domingo, 20 de julio de 2014

DOMINGO 16° DEL TIEMPO ORDINARIO


“El que tenga oídos, que oiga”

Estamos en el tiempo que llamamos “tiempo ordinario”, el más largo del año litúrgico, que transcurre desde Pentecostés hasta Adviento. Un tiempo “ordinario” puede sugerir monotonía, un tiempo liso, semanas y meses sin relieve especial, sin nada extraordinario. Puede que hasta parezca un tiempo gris, parecido al invierno. Sin embargo, este tiempo –a pesar de su triste apariencia- tiene su misterio, su riqueza escondida.

Es el tiempo de la siembra y el tiempo de la vida. En invierno, bajo una aridez aparente, fecundan las semillas. Parecería que no hay señales de vida porque la vida late bajo la tierra fértil. Día a día, semana tras semana, penetra en nosotros la semilla, la Palabra que Dios que el sembrador esparce en nuestra tierra, en las tierras diversas de las que Jesús hablaba (Mt 13, 1-8; 18-23). Mientras vivimos el “tiempo ordinario” atendemos a la profundidad de nuestras vidas personales, acogemos en nuestra entraña creyente la semilla; el Espíritu, la fecunda y van naciendo en nuestra entraña brotes de vida. El “tiempo ordinario” es tiempo de interioridad, de madurez, de silencio y contemplación, de lluvias y fríos y rocíos, de vida latente que crece y empuja. Tal vez es por eso, que el color verde sea el color de este tiempo.

En este clima de serenidad, Jesús nos va a hablar, durante varios domingos, del “Reino de los cielos”, de la misma manera como lo hizo a los suyos, durante cuarenta días, después de resucitar (Hch 1, 3). El “reino de los cielos” o “reino de Dios”, enunciado por Jesús, fue su divina y humana obsesión, la “utopía” que anunció y en cuya realización se comprometió de por vida. Él nunca explica en qué consiste ese “reino”; lo que hace es sugerir, con un lenguaje poético, cómo actúa Dios y cómo sería el mundo si hubiera gente que actuara como él.

DIOS NOS HABLA. CONTEMPLAMOS SU PALABRA.

I LECTURA

Al pecador le das tiempo para que se arrepienta.

Sabiduría: 12, 13. 16-19

No hay más Dios que tú, Señor, que cuidas de todas las cosas. No hay nadie a quien tengas que rendirle cuentas de la justicia de tus sentencias. Tu poder es el fundamento de tu justicia, y por ser el Señor de todos, eres misericordioso con todos.

Tú muestras tu fuerza a los que dudan de tu poder soberano y castigas a quienes, conociéndolo, te desafían. Siendo tú el dueño de la fuerza, juzgas con misericordia y nos gobiernas con delicadeza, porque tienes el poder y lo usas cuando quieres.

Con todo esto has enseñado a tu pueblo que el justo debe ser humano, y has llenado a tus hijos de una dulce esperanza, ya que al pecador le das tiempo para que se arrepienta.
Palabra de Dios
SALMO

Del salmo 85

R/. Tú, Señor, eres bueno y clemente.

Puesto que eres, Señor, bueno y clemente y todo amor con quien tu nombre invoca, escucha mi oración y a mi súplica da respuesta pronta. R/.

Señor, todos los pueblos vendrán para adorarte y darte gloria, pues sólo tú eres Dios, y tus obras, Señor, son portentosas. R/.

Dios entrañablemente compasivo, todo amor y lealtad, lento a la cólera, ten compasión de mí, pues clamo a ti, Señor, a toda hora. R/.

II LECTURA

El Espíritu intercede por nosotros con gemidos que no pueden expresarse con palabras.

