domingo, 14 de enero de 2018

DOMINGO 2º DEL TIEMPO ORDINARIO


“Vengan y lo verán”

Dejado atrás el tiempo de Navidad, con la celebración de Bautismo del Señor, celebración que sirve de puente para cerrar un ciclo e introducir en otro, somos invitados a considerar el itinerario espiritual de la vida cristiana en clave de llamada. Se podría decir que es la consecuencia de la serie de manifestaciones vividas en el ciclo de la Natividad: manifestación a los pastores, manifestación a los pueblos gentiles, manifestación a Israel.

Toda manifestación conlleva un reclamo de atención que se resuelve en búsqueda y seguimiento.  Fue el caso de los pastores, de los magos y de los que acogieron en Israel la venida del esperado Mesías.

Hoy la escucha y pronta respuesta de Samuel, marca la clave, desde la ignorancia que no impide la respuesta en la disponibilidad: aquí estoy porque me has llamado, a la indicación de la calidad de la respuesta: habla, Señor, que tu siervo escucha.

Así se inicia la andadura en este comienzo del tiempo ordinario.

DIOS NOS HABLA. ESCUCHAMOS SU PALABRA.

I LECTURA

A Samuel no le fue sencillo discernir que era Dios quien lo llamaba. Escuchaba sin saber de dónde provenía la voz. Pero, aunque estaba confundido, se mantenía disponible, en apertura y presto a levantarse y responder. La guía de Elí le permitió a Samuel abrirse a otra escucha más profunda, por la cual entrar en contacto con Dios y conocer la misión que le estaba encomendada.

Lectura del primer libro de Samuel 3, 3-10. 19

Samuel estaba acostado en el Templo del Señor, donde se encontraba el Arca de Dios. El Señor llamó a Samuel, y él respondió: “Aquí estoy”. Samuel fue corriendo adonde estaba Elí y le dijo: “Aquí estoy, porque me has llamado”. Pero Elí le dijo: “Yo no te llamé; vuelve a acostarte”. Y él se fue a acostar. El Señor llamó a Samuel una vez más. Él se levantó, fue adonde estaba Elí y le dijo: “Aquí estoy, porque me has llamado”. Elí le respondió: “Yo no te llamé, hijo mío; vuelve a acostarte”. Samuel aún no conocía al Señor, y la palabra del Señor todavía no le había sido revelada. El Señor llamó a Samuel por tercera vez. Él se levantó, fue adonde estaba Elí y le dijo: “Aquí estoy, porque me has llamado”. Entonces Elí comprendió que era el Señor el que llamaba al joven, y dijo a Samuel: “Ve a acostarte, y si alguien te llama, tú dirás: Habla, Señor, porque tu servidor escucha”. Y Samuel fue a acostarse en su sitio. Entonces vino el Señor, se detuvo, y llamó como las otras veces: “¡Samuel, Samuel!”. Él respondió: “Habla, porque tu servidor escucha”. Samuel creció; el Señor estaba con él, y no dejó que cayera por tierra ninguna de sus palabras.
Palabra de Dios.

Salmo 39, 2. 4. 7-10

R. Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad.

Esperé confiadamente en el Señor: Él se inclinó hacia mí y escuchó mi clamor. Puso en mi boca un canto nuevo, un himno a nuestro Dios. R.

Tú no quisiste víctima ni oblación; pero me diste un oído atento; no pediste holocaustos ni sacrificios, entonces dije: “Aquí estoy”. R.

“En el libro de la Ley está escrito lo que tengo que hacer: yo amo, Dios mío, tu voluntad, y tu ley está en mi corazón”. R.

Proclamé gozosamente tu justicia en la gran asamblea; no, no mantuve cerrados mis labios, tú lo sabes, Señor. R.
II LECTURA

Somos santuario del Espíritu Santo. ¡Dios vive dentro de cada uno de nosotros! San Pablo expone las consecuencias morales de esto: si somos templo del Espíritu, también nuestro cuerpo da culto a Dios en todas nuestras acciones.

