domingo, 2 de abril de 2017

DOMINGO 5º DE CUARESMA



“Tu hermano resucitará”

Entramos en la última semana de esta Cuaresma y lo hacemos con una petición: la ayuda de Dios para vivir del mismo amor que llevó a Jesús a entregar la vida por todos. Brota de la necesidad imperiosa de amor que todo ser humano tiene y está abocada al ejercicio de la solidaridad, que está urgido por las situaciones extremas en que vive mucha gente.

Durante este camino de preparación para la Pascua, hemos pasado de contemplar el Misterio de Jesús, verdadero hombre y verdadero Dios, a examinar nuestra realidad a la luz de este Misterio. No se trata de una renovación caprichosa, a nuestra medida y conforme a nuestros intereses. Se trata de dejar que la Imagen, las actitudes, los criterios y los valores que Él ha presentado, de palabra y con su vida, se hagan realidad en nuestra vida.

Una llamada de atención hace Ezequiel: Yo mismo abriré vuestros sepulcros y os haré salir...

De una situación de muerte y sin sentido, en la que nos sumergimos muchas veces, nos lleva el amor de Jesucristo a una experiencia desbordante de vida. No ha venido a condenar sin o a salvar, a dar vida en abundancia.

El signo será devolver a la vida a su amigo Lázaro. Lo hace pasar de lo aparentemente definitivo, cuatro días muerto, a volver a vivir. Todos pasan de la desolación producida por la muerte, a la posibilidad de vivir de otra manera si aceptan que Él es la resurrección y la vida.

DIOS NOS HABLA. ESCUCHAMOS SU PALABRA.

LECTURA

Dios habla a través del profeta, e interpela al pueblo para que no se encierre en la muerte, para que no se quede en el sepulcro, para que se abra a la vida. Porque, estando Dios, la muerte no tendrá nunca la última palabra.

Lectura de la profecía de Ezequiel 37, 12-14

Así habla el Señor: Yo voy a abrir las tumbas de ustedes, los haré salir de ellas, y los haré volver, pueblo mío, a la tierra de Israel. Y cuando abra sus tumbas y los haga salir de ellas, ustedes, mi pueblo, sabrán que yo soy el Señor. Yo pondré mi espíritu en ustedes, y vivirán; los estableceré de nuevo en su propio suelo, y así sabrán que yo, el Señor, lo he dicho y lo haré.
Palabra de Dios.

Salmo 129, 1-5. 6c-8

R. En el Señor se encuentra la misericordia.

Desde lo más profundo te invoco, Señor. ¡Señor, oye mi voz! Estén tus oídos atentos al clamor de mi plegaria. R.

Si tienes en cuenta las culpas, Señor, ¿quién podrá subsistir? Pero en ti se encuentra el perdón, para que seas temido. R.

Mi alma espera en el Señor, y yo confío en su palabra. Como el centinela espera la aurora, espere Israel al Señor. R.

Porque en él se encuentra la misericordia y la redención en abundancia: Él redimirá a Israel de todos sus pecados. R.

II LECTURA

Nuestras opciones no están motivadas por una serie de enunciados éticos o una lista de mandatos morales. El Espíritu de Dios vive en nosotros y él nos impulsa a vivir como hijos de Dios.

Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los cristianos de Roma 8, 8-11

Hermanos: Los que viven de acuerdo con la carne no pueden agradar a Dios. Pero ustedes no están animados por la carne sino por el espíritu, dado que el Espíritu de Dios habita en ustedes. El que no tiene el Espíritu de Cristo no puede ser de Cristo. Pero si Cristo vive en ustedes, aunque el cuerpo esté sometido a la muerte a causa del pecado, el espíritu vive a causa de la justicia. Y si el Espíritu de Aquél que resucitó a Jesús habita en ustedes, el que resucitó a Cristo Jesús también dará vida a sus cuerpos mortales, por medio del mismo Espíritu que habita en ustedes.
Palabra de Dios.

