domingo, 9 de diciembre de 2018

DOMINGO 2º DE ADVIENTO


¡Preparen el camino del Señor...!

Juan el bautista nos invita a pensar en el futuro. Esperanzado, cree en una situación distinta y, por ello, tiene una visión del futuro que le lleva a distanciarse de los poderes de su tiempo y anima a crear una realidad diferente. Pone la distancia necesaria para poder escuchar lo nuevo y anima a la conversión, porque esa novedad requiere un hombre distinto.

Quien tiene esperanza en el futuro ahorra en el presente e invierte en el futuro. Quien no tiene esperanza y no desea ningún futuro, disfruta en el presente y contrae deudas que sus hijos no podrán pagar. Esto lo decía Moltmann hace 26 años y en el seno de una Europa optimista y centrada en su potencial económico y político. Hoy, tras una crisis económica que ha borrado todas las expectativas y se ha llevado por delante todas las esperanzas al tiempo de generar una deuda impagable, nos parece una profecía.

¿Tenemos los cristianos una visión de esperanza y fuerza suficiente para cambiar este mundo? Francisco lo decía con su espontaneidad, en Florencia, hace unas semanas:

“No miréis la vida desde el balcón, comprometeos, sumergiros en el amplio diálogo social y político. Las manos de vuestra fe se levantan hacia el cielo, pero lo hacen mientras edifican una ciudad construida sobre las relaciones en las que el amor de Dios es el fundamento. Y así seréis libres de aceptar los desafíos de hoy, de vivir los cambios de época”.

DIOS NOS HABLA. CONTEMPLAMOS SU PALABRA.

I LECTURA

“Jerusalén, con su templo y sus sacrificios es el centro de gravedad del pueblo judío. De momento, fuertes obstáculos cohíben esa fuerza; cuando Dios remueva los impedimentos, Jerusalén, con su poder de atracción, provocará la vuelta y la restauración definitiva” (introducción de "Baruc", en: La Biblia de Nuestro Pueblo, Ed. Mensajero).

Lectura del libro de Baruc 5, 1-9

Quítate tu ropa de duelo y de aflicción, Jerusalén, vístete para siempre con el esplendor de la gloria de Dios, cúbrete con el manto de la justicia de Dios, coloca sobre tu cabeza la diadema de gloria del Eterno. Porque Dios mostrará tu resplandor a todo lo que existe bajo el cielo. Porque recibirás de Dios para siempre este nombre: “Paz en la justicia” y “Gloria en la piedad”. Levántate, Jerusalén, sube a lo alto y dirige tu mirada hacia el Oriente: mira a tus hijos reunidos desde el oriente al occidente por la palabra del Santo, llenos de gozo, porque Dios se acordó de ellos. Ellos salieron de ti a pie, llevados por enemigos, pero Dios te los devuelve, traídos gloriosamente como en un trono real. Porque Dios dispuso que sean aplanadas las altas montañas y las colinas seculares, y que se rellenen los valles hasta nivelar la tierra, para que Israel camine seguro bajo la gloria de Dios. También los bosques y todas las plantas aromáticas darán sombra a Israel por orden de Dios, porque Dios conducirá a Israel en la alegría, a la luz de su gloria, acompañándolo con su misericordia y su justicia.
Palabra de Dios.
Salmo 125, 1-6

R. ¡Grandes cosas hizo el Señor por nosotros!

Cuando el Señor cambió la suerte de Sión, nos parecía que soñábamos: nuestra boca se llenó de risas y nuestros labios, de canciones. R.

Hasta los mismos paganos decían: “¡El Señor hizo por ellos grandes cosas!”. ¡Grandes cosas hizo el Señor por nosotros y estamos rebosantes de alegría! R.

¡Cambia, Señor, nuestra suerte como los torrentes del Négueb! Los que siembran entre lágrimas cosecharán entre canciones. R.

El sembrador va llorando cuando esparce la semilla, pero vuelve cantando cuando trae las gavillas. R.

II LECTURA

La hermosa relación de Pablo con los Filipenses lo lleva a una oración afectiva, paternal y pastoral. ¡Cuánto amor de pastor enseña Pablo en esas líneas!

Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los cristianos de Filipos.

