domingo, 29 de mayo de 2016

SOLEMNIDAD DEL CORPUS CHRISTI


Unir nuestra vida a la vida de Jesús

Celebramos en este domingo la Solemnidad del Corpus Domini. Tradicionalmente la Iglesia ha exaltado y venerado la Eucaristía con sus mejores galas y cantos, poemas y oraciones. Prueba de ello son los himnos de Santo Tomás de Aquino. Pero la Iglesia se vuelve verdaderamente esplendente ante Dios cuando come y bebe el cuerpo y la sangre de nuestro Señor, es decir, cuando se hace cuerpo y sangre del Señor, cuando se hace Eucaristía.

Parece que hay un hilo conductor en las lecturas que toma las imágenes de ‘pan y de vino’, y los acciones del ‘bendecir y partir’. En el libro del Génesis, el sacerdote y rey de Salem, Melquisedec, hizo traer pan y vino para luego bendecir a Abraham. San Pablo, en la segunda lectura, nos transmite la tradición que él mismo, a su vez, ha recibido: Jesús tomó pan, lo bendijo y lo partió. Y San Lucas nos narra el episodio de la multiplicación de los panes, en donde tomó 5 panes, los bendijo y los mando repartir a sus discípulos. Por tanto, el pan parece que está ligado de una manera especial con la bendición que viene de Dios y con el partir ese pan.

DIOS NOS HABLA. ESCUCHAMOS SU PALABRA

I LECTURA

En el antiguo pueblo judío, pan y vino formaban parte de toda comida de fiesta. En todas las culturas encontramos el acto tan humano de celebrar el hecho de estar juntos en una comida festiva. Al presentar esta comida ante el Dios Altísimo, el pan y el vino se convierten en ofrenda sagrada. Ya no es sólo una comida que comparten Melquisedec y Abrám, sino que Dios está en medio del pueblo.

Lectura del libro del Génesis 14, 18-20

En aquellos días: Melquisedec, rey de Salém, que era sacerdote de Dios, el Altísimo, hizo traer pan y vino, y bendijo a Abrám, diciendo: “¡Bendito sea Abrám de parte de Dios, el Altísimo, creador del cielo y de la tierra! ¡Bendito sea Dios, el Altísimo, que entregó a tus enemigos en tus manos!”. Y Abrám le dio el diezmo de todo.
Palabra de Dios.
Salmo 109, 1-4

R. Tú eres Sacerdote para siempre, a la manera de Melquisedec.

Dijo el Señor a mi Señor: “Siéntate a mi derecha, mientras yo pongo a tus enemigos como estrado de tus pies”. R.

El Señor extenderá el poder de tu cetro: “¡Domina desde Sión, en medio de tus enemigos!” R.

“Tú eres príncipe desde tu nacimiento, con esplendor de santidad; yo mismo te engendré como rocío, desde el seno de la aurora”. R.

El Señor lo ha jurado y no se retractará: “Tú eres sacerdote para siempre, a la manera de Melquisedec”. R.

II LECTURA

San Pablo escribe a las comunidades cristianas que se habían formado recientemente. Todavía tenían mucho que aprender sobre el sentido de la comida sagrada. Estas comunidades, que se reunían a cenar en la noche del domingo, corrían el riesgo de convertir el banquete eucarístico en una mera reunión social. Comer juntos es profesar juntos nuestra fe, mientras esperamos la vuelta definitiva de Jesucristo.
   
Lectura de la Primera carta del apóstol san Pablo a los cristianos de Corinto 11, 23-26

Hermanos: Lo que yo recibí del Señor, y a mi vez les he transmitido, es lo siguiente: El Señor Jesús, la noche en que fue entregado, tomó el pan, dio gracias, lo partió y dijo: “Esto es mi Cuerpo, que se entrega por ustedes. Hagan esto en memoria mía”. De la misma manera, después de cenar, tomó la copa, diciendo: “Esta copa es la Nueva Alianza que se sella con mi Sangre. Siempre que la beban, háganlo en memoria mía”. Y así, siempre que coman este pan y beban esta copa, proclamarán la muerte del Señor hasta que él vuelva.
Palabra de Dios.

