domingo, 17 de marzo de 2019

DOMINGO 2º DE CUARESMA


“Este es mi Hijo amado; escúchenlo”.

En este segundo domingo de cuaresma la liturgia eucarística tiene un mensaje central que ya está en la antífona de entrada: “busquen mi rostro”. Buscar la presencia de Dios que no está en las alturas alejado de la humanidad sino en la historia cotidiana de las personas y de los pueblos, encarnado como amor que da confianza para seguir adelante. La máxima expresión de esa cercanía benevolente es Jesucristo. Palabra que debemos escuchar de modo especial en este tiempo de cuaresma.

DIOS NOS HABLA. ESCUCHAMOS SU PALABRA.

I LECTURA

“Rabi David Kimji sostiene que cuando el pueblo hebreo se conduce con rectitud, por el camino de la bondad, el respeto, las buenas costumbres y la palabra de Dios, entonces se asemeja a las estrellas que están en el cielo, radiantes, brillantes, causa de suspiros y admiración continua. La profunda enseñanza de Abraham es que él supo salir del polvo para convertirse en el primer rayo de esperanza que cual lucero en la noche, nos alumbró el camino para hallar el propio” (Rabino Marcos Perelmutter).

Lectura del libro del Génesis 15, 5-12. 17-18

Dios dijo a Abrám: “Mira hacia el cielo y, si puedes, cuenta las estrellas”. Y añadió: “Así será tu descendencia”. Abrám creyó en el Señor, y el Señor se lo tuvo en cuenta para su justificación. Entonces el Señor le dijo: “Yo soy el Señor que te hice salir de Ur de los caldeos para darte en posesión esta tierra”. “Señor, respondió Abrám, ¿cómo sabré que la voy a poseer?”. El Señor le respondió: “Tráeme una ternera, una cabra y un carnero, todos ellos de tres años, y también una tórtola y un pichón de paloma”. Él trajo todos estos animales, los cortó por la mitad y puso cada mitad una frente a otra, pero no dividió los pájaros. Las aves de rapiña se abalanzaron sobre los animales muertos, pero Abrám las espantó. Al ponerse el sol, Abrám cayó en un profundo sueño, y lo invadió un gran temor, una densa oscuridad. Cuando se puso el sol y estuvo completamente oscuro, un horno humeante y una antorcha encendida pasaron en medio de los animales descuartizados. Aquel día, el Señor hizo una alianza con Abrám diciendo: “Yo he dado esta tierra a tu descendencia”.
Palabra de Dios.

Salmo 26, 1. 7-9. 13-14

R. El Señor es mi luz y mi salvación.

El Señor es mi luz y mi salvación, ¿a quién temeré? El Señor es el baluarte de mi vida, ¿ante quién temblaré? R.

¡Escucha, Señor, yo te invoco en alta voz, apiádate de mí y respóndeme! Mi corazón sabe que dijiste: “Busquen mi rostro”. R.

Yo busco tu rostro, Señor, no lo apartes de mí. No alejes con ira a tu servidor, Tú, que eres mi ayuda; no me dejes ni me abandones, mi Dios y mi salvador. R.

Yo creo que contemplaré la bondad del Señor en la tierra de los vivientes. Espera en el Señor y sé fuerte; ten valor y espera en el Señor. R.

II LECTURA

La luminosidad de Cristo Resucitado es para san Pablo motivo de esperanza. Son muchas las oscuridades que atravesamos en esta tierra, oscuridades producidas por los pecados propios y ajenos. En este caminar, avanzamos con seguridad cuando nos centramos en la luz de Cristo.

Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los cristianos de Filipos 3, 17—4, 1

Hermanos: Sigan mi ejemplo y observen atentamente a los que siguen el ejemplo que yo les he dado. Porque ya les advertí frecuentemente y ahora les repito llorando: hay muchos que se portan como enemigos de la cruz de Cristo. Su fin es la perdición, su dios es el vientre, su gloria está en aquello que los cubre de vergüenza, y no aprecian sino las cosas de la tierra. En cambio, nosotros somos ciudadanos del cielo, y esperamos ardientemente que venga de allí como Salvador el Señor Jesucristo. Él transformará nuestro pobre cuerpo mortal, haciéndolo semejante a su cuerpo glorioso, con el poder que tiene para poner todas las cosas bajo su dominio. Por eso, hermanos míos muy queridos, a quienes tanto deseo ver, ustedes que son mi alegría y mi corona, amados míos, perseveren firmemente en el Señor.
Palabra de Dios.
O bien, más breve:

Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los cristianos de Filipos 3, 20—4, 1

Hermanos: Nosotros somos ciudadanos del cielo, y esperamos ardientemente que venga de allí como Salvador el Señor Jesucristo. Él transformará nuestro pobre cuerpo mortal, haciéndolo semejante a su cuerpo glorioso, con el poder que tiene para poner todas las cosas bajo su dominio. Por eso, hermanos míos muy queridos, a quienes tanto deseo ver, ustedes que son mi alegría y mi corona, amados míos, perseveren firmemente en el Señor.
Palabra de Dios.

ACLAMACIÓN       Mt 17, 5

Desde la nube resplandeciente se oyó la voz del Padre: “Este es mi Hijo amado; escúchenlo”.

EVANGELIO

Moisés representa la Ley y Elías los profetas. Todo el Antiguo Testamento habla de Jesús y “de su partida” que  iba a cumplirse en Jerusalén. Jerusalén será la ciudad del rechazo, del Viernes Santo, a oscuras, y de la muerte. Pero la existencia de Jesús no terminará allí. Como anticipo de lo que vendrá después, Jesús se muestra transfigurado. Para nosotros, sus discípulos que no entendemos el camino y nos resistimos a pasar por la cruz en Jerusalén, Jesús nos adelanta lo que vendrá: al final estaremos en la luz, con él, para siempre.

Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas 9, 28b-36

Jesús tomó a Pedro, Juan y Santiago, y subió a la montaña para orar. Mientras oraba, su rostro cambió de aspecto y sus vestiduras se volvieron de una blancura deslumbrante. Y dos hombres conversaban con él: eran Moisés y Elías, que aparecían revestidos de gloria y hablaban de la partida de Jesús, que iba a cumplirse en Jerusalén. Pedro y sus compañeros tenían mucho sueño, pero permanecieron despiertos, y vieron la gloria de Jesús y a los dos hombres que estaban con él. Mientras estos se alejaban, Pedro dijo a Jesús: “Maestro, ¡qué bien estamos aquí! Hagamos tres carpas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías”. Él no sabía lo que decía. Mientras hablaba, una nube los cubrió con su sombra y al entrar en ella, los discípulos se llenaron de temor. Desde la nube se oyó entonces una voz que decía: “Este es mi Hijo, el Elegido, escúchenlo”. Y cuando se oyó la voz, Jesús estaba solo. Los discípulos callaron y durante todo ese tiempo no dijeron a nadie lo que habían visto.
Palabra del Señor.

MEDITAMOS LA PALABRA DE DIOS

“Yo soy el Señor que te sacó de la tierra de los caldeos para darte esta tierra”

Según la primera lectura del Génesis, el Dios que gratuitamente irrumpe en la vida de Abrahán, no cae del cielo donde está instalado, sino que desde dentro sostiene e impulsa la historia, en orden a que los seres humanos sean libres: “Yo soy el Señor que te sacó de la tierra de los caldeos para darte esta tierra”. Y en ese compromiso de Dios por la liberación o plena humanización de los seres humanos, tiene sentido el símbolo de la Alianza.