Hermanos: Siempre y en todas mis oraciones pido con alegría por todos ustedes, pensando en la colaboración que prestaron a la difusión del Evangelio, desde el comienzo hasta ahora. Estoy firmemente convencido de que Aquel que comenzó en ustedes la buena obra la irá completando hasta el Día de Cristo Jesús. Y es justo que tenga estos sentimientos hacia todos ustedes, porque los llevo en mi corazón, ya que ustedes, sea cuando estoy prisionero, sea cuando trabajo en la defensa y en la confirmación del Evangelio, participan de la gracia que he recibido. Dios es testigo de que los quiero tiernamente a todos en el corazón de Cristo Jesús. Y en mi oración pido que el amor de ustedes crezca cada vez más en el conocimiento y en la plena comprensión, a fin de que puedan discernir lo que es mejor. Así serán encontrados puros e irreprochables en el Día de Cristo, llenos del fruto de justicia que proviene de Jesucristo, para gloria y alabanza de Dios.
Palabra de Dios.

ALELUYA  Lc 3, 4. 6

Aleluya. Preparen el camino del Señor, allanen sus senderos. Todos los hombres verán la Salvación de Dios. Aleluya.

EVANGELIO

“Como Juan Bautista, en el marco político histórico la Iglesia tiene que ser el clamor del Señor, la voz que clama siempre en el desierto: ‘¡Preparad los caminos del Señor!’. Un llamamiento a todos los corazones para que de veras busquen el encuentro que nos hará felices ya en esta tierra. Porque quiero también subrayar esto, queridos hermanos: en la medida en que nosotros buscamos esta historia de salvación, estamos siendo también encarnados en la historia de nuestro pueblo” (beato O. Romero, 9/12/1979).

Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas 3, 1-6

El año decimoquinto del reinado del emperador Tiberio, cuando Poncio Pilato gobernaba la Judea, siendo Herodes tetrarca de Galilea, su hermano Filipo tetrarca de Iturea y Traconítide, y Lisanias tetrarca de Abilene, bajo el pontificado de Anás y Caifás, Dios dirigió su palabra a Juan, hijo de Zacarías, que estaba en el desierto. Este comenzó entonces a recorrer toda la región del río Jordán, anunciando un bautismo de conversión para el perdón de los pecados, como está escrito en el libro del profeta Isaías: “Una voz grita en el desierto: Preparen el camino del Señor, allanen sus senderos. Los valles serán rellenados, las montañas y las colinas serán aplanadas. Serán enderezados los senderos sinuosos y nivelados los caminos desparejos. Entonces, todos los hombres verán la Salvación de Dios”.
Palabra del Señor.

MEDITAMOS LA PALABRA DE DIOS

El texto evangélico de hoy se abre con la presentación de Juan el Bautista en un contexto histórico preciso: el del emperador Tiberio, el gobernador Pilato y los tetrarcas Herodes, Filipo y Lisanio, que junto con los sumos sacerdotes, Anás y Caifás, nos datan el momento en que el hijo del sacerdote Zacarias, un hombre muy poco convencional y ubicado muy lejos de los centros del poder político y religioso, recibe el mensaje de Dios e invita a un bautismo de conversión.

Esta lejanía del poder, presenta a Juan con estilo profético, resaltando así el contraste entre la solidez institucional, política y religiosa del momento, con la sencillez austera y el silencio del desierto, marcando el ocaso del tiempo de Israel, y preparando el de la comunidad que llegará hasta el final de los tiempos y que inaugura Jesús. La Ley y los profetas llegan hasta Juan, a partir de ahí, se auncia el Reino de Dios. Este anuncio de Juan, evocador del exodo de Israel, es una invitación a romper con una forma de esclavitud y abrazar la libertad. No supone un cambio institucional todavía pero si una ruptura con lo anterior. Ésta, Juan la expresa con el bautismo: la muerte a un estilo de vida y el renacer a una vida nueva.

Es tiempo de preparación, por lo tanto, de cambio, de apertura a lo nuevo, de esperanza y, sobre todo, de búscar en las manifestaciones y los signos que acompañan estos nuevos tiempos. Apertura al futuro, pero un futuro que hay que desvelar porque lo que hoy se entiende como tal es un horizonte muy confuso. Se han perdido las fantasías de un mundo mejor, el futuro se ha reducido al progreso tecnológico y ya nadie cree en las promesas de un mundo felíz cansados de que sirvan como coartada para nuevas formas de sometimiento económico, político y religioso.

“Una voz grita en el desierto”

Juan se retira al desierto a escuchar la palabra de Dios. El verbo viviente de la religión, es siempre una palabra hablada; no es leyendo la Escritura, sino escuchando la Palabra como se nos desvela la voluntad de Dios. Sin la dimensión mística, las religiones pierden el alma: “Dichosos los que escuchan la Palabra de Dios y la ponen en práctica” (Lc, 11,28).