SECUENCIA
Esta secuencia es optativa. Si se la canta o recita, puede decirse íntegra o en forma breve desde: * “Este es el pan de los ángeles”.

Glorifica, Sión, a tu Salvador, aclama con himnos y cantos a tu Jefe y tu Pastor.
Glorifícalo cuanto puedas, porque él está sobre todo elogio y nunca lo glorificarás bastante.
El motivo de alabanza que hoy se nos propone es el pan que da la vida.
El mismo pan que en la Cena Cristo entregó a los Doce, congregados como hermanos.
Alabemos ese pan con entusiasmo, alabémoslo con alegría, que resuene nuestro júbilo ferviente.
Porque hoy celebramos el día en que se renueva la institución de este sagrado banquete.
En esta mesa del nuevo Rey, la Pascua de la nueva alianza pone fin a la Pascua antigua.
El nuevo rito sustituye al viejo, las sombras se disipan ante la verdad, la luz ahuyenta las tinieblas.
Lo que Cristo hizo en la Cena, mandó que se repitiera en memoria de su amor.
Instruidos con su enseñanza, consagramos el pan y el vino para el sacrificio de la salvación.
Es verdad de fe para los cristianos que el pan se convierte en la carne, y el vino, en la sangre de Cristo.
Lo que no comprendes y no ves es atestiguado por la fe, por encima del orden natural.
Bajo la forma del pan y del vino, que son signos solamente, se ocultan preciosas realidades.
Su carne es comida, y su sangre, bebida, pero bajo cada uno de estos signos, está Cristo todo entero.
Se lo recibe íntegramente, sin que nadie pueda dividirlo ni quebrarlo ni partirlo.
Lo recibe uno, lo reciben mil, tanto éstos como aquél, sin que nadie pueda consumirlo.
Es vida para unos y muerte para otros. Buenos y malos, todos lo reciben, pero con diverso resultado.
Es muerte para los pecadores y vida para los justos; mira cómo un mismo alimento tiene efectos tan contrarios.
Cuando se parte la hostia, no vaciles: recuerda que en cada fragmento está Cristo todo entero.
La realidad permanece intacta, sólo se parten los signos, y Cristo no queda disminuido, ni en su ser ni en su medida.

* Este es el pan de los ángeles, convertido en alimento de los hombres peregrinos: es el verdadero pan de los hijos, que no debe tirarse a los perros.
Varios signos lo anunciaron: el sacrificio de Isaac, la inmolación del Cordero pascual y el maná que comieron nuestros padres.
Jesús, buen Pastor, pan verdadero, ten piedad de nosotros: apaciéntanos y cuídanos; permítenos contemplar los bienes eternos en la tierra de los vivientes.
Tú, que lo sabes y lo puedes todo, Tú, que nos alimentas en este mundo, conviértenos en tus comensales del cielo, en tus coherederos y amigos, junto con todos los santos.

ALELUYA        Jn 6, 51

Aleluya. “Yo soy el pan vivo bajado del cielo. El que coma de este pan vivirá eternamente”, dice el Señor. Aleluya.

EVANGELIO

La propuesta de los Doce no era la de comer juntos. Su idea era que cada cual fuera a buscarse casa y comida por su lado, y que cada uno se arreglara como pudiera. Pero Jesús quiere que comamos juntos. Él está hoy en medio de nosotros con su presencia sacramental y eucarística, y está también presente cada vez que nos disponemos a poner en común nuestros panes y peces, cada vez que formamos grupos para organizarnos, cada vez que hacemos que el hambriento quede satisfecho.

