miércoles, 6 de abril de 2016

DOMINGO 3º DE PASCUA


Apacienta mis ovejas

A ningún seguidor de Jesús se le ahorra el proceso de maduración en la fe, que conlleva necesariamente una dimensión evangelizadora: ¡Ay de mí si no evangelizara! (1 Cor 9,16). Fue el recorrido que hicieron aquellos primeros discípulos, en cuyo espejo nos gustaría vemos reflejados. ¿Lograremos un día, como el apóstol Pedro, fortalecer y confirmar la fe que profesamos? Tu sígueme. Lo demás se te dará por añadidura.

DIOS NOS HABLA. CONTEMPLAMOS SU PALABRA.

I LECTURA

El anuncio se hace en el Templo y por las casas. El Templo era el centro de la vida religiosa, y en sus patios se juntaba la gente a debatir sobre la Ley de Moisés y a hablar de su fe. Las casas son los recintos donde se vive lo cotidiano y familiar, se comparte con los conocidos y se los invita a pasar un rato y charlar. Así, en el Templo y en las casas, en el centro y en la periferia, donde la gente reza y vive, resuena el anuncio del Evangelio.

Lectura de los Hechos de los Apóstoles 5, 27-32. 40b-41

Cuando los Apóstoles fueron llevados al Sanedrín, el Sumo Sacerdote les dijo: “Nosotros les habíamos prohibido expresamente predicar en ese Nombre, y ustedes han llenado Jerusalén con su doctrina. ¡Así quieren hacer recaer sobre nosotros la sangre de ese hombre!”. Pedro, junto con los Apóstoles, respondió: “Hay que obedecer a Dios antes que a los hombres. El Dios de nuestros padres ha resucitado a Jesús, al que ustedes hicieron morir suspendiéndolo del patíbulo. A él, Dios lo exaltó con su poder, haciéndolo Jefe y Salvador, a fin de conceder a Israel la conversión y el perdón de los pecados. Nosotros somos testigos de estas cosas, nosotros y el Espíritu Santo que Dios ha enviado a los que le obedecen”. Después de hacerlos azotar, les prohibieron hablar en el nombre de Jesús y los soltaron. Los Apóstoles, por su parte, salieron del Sanedrín, dichosos de haber sido considerados dignos de padecer por el Nombre de Jesús.
Palabra de Dios.

Sal 29, 2. 4-6. 11-12a. 13b

R. Yo te glorifico, Señor, porque tú me libraste.

Yo te glorifico, Señor, porque tú me libraste y no quisiste que mis enemigos se rieran de mí. Tú, Señor, me levantaste del Abismo y me hiciste revivir, cuando estaba entre los que bajan al sepulcro. R.

Canten al Señor, sus fieles; den gracias a su santo Nombre, porque su enojo dura un instante, y su bondad, toda la vida: si por la noche se derraman lágrimas, por la mañana renace la alegría. R.

“Escucha, Señor, ten piedad de mí; ven a ayudarme, Señor”. Tú convertiste mi lamento en júbilo. ¡Señor, Dios mío, te daré gracias eternamente! R.
  
II LECTURA

Jesucristo ya ha pasado de esta vida terrenal a la celestial para recibir la honra que merece. El texto del Apocalipsis nos muestra la fiesta eterna del cielo, donde todo será alabanza. Con esta visión, este libro nos exhorta a alabar.

Lectura del libro del Apocalipsis 5, 11-14

Yo, Juan, oí la voz de una multitud de Ángeles que estaban alrededor del trono, de los Seres Vivientes y de los Ancianos. Su número se contaba por miles y millones, y exclamaban con voz potente: “El Cordero que ha sido inmolado es digno de recibir el poder y la riqueza, la sabiduría, la fuerza y el honor, la gloria y la alabanza”. También oí que todas las criaturas que están en el cielo, sobre la tierra, debajo de ella y en el mar, y todo lo que hay en ellos, decían: “Al que está sentado sobre el trono y al Cordero, alabanza, honor, gloria y poder, por los siglos de los siglos”. Los cuatro Seres Vivientes decían: “¡Amén!”, y los Ancianos se postraron en actitud de adoración.
Palabra de Dios.

