domingo, 17 de abril de 2016

DOMINGO 4º DE PASCUA


Yo doy la vida eterna

Los relatos bíblicos de estos domingos de Pascua están tomados del evangelio de San Juan. En ellos Jesús sigue presentándose como un pastor muy peculiar: no sólo cuida de las ovejas, les da la vida. Y una vida eterna. Para Juan los términos “vida” y “vida eterna” son prácticamente idénticos porque el creyente en el Resucitado ha entrado en una existencia nueva en la que nada ni nadie se pierde y todo cobra un nuevo sentido. Jesús vino al mundo para que los humanos tuviéramos vida y la tuviéramos en abundancia.

Esta vida que regala el Señor desarrolla su dinamismo desde la Palabra. Lucas, en el Libro de los Hechos, de donde está tomada la primera lectura, evoca esta fuerza vivificadora de la palabra de Dios. Puede ser rechazada, si cerramos los oídos y corazones como quienes se enfrentaron a la evangelización de Pablo y Bernabé. Pero es causa de alegría y acción de gracias para quienes la reciben.

La vida de los salvados se describe elocuentemente en el Apocalipsis, de donde se toma la segunda lectura. Es una vida sin dolores y sin lágrimas que discurre en el frescor de las fuentes de aguas vivas, un paraje renovado al que nos conduce el Señor Resucitado.

DIOS NOS HABLA. CONTEMPLAMOS SU PALABRA

I LECTURA

La reacción de los judíos confirma a Pablo la misión de predicar a los gentiles, que Dios le había encomendado. A pesar de ello, él nunca dejará de buscar que el pueblo de Israel acepte a Jesús como el Mesías anunciado por los profetas

Lectura de los Hechos de los Apóstoles 13, 14. 43-52

En aquellos días, Pablo y Bernabé continuaron su viaje, y de Perge fueron a Antioquía de Pisidia. El sábado entraron en la sinagoga y se sentaron. Cuando se disolvió la asamblea, muchos judíos y prosélitos que adoraban a Dios siguieron a Pablo y a Bernabé. Estos conversaban con ellos, exhortándolos a permanecer fieles a la gracia de Dios. Casi toda la ciudad se reunió el sábado siguiente para escuchar la Palabra de Dios. Al ver esa multitud, los judíos se llenaron de envidia y con injurias contradecían las palabras de Pablo. Entonces Pablo y Bernabé, con gran firmeza, dijeron: “A ustedes debíamos anunciar en primer lugar la Palabra del Señor, pero ya que la rechazan y no se consideran dignos de la Vida eterna, nos dirigimos ahora a los paganos. Así nos ha ordenado el Señor: ‘Yo te he establecido para ser la luz de las naciones, para llevar la salvación hasta los confines de la tierra’”. Al oír esto, los paganos, llenos de alegría, alabaron la Palabra de Dios, y todos los que estaban destinados a la Vida eterna abrazaron la fe. Así la Palabra del Señor se iba extendiendo por toda la región. Pero los judíos instigaron a unas mujeres piadosas que pertenecían a la aristocracia y a los principales de la ciudad, provocando una persecución contra Pablo y Bernabé, y los echaron de su territorio. Estos, sacudiendo el polvo de sus pies en señal de protesta contra ellos, se dirigieron a Iconio. Los discípulos, por su parte, quedaron llenos de alegría y del Espíritu Santo.
Palabra de Dios.

SALMO 99, 1b-3. 5

R. Somos su pueblo y ovejas de su rebaño.

Aclame al Señor toda la tierra, sirvan al Señor con alegría, lleguen hasta él con cantos jubilosos. R.

Reconozcan que el Señor es Dios: Él nos hizo y a él pertenecemos; somos su pueblo y ovejas de su rebaño. R.

¡Qué bueno es el Señor! Su misericordia permanece para siempre, y su fidelidad por todas las generaciones. R.

II LECTURA

Esta gente viene del dolor, del llanto, con sus vidas destrozadas y el alma sufriente. Y son recibidos por Dios con amor, ternura y misericordia. El Padre recibe a los que sufren, quienes ya no padecerán por nada más porque ya están en su regazo.