Pero si a Dios nadie le ha visto directamente porque su realidad es inabarcable ¿cómo prestar confianza o creer en su promesas? Es aquí donde Abrahán es presentado como prototipo del verdadero creyente que sale de su propia tierra y es capaz de seguir esperando cuando ya no hay razones para esperar ¿Cómo soñar con una descendencia numerosa cuando se le pide que sacrifique sin más a Isaac su hijo único? Abrahán es figura de Jesucristo, según la Carta a los hebreos, “iniciador de la fe”

Hermanos míos queridos y añorados, manténgase así, en el Señor

En la misma línea va lo que san Pablo escribe a los cristianos de Filipo, una ciudad económicamente próspera donde se absolutiza la confianza en las riquezas y el prestigio social. El apóstol lamenta de que algunos cristianos se dejan contagiar por esa cultura consumista de rivalidad. Y recomienda insistentemente que “se mantengan firmes en el Señor Jesucristo” que se abrió totalmente a la presencia de Dios y fue testigo de su amor a todos no pretendiendo imponerse a nadie sino siendo servidor de todos hasta la muerte de Cruz. Así la conducta de Jesucristo es referencia segura para todos sus discípulos.

“Se llevó a Pedro, Juan y Santiago a un montaña”

El evangelio de la trasfiguración presenta la fe cristiana como encuentro con Jesucristo, revelación de Dios y camino para toda la humanidad. Jesús “se llevó a Pedro, Juan y Santiago –representantes de la comunidad cristiana- a un montaña”, lugar donde según la tradición bíblica Dios habla. Primero, como en el caso de Abrahán y en la misma encarnación. El Invisible irrumpe gratuitamente. Signo de su presencia e la luz “sus vestidos brillaban de blanco”, lo mismo que los vestidos resplandecientes de los ángeles en los relatos evangélicos sobre la resurrección de Jesús. La luz es signo de la vida cuya fuente es Dios. Y esta presencia del Invisible cuyo símbolo en la revelación bíblica es la nube - presente pero en la oscuridad- se ha manifestado en la historia del pueblo, con sus legisladores representados en Moisés y en los profetas que representa Elías. Esa historia de salvación culmina en Jesucristo.

Pero ¿cómo aceptar que Jesucristo, condenado a muerte por blasfemo y por rebelde político, puede ser el Hijo de Dios? Es lo que Pedro, Juan y Santiago –la comunidad cristiana – no entienden: prefieren quedarse en las alturas respirando aire puro, y no ir a Jerusalén donde amenazan los conflictos, el fracaso, la humillación y el sufrimiento. No comprenden que el verdadero Dios revelado en Jesucristo no es el todopoderoso que se impone por la fuerza, sino Abba” ternura infinita cuyo poder se manifiesta en la misericordia o amor comprometido en liberar a la humanidad de sus limitaciones y miserias. Sólo quienes bajan al campo de batalla y son testigos creíbles de ese amor comprometido son verdaderos seguidores de Jesucristo.

El mensaje de este domingo puede centrarse en estos aspectos:

1. La revelación de Dios en la historia bíblica que prepara la revelación de Jesucristo “Dios con nosotros”

2. La confesión cristiana en la divinidad de Jesucristo implica buscar el rostro de Dios en los rostros humanos

3. El tema de la fe cristiana como seguimiento de Jesucristo que por llevar a cabo en este mundo el reino de Dios o la fraternidad, elige no la lógica del poder que se impone por la fuerza, sino camino del amor que incluye también el sufrimiento.


ESTUDIO BÍBLICO

La Transfiguración: una experiencia intensa de Dios

Las lecturas de este segundo domingo de Cuaresma están enmarcadas en unos simbolismos que son propios de unos tiempos lejanos, donde lo religioso, lo legendario, lo mítico y lo real se dan cita en la búsqueda constante por el sentido de la vida, por el futuro y por aquellos aspectos que nos trascienden, que van más allá de lo que cada día sentimos y vivimos.

