sábado, 1 de noviembre de 2014

1 DE NOVIEMBRE - DÍA DE TODOS LOS SANTOS


Qué amor nos ha tenido el Padre para llamarnos hijos

De la alegría, porque celebramos el triunfo y la gloria de esa multitud innumerable de personas que ya gozan de Dios y, al mismo tiempo, desde Dios siguen en contacto con nosotros como intercesores y como estímulo de vida. Ellos son el mejor fruto de la Pascua de Cristo, y quieren vernos a nosotros también asociados a su triunfo.

Del optimismo, porque nosotros lo mismo que ellos, siendo fieles al Espíritu Santo, podemos llegar a la meta, a nuestra plenitud en Dios y gozar eternamente de su gloria y de su paz.

De esperanza, porque ellos fueron hombres y mujeres como nosotros que, viviendo su vida ordinaria al ritmo de la voluntad de Dios, en circunstancias a veces mucho más difíciles que las nuestras, pudieron alcanzar la misma santidad a la que todos estamos llamados.

Es, además, una fiesta que, asociada en la liturgia y en la tradición a la conmemoración de los fieles difuntos, nos ofrece la oportunidad de recordar a los seres queridos que nos han dejado y de encomendarles a los ya glorificados, a los santos. Con ellos, todos forman la nueva humanidad convocada en el Cielo para una eternidad dichosa. Y, con unos y otros, nosotros en este día somos invitados a vivir y celebrar “la comunión de los santos”.

DIOS NOS HABLA. CONTEMPLAMOS SU PALABRA

El color blanco se usa para simbolizar diversas realidades, entre ellas, la pureza, la eternidad y también la victoria. Esta visión presenta un símbolo aparentemente paradójico: si las vestiduras se lavan en la sangre del Cordero, deberían tener el color rojo, símbolo de la sangre del martirio. Sin embargo, los que comparten la Pascua de Jesús, aparecen de blanco ante el trono de Dios: son los que participan del triunfo de Cristo sobre la muerte.

I LECTURA     

Lectura del libro del Apocalipsis 7, 2-4. 9-14

Yo, Juan, vi a un Ángel que subía del Oriente, llevando el sello del Dios vivo. Y comenzó a gritar con voz potente a los cuatro Ángeles que habían recibido el poder de dañar a la tierra y al mar: “No dañen a la tierra, ni al mar, ni a los árboles, hasta que marquemos con el sello la frente de los servidores de nuestro Dios”. Oí entonces el número de los que habían sido marcados: eran 144.000, pertenecientes a todas las tribus de Israel. Después de esto, vi una enorme muchedumbre, imposible de contar, formada por gente de todas las naciones, familias, pueblos y lenguas. Estaban de pie ante el trono y delante del Cordero, vestidos con túnicas blancas; llevaban palmas en la mano y exclamaban con voz potente: “¡La salvación viene de nuestro Dios que está sentado en el trono, y del Cordero!”. Y todos los Ángeles que estaban alrededor del trono, de los Ancianos y de los cuatro Seres Vivientes, se postraron con el rostro en tierra delante del trono, y adoraron a Dios, diciendo: ”¡Amén! ¡Alabanza, gloria y sabiduría, acción de gracias, honor, poder y fuerza a nuestro Dios para siempre! ¡Amén!”. Y uno de los Ancianos me preguntó: “¿Quiénes son y de dónde vienen los que están revestidos de túnicas blancas?”. Yo le respondí: “Tú lo sabes, señor”. Y él me dijo: “Estos son los que vienen de la gran tribulación; ellos han lavado sus vestiduras y las han blanqueado en la sangre del Cordero”.
Palabra de Dios.
SALMO

Salmo 23, 1-6

R. ¡Benditos los que buscan al Señor!

Del Señor es la tierra y todo lo que hay en ella, el mundo y todos sus habitantes, porque él la fundó sobre los mares, él la afirmó sobre las corrientes del océano. R.

¿Quién podrá subir a la Montaña del Señor y permanecer en su recinto sagrado? El que tiene las manos limpias y puro el corazón; el que no rinde culto a los ídolos ni jura falsamente. R.

