jueves, 16 de mayo de 2013

PENTECOSTÉS




Con el Espíritu se nos da el don del Amor

Pentecostés es la culminación de la fiesta de la Pascua, la celebración del misterio de la resurrección de Jesús, celebración que ha durado cincuenta días. Hacemos memoria, recordamos, que la primera comunidad de los cristianos recibió el impulso y el don que les hizo capaces de superar el miedo, de anunciar la Buena Noticia de Jesús de Nazaret a todas las gentes. Nosotros, reunidos en la Iglesia por la acción de ese Espíritu, también hemos recibido ese don, también estamos comprometidos con la tarea de anunciar el Evangelio. Para eso hemos sido convocados, para extender el destino de bienaventuranza que Dios ha preparado para todos los seres humanos, para crear una humanidad nueva donde el pecado sea superado con el perdón, y donde las diferencias no sean armas de separación sino dones para la edificación del bien común, de una sociedad alegre y en paz.

CONTEMPLAMOS LA PALABRA

I LECTURA

El encuentro comunitario tiene que expresar la presencia del Espíritu. Y cuando esto ocurre, la actitud de sus miembros genera muchas preguntas entre "los de afuera". Los cristianos nos debemos dejar movilizar e interpelar por el Espíritu, que tanto en este grupo de galileos, como en nosotros, genera siempre novedad.

Lectura de los Hechos de los apóstoles 2, 1-11

Al llegar el día de Pentecostés, estaban todos reunidos en el mismo lugar. De pronto, vino del cielo un ruido, semejante a una fuerte ráfaga de viento, que resonó en toda la casa donde se encontraban. Entonces vieron aparecer unas lenguas como de fuego, que descendieron por separado sobre cada uno de ellos. Todos quedaron llenos del Espíritu Santo, y comenzaron a hablar en distintas lenguas, según el Espíritu les permitía expresarse. Había en Jerusalén judíos piadosos, venidos de todas las naciones del mundo. Al oírse este ruido, se congregó la multitud y se llenó de asombro, porque cada uno los oía hablar en su propia lengua. Con gran admiración y estupor decían: "¿Acaso estos hombres que hablan no son todos galileos? ¿Cómo es que cada uno de nosotros los oye en su propia lengua? Partos, medos y elamitas, los que habitamos en la Mesopotamia o en la misma Judea, en Capadocia, en el Ponto y en Asia Menor, en Frigia y Panfilia, en Egipto, en la Libia Cirenaica, los peregrinos de Roma, judíos y prosélitos, cretenses y árabes, todos los oímos proclamar en nuestras lenguas las maravillas de Dios".
Palabra de Dios.
SALMO

Salmo 103, 1ab. 24ac. 29b-31. 34

R. Señor, envía tu Espíritu y renueva la faz de la tierra.

Bendice al Señor, alma mía: ¡Señor, Dios mío, qué grande eres! ¡Qué variadas son tus obras, Señor! ¡La tierra está llena de tus criaturas! R.

Si les quitas el aliento, expiran y vuelven al polvo. Si envías tu aliento, son creados, y renuevas la superficie de la tierra. R.

¡Gloria al Señor para siempre, alégrese el Señor por sus obras! Que mi canto le sea agradable, y yo me alegraré en el Señor. R.

SEGUNDA LECTURA

¿Tenemos la grandeza y la fe suficiente como para reconocer que en el hermano el Espíritu está obrando? ¿Somos capaces de VER lo que el hermano realiza impulsado e inspirado por el Espíritu?

Lectura de la primera carta del apóstol san Pablo a los cristianos de Corinto 12, 3b-7. 12-13

Hermanos: Nadie puede decir: "Jesús es el Señor", si no está impulsado por el Espíritu Santo. Ciertamente, hay diversidad de dones, pero todos proceden del mismo Espíritu. Hay diversidad de ministerios, pero un solo Señor. Hay diversidad de actividades, pero es el mismo Dios el que realiza todo en todos. En cada uno, el Espíritu se manifiesta para el bien común. Así como el cuerpo tiene muchos miembros, y sin embargo, es uno, y estos miembros, a pesar de ser muchos, no forman sino un solo cuerpo, así también sucede con Cristo. Porque todos hemos sido bautizados en un solo Espíritu para formar un solo Cuerpo, -judíos y griegos, esclavos y hombres libres-, y todos hemos bebido de un mismo Espíritu.
Palabra de Dios.