ACLAMACIÓN   Jn 11, 25a. 26

“Yo soy la Resurrección y la Vida. El que cree en mí no morirá jamás”, dice el Señor.

EVANGELIO

De una u otra manera, cada uno de los participantes de este relato expresa lo que cree o piensa acerca de Jesús. Pero nos podemos detener en una mujer: Marta, que llega a confesar que Jesús es el Mesías, a pesar de que aún no ha visto el signo de Lázaro. Nuestra fe es así, atraviesa procesos, recorre caminos, y en algún momento nos encontramos cara a cara con el Señor y le confesamos con sinceridad lo que creemos de él.

Ì Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Juan 11, 1-45

Había un hombre enfermo, Lázaro de Betania, del pueblo de María y de su hermana Marta. María era la misma que derramó perfume sobre el Señor y le secó los pies con sus cabellos. Su hermano Lázaro era el que estaba enfermo. Las hermanas enviaron a decir a Jesús: “Señor, el que tú amas, está enfermo”. Al oír esto, Jesús dijo: “Esta enfermedad no es mortal; es para gloria de Dios, para que el Hijo de Dios sea glorificado por ella”. Jesús quería mucho a Marta, a su hermana y a Lázaro. Sin embargo, cuando oyó que éste se encontraba enfermo, se quedó dos días más en el lugar donde estaba. Después dijo a sus discípulos: “Volvamos a Judea”. Los discípulos le dijeron: “Maestro, hace poco los judíos querían apedrearte, ¿y quieres volver allá?”. Jesús les respondió: “¿Acaso no son doce las horas del día? El que camina de día no tropieza, porque ve la luz de este mundo; en cambio, el que camina de noche tropieza, porque la luz no está en él”. Después agregó: “Nuestro amigo Lázaro duerme, pero yo voy a despertarlo”. Sus discípulos le dijeron: “Señor, si duerme, se sanará”. Ellos pensaban que hablaba del sueño, pero Jesús se refería a la muerte. Entonces les dijo abiertamente: “Lázaro ha muerto, y me alegro por ustedes de no haber estado allí, a fin de que crean. Vayamos a verlo”. Tomás, llamado el Mellizo, dijo a los otros discípulos: “Vayamos también nosotros a morir con él”. Cuando Jesús llegó, se encontró con que Lázaro estaba sepultado desde hacía cuatro días. Betania distaba de Jerusalén sólo unos tres kilómetros. Muchos judíos habían ido a consolar a Marta y a María, por la muerte de su hermano. Al enterarse de que Jesús llegaba, Marta salió a su encuentro, mientras María permanecía en la casa. Marta dijo a Jesús: “Señor, si hubieras estado aquí, mi hermano no habría muerto. Pero yo sé que aun ahora, Dios te concederá todo lo que le pidas”. Jesús le dijo: “Tu hermano resucitará”. Marta le respondió: “Sé que resucitará en la resurrección del último día”. Jesús le dijo: “Yo soy la Resurrección y la Vida. El que cree en mí, aunque muera, vivirá; y todo el que vive y cree en mí, no morirá jamás. ¿Crees esto?”. Ella le respondió: “Sí, Señor, creo que tú eres el Mesías, el Hijo de Dios, el que debía venir al mundo”. Después fue a llamar a María, su hermana, y le dijo en voz baja: “El Maestro está aquí y te llama”. Al oír esto, ella se levantó rápidamente y fue a su encuentro. Jesús no había llegado todavía al pueblo, sino que estaba en el mismo sitio donde Marta lo había encontrado. Los judíos que estaban en la casa consolando a María, al ver que ésta se levantaba de repente y salía, la siguieron, pensando que iba al sepulcro para llorar allí. María llegó adonde estaba Jesús y, al verlo, se postró a sus pies y le dijo: “Señor, si hubieras estado aquí, mi hermano no habría muerto”. Jesús, al verla llorar a ella, y también a los judíos que la acompañaban, conmovido y turbado, preguntó: “¿Dónde lo pusieron?”. Le respondieron: “Ven, Señor, y lo verás”. Y Jesús lloró. Los judíos dijeron: “¡Cómo lo amaba!”. Pero algunos decían: “Éste que abrió los ojos del ciego de nacimiento, ¿no podía impedir que Lázaro muriera?”. Jesús, conmoviéndose nuevamente, llegó al sepulcro, que era una cueva con una piedra encima, y dijo: “Quiten la piedra”. Marta, la hermana del difunto, le respondió: “Señor, huele mal; ya hace cuatro días que está muerto”. Jesús le dijo: “¿No te he dicho que si crees, verás la gloria de Dios?”. Entonces quitaron la piedra, y Jesús, levantando los ojos al cielo, dijo: “Padre, te doy gracias porque me oíste. Yo sé que siempre me oyes, pero lo he dicho por esta gente que me rodea, para que crean que tú me has enviado”. Después de decir esto, gritó con voz fuerte: “¡Lázaro, ven afuera!”. El muerto salió con los pies y las manos atados con vendas, y el rostro envuelto en un sudario. Jesús les dijo: “Desátenlo para que pueda caminar”. Al ver lo que hizo Jesús, muchos de los judíos que habían ido a casa de María creyeron en él.
Palabra del Señor.