Él recibirá la bendición del Señor, la recompensa de Dios, su Salvador. Así son los que buscan al Señor, los que buscan su rostro, Dios de Jacob. R. 

II LECTURA    

Hay algo inmenso y bello dentro de cada uno de nosotros. Dios nos ha comunicado su propia santidad. En este mundo, esa maravilla se deja ver veladamente. En el día final, ya vencidos el pecado y la muerte, se manifestará plenamente quiénes somos. Y entonces entraremos en la plena comunión de la Santísima Trinidad.

Lectura de la carta de san Juan 3, 1-3

Queridos hermanos: ¡Miren cómo nos amó el Padre! Quiso que nos llamáramos hijos de Dios, y nosotros lo somos realmente. Si el mundo no nos reconoce, es porque no lo ha reconocido a él. Queridos míos, desde ahora somos hijos de Dios, y lo que seremos no se ha manifestado todavía. Sabemos que cuando se manifieste, seremos semejantes a él, porque lo veremos tal cual es. El que tiene esta esperanza en él, se purifica, así como él es puro.
Palabra de Dios.

ALELUYA        Mt 11, 28

Aleluya.“Vengan a mí los que están afligidos y agobiados, y yo los aliviaré”, dice el Señor. Aleluya.

EVANGELIO   

El Reino de los Cielos implica el reinado de Dios sobre este mundo, es decir, su acción soberana sobre aquellos que se dejan gobernar por él. Por eso, las bienaventuranzas felicitan a aquellos que reúne las condiciones para que Dios llegue a reinar. Son los pobres los que deponen toda autosuficiencia, y confían en el obrar de Dios.

Ì Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Mateo 4, 25—5, 12

Seguían a Jesús grandes multitudes, que llegaban de Galilea, de la Decápolis, de Jerusalén, de Judea y de la Transjordania. Al ver a la multitud, Jesús subió a la montaña, se sentó, y sus discípulos se acercaron a él. Entonces tomó la palabra y comenzó a enseñarles, diciendo: “Felices los que tienen alma de pobres, porque a ellos les pertenece el Reino de los Cielos. Felices los afligidos, porque serán consolados. Felices los pacientes, porque recibirán la tierra en herencia. Felices los que tienen hambre y sed de justicia, porque serán saciados. Felices los misericordiosos, porque obtendrán misericordia. Felices los que tienen el corazón puro, porque verán a Dios. Felices los que trabajan por la paz, porque serán llamados hijos de Dios. Felices los que son perseguidos por practicar la justicia, porque a ellos les pertenece el Reino de los Cielos. Felices ustedes, cuando sean insultados y perseguidos, y cuando se los calumnie en toda forma a causa de mí. Alégrense y regocíjense entonces, porque ustedes tendrán una gran recompensa en el cielo; de la misma manera persiguieron a los profetas que los precedieron”.
Palabra del Señor.

MEDITAMOS LA PALABRA DE DIOS

Somos hijos de Dios.

“Mirad qué amor nos ha tenido el Padre para llamarnos hijos, pues lo somos” (1ªLectura). Esta es la idea que más repite San Juan en sus cartas, que somos hijos de Dios y objeto de su amor de Padre. Pero esto hay que entenderlo bien. San Pablo dice que “somos hijos en el Hijo”(Ro.15, 15-16). Por el don de su Espíritu, en el Bautismo, hemos sido hecho hijos por adopción y con el mismo derecho que él a llamarle Padre (Gal.4, 4-7; Ef. 1,5). Todas las creaturas, por haber sido creadas por Dios, por haber recibido de El la existencia, pueden llamarle Creador, Autor, Señor. Pero padre sólo se puede llamar a alguien de quien se ha recibido no sólo la existencia, sino la sangre, la esencia, la naturaleza. A Dios sólo le puede llamar Padre con todo derecho y en verdad su Hijo que, encarnado, fue Jesucristo. Y, con Jesucristo, y con el mismo derecho que él, por el don de su Espíritu, de su gracia, de su misma vida divina, pueden llamar Padre a Dios los que han recibido este don, que Dios Padre quiere que sean todos los hombres.

