domingo, 4 de mayo de 2014

DOMINGO 3 DE PASCUA


“se pusieron en camino y regresaron a Jerusalén”

 El encuentro con Jesús Resucitado es el principio y fuente de toda la vida cristiana. A lo largo de las lecturas de las semanas de Pascua éste ha sido el sujeto recurrente, un verdadero leitmotiv. Ya en la Vigilia Pascual se nos proclamó el Evangelio de las dos Marías que iban al sepulcro y se encontraban con el Señor que las enviaba a los apóstoles a predicarles que fueran a Galilea (Mt 28, 1-10); el domingo de Pascua fue el turno de la «carrera de la fe» hacia la tumba vacía entre los dos más significativos apóstoles: Juan y Pedro (Jn 20, 1-9). Durante la semana de Pascua pudimos leer algunos de los fragmentos más emblemáticos de esta temática como fue la aparición de la Magdalena al Resucitado (Jn 20, 11-18) y la de los discípulos de Emaús (Lc 24, 13-35). Precisamente la liturgia nos propone hoy revisitar este evangelio, y lo hace sabiamente, ya que su riqueza y profundidad como catequesis de la vida cristiana es inagotable.

DIOS NOS HABLA. CONTEMPLAMOS SU PALABRA.

I LECTURA

El discurso de Pedro utiliza las palabras del salmo de David para describir cómo Dios rescata a su Hijo de la muerte. Esa promesa realizada en Jesús, la cumplirá también en nosotros. Por eso, al igual que aquellos primeros oyentes, se nos exhorta para reconocer en Jesús al Mesías y dejarnos llenar por el Espíritu Santo.

Lectura de los Hechos de los apóstoles 2, 14. 22-33

El día de Pentecostés, Pedro, poniéndose de pie con los Once, levantó la voz y dijo: “Hombres de Judea y todos los que habitan en Jerusalén, presten atención, porque voy a explicarles lo que ha sucedido. A Jesús de Nazaret, el hombre que Dios acreditó ante ustedes realizando por su intermedio los milagros, prodigios y signos que todos conocen, a ese hombre que había sido entregado conforme al plan y a la previsión de Dios, ustedes lo hicieron morir, clavándolo en la cruz por medio de los infieles. Pero Dios lo resucitó, librándolo de las angustias de la muerte, porque no era posible que ella tuviera dominio sobre él. En efecto, refiriéndose a él, dijo David: Veía sin cesar al Señor delante de mí, porque él está a mi derecha para que yo no vacile. Por eso se alegra mi corazón y mi lengua canta llena de gozo. También mi cuerpo descansará en la esperanza, porque tú no entregarás mi alma al abismo, ni dejarás que tu servidor sufra la corrupción. Tú me has hecho conocer los caminos de la vida y me llenarás de gozo en tu presencia. Hermanos, permítanme decirles con toda franqueza que el patriarca David murió y fue sepultado, y su tumba se conserva entre nosotros hasta el día de hoy. Pero como él era profeta, sabía que Dios le había jurado que un descendiente suyo se sentaría en su trono. Por eso previó y anunció la resurrección del Mesías, cuando dijo que no fue entregado al Abismo ni su cuerpo sufrió la corrupción. A este Jesús, Dios lo resucitó, y todos nosotros somos testigos. Exaltado por el poder de Dios, él recibió del Padre el Espíritu Santo prometido, y lo ha comunicado como ustedes ven y oyen”.
Palabra de Dios.
Salmo 15, 1-2a. 5. 7-11

R. Señor, me harás conocer el camino de la vida.

Protégeme, Dios mío, porque me refugio en ti. Yo digo al Señor: “Señor, tú eres mi bien”. El Señor es la parte de mi herencia y mi cáliz, ¡Tú decides mi suerte! R.

Bendeciré al Señor que me aconseja, ¡hasta de noche me instruye mi conciencia! Tengo siempre presente al Señor: él está a mi lado, nunca vacilaré. R.

Por eso mi corazón se alegra, se regocijan mis entrañas y todo mi ser descansa seguro: porque no me entregarás a la muerte ni dejarás que tu amigo vea el sepulcro. R.

Me harás conocer el camino de la vida, saciándome de gozo en tu presencia, de felicidad eterna a tu derecha. R.