Juan se retira a escuchar en el silencio, éste forja el sentido de nuestra búsqueda, en cambio, lo abandonamos echándonos en manos de una superficialidad bana e insulsa, revestida de ruido a todas horas y en todas partes, para no tener que pensar.

Pero es en la escucha donde percibimos el discurso de Dios, y en él aprendemos que la nuestra no es una escucha pasiva, sino un don que se hace realidad en cada uno por medio de la gratuidad. Dios tiene una Buena noticia para nosotros que abiertos a la escucha y atentos en el silencio nos permite crecer en la fe, caminar sin miedo en la esperanza realizando ese proyecto siempre abierto y siempre posibilidad, y hacerlo en la comunidad de amor que trata de ser la Iglesia: “Yo soy el camino, la verdad y la vida” dice Jesús. La Iglesia quiere ser ese camino que nos lleve a la verdad de la vida. Pero para ello, ha de ser una Iglesia en escucha, asentada en la roca firme. De esa, es de la que Jesús dice lo mismo que le dijo a Marta: “María, ha elegido la parte buena que no le será quitada” (Lc. 10,42).

“Preparad el camino del Señor, allanad sus senderos”

Lo deciamos, es tiempo de preparación y de cambio, de apertura a lo nuevo, de buscar en los signos de estos tiempos nuevos. Allanar los senderos no quiere decir buscar un pensamiento único, uniforme e igual. Eso es lo propio de estos tiempos, pero lo nuevo es buscar en la interioridad, entrar en uno mismo, evaluarse y juzgarse. Encontrar en la experiencia ese nexo que hay entre la conversión del corazón y la relación social y política. Una relación nueva entre los seres humanos, los pueblos y las naciones no puede darse sin la reconciliación social y política, sin el intento y la búsqueda de la paz.

A los 50 años de la terminación del Concilio Vaticano II

El día 8 de diciembre, celebramos los 50 años de la finalización del Concilio Vaticano II. Aquella fecha de 1965 marcó un momento de cambio y de esperanza en todo el mundo católico. Los años inmediatamente posteriores a ese evento se caracterizaron por la construcción de una nueva realidad eclesial que, no exenta de esfuerzos y de trabajo, descubría con ilusión nuevas formas de escuchar la Palabra de Dios y, desde ella, de dialogar con el mundo moderno en toda su complejidad. Con los años fue disminuyendo esa intensidad conciliar y apareciendo una realidad eclesiaI más centrada en las seguridades y más preocupada también por las formas restauracionistas que por el espíritu del Vaticano II.

Hoy por el contrario, nos abrimos a una nueva esperanza en la celebración de la clausura del Concilio, el clima eclesial ha empezado a cambiar. ¿Qué ha sucedido para que nuestra celebración hoy pueda ser más gozosa y abierta a nuevas expectativas? ¿Qué vemos hoy que no veíamos hace unos años?

Hoy sentimos el comienzo de una nueva andadura. Un nuevo camino que todavía es muy incipiente pero que empieza a sonar con otra música. La primera estrofa de esta nueva melodía se anunciaba la tarde noche en la que el papa Francisco aceptó liderar los caminos de la Iglesia y pronunció desde el balcón de San Pedro: “No tengáis miedo a la ternura y a la bondad” Y reconocía a los pocos días que la Iglesia se había quedado sin respuesta para las nuevas preguntas, convertida en un “museo de antigüedades”. Era una estrofa que heredaba la historia callada y resistente de tantos hombres y mujeres, comunidades religiosas y organizaciones seglares que nunca renunciaron a los impulsos conciliares y se mantuvieron fieles a las inspiraciones evangélicas provocadas por el Concilio Vaticano II.

ESTUDIO BÍBLICO

Iª Lectura. Baruc (5,1-9): Dios nos conduce con alegría, a la luz de su gloria

I.1. La primera lectura está tomada del libro de Baruc, conocido como el secretario de Jeremías (Jr 36). Este libro representa una serie de oráculos que algunos sitúan casi en el s. II a. C. Lo que leemos hoy forma parte de una liturgia de acción de gracias, expresada en un oráculo de restauración de Jerusalén. Aunque se hace referencia al destierro de Babilonia, que es la experiencia más dura que tuvo que vivir el pueblo de Dios, el texto se puede y se debe actualizar en cada momento en que la comunidad pasa por un trance semejante. Es esta una ensoñación, una fascinación profética por llenar Jerusalén de justicia, de paz y de piedad. Si este libro se pudiera garantizar que pertenece al secretario de Jeremías (cf Jr 36), podríamos decir que ahora las penas y las lágrimas que vivió junto al maestro se han convertido en milagro y en utopía, no solamente mesiánica, sino cósmica, como en Is 52.