MEDITAMOS LA PALABRA DE DIOS.

El camino cuaresmal nos conduce, paso a paso, de la carencia de sentido a la plenitud de la vida. De una visión de la realidad, oscurecida por la falta de amor, a una condición de vida que goza, ya en el presente, de las primicias de la condición futura. Por eso el acento no recae, aunque no lo excluya, en la penitencia como mortificación, sino en la renovación interior por la participación en el Misterio de Cristo.

Dios regala al ser humano la plenitud de la vida

Ezequiel nos sitúa ante esta actuación de Dios, el único que puede y desea regalar a cada ser humano la plenitud de la vida. Juega el profeta con la imagen del sepulcro, como referente de la carencia de vida, fatal desenlace de la andadura humana, en sentido real y también figurado. Para muchos la muerte es lo único real, lo definitivo. Anta ella no hay salida ni escape posible.

Pero hay también un sentido, real también, aunque no de orden físico: tú deja que los muertos entierren a sus muertos. Es la respuesta de Jesús a que desea seguirlo y pone como condición, ir a enterrar a su padre. Se puede estar muerto en vida. Cuando la ausencia del amor se hace presente en la existencia humana, todo el mundo de relaciones se vuelve desolador. No hay posibilidad de comunicación, ni de comunión. No hay vida.

Y esto es lo que Dios ofrece cambiar y cambiará. Yo os sacaré de vuestros sepulcros y os colocaré en vuestra tierra. Es el cumplimiento de las promesas hechas a los Padres. Lo que el sepulcro significa de muerte y descomposición no tiene carácter definitivo si nos abrimos a la voluntad salvadora de Dios. Yo os sacaré. No salimos nosotros, sino que es El quien por amor eterno nos saca de esas situaciones.

Carne y espíritu

Pablo cuando escribe a los de Roma señala, hablando de los hijos de Dios, señala que hay dos posibilidades contrapuestas para vivir la existencia humana: carne y espíritu. Dos maneras de entenderse a sí mismo y de proyectarse en el mundo relacional. La carne como proyecto de vida (no se trata de la corporeidad) sólo puede dar lugar a un modo de ser opuesto al querer de Dios. Esta oposición “no puede agradar a Dios”, pues aleja al ser humano de la condición de imagen de su Creador. Por eso el Apóstol hablará de tener el Espíritu de Dios.

Cuando se acoge este DON, comienza una existencia nueva, que irá creciendo hasta la plena manifestación de los hijos de Dios. Es la experiencia bautismal: unidos a Cristo en su muerte y en su resurrección. Morir para vivir. Una paradoja, de las muchas que contiene el Evangelio. Dejarlo todo para tenerlo todo. Sin esa condición, no hay posibilidad de cambio. No hay salida del sepulcro.

