domingo, 11 de junio de 2017

SOLEMNIDAD DE LA SANTÍSIMA TRINIDAD


“Dios mandó a su Hijo para que el mundo se salve por él”

El misterio más insondable y peculiar de la fe cristiana, es lo primero que confesamos cuando nos acercamos a nuestra fe. Lo primero de carácter religioso que hemos aprendido en nuestra infancia ha sido santiguarnos “en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo”. Puede parecer que es empezar la catequesis de nuestra fe por el final, como enseñar como primera lección el tema más difícil de la asignatura, la que exige un proceso más largo para llegar hasta ella. Ese proceso es de la Liturgia: en su catequesis a través del año litúrgico, se nos ha ido presentado a Jesús, su vida, pasión, resurrección, su mensaje. A ese mensaje y la comprensión de su vida se debe la fe en la Trinidad. Jesús habla del Padre y del Espíritu, el domingo pasado ha sido el domingo del Espíritu Santo. Con ello se nos juzga preparados para hablarnos de la Trinidad, para desvelarnos el misterio íntimo del ser de Dios.

DIOS NOS HABLA. ESCUCHAMOS SU PALABRA.

I LECTURA

Moisés se encuentra profundamente con lo sagrado de Dios, y no con “lo que han dicho de él”, formulaciones teológicas o leyendas. Se ha encontrado con el Misterio más desnudo. Y, ante esto, solo puede inclinarse y orar.

Lectura del libro del Éxodo 34, 4b-6. 8-9

En aquellos días, Moisés subió a la montaña del Sinaí, como el Señor se lo había ordenado, llevando las dos tablas en sus manos. El Señor descendió en la nube, y permaneció allí, junto a él. Moisés invocó el nombre del Señor. El Señor pasó delante de él y exclamó: “El Señor es un Dios compasivo y bondadoso, lento para enojarse, y pródigo en amor y fidelidad”. Moisés cayó de rodillas y se postró, diciendo: “Si realmente me has brindado tu amistad, dígnate, Señor, ir en medio de nosotros. Es verdad que éste es un pueblo obstinado, pero perdona nuestra culpa y nuestro pecado, y conviértenos en tu herencia”.
Palabra de Dios.

(Sal) Dn 3, 52-56

R. A ti, eternamente, gloria y honor.

Bendito seas, Señor, Dios de nuestros padres, alabado y exaltado eternamente. Bendito sea tu santo y glorioso Nombre, alabado y exaltado eternamente. R.

Bendito seas en el Templo de tu santa gloria, aclamado y glorificado eternamente por encima de todo. Bendito seas en el trono de tu Reino, aclamado por encima de todo y exaltado eternamente. R.

Bendito seas Tú, que sondeas los abismos y te sientas sobre los querubines, alabado y exaltado eternamente por encima de todo. Bendito seas en el firmamento del cielo, aclamado y glorificado eternamente. R.

II LECTURA

San Pablo insiste en que los cristianos vivamos una vida de paz, comunión y amor. No se podría vivir de otro modo estando unidos a Jesús.

Lectura de la segunda carta del apóstol san Pablo a los cristianos de Corinto 13, 11-13


Hermanos: Alégrense, trabajen para alcanzar la perfección, anímense unos a otros, vivan en armonía y en paz. Y entonces, el Dios del amor y de la paz permanecerá con ustedes. Salúdense mutuamente con el beso santo. Todos los hermanos les envían saludos. La gracia del Señor Jesucristo, el amor de Dios y la comunión del Espíritu Santo permanezcan con todos ustedes.
Palabra de Dios.

ALELUYA        cf. Apoc 1, 8

Aleluya. Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo, al Dios que es, que era y que viene. Aleluya.

EVANGELIO

“Aquí tenemos la tercera lectura de hoy, el evangelio, en que el mismo Cristo nos está diciendo la gran revelación: ‘Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo, para que no perezca ninguno de los que creen en él sino que tenga vida eterna’. Para esto viene el mensajero de la vida eterna, el Hijo único de Dios, aquel que en su esencia divina ha recibido en calidad de Verbo, de Hijo, toda la naturaleza eterna de Dios, toda la vida que no tiene fin, la luz de todas las tinieblas, la solución de todos los problemas, el amor de todas las desesperanzas, la alegría de todas las tristezas. Quien tiene a este Hijo de Dios no le falta nada”.