Lectura del libro del Apocalipsis 7, 9. 14b-17

Yo, Juan, vi una enorme muchedumbre, imposible de contar, formada por gente de todas las naciones, familias, pueblos y lenguas. Estaban de pie ante el trono y delante del Cordero, vestidos con túnicas blancas; llevaban palmas en la mano. Y uno de los Ancianos me dijo: “Estos son los que vienen de la gran tribulación; ellos han lavado sus vestiduras y las han blanqueado en la sangre del Cordero. Por eso están delante del trono de Dios y le rinden culto día y noche en su Templo. El que está sentado en el trono extenderá su carpa sobre ellos: nunca más padecerán hambre ni sed, ni serán agobiados por el sol o el calor. Porque el Cordero que está en medio del trono será su Pastor y los conducirá hacia los manantiales de agua viva. Y Dios secará toda lágrima de sus ojos”.
Palabra de Dios.

ALELUYA        Jn 10, 14

Aleluya. “Yo soy el buen Pastor: conozco a mis ovejas, y mis ovejas me conocen a mí”, dice el Señor. Aleluya.

EVANGELIO

En nuestro interior, reconocemos la voz del Señor. No se trata de una voz que se escucha con el oído, sino que se siente con el espíritu. Es la voz que nos ha dado el ser, que nos dio la vida. Y hoy Dios nos vuelve a llamar para que por fin pongamos nuestra vida en sus manos.

Ë Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Juan 10, 27-30

Jesús dijo: “Mis ovejas escuchan mi voz, yo las conozco y ellas me siguen. Yo les doy Vida eterna: ellas no perecerán jamás y nadie las arrebatará de mis manos. Mi Padre, que me las ha dado, es superior a todos y nadie puede arrebatar nada de las manos de mi Padre. El Padre y yo somos una sola cosa”.
Palabra del Señor.

MEDITAMOS LA PALABRA DE DIOS

Oyentes de su palabra

Es casi un tópico decir que los humanos vivimos actualmente envueltos en mensajes. Casi todos ellos prometen algo que mejora la vida, la hace más confortable, e incluso más compartida. No obstante, siempre logramos desprendernos de la sospecha de que tales mensajes esconden confusos intereses, no siempre confesables.

Y es que la palabra, ese instrumento tan propio de los humanos, es ambigua: trasmite la verdad o la oculta, nos acerca o nos distancia, nos conforta o nos debilita. Con la palabra nos ofertamos o nos vendemos, que no es lo mismo. Con ella construimos experiencias de humanización o las amenazamos. “Desarmar la palabra” fue una propuesta evangelizadora hace unos años en una campaña diocesana. Buen eslogan porque, como dice el canto, hay palabras que hieren.

Por eso hay en muchas personas un deseo de devolver a la palabra la sencillez, la sinceridad y la fuerza que tienen las palabras de Jesús. Su modo de hablar, con palabras, gestos y compromisos, conmovía a sus oyentes y dejaba intrigados a los más escépticos. Todo su ser y actuar era un lenguaje que revelaba una honda sabiduría. Esa que trasmite saber y da sabor a la vida.

Porque de eso se trata, de una palabra que dé vida, que ayude a vivir. De una palabra que genere cercanía y seguimiento más allá de las circunstancias concretas. Una palabra que proyecta la vida hacia el hoy de Dios, que es también nuestro mañana.

Una palabra que hace nuevas las cosas.

La Resurrección de Jesús ha introducido un nuevo elemento para comprender la vida y situarse en ella de una manera digna. No se trata de una mera continuidad, aunque mejorada, de lo que nos rodea y de nosotros mismos, Tampoco es un mero enriquecimiento de percepciones y matices, como el que nos ofrece una buena educación. Es algo más y algo nuevo: lo mortal revestido de inmortalidad (1 Co. 15, 53).