El Espíritu de Cristo que habita en nosotros hace posible toda la novedad que la Pascua ha establecido como regalo para “todos” los seres humanos sin excepción. Hay que optar. El que quiera venirse... Nada se impone, todo se ofrece y toca a cada uno acoger o rechazar.

Lázaro, nuestro amigo, duerme

A Jesús le hacen llegar una noticia: tu amigo, el que amas, está enfermo. Basta con eso. Revela la confianza en Jesús. A los discípulos les dirá: Lázaro, nuestro amigo, duerme. También es suficiente, cuando se tiene en el horizonte la Pascua. Eso no está en el horizonte de los discípulos de ahí que Jesús, ante una interpretación no adecuada afirme: Lázaro ha muerto.

Marta y María afirmarán lo mismo: si hubieras estado aquí no habría muerto mi hermano. Ante esa realidad Jesús pregunta y afirma. Pregunta si creen que Él puede cambiar la situación y Marta profesa su fe. Jesús afirma: Yo soy la resurrección y la vida, quien cree en mí, aunque haya muerto vivirá y todo el que vive y cree en mí no morirá para siempre.

El saca definitivamente de la muerte. Lázaro será un signo de cómo la Palabra tiene en sí misma la Vida que va más allá de la muerte y la destruye. La muerte no es lo definitivo. Por eso lo saca del sepulcro (aunque físicamente vuelva a morir). Está apuntando ya a su propia resurrección. Vive para siempre. Y esa es la tierra en la que Dios nos coloca. Ese es lugar que nos ha preparado Jesús. Y la experiencia de la resurrección, vivida ya en el Bautismo, todo lo cambia: relaciones y compromisos. Proyecto de vida y anticipación de la plenitud del Reino. Si no se gusta aquí y ahora, no seremos signos para nuestro tiempo de esta novedad que la Pascua otorga.

El camino cuaresmal nos conduce, paso a paso, de la carencia de sentido a la plenitud de la vida. De una visión de la realidad, oscurecida por la falta de amor, a una condición de vida que goza, ya en el presente, de las primicias de la condición futura. Por eso el acento no recae, aunque no lo excluya, en la penitencia como mortificación, sino en la renovación interior por la participación en el Misterio de Cristo.

Dios regala al ser humano la plenitud de la vida

Ezequiel nos sitúa ante esta actuación de Dios, el único que puede y desea regalar a cada ser humano la plenitud de la vida. Juega el profeta con la imagen del sepulcro, como referente de la carencia de vida, fatal desenlace de la andadura humana, en sentido real y también figurado. Para muchos la muerte es lo único real, lo definitivo. Anta ella no hay salida ni escape posible.

Pero hay también un sentido, real también, aunque no de orden físico: tú deja que los muertos entierren a sus muertos. Es la respuesta de Jesús a que desea seguirlo y pone como condición, ir a enterrar a su padre. Se puede estar muerto en vida. Cuando la ausencia del amor se hace presente en la existencia humana, todo el mundo de relaciones se vuelve desolador. No hay posibilidad de comunicación, ni de comunión. No hay vida.

Y esto es lo que Dios ofrece cambiar y cambiará. Yo os sacaré de vuestros sepulcros y os colocaré en vuestra tierra. Es el cumplimiento de las promesas hechas a los Padres. Lo que el sepulcro significa de muerte y descomposición no tiene carácter definitivo si nos abrimos a la voluntad salvadora de Dios. Yo os sacaré. No salimos nosotros, sino que es El quien por amor eterno nos saca de esas situaciones.

Carne y espíritu

Pablo cuando escribe a los de Roma señala, hablando de los hijos de Dios, señala que hay dos posibilidades contrapuestas para vivir la existencia humana: carne y espíritu. Dos maneras de entenderse a sí mismo y de proyectarse en el mundo relacional. La carne como proyecto de vida (no se trata de la corporeidad) sólo puede dar lugar a un modo de ser opuesto al querer de Dios. Esta oposición “no puede agradar a Dios”, pues aleja al ser humano de la condición de imagen de su Creador. Por eso el Apóstol hablará de tener el Espíritu de Dios.