Ì Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Juan 3, 16-18

Dijo Jesús: “Dios amó tanto al mundo, que entregó a su Hijo único para que todo el que cree en él no muera, sino que tenga vida eterna. Porque Dios no envió a su Hijo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él. El que cree en él, no es condenado; el que no cree, ya está condenado, porque no ha creído en el nombre del Hijo único de Dios”.
Palabra del Señor.

MEDITAMOS LA PALABRA DE DIOS.

La intimidad comunitaria del Dios cristiano

Es una de las grandes originalidades, peculiaridades de la fe cristiana: en el interior de Dios existen unas relaciones de conocimiento mutuo y de amor mutuo, que son más que relaciones, son personas, según nuestra manera clásica y antigua de expresarlo: tres personas y un solo Dios, una única naturaleza divina. Una comunicación personificada de conocimiento y de amor mutuo, ese es el Dios cristiano, el Dios revelado por Jesús

La pretensión de esa revelación del ser íntimo de Dios

¿Qué pretende Jesús al revelarnos, siempre desde el misterio, el ser del Padre, del Espíritu Santo y de su propio ser? ¿Simplemente saciar nuestra curiosidad sobre cómo es Dios? ¿Ofrecernos una simple aproximación cognoscitiva a su ser?
Creo que no es exactamente esto. La revelación de Dios a lo largo de la historia de la Salvación, y sobre todo con la presencia de Jesús en nuestra historia pretende que descubramos más bien el misterio interior de nuestro ser a los ojos de Dios; qué es lo esencial de nuestra condición humana, la razón de ser de nuestra vida.

El ser humano, hombre y mujer, imagen y semejanza de Dios

Dios, nos dice el primer libro de la Sagrada Escritura, el Génesis, ha hecho al ser humano a su “imagen y semejanza”. Siendo esto así, nos interesa conocer cómo es ese Dios del que somos imagen y semejanza para saber cómo es el nuestro. A lo largo del Antiguo Testamento Dios se presenta como único, frente al politeísmo de las religiones de entonces, y además comprometido amorosamente con su pueblo. Es el Dios de la promesa a la que siempre es fiel a pesar de la infidelidad de su pueblo. Cuando la promesa fundamental se realiza, la del Mesías, la del Salvador, Dios manifiesta la existencia en su seno del Padre, el Hijo, el Espíritu Santo. Es un único Dios, pero en su ser íntimo hay una dimensión comunitaria, de conocimiento y de amor mutuos, que se personifican esas tres personas divinas.

A partir de esa revelación, que la hemos conocido por Jesucristo, los cristianos hemos de entender qué es para nosotros ser imagen y semejanza de Dios es ser imagen y semejanza de la Trinidad. Somos semejantes a Dios en la medida en que generamos una vida comunitaria es decir, de relación de comunicación amorosa entre nosotros. Dicho de otro modo, en la medida en que el amor de la vida íntima de Dios, del que surge su amor a nosotros, que determinó que nos entregara a al Hijo, lo hacemos la realidad más esencial de nuestra vida.

Como conclusión: hemos de vivir al estilo de la Trinidad divina

El misterio de la Trinidad no es, pues, un misterio en el que haya que creer simplemente, sino un misterio que nos está revelando cómo ha de ser nuestro auténtico ser humano; es misterio revelador de la condición humana, creada a imagen y semejanza de Dios.

Desde esa implicación que el misterio de la Trinidad ha de tener en nuestro modo de ser y vivir, y en la medida que respondamos a esa imagen y semejanza del Dios Trinitario, profesamos y celebramos la Trinidad divina. A ello responde el saludo, tomado de san Pablo, -segunda lectura- que el sacerdote dirige a la comunidad al comienzo de cada eucaristía: “La gracia de Nuestro Señor Jesucristo, el amor del Padre y la comunión del Espíritu Santo esté con vosotros”.

ESTUDIO BÍBLICO.

