domingo, 21 de junio de 2015

DOMINGO 12ª DEL TIEMPO ORDINARIO


¿Quién es éste que hasta el viento y el mar le obedecen?

¿Quién es éste que hasta el viento y el mar le obedecen? El Evangelio de hoy (Mc 4, 35-41) nos recuerda el milagro de la tempestad calmada. No sabemos si Jesús estaba o parecía dormido; lo cierto era el miedo de los discípulos en medio de la tormenta. Con gusto se proclama este evangelio en las circunstancias actuales del mundo y de la Iglesia, pues las olas están embravecidas, y parece que Jesús está ausente o dormido, mientras nosotros estamos en medio del peligro y alguno pudiera pensar que ya no hay remedio. Con todo, no nos perdamos en medio del oleaje en el que nos debatimos, olvidando que el verdadero problema que aparece en toda la escena es la poca fe de los discípulos y la solución auténtica es poder exclamar: ¿Quién es éste que hasta el viento y el mar le obedecen? Es tiempo de ejercitar nuestra fe en Jesucristo, pues sabemos que Él puede, también hoy, calmar la tempestad y nosotros volver a gozar de paz.

La segunda lectura (2 Co 5, 14-17) nos da la posibilidad de ser y vivir en Cristo, algo más atrayente que el mero cumplimiento de los mandamientos; ésta es la prueba luminosa del amor de Cristo, que ha muerto por todos nosotros, de modo que muertos con Cristo al pecado, vivamos ya, no para nosotros, sino para quien ha muerto y resucitado por todos. Al ser nuevas criaturas en Cristo podemos hacer un acto de fe y de amor también en nuestro tiempo, que es el que nos corresponde vivir, y es el tiempo que Dios nos ha dado para salvarnos. No olvidemos que la fe no se vive con ideas sino con la propia vida. Un gran peligro en las últimas cinco décadas es que algunos parecen conformarse, al parecer, con palabras en la vida de la Iglesia; pero estos acostumbran siempre a tener una doble vida.

La primera lectura (Job 38, 1. 8-11) nos presenta en medio del mar, símbolo de la potencia del mal, la omnipotencia divina manifestada en la creación, que fundamenta nuestra confianza en la inmensa bondad omnipotente de Dios, no obstante lo que ven nuestros ojos y llena de preocupación a nuestros corazones. La esperanza emerge siempre en la vida del cristiano, pues el Señor es la fuerza de su pueblo y Cristo es el refugio de nuestra salvación.

DIOS NOS HABLA. CONTEMPLAMOS SU PALABRA.

I LECTURA

Dios se manifiesta como Señor de la naturaleza. Los grandes fenómenos, que la ciencia investiga sin cesar, siguen encerrando en el fondo un misterio. Allí hay algo que los seres humanos no podemos dominar porque es un área que sólo domina Dios.

Lectura del libro de Job 38, 1. 8-11

El Señor habló a Job desde la tempestad, diciendo: ¿Quién encerró con dos puertas al mar, cuando él salía a borbotones del vientre materno, cuando le puse una nube por vestido y por pañales, densos nubarrones? Yo tracé un límite alrededor de él, le puse cerrojos y puertas, y le dije: “Llegarás hasta aquí y no pasarás; aquí se quebrará la soberbia de tus olas”.
Palabra de Dios.

Salmo 106, 23-26. 28-31

R. ¡Den gracias al Señor, porque es bueno, porque es eterno su amor!

Los que viajaron en barco por el mar, para traficar por las aguas inmensas, contemplaron las obras del Señor, sus maravillas en el océano profundo. R.

Con su palabra desató un vendaval, que encrespaba las olas del océano: ellos subían hasta el cielo, bajaban al abismo, se sentían desfallecer por el mareo. R.

Pero en la angustia invocaron al Señor, y él los libró de sus tribulaciones: cambió el huracán en una brisa suave y se aplacaron las olas del mar. R.

Entonces se alegraron de aquella calma, y el Señor los condujo al puerto deseado. Den gracias al Señor por su misericordia y por sus maravillas en favor de los hombres. R.

II LECTURA

Cristo nos renueva constantemente. De su plenitud de Resucitado, nosotros recibimos la energía que nos impulsa en el camino. La renovación es conversión, que nos hace dejar atrás el pecado y la maldad, y nos acerca cada vez más a la vida que el Padre quiere regalarnos.

