domingo, 25 de septiembre de 2016

DOMINGO 26º DEL TIEMPO ORDINARIO


“Hijo, recuerda que recibiste tus bienes en vida”

El rico epulón y el pobre Lázaro es una historia ejemplar, y, al igual que las parábolas, invita a la conversión y a obrar bien. El obrar bien al que se refiere este relato es la justicia: tanto das, tanto recibes. Ni más ni menos. Como la justicia no suele cumplirse en este mundo, porque los poderosos imponen su propia ley y su poder, ha surgido un sentimiento en casi todos los pueblos de que tiene que haber un más allá donde un juez supremo dé a cada uno su justo merecido. Se desea y se espera que este juez sabio, poderoso y ecuánime del otro mundo invierta los destinos o las suertes de las personas, precisamente para restablecer la justicia: el que ha sido pobre en este mundo, será rico en el otro; mientras que el que ha abundado en la riqueza aquí, padecerá en el más allá una vida de tormentos y de privaciones. La parábola es un ataque a las injusticias perpetradas en el mundo por la distribución desigual de la riqueza, y, al mismo tiempo, una llamada a que los ricos se decidan a repartir con todas las víctimas de la indigencia; por la cuenta que les tiene.

Hasta aquí, en esta narración sobre la justicia no hay nada específicamente cristiano. Historias similares a la del rico epulón y el pobre Lázaro existen en otras culturas y en otras religiones. Pero un cristiano ha oído, además de esas historias, la parábola del buen samaritano y, sobre todo, la del hijo pródigo, en las que hay una superación de la justicia: la gratuidad, la misericordia. Esto sí es específicamente cristiano. En efecto, vemos que el hermano mayor de la parábola del hijo pródigo se mueve en su diálogo con el padre únicamente en el plano de la justicia: el que la hace, la paga; o lo que es lo mismo, a cada uno, según sus méritos. Nada más. El Padre –y Jesús– dan un salto cualitativo y se sitúan en el plano superior de la gratuidad. Ésta supera a la justicia, porque da infinitamente más que recibe; es más, da sin esperar nada a cambio, cosa que no sucede en la justicia. Nos preguntamos entonces: ¿es el Padre de Jesús y Padre nuestro un Dios de la justicia o de la misericordia? Diríamos que de las dos, porque la justicia no es algo opuesto a la gratuidad; es simplemente un escalón inferior a la misericordia, de tal modo que el que practica la gratuidad no puede de ninguna manera obrar injustamente. La gratuidad o misericordia incluye a la justicia, aunque la supere. La gratuidad o misericordia es el máximo escalón al que debe tender cualquier seguidor de Jesús. Pero, para ello, ha de subir a ese peldaño desde la justicia. No puede saltárselo.

DIOS NOS HABLA. ESCUCHAMOS SU PALABRA.

I LECTURA

El profeta describe la vida de lujo sofisticado que se vivía en las capitales. Estos placeres de unos pocos hacían un fuerte contraste con “la ruina de José”, es decir, la calamitosa situación de la mayor parte del pueblo. El pecado no consiste en tocar música, comer o beber. El pecado es regodearse egoístamente sin compartir, en un momento en que el pueblo estaba pasando gran necesidad.

Lectura de la profecía de Amós 6, 1a. 4-7

¡Ay de los que se sienten seguros en Sión! Acostados en lechos de marfil y apoltronados en sus divanes, comen los corderos del rebaño y los terneros sacados del establo. Improvisan al son del arpa, y como David, inventan instrumentos musicales; beben el vino en grandes copas y se ungen con los mejores aceites, pero no se afligen por la ruina de José. Por eso, ahora irán al cautiverio al frente de los deportados, y se terminará la orgía de los libertinos
Palabra de Dios.

Salmo 145, 7-10

R. ¡Alaba al Señor, alma mía!

El Señor hace justicia a los oprimidos y da pan a los hambrientos. El Señor libera a los cautivos. R.

El Señor abre los ojos de los ciegos y endereza a los que están encorvados. El Señor ama a los justos. R.

El Señor protege a los extranjeros, sustenta al huérfano y a la viuda y entorpece el camino de los malvados. R.

El Señor reina eternamente, reina tu Dios, Sión, a lo largo de las generaciones. R.

II LECTURA

Conservar la fe no significa quietismo ni fosilización. Conservar la fe es vivirla alegre y dinámicamente, sabiendo que todo en nuestra vida se orienta hacia el encuentro definitivo con Jesucristo.