I.2. Por su visión esplendorosa fluyen palabras y conceptos de contraste: frente al luto y la aflicción, la gloria de Dios (la doxa, que el hebreo sería el famoso kabod si el libro se hubiera encontrado en hebreo). Hasta cinco veces se repite este concepto tan germinal de la teología del AT y especialmente de la teología profética. Sabemos que es uno de los términos más densos y que entraña distintos matices. En este caso deberíamos hablar de la acción de Dios en la historia que cambia la suerte de Jerusalén, del pueblo, del mundo, para siempre. Si Dios no actúa, mediante su kabod, entonces todo es aflicción, luto, miseria, llanto. Tener la experiencia de la gloria de Dios es lo contrario de tener la experiencia del “infierno”, es decir, la guerra, el hambre, el destierro.

I.3. Paz y justicia, pues, de la gloria de Dios. Están ahí para infundir ánimo y esperanza. Estas dos palabras expresan uno de los conceptos más teológicos y humanos del Adviento cristiano. Y de entre todas las promesas que se hacen a Jerusalén, en este caso a la comunidad cristiana, debemos retener aquello de “paz en la justicia y gloria en la piedad”. Se invita a Jerusalén que crea en su Dios, que espere en su Dios, que siempre tiene una respuesta a las tragedias que los hombres provocamos en el mundo por la injusticia y las opresiones. Sus armas son la misericordia y la fuerza salvadora de Dios que se expresa por el concepto de gloria. Aunque la gloria (kabod) sea la majestad con la que Dios se muestra a los hombres, digamos que expresa el poder que Dios tiene por encima de los poderosos de este mundo. Porque los dioses y los hombres de este mundo quieren gloria para esclavizar, mientras que la gloria de Dios es para liberar y salvar.

IIª Lectura: Filipenses (1,4-11): Convocados a la alegría

II.1. La segunda lectura expresa la alegría de Pablo porque el evangelio los ha unido entrañablemente, de tal manera que así reconocen juntos lo que Dios comenzó en aquella comunidad, mientras el apóstol espera que se mantengan fieles hasta la venida del Señor. El proemio de esta carta resuena, pues, en el Adviento con la energía de quien está orgulloso de una comunidad, sencillamente por una cosa, porque han acogido el “evangelio”. El afecto que Pablo muestra por su comunidad, desde la cárcel, desde las cadenas, es muy elocuente. Es un orgullo que él esté en la cárcel por el evangelio y que la comunidad de Filipos se haya interesado vivamente por él. De esa manera se da cuenta Pablo que su misión de Apóstol, de emisario del evangelio, es su “gloria”; todo ello vale su peso en oro; no hay consuelo como ese. La retórica del texto deja traslucir, sin embargo, la verdad de su vida.

II.2. Por otra parte, mantenerse a la espera de la venida del Señor, no es estar pendientes de catástrofes apocalípticas, sino de estar unidos siempre al Señor que ha traído la justicia a este mundo que se pierde en su injusticia. Jesucristo, pues, es el horizonte de la justicia en el mundo; eso por lo que luchan muchos creyentes y también personas que no creen. Y ese, en definitiva, es el “evangelio” del que habla Pablo. El lenguaje escatológico que Pablo usa en estos versos no le hacen desviar su mirada de la historia concreta de los cristianos que tienen que mantenerse fieles hasta el final. Y todo con alegría (chara), un tema verdaderamente recurrente en esta carta (cf 1,4.18.25; 2,2,17-18.28-29; 3,1; 4,1.4), que fue escrita en la cárcel de Éfeso con toda probabilidad. Y porque la alegría es una de las claves del Adviento, es por lo que se ha escogido este texto paulino.