De esa honda transformación de la condición humana se hace eco el Apocalipsis, libro del que se toma la segunda lectura. Sabemos que es una obra escrita en tiempos de persecución y conflictividad, para mantener la esperanza de aquellas comunidades. La esperanza, que no es un refugio ilusorio en bellos sueños de futuro, sino una apuesta por la vida de resucitados que ya ha comenzado.

Las imágenes de la abundancia, del frescor y de las fuentes de agua viva, del cesar de las lágrimas…, son imágenes de la novedad del mundo en que se enmarca el hombre nuevo. No podemos vaciarlas de su poesía, pero tampoco de su realidad. ¿Qué quedaría del cristianismo sin la fe en la resurrección?

Esas imágenes no pretenden movernos a un pasivo abandono, sino animarnos a vivir escuchando la voz, la palabra del Señor, y a seguirle. Decidirnos a hacer también nosotros las cosas nuevas, y las maneras nuevas. Vivir el día a día siguiendo a Jesús, incorporando sus valores y sus apuestas a nuestras experiencias y compromisos. Seguir a Jesús es compartir su vida y su causa. Es adentrarse con Él en el Reino que, ciertamente no es de este mundo, pero que tiene que ver con lo que nos alegra y entristece en este mundo.

La palabra de Jesús en la palabra del Padre.

El evangelio de hoy termina con unas palabras de Jesús que merecen toda nuestra atención: Yo y el Padre somos uno.

Creer en el Resucitado es revisar críticamente las imágenes de Dios que hay en nuestro medio e incluso en nosotros mismos. Creemos en Dios, pero no en cualquier Dios. No creemos en el Dios que se distancia -un Dios altivo y perezoso- ni en el Dios que se inmiscuye -un Dios justiciero y metomentodo-. Creemos en el Dios de Jesús: el que se hizo hombre, el que pasó por el mundo como uno de tantos pero haciendo el bien, el que se conmovía ante la necesidad y el sufrimiento de las personas, el que comía con los pecadores y les perdonaba, el que sólo se indignaba ante la hipocresía y la dureza de corazón.

No hemos visto nunca a Dios, pero entrevemos su rostro en los gestos de Jesús. No hemos oído nunca a Dios, pero las palabras de Jesús reflejan su Palabra. Porque Jesús y el Padre son uno.

El Dios de Jesús supera a todas las experiencias e instancias en las que hombres y mujeres buscamos o ponemos la esperanza. No es que cuanto constituye nuestro mundo sea inconsistente y falso. Tiene su dignidad y capacidad para construirnos. Pero necesita un fundamento y un horizonte que le dé plenitud y así nuestra vida pueda ser en verdad una vida para siempre.


ESTUDIO BÍBLICO

El Buen Pastor es quien da la vida.

Iª Lectura: Hechos (13,43-52): La gracia de Dios es para todos los hombres

I.1. La primera lectura de este cuarto domingo de Pascua es la consecuencia de otro discurso axial, kerygmático, de los que aparecen frecuentemente en el libro de los Hechos. Pero esta vez es Pablo su artífice y ante un auditorio judío, pero con presencia de paganos que se habían hecho prosélitos o temerosos de Dios. Ya se han rotos las barreras fundamentales entre cristianismo y judaísmo. Los seguidores de Jesús han recibido un nombre nuevo, el de “cristianos”, en la gran ciudad de Antioquía de Siria, y esta comunidad ha delegado a Bernabé y Pablo para anunciar el evangelio entre los paganos.

I.2. Todavía son tímidas estas iniciativas, pero resultarán concluyentes. Ahora, en la otra Antioquía, en la de Pisidia, se nos ofrece un discurso típico (independientemente del de Pedro en casa de Cornelio, c. 10). El sábado siguiente, el número de paganos directos se acrecienta, y los judíos de la ciudad no lo podrán soportar. Sobre el texto de Is 49,6 se justifica que los cristianos proclamen el evangelio de la vida a aquellos que la buscan con sincero corazón. El evangelio es ese juicio crítico contra nuestras posturas enquistadas en privilegios que son signos de muerte más que caminos de vida. La consecuencia del primer discurso de Pablo en los Hechos de los Apóstoles no se hará esperar. El autor, Lucas, le ha reservado este momento en que ya se dejan claras ciertas posturas que han de confirmarse en Hch 15, sobre la aceptación definitiva de los paganos en el seno de la comunidad judeo-cristiana.