Lectura de la segunda carta del apóstol san Pablo a los cristianos de Corinto 5, 14-17

Hermanos: El amor de Cristo nos apremia, al considerar que si uno solo murió por todos, entonces todos han muerto. Y él murió por todos, a fin de que los que viven no vivan más para sí mismos, sino para Aquél que murió y resucitó por ellos. Por eso nosotros, de ahora en adelante, ya no conocemos a nadie con criterios puramente humanos; y si conocimos a Cristo de esa manera, ya no lo conocemos más así. El que vive en Cristo es una nueva criatura: lo antiguo ha desaparecido, un ser nuevo se ha hecho presente.
Palabra de Dios.

ALELUYA        Lc 7, 16

Aleluya. Un gran profeta ha aparecido en medio de nosotros y Dios ha visitado a su pueblo. Aleluya.

EVANGELIO

Si Jesús podía calmar el viento y el mar, entonces tendría atributos de Dios... Este es el descubrimiento que los discípulos de Jesús fueron haciendo poco a poco. En la persona humana y terrenal de Jesús, Dios mismo se ha ido revelando. Ese señorío sobre las fuerzas de la naturaleza es también señorío y autoridad sobre nuestra vida. Dejémonos interpelar por sus enseñanzas y caminar sobre sus huellas.

+ Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Marcos 4, 35-41

Un día, al atardecer, Jesús dijo a sus discípulos: “Crucemos a la otra orilla”. Ellos, dejando a la multitud, lo llevaron en la barca, así como estaba. Había otras barcas junto a la suya. Entonces se desató un fuerte vendaval, y las olas entraban en la barca, que se iba llenando de agua. Jesús estaba en la popa, durmiendo sobre el cabezal. Lo despertaron y le dijeron: “¡Maestro! ¿No te importa que nos ahoguemos?”. Despertándose, él increpó al viento y dijo al mar: “¡Silencio! ¡Cállate!”. El viento se aplacó y sobrevino una gran calma. Después les dijo: “¿Por qué tienen miedo? ¿Cómo no tienen fe?”. Entonces quedaron atemorizados y se decían unos a otros: “¿Quién es éste, que hasta el viento y el mar le obedecen?”.
Palabra del Señor.

MEDITAMOS LA PALABRA DE DIOS.

Considerando la situación en la que se encuentran hoy tantos hombres, pudiéramos pensar que Jesús está dormido, pero somos nosotros los que estamos un poco adormilados. El problema de la Iglesia es la falta de discernimiento, perder tiempo y fuerzas en hacer lo que no produce frutos de vida eterna. Hoy se hacen muchas cosas en la Iglesia, en las parroquias, en las comunidades, pero los frutos parece que no son muchos. Actuamos mucho nosotros y dejamos poco a actuar al Espíritu Santo; la secularización paraliza a la Iglesia y la hace infecunda. Es evidente que las vocaciones son muy pocas, y es un punto muy sensible de la vida de la Iglesia. Y entre los que hay algunos están cansados y otros han perdido el entusiasmo. Es necesario preguntarnos qué es lo que hemos hecho mal y no perder más el tiempo en lo que no edifica la Iglesia. Sin embargo, sin humildad no es fácil hacerse tal pregunta y sin fe no se puede volver a mirar de verdad a Cristo.

La Iglesia concreta vive en la historia, vive en el mundo y, por tanto, en medio de este combate tremendo entre el bien y el mal, entre los siervos de Dios y los siervos de Satanás. Y es preciso entrar en este combate en contra del mal; pero mirando con más atención, vemos que los siervos de Satanás son víctimas, llamadas también a la salvación. Por eso, nuestra lucha no es contra los malos, sino en contra del mal, del pecado, que es el único mal verdadero del cristiano. Con todo, hoy día es difícil para algunos individuar el mal y da la impresión que algunos piensan que todo el monte es orégano y así van las cosas, pues no es conveniente dialogar con el diablo. Necesitamos, pues, individuar con urgencia las causas del mal, de manera que podamos oponernos al mal, llamando a todos a la conversión. El discernimiento es uno de los dones más escasos en las últimas cinco décadas.