Romanos: 8, 26-27

Hermanos: El Espíritu nos ayuda en nuestra debilidad, porque nosotros no sabemos pedir lo que nos conviene; pero el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos que no pueden expresarse con palabras. Y Dios, que conoce profundamente los corazones, sabe lo que el Espíritu quiere decir, porque el Espíritu ruega conforme a la voluntad de Dios, por los que le pertenecen.
Palabra de Dios
EVANGELIO

Dejen que crezcan juntos hasta el tiempo de la cosecha.

Ì Evangelio de Nuestro Señor Jesucristo según san Mateo 13, 24-43

En aquel tiempo, Jesús propuso esta parábola a la muchedumbre: "El Reino de los cielos se parece a un hombre que sembró buena semilla en su campo; pero mientras los trabajadores dormían, llegó un enemigo del dueño, sembró cizaña entre el trigo y se marchó. Cuando crecieron las plantas y se empezaba a formar la espiga, apareció también la cizaña.

Entonces los trabajadores fueron a decirle al amo: `Señor, ¿qué no sembraste buena semilla en tu campo? ¿De dónde, pues, salió esta cizaña?' El amo les respondió: `De seguro lo hizo un enemigo mío'. Ellos le dijeron: ‘¿Quieres que vayamos a arrancarla?' Pero él les contestó: `No. No sea que al arrancar la cizaña, arranquen también el trigo.

Dejen que crezcan juntos hasta el tiempo de la cosecha y, cuando llegue la cosecha, diré a los segadores: Arranquen primero la cizaña y átenla en gavillas para quemarla, y luego almacenen el trigo en mi granero' ".

Luego les propuso esta otra parábola: "El Reino de los cielos es semejante a la semilla de mostaza que un hombre siembra en un huerto. Ciertamente es la más pequeña de todas las semillas, pero cuando crece, llega a ser más grande que las hortalizas y se convierte en un arbusto, de manera que los pájaros vienen y hacen su nido en las ramas".

Les dijo también otra parábola: "El Reino de los cielos se parece a un poco de levadura que tomó una mujer y la mezcló con tres medidas de harina, y toda la masa acabó por fermentar".

Jesús decía a la muchedumbre todas estas cosas con parábolas, y sin parábolas nada les decía, para que se cumpliera lo que dijo el profeta: Abriré mi boca y les hablaré con parábolas; anunciaré lo que estaba oculto desde la creación del mundo.

Luego despidió a la multitud y se fue a su casa. Entonces se le acercaron sus discípulos y le dijeron: "Explícanos la parábola de la cizaña sembrada en el campo".

Jesús les contestó: "El sembrador de la buena semilla es el Hijo del hombre, el campo es el mundo, la buena semilla son los ciudadanos del Reino, la cizaña son los partidarios del maligno, el enemigo que la siembra es el diablo, el tiempo de la cosecha es el fin del mundo, y los segadores son los ángeles.

Y así como recogen la cizaña y la queman en el fuego, así sucederá al fin del mundo: el Hijo del hombre enviará a sus ángeles para que arranquen de su Reino a todos los que inducen a otros al pecado y a todos los malvados, y los arrojen en el horno encendido. Allí será el llanto y la desesperación. Entonces los justos brillarán como el sol en el Reino de su Padre. El que tenga oídos, que oiga".
Palabra del Señor

MEDITAMOS LA PALABRA

El grano de mostaza.

Esta parábola indica el ritmo de crecimiento, de transformación y consolidación de la Iglesia del reino. En la diminuta semilla de mostaza se encierra algo inmensamente grande, que irá creciendo de a poquito, al abrigo de la tierra fecunda.