Evangelio: Lucas (3,1-6): La salvación llega a la historia humana

III.1. El evangelio de hoy nos ofrece el comienzo de la vida pública de Jesús. El evangelista quiere situar y precisar todo en la historia del imperio romano, que es el tiempo histórico en que tienen lugar los acontecimientos de la vida de Jesús y de la comunidad cristiana primitiva. Los personajes son conocidos: el emperador Tiberio sucesor de Augusto; el prefecto romano en Palestina que era Poncio Pilato; Herodes Antipas, hijo de Herodes el Grande, como tetrarca de Galilea, donde comenzó a resonar la buena noticia para los hombres; al igual que Felipe, su hermano, que lo era de Iturea y Traconítide; los sumos sacerdotes fueron Anás y Caifás. De todos ellos tenemos una cronología casi puntual. Es un “sumario” histórico, muy propio de Lucas ¿Y qué?, podemos preguntarnos. Es una forma de poner de manifiesto que lo que ha de narrar no es algo que puede considerarse que ocurriera fuera de la historia de los hombres de carne y hueso. La figura histórica de Jesús de Nazaret es apasionante y no se puede diluir en una piedad desencarnada. Sería una Jesús sin rostro, un credo sin corazón y un evangelio sin humanidad.

III.2. El evangelio es absolutamente histórico y llega como mensaje de juicio y salvación para los que lo escuchan. Incluso hubo toda una preparación: Juan el Bautista, un profeta de corte apocalíptico que anuncia, en nombre de Dios, apoyándose en el profeta Isaías, que algo nuevo llega a la historia, a nuestro mundo. Dios siempre cumple sus promesas; lo que se nos ha presentado en el libro de Baruc comienza a ser realidad cuando los hombres se abren al evangelio. Juan el Bautista es presentado bajo el impacto de Is 40,3-5, para llegar a la última expresión “y todo hombre verá la salvación de Dios”. Mt 3,3 no nos ha trasmitida la cita de Isaías más que haciendo referencia a “voz que clama en el desierto: preparad el camino al Señor y haced derechas sus sendas”. Lucas se engolfa, fascinado, en el texto del Deutero-Isaías para poner de manifiesto que ya desde Juan el Bautista la “salvación” está a las puertas. En la tradición cristiana primitiva, Juan el Bautista es el engarce entre el AT y el NT. Eso significa que no viene a cerrar la historia salvífica de Dios en el pasado, sino que quiere hace confluir en el profeta de Nazaret toda la acción salvadora que Dios ya había realizado en momentos puntuales y volvía a prometer por los profetas, en una nueva dimensión, para el futuro.

III.3. Efectivamente, para Lucas, la salvación “sôtería”, si cabe, es la clave de su evangelio. Jesús, al nacer, recibirá el título de “salvador” (sôtêr) (Lc 2,11) y su vida no debe ser otra cosa que hacer posible la salvación de Dios. Por eso mismo se encuentra muy a gusto el tercer evangelista cuando, al presentar la figura de Juan el Bautista, que es la de un profeta de juicio, subraye que ese juicio será, con Jesús, un juicio de salvación para toda la humanidad. Para Lucas, Juan el Bautista, que era un profeta de penitencia, quiere entregar el testigo para que el profeta de salvación, Jesús, entre en escena. Todo eso independientemente de si Jesús tuvo algo que ver, alguna vez y por corto tiempo, como discípulo del Bautista. De hecho, Lucas no está muy interesado en la actividad penitencial o bautismal de Juan, sino que más bien le importa su actividad de predicador, de profeta, por eso lo presenta amparado por todo el texto de Is 40,3-5 que Mt se ahorra en parte y en lo más positivo. Juan el Bautista, para Lucas, es pre-anunciador de la salvación de Dios.

III.4. Y no podemos menos de poner de manifiesto, al hilo de la cita de Isaías y del término “todo” (pas: todo valle, todo monte y colina, todo hombre –aunque el texto griego diga “toda carne”-), que aparece tres veces, ese carácter universal de la salvación que ahora preanuncia Juan. ¿Qué significa esto? Pues que esa salvación no es para un pueblo, ni está encerrada en una tradición religiosa determinada. Lo que ha de ocurrir rompe todos los esquemas con que se esperaba que Dios actuara. Los oráculos proféticos de salvación, como el de Baruc de hoy, todavía se quedan estrechos, aunque sean muy hermosos y esperanzadores. Jerusalén, aún bajo un simbolismo especial, seguía siendo el centro del judaísmo y de un pueblo que se empeñaba en que él era diferente, por elegido. Ahora el pasaje del texto isaiano nos descubre un secreto, el verdadero proyecto del Dios de la salvación: todos serán salvados. Todos “verán” es como decir “experimentarán”. (Fr. Miguel de Burgos Núñez O. P.).



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