II LECTURA

Así como el Padre rescató a su Hijo de la muerte, así nos rescata a nosotros del pecado. Al igual que Jesús fue levantado, nosotros somos levantados del mal y de la corrupción. Este es el modo como nuestra condición de bautizados se hace evidente en nuestro mundo.

Lectura de la primera carta del apóstol san Pedro 1, 17-21

Queridos hermanos: Ya que ustedes llaman Padre a Aquel que, sin hacer acepción de personas, juzga a cada uno según sus obras, vivan en el temor mientras están de paso en este mundo. Ustedes saben que “fueron rescatados” de la vana conducta heredada de sus padres, no con bienes corruptibles, como el oro y la plata, sino con la sangre preciosa de Cristo, el Cordero sin mancha y sin defecto, predestinado antes de la creación del mundo y manifestado en los últimos tiempos para bien de ustedes. Por él, ustedes creen en Dios, que lo ha resucitado y lo ha glorificado, de manera que la fe y la esperanza de ustedes estén puestas en Dios.
Palabra de Dios.
Aleluya (Lc 24, 32)

Aleluya. Señor Jesús, explícanos las Escrituras. Haz que arda nuestro corazón mientras nos hablas. Aleluya.

EVANGELIO               

¿Dónde se halla a Jesús? ¿En dónde se puede reconocer su presencia? Este relato señala dos modos: en la Palabra, que hace arder el corazón, y en la fracción del pan, que ilumina la mesa del encuentro. Esta presencia de Cristo se realiza para nosotros en la Misa, en la cual nos alimentamos de la Palabra y del Pan. Ese es el alimento que nos impulsa para retomar el camino.

Ì Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas 24, 13-35

El primer día de la semana, dos de los discípulos iban a un pequeño pueblo llamado Emaús, situado a unos diez kilómetros de Jerusalén. En el camino hablaban sobre lo que había ocurrido. Mientras conversaban y discutían, el mismo Jesús se acercó y siguió caminando con ellos. Pero algo impedía que sus ojos lo reconocieran. Él les dijo: “¿Qué comentaban por el camino?”. Ellos se detuvieron, con el semblante triste, y uno de ellos, llamado Cleofás, le respondió: “¡Tú eres el único forastero en Jerusalén que ignora lo que pasó en estos días!”. “¿Qué cosa?”, les preguntó. Ellos respondieron: “Lo referente a Jesús, el Nazareno, que fue un profeta poderoso en obras y en palabras delante de Dios y de todo el pueblo, y cómo nuestros sumos sacerdotes y nuestros jefes lo entregaron para ser condenado a muerte y lo crucificaron. Nosotros esperábamos que fuera él quien librara a Israel. Pero a todo esto ya van tres días que sucedieron estas cosas. Es verdad que algunas mujeres que están con nosotros nos han desconcertado: ellas fueron de madrugada al sepulcro y al no hallar el cuerpo de Jesús, volvieron diciendo que se les habían aparecido unos ángeles, asegurándoles que él está vivo. Algunos de los nuestros fueron al sepulcro, y encontraron todo como las mujeres habían dicho. Pero a él no lo vieron”. Jesús les dijo: “¡Hombres duros de entendimiento, cómo les cuesta creer todo lo que anunciaron los profetas! ¿No era necesario que el Mesías soportara esos sufrimientos para entrar en su gloria?”. Y comenzando por Moisés y continuando con todos los profetas, les interpretó en todas las Escrituras lo que se refería a él. Cuando llegaron cerca del pueblo adonde iban, Jesús hizo ademán de seguir adelante. Pero ellos le insistieron: “Quédate con nosotros, porque ya es tarde y el día se acaba”. Él entró y se quedó con ellos. Y estando a la mesa, tomó el pan y pronunció la bendición; luego lo partió y se lo dio. Entonces los ojos de los discípulos se abrieron y lo reconocieron, pero él había desaparecido de su vista. Y se decían: “¿No ardía acaso nuestro corazón, mientras nos hablaba en el camino y nos explicaba las Escrituras?”. En ese mismo momento, se pusieron en camino y regresaron a Jerusalén. Allí encontraron reunidos a los Once y a los demás que estaban con ellos, y estos les dijeron: “Es verdad, ¡el Señor ha resucitado y se apareció a Simón!”. Ellos, por su parte, contaron lo que les había pasado en el camino y cómo lo habían reconocido al partir el pan.
Palabra del Señor.