ALELUYA      
Aleluya. Resucitó Cristo, que creó todas las cosas y tuvo misericordia de su pueblo. Aleluya.

EVANGELIO

Ezequiel había profetizado que, en los tiempos mesiánicos, los pescadores recogerían redes llenas de peces que no se romperían (cf. Ez 47). En esta gran pesca, Jesús trae esta abundancia de vida a su comunidad, tal como había dicho: “Vine para que tengan vida en abundancia”. Y la red intacta, sin fisuras, puede convertirse en la figura de la unidad de la Iglesia, donde estemos todos los discípulos y no se pierda ni uno solo.

Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Juan 21, 1-19

Jesús resucitado se apareció otra vez a los discípulos a orillas del mar de Tiberíades. Sucedió así: estaban juntos Simón Pedro, Tomás, llamado el Mellizo, Natanael, el de Caná de Galilea, los hijos de Zebedeo y otros dos discípulos. Simón Pedro les dijo: “Voy a pescar”. Ellos le respondieron: “Vamos también nosotros”. Salieron y subieron a la barca. Pero esa noche no pescaron nada. Al amanecer, Jesús estaba en la orilla, aunque los discípulos no sabían que era él. Jesús les dijo: “Muchachos, ¿tienen algo para comer?”. Ellos respondieron: “No”. Él les dijo: “Tiren la red a la derecha de la barca y encontrarán”. Ellos la tiraron y se llenó tanto de peces que no podían arrastrarla. El discípulo al que Jesús amaba dijo a Pedro: “¡Es el Señor!”. Cuando Simón Pedro oyó que era el Señor, se ciñó la túnica, que era lo único que llevaba puesto, y se tiró al agua. Los otros discípulos fueron en la barca, arrastrando la red con los peces, porque estaban sólo a unos cien metros de la orilla. Al bajar a tierra vieron que había fuego preparado, un pescado sobre las brasas y pan. Jesús les dijo: “Traigan algunos de los pescados que acaban de sacar”. Simón Pedro subió a la barca y sacó la red a tierra, llena de peces grandes: eran ciento cincuenta y tres y, a pesar de ser tantos, la red no se rompió. Jesús les dijo: “Vengan a comer”. Ninguno de los discípulos se atrevía a preguntarle: “¿Quién eres?”, porque sabían que era el Señor. Jesús se acercó, tomó el pan y se lo dio, e hizo lo mismo con el pescado. Ésta fue la tercera vez que Jesús resucitado se apareció a sus discípulos. Después de comer, Jesús dijo a Simón Pedro: “Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que éstos?”. Él le respondió: “Sí, Señor, tú sabes que te quiero”. Jesús le dijo: “Apacienta mis corderos”. Le volvió a decir por segunda vez: “Simón, hijo de Juan, ¿me amas?”. Él le respondió: “Sí, Señor, sabes que te quiero”. Jesús le dijo: “Apacienta mis ovejas”. Le preguntó por tercera vez: “Simón, hijo de Juan, ¿me quieres?”. Pedro se entristeció de que por tercera vez le preguntara si lo quería, y le dijo: “Señor, tú lo sabes todo; sabes que te quiero”. Jesús le dijo: “Apacienta mis ovejas. Te aseguro que cuando eras joven, tú mismo te vestías e ibas a donde querías. Pero cuando seas viejo, extenderás tus brazos, y otro te atará y te llevará a donde no quieras”. De esta manera, indicaba con qué muerte Pedro debía glorificar a Dios. Y después de hablar así, le dijo: “Sígueme”.
Palabra del Señor.

O bien, más breve:

Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Juan 21, 1-14.