La pequeñez se transfigura en grandeza, la humildad en exaltación; en el reino los últimos son los primeros, los poderosos son los últimos, los que pierden su vida, la ganan. Todo esto acontece en la Iglesia del reino. Esta parábola sugiere algunos rasgos que han de configurar el rostro de la Iglesia del reino. He aquí algunos:

La pequeñez e insignificancia como garantía y augurio de crecimiento y consolidación. La Iglesia del reino se amolda a gusto en lo pequeño; no tiene aspiraciones de grandeza ni afanes de poder porque quiere ser decididamente sacramento de Cristo entre los hombres; quiere “parecerse a Jesús”, que a pesar de su condición divina, se vació de sí mismo, se hizo esclavo y obediente hasta la muerte (Cf Fil 2, 5-11). No es una Iglesia presuntuosa ni vanidosa porque es consciente de que, como Jesús, ha nacido en la pobreza. Sabe que ella es la comunidad de los pobres, porque a ellos les pertenece el reino (Mt 3,3). Está dichosa de ser pobre y de parecerlo. Cuando esta Iglesia hace memoria de sí misma, de sus orígenes, recuerda que fue como una semilla de mostaza, tan minúscula como prometedora. No se acomoda a la mentalidad este mundo, sino que se transforma interiormente con una “mentalidad nueva” para discernir la voluntad de Dios, lo que res bueno, y aceptable y perfecto" (Cr Rm 12, 2).
Se hace un árbol, vienen los pájaros y anidan en sus ramas. La semilla de mostaza es potencia de vida, vigor exuberante. Poco a poco, de acuerdo a su propio ritmo lento pero firme, crece y se hace arbusto. La Iglesia del reino no atropella los ritmos vitales de sus comunidades sino que los cuida atentamente; tampoco se saltea las etapas precisas de su misión evangelizadora. No busca “lo eficaz” ni “lo pragmático” -tantas veces irrespetuoso e incluso, violento- sino que atiende con cuidado y responsabilidad a los “tallos” verdes que brotan porque son vida y, además, primicias y promesas del reino.

El trigo y la cizaña

La Iglesia del reino -la que es trigo bueno- ha aprendido a convivir pacientemente con la cizaña. No se precipita en arrancarla, sino que espera al final de la cosecha. No es que la Iglesia del reino desconozca, o no le importe la cizaña, sino que con paciencia y esperanza, intenta que, mientras el trigo y la cizaña germinan juntos, La cizaña se marchite y el trigo crezca. La iglesia del Reino imita la paciencia Dios; no juzga las conductas de los hombres con ligereza porque, como Jesús, no ha sido enviada para juzgar sino para salvar. El juicio ocurrirá al final del tiempo, cuando los cosechadores arrancarán la cizaña y la echarán al fuego; cosecharán el trigo y lo guardarán en los graneros del reino.

La levadura en la masa

La Iglesia del reino está inmersa en las realidades cotidianas de este mundo. No puede vivir separada, al margen de ellas y, menos aún, en contra de ellas. Es la “Iglesia en el mundo” del Vaticano II. Esta Iglesia pequeña es como un puñado de fermento mezclado con las realidades de este mundo: políticas, culturales, económicas, sociales. Es la levadura nueva de la Pascua -la “levadura de la sinceridad y la verdad”- que fermentará la “masa nueva”, el reino de Dios. (Cf 1Co, 5, 6-8).

La Iglesia del Reino, como fermento vivo, actúa lentamente en el mundo, tratándolo con la paciencia de Dios que, por ser eterno, no tiene prisas. Ella no compite con el mundo ni es su rival sino que lo ama entrañablemente y lo respeta en su autonomía de criatura de Dios. Es una Iglesia persuasiva, acogedora, compasiva, más preocupada por salvar al mundo que por juzgarlo (Cf Jn 12, 47) El juicio ocurrirá -asegura Jesús- al final del tiempo.


ESTUDIO BÍBLICO

Primera lectura: (Sabiduría 12,13.16-19)

Marco: El contexto es el segundo bloque del libro en el que el autor ofrece una interpretación de la historia de Israel: la Sabiduría ha acompañado todas las etapas de la historia salvífica de Israel. El autor adopta un método, habitual en tiempos de Jesús, que consiste en actualizar para el momento presente una palabra o un acontecimiento del pasado de Israel con la finalidad pedagógica de iluminar este momento presente y ofrecer su verdadera significación y valor del mismo. La lectura nos reconduce a la experiencia de Israel en Egipto y, más en concreto, el castigo progresivo y moderado de los cananeos.