La Iglesia sigue remando en medio de la constante tempestad de este mundo y está obligada a discernir entre las tentaciones del mundo y los consuelos de Dios. Tenemos que abrir bien los ojos y darnos cuenta qué es lo que realmente estamos buscando nosotros en nuestra vida, a saber, estamos cayendo en las tentaciones del mundo o estamos realizando la voluntad de Dios donde se encuentran los consuelos de Dios. Cuando uno está en combate es necesario determinar con mucha precisión dónde está la debilidad del enemigo y también donde está su fortaleza para poder actuar con sabiduría y eficacia. Además, en la batalla o vences o eres vencido; no caben los términos medios. Con respecto al mal, no caben componendas, pues sabemos que es la fe en Cristo la que vence al mundo. Además, los hechos son tozudos; no engañan nunca, aunque las palabras sean bonitas, los hechos son siempre evidentes.

El único problema verdadero de la Iglesia, que está en el mundo sin ser del mundo, es nuestra poca fe. Poner nuestra mirada en Jesucristo y ponernos a contemplar a Cristo crucificado y resucitado. Hay que ver qué es lo que debilita nuestra fe y qué es lo que fortalece nuestra fe. La oración fortalece nuestra fe; la desacralización de nuestra vida debilita nuestra fe. En consecuencia, Dios nos está invitando a entrar en la verdadera vida espiritual cristiana, siguiendo la escuela, por ejemplo, de Santa Teresa de Jesús o de Santa Catalina de Sena. ¿Qué es rezar sino tratar a solas mucho tiempo con quien sabemos nos ama?, enseña S. Teresa. ¿Qué es la vida espiritual sino entrar en la celda del conocimiento de Dios y del conocimiento de nosotros mismos?, enseña S. Catalina de Sena. Vivimos en comunidades que nos enseñan de verdad quién es Dios y quiénes somos nosotros o vivimos en comunidades que llevan ya tiempo muertas a Dios y acomodadas al mundo y, por tanto, no sirven para nada.

En el cristianismo hay siempre una palabra de esperanza y en nuestra historia concreta actual la realidad que nos llena de esperanza es poder exclamar ¿Quién es éste que hasta el viento y el mar le obedecen? Es decir, nuestra esperanza es el encuentro personal con Cristo, que nos da la capacidad de comunicar la fe a los demás. Estamos hablando de la fe en Jesucristo: Jesucristo va con nosotros en la misma barca y hay que encontrarlo, pues a veces parece que se esconde. Y para encontrarlo hay que necesitarlo, pues no es un adorno. Y para necesitarlo hay que entrar en el combate espiritual y darnos cuenta que sin mí no podéis hacer nada; pero también: todo lo puedo en aquel que me conforta. ¿Será tiempo de ir al desierto? No lo sé. Pero sí es tiempo de que entremos en la vida de oración, porque ha llegado el tiempo de la verdad y cada uno mostrará lo que lleva dentro, si lleva a Cristo o lleva el pecado. Cambiará nuestra vida y seremos capaces de evangelizar con entusiasmo y eficacia el día que podamos abandonarnos en la Providencia divina; entonces nuestra vida real será distinta. “Aunque se acaban las ovejas del redil y no queden vacas en el establo, yo exultaré con el Señor” (Hab 3, 17. 18). (Fr. Pedro Fernández Rodríguez O. P.)


ESTUDIO BÍBLICO.

La fe en medio de la lucha por el Reino

Iª Lectura: Job (38,1-11): En las manos de Dios

La primera lectura de hoy nos habla de la tempestad, del poder del mal, de las fuerzas de la naturaleza que, a veces,  parecen desatarse y no hay nadie que las pueda contener. Sabemos que el libro de Job pone al prueba al creyente que se fía de Dios y no puede explicar por qué ocurren una serie de desgracias en el mundo. Job es ese tipo de persona que el autor del libro ha escogido  para que se asombre; porque, a pesar de que no podemos explicar muchas cosas de las que pasan en el mundo, sin embargo, nuestro Dios pone sus propios límites a la naturaleza de las cosas y a la misma naturaleza humana. Ello implica que debemos asombrados de dónde estamos y de cómo somos. Nuestra vida, en definitiva, está en las manos de Dios, aunque algunos quieran pedirle explicaciones de por qué ha debido ocurrir así. Pero ¿acaso alguien se ha dado la vida a sí mismo? Job no encontrará otra respuesta que aceptar el poder de Dios frente a todo lo que existe. Y ello no es para abrumarnos, sino para saber que, por encima de toda desgracia, nuestro Dios nos espera con las manos abiertas.

