domingo, 31 de julio de 2016

DOMINGO 18º DEL TIEMPO ORDINARIO


“Cuídense de toda avaricia”

En el evangelio de Lucas del domingo pasado, los discípulos pedían al Maestro que los enseñara a orar y poner la confianza en Dios; en este domingo de estío, cuando el descanso vacacional necesario para retomar fuerzas y volver después a los quehaceres de siempre, la Palabra de Dios nos hace una llamada: compartir con quienes carecen de lo necesario. Repartir la herencia entre hermanos, es algo común; pensar solo en uno mismo, por desgracia, más común aún.

“Hay quien trabaja con ciencia y acierto, y tiene que dejarle su porción a uno que no trabaja” (Ecl 2, 21)

Si a pesar de las cifras de las estadísticas, ¡cuántos hay que no encuentran trabajo! no se reparten las herencias, sino que se almacenan cosechas, se fomentan las desigualdades sociales, -que cada vez son mayores-, y en consecuencia hay menos ricos que son más ricos, y más pobres que les falta lo necesario para vivir. (Bauman). Propio del seguidor de Cristo es buscar la justa distribución del trabajo.

¡No se mientan unos a otros! (Col 3, 9)

¿Y la mentira? Es signo de la no presencia de Dios en nosotros. La Resurrección de Cristo es la verdad a la que estamos llamados y la verdad es andar en incorruptibilidad. Cuando el ser humano cae en cualquier clase de idolatría, bien sea humana, espiritual o religiosa, se convierte en el hombre viejo corruptible que lleva dentro y no deja lugar a que Cristo sea todo en todos. Fruto de esa vejez interior es amasar fortuna pensando solo en vivir para uno mismo.

DIOS NOS HABLA. ESCUCHAMOS SU PALABRA.

I LECTURA

El sabio llama vanidad a aquello que es ilusorio y que, por lo tanto, al final trae decepción. Su reflexión nos ayuda a discernir sobre nuestros trabajos y fatigas. ¿Qué objetivo perseguimos con ellos? Estas palabras nos hablan de la ambición mal encaminada, y quedan representadas con un ejemplo concreto en la parábola que narra Jesús.

Lectura del libro del Eclesiastés 1, 2; 2, 21-23

¡Vanidad, pura vanidad!, dice el sabio Cohélet. ¡Vanidad, pura vanidad! ¡Nada más que vanidad! Porque un hombre que ha trabajado con sabiduría, con ciencia y eficacia, tiene que dejar su parte a otro que no hizo ningún esfuerzo. También esto es vanidad y una grave desgracia. ¿Qué le reporta al hombre todo su esfuerzo y todo lo que busca afanosamente bajo el sol? Porque todos sus días son penosos, y su ocupación, un sufrimiento; ni siquiera de noche descansa su corazón. También esto es vanidad.
Palabra de Dios.

Salmo 89, 3-6. 12-14. 17

R. Señor, tú has sido nuestro refugio.

Tú haces que los hombres vuelvan al polvo, con sólo decirles: “Vuelvan, seres humanos”. Porque mil años son ante tus ojos como el día de ayer, que ya pasó, como una vigilia de la noche. R.

Tú los arrebatas, y son como un sueño, como la hierba que brota de mañana: por la mañana brota y florece, y por la tarde se seca y se marchita. R.

Enséñanos a calcular nuestros años, para que nuestro corazón alcance la sabiduría. ¡Vuélvete, Señor! ¿Hasta cuándo...? Ten compasión de tus servidores. R.

Sácianos en seguida con tu amor, y cantaremos felices toda nuestra vida. Que descienda hasta nosotros la bondad del Señor; que el Señor, nuestro Dios, haga prosperar la obra de nuestras manos. R.

II LECTURA

Cristo renueva nuestro ser. Nos hace hombres y mujeres nuevos, viviendo en la gracia. Si esta gracia divina nos inunda, ya no queda lugar para el pecado.
Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los cristianos de Colosas 3, 1-5. 9-11

Hermanos: Ya que ustedes han resucitado con Cristo, busquen los bienes del cielo donde Cristo está sentado a la derecha de Dios. Tengan el pensamiento puesto en las cosas celestiales y no en las de la tierra. Porque ustedes están muertos, y su vida está desde ahora oculta con Cristo en Dios. Cuando se manifieste Cristo, que es la esperanza de ustedes, entonces también aparecerán ustedes con él, llenos de gloria. Por lo tanto, hagan morir en sus miembros todo lo que es terrenal: la lujuria, la impureza, la pasión desordenada, los malos deseos y también la avaricia, que es una forma de idolatría. Tampoco se engañen los unos a los otros. Porque ustedes se despojaron del hombre viejo y de sus obras y se revistieron del hombre nuevo, aquel que avanza hacia el conocimiento perfecto, renovándose constantemente según la imagen de su Creador. Por eso, ya no hay pagano ni judío, circunciso ni incircunciso, bárbaro ni extranjero, esclavo ni hombre libre, sino sólo Cristo, que es todo y está en todos.
Palabra de Dios.

ALELUYA        Mt 5, 3

Aleluya. Felices los que tienen alma de pobres, porque a ellos les pertenece el Reino de los Cielos. Aleluya.