Reflexiones

1ª) ¡Simbiosis equilibrada del poder, justicia, perdón y soberanía de Dios!

No hay más Dios que tú, que cuidas de todo... La afirmación de la unidad y de la unicidad de Dios es una verdad que comparte el autor de este libro. Esta situación única en que se encuentra Dios, que ha actuado en Israel y que es reconocido por Israel, no permite pensar en rivales. Esta rivalidad existía en la comprensión mitológica de los dioses que comparten los griegos y que conoce este autor. La primera afirmación conduce al lector al reconocimiento de esta verdad fundamental.

Pero el autor de este libro no pretende ofrecer un tratado sobre Dios (aunque lo supone, a su manera, por ser un pensador convencido creyente), sino las consecuencias que ello comporta para el hombre y su presencia en el mundo. El gobierno que Dios realiza sobre el mundo no se ajusta a los parámetros o modelos que dirigen el comportamiento de los reyes de este mundo. Precisamente porque Dios es único y universal para todos ejerce su poder de forma desconcertante: practicando el perdón. Su soberanía, por ser universal, es justa. Pero Dios, excelente pedagogo, actúa de modo adecuado: a quienes se abren sinceramente a su poder y soberanía los conduce por el camino de la paz; a los que desconfían o ignoran su soberanía la realiza con fuerza y energía. Sólo así se puede esclarecer o ofrecer a los hombres la respuesta que necesitan del actuar de Dios para la salvación.

2ª) ¡Armonía de moderación, humanidad e indulgencia en Dios poderoso soberano!

Tú, poderoso soberano, juzgas con moderación... Dios manifiesta su poder en el perdón y en la indulgencia. Esta afirmación acerca del único Dios, brinda al autor la ocasión para dirigir la mirada a todos los hombres. En un mundo en el que la venganza –y, con frecuencia, dura venganza– era una costumbre convertida en casi ley general, estas palabras suponen una renovación singular. Los ejércitos conquistadores eran devastadores. Dios es presentado como el Bienhechor por excelencia. Israel fue llamado a hacer presente en el mundo esta comprensión singular de su Dios al presentarlo como un moderador justo e indulgente.

La lección que el autor quiere inculcar en sus lectores es que, a imitación de su Dios Bienhechor, deben adoptar en la vida un generoso humanismo. El sentido humanitario debe ser una característica del pueblo de Dios. Ya los redactores teólogos deuteronomistas* habían insistido en esta cualidad de la misión de Israel. En la historia el pueblo no respondió a este programa. La verdadera fe en Dios conduce a una actitud humanitaria en aquellos que aceptan esta fe y tratan de vivirla con coherencia. También este rasgo de nuestro Dios debería ser presentado a los hombres y mujeres de nuestro tiempo con mayor intensidad y fidelidad. Nuestro mundo actual es muy sensible a los planteamientos humanitarios, aunque no sea una praxis generalizada todavía.

Segunda lectura: (Romanos 8,26-27)

Marco: Seguimos proclamando el capítulo 8. El tema que enmarca estas palabras proclamadas hoy es el premio que esperamos y que supera con creces a lo que el hombre desea.

Reflexiones

1ª) ¡En el itinerario de la esperanza la acción del Espíritu es insustituible!

El Espíritu viene en ayuda de nuestra debilidad... Este capítulo viene precedido por el capítulo 7 en que Pablo contempla la realidad del hombre abandonado a sus propias fuerzas. En ese capítulo leemos una autobiografía de Pablo (con toda probabilidad) y una radiografía del hombre (con toda seguridad). Desde aquella descripción sangrante de la realidad del hombre sin el recurso de la fe que le conduciría a Jesús, podemos leer estas palabras con otra luz y con otro vigor. Estas palabras responden a la realidad humana. La debilidad es un término que alcanza con singular virulencia al orden moral.