En consecuencia, Dios a todos sus hijos quiere darles la herencia de su Hijo: la resurrección y vida eterna (Ro.8, 17; Gal. 4, 7). Desde la contemplación de este “tremendo misterio”, todos los bautizados hemos sido hechos santos por el Espíritu Santo que se nos ha dado. El Bautismo es un nuevo nacimiento, una transformación de nuestro ser (algo ontológico). De ahí que también deba haber, un nuevo obrar, una vida nueva en los bautizados (algo dinámico). Los santos, hombres y mujeres beatificados y canonizados cuya memoria hoy celebramos, en sus vidas han llevado a su plenitud su Bautismo, la santidad original que les fue dada. Por eso se nos proponen como modelos de vida, de santidad.

Llamados a la santidad.

La llamada a la santidad es común para todos los bautizados, sea cual sea su estado de vida (Vat. II, I. 11 y 39). Y, hablando de la santidad, el evangelio de hoy no nos permite perdernos en añoranzas y consuelos demasiado espirituales y ultraterrenos. Al contrario, nos remite al realismo de la vida, al terreno de las Bienaventuranzas, que vivió Jesús primero, y como Él los santos que trataron de seguir sus pasos.

Las Bienaventuranzas en boca de Jesús son fórmulas breves de tono profético, que anuncian la llegada del Reino previsto por Isaías. El profeta veía en los pobres, los hambrientos y los oprimidos los destinatarios de la Salvación. Dios viene realmente y viene gratuitamente. En los pobres, que no tienen nada con qué pagar, se manifiesta más claramente la gratuidad del don de Dios, de la Salvación. Mateo coloca el discurso de las Bienaventuranzas en el contexto del Sermón de la Montaña, dirigido a los pobres, a los pequeños, a los seguidores de Jesús, que buscan primero su Reino y de los que es el Reino. Las Bienaventuranzas no son simples consejos, son la Nueva Ley, la Carta Magna del Reino iniciado en y por Jesucristo . El Monte donde las proclama Jesús (o las sitúa Mateo) recuerda al Monte Sinaí, donde Moisés recibió de Dios la Antigua Ley. Los destinatarios recuerdan a los pobres de Yahvé (los santos del A.T.), que siguieron las pautas de la Primera Alianza. La visión que Mateo ofrece de la Bienaventuranzas es más una profundización espiritual y moral del Evangelio. Lucas, por el contrario, propone una interpretación de la Bienaventuranzas a la luz de las enseñanzas de Jesús sobre la pobreza y el empleo de las riquezas. Ambas versiones, bien interpretadas, se complementan, son incluyentes.

Cuando se vive en la gratuidad y se recibe el Don de Dios, el Reino, la Salvación como gracia; cuando este Don se valora y se experimenta como lo supremo, lo verdaderamente necesario y fundamental, entonces se puede vivir aquí ya la bienaventuranza y aspirar a su plenitud en Dios. Entonces es posible el amor, el compartir, hacer de lo más pasivo (la pobreza, la no violencia, la simplicidad de corazón) lo más activo (amor confiado y tenaz, amor al prójimo hasta el extremo, la lucha no violenta por la justicia). Entonces es posible transformar la ineficacia e impotencia en sabiduría de lo esencial (la libertad interior y la vida teologal). Entonces se puede convertir el llanto y el sufrimiento en consuelo y paz, se puede hablar de misericordia y limpieza de corazón y hasta la persecución y la muerte pueden ser caminos de vida. Pero esto sólo es posible de verdad desde el Don de Dios, con el Espíritu Santo derramado en nuestros corazones (Ro.5,5), so pena de hacer de las Bienaventuranzas unas proclamas de cualquier otra revolución. El Reino de Dios es justicia y es paz, es revolución y no violencia, es empeño del hombre y obra de Dios. Así lo entendieron y lo vivió Jesús y sus mejores seguidores, los santos. Así somos invitados nosotros al mismo seguimiento. De esta manera, viviremos la comunión de los santos, la comunión de vida con ellos.

