domingo, 22 de junio de 2014

CORPUS CHRISTI 2014


"El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna"

En el día en que celebramos el Cuerpo y la Sangre de Nuestro Señor, la Iglesia nos recuerda que la Eucaristía ha de ser origen y alimento de todo intento de construir en nuestro mundo “espacios de esperanza”.

En esa dirección, la Eucaristía nos remite a la memoria de Jesús Nazareno y de su vida entregada y ofrecida en favor de los seres humanos. Una memoria que se hace profecía en la medida en que estemos dispuestos a recrear en nuestras vidas esa misma voluntad de entrega y servicio.

Una comunidad cristiana celebra propiamente la eucaristía cuándo se pregunta por los ausentes y, sintiendo en ella la presencia viva y resucitada del Señor, se siente urgida a recomponer la historia, según la voluntad liberadora de Dios, y desde el dolor por el sufrimiento de los últimos.

DIOS NOS HABLA. CONTEMPLAMOS SU PALABRA

I LECTURA

El maná fue el alimento del pueblo en medio del desierto. Allí donde no había nada, la providencia de Dios se manifestó con el sustento necesario para el camino. Este maná se convirtió en figura y símbolo de todo lo bueno que proviene de Dios.

Lectura del libro del Deuteronomio 8, 2-3. 14b-16a

Moisés habló al pueblo diciendo: Acuérdate del largo camino que el Señor, tu Dios, te hizo recorrer por el desierto durante esos cuarenta años. Allí él te afligió y te puso a prueba, para conocer el fondo de tu corazón y ver si eres capaz o no de guardar sus mandamientos. Te afligió y te hizo sentir hambre, pero te dio a comer el maná, ese alimento que ni tú ni tus padres conocían, para enseñarte que el hombre no vive solamente de pan, sino de todo lo que sale de la boca del Señor. No olvides al Señor, tu Dios, que te hizo salir de Egipto, de un lugar de esclavitud, y te condujo por ese inmenso y temible desierto, entre serpientes abrasadoras y escorpiones. No olvides al Señor, tu Dios, que en esa tierra sedienta y sin agua, hizo brotar para ti agua de la roca, y en el desierto te alimentó con el maná, un alimento que no conocieron tus padres.
Palabra de Dios.

Salmo 147, 12-15. 19-20

R. ¡Glorifica al Señor, Jerusalén!

¡Glorifica al Señor, Jerusalén, alaba a tu Dios, Sión! Él reforzó los cerrojos de tus puertas y bendijo a tus hijos dentro de ti. R.

Él asegura la paz en tus fronteras y te sacia con lo mejor del trigo. Envía su mensaje a la tierra, su palabra corre velozmente. R.

Revela su palabra a Jacob, sus preceptos y mandatos a Israel: a ningún otro pueblo trató así ni le dio a conocer sus mandamientos. R.

II LECTURA

Comer de un solo pan nos hace uno. Esta unidad se tiene que reflejar en nuestras misas y en nuestras reuniones comunitarias. No somos meros individuos que reciben cada uno su porción. Somos una comunidad que comparte la misma mesa.

Lectura de la primera carta del apóstol san Pablo a los cristianos de Corinto 10, 16-17

Hermanos: La copa de bendición que bendecimos, ¿no es acaso comunión con la Sangre de Cristo? Y el pan que partimos, ¿no es comunión con el Cuerpo de Cristo? Ya que hay un solo pan, todos nosotros, aunque somos muchos, formamos un solo Cuerpo, porque participamos de ese único pan.
Palabra de Dios.

EVANGELIO

El alimento es indispensable para la vida. El Señor no quiere vernos desnutridos. Él mismo se hace pan, alimento nutritivo, sustento restaurador, y con eso nos da ya hoy vida eterna. Comer el Cuerpo y la Sangre de Cristo nos anticipa hoy, en esta existencia terrenal, la comunión íntima, de puro amor, que gozaremos eternamente con la Santísima Trinidad.

Ì Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Juan 6, 51-58

Jesús dijo a los judíos: “Yo soy el pan vivo bajado del cielo. El que coma de este pan vivirá eternamente, y el pan que yo daré es mi carne para la Vida del mundo”. Los judíos discutían entre sí, diciendo: “¿Cómo este hombre puede darnos a comer su carne?”. Jesús les respondió: “Les aseguro que si no comen la carne del Hijo del hombre y no beben su sangre, no tendrán Vida en ustedes. El que come mi carne y bebe mi sangre tiene Vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día. Porque mi carne es la verdadera comida y mi sangre, la verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre permanece en mí y yo en él. Así como yo, que he sido enviado por el Padre que tiene Vida, vivo por el Padre, de la misma manera, el que me come vivirá por mí. Este es el pan bajado del cielo; no como el que comieron sus padres y murieron. El que coma de este pan vivirá eternamente”.
Palabra del Señor.