Lectura de la primera carta del apóstol san Pablo a los cristianos de Corinto 6, 13-15. 17-20

Hermanos: El cuerpo no es para la fornicación, sino para el Señor, y el Señor es para el cuerpo. Y Dios, que resucitó al Señor, nos resucitará también a nosotros con su poder. ¿No saben acaso que sus cuerpos son miembros de Cristo? El que se une al Señor se hace un solo espíritu con él. Eviten la fornicación. Cualquier otro pecado cometido por el hombre es exterior a su cuerpo, pero el que fornica peca contra su propio cuerpo. ¿O no saben que sus cuerpos son templo del Espíritu Santo, que habita en ustedes y que han recibido de Dios? Por lo tanto, ustedes no se pertenecen, sino que han sido comprados, ¡y a qué precio! Glorifiquen entonces a Dios en sus cuerpos.
Palabra de Dios.

ALELUYA        Jn 1, 41. 17

Aleluya. Hemos encontrado al Mesías, es decir, al Cristo; por él nos han llegado la gracia y la verdad. Aleluya.

EVANGELIO

“Ellos no sólo manifestaron su amor a Jesucristo siguiéndolo, sino hasta en el modo de preguntarle. Por esto sigue: ‘Ellos le dijeron, ‘Rabbí’ (que quiere decir ‘Maestro’), ¿en dónde moras?’. Cuando todavía no habían aprendido nada de él, ya lo llaman Maestro, considerándose así como discípulos y manifestando la causa por la que lo siguen. Y lo que Andrés aprendió de Jesús, no lo retuvo para sí, sino que lleno de alegría corrió inmediatamente a contar a su hermano el bien que había recibido” (san Juan Crisóstomo, Homilía sobre san Juan, n. 17).

Ì Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Juan 1, 35-42

Estaba Juan Bautista con dos de sus discípulos y, mirando a Jesús que pasaba, dijo: “Este es el Cordero de Dios”. Los dos discípulos, al oírlo hablar así, siguieron a Jesús. Él se dio vuelta y, viendo que lo seguían, les preguntó: “¿Qué quieren?”. Ellos le respondieron: “Rabbí –que traducido significa Maestro– ¿dónde vives?”. “Vengan y lo verán”, les dijo. Fueron, vieron dónde vivía y se quedaron con él ese día. Era alrededor de las cuatro de la tarde. Uno de los dos que oyeron las palabras de Juan y siguieron a Jesús era Andrés, el hermano de Simón Pedro. Al primero que encontró fue a su propio hermano Simón, y le dijo: “Hemos encontrado al Mesías”, que traducido significa Cristo. Entonces lo llevó a donde estaba Jesús. Jesús lo miró y le dijo: “Tú eres Simón, el hijo de Juan: tú te llamarás Cefas”, que traducido significa Pedro.
Palabra del Señor.

MEDITAMOS LA PALABRA DE DIOS.

Estamos inmersos en una sociedad que parece no escuchar. Una sociedad marcada por un afán comunicacional que no deja espacio para la acogida de la palabra del otro y tampoco para considerar el relato existencial que el “otro” significa. Tenemos un problema no fácil de resolver. Hay demasiado “ruido” ambiental e interior. Parece que un cierto temor al silencio nos invade y los gritos del silencio no se escuchan. De ahí que las relaciones interpersonales estén expuestas a la quiebra.

En el silencio de la noche Samuel escucha cómo se pronuncia su nombre.

Lo entiende como llamada y en su razonamiento lógico, corre a ver qué se espera de él, poniéndose delante de Elí. El muchacho es pura disponibilidad: aquí estoy. Esto sucede por tres veces. La misma respuesta por parte de Samuel y la misma indicación proviene de Elí. Señala el autor que Samuel aún no conocía al Señor a pesar de estar entregado a El y vivir en su casa. Tocará a Elí señalar al pequeño Samuel lo que tiene que responder. Somos enseñados. La andadura cristiana no se aprende al margen del testimonio de los que preceden en el compromiso bautismal. Hay que aprender, dirá el Papa Francisco “el arte del acompañamiento espiritual”. No se trata de una comunicación de saber intelectual, sino de sabiduría espiritual que surge de la experiencia personal en el encuentro con el Señor. Aprender a escuchar.