Ì Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas 9, 11b-17

Jesús habló a la multitud acerca del Reino de Dios y devolvió la salud a los que tenían necesidad de ser sanados. Al caer la tarde, se acercaron los Doce y le dijeron: “Despide a la multitud, para que vayan a los pueblos y caseríos de los alrededores en busca de albergue y alimento, porque estamos en un lugar desierto”. Él les respondió: “Denles de comer ustedes mismos”. Pero ellos dijeron: “No tenemos más que cinco panes y dos pescados, a no ser que vayamos nosotros a comprar alimentos para toda esta gente”. Porque eran alrededor de cinco mil hombres. Entonces Jesús les dijo a sus discípulos: “Háganlos sentar en grupos de alrededor de cincuenta personas”. Y ellos hicieron sentar a todos. Jesús tomó los cinco panes y los dos pescados y, levantando los ojos al cielo, pronunció sobre ellos la bendición, los partió y los fue entregando a sus discípulos para que se los sirvieran a la multitud. Todos comieron hasta saciarse y con lo que sobró se llenaron doce canastas.
Palabra del Señor.

MEDITAMOS LA PALABRA DE DIOS

La multiplicación de los panes

La multiplicación de los panes es el episodio de la vida de Jesús que en más ocasiones y con más detalle se nos cuenta en los Evangelios. En esta solemnidad del Corpus encontramos la versión de Lucas, el cual nos quiere hacer conscientes de la relación entre la Eucaristía y la vida cotidiana. Un detalle del texto nos abre a la comprensión de esta relación: el hambre de la multitud: “Despide a la gente para que se vayan a las aldeas y caseríos de alrededor a buscar albergue y comida porque aquí estamos en despoblado” (Lc 9,12).

Un problema parece entreverse en esta petición de los discípulos a Jesús: el hambre de la gente; hambre de pan, hambre de todo aquello que alimenta la vida, de todo aquello necesario para tener una vida plena que es la necesidad de amor, de justicia, necesidad de un salario que nos permita vivir, necesidad de vivienda… éste hambre que tiene que ser saciada.

Al mismo tiempo que percibimos el problema del hambre, surge en nosotros una pregunta: ¿cómo saciar el hambre? Los discípulos hacen su propuesta: despide a la multitud; o dicho con otras palabras lógicas de nuestra mentalidad: que cada uno se apañe, que cada uno se vaya a comprar… Esta es la lógica del mercado. La lógica del mercado tiene un distintivo claro: percibe los bienes materiales como propiedad que se puede comprar, y no como dones. Y es a raíz de esto como surge el mercadeo con los bienes materiales, espirituales. La lógica del apañarse, del creerse propietarios, es la lógica del paganismo y no del cristianismo.

Sin embargo, la propuesta de Jesús: “Denles ustedes de comer.” Esta respuesta de Jesús pone subraya un hecho: los hijos de Dios no somos dueños sino administradores de los bienes que pertenecen a Dios. Por tanto, una pregunta legítima y adecuada del cristiano es: ¿cómo debemos gestionar estos bienes para que todos tengan?

Más aún, Jesús da un paso al frente en su propuesta: pongan en común todo lo que tienen. Frente a la lógica de la comunión aparece de nuevo la lógica de los discípulos, de nosotros, del mercado: “Eso no es nada, no es suficiente porque no tenemos más que 5 panes y 2 peces” (Lc 9,13) Pensar que los bienes no son suficientes para el mundo es una blasfemia contra Dios porque la creación es suficiente para el hombre.

Ante esta blasfemia de los discípulos, Jesús toma la totalidad de los bienes (5 panes y 2 peces) que hay disponibles, alza los ojos al cielo y dice la bendición. Con este gesto, Jesús reconoce la fuente de todos los bienes: Dios. Por eso, si el pan pertenece a Dios, nosotros somos los administradores del pan. Los bienes de la tierra no son posesión del hombre, sino regalos del creador. Nosotros somos comensales de una mesa que pertenece a Dios, huéspedes de un banquete de comunión. Y así, los bienes de Dios solamente pueden ser repartidos y aceptados por aquellos que entran en la lógica de Dios y no del mercado.