El hombre es arrastrado por un gran deseo de vida y de bienestar o felicidad, pero no atina a dar con el camino que le conduciría a satisfacer este deseo. La respuesta se le ofrece en Jesús. Pero no basta, es necesario conectar con esa respuesta. Esa tarea ha sido reservada para el Espíritu. Estos pensamientos son particularmente desarrollados en la promesa del Espíritu recogida e interpretada por los redactores joánicos en los discursos de despedida (Jn 13-17). La presencia y actuación del Espíritu es imprescindible para encontrar la luz que dirige los pasos del hombre por la senda adecuada.

La fraseología paulina dirige ahora nuestra atención al modo de actuar del Espíritu: ¡con gemidos indescifrables!. Estas expresiones indican la experiencia pneumática que se daba en las primitivas comunidades. Se hacía presente el Espíritu en un lenguaje indescifrable y misterioso, pero eficaz y consolador. La esperanza del cristiano es posible contando con esta intercesión. Los discípulos de Jesús, alentados por la interpretación autorizada del último Concilio Ecuménico –Constitución Gaudium et Spes–, deben vivir los logros de los hombres con gozo y agradecimiento a la vez que deben pedir al Espíritu la pedagogía adecuada para conectar profundamente con nuestro mundo actual y ofrecerle la verdadera solución que arranca del Evangelio.

2ª) ¡El Espíritu conoce muy bien dónde nos encontramos y dónde deseamos llegar!

El que escudriña los corazones sabe cuál es el deseo del Espíritu, y que su intercesión por los santos es según Dios. «Dios está lejos, alejado, no se ocupa de los hombres ni se interesa por sus problemas!,» afirman con frecuencia nuestros contemporáneos. Esta dolorosa experiencia la vivieron nuestros primeros hermanos cuando entraban en el camino de Jesús. El propio evangelio, al narrar el itinerario seguido por Jesús, provocaba indirectamente estas preguntas.

¿Cómo es posible que Dios salve al hombre en el escándalo y la locura de la cruz? ¿Cómo encaja la experiencia dolorosa de los hombres en el marco de una bondad de Dios sin límites? Pablo afirma y enseña a sus lectores que el Espíritu conoce realmente la intimidad del hombre. Y además sin engaño posible. Lo que todavía es más llamativo en esta enseñanza de Pablo es que el deseo del Espíritu, cuando es escuchado sinceramente, hace coincidir con él el deseo del creyente. El propio Espíritu asume nuestros anhelos y deseos y los hace suyos, pero dirigiéndolos por el camino de la verdad y fecundidad.

Esta coincidencia posibilita que la opción adoptada por el hombre, bajo la suave dirección del Espíritu, converjan en uno solo. Y esta comunión total se produce en el encuentro con la voluntad de Dios que el Espíritu conoce muy bien y que sabe que es la única que puede ofrecer al hombre la respuesta que realmente necesita. La comprensión pneumatológica de Pablo, además de ser vigorosa doctrinalmente, ofrece a los hombres que caminan en la historia una respuesta válida.

Evangelio: (Mateo 13,24-43)

Marco: Seguimos proclamando el discurso parabólico. La lectura incluye tres parábolas y la explicación de la parábola de la cizaña. La primera parábola tiene un sentido muy preciso: la coexistencia de buenos y malos en la etapa actual del reino, en espera de un reino perfecto. Las otras dos tienen un tema común: los comienzos del reino son humildes y ocultos, pero se convertirán en una realidad universal capaz de acoger a gentes de toda raza, lengua, pueblo y nación. La explicación de la parábola de la cizaña es una adición realizada por la Iglesia para adaptarla a los que ya forman parte de la Iglesia. Se trata de una alegorización catequética.