Pablo nos hablara del sentido cristiano de la corporeidad.

La tentación de separar lo que Dios ha unido está a la orden del día. Hay que descubrir el valor de la corporeidad en la existencia humana. No es un accidente. No es algo que nos estorba la experiencia de encuentro con el Señor. Por eso dirá: el cuerpo es para el Señor y el Señor para el cuerpo. No tenemos otra vía y más segura que la está ligada a la humanidad. Y es ahí donde se encuentra la clave para no divagar en lo que se refiere a la experiencia de Dios. Si el Hijo de Dios asume la humanidad y en la corporeidad hace palpable a Dios mismo; si el ser humano en su corporeidad se convierte en templo en el que Dios habita, parece lógico que haya que redescubrir el sentido auténtico de la corporeidad para manifestar a través de ella nuestra pertenencia a Cristo. No es enemigo nuestro la corporeidad personal, sino que somos nosotros mismos: soy cuerpo y soy alma y en la unidad de ambos, con la armonía querida por Dios, podremos escuchar y responder a lo que se nos propone y encomienda.

Juan es el evangelista de los tiempos fuertes en la liturgia cristiana.

También, cada año, cuando comienza un ciclo nuevo, será de su mano que somos introducidos. El Bautista sabe quién es Jesús y cuál su misión. Lo ha dejado bien claro al definirse ante los que le preguntan. En este caso, dos de sus discípulos le escuchan decir: “Este es el cordero de Dios”. La fuerza de su testimonio hace soltar amarras a ambos, porque se van detrás de Jesús. Se trata de irse detrás de la Palabra y no quedarse en la Voz. El Bautista es sólo “voz que grita”. La Palabra es la que comunica la vida. Hay que escuchar la voz para acoger la Palabra. En definitiva hay que aprender a escuchar.

Y escuchando bien, el seguimiento parece una consecuencia natural. Pero esto resulta insuficiente. Conviene clarificar la razón del seguimiento, purificar la escucha. Se escuchan  tantas cosas e importan sólo muy pocas. Por eso Jesús preguntará: “¿qué buscan?”. Esa pregunta se torna personal: ¿qué busco yo?, porque para responder al que pregunta, debo tener bien claro qué busco. No respondieron la pregunta, tal vez porque no tenían claro lo que Juan había indicado, ya que preguntan: ¿Dónde vives?. Pudiera parecer una simpleza y no lo es. Tener claro dónde habita Dios es vital para cada bautizado. Se nos tiene que indicar, no lo inventamos nosotros y tampoco es la lógica consecuencia de la especulación humana. Para saberlo hay que aceptar la invitación que se nos hace: “Vengan y lo verán”. Se trata de experiencia de comunión de vida, que produce al mismo tiempo una sabiduría existencial que va más allá. De ella surge, necesariamente la misión que se descubre a partir del encuentro con El. Por eso Andrés comparte con su hermano lo que ha encontrado: “Hemos encontrado al Mesías”. Toca hoy vivir esa misma experiencia para poder llevar a los que buscan y parecen no hallar nada, al lugar en el que habita Cristo. Buen reto y mejor tarea.

ESTUDIO BÍBLICO.

Seguir a Jesús es sentirse "llamados"
           
Los textos de este domingo II del Tiempo Ordinario nos presentan el tema de la “vocación”, de la llamada. Sabemos que Jesús llamó a algunos  discípulos que le siguieron. Pero la llamada es para todos, no solamente para privilegiados o para perfectos. Sin vocación, la vida no tiene sentido y menos una vida “religiosa” si esta la entendemos como don y como gracia. Porque también hay que saber recibir los dones y las gracias.