Relación con la Última Cena

Este episodio de la multiplicación de los panes está relacionada con la Última Cena y, en definitiva, con la Eucaristía. En la última cena, Jesús sabe que está a punto de morir y, en consecuencia, deja su testamento: Toma el pan y dice: Este es mi cuerpo. Toma el vino y dice: Ésta es mi sangre. O dicho con otras palabras: “Éste soy yo, ésta es mi vida, ésta es mi historia” En la Eucaristía, no están presente los músculos ni los huesos de Jesús, sino que Todo Él está concentrado en éste pan y en éste vino. Porque toda su vida ha sido un hacerse pan, y por eso encontramos una invitación: tomen y coman. El deseo de Jesús es que el discípulo una su vida a la vida de Jesús.

Comer y Beber la vida de Dios. Comer el pan y beber el vino es aceptar la vida de Jesús, unir nuestra vida a la vida de Jesús. Y esté acciones de Comer y Beber es aceptar a Dios como Jesús lo ha presentado y no a nuestra imagen y semejanza. Por eso, cuando se come y se bebe la vida de Jesús, se hace el compromiso, la promesa, de unir nuestra vida a Dios y transformarla en don de vida para los hermanos. Este es el misterio de la Eucaristía.

ESTUDIO BÍBLICO

Iª Lectura: Génesis (14,18-20): Un culto sencillo y original

I.1. Todos los textos ancestrales de AT tienen algo especial en la tradiciones de Israel, hasta el punto de poder considerar que un texto como el de Melquisedec podría ser una campaña militar, antigua, en la que se ha querido ver que los grandes, en este caso el rey de Salem, también ha querido ponerse a los pies del padre del pueblo, de Abrahán. Con los gestos del pan y el vino que se ofrecen, las cosas más naturales de la tierra, el rey misterioso le otorga a Abrahán un rango sagrado, casi de rey-sacerdote. Será en este sentido cómo la carta a los Hebreos c. 7,1-10 se permitirá hacer una lectura nueva de Jesucristo, de su sacerdocio no-dinástico, absolutamente distinto y original, que no tiene parangón como el sacerdocio ministerial. En el mismo sentido lo había ya intuido el Sal 110,4. Se ha discutido mucho sobre quién es este personaje, incluso tenemos un texto en Qumrán (11Q) que lo ve como un ser celeste.

I.2. El valor, pues, de nuestro texto es que sirve como plataforma teológica para un sentido nuevo y una actualización de la religión inaugurada por la vida de Cristo. El hecho de que en esa ofrenda de Melquisedec no se usen animales, sino las cosas sencillas de la tierra, apunta a una dimensión ecológica y personalista. Jesús, antes de morir, ofrecerá su vida ¡tal como suena! en un poco de pan y en un poco de vino. No hacía falta más que la intención misma de entregarse, de donarse, de “pro-existir” para los demás. Con ello se alza una protesta radical contra un culto de sacrificios de animales que no lleva a ninguna parte. Es la vida de Dios y de los hombres la que tiene que estar en comunión. El ser humano se fascina ante lo divino y deja de ser humano muchas veces, pero la “comunión vital” entre Dios y la humanidad no tiene por qué esclavizarnos a un culto externo y a veces inhumano. Porque lo que es inhumano, es antidivino.

I.3. En realidad es todo el texto de Heb 7 el que puede generar una lectura interesante en una fiesta como hoy. Quizás muchos hubieran preferido otro texto para esta fiesta. Pero debemos reconocer que la intención de la elección litúrgica del mismo se explica porque el gesto de Melquisedec es como un signo anticipado de los gestos del pan y el vino de Jesús en la última cena con sus discípulos. Se ha hablado que la intención del autor de la carta a los Hebreos era mostrar que el sacerdocio de Cristo, a imagen de Melquisedec, logra una verdadera “téléiôsis”, que se puede traducir de muchas formas, como “perfección” o incluso como “transformación”. Preferimos esto último, porque Jesús, con su vida, con sus palabra, con sus gestos, transforma una religión de culto sacrificial de animales, en una verdadera donación de vida, para introducirnos en la vida misma de Dios. 

