domingo, 16 de diciembre de 2012

DOMINGO 3 DE ADVIENTO



“Alégrense siempre en el Señor”

Introducción

Juan y Jesús aparecen en la vida pública en una época de crisis en Palestina: la mayor parte de la población vivía en una gran pobreza, mientras que sólo unos pocos disfrutaban de abundantes riquezas; esa misma población estaba sometida a la dura colonización del imperio romano, a sus impuestos y arbitrariedades; además, los sacerdotes del templo de Jerusalén habían perdido toda su credibilidad entre la gente, porque no era el servicio a Yahvé lo que les movía, sino la usura y los privilegios propios. En palabras del profeta Juan, aquella sociedad necesitaba un vuelco radical, una conversión y un arrepentimiento. Esa visión radical sobre la situación de maldad de Israel no sólo la compartió Jesús en sus inicios, sino que permaneció también a lo largo de toda su misión posterior.

También hoy nuestra sociedad de la abundancia necesita un cambio radical, una conversión y un arrepentimiento de los que la formamos, porque somos pocos los que la disfrutamos y muchísimos –cada día más– los que padecen la exclusión, el hambre, la enfermedad, el analfabetismo, el paro, el desalojo de sus viviendas y otras dolorosas miserias. Los cristianos estamos llamados a ser colaboradores del Jesús que está presente y es el profeta de la salvación. ¿Cómo? Llevando la ayuda allá donde la gente esté padeciendo cualquier tipo de esclavitud, de carencia o de sufrimiento.

CONTEMPLAMOS LA PALABRA

PRIMERA LECTURA

Se alegra el pueblo, se alegra Dios, todo es fiesta porque el dolor ha terminado. Así esperamos la Navidad, como esperamos el final de los dolores del mundo. Y así festejaremos un día, todos los hijos de Dios.

Lectura de la profecía de Sofonías 3, 14-18

¡Grita de alegría, hija de Sión! ¡Aclama, Israel! ¡Alégrate y regocíjate de todo corazón, hija de Jerusalén! El Señor ha retirado las sentencias que pesaban sobre ti y ha expulsado a tus enemigos. El Rey de Israel, el Señor, está en medio de ti: ya no temerás ningún mal. Aquel día, se dirá a Jerusalén: ¡No temas, Sión, que no desfallezcan tus manos! ¡El Señor, tu Dios, está en medio de ti, es un guerrero victorioso! Él exulta de alegría a causa de ti, te renueva con su amor y lanza por ti gritos de alegría, como en los días de fiesta.
Palabra de Dios.
SALMO

Salmo Isaías 12, 2-6

R. ¡Aclamemos al Señor con alegría!

Éste es el Dios de mi salvación: yo tengo confianza y no temo, porque el Señor es mi fuerza y mi protección; él fue mi salvación. R.

Ustedes sacarán agua con alegría de las fuentes de la salvación. Den gracias al Señor, invoquen su Nombre, anuncien entre los pueblos sus proezas, proclamen qué sublime es su Nombre. R.

Canten al Señor porque ha hecho algo grandioso: ¡Que sea conocido en toda la tierra! ¡Aclama y grita de alegría, habitante de Sión, porque es grande en medio de ti el Santo de Israel! R.

SEGUNDA LECTURA

Pablo se une a esta espera alegre. No es una alegría evasiva, individual o frívola. Es la alegría de tener a Dios y de que Dios se acerque a nosotros. No hay alegría más profunda y más sincera que la que nos provoca la misma presencia de Dios.

Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los cristianos de Filipos 4, 4-7
Hermanos: Alégrense siempre en el Señor. Vuelvo a insistir, alégrense. Que la bondad de ustedes sea conocida por todos los hombres. El Señor está cerca. No se angustien por nada y, en cualquier circunstancia, recurran a la oración y a la súplica, acompañadas de acción de gracias, para presentar sus peticiones a Dios. Entonces la paz de Dios, que supera todo lo que podemos pensar, tomará bajo su cuidado los corazones y los pensamientos de ustedes en Cristo Jesús.
Palabra de Dios.

