domingo, 2 de diciembre de 2012

DOMINGO 1° DE ADVIENTO CICLO C


“A ti, Señor; elevo mi alma. Muéstrame, Señor, tus caminos.”

Ya es un tópico decir que el mundo está en crisis. Una crisis que se presenta de un modo cada vez más claro como no sólo económica, sino también social y de valores: ¿Qué hemos hecho para que este sistema no funcione? ¿Qué cambios decisivos tenemos que hacer para que la salida no sea puramente coyuntural, sino, aleccionados por la experiencia, encontrar soluciones más justas, humanas y solidarias que las anteriores? ¿Qué nos tiene que decir el Señor en este tiempo de Adviento que comenzamos hoy?

CONTEMPLAMOS LA PALABRA

PRIMERA LECTURA

Hoy el profeta nos ayuda a sostener la esperanza de un tiempo nuevo. Lo que hoy vemos no será para siempre. Hoy comenzamos un tiempo de espera de liberación.

Lectura del libro de Jeremías 33, 14-16

Llegarán los días -oráculo del Señor- en que yo cumpliré la promesa que pronuncié acerca de la casa de Israel y la casa de Judá: En aquellos días y en aquel tiempo, haré brotar para David un germen justo, y él practicará la justicia y el derecho en el país. En aquellos días, estará a salvo Judá y Jerusalén habitará segura. Y la llamarán así: "El Señor es nuestra justicia".
Palabra de Dios.
SALMO

Salmo 24, 4-5. 8-10. 14

R. A ti, Señor; elevo mi alma.

Muéstrame, Señor, tus caminos, enséñame tus senderos. Guíame por el camino de tu fidelidad; enséñame, porque tú eres mi Dios y mi salvador. R.

El Señor es bondadoso y recto: por eso muestra el camino a los extraviados; Él guía a los humildes para que obren rectamente y enseña su camino a los pobres. R.

Todos los senderos del Señor son amor y fidelidad, para los que observan los preceptos de su alianza. El Señor da su amistad a los que lo temen y les hace conocer su alianza. R.

SEGUNDA LECTURA

¡Preparemos el encuentro con Jesús! El apóstol nos dice cómo hacerlo: viviendo el amor en la comunidad. Porque ese encuentro no es individual, sino el de un pueblo con su Dios.

Lectura de la primera carta del Apóstol san Pablo a los cristianos de Tesalónica 3,12-4, 2

Hermanos: Que el Señor los haga crecer cada vez más en el amor mutuo y hacia todos los demás, semejante al que nosotros tenemos por ustedes. Que él fortalezca sus corazones en la santidad y los haga irreprochables delante de Dios, nuestro Padre, el Día de la Venida del Señor Jesús con todos sus santos. Amén. Por lo demás, hermanos, les rogamos y les exhortamos en el Señor Jesús, que vivan conforme a lo que han aprendido de nosotros sobre la manera de comportarse para agradar a Dios. De hecho, ustedes ya viven así: hagan mayores progresos todavía. Ya conocen las instrucciones que les he dado en nombre del Señor Jesús.
Palabra de Dios.

EVANGELIO

Nuestra vida cristiana está marcada por la esperanza. Nos moviliza que las cosas "no sean siempre como son", buscando lo mejor para nosotros y para todos. Este tiempo ha de ser, entonces, de espera en la liberación, alzando los ojos para entender que Dios quiere la liberación y que ésta se gesta desde su propio deseo.

Ì Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas 21, 25-28. 34-36

Jesús dijo a sus discípulos: "Habrá señales en el sol, en la luna y en las estrellas; y en la tierra, los pueblos serán presa de la angustia ante el rugido del mar y la violencia de las olas. Los hombres desfallecerán de miedo ante la expectativa de lo que sobrevendrá al mundo, porque los astros se conmoverán. Entonces se verá al Hijo del hombre venir sobre una nube, lleno de poder y de gloria. Cuando comience a suceder esto, tengan ánimo y levanten la cabeza, porque está por llegarles la liberación. Tengan cuidado de no dejarse aturdir por los excesos, la embriaguez y las preocupaciones de la vida, para que ese día no caiga de improviso sobre ustedes como una trampa, porque sobrevendrá a todos los hombres en toda la tierra. Estén prevenidos y oren incesantemente, para quedar a salvo de todo lo que ha de ocurrir. Así podrán comparecer seguros ante el Hijo del hombre".
Palabra del Señor.

COMPARTIMOS LA PALABRA

El evangelio de hoy, nos puede resultar agobiante pues nos sigue hablando de crisis, pero también tremendamente aleccionador y sugerente. Nos sitúa radicalmente ante nuestra responsabilidad personal y social frente a lo que le pasa y pasará al mundo. Ante tal cúmulo de inquietudes, los interrogantes surgen solos: ¿Pero, yo puedo hacer algo? Y más profundamente aún: ¿Tengo yo la responsabilidad ineludible y de la que se me pedirá cuenta, de hacer algo? ¿Soy únicamente juguete de las circunstancias y de las estructuras o he de tomarme en serio como cooperador activo, bien para aumentar el problema o bien para formar parte de la solución?