EVANGELIO

En el relato del Evangelio de Juan la donación del Espíritu Santo difiere del relato de Lucas en Hechos de los Apóstoles. Aquí el Espíritu es entregado a los Doce y se describe como si fuera una “nueva creación”. Sin embargo, esta diferencia no oculta un tema que es común a ambos relatos: la dimensión comunitaria y la misión. Según el evangelio de Juan, los discípulos aprenderán a perdonarse gracias al Espíritu, y de un modo similar al relato de los Hechos, donde son enviados para anunciar la salvación a todos los hombres. Nuevamente: el Espíritu es quien genera comunidad e impulsa a esta comunidad a ir hacia el mundo.

Ì Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Juan 20, 19-23

Al atardecer del primer día de la semana, los discípulos se encontraban con las puertas cerradas por temor a los judíos. Entonces llegó Jesús y poniéndose en medio de ellos, les dijo: "¡La paz esté con ustedes!". Mientras decía esto, les mostró sus manos y su costado. Los discípulos se llenaron de alegría cuando vieron al Señor. Jesús les dijo de nuevo: "¡La paz esté con ustedes! Como el Padre me envió a mí, Yo también los envío a ustedes". Al decirles esto, sopló sobre ellos y añadió: "Reciban el Espíritu Santo. Los pecados serán perdonados a los que ustedes se los perdonen, y serán retenidos a los que ustedes se los retengan".
Palabra del Señor.

COMPARTIMOS LA PALABRA

La escena de Pentecostés narrada por el autor de los Hechos de los Apóstoles es muy rica en símbolos con gran significado religioso. Lucas narra la llegada del Espíritu como se narraban en el Antiguo Testamento las manifestaciones de Dios. En especial, en los textos en los que Dios hace Alianza con su pueblo en el Sinaí (la fiesta judía de Pentecostés hacía memoria de este acontecimiento), se habla también de fenómenos parecidos: ruidos, vientos recios, estruendos, truenos… Es el momento de la fundación de Israel como pueblo de Dios. Lo mismo acontece en el Nuevo Testamento. Ya reunidos por Jesús, se constituye ahora la comunidad plenamente en Iglesia, en comunidad que ora, predica y convive: sin miedo, con alegría, con paz.

Israel recibió en el Sinaí una Ley, tesoro estimadísimo por los judíos, orgullo de su pueblo y don eminente de Dios. La Iglesia, el día de Pentecostés, recibe también un regalo, el don por antonomasia, la mismísima persona del Espíritu Santo. Es la Nueva Ley, que hace posible la creación de una humanidad nueva, una vida nueva que es participación anticipada de la vida divina. Una vida de libertad, de paz, de alegría, de perdón y de comunidad.

¿En qué consiste esa Nueva Ley, ese Don mayúsculo? Se trata del Amor mayúsculo que es Dios. Como decía santo Tomás de Aquino, no podemos esperar de Dios un regalo mejor que Él mismo. Y así es. Con el Espíritu lo que se nos da es el don del Amor, que no es sino la vida de Dios, Dios mismo. Ese Amor, esa Ley, es lo que nos hace capaces de perdonar, de cerrar las heridas, de vencer el miedo y de construir una sociedad más humana, más justa. Para eso está fundada la Iglesia, esa es su misión.

Pablo desglosa admirablemente qué significa el don del amor en su imagen del cuerpo de Cristo. Todos somos incorporados a Cristo por haber bebido de un mismo Espíritu. Igual que el cuerpo posee muchos miembros y sin embargo es uno solo, lo mismo en la Iglesia: hay muchos dones, ministerios y funciones, pero todos destinados a la consecución del bien común. En la creación de una humanidad nueva, de un gran cuerpo del que cada uno de nosotros formamos parte, el Espíritu hace posible la unidad gracias a la diversidad (y no la unidad a pesar de la diversidad): siendo diferentes, teniendo cada uno características personales y gozando de dones distintos, todos tenemos que estar implicados en la construcción de la comunidad humana. Es el Espíritu el que suscita la pluralidad: la variedad y la diferencia son dones graciosos del mismo Dios. Somos homicidas de nosotros mismos si pretendemos uniformar lo que Dios ha hecho diverso. Anulando las diferencias suscitadas por el mismo Espíritu amputamos el cuerpo de Cristo.

Por eso el don del Espíritu es expresado en el texto de los Hechos como el don de “hablar lenguas extranjeras”. A pesar de mantener cada uno sus diferencias personales, culturales y lingüísticas, a todos llegaba la Buena Nueva. El don de lenguas nos habla de la universalidad intrínseca al Evangelio. Su oferta de bienaventuranza es para todos los hombres y mujeres el mundo. No porque deban uniformarse, sino porque deben perdonarse y trabajar en la construcción del bien común. Respetando las diferencias, conjugando la diversidad de lenguas en una gramática humana universal.