Lectura de la primera carta del apóstol san Pablo a Timoteo 6, 11-16

Hombre de Dios, practica la justicia, la piedad, la fe, el amor, la constancia, la bondad. Pelea el buen combate de la fe, conquista la Vida eterna, a la que has sido llamado y en vista de la cual hiciste una magnífica profesión de fe, en presencia de numerosos testigos. Yo te ordeno delante de Dios, que da vida a todas las cosas, y delante de Cristo Jesús, que dio buen testimonio ante Poncio Pilato: observa lo que está prescrito, manteniéndote sin mancha e irreprensible hasta la Manifestación de nuestro Señor Jesucristo, Manifestación que hará aparecer a su debido tiempo el bienaventurado y único Soberano, el Rey de los reyes y Señor de los señores, el único que posee la inmortalidad y habita en una luz inaccesible, a quien ningún hombre vio ni puede ver. ¡A él sea el honor y el poder para siempre! Amén.
Palabra de Dios.

ALELUYA        2Cor 8, 9

Aleluya. Jesucristo, siendo rico, se hizo pobre por nosotros, a fin de enriquecernos con su pobreza. Aleluya.

EVANGELIO

La parábola nos lleva a una mirada introspectiva y a considerar cuántas riquezas tenemos. Estas pueden ser bienes materiales o el tesoro que significa “tener por padre a Abraham”, es decir, ser creyente. No es indispensable que optemos por la pobreza extrema o nos embarquemos como misioneros a tierras lejanas. Miremos con atención y, a la puerta de nuestra casa, hay algún hermano o hermana esperando el pan cotidiano y la buena noticia del Evangelio.

Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas 16, 19-31

Jesús dijo a los fariseos: Había un hombre rico que se vestía de púrpura y lino finísimo y cada día hacía espléndidos banquetes. A su puerta, cubierto de llagas, yacía un pobre llamado Lázaro, que ansiaba saciarse con lo que caía de la mesa del rico; y hasta los perros iban a lamer sus llagas. El pobre murió y fue llevado por los ángeles al seno de Abraham. El rico también murió y fue sepultado. En la morada de los muertos, en medio de los tormentos, levantó los ojos y vio de lejos a Abraham, y a Lázaro junto a él. Entonces exclamó: “Padre Abraham, ten piedad de mí y envía a Lázaro para que moje la punta de su dedo en el agua y refresque mi lengua, porque estas llamas me atormentan”. “Hijo mío, respondió Abraham, recuerda que has recibido tus bienes en vida y Lázaro, en cambio, recibió males; ahora él encuentra aquí su consuelo, y tú, el tormento. Además, entre ustedes y nosotros se abre un gran abismo. De manera que los que quieren pasar de aquí hasta allí no pueden hacerlo, y tampoco se puede pasar de allí hasta aquí”. El rico contestó: “Te ruego entonces, padre, que envíes a Lázaro a la casa de mi padre, porque tengo cinco hermanos: que él los prevenga, no sea que ellos también caigan en este lugar de tormento”. Abraham respondió: “Tienen a Moisés y a los Profetas; que los escuchen”. “No, padre Abraham, insistió el rico. Pero si alguno de los muertos va a verlos, se arrepentirán”. Pero Abraham respondió: “Si no escuchan a Moisés y a los Profetas, aunque resucite alguno de entre los muertos, tampoco se convencerán”.
Palabra del Señor.

MEDITAMOS LA PALABRA DE DIOS.

En la catequesis que hemos recibido desde niños, se ha identificado "lo que dice" y narra esta historia del rico epulón y el pobre Lázaro con "lo que realmente quiere decir". Y se nos han enseñado como reales los que no son más que meros elementos inventados para la construcción de la historia: la existencia y el escenario del juicio después de la muerte, el cielo como premio y el infierno de fuego como castigo, el diálogo de los muertos con los vivos, la imposibilidad de arrepentimiento una vez que nos llega la muerte, etc. ¿Qué podemos sacar nosotros hoy de "lo que quiere decir" esta historia ejemplar?