MEDITAMOS LA PALABRA

Mucho se ha escrito a lo largo del tiempo sobre este pasaje del Evangelio. Ello se debe a que constituye una verdadera y propia catequesis para los cristianos de segunda generación; para los cristianos que ya no conocieron al Jesús histórico y que se preguntaban cómo podían reconocerlo ahora, en su realidad eclesial del momento.

Estamos llamados a una historia de encuentro personal con Jesús Resucitado.

El camino entre Jerusalén y Emaús no es sólo un camino físico, es el camino de nuestra vida cristiana, es el camino donde nos encontramos con Jesús. Es el camino donde Jesús se hace presente sin que sepamos cómo ni cuándo ni de qué manera, pero siempre con un mismo fin: darnos la vida eterna y abrirnos, si nos dejamos, los ojos. Este encuentro es único e irrepetible para todos nosotros. Si nos fijamos en los evangelios que hacen referencia a las apariciones de Jesús Resucitado cada uno narra una modalidad diversa de encuentro: ángeles, la apariencia de jardinero, un simple viajero más… pero en todos Jesús regala dos cosas a sus encontrados: la paz y el don de la fe. Hay muchos tipos de encuentro, tantos como personas, pero un único regalo: la vida en Cristo Resucitado.

Jesús escucha y dialoga.

Es curiosa la actitud de Jesús Resucitado en el Evangelio de este domingo: se acerca, se hace el encontradizo y escucha a los peregrinos. Todo un Dios, antes de revelar el mensaje profundo de las Escrituras a los hombres y de abrirles los ojos, lo primero que hace es escuchar, preguntar, interesarse por la historia del hombre. Antes de hablar de Dios tenemos que escuchar qué es lo que dice la gente de Dios, cuales son sus temores, sus penas, sus lugares oscuros donde Dios se puede hacer presente. Ahí es donde la predicación del Resucitado tendrá su fuerza y su sentido.

Pero, en definitiva: ¿en qué momento nos encontramos nosotros de este camino de Emaús?

En el evangelio se nos muestran tres características de los hombres que se han encontrado con el Jesús Resucitado, de los hombres nuevos, de los hombres de la nueva Creación. Estas tres características nos pueden ayudar a situarnos en el punto donde nos encontramos de nuestra vida cristiana, de nuestro camino de Emaús particular:

1.- «Tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo iba dando. Entonces se les abrieron los ojos y le reconocieron…» La Eucaristía es un lugar privilegiado de encuentro con el Resucitado. En el memorial de su Pasión y Resurrección se leen las Escrituras teniendo como punto de fuga su Persona y se parte el pan que es su Cuerpo. La Eucaristía es el momento de encuentro entre los cristianos y de estos con Cristo, es el momento en que la comunidad cristiana proclama su fe. La dimensión necesariamente personal del encuentro con Cristo, de la que antes hablábamos, y la dimensión comunitaria de celebrar la fe no son contradictorias, son complementarias. La fe, la apertura de los ojos a la Verdad, es un acto personal que se vive en comunidad.

2.- «¿No estaba ardiendo nuestro corazón dentro de nosotros cuando nos hablaba en el camino y nos explicaba las Escrituras?» Otro de los lugares privilegiados del encuentro con el Resucitado es la Escritura. Siempre los evangelistas nos remarcan esta verdad, la verdad de cómo Cristo ha venido al mundo según las Escrituras y ha cumplido todo lo que ellas decían sobre Él. El misterio del Cristo Resucitado ya se encontraba en las Escrituras aunque velado. Es por ello que ahora que se nos ha desvelado vemos su profunda verdad y se nos puede enardecer el corazón.

3.- «Y, levantándose al momento, se volvieron a Jerusalén» El encuentro con el Jesús Resucitado es un cambio de 180 grados en nuestras vidas. Los discípulos de Emaús dan media vuelta en su camino y vuelven a Jerusalén. Dejan la paz de la pequeña villa por la inseguridad de la ciudad. Vuelven a los lugares donde han sufrido la muerte de Cristo y donde seguro tenían miedo a que a ellos también les sucediera algo parecido. Pero Cristo Resucitado les hace desaparecer los miedos y volver hacia lo que huyen. Y esta vuelta tiene un fin muy simple: anunciar al Cristo, compartirlo, dar testimonio.