Jesús resucitado se apareció otra vez a los discípulos a orillas del mar de Tiberíades. Sucedió así: estaban juntos Simón Pedro, Tomás, llamado el Mellizo, Natanael, el de Caná de Galilea, los hijos de Zebedeo y otros dos discípulos. Simón Pedro les dijo: “Voy a pescar”. Ellos le respondieron: “Vamos también nosotros”. Salieron y subieron a la barca. Pero esa noche no pescaron nada. Al amanecer, Jesús estaba en la orilla, aunque los discípulos no sabían que era él. Jesús les dijo: “Muchachos, ¿tienen algo para comer?”. Ellos respondieron: “No”. Él les dijo: “Tiren la red a la derecha de la barca y encontrarán”. Ellos la tiraron y se llenó tanto de peces que no podían arrastrarla. El discípulo al que Jesús amaba dijo a Pedro: “¡Es el Señor!”. Cuando Simón Pedro oyó que era el Señor, se ciñó la túnica, que era lo único que llevaba puesto, y se tiró al agua. Los otros discípulos fueron en la barca, arrastrando la red con los peces, porque estaban sólo a unos cien metros de la orilla. Al bajar a tierra vieron que había fuego preparado, un pescado sobre las brasas y pan. Jesús les dijo: “Traigan algunos de los pescados que acaban de sacar”. Simón Pedro subió a la barca y sacó la red a tierra, llena de peces grandes: eran ciento cincuenta y tres y, a pesar de ser tantos, la red no se rompió. Jesús les dijo: “Vengan a comer”. Ninguno de los discípulos se atrevía a preguntarle: “¿Quién eres?”, porque sabían que era el Señor. Jesús se acercó, tomó el pan y se lo dio, e hizo lo mismo con el pescado. Ésta fue la tercera vez que Jesús resucitado se apareció a sus discípulos.
Palabra del Señor.

MEDITAMOS LA PALABRA DE DIOS.

Reconocimiento

Quedaba atrás aquel día en el que unos pescadores, dejando las redes a orillas del lago de Genesaret, habían decidido seguir tras la llamada de Jesús atraídos por su reclamo. Ahora, aunque en el mismo escenario del lago, sus sensaciones eran muy diferentes. Recordaban sin duda su desbandada y dispersión tras el prendimiento del Maestro. Habían mascado el fracaso de la Cruz. Estaban de vuelta. Eso sí, al menos se habían reagrupado, volvían a reencontrarse en su trabajo de siempre. Eran momentos de reconsiderar, de reorientar y de recomenzar sus vidas. ¡Qué difícil resultaba todo ahora, sin la presencia de aquel en quien habían puesto toda su confianza! La dura brega de una noche sin pescar nada, la red vacía…, lo decía todo.

Ahora bien, Dios aprieta pero no ahoga. El mismo Jesús que había degustado en su pasión el sabor amargo del abandono y de la soledad infinita y que había sido resucitado y revalidado en su misión por su Padre Dios, salía de nuevo al encuentro de los suyos para curar sus heridas recordándoles aquella su primera llamada en este mismo lugar: Echad la red a la derecha de la barca y encontraréis. Ante la asombrosa redada de peces, fue el discípulo amado -el mismo que a instancias de Pedro había mediado ante Jesús en la última Cena para reconocer al traidor (Jn 13, 25)- el que desvelaba ahora a Pedro el misterio de cuanto estaba aconteciendo: Es el Señor. La pincelada teológica del evangelista lo dice todo: era al amanecer, renacía de nuevo la esperanza perdida.

Reencuentro y misión

La reacción de Pedro no se dejó esperar. No dudó un instante en lanzarse al agua buscando la orilla para reencontrarse con Jesús. Allí les esperaba una vez más su confidente con la mesa preparada al calor de las brasas. ¿Nuevos recuerdos para Pedro? En Jn 18, 18 leemos: “cuando Jesús entró en el atrio del sumo sacerdote para ser interrogado, los siervos y los guardias tenían unas brasas encendidas porque hacía frío, y, junto con ellos, estaba también Pedro calentándose”. Era el frío gélido de quien había renegado de su Maestro.

La Cena de la traición recuperaba en esta nueva escena el calor del amor incondicional, de la fiel amistad, de la acogida fraterna. Era el mismo Jesús quien les invitaba a degustar de la copiosa redada: Venid y comed… Y tomando el pan, se lo da; y de igual modo el pez. Nadie se atrevió a decir nada, pues todos le habían reconocido en la pesca milagrosa. Era la señal del reencuentro. Había que celebrarlo en silencio, con la emoción entrecortada de quien es incapaz de articular palabra alguna. Desde entonces y para siempre, el pan y el pez serán para los creyentes el signo eucarístico de la presencia sacramental del Resucitado.