IIª Lectura: Primera Corintios (11,23-26): La tradición del Señor es vida

II.1. El cristianismo primitivo tuvo que hacerse “recibiendo” tradiciones del Señor. Pablo, que no lo conoció personalmente, le da mucha importancia a unas pocas que ha recibido. Y una de esas tradiciones son las palabras y los gestos de la última cena. Porque el apóstol sabía lo que el Vaticano II decía, que “la Iglesia se realiza en la Eucaristía”. Todos debemos reconocer que aquella noche marcaría para siempre a los suyos. Cuando la Iglesia intentaba un camino de identidad distinto del judaísmo, serán esos gestos y esas palabras las que le ofrecerá la oportunidad de cristalizar en el misterio de comunión con su Señor y su Dios. Esta tradición “recibida”, según la mayoría de los especialistas, pertenece a Antioquía (como en Lc 22,19-20), donde los seguidores de Jesús “recibieron” por primera vez el nombre de “cristianos”. Un poco distinta es la de Jerusalén (Mc y Mt).

II.2. Los gestos del Señor Jesús eran los que se hacían en cualquier comida judía; incluso si fue un cena pascual, lo que se hacía en aquella fiesta de recuerdo impresionante. Pero lo importante son las “palabras” y el sentido que Jesús pone en los gestos. Jesús, en la noche “en que iba a ser entregado”, se “entregó” él a los suyos. El término es elocuente. En los relatos de la pasión aparece frecuentemente este “entregar”. No obstante lo verdaderamente interesante es que antes de que lo entregaran a la muerte y le quitaran la vida, él la ofreció, la entregó, la donó a los suyos en el pan y en el vino, de la forma más sencilla y asombrosa que se podía alguien imaginar.

II.3. ¿Por qué se ha proclamar la muerte del Señor hasta su vuelta? ¿Para recordar la ignominia y la violencia de su muerte? ¿Para resaltar la dimensión sacrificial de nuestra redención? ¿Para que no se olvide lo que le ha costado a Jesús la liberación de la humanidad? Muchas cosas, con los matices pertinentes, se deben considerar al respecto. Tienen el valor de la memoria “zikarón” que es un elemento antropológico imprescindible de nuestra propia historia. No hacer memoria, significa no tener historia. Y la Iglesia sabe que “nace” de la muerte de Jesús y de su resurrección. No es simplemente memoria de un muerto o de una muerte ignominiosa, o de un sacrificio terrible. Es “memoria” (zikarón) de vida, de entrega, de amor consumado, de acción profética que se adelanta al juicio y a la condena a muerte de las autoridades; es memoria de su vida entera que entrega en aquella noche con aquellos signos proféticos sin media. Precisamente para que no se busque la vida allí donde solamente hay muerte y condena. Es, por otra parte y sobre todo, memoria de resurrección, porque quien se dona en la Eucaristía de la Iglesia, no es un muerto, ni repite su muerte gestualmente, sino el Resucitado.

Evangelio: Lucas (9, 11-17): La Eucaristía, experiencia del Reino de Dios

III.1. Lucas ha presentado la multiplicación de los panes como una Eucaristía. En este sentido podemos hablar que este gesto milagroso de Jesús ya no se explica, ni se entiende, desde ciertos parámetros de lo mágico o de lo extraordinario. Los cinco verbos del v. 16: “tomar, alzar los ojos, bendecir, partir y dar”, denotan el tipo de lectura que ha ofrecido a su comunidad el redactor del evangelio de Lucas. Quiere decir algo así: no se queden solamente con que Jesús hizo un milagro, algo extraordinario que rompía las leyes de la naturaleza (solamente tenían cinco panes y dos peces y eran cinco mil personas). Por tanto, ya tenemos una primera aproximación. Por otra parte, es muy elocuente cómo se introduce nuestro relato: los acogía, les hablaba del Reino de Dios y los curaba de sus males (v.11). E inmediatamente se desencadena nuestra narración. Por tanto la “eucaristía” debe tener esta dimensión: acogida, experiencia del Reino de Dios y curación de nuestra vida.