En el texto hay también una clara resonancia al capítulo 11 del Génesis, donde los humanos, movidos por su orgullo fueron castigados a no entenderse, quedando la humanidad fracturada, rota. Lo que allí obró la soberbia y el orgullo, la rebeldía contra Dios, es deshecho por lo que obra ahora la humildad y la obediencia de Cristo al Padre. Gracias a esa relación entre el Padre y el Hijo podemos gozar del don del Espíritu, que convierte la diferencia en comunión, la tristeza en alegría, el miedo en anuncio.

El regalo ya ha sido hecho. El amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones con el Espíritu Santo que se nos ha dado. Ahora nos toca ser dóciles a ese Espíritu, escuchar sus mociones, dejarnos aconsejar por la suavidad de su caricia. Su soplo es suave en nuestro rostro, pero es fuego en nuestras entrañas: nos llama a salir, a exponeros al daño que supone amar y dar la vida por la comunión de los hombres y las mujeres de este mundo.

A ello hacía alusión el Papa Francisco en su carta a la Conferencia Episcopal Argentina: “Una Iglesia que no sale, a la corta o a la larga se enferma en la atmósfera viciada de su encierro. Es verdad también que a una Iglesia que sale le puede pasar lo que a cualquier persona que sale a la calle: tener un accidente. Ante esta alternativa, les quiero decir francamente que prefiero mil veces una Iglesia accidentada que una Iglesia enferma. La enfermedad típica de la Iglesia encerrada es la autorreferencial; mirarse a sí misma, estar encorvada sobre sí misma como aquella mujer del Evangelio. Es una especie de narcisismo que nos conduce a la mundanidad espiritual y al clericalismo sofisticado, y luego nos impide experimentar «la dulce y confortadora alegría de evangelizar»”.



ESTUDIO BÍBLICO

El Domingo de Pentecostés (cincuenta días después de la Pascua) nos muestra, con la proverbial primera lectura (Hechos 2,1-11), que las experiencias de Pascua, de la Resurrección, nos han puesto en el camino de la vida verdadera. Pero esa vida es para llevarla al mundo, para transformar la historia, para fecundar a la humanidad en una nueva experiencia de unidad (no uniformidad) de razas, lenguas, naciones y culturas. Lucas ha querido recoger aquí lo que sintieron los primeros cristianos cuando perdieron el miedo y se atrevieron a salir del «cenáculo» para anunciar el Reino de Dios que se les había encomendado.

Todo el capítulo primero de los Hechos de los Apóstoles es una preparación interna de la comunidad para poner de manifiesto lo importante que fueron estas experiencias del Espíritu para cambiar sus vidas, para profundizar en su fe, para tomar conciencia de lo que había pasado en la Pascua, no solamente con Jesús, sino con ellos mismos y para reconstruir el grupo de los Doce, al que se unieron todos los seguidores de Jesús. Por eso, el día de Pentecostés ha sido elegido por Lucas para concretar una experiencia extraordinaria, rompedora, decidida, porque era una fiesta judía que recordaba en algunos círculos judíos el don de la Ley del Sinaí, seña de identidad del pueblo de Israel y del judaísmo. Las pretensiones para que la identidad de la comunidad de Jesús resucitado se mostrara bajo la fuerza y la libertad del Espíritu es algo muy sintomático. El evangelista sabe lo que quiere decir y nosotros también, porque el Espíritu es lo propio de los profetas, de los que no están por una iglesia estática y por una religión sin vida. Por eso es el Espíritu quien marca el itinerario de la comunidad apostólica y quien la configura como comunidad profética y libre. Veamos algunos aspectos de los textos bíblicos:

Iª Lectura: (Hch 2,1-11): El Espíritu lo renueva todo

I.1. Este es un relato germinal, decisivo y programático; propio de Lucas, como en el de la presencia de Jesús en Nazaret (Lc 4,1ss). Lucas nos quiere da a entender que no se puede ser es pec tadores neutrales o marginales a la experiencia del Espíritu. Porque ésta es como un fenómeno absurdo o irracional hasta que no se entra dentro de la lógica de la acción gratuita y poderosa de Dios que transforma al hombre desde dentro y lo hace capaz de relaciones nuevas con los otros hombres. Y así, para expresar es ta realidad de la acción libre y renovadora de Dios, la tradición cristiana tenía a disposición el lenguaje y los símbolos religiosos de los relatos bíblicos donde Dios interviene en la historia hu mana. La manifestación clásica de Dios en la historia de fe de Israel, es la liberación del Éxodo, que culmina en el Sinaí con la constitución del pueblo de Dios sobre el fundamento del don de la Alianza.