Podemos decir que si aún no vemos a Cristo Resucitado en la Escritura, no se nos llena de fuego nuestro corazón al oír su Palabra y no somos capaces de enfrentar nuestra vida con el Resucitado como centro y mensaje, aún estamos en nuestro propio camino de Emaús. Esto no quiere ser un motivo de desaliento, sino el constatar una oportunidad, la oportunidad que nos ofrece, nunca sabemos cómo, Cristo de hacerse el encontradizo en nuestras vidas y caminar a nuestro lado hasta donde nosotros le invitemos a quedarse.

Porque tal y como se cantó la noche de Pascua, iluminado nuestro templo sólo con la luz del Resucitado y rodeados por la tiniebla del camino: «Nihil enim nobis nasci profuit, nisi redimi profuisset»: ¿De qué nos serviría haber nacido si no hubiéramos sido rescatados?


ESTUDIO BÍBLICO

Le reconocieron al partir el Pan

Iª Lectura (Hch 2,14.22-33): La fuerza del kerygma

I.1. La Iª Lectura de este Domingo (Hechos 2,14.22-33) se toma del discurso de Pedro el día de Pentecostés y es el prototipo del primer anuncio (kerygma) que los apóstoles proclamaban ante los judíos, y ante todos los hombres. Consistía en proponer al mundo la muerte en la cruz y la Resurrección de Jesús de Nazaret como el acontecimiento más importante de la historia de la salvación. Los “discursos”, en los Hechos de los Apóstoles, le dan a la narración toda la fuerza catequética del mensaje. Aunque provienen de la tradición primitiva, en realidad están redactados y actualizados por Lucas.

I.2. Este discurso concretamente está organizado en tres partes: (a) Invitación a escuchar: "Escuchad Israelitas" (v. 22a); (b) Exposición del acontecimiento fundamental: Dios ha resucitado a Jesús el Nazareno (v. 22b-24); (c) Un apoyo o testimonio en la Escritura, que es el Sal 16,8-11 (vv. 25-28). De alguna manera, los cristianos siguieron las pautas de lo que eran los discursos del libro de Deuteronomio (cf. Dt 4,1; 5,1; 6,4; 9,1; etc.) y en la misma tónica de los profetas que anunciaban algo decisivo a Israel. Porque los discursos “kerygmáticos” que anuncian el valor y la muerte de Jesús tienen un carácter profético.

I.3. Proclamar la muerte de Jesús, sin embargo, no podía hacerse sin poner de manifiesto las causas y los motivos de la vida de Jesús, quien por sus palabras y sus hechos extraordinarios hizo presente la liberación de Dios; liberación que debía recordarles a los judíos la liberación de la esclavitud de Egipto. Pero ellos no vieron en la vida de Jesús una vida liberadora, sino que lo “crucificaron” por medio de los “impíos” (anomoi), los romanos, que eran los “sin ley” para los judíos. Aquí no debemos hacer, de ninguna manera, una lectura antisemita del texto. Los cristianos, al menos, no lo debemos hacer porque la responsabilidad de la muerte de Jesús no es de un pueblo, sino de los responsables de su religión y de los responsables romanos. No obstante, tampoco se puede ocultar que la muerte de Jesús es el resultado del rechazo a su predicación liberadora, aunque en el mismo v. 13 se ponga de manifiesto que todo esto ocurre “según el designio de Dios”. Pero dicho designio no se refiere a la muerte en sí, muerte ignominiosa de la cruz, sino al valor de esa muerte como causa de redención y salvación para todos.

I.4. La respuesta de Dios a la muerte de Jesús, teniendo en cuenta ese designio divino, es la resurrección. Dios lo ha liberado de los “dolores de la muerte” (v. 24), como si fuera un parto. Así como en el parto la madre y el hijo sufren hasta que los dos se abrazan en un misterio de vida nueva, de la misma manera, el dolor de la muerte de Jesús lleva al abrazo divino de la vida nueva del Crucificado. De la misma manera deberíamos leer e interpretar el misterio de nuestra propia muerte y la esperanza de nuestra propia resurrección. Morir para nosotros debería ser un parto que nos lleva a la vida nueva y verdadera. El discurso de Pedro se apoya (vv. 25-28) en el Sal 16 en el que se nos manifiesta un creyente que confía en Dios hasta pensar que no verá la corrupción. Como a Israel le costó mucho expresar su fe en la vida después de la muerte, el que se use este salmo aquí, quiere decir que pronto en la comunidad cristiana se consideró este salmo como un canto mesiánico en toda su dimensión.