Reflexiones

1ª) ¡El sembrador sembró cuidada semilla en el campo, la cizaña viene de otra parte!

Un enemigo fue y sembró cizaña en medio del trigo y se marchó. Sin descender a todos los detalles el relato nos invita a considerar que hay distintos agentes que intervienen en la historia de los hombres. Cada uno realiza su misión y su tarea. El sembrador bueno siembra semilla escogida destinada a producir un fruto excelente. Frente al sembrador bueno, hay otro sembrador que siembra la cizaña. Las dos especies de semillas no pueden conducir al mismo destino ni producen el mismo fruto. El primero es de vida y el segundo es de muerte.

La cizaña a que se refiere el relato tiene gran parecido con la caña de trigo. De tal manera que cuando las dos comienzan a brotar y crecen se parecen mucho. Sólo más tarde se puede percibir la diferencia entre las dos formas de cañas. Es necesario aceptar que en la existencia histórica de la humanidad ésta se encuentra sometida a dos principios contradictorios que intentan orientar sus pasos. El Dios bueno sólo siembra semilla buena. Y lo mismo hace su lugarteniente y plenipotenciario Jesús. De ellos sólo procede semilla que tiene como finalidad la producción de abundantes y benéficos frutos.

Los hombres y mujeres de nuestro tiempo tienen la tentación de caer y sucumbir a un difuso determinismo. Los mensajeros no siempre hemos capaces de transmitir esta consoladora verdad. Hoy estamos urgidos a vivir en la convicción del sumo respeto de Dios por el hombre. Este puede elegir el camino del bien o del mal. El discípulo de Jesús necesita vivir en la convicción de las dos realidades y pedir al Espíritu que le conceda la acertada pedagogía para ser útil a los hombres que les rodean.

2ª) ¡El escándalo de la coexistencia de buenos y malos en la etapa actual del reino!

Dejadlos crecer juntos hasta la siega... ¿De dónde procede el mal en el mundo? Un mal que alcanza con tanta fuerza al corazón del hombre. ¿Qué hacer con él? Tratar de hacerlo desaparecer, pero sin comprometer el bien. Se trata de una parábola, por tanto no hay que descender excesivamente a los detalles narrativos. La situación que el narrador de la parábola quiere inculcar en sus oyentes es que en el desarrollo de la historia, en el camino, los hombres se decantan por el bien o por el mal.

Pero el hombre es algo más hondo, es importante para Dios. Y es necesario dejarlos coexistir. Siempre queda una esperanza de salvación. Y Dios, en Cristo Jesús, se manifiesta al mundo como el salvador universal que quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad. La impaciencia de los colaboradores en este proyecto podría comprometer el éxito feliz del plan de Dios. A vosotros no os toca el juicio, sino el cuidado de la siembra. Dios tiene asignada a cada uno su tarea.

El peligro del excesivo celo es que arrastraría también el trigo. Esta imagen se entiende mejor si observamos cómo crece el trigo. Ha sido sembrado a voleo, pero las cañas de trigo nacen y crecen en manojos, de tal manera que si se arranca una se llevan consigo otras. La cizaña está en medio de esos manojitos de cañas. Cuando se intenta arrancarla se llevan tras de sí las cañas de trigo. La preservación del bien exige un cuidadoso trato del mal. Los hombres son los importantes para Dios.

Esta visión que el creyente tiene del hombre, inspirado en la seguridad de que es imagen de Dios y destinado a ser su hijo en Cristo Jesús, debe proclamarla insistentemente. El Evangelio perfecciona al hombre, no lo destruye. La aceptación gozosa de esa realidad es el punto de encuentro de los hombres de nuestro tiempo y de los creyentes que conviven con ellos. Aunque es verdad que el creyente debe ser sagaz y astuto o sabio para discernir adecuadamente entre las dos realidades contrarias: el bien y el mal.





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