MEDITAMOS LA PALABRA

Un acercamiento sincero a nuestra realidad parece permitir afirmar que nos encontramos en momentos difíciles para la eucarística. En poco tiempo hemos sido testigos de un indudable descenso de la participación de los fieles y de una cierta desafección (de los de fuera y de los de dentro) hacia la celebración litúrgica de la misa. Y esto, cuando seguimos afirmando que en la eucaristía se expresa y realiza todo lo que somos como comunidad cristiana, que es su centro y su cumbre.

Las preguntas se suscitan por sí mismas. ¿Son todo lo que celebramos “verdaderas” eucaristías? ¿Hemos sabido educar a las comunidades cristianas en el sentido y actualidad de la Cena del Señor?...

Memoria y Profecía

Celebrar la Cena del Señor es sin duda un acto de la memoria. Los creyentes nos incorporamos a aquel gesto en el que Jesús resume sus signos y su mensaje acerca del Reino de Dios, asociándonos a su vida y destino. “Hacemos aquello en memoria suya” porque nos sentimos herederos de su promesa y continuadores de su misma tarea.

Sin embargo, entender la mesa del Señor únicamente desde los parámetros del recuerdo –aún cuando sea un recuerdo agradecido- resulta reductivo y excluye gran parte de su potencialidad.

En clave creyente, la eucaristía ha de proyectarse hacia el futuro, convertirse en profecía, no sólo porque anticipa la muerte del Señor, sino más bien porque la explica y llena de contenido. Más allá de un acto cultual, el creyente acepta vivir bajo el signo de la cruz y la esperanza de la resurrección. Se descubre el sentido de la vida (la de Jesús y la nuestra) en la entrega por amor a los demás. (cf. Gustavo Gutiérrez).

La pregunta por los ausentes

De la celebración de la Eucaristía nace la construcción de la comunidad humana y de la comunidad de la Iglesia. La comida común reconstruye la unidad y la solidaridad perdidas y dirige en la perspectiva del Reino a todos los seres humanos.

Reunidos en torno a la mesa del Señor se hace posible la comunicación, compartir una misma suerte y una misma esperanza y salir al encuentro de aquellos que todavía no han encontrado un sitio entre nosotros.

La Eucaristía, signo de la presencia del Señor, promueve la fraternidad de quienes nos reunimos en su nombre, pero ha de llevarnos necesariamente a preguntarnos también por quienes aún están ausentes.

Construyendo espacios de Esperanza

En la fiesta del Cuerpo y Sangre de Nuestro Señor, Día de la Caridad, Cáritas nos recuerda que en estos tiempos en los que de tantos modos los más débiles son despojados de su dignidad, de su “apariencia humana”, la Iglesia ha de aparecer ante el mundo como un espacio capaz de reconstruir aquello que mejor nos construye como personas: la esperanza. En palabras del Papa Francisco, nuestro mundo “está necesitado de respuestas que alienten, que den esperanza, que den nuevo vigor en el camino. La Iglesia tiene que ser el lugar de la misericordia gratuita, donde todo el mundo pueda sentirse acogido, amado, perdonado y alentado a vivir según la vida buena del Evangelio.” (EG, 114)
De aquí nace el imperativo evangélico de la Caridad, que deviene solidaridad comprometida. Celebrar la entrega desinteresada de Jesús de Nazaret -su cuerpo entregado, su sangre derramada- nos hace volver la mirada hacia tantas víctimas de un modelo social y económico radicalmente injusto que sigue condenando a millones arrastrar la cruz de la miseria y el desprecio.

En el día de la Caridad se nos invita a ser “cirineos”, a poner nuestros esfuerzos al servicio de la causa del Reino para aliviar el sufrimiento de tantos.

En clave de Resurrección

Es el Señor resucitado quien se hace vivo y presente en la Eucaristía, ofreciéndose como pan compartido para la vida eterna. Celebrar la eucaristía en esa clave de resurrección es sentirse urgido a alzar la voz en favor de la vida allí donde no hay más que muerte y desesperación. Es hacer realidad la voluntad del Dios que resucita a su Hijo para mostrarnos la victoria de la justicia de Dios sobre la injusticia humana.