III.2. Sabemos que el relato de la multiplicación de los panes tiene variantes muy señaladas en la tradición evangélica: (dos veces en Mateo: 14,13-21;15,32-39); (dos en Marcos: 6,30-44; 8,1-10); (una en Juan, 6,1-13) y nuestro relato. Se ha escogido, sin duda, para la fiesta del Corpus en este ciclo por ese carácter eucarístico que Lucas nos ofrece. Incluso se apunta a que todo ocurre cuando el día declinaba, como en el caso de los discípulos de Emaús (24,29) que terminó con aquella cena prodigiosa en la que Jesús resucitado realiza los gestos de la última Cena y desaparece. Pero apuntemos otras cosas. Jesús exige a los discípulos que “ellos les den de comer”; son palabras para provocar, sin duda, y para enseñar también. El relato, pues, tiene de pedagógico tanto como de maravilloso.

III.3. La Eucaristía: acogida, experiencia del Reino y curación de nuestra vida. Deberíamos centrar la explicación de nuestro texto en ese sumario introductorio (v. 11), que Lucas se ha permitido anteponer a la descripción de la tradición que ha recibido sobre una multiplicación de los panes. Si la Eucaristía de la comunidad cristiana no es un misterio de “acogida”, entonces no haremos lo que hacía Jesús. Muchas personas necesitan la “eucaristía” como misterio de acogida de sus búsquedas, de sus frustraciones, de sus anhelos espirituales. No debe ser, pues, la “eucaristía” la experiencia de una élite de perfectos o de santos. Si fuera así muchas se quedarían fuera para siempre. También debe ser “experiencia del Reino”; el Reino anunciado por Jesús es el Reino del Padre de la misericordia y, por tanto, debe ser experiencia de su Padre y nuestro Padre, de su Dios y nuestro Dios. Y, finalmente, “curación” de nuestra vida, es decir, experiencia de gracia, de encuentro de fraternidad y de armonía. Muchos vienen a la eucaristía buscando su “curación” y la Iglesia debe ofrecérsela, según el mandato mismo de Jesús a los suyos, en el relato: “dadles vosotros de comer”.

III.4. Son posible, desde luego, otras lecturas de nuestro texto de hoy. No olvidemos que en el sustrato del mismo se han visto vínculos con la experiencia del desierto y el maná (Ex 16) o del profeta Eliseo y sus discípulos (2Re 4,42-44). Y además se ha visto como un signo de los tiempos mesiánicos en que Dios ha de dar a su pueblo la saciedad de los dones verdaderos (cf Ex 16,12; Sal 22,27; 78,29; 132, 15; Jr 31,14). De ahí que nos sea permitido no esclavizarse únicamente a un tipo de lectura exclusivamente cultual envejecida. El Oficio de la liturgia del Corpus que, en gran parte, es obra de Sto. Tomás de Aquino, nos ofrece la posibilidad de tener presente estos aspectos y otros más relevantes si cabe. La Eucaristía, sacramento de Cuerpo y la Sangre de Señor, debe ser experiencia donde lo viejo es superado. Por eso, la Iglesia debe renovarse verdaderamente en el misterio de la Eucaristía, donde la primitiva comunidad cristiana encontró fuerzas para ir rompiendo con el judaísmo y encontrar su identidad futura. (Fray Miguel de Burgos Núñez, O.P. ).


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