Este mismo evangelio nos da pistas: frente a la inquietud y al miedo “por lo que se nos viene encima”, no poderos aturdirnos con drogas como la bebida, el vicio o la preocupación por el dinero (como si la única solución fuese la económica). Por el contrario: por ser solidarios con todas las víctimas y con todos los que sufren no resignarnos, sino “alzar la cabeza” ansiando, esperando, trabajando por y atisbando nuestra liberación. Estar despiertos, orantes y activos.
En eso consiste la esperanza teologal, la virtud propia del Adviento, este nuevo tiempo litúrgico que empezamos. La esperanza, que fue definida por el poeta francés Peguy como “la fe más agradable a Dios” porque supone confianza total en Dios y, juntamente y gracias a ello, disponibilidad total para ponerse al servicio de su Reino. En el “Año de la fe” no podemos olvidar que la fe sin esperanza que no lleve a la caridad es una pura ideología alienante, una “fe muerta”.

El modo de vivir esta esperanza nos lo muestra la segunda lectura: seguir “las instrucciones del señor Jesús”, gracias a las cuales “procedemos agradando a Dios”. Para ello, necesitamos que nos “fortalezca internamente” (y, entonces, la oración aparece como imprescindible). Este modo nuevo de vivir en esperanza se concreta y verifica en ese amor mutuo del que el Señor por su Espíritu nos colma y que es testimoniado por hombre y mujeres fieles al Evangelio como el mismo Pablo (“como nosotros os amamos”). ¡Ojalá cada cristiano pudiésemos decir lo mismo!

Para conseguirlo, y porque sabemos que esto no es una vana esperanza, suplicamos con el salmo: “A ti, Señor, levanto mi alma. Enséñame tus caminos. Tus sendas son misericordia y lealtad…”.

En una situación también de crisis profunda, Jeremías (1ª lectura), supo señalar a la Esperanza en persona: a ése Germen, entonces puramente futuro y hoy la espléndida realidad de Cristo Resucitado que nos atrae con nuestro mundo y nuestra historia hacia sí.

ESTUDIO BÍBLICO


Se acerca nuestra liberación

Iª Lectura: Jeremías (33,14-15): El Señor es nuestra justicia

I.1. Forma parte esta hermosa lectura de los oráculos de salvación del profeta, oráculos que presentan al pueblo la restauración, oráculos de esperanza (cc. 30-33). Todos estos epígrafes encuentran su equivalencia en esos oráculos que proponían la restauración del reino del Norte, Israel y también para Judá. Quizá no responden a una etapa demasiado concreta de su vida de profeta “quemado” por la palabra de Dios. Pero un profeta no sería verdadero si además de anunciar el “juicio” no se atreviera también con la salvación y la restauración. Jeremías, asimismo, tenía alma y sensibilidad para ello. Un profeta perseguido como él siempre se atreve a ver más allá de lo que los demás ven o experimentan. Es un oráculo que se repite en su obra como podemos cotejar en Jr 23,5-6. El profeta juega con el nombre nuevo que ha de llevar el descendiente de David: “Señor, justicia nuestra” (Yhwh sidquenû), de la misma manera que Isaías 7,14 le pondrá, simbólicamente, al descendente de Acaz, “Dios con nosotros” (Inmanûel), y ya sabemos la trascendencia que ese nombre ha tenido para la teología mesiánica cristiana. Los nombres significan mucho en la Biblia y si son simbólicos con más razón.


I.2. El exhorto del profeta Jeremías reza así: el Señor es nuestra justicia. No es un título, sino el proyecto y el compromiso del Dios de la Alianza, con Israel y con todos los pueblos. Ese es el Dios que se encarna, el que hace justicia. Que es más que dar a cada uno lo que le pertenece. Esa idea de justicia (sdq) es algo pobre para el Dios de Jesucristo. Significa mucho más: Dios levanta al oprimido; hace valer al que no vale, porque a Él todos los seres humanos le importan como hijos; hace abajarse al que se ha levantado hasta las nubes sin valer, apoyándose en un poder que no le pertenece. Ese proyecto y ese compromiso divino, sin embargo, no se impone por la fuerza, como hacen los poderosos de este mundo con sus estrategias, sino que se nos llama en el Adviento a considerarlo como una espera y esperanza para convertirnos a El. Así podemos precisar el primer paso del Adviento: la conversión al Dios de una justicia prodigiosa. Y la conversión es mucho mas que hacer penitencia; es un cambio de mentalidad, un cambio de rumbo en nuestra existencia, un cambio de valores. Porque cuando se cambian los valores de nuestra vida, transformamos nuestra forma de ser, de vivir y de actuar.