Iª Lectura: Génesis (15,5-18): Promesa y Alianza  a los que se fían de Dios

I.1. En esta lectura de hoy se nos presenta a Abrahán al que se le da a contar las estrellas del cielo para significar que todos los que se fíen de Dios serán su pueblo, su familia. Eso es lo que se quiere representar muy especialmente y ese es el sentido de la “alianza” que Dios hace con él. La narración es muy del estilo bíblico, recuerda incluso la revelación de Yahvé en el Éxodo, pero aplicada a Abrahán llamándolo desde su tierra babilónica. El drama del padre del pueblo lo resuelve Dios prometiéndole alianza, y en ella, un hijo, porque la alianza no puede perdurar sino de generación en generación. Es un relato ancestral en algunos aspectos, pero actualizado con el tema del compromiso de Dios por medio del berit (alianza). La teología se impone, desde luego, a la narrativa, en todos los aspectos. La “intriga” del relato se resuelve en promesa; la angustia del padre creyente encuentra en Dios lo que la vida de cada día no le ofrece: un hijo, un futuro, un nombre de generación en generación.

I.2. Algunos elementos de esta narración solamente pueden ser del narrador creyente, el elohista, (aunque los vv. 5-6 sean de la tradición yahvista) que adelanta en Abrahán una experiencia y un sentido de lo religioso que es muy posterior en Israel. Otro texto de la alianza con Abrahán lo tenemos en Gn 17 (pero este relato es de la tradición sacerdotal). Abrahán no podía ser tan definidamente “monoteísta”, pero eso no quiere decir que el relato no tenga todos los ingredientes religiosos de la antigüedad para poner de manifiesto que en la vida lo religioso cuenta mucho. La fe tiene que ver con el ser humano y con el misterio de la vida y de la descendencia. El hombre no puede darse un futuro por sus propias fuerzas. Abrahán, desde su religión de dioses o Dios familiar no le queda más que contemplar las estrellas; es un signo de que Alguien conduce nuestra existencia. Bajo el símbolo del animal dividido, en rito ancestral, pasa Dios bajo el símbolo de la brasa encendida.

I.3. Vemos, en nuestra lectura, una iniciativa exclusivamente divina, es, lo que se ha llamado un compromiso “unilateral” de Dios; aunque bien es verdad que se cuenta con la confianza (emunah) del padre del pueblo. La teología de la alianza, como sabemos, es determinante en el pueblo bíblico, y aunque la alianza más originaria es la del Sinaí, para sellar la liberación de Egipto, tampoco podía faltar un signo que expresara la alianza y el compromiso de Dios con el padre de un pueblo de creyentes. Así lo verá muy acertadamente San Pablo en su carta a los Gálatas (Gal 3) cuando considera que las promesas que se hicieron a Abrahán se cumplen cuando todos los hombres, judíos o paganos, puedan formar parte de ese pueblo, sencillamente por la fe en Dios, como Abrahán.

IIª Lectura: Filipenses (3,17-4,1): La Transfiguración de Pablo por la cruz

II.1. Nuestra lectura tiene unas resonancias bien características: Pablo invita a la comunidad a que sea imitadora de sus sentimientos, y no seguidora de sus adversarios, que son enemigos de la cruz de Cristo. Porque es la cruz de Cristo, a pesar de su aparente fracaso, lo único que nos garantiza una vida verdadera, una vida que va más allá de la muerte, y que nos hará ciudadanos del cielo. El Dios de la cruz es el único que puede transformar nuestra historia, nuestros anhelos, nuestros fracasos, nuestra debilidad en un grito de libertad y de vida más allá de esta historia, porque es el único Dios que se ha comprometido con la humanidad.