ESTUDIO BÍBLICO

Esta festividad del Corpus Christi, ya no en jueves sino en el domingo siguiente, fue instituida por Urbano IV en 1264, quien le encomendó a Santo Tomás de Aquino un oficio completo, algunos de cuyos himnos y antífonas han pasado a la historia de la liturgia como la expresión teológica más alta de este misterio inefable de la Eucaristía.

Descubrir las raíces últimas, culturales y religiosas de este sacramento de la Iglesia, que se retrae a la última cena de Jesús con sus discípulos, es un reto para una comunidad y para cada uno de nosotros personalmente, ya que como dice el Vaticano II, este sacramento es como la «culminación de toda la vida cristiana» (LG 11) y también en cuanto en él «vive, se edifica y crece sin cesar la Iglesia de Dios» (LG 26).

Pero la Eucaristía no es un sacramento cosificado, como algo sagrado, sino que siempre se renueva y se crea de nuevo desde el compromiso de Jesús con su comunidad, con la Iglesia entera. En cada Eucaristía acontece siempre algo nuevo para nosotros, porque siempre tenemos necesidades nuevas a las que el Señor resucitado de la eucaristía acude en cada una de ellas. Por ello, los textos de la liturgia de hoy están transidos de ese carácter inefable que debemos buscar en este sacramento.

Iª Lectura (Dt 8,2-3.14-16): El maná para atravesar el desierto

I.1. La Iª Lectura de Deuteronomio 8,2-3.14-16 nos habla del maná, que ha sido en la Biblia el símbolo de un “alimento divino en el desierto”. Ya se han dado varias explicaciones de cómo podían los israelitas fabricar el maná con plantas características de la región. Pero podemos imaginarnos que ellos veían en esto la mano de Dios y la fuerza divina para caminar hacia la tierra prometida. Por eso no podemos menos de imaginar que el “maná” haya sido mitificado, porque fue durante ese tiempo el pan del desierto, es decir, la vida. La simbología bíblica del maná, pues, tiene un peso especial, unido a la libertad, a la comunión en lo único y más básico para subsistir y no morir de hambre: eran como el pan de todos.

I.2. Es determinante este aspecto de la travesía del desierto, después de salir de Egipto, en la pobreza y la miseria de un lugar sin agua y sin nada, ya que ello indica que Dios no solamente da la libertad primera, sino que constantemente mantiene su fidelidad. En las tradiciones bíblicas de la Sabiduría, de las reflexiones rabínicas, y en el mismo evangelio de Juan, nos encontraremos con el maná como la prefiguración de los dones divinos. El texto del Deuteronomio invita a recordar el maná, “un alimento que tú no conocías, ni tampoco conocieron tus antepasados” (Dt 8,3). Era lógico, ya que era un alimento para el desierto y del desierto, aunque la leyenda espiritual lo haya presentado como alimento venido del cielo.

I.3. El maná era solamente para el día (Ex 16,18), sin estar preocupados por el día siguiente y por los otros días. Y era inútil, por las situación de calor del desierto, guardarlo, ya que llegaba a pudrirse (Ex 16,19-20; cf. Lc 12,13-21.29-31). También de esto la leyenda espiritual sacó su teología: a Israel se le enseñaba así a tener verdadera confianza en la providencia misericordiosa de Dios. En el desierto, el israelita era llamado a la fe–confianza.

I.4. El Deuteronomio hace una llamada a la “memoria” del pueblo, para “que no se olvide del Señor, su Dios” (Dt 8,14). El recordar la liberación de la esclavitud de Egipto por medio de la mano potente del Señor (Dt 8,14), como también el recuerdo de la experiencia humillante pero necesaria del desierto (v. 16), tienen la función esencial de colocar como fundamento de la existencia la presencia amorosa del Señor en la historia. Todo esto se hace memoria” (zikaron, en hebreo), que ha de tener tanta importancia para el sentido de la eucaristía e incluso para que este texto del Deuteronomio haya sido escogido en la liturgia del “Corpus”.

IIª Lectura (1Cor 10,16-17): La koinonía de la Eucaristía

II.1. Los textos neotestamentarios de la eucaristía que poseemos son fruto de un proceso histórico, por etapas, que parten de la última cena de Jesús con sus discípulos, y que en casi la totalidad de los mismos tenían un marco pascual. Por consiguiente, trasmitir las palabras de Jesús sobre el pan y sobre la copa es hacer memoria (zikaron) de su entrega a los hombres como acción pascual para la Iglesia. Nuestro texto de hoy, de todas formas, no es el de las palabras de la última cena sobre el pan y sobre la copa (cf 1Cor 11,23-26), sino una interpretación de Pablo del doble rito de la eucaristía: sobre el cáliz de bendición y sobre al pan.