Para un creyente cristiano, la persona que hemos sido en nuestra historia engarza con la que seremos más allá de la muerte

Ciertamente no será como nos lo narra la parábola, donde se nos muestra a los personajes después de la muerte tal como estuvieron en este mundo. Pero en la resurrección cristiana, el ser humano que vivió cada uno en la propia historia no pierde su identidad, sino que la realiza en plenitud. Es un salto prodigioso de la identidad histórica a la identidad resucitada, sin el corte de la aniquilación de lo que hemos sido en la vida.

Para un creyente cristiano, la resurrección no minimiza en absoluto la vida que hemos ido construyendo en nuestra historia, sino que le da suma importancia. La identidad resucitada no se opone a la identidad histórica como el verdadero ser humano al aparente. La humanidad resucitada se halla ya presente en la humanidad histórica como el árbol se halla presente en la semilla. ¿Quién puede despreciar la semilla para poner todo el acento en el árbol?

De ahí se deriva que para llegar a la vida resucitada no vale construir en la historia cualquier tipo de persona. El fruto que seremos depende de la semilla que ahora vamos siendo. ¿Da lo mismo ser asesino que asesinado, ordenar masacres por intereses mezquinos que morir inocentemente, acaparar injustamente riquezas que morirse de hambre, amar que odiar, cultivar exquisitas relaciones de fidelidad que practicar el engaño, la mentira y el fraude? Evidentemente, no. La razón de ello está en que el ser humano tiene libertad para actuar, pero también responsabilidad de lo que se ha hecho.

¿Cómo será el ser humano resucitado?

Todas las culturas han diseñado cómo va a ser nuestra vida después de la muerte. La parábola de hoy nos lo cuenta con pelos y señales. Es una imaginación. Porque de la vida del más allá no tenemos ni el más mínimo atisbo de experiencia, ni la ha tenido nadie. Lo que digamos no son más que elaboraciones nuestras que las hacemos a la medida de cómo vivimos aquí en la historia. La única actitud que cabe ante la vida resucitada en la esperanza o expectativa radical.

La esperanza o la expectativa es una mezcla de confianza, ilusión, deseo y temor. Ante la vida del más allá no cabe otra esperanza o expectativa que no sea la radical, pues no se apoya en ningún tipo de experiencia vivida por nadie. Aunque tengamos la tentación de hablar de la vida del más allá y de describirla, lo única opción razonable es el silencio y esa expectativa radical, que, aunque tiene bases racionales firmes para creer en ella, no está exenta de serias y profundas dudas.

La expectativa exige un compromiso activo con aquello que se espera. El futuro no llega si uno no se compromete en su consecución. Y ya sabemos cómo Jesús esperó la resurrección: comprometiéndose con los pobres, los despreciados, las mujeres, los abandonados, hasta sufrir la muerte por ello.

Y del infierno, ¿qué? ¿Es un escenario inventado en éste y en otros pasajes evangélicos?

Los predicadores modernos ya casi no hablan del infierno, del juicio y de la condenación eterna. Después de una enorme inflación de siglos de predicaciones amenazantes sobre la condenación inminente, constatamos ahora un silencio, pero que no deja de ser un silencio incómodo y hasta perturbador. Porque, aunque ya no se habla de ello, nos seguimos preguntando: ¿quedarán impunes todas las injusticias, asesinatos, exterminios, robos, violaciones, etc., sin que los autores reciban un castigo reparador para sus víctimas? Acerca de la condenación eterna ofrecemos brevemente una explicación (E. Schillebeeckx, O.P.) entre las muchas que puedan existir. Es la siguiente. El Dios vivo se hace presente en nuestro mundo en la fraternidad tal como la vivió y predicó Jesús. Es decir, de la vida de Dios participa el que ama a los demás. Este vínculo vital con la vida de Dios en la fraternidad cristiana no puede romperse ni ser aniquilado por la muerte, como no lo fue con Jesús crucificado. En Jesús, Dios vence a la muerte para aquéllos que como él viven en este mundo el reino del amor fraterno. Existe cielo porque la vida de Dios, presente entre los hombres misericordiosos, se continúa después de la muerte. ¿Y las personas malas, injustas, asesinas, ladrones, etc.? Pues simple y llanamente están diciendo un no a vivir en nuestro mundo la vida de Dios, que no tiene otra manifestación que la fraternidad como la practicó Jesús. Esas personas malas han decidido libremente no tener en este mundo vida de comunión con Dios en el amor a los demás. Lógicamente, también están renunciando a una vida con Dios más allá de la muerte. Ésa es su decisión. Para ellos, la muerte es el final de su camino. No habrá ninguna vida (con Dios) más allá, porque tampoco la hubo en su historia terrenal. Han negado el vínculo con la vida de Dios aquí, con lo cual también lo están negando para después de su muerte. Los malos no tienen vida eterna. Su muerte es realmente el final de todo, porque se han autoexcluido de esa vida con Dios.