Evangelio: Lucas (9,28-36):  La Transfiguración desde la oración

III.1. ¿A dónde nos lleva el evangelio de hoy? Si seguimos el texto en sus inicios: subió al monte a orar. Esto es muy propio de Lucas y siempre en momentos importantes de la vida de Jesús. No hay nombre para el monte en ninguno de los evangelistas (cf Mt 17,1-9; Mc 9,2-10). El evangelista Lucas, a su manera, quiere asomarnos, por un pequeño instante, con los discípulos, a esa vida que no está limitada por nada ni por nadie. Quien escucha, hoy, en este domingo de Cuaresma, este pasaje del evangelio quedará sorprendido, porque no le será fácil entender todo lo que en él acontece. Pero debemos pensar que Lucas, recogiendo la tradición de Marcos, que es el primer evangelista que la asumió de otros, sabe que en su comunidad habrá dificultades para entenderla. De todas formas ha limado un poco su lenguaje y su intención catequética. La Transfiguración es una escena llena de contenidos simbólicos. Es como un respiro que Dios le concede a Jesús en su camino hacia Jerusalén, hacia la pasión y la muerte, con objeto de que alcance a experimentar un previamente la meta. Solo desde la oración, entiende Lucas, es posible vislumbrar lo que sucede en el alma de Jesús. Ese coloquio que Jesús mantiene con los personajes del Antiguo Testamento, Moisés y Elías, representan la Ley y los Profetas y con ellos se entabla un diálogo en profundidad sobre su “partida” (éxodo), sobre su futuro, en definitiva, sobre su muerte.

III.2. La Transfiguración, pues, quiere ser una preparación para la hora tan decisiva que le espera a Jesús. Los discípulos más conocidos acompañan a Jesús en este momento, como sucederá también en el relato de Getsemaní, en el momento de la pasión, pero tanto aquí como allí, el verdadero protagonista es Jesús, porque es él quien afronta las consecuencias de su vida y del evangelio que ha predicado. No obstante, aquí los discípulos se ven envueltos en una experiencia profunda, trascendente, que les hace evadirse de toda realidad. Dos personajes, Moisés y Elías, que subieron cada uno en su momento al Sinaí para encontrarse con Dios, ahora se hacen testigos de esta experiencia. La presencia de estos personajes “adorna” la escena, pero no la llenan. En realidad la escena se llena de contenido con la voz divina que proclama algo extraordinario. Quien está allí es alguien más importante de Moisés y Elías, la Ley y los Profetas ¡que ya es decir! En realidad la escena se configura sencillamente con un “hombre” que ora intensamente a Dios para que no le falten las fuerzas en su “éxodo”, en su ida a Jerusalén. Todo en un monte que no tiene nombre y que no hay que buscarlo, aunque la tradición posterior haya designado el Tabor.

III.3. Todo ha sucedido, según san Lucas, “mientras oraba”. Esto es especialmente significativo. Estas cosas intensas, espirituales, transformadoras, no pueden ocurrir más que en la otra dimensión humana. Es la dimensión en la que se revela que, sin embargo, el Hijo de Dios está allí. Los discípulos han vivido algo intenso, algo que no se esperaban (aunque de ellos no se dice que oren y esa es una diferencia digna de tener en cuenta); pero Jesús, que ha vivido esta experiencia más intensamente que ellos, sin embargo, sabe que debe bajar del monte misterioso de la Transfiguración para seguir su camino, para acercarse a los necesitados, para dar de beber a los sedientos y de comer a los hambrientos la palabra de vida. Su “éxodo” no puede ser como le hubiera gustado a Pedro, a sus discípulos, que pretenden quedarse allí instalados. Queda mucho por hacer, y dejar huérfanos a los hombres que no han subido a las alturas espirituales y misteriosas de la Transfiguración, sería como abandonar su camino de profeta del Reino de Dios. Probablemente Jesús vivió e hizo vivir a los suyos experiencias profundas; la de la transfiguración que se describe aquí puede ser una de ellas, pero siempre estuvo muy cerca de las realidades más cotidianas. No obstante, ello le valió para ir vislumbrando, como profeta, que tenía que llegar hasta dar la vida por el Reino. (Fray Miguel de Burgos Núñez O. P.).



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