Eucaristía y comunión de los santos.

En cada Eucaristía recordamos a los santos, deseando seguir su camino aquí en la tierra y compartir después la herencia definitiva con ellos en el Cielo. Les invocamos al comienzo de la celebración en el “yo confieso”, y nos sentimos unidos a ellos sobre todo en la Plegaria Eucarística. En la 1ª plegaria decimos: “veneramos la memoria, ante todo, de la gloriosa siempre Virgen María… y la de todos los Santos: por sus méritos y oraciones concédenos en todo tu protección”. Como ellos lo hicieron tantas veces, nosotros comemos también el Pan de la Santidad, para vivir en nosotros la Pascua de Jesús o, mejor, para dejar que Él la viva en nosotros.


ESTUDIO BÍBLICO

Saber ser hijos de Dios como programa de santidad

La liturgia de este día nos brinda la celebración de una de las fiestas más populares y entrañables: la festividad de todos los Santos y , a la vez, la ocasión para reconsiderar nuestra vida cristiana mirando hacia adelante, hacia el final de la historia de cada uno y de la humanidad.

Iª Lectura: Apocalipsis (7,2-4.9-14):El canto de los redimidos

I.1. En la primera lectura, en dos visiones, se nos muestra la apertura del misterio de la historia con la visión del ángel que trae el sello para guardar a aquellos que deben ser liberados de la destrucción. El libro del Apocalipsis, como sucede en la literatura de este tipo, literatura religiosa por excelencia, pero radicalmente mítica, necesita ser interpretado con la riqueza de los símbolos. Este tipo de literatura se produce en tiempos de crisis y debemos estar atentos a no confundir simbolismo con realidad. El sello sobre los siervos de Dios sella su pertenencia a El y, por lo mismo, la garantía de ser salvados.- La visión de la multitud inmensa, incontable, es un paso más en este simbolismo y probablemente propone algo que se relaciona con las diferencias entre el Antiguo y el Nuevo Testamento, entre la antigua y la nueva Alianza. Por eso se dice que, si en la primera visión se habla 144.000, era para hablar del pueblo de la Antigua Alianza, mientras que el “número incontable” representa al nuevo pueblo de Dios que ha ganado Cristo, el Cordero sacrificado, con su sangre. Los ángeles, los mensajeros de Dios, realizan sus planes del juicio y de salvación. Por eso, cuatro de ellos están en los cuatro puntos cardinales, dispuestos a desencadenar los vientos que destruyan el mal de la historia; pero de Oriente llega otro mensajero (donde nace el Sol: Dios), que trae la gran noticia, de que antes deben poner un señal en las puertas como sucedió a los israelitas en el momento de la Pascua de Egipto. Estamos, pues, ante una famosa liturgia Pascual, del día del Señor, en la que el autor nos ha querido situar al principio de su obra.

I.2. En el texto se nos quiere hablar de mártires, pero también de todos aquellos que han pasado por la tribulación de la historia, se han lavado en el bautismo, en nombre de Jesucristo, en el misterio Pascual...y están ante el trono de Dios. Las palmas, en la antigüedad, son signo de los vencedores. Y, aunque pudiera centrarse en los que han sido martirizados y han vencido por el martirio, no se puede pensar que todos son mártires. Por eso, más bien se trata de una palma para alabar a Dios y a Cristo que son los auténticos vencedores de la historia. El tema que se propone es el de la salvación (aparece aquí y en Ap 12,10 y 19,1). Se insinúa algo de los Salmos 118,25, 3,9. El sentido es que Dios ha liberado a los hombres del poder del mal, representado en el Imperio, como Satanás y como la gran prostituta en las otras dos citas que hemos mencionado. La victoria, pues, de los hombres y de los mártires pertenece muy especialmente al Cordero, quien ha dado su vida precisamente para que sea vencido el poder de los hombres que engendra el odio y la muerte.