I Lectura: 1 Samuel (3,3-9.19): Habla Señor, que tu siervo escucha

I.1. La lectura de Samuel nos relata la vocación profética de Samuel, el niño que la madre consagró a Yahvé como prenda por haberle concedido el don e la maternidad. Pero no basta, para ser un profeta u hombre de Dios, que nuestros padres nos destinen a ello. Hace falta una “llamada”, la vocación, y la respuesta más personal a la palabra de Dios. Samuel, que sería un profeta que habría de conducir al pueblo hasta la llegada de David, vivía con el sacerdote Elí en el santuario donde estaba depositada el arca de la Alianza. Los hijos de Elí, por el contrario, no seguirían los pasos de su padre, no heredarían su carisma; al contrario, sería Samuel el llamado por Dios para ser su profeta; porque el profetismo no se hereda, ni es una institución que se aprenda, sino que hay de descubrirla.

I.2. La vocación de Samuel se describe con rasgos propios de las leyendas antiguas, en las que se oye la voz de Dios. En el silencio, en la noche. Es una experiencia fascinante que no le deja dormir al muchacho. Estima que es Elí quien le llama, y es éste quien se da cuenta que es Yahvé quien está por medio en todo este asunto. Y así el maestro le enseña a decir a discípulo, no como un rito, sino como el don de la propia vida: «habla, Señor, que tu siervo escucha». Escuchar la voz de Dios en la vida personal es un verdadero reto, que no todos saben afrontar. Elí, el viejo sacerdote-profeta, tiene experiencia de Dios y se la comunica a alguien que está en disposición de ello; lo contrario de lo que sucede con sus hijos. No es lo mismo vivir con “vocación” que sin ella. Esta vocación se descubre de muchas formas y de muchas maneras: unas veces buscando y otras sin que sepamos por qué. Es evidente que estamos hablando en el contexto de una experiencia religiosa extraordinaria, lo que es respetable. Debemos ser capaces de ver a Dios, de escucharle si queremos, en las realidades de nuestra vida personal y de los que nos rodean. No habrá vocación, sin embargo, si no estamos dispuestos a escuchar a Dios.

II Lectura: 1 Corintios (6,13-15.17-20): El cuerpo revela nuestra interioridad.

II.1. La segunda lectura está tomada de 1ª Corintios, una carta muy compleja desde muchos puntos de vista. Y para comprender esta carta y este texto de hoy debemos conocer algunas cosas de aquella comunidad de la capital de Acaya, en la que Pablo se empeñó a muerte en su misión de apóstol y en ofrecer una identidad verdaderamente cristiana a esta comunidad. Se trata de un texto que debemos saber contextualizar y conocer por qué lo escribe San Pablo. Corinto era una ciudad famosa por su santuario a Afrodita, la diosa del amor, al que acudían gentes que llegaban a la ciudad doblemente portuaria desde las regiones lejanas y limítrofes. El hecho de la prostitución sagrada era una perversión del amor y de la sexualidad humana según san Pablo. Precisamente por ello el apóstol hace una teología del «cuerpo» humano, que no es la carne y la sangre, aquello que nos llevará a la muerte; sino de lo más interior a nosotros mismos, que es lo que no podemos entregar a la irracionalidad. La “antropología” bíblica que subyace en esta concepción del cuerpo del texto paulino es manifiesta: no es dicotómica, dualista, sino es una realidad única: interior-exterior, alma-cuerpo.

II.2. Esto, probablemente, lo escribe Pablo, porque algunos convertidos al cristianismo no veían inconveniente en participar en esos ritos sagrados de la sexualidad, y por ello afronta la cuestión desde la clave más profunda de la fe cristiana: la resurrección de los cuerpos, que volverá a afrontar en el c.15 de esta misma carta. La sexualidad forma parte de nuestro ser; si la entregamos al comercio y a lo irracional, pierde todo el valor positivo que el Creador ha puesto en ella; la reducimos a la animalidad. Pero ni lo irracional, ni lo animal están llamados a la resurrección. El cuerpo no es simplemente lo exterior, lo que se ve, lo que se gasta: el cuerpo lleva en su seno el misterio de la persona, de la interioridad, de la misma libertad. Por eso si entregamos nuestro cuerpo a cualquiera o a cualquier cosa, eso es una idolatría. Es decir, estaremos sometidos a los ídolos, que no son más que irracionalidad y ceguera. La actualidad de este tema hoy, sabemos que se puede cifrar en entregar nuestro cuerpo, nuestra persona, nuestra mente y nuestra voluntad a la droga o al dinero. También aquí, con esta simbología del “cuerpo”, se sugiere la verdadera dignidad de nuestra vocación humana y cristiana.

