,52; 10,33; Mt 10,5). En este relato van a coincidir una serie de factores, muchos tipológicos, para enseñar verdades que nunca deberíamos olvidar. Jesús fatigado del camino, deja Jerusalén, va hacia Galilea y pasa por Samaría que era un lugar que evitaban los judíos piadosos. El, Jesús, un hombre, un judío, y si queremos Dios «pide» a una mujer pecadora y herética. Jesús, a una samaritana, a una persona que por herejía solo podía dar hastío y maldición, le pide. Ya sabemos que Jesús le pide para dar él mucho más. El diálogo es sabroso, es un diálogo con alguien maldito. Y Jesús ofrece a cambio «agua viva». Esta expresión en el AT significaba: los valores de la vida, la revelación, la Sabiduría divina y la Ley (Cf: Jer 2,13; Zac 14,8; Ez 47,9; Prov 13,14; Is 44,3; Jl 3,1). En nuestro caso, a cambio, Jesús ofrece por el agua del pozo (que puede significar el judaísmo con lo que prometía y no daba, ya que los samaritanos también eran judíos), «agua viva» que según el mismo Juan es el Espíritu que da la vida eterna (cf: Jn 7, 37-39).

III.3. Jesús no pasa por casualidad por aquél camino, ya que a la ida o vuelta de Jerusalén, había que evitar este territorio central de Tierra Santa; había elegido él mismo el camino por el que debía pasar; se siente cansado, pero, más bien que por el camino, a causa de estas disputas religiosas sin sentido y le pide a la mujer (representante de todo un pueblo odiado y condenado) agua, llega pidiendo, no ofreciendo. Existe desconfianza, aunque Jesús ha venido para ofrecer a estos herejes un espíritu nuevo, un agua viva, un culto nuevo, un Dios verdadero. El agua del pozo estaba encerrada y el pozo era hondo; representa el judaísmo y el samaritanismo. Es una crítica a las religiones que ponen tanto empeño en sus cosas, en sus tradiciones, en sus costumbres y en sus normas. A una y otra religión les faltaba el agua viva, carecían de Espíritu y verdadera adoración. Vemos a Jesús que escucha las quejas de la mujer samaritana contra los judíos; pero Jesús, en el evangelio no representa a los judíos, aunque sea confundido con uno de ellos. Advirtamos que Jesús pide, para dar; pregunta, para responder; siente sed, para ofrecerse como agua viva.

III.4. Con esa dinámica de contraste, la teología joánica de este pasaje, emblemático a todas luces, propone una religión nueva y un culto nuevo: el culto en Espíritu y verdad. El Espíritu dará a conocer cuál es el culto que tiene sentido: el conocer a Dios y el adorarlo como Padre. Pero los judíos y los samaritanos no adoran precisamente a un Dios como Padre, sino a un dios que ellos mismos se han creado a su modo y manera; el dios que justifica sus odios y rencores. Esa religión, que muchas veces sigue siendo la dinámica de nuestras religiones actuales es un contra-Dios y anti-evangelio. Hoy, pues, también podemos aprender mucho desde el punto de vista ecuménico en la celebración de la eucaristía con este evangelio joánico. Ese no pasar de lejos por el terreno, por el mundo o la vida de los malditos; ese pedir para dar y ofrecer en nombre del Dios vivo la felicidad y la vida verdadera… es lo propio de la “religión” de Cristo. Son muchos los desafíos que esta narración evangélica nos sugiere. El relato nos muestra a un Jesús que en este caso no es un simple judío, sino el Logos de Dios, que habla y dialoga con una mujer (que representa a un pueblo con sus influencias sincretistas, pero al fin y al cabo una mujer)… que descubre algo nuevo que viene de Dios. Y entonces todo cambia… se dejan de lado historias pasadas, reglas que atan el corazón y el alma de la gente religiosa… y hacen posible descubrir a Dios como Padre.






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