A Dios no se le acepta por la fuerza de pruebas prodigiosas

"No creerán ni aunque un muerto resucite". ¿El muerto resucitado es Jesús? Podría ser, porque la resurrección de Jesús no convence por la fuerza de la evidencia o por ser un prodigio portentoso. Dios sólo es accesible por la fe, que no es otra cosa que la seducción que siente quien se abre a que Dios invada su vida. Y esta vida de Dios se manifiesta en este mundo en la fraternidad al modo de Jesús.

¿Fue castigado el rico por sus riquezas o por su falta de caridad?

El evangelista Lucas, como judío, se acuerda de que la Ley y los profetas invitan a la misericordia y prohíben la ostentación orgullosa; como griego, recuerda asimismo las estimulaciones de esa cultura a la moderación. Así pues, ¿el error del rico no consistió solamente en haberse olvidado del pobre Lázaro, sino también en haber vivido con un lujo excesivo? Desde la óptica cristiana no hay duda: los ricos son condenados por no tener misericordia con los pobres. Mejor dicho, porque su enriquecimiento se construye a costa del empobrecimiento de los más débiles. La riqueza puede ser condenada por filosofías que hacen de la moderación un ideal de virtud. Pero para los cristianos, no es la riqueza lo que se condena, sino el empobrecimiento del que son víctimas muchas personas. Y lo son, a causa del enriquecimiento de unos pocos.

Hoy el empobrecimiento tiene un mayor alcance que en tiempos de Jesús, porque esta cultura ha convertido el dinero en su valor supremo que invade, condiciona y caracteriza toda nuestra vida. La vida nos sabe fundamentalmente a dinero, a mercancía. Por tanto al pobre se le condena, además de al hambre, a la enfermedad y al analfabetismo, a ser el mayor proscrito de una sociedad en la que el único sabor de la vida lo da el dinero, la riqueza.

ESTUDIO BÍBLICO.

La justicia, ahora, tiene que ver con nuestra felicidad futura

Iª Lectura: Amós (6,1-7):

I.1. Una de las “invectivas” más fuertes y acres del profeta Amós es ésta que se lee en este domingo y que nos recuerda las situaciones más escandalosas de la sociedad de consumo. El profeta de la justicia social sabe advertir contra aquellos que se refugian en un “boom económico” como está viviendo en esos instantes el reino del Norte, Israel, cuya capital, Samaría, era muy lujosa. Una sociedad de consumo es bien injusta desde todos los puntos de vista: los ricos se hacen más ricos y los pobres más pobres en la medida en que el lujo, el dinero, el poder, es sólo de unos pocos. El profeta no callará.

I.2. Pero vemos que el profeta no pretende pedir apretarse el cinturón ante una crisis que se avecina; el problema es más de raíz: el pueblo elegido tiene que vivir según los criterios de Dios que pide la justicia y la igualdad para todos. Su ideología no es la de un hombre desfasado, sino la de aquél que siente que Dios no puede soportar la irresponsabilidad humana. Llegará, como llegó, la crisis, la destrucción por medio de la gran potencia Asiria. La injusticia trae destrucción; siempre ha sido así. La conciencia crítica de los profetas es una alerta siempre necesaria. Molestan nuestra comodidad, pero son imprescindibles para nuestra conciencia adormecida.

IIª Lectura: Iª Timoteo (6,11-16): Perseverancia en la fe, como confianza

El texto de la carta a Timoteo es una llamada a la lucha por la fe. El hombre piadoso, religioso, sabe que en este mundo, mantener la fe, no es fácil, porque las cosas de Dios y del evangelio no se imponen por sí mismas. Otros dioses, otros poderes, roban el corazón de los hombres y es necesario mantener la perseverancia. Pero esta virtud no es la cerrazón en una ideología, sino la dinámica que nos abre al proyecto futuro de Dios. Este mundo tiene que ir consumándose en la justicia, en la solidaridad, en el amor...hasta que llegue la manifestación de la plenitud de Dios, que nos ha revelado Jesucristo.