IIª Lectura: 2ª Corintios (5,14-15): La muerte por amor

II.1. Este capítulo quinto de la carta (este texto sería la continuación del domingo 11) es uno de los más bellos y persuasivos  porque en él Pablo nos habla del amor de Cristo que ha sido derramado sobre nosotros. Efectivamente, los vv. 14-17 son una reflexión cristológica centrada en la “theologia crucis”. Pablo habla (v. 14) del amor de Cristo que llega hasta la muerte en la cruz por todos. Se usa la fórmula tradicional del “uno por todos”, que es una metáfora de calado sustitutorio, vicario, que tanto ha de influir en la teología de la redención. Quizás lo más sorprendente es la afirmación de que, como uno murió, “todos murieron”, cuando lo que podíamos esperar es algo así como “por eso todos viven”. Es esto último lo que se ha de entender, sin duda, tal como se expone en el v. 15. El sentido es que la muerte de Jesús “por nosotros” nos hace morir al pecado, a la enemistad y a la sinrazón de la vida. Para ello debemos recurrir a la teología de la muerte y resurrección que encontramos en Rom 6,1ss. La cristología soteriológica que nos propone Pablo, apoyado en fórmulas de fe tradicionales, es una cristología de solidaridad con la humanidad.

II.2. El Apóstol, pues, presenta la muerte de Cristo desde la eficacia del amor como comunión en su vida y en su resurrección. Con ello se quiere significar que lo negativo que pueda tener la muerte para nosotros ya ha sido asumido por Cristo, y que, desde entonces, no debemos tenerle miedo a la muerte, porque para nosotros queda la victoria de su resurrección. Hablar de la muerte siempre ha sido un reto humano y teológico. En esta carta, pues, Pablo se atiene a las consecuencias de lo que es inevitable. Cristo nos ha asegurado un triunfo por su amor. Por ello debemos ser hombres nuevos que, aunque pasemos por la muerte, nunca seremos destruidos o aniquilados.

Evangelio: Marcos (4,35-41): La fuerza del Reino nos libera

III.1. El evangelio de Marcos narra el episodio de la travesía del lago de Galilea  después que Jesús ha hablado a las gentes en parábolas acerca del Reino de Dios. Es como si Jesús quisiera poner a prueba la fe de sus discípulos, a ellos que les explicaba el sentido profundo de sus parábolas. El lago, el bello lago de Galilea, en torno al cual se anuncia el evangelio, se convierte aquí en el misterioso y tremendo símbolo de una tormenta, que como en el caso del profeta Jonás 1, de donde se toman algunos rasgos del episodio, viene a aquilatar cosas importantes. Otras barcas le seguían, pero parece como si solamente quisiera centrarse todo en la barca donde estaban Jesús y los discípulos que había elegido. El mar de Galilea, a veces, es como una caldera hirviendo, por el viento. En la barca se muestran dos actitudes: la de Jesús que duerme tranquilo y la de los discípulos que están aterrados.

III.2. ¿Por qué esto? Porque Jesús sabe que su causa por el Reino de Dios debe levantar tormentas, como ésta del viento, que va a hacer temblar a los discípulos; Jesús está tranquilo porque confía en su causa, la causa de Dios. Es, pues, esta una escena pedagógica que pone de manifiesto una actitud y otra. Los discípulos son como Job, y no se explican muchas cosas que ocurren en la vida, llenándose de miedo. Jesús, que conoce la voluntad y el proyecto de Dios, se entrega a él con una gran serenidad  porque sabe que ha de vencer, como de hecho sucede con su "conminación" a la tormenta. Los Santos Padres siempre interpretaron esta escena de la barca como una imagen de la Iglesia que debía pasar por estos trances, pero que siempre encontraría a su Señor a su lado para otorgarle la serenidad de la fe. (Fray Miguel de Burgos Núñez).


No hay comentarios:

Publicar un comentario