Cuando se acoge este DON, comienza una existencia nueva, que irá creciendo hasta la plena manifestación de los hijos de Dios. Es la experiencia bautismal: unidos a Cristo en su muerte y en su resurrección. Morir para vivir. Una paradoja, de las muchas que contiene el Evangelio. Dejarlo todo para tenerlo todo. Sin esa condición, no hay posibilidad de cambio. No hay salida del sepulcro.

El Espíritu de Cristo que habita en nosotros hace posible toda la novedad que la Pascua ha establecido como regalo para “todos” los seres humanos sin excepción. Hay que optar. El que quiera venirse... Nada se impone, todo se ofrece y toca a cada uno acoger o rechazar.

Lázaro, nuestro amigo, duerme

A Jesús le hacen llegar una noticia: tu amigo, el que amas, está enfermo. Basta con eso. Revela la confianza en Jesús. A los discípulos les dirá: Lázaro, nuestro amigo, duerme. También es suficiente, cuando se tiene en el horizonte la Pascua. Eso no está en el horizonte de los discípulos de ahí que Jesús, ante una interpretación no adecuada afirme: Lázaro ha muerto.
Marta y María afirmarán lo mismo: si hubieras estado aquí no habría muerto mi hermano. Ante esa realidad Jesús pregunta y afirma. Pregunta si creen que Él puede cambiar la situación y Marta profesa su fe. Jesús afirma: Yo soy la resurrección y la vida, quien cree en mí, aunque haya muerto vivirá y todo el que vive y cree en mí no morirá para siempre.

El saca definitivamente de la muerte. Lázaro será un signo de cómo la Palabra tiene en sí misma la Vida que va más allá de la muerte y la destruye. La muerte no es lo definitivo. Por eso lo saca del sepulcro (aunque físicamente vuelva a morir). Está apuntando ya a su propia resurrección. Vive para siempre. Y esa es la tierra en la que Dios nos coloca. Ese es lugar que nos ha preparado Jesús. Y la experiencia de la resurrección, vivida ya en el Bautismo, todo lo cambia: relaciones y compromisos. Proyecto de vida y anticipación de la plenitud del Reino. Si no se gusta aquí y ahora, no seremos signos para nuestro tiempo de esta novedad que la Pascua otorga.

ESTUDIO BÍBLICO.

Iª Lectura: Ezequiel (37,12-14): La muerte en los sepulcros, la vida en el Espíritu

I.1. Este oráculo de Ezequiel forma parte del famoso relato del valle de los huesos, en el que el profeta del destierro tiene una visión de cómo esos huesos van recobrando vida poco a poco. Es uno de los textos más famosos del profeta del destierro en este caso, que con una parábola explica lo que significa esa visión del valle de los huesos. Debemos saber que esa visión la experimenta el profeta para hablar a los desterrados en Babilonia que se sienten muertos, en un valle de huesos donde han caído los peregrinos. La mano del Señor, y el Espíritu le llevo a contemplar… y después le impulsó a explicar lo que Dios, por el Espíritu, debería hacer: dar vida a esos huesos que representan a un pueblo “muerto”, desterrado, en el sepulcro.

I.2. En realidad no es un texto preanunciando la “resurrección” escatológica. Aunque algunos así lo hayan interpretado y se use muy frecuentemente como uno de los textos veterotestamentarios de carácter escatológico. Es un anuncio de la vuelta a la patria, a la tierra prometida. Pero bien es verdad que tenemos derecho a ir más allá de las palabras y del momento puntual del relato. El tema de la muerte siempre ha estado rondando en todas las situaciones humanas y en todas las religiones. Y de estas palabras de Ezequiel podemos colegir... algo importante; la vida está en el Espíritu. Es verdad que la nueva vida no será como se describe en Ez 37; los huesos no se recubrirán de carne, no tendría sentido, porque sería para volver a morir; el misterio de la muerte, de nuestra muerte, solamente puede tener solución desde la experiencia de una nueva vida por el Espíritu de Dios que trasmite a los que han muerto.