I.2. Pentecostés era una fiesta judía, en realidad la “Fiesta de las Semanas” o “Hag Shabu’ot” o de las primicias de la recolección. El nombre de Pentecostés se traduce por “quincuagésimo,” (cf Hch 2,1; 20,16; 1Cor 16,8). La fiesta se describe en Ex 23,16 como “la fiesta de la cosecha,” y en Ex 34,22 como “el día de las primicias o los primeros frutos” (Num 28,26). Son siete semanas completas desde la pascua; es decir, cuarenta y nueve días y en el quincuagésimo, el día es la fiesta (Hag Shabu´ot). La manera en que ésta se guarda se describe en Lev 23,15-19; Num 28,27-29. Además de los sacrificios prescritos para la ocasión, en cada uno está el traerle al Señor el “tributo de su libre ofrenda” (Dt 16,9-11). Es verdad que no existe unanimidad entre los investigadores sobre el sentido propio de la fiesta, al menos en el tiempo en que se redacta este capítulo. Las antiguas versiones litúrgicas, los «targumin» y los comentarios rabínicos señalaban estos aspectos teológicos en el sentido de poner de manifiesto la acogida del don de la Ley en el Sinaí, como condición de vida para la comunidad renovada y santa. Y después del año 70 d. C., prevaleció en la liturgia el cómputo farisaico que fijaba la celebración de Pentecostés 50 días después de la Pascua. En ese caso, una tradición anterior a Lucas, muy probablemente, habría cristianizado el calendario litúrgico judío.

I.3. Pero ese es el trasfondo solamente, de la misma manera que lo es, también sin duda, el episodio de la Torre de Babel, en el relato de Gn 11,1-9. Y sin duda, tiene una im por tan cia sustancial, ya que Lucas no se queda solamente en los episodios exclusivamente israelitas. Algo muy parecido podemos ver en la Genealogía de Lc 3,1ss en que se remonta hasta Adán, más allá de Abrahán y Moisés, para mostrar que si bien la Iglesia es el nuevo Israel, es mucho más que eso; es el comienzo escatológico a partir del cuál la humanidad entera encontrará finalmente toda posibilidad de salvación. De hecho, tiene muchas posibilidades teológicas el reclamo y el trasfondo a Gn 11,1-9 sobre la torre de babel. Porque Babel, Babilonia, ha sido para el pueblo bíblico el prototipo de la idolatría, del poder contaminante y tirano, opuesto a Dios. Podemos ver una contraposición entre la “globalización” de Babel y cómo ahora viene el Espíritu a la comunidad en Jerusalén. Ahora, ya no para conquistar a los pueblos, sino para mostrar como Dios se incultura en todas las razas y lenguas por medio de su Espíritu. Cada uno lo “entiende” en su propia cultura, en su propio ser, incluso en su propia religión, podíamos decir.

I.4. Por eso mismo, no es una Ley nueva lo que se recibe en el día de Pentecostés, sino el don del Espíritu de Dios o del Espíritu del Señor. Es un cambio sustancial y decisivo y un don incomparable. El nuevo Israel y la nueva humanidad, pues, serán conducidos, no por una Ley que ya ha mostrado todas sus limitaciones en el viejo Israel, sino por el mismo Espíritu de Dios. Es el Espíritu el único que hace posible que todos los hombres, no sólo los israelitas, entren a formar parte del nuevo pueblo. Por eso, en el caso de la familia de Cornelio (Hch 10) -que se ha considerado como un segundo Pentecostés entre los paganos-, veremos al Espíritu adelantarse a la misma decisión de Pedro y de los que le acompañan, quien todavía no habían podido liberarse de sus concepciones judías y nacionalistas

I.5. Lo que Lucas quiere subrayar, pues, es la universalidad que caracteriza el tiempo del Espíritu y la habilitación profética del nuevo pueblo de Dios. Así se explica la intencionalidad -sin duda del redactor-, de transformar el relato primitivo de un milagro de «glosolalia» (hablar lenguas casi celestiales, ¡para entendernos!), en un milagro de profecía, en cuanto todos los oyentes, de toda la humanidad representada en Jerusalén, entienden hablar de las maravillas de Dios en su propia lengua. El don del Espíritu, en Pentecostés, es un fenómeno profético por el que todos es cu chan cómo se interpreta al alcance de todos la “acción salvífica de Dios”; no es un fenómeno de idiomas, sino que esto acontece en el corazón de los hombres.