I. 5. Por ello, cuando se habla de la fuerza de la palabra de Dios en los cristianos primitivos, esa fuerza no consistía en otra cosa que en la fuerza que tenía la misma muerte y resurrección de Jesús. Es una fuerza que cambia los corazones y, si cambia los corazones, cambia también la historia; porque en la muerte de Jesús, en la cruz concretamente, la muerte ignominiosa de esclavos y revolucionarios, se revela todo el amor de Dios por nosotros; y en la Resurrección se revela el poder de Dios sobre la muerte de Jesús y sobre la de todos los hombres.

2ª Lectura: (1Pe 1,17-21): Nuestra esperanza está en Dios

II.1. La IIª Lectura, de la carta Iª de Pedro (1,17-21) insiste poderosamente en el kerygma del misterio de la Pascua, de la muerte y la Resurrección de Jesús. Propone, que no es el oro y el poder lo que cambiará la historia, aunque muchos hombres consideren que eso es lo que moviliza este mundo. El oro, el poder, las armas, traen la tragedia a nuestros pueblos: la guerra y los nacionalismos. Pero en el misterio de la Pascua, que es el misterio del «sin poder», se abre todo a la esperanza y a la vida que permanece para siempre.

Evangelio (Lc 24,13-35): Cuando arde nuestro corazón

III.1. El evangelio (Lucas 24,13-35) es una de las escenas de las apariciones del Resucitado que más han calado en la catequesis de la comunidad cristiana. La polifonía de la narración encierra notas de mucho calado, “tempi” que deben recrearse en una lectura pausada y sosegada para llegar hasta donde nos quiere llevar el autor. Todo esto es lo que constituye la gramática generativa de nuestro relato como obra narrativa; pero no se queda ahí, en pura narración. Bien es verdad que sin narración, sin gramática, no hay mensaje y no puede haber hermenéutica. Pero la narración no está sola, sino que engendra un texto sagrado para la comunidad. Es como si fuera la descripción de una eucaristía en un proceso dinámico: primeramente los peregrinos de Emaús, desconcertados, van escuchando la interpretación de las Escrituras en lo referente al Mesías. Es una catequesis de preparación para lo que viene a continuación. Bien podemos articular esta narración en torno a dos escenas principales introducidas por la misma expresión: (a) Lc 24,15: "Y sucedió mientras conversaban..." (kai egéneto en tô homilein autois...); (b) Lc 24,30: "Y sucedió mientras se sentó a la mesa ..." (kai egéneto en tô kataklithenai auton...). Muchos han reconocido que Lucas indica los dos momentos esenciales de la liturgia cristiana: la palabra y el sacramento, escucha de las Escrituras y liturgia eucarística.

III.2. La primera parte es en el camino. Desde la nostalgia solamente no es posible abrirse a la resurrección. No es la nostalgia la forma y manera de adentrarse en el anuncio pascual de que “el crucificado vive”. Esta primera etapa es la narración más impresionante de eso que podemos llamar la etapa de la verificabilidad de la resurrección. En ella ha quedado claro que el sepulcro vacío ha dejado de significar nada, al menos en la obra de Lucas y yo creo que en todo el NT. Pero es Lucas el que nos ha mostrado con esta escena que la “verificabilidad” no puede sostener la grandeza del misterio de la Pascua. Porque es después del intento de la verificabilidad cuando los dos discípulos prácticamente huyen de Jerusalén con el convencimiento de que todo ha terminado Mientras iban de camino, el Resucitado les sale al encuentro sin que puedan reconocerlo. Sabemos que Lucas es un verdadero catequista del camino. Así entiende toda la vida de Jesús, y muy especialmente en su decisión irrevocable de ir a Jerusalén (Lc 9,51-19,24). Y entiende, a su vez, que el discipulado cristiano es un camino que se ha de recorrer con Jesús; no es un discipulado de tipo intelectual: se aprende viviendo. Por eso, ahora también, en este relato de la experiencia de la resurrección, ese misterio es un “itinerario” que hay que recorrer en la lectura de la Escritura. En el caso de la comunidad cristiana debemos interpretarlo del mensaje de la vida de Jesús. Pero Jesús toma su iniciativa: se hace un peregrino, un itinerante con ellos, que vienen de Jerusalén desesperados, porque ni siquiera han tomado en consideración lo que algunas mujeres ya decían.