El misterio de la Trinidad, cuya solemnidad celebramos hoy, es como la aparente negación de aquello que los teólogos medievales afirmaban acerca de la simplicidad de Dios: si Dios es lo primero de todo, antes que toda la creación, antes que todo ser, antes que toda vida, antes que todo movimiento, entonces es imposible que sea “compuesto”. Entonces ¿cómo puede ser o tener tres personas? Pero la esencia de Dios no es sino su ser; aunque su ser o esencia de “ser” Padre, Hijo y Espíritu. Confesamos que Dios es uno, pero su esencia es de Padre (este concepto abarca todo lo que es un padre y una madre, aunque superados); pero también es Hijo, la esencia de ser un hijo como misterio de generación eterna; y también es por encima de cualquier cosa amor, se expresa a sí mismo, se dice a sí mismo, como amor, como Espíritu. Todo ello en Dios es esencial: no puede ser Padre solo; no puede ser Hijo solo; no puede ser Espíritu solo. La Trinidad, pues, es un diálogo eterno de relaciones de amor, porque el Hijo procede del Padre y el Espíritu del Padre y el Hijo. ¡Qué misterio tan insondable! En la solemnidad de hoy, pues, alabamos este misterio formulado en la tradición teológica con palabras y símbolos. Pero de esa manera Dios no es un misterio neutral; hablar de que es Padre, Hijo y Espíritu significa que siente como un padre y una madre; siente la experiencia de ser Hijo con lo que ello significa en relación a unos padres y se expresa como Dios amando, y no de otra manera. Esto es lo más importante de la Trinidad. Las lecturas de la liturgia de hoy acompañan con un tono cálido a esta solemnidad.

Iª Lectura: (Éxodo 34,4.-6.8-9): Una teofanía humana de Dios

I.1. Moisés en una experiencia de tonos místicos,en un amanecer en el monte Sinaí, el monte de Dios, hace una alabanza de Yahvé, después de que el mismo Dios revelara quién era, cómo era, como sentía y cómo actuaba. Dios se revela en el amanecer como un Dios tierno, lento a la cólera y rico en piedad. Es un texto sorprendente, porque quiere dar a entender que es Dios mismo quien habla, quien revela lo que significa su nombre. A saber: decir Dios, decir Yahvé, es decir misericordia, clemencia, fidelidad eterna, que aprueba el bien y castiga el mal del mundo. Entonces cayó Moisés y pidió para él y para el pueblo lo que se había revelado en el mismo nombre de Dios.

I.2. El texto tiene mucha carga psicológica, porque no podíamos esperarnos (¿quizás del Elohista?) una manera tan determinada y determinante. Se pretende que Moisés sepa con quién habla e incluso lo que debe sentir. Antes que nada, esta teofanía montada por los autores sagrados tiene muchas connotaciones de leyenda mística, pero también de psicología profunda. Dios, en la nube -no podía ser de otra manera en las apariciones del AT-, “se quedó” allí con Moisés. Un Dios que “se queda”, que acompaña, a pesar de su grandeza, es un Dios que “siente” cariño e interés por el personaje. No simplemente va de paso, sino que viene a “visitar”. Se presenta revelándose él mismo con una invocación que, sin duda, se había repetido mucho como confesión de fe en Yahvé.

I.3. El Dios de “misericordia y lento a la ira” es el que todo creyente, el que todo ser humano, quiere encontrarse en su vida y con el que gusta entablar un diálogo. Las palabras de Dios son una “captatio benevolentiae” para que el orante no sienta pánico, ni lejanía de Dios. Este acercamiento, pues, es el que crea la invocación de Moisés por su parte: acompáñanos, condúcenos por la vida, aunque seamos de dura cerviz. Esta teofanía “humana” en el monte es de muchos quilates teológico para aquella teología tan poco evolucionada del AT. No es como la manifestación de Dios, como Padre, que nos entregará Jesús… pero es el mismo Dios. Ya es mucho decir que una “teofanía” del AT pueda ser verdaderamente humana. Pero si rastreamos la Escritura, podemos entender por qué Jesús nos puedo revelar a Dios como Padre.

IIª Lectura: (2Cor 13,11-13): Doxología al Dios del amor y de la paz

Esta lectura es, en realidad,la conclusión de esta carta de Pablo a la comunidad de Corinto. Es una doxología en la que se pone de manifiesto la actuación dinámica del mismo misterio trinitario de Dios. Como todo lo que se dice de una persona divina se aplica a las otras, entonces, la alabanza o doxología desea para la comunidad la gracia, el amor y la comunión que subsisten en Dios mismo.