I.6. El relato de Pentecostés que hoy leemos en la primera lectura es un conjunto que abarca muchas experiencias a la vez, no solamente de un día. Esta fiesta de la Iglesia, que nace en las Pascua de su Señor, es como su bautismo de fuego. Porque ¿de qué vale ser bautizado si no se confiesa ante el mundo en nombre de quién hemos sido bautizados y el sentido de nuestra vida? Por eso, el día de la fiesta del Pentecostés, en que se conmemora el don de la ley en el Sinaí como garantía de la Alianza de Dios con su pueblo, se nos describe que en el seno de la comunidad de los discípulos del Señor se operó un cambio definitivo por medio del Espíritu.

I.7. De esa manera se quiere significar que desde ahora Dios conducirá a su pueblo, un pueblo nuevo, la Iglesia, por medio del Espíritu y ya no por la ley. Desde esa perspectiva se le quiere dar una nueva iden tidad profética a ese pueblo, que dejará de ser nacionalista, cerrado, exclusivista. La Iglesia debe estar abierta a todos los hombres, a todas las razas y culturas, porque nadie puede estar excluido de la salvación de Dios. De ahí que se quiera significar todo ello con el don de lenguas, o mejor, con que todos los hombres entiendan ese proyecto salvífico de Dios en su propia lengua y en su propia cultura. Esto es lo que pone fin al episodio desconcertante de la torre de Babel en que cada hombre y cada grupo se fue por su camino para “independizarse de Dios”. Eso es lo que lleva a cabo el Espíritu Santo: la unificación armoniosa de la humanidad en un mismo proyecto salvífico divino.

IIª Lectura: Iª Corintios (12,3-7.12-13): La comunión en el Espíritu

II.1. Pablo presenta a la comunidad de Corinto la unidad de la misma por medio del Espíritu. En realidad esta sección responde a un problema surgido en las comunidades de Corinto, en las que algunos que recibían dones o carismas extraordinarios, competían entre ellos sobre cuáles era los más importantes. Pablo va a dedicarle una reflexión prolongada (cc. 12-14), pero poniendo todo bajo el criterio de la caridad (c. 13). Con toda probabilidad, la misma comunidad le ha pedido un pronunciamiento ante ciertos excesos de cosas extraordinarias que rompían la armonía espiritual

II.2. La diversidad (diairesis, en griego) de gracias y dones comunitarios no deben romper la unidad de la comunidad, porque todos necesitamos tener algo fundamental, sin la cual no se es nada: el Espíritu del Señor Jesús para confesar nuestra fe; sin el Espíritu no somos cristianos, aunque creamos tener gracias extraordinarias y hablemos lenguas que nadie entiende. La diversidad, pues, recibe su identidad propia en el Espíritu primeramente. Así es como se construye la primera parte del texto hablando sobre la diairesis, de dones extraordinarios, de ministerios y funciones, pero un mismo Espíritu, un mismo Señor y un mismo Dios. No se trata de una construcción estética de Pablo, aunque, con razón, algunos han hablado de la “catedral” comunitaria; es la polifonía teológica de todo lo que hace que la comunidad cristiana tenga vida e identidad.

II.3. Los dones espirituales, los carismas, no son algo solamente estético, pero bien es verdad que si no se viven con la fuerza y el calor del Espíritu no llevarán a la comunión. Y una comunidad sin unidad de comunión, es una comunidad sin el Espíritu del Señor. Así se hace el “cuerpo” del Señor, desde la unidad en la pluralidad. Eso es lo que sucede en nuestro propio cuerpo: pluralidad en la unidad ¿Quién garantiza esa unidad? ¡Desde luego, el Espíritu!

Evangelio Juan (20,19-23): La paz y el gozo, frutos del Espíritu

III.1. El evangelio de hoy, Juan (20,19-23), nos viene a decir que desde el mismo día en que Jesús resucitó de entre los muertos su comunicación con los discípulos se realizó por medio del Espíritu. El Espíritu que «insufló» en ellos les otorgaba discernimiento, alegría y poder para perdonar los pecados a todos los hombres.

III.2. Pentecostés es como la representación decisiva y programática de cómo la Iglesia, nacida de la Pascua, tiene que abrirse a todos los hombres. Esta es una afirmación que debemos sopesarla con el mismo cuidado con el que San Juan nos presenta la vida de Jesús de una forma original y distinta. Pero las afirmaciones teológicas no están desprovistas de realidad y no son menos radicales. La verdad es que el Espíritu del Señor estuvo presente en toda la Pascua y fue el auténtico artífice de la iglesia primitiva desde el primer día en que Jesús ya no estaba históricamente con ellos. Pero si estaba con ellos, por medio del Espíritu que como Resucitado les había dado.





No hay comentarios:

Publicar un comentario