III.3. El peregrino, sin que se lo pidan, hace el camino con ellos y les explica las Escrituras; ya no pueden vivir sin él, sin su palabra de consuelo y de vida. Estamos ante una de las novedades del cristianismo primitivo que Lucas plasma extraordinariamente en este relato, en cuanto esos pasajes, como Is 53, van a ser considerados mesiánicos por los cristianos. El v. 26 es el punto de arranque en el proceso de leer las Escrituras desde la Pascua, con ojos nuevos. No olvidemos que el lector sabe quién habla, aunque los peregrinos son ignorantes, pero es una de las claves de este itinerario que el evangelista quiere marcar a la comunidad cristiana que ha de leer las Escrituras.

III.4. Como buenos orientales, han dado hospitalidad a este peregrino desconocido que les ha interpretado las palabras de los profetas sobre la muerte y la resurrección de Jesús. Eso fue lo que tuvieron que hacer los primeros cristianos para explicarse y vivir espiritualmente la muerte y la resurrección de Jesús. Y entonces, en la casa, símbolo de una comunidad eucarística, Él, que aparecía como un hombre de paso, viene a constituirse en el anfitrión de aquella celebración. Por eso, aquellos peregrinos «reconocen» al Señor, en un gesto como el que pudo hacer en la noche de la última cena; podemos entender que parte el pan y lo reparte y beben de la copa. Así se cumple, pues, el sentido de las palabras de Jesús, en la tradición de Lucas y Pablo, la conocida como tradición de Antioquía, cuando se dice: "haced esto en memoria mía" (Lc 22,19c; 1Cor 11,24c), después de haber tomado pan y haberlo repartido entre los suyos. Es, la Eucaristía, memorial de lo que hizo Jesús aquella noche, que no se explica, desde luego, sin lo que le lleva a realizar aquel acto profético de lo que estaba por llegar inmediatamente. En efecto, fue entregar su vida, en el pan y en la copa que reparte entre los discípulos. Pero ese memorial no está limitado a ese momento puntual, sino a toda su existencia, que culminará en la cruz.

III.5. Es, pues, en la Eucaristía donde nos entrega el Señor la vida de la que goza ahora como resucitado. Lucas quiere enseñar a su comunidad que, aunque ellos como nosotros, no pudimos vivir con El, ni conocerle, en la Eucaristía es posible tener esta experiencia de vida. En definitiva, en la Eucaristía hacemos un «memorial», con todo lo que esto significa, pero con el Resucitado, mas no como testigo pasivo, sino siendo El Señor y anfitrión, porque es solamente con El con quien podemos abarcar la altura y la profundidad de algo que no es simplemente repetir, sino revivir. La Eucaristía, como la Resurrección, es un misterio inefable de liberación, ya que los discípulos que estaban angustiados por lo que había pasado en Jerusalén, poco a poco, en la medida en que va haciéndose la Eucaristía, como un peregrinar, se conmueven, porque la vida del Resucitado se apodera de sus corazones. Eso es lo que Lucas quiere enseñarnos, catequéticamente, sobre lo que acontece cuando el Señor resucitado parte el pan con su comunidad, con y en la Iglesia.

III.6. La “fracción del pan! es el signo que necesitaban para saber lo que había pasado. Queda, no obstante, por formular el remate de este momento decisivo. Es lo que se describe ajustadamente en el v. 31, y que es lo contrario de lo que se ha expresado en el v. 16 (sus ojos estaban cerrados, retenidos, sin luz). Este es el momento que tan maravillosamente plasmó Rembrandt en su cuadro de los discípulos de Emaús, una de las composiciones pictóricas más hermosas que existan. No hay palabras para expresarlo mejor. Es una “auto-revelación” del resucitado en la cena, la fracción del pan, es decir, en la eucaristía. Por eso, esa presencia no es “visible” como normalmente entendemos esto. El hecho de que se use el verbo en aoristo pasivo indica que se trata de una experiencia profunda, espiritual, real sin duda, pero no para ver con los ojos corporales, sino con los ojos de la fe. ¡No debe caber la menor duda de hablar de este modo! Por eso, el v. 32 tiene un sentido irrenunciable en el metalenguaje del nuestra narración. Es la clave: “y se decían el uno al otro: ¿no ardía nuestro corazón cuando por el camino nos hablaba y nos explicaba (nos abría) las Escrituras?”.










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