Comienza con una exhortación a la alegría (chairete), lo cual es digno de mención en un texto litúrgico como este. ¿Por qué? Quizás la razón la encontremos en la definición sustancial de Dios: “el Dios del amor y de la paz” nos dice Pablo usando, sin duda, una fórmula que se cantaba en la liturgia de las comunidades. Y si se canta al Dios del amor y de la paz, entonces Dios debe ser así, tiene que ser así, no puede ser alabado de otra manera. Es verdad que este texto de la doxología está al final de los cc. 10-13, quizás de los más duros que ha escrito Pablo en reproche a ciertas actitudes de la comunidad cristiana de Corinto. Aunque es posible que esta doxología sea de otro momento, ya que 2Cor 10-13 pueden ser de la famosa “carta de las lágrimas” de Pablo.

Evangelio: (Juan 3,16-18): De la noche a la luz: Dios da vida en Jesús

III.1. El evangelio de esta fiesta se toma de Juan y nos propone uno de los elementos más altos de la teología joánica. En el diálogo que Jesús mantiene con Nicodemo, el rabino judío que vino de noche para hablar y dialogar a fondo con Jesús, se muestra, con rasgos insospechados, la razón de la encarnación, el que el “Verbo se hiciera carne” que resuena desde el aria del prólogo. Es lógico pensar que Jesús de Nazaret y Nicodemo no hablaran en estos mismos términos, sino en otros más simples y sencillos. Por tanto, es el evangelio de Juan (sus redactores) quien remonta el vuelo de la teología y lo expresa con fórmulas de fe inauditas.

III.2. La encarnación del Hijo se explica por el amor que Dios siempre ha tenido al mundo. Es la consecuencia de esa fidelidad de generación en generación con que se había expresado la revelación de Dios a Moisés en el Sinaí. Dios no ha enviado a su Hijo al mundo para condenarlo, sino para salvarlo; quien cree en él experimenta la verdadera salvación. Podemos discutir mucho el origen de este texto en la redacción de la teología joánica, pero no podemos negar su verdadera inspiración teológica. Esta es una de las cumbres de la “revelación” de Dios en el NT. Dios no ha venido al mundo para condenar, o para juzgar, sino para “salvar”. Todo lo que no sea asumir eso como chispazo, es una distorsión teológica de los que no se fían de Dios o de los que le tienen un miedo desalmado.

III.3. La teología, pues, debe ser una verdadera terapia espiritual y psicológica para todas las personas que buscan a Dios… pero que huyen de él si Dios no se acerca, si no “se queda” a nuestro lado, si no es compasivo y misericordioso. Está en juego la misma libertad del ser humano –don de Dios, decimos-, para ser o no ser religiosos. Si aceptamos, pues, la teología del NT, en su diversidad, como fundamento de nuestra fe, esta lección del evangelio de Juan debe ser de verdadera “iluminación”. El diálogo entre Jesús y Nicodemo es propicio para inaugurar una búsqueda nueva en el judaísmo y en cualquier religión que merezca la pena. Incluso desde el cristianismo debemos repensar lo que este diálogo nos proporciona en la relación del hombre con Dios.

III.4. “Tener vida” es uno de los conceptos claves de la teología joánica. Sabemos que se refiere a la vida espiritual, lo más interior y profundo de ser humano. Es verdad que no se trata de una vida biológica, ni del quedarse en este mundo, aunque sea arrastrándonos. Y no sería “religioso” entenderlo de otra manera, ni de confiar en un ídolo poderoso que nos garantice nuestros caprichos de vida. Pero también la vida biológica-psicológica está contemplada en esta propuesta de la encarnación, en el Cur Deus homo? Sencillamente porque la “Trinidad”, más que un conglomerado sustancial y metafísico de esencia, personas o naturalezas, es un misterio insondable de dar vida, de amar sin medida, de liberar de angustias y “pesos” muertos… El Dios de la Biblia, el Dios trinitario -el Padre, el Hijo y el Espíritu-, nos ha dado la vida, para vivir con Él la vida verdadera, que nos ha revelado en Jesús y que nos ofrece por su Espíritu. (Fray Miguel de Burgos Núñez, O. P.).



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