EVANGELIO

Juan presentaba un camino de conversión. Y su bautismo exigía un cambio de vida, tan concreto como definitivo. Observemos que la conversión lleva a dejar un estilo de vida por el que se aprovecha de los demás, o por el que se desentiende de los otros, para pasar a vivir en la justicia, en la caridad.

Ì Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas 3, 2-3. 10-18

Dios dirigió su palabra a Juan Bautista, el hijo de Zacarías, que estaba en el desierto. Éste comenzó a recorrer toda la región del río Jordán, anunciando un bautismo de conversión para el perdón de los pecados. La gente le preguntaba: "¿Qué debemos hacer entonces?". Él les respondía: "El que tenga dos túnicas, dé una al que no tiene; y el que tenga qué comer, haga otro tanto". Algunos publicanos vinieron también a hacerse bautizar y le preguntaron: "Maestro, ¿qué debemos hacer?". Él les respondió: "No exijan más de lo estipulado". A su vez, unos soldados le preguntaron: "Y nosotros, ¿qué debemos hacer?". Juan les respondió: "No extorsionen a nadie, no hagan falsas denuncias y conténtense con su sueldo". Como el pueblo estaba a la expectativa y todos se preguntaban si Juan no sería el Mesías, él tomó la palabra y les dijo a todos: "Yo los bautizo con agua, pero viene uno que es más poderoso que yo, y yo ni siquiera soy digno de desatar la correa de sus sandalias; él los bautizará en el Espíritu Santo y en el fuego. Tiene en su mano la horquilla para limpiar su era y recoger el trigo en su granero. Pero consumirá la paja en el fuego inextinguible". Y por medio de muchas otras exhortaciones, anunciaba al pueblo la Buena Noticia.
Palabra del Señor.

COMPARTIMOS LA PALABRA

El pueblo llano padecía un sistema sociopolítico colonizador y por eso buscan la liberación. Los judíos sencillos que acudían a ser bautizados por Juan y a transformar totalmente su vida vivían en un país reducido a la miseria a causa de la discriminación social que sufrían por parte de los judíos ricos, de la dominación cultural y de la opresión imperialista de los romanos. Ante esta situación, Juan y esta gente sencilla esperaban como liberación una intervención divina a gran escala, una auténtica conmoción universal.

 Jesús no solo cambió la forma de Juan de entender el reino de Dios, sino también al Dios de ese reino. Para Juan, el Reino de Dios estaba por venir y era inminente su llegada. Para Jesús, en cambio, el Reino de Dios es ya una realidad presente: está entre nosotros. Además, para Juan el Dios de Israel es un Dios justiciero y vengador, que pronto habría de realizar una gran limpieza entre los hombres. Dios es presentado primero como un leñador provisto de su hacha que separa los árboles buenos de los malos, y luego como un trillador que separa el grano de la paja. Juan no es portador de un «evangelio» o de un mensaje gozoso de salvación: es un profeta de desgracias, que amenaza con el juicio inminente de Dios a quien no cambie de rumbo en la vida. El núcleo del mensaje de Jesús, por el contrario, es un euangelion, es decir, una buena noticia de Dios: «el reino de Dios está aquí». Y esto significa para Jesús, que están presentes la absoluta voluntad salvífica de Dios, su compasiva misericordia y su generosa bondad y, por tanto, la oposición a todas las formas de mal, de miedo y de sufrimiento.

¿Intervención solo de Dios o también colaboración humana en la transformación del mundo? Para Juan, Dios es el que tiene todo el protagonismo en esta limpieza del mundo. En cuanto a Jesús, los primeros destinatarios de su mensaje debieron de quedar perplejos ante la proclamación de la presencia ya actual del reino. Porque ¿dónde estaba el mundo transfigurado por Dios? ¿Había cambiado algo en un mundo de pobres campesinos, de injusticia local y de opresión imperialista? Pero para Jesús, el reino de Dios está aquí, pero solo en la medida en que lo aceptemos, entremos en él, lo vivamos y, de ese modo, lo establezcamos los seres humanos. No podemos seguir esperando a que Dios intervenga, porque, al contrario, es Él quien espera nuestra colaboración e intervención. Curar a los enfermos, comer con los pobres y las viudas es participar en que el Reino de Dios se haga presente. El reino de Dios no comienza, no puede continuar y no concluirá sin nuestra participación, potenciada –eso sí– por Dios, y sin nuestra colaboración, también impulsada por él.