Escarbando en el rescoldo de las cenizas, Jesús volvía a encender en sus discípulos la llama de una fe acrisolada por la prueba. Una fe llamada a crecer y fortalecerse en el testimonio generoso de la misión tal como el mismo Jesús les había enseñado: Yo soy el Buen Pastor y he venido para que las ovejas tengan vida en abundancia (Jn 10,10).

Apacienta mis ovejas

El evangelio de hoy evoca aquella otra escena de la vocación de los cuatro primeros discípulos, en la que, también después de una copiosa pesca, Pedro, asombrado y anonado, exclama: Aléjate de mí, Señor, que soy un hombre pecador. A pesar de todo, y aún a sabiendas de que un día le negaría, Jesús confía en él: No temas. Desde ahora serás pescador de hombres (Lc 5,1-11).

Por eso, en estos momentos, después de haberle negado tres veces, serán otras tantas las que habrá que responder a la pregunta del Señor: Pedro, ¿me amas? Pues, siendo así, apacienta mis ovejas. Es la propia misión apostólica la que le irá confirmando día a día en su vocación: yo he rogado por ti, para que tu fe no desfallezca. Y tú, cuando hayas vuelto, confirma a tus hermanos (Lc 22,32).

El sígueme final del relato no tenía ya para Pedro las mismas connotaciones de aquella primera llamada a orillas del lago de Galilea. A ejemplo del Maestro, estaba dispuesto a sellar su misión con el martirio.

ESTUDIO BÍBLICO

La Resurrección desde la experiencia del amor

Iª Lectura: Hechos (5,27-32.40-41): Testigos: El Espíritu y la Comunidad

I.1. La primera lectura nos presenta el discurso de defensa que Pedro hace ante el Sanedrín judío, que ha comenzado a perseguir a los primeros cristianos, después que los saduceos y las clases sacerdotales (los verdaderos responsables también de la condena de Jesús) se han percatado de que lo que el Nazareno trajo al pueblo no lo habían logrado hacer desaparecer con su muerte. Los discípulos, que comenzaron tímidamente a anunciar el evangelio, van perdiendo el miedo y están dispuestos a dar razón de su fe y de su nuevo modo de vida. Fueron encarcelados y lograron su libertad misteriosamente.

I.2. Para dar razón de su fe, de nuevo, recurren al kerygma que anuncia con valentía la muerte y la resurrección de Jesús, con las consecuencias que ello supone para los responsables judíos que quisieron oponerse a los planes de Dios. La resurrección, pues, no es ya solamente que Jesús ha resucitado y ha sido constituido Salvador de los hombres, sino que “implica” también que su causa continúa adelante por medio de sus discípulos que van comprendiendo mucho mejor lo que el Maestro les enseñó. Esta es una expresión que ha marcado algunas de las interpretaciones sobre el acontecimiento y que no ha sido admitida. Pero en realidad se debe tomar en consideración.

I.3. No podemos centrarnos solamente en el “hecho” de la resurrección en la persona de Jesús, sino que también debemos considerar que la resurrección de Jesús cambia la vida y el horizonte de sus discípulos. Y esto es muy importante igualmente, ya que sin ello, si bien se proclame muchas veces que “Jesús ha sido resucitado” no se hubiera ido muy lejos. Es decir, la resurrección de Jesús también da una identidad definitiva a la comunidad cristiana. Ahora la causa de Jesús les apasiona, les fascina, y logran dar un sentido a su vida, que es, fundamentalmente, “anunciar el evangelio”.

IIª Lectura: Apocalipsis (5,11-14): Liturgia pascual en el cielo

II.1. La segunda lectura nos narra una segunda visión del iluminado de Patmos, en la que se adentra en el santuario celeste (una forma de hablar de una experiencia intensa de lo divino y de la salvación) donde está Dios y donde aparece una figura clave del Apocalipsis: el cordero degollado, que es el Señor crucificado, aunque ya resucitado. Con él estaba toda la plenitud de la vida y del poder divino, como lo muestra el número siete: siete cuernos y siete espíritus.

II.2. La visión, pues, es la liturgia cósmica (en realidad todo el libro del Apocalipsis es una liturgia) del misterio pascual, la celebración y aclamación del misterio de la muerte y resurrección del Señor. Toda la liturgia cristiana celebra ese misterio pascual y por medio de la liturgia los hombres nos trasladamos a aquello que no se puede expresar más que en símbolos. Pero para celebrar y vivir lo que se ha hecho por nosotros.