IIª Lectura: Romanos (8,8-11):Canto del Espíritu, canto de la vida

II.1. Este texto de Romanos forma parte del canto del Espíritu del c. 8, que es la respuesta teológica y espiritual a Rom 7, es decir, al “yo” que nos encierra en el pecado y en el egoísmo radical, por lo que nos acusa y nos acosa la Ley. Es la apología más hermosa que se haya escrito sobre el Espíritu y su papel en la vida cristiana. Pablo ha logrado algo que no es posible expresar en pocas líneas. El hombre está llamado a ser hijo de Dios y esta experiencia no se logra simplemente porque sí, sino por el Espíritu de Dios, que Cristo nos ha dado. Pero si el hombre se encierra en su “yo”, en su carne, entonces vivirá su experiencia de muerte.

II.2. Es el Espíritu, don de Dios y de Cristo quien gana para nosotros la batalla de la muerte y del pecado. Si nos abrimos, pues, a ese donde del Espíritu ni siquiera la muerte podrá asustarnos. Es más, adelantamos realmente la resurrección, la vida nueva, cuando poseemos el Espíritu de Dios. Por eso este es un canto de liberación para que por medio del Espíritu atravesemos el desierto de nuestra propia existencia. Por eso frente a la Ley, el Espíritu de Dios; frente a la muerte, la vida en el Espíritu; frente al egoísmo de uno mismo, la libertad en el Espíritu de Dios y de Cristo.

Evangelio: Juan (11): Nuestra victoria sobre la muerte, en Jesús

III.1. Estamos en lo que podemos llamar el «climax» de nuestro evangelio. Debemos estar muy atentos, no a lo sucedido, sino a lo que se nos quiere decir o enseñar en nues­tro relato. Desde luego el evangelista no duda ni un instante de que Jesús ha devuelto a la vida a su amigo Lázaro; pero ¿cómo lo interpreta y qué significa eso? No es tanto la resurrección de Lázaro lo que interesa, sino el misterio de la muerte y de la vida que tiene su fuente en la misma persona de Jesús. Se trata de lo que los hombres buscan, y de lo que Dios ofrece. Ya nos vamos introduciendo en el pensamiento de Juan y vamos conociendo su talante, que aunque misterioso nos sirve mucho para conocer al Señor Jesús. Y es que Jesús no es para nosotros una figura histórica que existió en un tiempo, sino que sigue existiendo y está presente en nuestras vidas, aunque nuestra mediocridad no lo experimente a veces. Este capítulo lo debemos ver como una enseñanza poderosa sobre la muerte y la resurrección de Jesús que se prolonga en los cristianos. Si nos fijamos bien, no se nos quiere relatar solamente la tradición del hecho de la resurrección de Lázaro, que se trata de una simple reviviscencia (una vuelta a la vida), sino aprovechar esta coyuntura para ahondar en lo que Jesús significa para la fe cristiana y muy concretamente ante el misterio de la muerte.

III.2. Se dice que si Lázaro está enfermo es «para mostrar la gloria de Dios» (v.4). Fijémonos, más que en cualquier otra cosa, en las palabras que pronuncian los personajes y, sobre todo, en las palabras que el evangelista ha puesto en boca de Jesús durante todo el relato. Lo mismo se nos decía en la curación del ciego de nacimiento: «para que se manifiesten las obras de Dios» (Jn 9,3). Son dos narraciones bastante semejantes. Las dos gravitan en torno a las expresiones del don de Dios: la luz y la vida. En el primero, la luz verdadera, Jesús, se enfrenta con las tinieblas del pecado; la luz en los ojos del ciego no era sino el signo de la otra luz que le fue dada: la fe. Y aquí, en nuestro relato, el que regala la vida a Lázaro, está en ca­mi­no hacia la muerte. Y la vida que aparece de nuevo en el cuerpo de Lázaro no es más que el signo de la otra vida, la del creyente, la que Dios dará a todos a partir de la resurrección salvadora de su Hijo.