El pacifismo de Juan y de Jesús. ¿Cómo debe responder un pueblo oprimido ante la tremenda seducción de la nueva cultura romana, la aplastante superioridad militar, la brutal explotación económica que sufría, y la inapelable discriminación social por parte del opresor romano y de sus colaboradores judíos? Ni Juan ni Jesús están por la rebelión armada, aunque hay en sus respectivas visiones imágenes acerca del futuro juicio que son muy agresivas: la del hacha puesta en la raíz de los árboles está tomada de las guerras orientales de exterminio, ¡en las que se llegaba incluso a destruir los árboles frutales para que no fueran fuente permanente de alimento! (Lc 3, 9). También la gran parábola del juicio universal, que durante siglos fue el modelo de la actuación cristiana, termina con la separación entre justos e injustos; estos últimos son condenados a un castigo eterno (Mt 25,46). La carga de violencia es tan intensa en estas imágenes, que se llega a «llorar y a rechinar de dientes» –y tal es precisamente la intención de estas imágenes (Mt 8,12; 13,42, y passim)–. Con ellas el movimiento de Jesús quería incitar a los hombres a que cambiaran su vida. Estimulaba fantasías agresivas y ¡quería incitar a la vez a una acción no agresiva! Pero, por otra parte, Jesús presentó la no violencia de Dios como la razón de su propia negativa a recurrir a la violencia. «… vuestro Padre celestial, que hace salir su sol sobre los malvados y los buenos, y manda su lluvia sobre los justos y los injustos...». Juan y Jesús participaron en una resistencia pública, pero no violenta, frente a la ley y el orden de Roma. Por eso fueron matados. Los seguidores de Juan y de Jesús no «lucharon», no usaron la violencia ni siquiera para intentar liberar a sus líderes.

La actividad de Juan –y también la de Jesús– tenía mucho de provocación. No es la espiritualidad del templo de Jerusalén, sino la espiri¬tualidad del desierto la que domina en la actividad de Juan. El rito del bautismo de Juan quitaba los pecados tan radicalmente como los borraba la intervención de los sacerdotes del Templo de Jerusalén. Se trataba a todas luces de una alternativa deliberada al sistema oficial de purificación, del culto oficial. Convendría que nuestros dirigentes religiosos tuvieran en cuenta y no olvidaran este euangelion. Es más, en las recomendaciones que da Juan a los que acuden a él, no hay nada de actos de culto y sí conductas morales.

Para Juan, la esperanza del futuro está unida al compromiso ético: ¿qué tenemos que hacer? Entre los que preguntan a Juan hay tres grupos. El primero lo forma la gente corriente. La respuesta para ellos es: repartid. Los otros dos grupos –publicanos y soldados– son pilares importantísimos del dominio romano: unos cobrando elevados impuestos para los romanos, los otros aplicando la fuerza para someter a los judíos. ¿Qué tienen que hacer estos “colaboracionistas”? Juan no está por invitarles a que dejen de ser servidores de los romanos y que se pasen a la resistencia judía. Simplemente, les pide que moderen sus acciones: que no extorsionen ni cobren abusivos impuestos. Juan, lo mismo que Jesús, es pacifista.

Estad siempre alegres. La alegría brota de la esperanza, de que algo deseado llegará. Pablo esperaba la segunda venida de Jesús antes de que él muriera. Por eso invitaba a la alegría. Pablo se equivocó, porque esta segunda venida no se produjo. Pero de lo que sí estamos seguros los cristianos de hoy es de que Jesús viene a diario en los pobres, necesitados y desvalidos. Ahí lo encontraremos. Jesús y ellos nos comprometen en su salvación. Si realmente creemos a Jesús, ayudar a estas personas sí que traerá una gran alegría a nuestras vidas.