Evangelio: Juan (1,35-42): ¿Dónde habitas?

III.1. El evangelio de hoy nos presenta la forma en que Jesús acogió a sus primeros discípulos. No se hace por medio de una llamada concreta de Jesús, - como sucederá después con Felipe, Jn 1,43ss-, sino de otra forma distinta. Probablemente en el evangelio de Juan hay una intencionalidad manifiesta: el paso de los discípulos del Bautista a Jesús. Es una escena que viene después de la presentación que Juan el Bautista ha hecho de Jesús a sus seguidores. Por eso, como respuesta inmediata, dos de esos discípulos (uno de ellos se identifica como Andrés, el hermano de Pedro), se interesan por la vida de Jesús. De ahí la pregunta: “Maestro ¿dónde habitas?”. No es necesario entrar en la cuestión del “otro” discípulo, que, desde luego, no es necesario identificar con el discípulo amado, y tampoco a éste con Juan el hijo del Zebedeo en cuanto autor de este evangelio, como muchos han defendido y siguen defendiendo. El evangelista subrayaba así que Juan el Bautista había cumplido su misión; ésta había terminado, y sus seguidores debían atender a aquél que él llama el «Cordero de Dios». No podemos establecer con seguridad los puntos históricos de esta narración. No sabemos a ciencia cierta si eso fue así, ya que la tradición de los evangelios sinópticos parece más primitiva y nos habla de la llamada directa de Jesús a Pedro y a su hermano Andrés, para que dejaran sus redes y le siguieran.

III.2. ¿Dónde vivía Jesús? No se nos dice en el relato, porque su intención es poner de manifiesto que su modo de vida es lo que se describirá a lo largo del evangelio. Han visto ya algo que fascina a estos discípulos, para dejar al Bautista y seguir a Jesús, y comunicar la noticia al mismo Pedro. Con ello, el Bautista no se encuentra desairado, porque en otro momento él mismo dice: «es necesario que El crezca y que yo disminuya» (Jn 3,30). Así, pues, una vez que Juan el Bautista ha cumplido la misión que le correspondía –según se piensa en la tradición cristiana que Juan, como los sinópticos, recoge-, llega el momento de “seguir” a Jesús, de vivir con él, de contemplar su morada. El simbolismo del evangelio joánico enriquece verdaderamente esta escena sobre la iniciativa de los discípulos. No los ha llamado el Maestro, pero Juan sí les ha trazado el camino. A veces, alguien puede descubrirnos nuestra “vocación”; lo importante es saber discernir y poder dedicarse a ello.

III.3. El encuentro de Pedro, con Jesús, es presentando en Juan de una forma muy particular, distinta a los sinópticos. Aquí se adelanta su hermano Andrés en su decisión a seguir al Maestro. Pero lo que importa siempre es la disposición. El que Pedro reciba un nombre nuevo “Kefas”(piedra), con todo lo que ello significa, forma parte también del misterio vocacional. Un nombre nuevo es un destino, un camino, una vida nueva, una misión. Todo esto está sugerido en esta escena vocacional. Desde luego, aceptar a Jesús, su vida, su ideas y su experiencia de Dios, no puede dejarnos donde estábamos antes. Todo ha de cambiar, sin que haya que exagerar actitudes espirituales o morales. Seguiremos a Jesús y su evangelio, y volveremos a sentir la necesidad del perdón y de la gracia, porque la debilidad nos acompaña siempre. Pero con un nombre nuevo se nos dice que el horizonte de nuestra existencia es Aquél que trae la luz y la vida al mundo, como se pondrá de manifiesto en todo el evangelio joánico. (Fray Miguel de Burgos Núñez, O. P.).




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