I.3. Pero la “palma” se la lleva el himno que es una confesión de fe: la salvación se debe a Dios y al Cordero. La salvación, la liberación... no dependen de los hombres, sino que es una gracia de Dios que ellos han acogido y se han mantenido fieles a la fuerza salvífica del amor crucificado, de la Pascua. Por eso lo proclaman en la liturgia celeste. Y entonces, toda la asamblea celeste (ángeles, ancianos y vivientes), se prosternan ante Dios y lo adoran cantando: Amen… Bendición y gloria, sabiduría y acción de gracias, honor, poder y fortaleza a nuestro Dios por los siglos de los siglos. Amen (v. 12). Los que han muerto fieles a Dios y a Cristo, bien en el martirio, bien en su fidelidad a la fe cristiana centrada en el misterio Pascual, han pasado por la tribulación de la historia, donde reina el poder del mal. Pero ahora gozan de la fidelidad eterna, aunque hayan pasado por la muerte. Lavar sus vestiduras en la sangre del Cordero es una teología bautismal, también eucarística, inspirada en algunos textos del AT (Ex 19,10.14).

I.4. La muerte y la resurrección de Cristo son el punto clave de la teología del bautismo y de la eucaristía. La imagen que se ha escogido para expresar la felicidad es que están ante el trono: y Dios los cobija en su tienda, la shekiná, la presencia de Dios, como Jn 1,14 había escogido para expresar el misterio de la encarnación. Ahora es cuando se cumple la profecía del Enmanuel verdaderamente, porque Dios estará con los resucitados para siempre. No tendrán más hambre, ni tendrán más sed: expresiones de debilidad, de necesidad; ni caerá sobre ellos el sol, como si estuvieran en el desierto, porque Dios mismo es la razón de su existencia. Y Cristo, el Cordero, será el que apaciente a su pueblo, será pastor siendo Cordero, para llevarlos a las fuentes de agua viva. Efectivamente, los vv. 15-17 son las imágenes escogidas por el autor del Ap para hablar de la vida futura, escatológica, de la victoria sobre la muerte según muchas expresiones que podemos encontrar en los textos del AT (v.g. Is 25, 8) y de la teología joánica (Jn 4,14; 7,38), que son las fuentes de la revelación.

IIª Lectura: Iª de Juan (3,1-3): La imagen de hijos de Dios

II.1. Este texto es una teología sobre la vida cristiana que se representa bajo la imagen y la experiencia de “ser hijos de Dios”. Se trata de una alta teología como corresponde al círculo de las comunidades cristianas de Juan, tanto del evangelio como de las cartas. Y en este marco teológico deberíamos pensar que, precisamente el misterio de la santidad que hoy se celebra hace referencia directa a que lo más importante de la vida cristiana es ser, y no perder, la imagen de hijos de Dios.

II.2. Si el título cristológico más coherente de la teología joánica, justamente, es lo que afecta a la filiación divina de Jesús, también para sus seguidores debe existir una posibilidad de vivir en el ámbito de las relaciones entre el Padre y el Hijo. Por ello se dice que seremos semejantes a Él. Muchos santos ,desconocidos para nosotros, lo son porque han sabido guardar sencillamente la imagen de hijos de Dios en sus vidas. Por eso, la expresión “veremos a Dios tal cual es” viene a ser una de las afirmaciones más teológicas. El misterio de Dios se hará luz y “hijos de Dios” no tendremos miedo de contemplar el “rostro” de Dios, la intimidad de Dios, la misericordia de Dios. Para eso se nos ha creado y para eso hemos nacido. ¡Vivamos con esperanza!