III.3. El relato se nos presenta, por una parte, bastante humano, y por lo mismo lleno de significaciones. Lázaro está enfermo. Es hermano de dos mujeres amigas de Jesús que representan dos motivaciones: Marta y la búsqueda impetuosa de la resurrección según los judíos; y María que se postra a los pies de Jesús esperando de Él cualquier decisión, pero sin preestablecer cómo debe ser, ni cuando eso de la resurrección. Jesús se entera de que está enfermo su amigo. Pero Jesús no se mueve -no lo hace moverse el evangelista, intencionadamente-, sino que se retarda para que de tiempo, precisamente, a que muera. Y es que las pretensiones eran mostrar cómo Dios considera la muerte física. Si se hubiera querido mostrar el poder solamente, el poder taumatúrgico, Jesús hubiera marchado enseguida para curar a Lázaro. Pero Jesús quiere enfrentarse con la muerte tal como es, y tal como la consideran los hombres: una tragedia. La muerte, pues, tiene un doble sentido: a) la muerte física, que no le preocupa a Jesús y, por lo mismo, se retrasa su llegada, para ver la serenidad con que Jesús la afronta, ya que entiende que la muerte viene a ser el encuentro profundo con el Dios de los vivos; b) la muerte como misterio, de la que Jesús libera, y en ésto se va a centrar el relato en su enseñanza para nosotros.

III.4. Este simbolismo joánico quiere también introducirnos en el misterio de la misma muerte de Jesús. Jesús está fuera de Judea, lejos de Jerusalén, que es donde se va a celebrar el drama de la muerte de Jesús. Los judíos están buscando una ocasión para coger a Jesús. Lázaro está en el territorio de los judíos (los no creyentes), cerca de Jerusalén. Para consolar a las hermanas del muerto vienen los judíos de Jerusalén (los no creyentes). Vemos como juega el evangelista con el simbolismo de creer y no creer en Jesús. Las hermanas son las que se confían a Él. Ellas, como buenas judías, aceptaban que debía haber resurrección al final de los tiempos. Pero no entendían el sentido. La respuesta de Marta (Jn 11,24) es la misma que pensaban los fariseos. Pero con esto no se logra darle a la muerte todo su sentido. ¿Por qué hace Jesús el milagro? Para que los hombres crean. No para probar su poder divino, sino para que los hombres crean que hay una vida después de la muerte. Y para hacer entender que la muerte sin esperanza es una muerte que nace del alejamiento de Dios. Los judíos (los no creyentes) no han podido encontrar en Dios toda la fuerza de la vida, porque buscaban algo que superaba la razón y que solamente se puede encontrar en la fe en la persona de Jesús. Ellos no han logrado esperanzar a las hermanas de Lázaro. Viniendo Jesús al territorio judío se expresa que entra en la esfera de la muerte de los hombres, la esfera de los que no tienen esperanza, la esfera de los que no ponen en Dios todo, la esfera de una religión de tejas abajo; la esfera de los egoísmos y las miopías. Jesús sabe que pronto va a llegar su muerte en ese territorio de los judíos, pero no le importa.