II.2. Es un texto extremadamente corto, pero sustancial. Expresa uno de los aspectos inefables de la Eucaristía con el que Pablo quiere corregir divisiones en la comunidad de Corinto. La participación en la copa eucarística (el cáliz de bendición)es una participación en la vida que tiene el Señor; la participación en el pan que se bendice es una participación en el cuerpo, en la vida, en la historia de nuestro Señor.

II.3. De estos dos ritos eucarísticos, Pablo desentraña su dimensión de koinonía, de comunión. Participar en la sangre y en el cuerpo de Cristo es entrar en comunión sacramental (pero muy real) con Cristo resucitado. ¿Cómo es posible, pues, que haya divisiones en la comunidad? Este atentado a la comunión de la comunidad, de la Iglesia, es un “contra-dios”, porque dice en 1Cor 12,27 “vosotros sois el cuerpo de Cristo”. Sabemos que esta es una afirmación de advertencia a los “fuertes” de la comunidad que rompen la comunión con los débiles.

II.4. ¿Cómo es posible que la comunidad se divida? Esto es un atentado, justamente, a lo más fundamental de la Eucaristía: que hace la Iglesia, que la configura como misterio de hermandad y fraternidad. Podemos adorar el sacramento y las divisiones quedarán ahí; pero cuando se llega al centro del mismo, a la participación, entonces las divisiones de la comunidad entre ricos y pobres, entre sabios e ignorantes, entre hombres y mujeres, no pueden mantenerse de ninguna manera.

III. Evangelio (Jn 6,51-58): El pan de una vida nueva, resucitada

III.1. El texto de Juan es una elaboración teológica y catequética del simbolismo del maná, el alimento divino de la tradición bíblica, que viene al final del discurso sobre el pan de vida. Algunos autores han llegado a defender que todo el discurso del c. 6 de Jn es más sapiencial (se entiende que habla de la Sabiduría) que eucarístico. Pero se ha impuesto en la tradición cristiana el sentido eucarístico, ya que Juan no nos ha trasmitido la institución de la eucaristía en la última cena del Señor.

III.2. Este discurso de la sinagoga de Cafarnaún es muy fuerte en todos los sentidos, como es muy fuerte y de muy altos vuelos toda la teología joánica sobre Jesús como Logos, como Hijo, como luz, como agua, como resurrección. Se trata de fórmulas de revelación que no podemos imaginar dichas por el Jesús histórico, pero que son muy acertada del Jesús que tiene una vida nueva. Desde esta cristología es como ha sido escrito y redactado el evangelio joánico.

III.3. El evangelio de Juan, con un atrevimiento que va más allá de lo que se puede permitir antropológicamente, habla de la carne y de la sangre. Ya sabemos que los hombres ni en la Eucaristía, ni en ningún momento, tomamos carne y sangre; son conceptos radicales para hablar de vida y de resurrección. Y esto acontece en la Eucaristía, en la que se da la misma persona que se entregó por nosotros en la cruz. Sabemos que su cuerpo y su sangre deben significar una realidad distinta, porque El es ya, por la resurrección, una persona nueva, que no está determinada por el cuerpo y por la sangre que nosotros todavía tenemos. Y es muy importe ese binomio que el evangelio de Juan expresa: la eucaristía-resurrección es de capital importancia para repensar lo que celebramos y lo que debemos vivir en este sacramento.

III.4. El evangelista entiende que comer la carne y beber la sangre (los dos elementos eucarísticos tradicionales) lleva a la vida eterna. Es lo que se puso de manifiesto en la tradición patrística sobre la “medicina de inmortalidad”, y lo que recoge Sto. Tomás en su antífona del “O sacrum convivium” como “prenda de la gloria futura”. Y es que la eucaristía debe ser para la comunidad y para los individuos un verdadero alimento de resurrección. Ahora se nos adelanta en el sacramento la vida del Señor resucitado, y se nos adentra a nosotros, peregrinos, en el misterio de nuestra vida después de la muerte.

III.5. Esta dimensión se realiza mediante el proceso espiritual de participar en el misterio del “verbo encarnado” que en el evangelio de Juan es de una trascendencia irrenunciable. No debe hacerse ni concebirse desde lo mágico, sino desde la verdadera fe, pues de lo contrario no tendría sentido. Por tanto, según el cuarto evangelio, el sacramento de la eucaristía pone al creyente en relación vital y personal con el verbo encarnado, que nos lleva a la vida eterna.



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