Evangelio: Lucas (16,19-31): ¡Construyamos el cielo como Dios quiere, no el infierno!

III.1. El evangelio de Lucas cierra el famoso capítulo social que el domingo pasado planteaba cuestiones concretas para los cristianos, como el amor al dinero o a las riquezas y la actitud que se debe mantener (Lc 16). Se cierra con la famosa parábola del pobre Lázaro y el rico epulón, que es lo opuesto a la parábola con la que se abría el mismo. El rico epulón es el motivo para poner de manifiesto, en la mentalidad de Lucas, lo que espera a los que no son capaces de compartir sus riquezas con los pobres. Y no ya solamente dando limosnas, sino que la parábola es mucho más concluyente: la situación de Lázaro se produce por la actitud del que se viste de púrpura y lino y celebra grandes fiestas. Esta narración parabólica da mucho de sí para hablar, hoy más que nunca, de las diferencias sociales; del empobrecimiento mundial, de la deuda que muchos pueblos del Tercer y Cuarto mundo no pueden soportar. Y se hablará, incluso, del “infierno” que muchos se merecen… Veamos algunos aspectos.

III.2. La culpabilidad del rico siempre está en oposición a alguien que vive miserablemente y a quien él debería haber sacado de ese mal. De ahí que la figura de Lázaro, el pobre, aparezca en toda la narración como punto de referencia del rico, no solamente mientras están los dos en este mundo, sino muy especialmente en el más allá. Cuando el rico vive su situación de desgracia, ya irreversible según la ideología del texto, pide y ruega que Lázaro le refresque su lengua con la punta de sus dedos (v. 24); o que se le mande para que advierta a sus hermanos (v. 27). ¿Es un adorno literario, pasivo, para confirmar lo que se ha definido en el v.25? Es mucho más que eso. No intentemos definir el “infierno” al pie de la letra de la narración, con llamas o algo así: ¡sería una equivocación teológicamente imperdonable! Consideramos que se quiere poner el dedo en la llaga como conciencia crítica expresada de una forma semiótica por la figura del pobre, que tiene un nombre propio, a quien él debería haber liberado. Y es que la riqueza en sí no es neutra, ni se recibe nunca como bien discriminatorio, como muchos defendían en la mentalidad del judaísmo del tiempo de Jesús y del cristianismo primitivo.

III.3. La acumulación de riquezas es injusta; pero es más injusta todavía cuando al lado (y hoy, al lado, por los medios de comunicación, son miles de kilómetros) hay personas que ni siquiera tienen las migajas necesarias para comer. A nosotros nos parece que la culpabilidad de los ricos (o de los pueblos ricos) que se comportan frente a los miserables como el de nuestro ejemplo está absolutamente presente desde el principio al final de la narración, y esto sin recurrir a una alegorización excesiva de la misma. Pero no deja de ser curioso que el rico ni siquiera tiene nombre. Es un rico sin nombre… ¡qué curioso!. En la parábola, por el contrario, quien tiene nombre propio es Lázaro. No es eso lo que sucede precisamente en nuestro mundo de relaciones sociales injustas. Los ricos salen en todos los periódicos y hablan de ellos todas las revistas financieras y del corazón. Y además, el rico sin nombre bien que sabe el nombre que tiene el pobre: ¡Lázaro!, signifique lo que signifique (Eleazar, en hebreo significa “Dios es mi ayuda”). ¡Todo esto da que pensar en la parábola que Jesús ha inventado, no solamente de una historia, sino de muchas historias reales!


III.4. El rico es culpable frente a Lázaro, no frente a los pobres en general, que siempre puede ser una excusa; frente a una persona con nombre propio que se ha encontrado en su vida. Eso, desde luego, no quita que también se pueda hablar de la esperanza de los pobres frente al Dios justo, aquí representado por Abrahán. El abismo, pues, entre los ricos y los pobres, según Lucas quiere poner de manifiesto, puede y debe cambiarse en el presente. El futuro se hace en el presente y quien sabe cambiar su presente, cambia también el futuro. Este es el objetivo final también de la narración sobre el rico epulón y el pobre Lázaro, como lo era del administrador de la injusticia que supo repartir el dinero acumulado de su señor para hacerse amigos; no se lo guardó para él. Pero los que usan las riquezas sólo para sí... se están cerrando el futuro. (Fray Miguel de Burgos Núñez, O. P.).

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