III.5. El “mirar como le amaba” no puede interpretarse solamente como un gesto de la amis­tad personal del hombre Jesús con Lázaro. El evangelista no quiere presentar nunca solamente al hombre Jesús, sino a Jesús Señor. Quiere decirse que el Señor, a todos los que están muertos en razón de la ley humana y en razón de sus mismos pecados, no los abandona, aunque estén cuatro días en la tumba. Uno más, para significar que pasado tres días, ya es cuando al cadáver se le daba por perdido. Ningún hombre está perdido ante el Señor. Jesús grita a Lázaro y este sale con los pies y las manos atadas (Jn 11,43). La voz de Dios es algo que se oye dentro del ser, del corazón y uno se conmueve. Esta es la voz que resucita. Fijémonos en el v.43, cuando se dice que sale de la tumba y, sin embargo, está atado de pies y manos. Y luego se les dice a los otros que lo desaten. Hay una distinción entre lo que Jesús hace y lo que hacen los hombres. El que verdaderamente da la vida es el Señor, y entonces Lázaro revive. Luego se manda que se le desate. En Lázaro está representada la muerte de los hombres a todos los efectos. Lázaro era un buen judío, pero desde los planteamientos de su religión no se le puede dar vida. No quiere decir, ni que Lázaro fuera un gran pecador, ni un judío contrario a Jesús. Sabemos que es al revés. Es un simbolismo para el gran amor que se expresa.

III.6. Esta resurrección de Lázaro, no obstante, no tiene sentido más que a la luz de la misma re­su­rrección de Jesús. Así lo quiere presentar el evangelista. Se está preparando la muerte de Jesús por parte de los fariseos. A partir de los vv. 45-57 tenemos el juicio que los fariseos tienen sobre él. Muchos se han convertido. Y esto hace temblar a los responsables de la religión. Deciden darle muerte, cosa que se ha ido preparado en todo el evangelio. Por eso este relato es el simbolismo mismo de lo que va a suceder con el Jesús hombre; que Dios no lo abandonará a la muerte, sino que lo resucitará. Se hacía necesario que Jesús marchara a su propia muerte para hacernos comprender que tras la muerte se encuentra la definitiva vida de Dios. Y esta vida de Jesús que se comunicará a todos los que creen es la que se simboliza en todo el relato. Jesús está haciendo una donación del don de la vida que él anuncia: «yo soy la resurrección y la vida» (11,25). El milagro es un signo de la vida de Jesús, y no se trata propiamente de una anticipación de la resurrección corporal, ya que Lázaro debe morir de nuevo. Además, propiamente, no se trata de una resurrección, como en Jesús, sino de una reviviscencia. Y la reviviscencia solamente supone una vuelta de nuevo a este mundo, y en este mundo necesariamente se ha de morir.

III.7. En Jesús si se trata de una resurrección, ya que la resurrección supone una transformación total del ser corporal humano. Luego el milagro de la reviviscencia de Lázaro es el símbolo de la vida que Jesús adquiere en su resurrección y que anticipa a los hombres de este mundo mediante la fe, aunque sea una pizca. Debemos caer en la cuenta del simbolismo con el que gestiona Juan la narración, en su totalidad, para que no nos perdamos en lo insignificante y nos preguntemos, sin obtener respuesta, en qué ha consistido el milagro (en Juan es un “signo” sêmeion). Si nos empeñamos en averiguar cómo fue este milagro no llegaremos a la grandeza teológica y espiritual del texto. Porque si entendemos la vuelta a la vida de Lázaro como resurrección, debemos asumir que ha debido morir otra vez: lo cuál sería bastante desconcertante: así no se soluciona el misterio de la muerte. En una novela actual se dice: “nadie es tan malo que merezca morir dos veces”, en palabras de Magdalena a Jesús. Por ello, este milagro último viene a cerrar y coronar la serie de representaciones por los signos de la obra de Jesús. Este es el más evocador de todos y el que más tensión crea, ya que va a preparar la muerte de Jesús por parte de los judíos. Jesús ya puede ir a la muerte, porque la muerte física no es obstáculo para la vida eterna. Con ello se logra pre­parar a los fieles para que entiendan, desde ya, que la muerte física no puede destruir al hombre. Que la Cruz (donde va a morir Jesús) viene a ser el comienzo de la vida, por la acción verdaderamente resucitadora de Dios. (Fray Miguel de Burgos Núñez, O. P.).



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