IIª Lectura: Iª Tesalonicenses (3,12-4,2): La dedicación a lo divino

II.1. Esta es una invocación de Pablo, urgido y urgiendo a la comunidad para preparase a la pronta “venida del Señor”. Hoy día no cabe duda que Pablo pensó ver este momento con sus ojos. Como la mayoría de los primeros cristianos pensaba que la “parusía”, la presencia efectiva del Señor resucitado estaba a punto de llegar. Después fue cambiando poco a poco esa mentalidad influida por un perfil apocalíptico por una visión histórica más concorde con la realidad de “transformar” el mundo y “transformarse” personalmente a imagen de Cristo, por medio del amor y de la muerte. Eso es lo que se infiere del final de esta invocación que habla de la “manifestación (parousía) de nuestro Señor Jesucristo”. Después Pablo llegaría a la conclusión personal de que esa experiencia de la manifestación había que vivirla personalmente en el momento de la muerte (cf 2Cor 4,7-15; Flp 3,7-11).

II.2. En todo caso ¿qué expone como punto práctico?: pues una disposición que hay que tener para el día del encuentro del Señor (también expresado en lenguaje apocalíptico): un amor más grande a todos los hombres, porque esa es la forma de progresar en la santidad. Muchas veces nos preguntamos qué es ser santo. Pues aquí encontramos una buena respuesta: es vivir amando siempre, cada vez más, sin excepción, como Dios mismo hace. Por eso se le define a Él como el Santo: porque no excluye a nadie de su amor. Sin duda que el Apóstol nos habla de algo inconmensurable, utópico: ¡cuando amemos a todos los hombres! Así es la respuesta, la conversión, al Dios de la justicia, al Dios de la encarnación, al Dios de la Navidad, para lo que nos prepara el Adviento. ¿Cómo podemos, pues, vivir dedicados a Dios? Amando a todos los hombres. Esa es la dedicación del cristiano a lo divino.

Evangelio: Lucas (21,25-28.34-36): Se acerca nuestra liberación

III.1. Todos los años comenzamos el nuevo ciclo litúrgico con el Adviento, que es presencia y es llegada. Es una presencia de siempre y constantemente renovada, porque nos preparamos para celebrar el misterio del Dios que se encarna en la grandeza de nuestra miseria humana. En el Primer Domingo de Adviento, "Ciclo C" del año litúrgico, que estará apoyado fundamentalmente en el evangelio de Lucas, se ofrece un mensaje lleno de fuerza, una llamada a la esperanza, que es lo propio del Adviento: Levantad vuestras cabezas porque se acerca vuestra liberación. Esa es la clave de la lectura evangélica del día. No son los signos apocalípticos los que deben impresionar, sino el mensaje de lo que se nos propone como oferta de parte de Dios. Los signos apocalípticos, en este mundo, siempre han ocurrido y siempre estarán ocurriendo.

III.2. Lucas también nos ha trasmitido el discurso apocalíptico en boca de Jesús (c. 21) a semejanza de lo que hace Mc 13. En Lucas comienza con una enseñanza que contrasta con la actitud de algunos que están mirando y contemplando la grandeza del templo (21,5ss). Los vv. 25-28 se centran en la famosa venida (parousía) del Hijo del hombre que ha de arrancar de los cristianos, ¡no pánico!, sino una actitud contraria: ¡levantar la cabeza, porque ese es el momento de la liberación!. Digamos que esta última expresión es lo propia de Lucas ante las palabras que le ha suministrado la tradición apocalíptica sobre la llegada misteriosa del Hijo del hombre. Lucas es muy conciso sobre los signos extraordinarios que acompañarán ese momento. Pero no puede sustraerse totalmente a esos signos. Y especialmente significativo es en Lucas la actitud que se ha de tener ante todo eso: vigilad (agrupneô) con la oración (v.36). Es lo propio de Lucas: la vigilancia que pide es teológica, la que mantiene abiertos los ojos del alma y de la vida. En la obra de Lucas, el talante de oración es la clave de las grandes decisiones de Jesús y de la comunidad. Y este momento que describe es clave en cada historia personal y de toda la humanidad. En definitiva, la llamada a la “vigilancia en la oración” responde muy bien a la visión cristológica del tercer evangelista: eso quiere decir que la conducta del cristiano debe inspirarse más en la esperanza que en el temor. No en vano Lucas se ha cuidado mucho de presentar a Jesús, en este caso sería el mismo Hijo del hombre, más como salvador de todos que como juez de todos.

III.3. A los hombres, continuamente se nos escapan muchas cosas por los "agujeros negros" de nuestro universo personal, pero la esperanza humana y cristiana no se puede escapar por ellos, porque eso se vive en la mismidad de ser humano. Lo apocalíptico, mensaje a veces deprimente, tiene la identidad de la profunda conmoción, pero no es más que la expresión de la situación desamparada del ser humano. Y sólo hay un camino para no caer en ese desamparo inhumano: vigilar, creer y esperar que del evangelio, del mensaje de Jesús, de su Dios y nuestro, nos viene la salvación, la redención, la liberación. Por eso, en la liturgia del Primer Domingo de Adviento se pide y se invoca a la libertad divina para que salga al encuentro del impulso desvalido de nuestra impotencia.



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