ESTUDIO BÍBLICO

El Señor está cerca. El Domingo de la Alegría

La liturgia del Tercer Domingo de Adviento está sembrada de llamadas a la alegría. Por eso, en la tradición litúrgica de la Iglesia se ha conocido éste como el Domingo de "Gaudete!", según el mensaje de la carta a los Filipenses (4,4-5) que introduce la celebración y, asimismo, es el texto de la segunda lectura del día, diciéndonos que el Señor esta cerca. Ya no solamente se nos invita a prepararnos a la Navidad mediante un cambio de vida y de mentalidad; sino que se nos invita a prepararnos con “alegría” porque el Salvador está cerca. La liturgia es expresiva.

Este domingo Tercero de Adviento nos envuelve en el proceso de las condiciones de la verdadera alegría. El Adviento tiene mucha razón al proclamar este mensaje que es más necesario que nunca. Bajemos de todos los pedestales y de todas las petulancias para reconocer el valor de nuestros límites. En el fondo, es una cosa bien concreta: dejemos de vivir por encima de nuestras posibilidades, porque así no es posible la verdadera alegría.

Iª Lectura: Sofonías (3,14-18): No tengas miedo a la paz ¡Jerusalén!

I.1. En la primera lectura del profeta Sofonías, la llamada es tan ardiente y tan profética como en Pablo a su comunidad. Es una llamada a Jerusalén, la ciudad de la paz, la hija de Sión, porque si quiere ser verdaderamente ciudad de Dios y de paz, tiene que caracterizarse frente a las otras ciudades del mundo como ciudad de alegría. ¿Quién rompe hoy el corazón de Jerusalén? ¿La religión, el fanatismo, el fundamentalismo? Ya en su tiempo, el del rey reformador Josías (640-609 a. C.), el profeta debe hablar contra los que en tiempo de Manasés y Amón habían pervertido al “pueblo humilde”. El profeta no solamente es el defensor, la voz de Dios, sino del pueblo sin rostro y que no puede cambiar el rumbo que los poderosos imponen, como ahora. Fue un tiempo prolongado de luchas, de sometimientos religiosos a ídolos extraños y a los señores sin corazón. El profeta reivindica una Sión nueva donde se pueda estar con Dios y no avergonzarse. Y lo que suceda en Jerusalén puede ser en beneficio de todos: ¡como ahora!

I.2. ¡Qué lejos está ahora la ciudad de esa realidad teológica! Hoy sería necesario que judíos, musulmanes y cristianos dejaran clamar al profeta para escuchar su mensaje de paz. Es verdad que el profeta ofrecía la única alternativa posible, ya entonces, y que es decisiva ahora: sólo el Dios de unos y otros, que es el mismo, es quien puede hacer posible que las tres religiones monoteístas alaben a un mismo Señor: el que nos ofrece el don de la alegría en la fraternidad y en la esperanza. Porque solamente podrá subsistir una ciudad, todos sus habitantes, si se dejan renovar por el amor de su Dios, como pide el profeta a los israelitas de su tiempo. ¿Es esto realizable? Pues hay que proponer que una religión que no proporciona alegría, no es una verdadera religión. Más aún: una religión que no proponga la paz, con todas sus renuncias, no es verdadera religión. ¡Jerusalén, no tengas miedo a la paz!