IIª Lectura: Apocalipsis (7,9.14-17): Dios enjugará las lágrimas de la muerte

II.1. La visión de este domingo, siguiendo el libro de Apocalipsis , no es elitista, es litúrgica, como corresponde al mundo simbólico, pero se reúnen todos los hombres de toda raza, lengua y lugar: son todos los que han vivido y han luchado por un mundo mejor, como hizo Jesucristo. Los vestidos blancos y la palma de la mano denotan vida tras las muerte violenta, como la victoria del mismo Señor resucitado.

II.2. Si en su vida cada uno pudo luchar por una causa, el iluminado de Patmos ve que ahora todos viven en comunión proclamando y alabando la causa del Señor Jesús como la suya propia. No habrá más hambre, ni sed, y todos beberán de la fuente de agua viva. Es toda una revelación de resurrección. Eso es lo que nos espera tras la muerte, por eso merece la pena luchar aquí por la causa de Jesús.

Evangelio: Juan (10,27-30): Dios da su vida a los hombres en Jesús

III.1. Siempre se ha considerado éste el domingo del Buen Pastor a causa del evangelio del día que habla de las ovejas, retomando el comienzo de Jn 10,1-10.. El texto del Apocalipsis que se ha leído como segunda lectura también apunta a este simbolismo. Está situado en el marco de la fiesta de la dedicación del Templo de Jerusalén y le acosan a preguntas sobre si es verdaderamente el Mesías. Jesús, aparentemente, no quiere contestar a esa pregunta intencionada, pero en realidad no desvía la cuestión, sino que les habla con un lenguaje más vivo, más radical y en consonancia con una forma de entender el mesianismo en clave distinta de los judíos.

III.2. No viene para ser un personaje nacionalista, sino aquél que sabe bien la necesidad que tienen los hombres de vida y de vida verdadera; de una forma nueva de comprender a Dios, y por ello va a dar la vida. Los judíos nunca esperaron un Mesías que sufriera y que fuera, por tanto, capaz de dar la vida como Jesús se empeña en hacer. El evangelio de Juan, pues, pretende desmontar una concepción equivocada de mesianismo y nos descubre la opción radical tomada por Jesús. El verdadero Mesías es el que sabe dar “la vida por las ovejas”, es decir, por el pueblo.

III.3. Esta polémica, pues, de Jesús con los judíos, revela el sentido ejemplar, global, del buen pastor, símbolo de la gracia y del juicio que se opera en el seno de su pueblo. La altura desde la que Juan nos presenta a Jesús, “uno con el Padre”, es una provocación teológica, sin duda; pero es una realidad incuestionable. Tenemos que reconocer que el Jesús histórico no habló así, de la forma que lo hace en Juan; ni siquiera hablaba de sí mismo, pero siempre de Dios y del Reino de Dios. Pero el evangelio de Juan tiene otro tono, menos histórico, aunque más teológico. No entramos en la cuestión de la conciencia personal de Jesús, no es el caso. Decir que “el Padre y yo somos uno” es alta cristología, sin duda. Pero es verdad que Jesús nos reveló al verdadero Dios, y es eso lo que le discuten los adversarios.

III.4. Es un escándalo, porque toda la vida de Jesús es un juicio contra los que pensaban que el mismo Dios debía ajustarse a su dogmática. Así, pues, lo que decide de un modo definitivo el sentido de este evangelio es la actitud que tenemos ante la verdad que Jesús propone: quien se encuentra de verdad con Él, se encuentra con Dios. Si Él escucha nuestras súplicas, Dios hace lo mismo. Si Él da la vida por nosotros, eso es lo que hace Dios por nosotros. No estamos ante una ficción teológica con estas palabras de Jesús, sino que estamos ante el “dador de vida”. (Fray Miguel de Burgos Núñez, O. P.).


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