Evangelio: Juan (21,1-19): La Resurrección, experiencia de amor

III.1. El evangelio de este domingo, como todo Jn 21, es muy probablemente un añadido a la obra cuando ya estaba terminada. Pero procede de la misma comunidad joánica, pues contiene su mismo estilo, lenguaje y las mismas claves teológicas. El desplazamiento de Jerusalén al mar de Tiberíades nos sitúa en un clima anterior al que les obligó a volver a Jerusalén después de los acontecimientos de la resurrección. Quiere ser una forma de resarcir a Pedro, el primero de los apóstoles, de sus negaciones en el momento de la Pasión. Es muy importante que el “discípulo amado”, prototipo del seguidor de Jesús hasta el final en este evangelio, detecte la presencia de Jesús el Señor y se lo indique así a los demás. Es un detalle que no se debe escapar, porque como muchos especialistas leen e interpretan, no se trata de una figura histórica, ni del autor del evangelio, sino de esa figura prototipo de fe y confianza para aceptar todo lo que el Jesús de San Juan dice en este escrito maravilloso.

III.2. Pedro, al contrario que en la Pasión, se tira al agua, “a su encuentro”, para arrepentirse por lo que había oscurecido con sus negaciones. Parece como si todo Jn 21 hubiera sido escrito para reivindicar a Pedro; es el gran protagonista, hasta el punto de que él sólo tira de la red llena de lo que habían pescado para dar a entender cómo está dispuesto ahora a seguir hasta el final al Señor. Pero no debemos olvidar que es el “discípulo amado” (v. 7) el que delata o revela situación. Si antes se ha hablado de los Zebedeos, no quiere decir que en el texto “el discípulo amado” sea uno de ellos. Es el discípulo que casi siempre acierta con una palabra de fe y de confianza. Es el que señala el camino, el que descubre que “es el Señor”. Y entonces Pedro… se arroja.

III.3. El relato nos muestra un cierto itinerario de la resurrección, como Lucas 24,13-35 con los discípulos de Emaús. Ahora las experiencias de la resurrección van calando poco a poco en ellos; por eso no se les ocurrió preguntar quién era Jesús: reconocieron enseguida que era el Señor que quería reconducir sus vidas. De nuevo tendrían que abandonar, como al principio, las redes y las barcas, para anunciar a este Señor a todos los hombres. También hay una “comida”, como en el caso de Lc 24,13ss, que tiene una simbología muy determinada: la cena, la eucaristía, aunque aquí parezca que es una comida de “verificación” de que verdaderamente era el Señor resucitado. Probablemente el relato de Lc 24 es más conseguido a nivel literario y teológico. En todo caso los discípulos descubrieron al Señor como el resucitado por ciertos signos que habían compartido con El.

III.4. Todo lo anterior, pues, prepara el momento en que el Señor le pide a Pedro el testimonio de su amor y su fidelidad, porque a él le debe encomendar la responsabilidad de la primera comunidad de discípulos. Pedro, pues, se nos presenta como el primero, pero entendido su “primado” desde la experiencia del amor, que es la experiencia base de la teología del evangelio de Juan. Las preguntas sobre el amor, con el juego encadenado entre los verbos griegos fileô y agapaô (amar, en ambos casos) han dado mucho que hablar. Pero por encima de todo, estas tres interpelaciones a Pedro sobre su amor recuerdan necesariamente las tres negaciones de la Pasión (Jn 18,17ss). Con esto reivindica la tradición joánica al pescador de Galilea. Sus negaciones, sus miserias, su debilidad, no impiden que pueda ser el guía de la comunidad de los discípulos. No es el discípulo perfecto (eso para el evangelio joánico es el “discípulos amado”), pero su amor al Señor ha curado su pasado, sus negaciones. En realidad, en el evangelio de Juan todo se cura con el amor. Y esta, pues, es una experiencia fundamental de la resurrección, porque en Tiberíades, quien se hacen presente con sus signos y pidiendo amor y dando amor, es el Señor resucitado. (Fray Miguel de Burgos Núñez, O.P.).


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