IIª Lectura: Filipenses (4,4-5): La terapia teológica de la alegría

II.1. El texto de la carta viene a ser como una conclusión, casi proverbial en la tradición y religiosidad cristiana: Así traduce la Vulgata: gaudete in Domino semper el “chairete en Kyríô pántote” (alegraos siempre en el Señor). Incluso no sabemos si estos versos están en su sitio, porque parece ser que Pablo escribe en distintos momentos algunas notas a la comunidad de Filipos. Sea como fuere desde el punto de vista literario, lo que el apóstol pide a su querida comunidad, sigue siendo decisivo para nosotros los cristianos de hoy. Dos veces repite el “gaudete” ¿qué más se puede pedir? Pero es verdad que hay alegrías y alegría. Pablo dice “en el Señor” y esto no debe ser simplemente estético o psicológico. Bien es verdad que la terapia humana de la alegría es muy beneficiosa. Pues con más razón la terapia religiosa de que el Señor nos quiere alegres. Es una terapia teológica muy necesaria.

II.2. No podemos olvidar que ésta debe ser la actitud cristiana, la alegría que se experimenta desde la esperanza, de tal manera que de esa forma nunca se teme al Señor, sino que nos llenamos de alegría, como recomienda San Pablo a su querida comunidad de Filipos. Nuestro encuentro definitivo con el Señor, cuando sea, debe tener como identidad esa alegría. Ya sabemos que la alegría es un signo de la paz verdadera, de un estado de serenidad, de sosiego, de confianza. De ahí que nuestro encuentro con el Señor no puede estar enmarcado en elementos apocalípticos, sino en la serenidad y la confianza de la alegría de encontrarnos con Aquél que nos llama a ser lo que no éramos y a vivir una felicidad que procede de su proyecto liberador. Es decir, encontrarse con el Señor del Adviento debe ser una liberación en todos los órdenes. Por tanto, el hombre, y más el hombre de hoy, debe tomarse en serio la alegría, como se toma en serio a sí mismo. El hombre sin alegría no es humano; y la persona que no es humana, no es persona.

Evangelio. Lucas (3,10-18): La alegría del compartir

III.1. El evangelio es la continuación del mensaje personal del Bautista que ha recogido la tradición sinóptica y se plasma con matices diferentes entre Mateo y Lucas. Nuestro evangelio de hoy prescinde de la parte más determinante del mensaje del Bautista histórico (3,7-9), en coincidencia con Mateo, y se centra en el mensaje más humano de lo que hay que hacer. Con toda razón, el texto de los vv. 10-18 no aparece en la fuente Q de la que se han podido servir Mateo y Lucas. Se considera tradición particular de Lucas con la que enriquece constantemente su evangelio. No quiere decir que Lucas se lo haya inventado todo, pero en gran parte responde, como en este caso, a su visión particular del Jesús de Nazaret y de su cristología.

III.2. Por tanto, podemos adelantar que Lucas quiere humanizar, con razón, el mensaje apocalíptico del Bautista para vivirlo más cristianamente. En realidad es el modo práctico de la vivencia del seguimiento que Lucas propone a los suyos. Acuden al Bautista la multitud y nos pone el ejemplo, paradigmático, de los publicanos y los soldados. Unos y otros, absolutamente al margen de los esquemas religiosos del judaísmo. Lucas no ha podido entender a Juan el Bautista fuera de este mensaje de la verdadera salvación de Dios. Este cristianismo práctico, de desprendimiento, es una constate en su obra.

III.3. Nos encontramos con la llamada a la alegría de Juan el Bautista; es una llamada diferente, extraña, pero no menos verídica: es el gozo o la alegría del cambio. El mensaje del Bautista, la figura despertadora del Adviento, es bien concreto: el que tiene algo, que lo comparta con el que no tiene; el que se dedica a los negocios, que no robe, sino que ofrezca la posibilidad de que todos los que trabajan puedan tener lo necesario para vivir en dignidad; el soldado, que no sea violento, ni reprima a los demás. Estos ejemplos pueden multiplicarse y actualizarse a cada situación, profesión o modo de vivir en la sociedad. Juan pide que se cambie el rumbo de nuestra existencia en cosas bien determinantes, como pedimos y exigimos nosotros a los responsables el bienestar de la sociedad. No es solamente un mensaje moralizante y de honradez, que lo es; es, asimismo, una posibilidad de contribuir a la verdadera paz, que trae la alegría.

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