Evangelio: Mateo (5,1-12): Las opciones del Reino

III.1. El evangelio de esta fiesta es ya proverbial; se trata de las bienaventuranzas de Mateo, cuyo texto, además, tiene la solemnidad de una proclamación, sobre un monte (de ahí el Sermón de la Montaña en que está contextualizado), y para toda la multitud, como sería la multitud incontable del texto de Apocalipsis ( primera lectura). Es la carta magna del discipulado, de la vida cristiana, del seguimiento de Jesús, de la salvación futura. Las bienaventuranzas son creativas, no cuantitativas. Son los puntos más determinantes con los cuales Jesús ha pretendido una nueva humanidad, un nuevo pueblo. No se trata de proponer algo exótico, mágico o taumatúrgico, sino algo bien humano. No obstante, es verdad que se plantea un auténtico esfuerzo por conquistar la gloria, la libertad y la paz. Se propone la pobreza que libera el corazón de muchas ataduras, la misericordia que introduce en las relaciones humanas la benevolencia y el perdón, la limpieza de corazón para juzgar y ser juzgados, la lucha por la justicia, porque Dios es justo. Se proclaman bienaventurados por haber elegido lo que el mundo no elige, simplemente porque odia; por haberse decidido por el sentido mejor de la vida. Se trata de una posibilidad de santidad que se debe vivir ya desde ahora, aquí en nuestra historia; no queda para después de que todo haya acabado.

III.2. Se ha insistido mucho en los aspectos literarios y exegéticos de las bienaventuranzas de Mateo (5,1-12) y de Lucas (6,20-22) sobre el tenor original, es decir, aquellas que están más cerca de las palabras de Jesús. Sin duda, todo tiene su sentido, pero quedan muchas preguntas sobre la mesa, porque se permiten diferentes interpretaciones. El texto original que se tomó del texto de Q (sea simplemente Documento o Evangelio como algunos defienden hoy) podría estar bien representado en Lucas, pero no es algo absoluto. Sabemos que las bienaventuranzas tienen un ámbito muy coherente en la literatura sapiencial, la que enseña a vivir, a comportarse, a elegir lo que da o no da sentido a la vida. La propuesta de Jesús, por lo tanto, no está lejos de este contexto sapiencial: con las bienaventuranzas Jesús quiere proclamar el Reino de Dios y quiere enseñar a vivir en ese Reino al que dedica su vida. Son expresiones que nos muestran a un Jesús “profeta escatológico” (no necesariamente apocalíptico), que quería anunciar lo que debería cambiar esta historia.

III.3. Algunos especialistas han hecho una traducción sobre las bienaventuranzas en las que siempre es determinante el verbo “elegir”. Considero que puede ser discutible, pero es esclarecedor. Eso significa que proclamar bienaventurado (makários) a alguien no es porque sí, por su cara bonita, porque es un desgraciado o porque es o ha nacido en esta o aquella situación. En las bienaventuranzas, por su tono sapiencial, son muy importante las opciones: elegir ser pobre y no rico en este mundo; elegir la justicia y no otra cosa; elegir la paz. Aquí están representados los valores del reino, los valores de la vida ante Dios. Esto, independientemente de las bienaventuranzas auténticas de Jesús o las añadidas por la tradición catequética de la comunidad de Mateo. Es verdad que el término “elegir” no está en el texto, pero lo implica necesariamente. ¿Por qué? Porque no se trata de una proclamación sin contar con la voluntad soberana del hombre que vive y hace la historia.


III.4. Un factor muy importante de lectura e interpretación sería hacer el intento de traducir a un lenguaje de hoy el texto de las bienaventuranzas; teniendo en cuenta ese sentido sapiencial del que hemos hablado y esa “opción” o “elección” que hemos planteado como necesaria. Debemos conservar las palabras del evangelio, de Mateo o de Lucas, si es posible en su tenor y en su sentido original. Pero hoy debemos enriquecer nuestra comprensión de las mismas con el “espíritu” que emana de ellas. Es como cuando hemos vivido y atravesado un puente romano durante todo la vida, pero ahora, sin destruir ese puente, porque la ciudad ha crecido, hacemos uno nuevo, con tecnología punta. Subsisten los dos, pero quizás por el romano no pueden pasar todos los vehículos pesados de hoy. Los limpios de corazón, por ejemplo, son dichosos porque están abiertos a los demás y los valoran como hijos de Dios. Es decir, seamos creativos y proféticos al interpretar las bienaventuranzas del Reino. (Fray Miguel de Burgos Núñez).



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