EVANGELIO

“El mensaje de la parábola está centrado en la frase: Necio, lo que has acumulado, ¿de quién será? El pasaje nos invita a confiar en Dios, nuestro Padre. El hombre ni siquiera puede asegurar completamente sus bienes. Por eso, su verdadera seguridad es la de sentirse en manos de Dios.

Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas 12, 13-21

Uno de la multitud dijo al Señor: “Maestro, dile a mi hermano que comparta conmigo la herencia”. Jesús le respondió: “Amigo, ¿quién me ha constituido juez o árbitro entre ustedes?”. Después les dijo: “Cuídense de toda avaricia, porque aun en medio de la abundancia, la vida de un hombre no está asegurada por sus riquezas”. Les dijo entonces una parábola: “Había un hombre rico, cuyas tierras habían producido mucho, y se preguntaba a sí mismo: “¿Qué voy a hacer? No tengo dónde guardar mi cosecha”. Después pensó: “Voy a hacer esto: demoleré mis graneros, construiré otros más grandes y amontonaré allí todo mi trigo y mis bienes, y diré a mi alma: Alma mía, tienes bienes almacenados para muchos años; descansa, come, bebe y date buena vida”. Pero Dios le dijo: “Insensato, esta misma noche vas a morir. ¿Y para quién será lo que has amontonado?”. Esto es lo que sucede al que acumula riquezas para sí, y no es rico a los ojos de Dios”.
Palabra del Señor.


MEDITAMOS LA PALABRA DE DIOS.

“Dile a mi hermano que reparta conmigo la herencia” (Lc 12, 13)

En tiempos de Jesús las capas sociales se iban separando cada vez más. Cosa no extraña para nosotros, ya en nuestra sociedad del siglo XXI, la pobreza va en aumento a costa de concentrar riqueza unos pocos. Resultado: menos ricos con más dinero y bienes, y más pobres, más empobrecidos, sin los necesario para vivir.

El cristiano que sigue las pautas del Maestro, está obligado a poner remedio a la escalada de separación diferenciadora de las capas sociales. Los habitantes del mundo estamos obligados a repartir la herencia de Dios Padre entre todos.

Los excluidos, los descartados (palabra muy usada hoy en día), los marginados, los inútiles, los expulsados del ciclo de salida de la pobreza, los invisibles a la economía y tantos otros, son aquellos a los que les ha arrebatado su parte de herencia del mundo el insensato rico.

La necedad del insensato, la del que solo sabe hacer monólogos y hablar en primera persona, le lleva únicamente a derribar almacenes y aumentar sus graneros como único fin último de su vida. No está dentro de su óptica la parte de herencia de sus trabajadores, de los excluidos, de los invisibles porque la palabra solidaridad, no la conoce.

Jesús en el evangelio de hoy, invita a no vivir pensando solamente en uno mismo, actitud propia del rico. La sensatez, la justicia, la solidaridad, y en último extremo la caridad serán razón de felicidad para uno y para los otros. La verdadera riqueza nace de la experiencia de Dios en cada uno.

Las riquezas endurecen el corazón y apartan de los hermanos. Es el peligro al que estamos expuestos si no vemos en el prójimo a Dios, “que hace salir el sol para buenos y malos” (Mt. 5, 45).

Si por ley natural la propiedad privada es legítima, ello no obsta que sea ampliada por la razón humana en beneficio de justicia social. El compromiso solidario de compartir es argumento de la recta razón. Quien no es solidario tiene el corazón encallecido y su razón enturbiada por el egoísmo devorador.

“Hay quien trabaja con ciencia y acierto, y tiene que dejarle su porción a uno que no trabaja” (Ecl 2, 21)

El verdadero discípulo de Jesús, no tiene que sentir vanidad ni sin sentido cuando deja parte de lo suyo para ayudar al que no trabaja. Quien trabaja con sabiduría (amasa riqueza) y comparte su labor con el que no tiene (que es el que amasa pobreza), vive con la alegría de quien invierte, cambia, la desigualdad, de tal modo que su actuación nivela la sociedad, produce bien estar y hace presente en el mundo el Reino de Dios.

El intercambio desigual del trabajo, la extorsión del dinero, y/o explotación del pobre por el rico (mano de obra barata) como forma de obtener múltiples beneficios, dan como resultado la creación de necesidades-innecesarias, -a veces inalcanzables-, que dejan constantemente insatisfecho el corazón, del hombre hoy.

“¡No se mientan unos a otros!” (Col 3, 9)

Pensar en servir a Dios y al dinero a la vez (cfr. Lc. 16, 13) es contrario a la máxima evangélica, implica mentirse a sí mismo, y los demás. Vivir solamente con valores del mundo, como la codicia, la avaricia, las pasiones, etc., refleja no estar revestido de Cristo y por tanto vivir mintiendo humana y espiritualmente.

Pablo en su carta a los Colosenses elimina toda distinción. Cuando se ha resucitado con Cristo se busca agradar al Cristo, y al prójimo, y así aspirar a los bienes del cielo, sirviéndose de los tierra, con justicia y caridad. Eso sí que es es vivir en verdad.

La corrupción, tan corriente y normal en nuestros días, raro es el día que no hace su presencia en el escenario del escándalo, está fundamentada en la mentira. El corrupto solo busca agradarse a sí mismo y, a veces por equivoco invita a sus allegados a entrar en su círculo como treta de silenciar la mentira.

Querido lector, como cristianos que somos, estamos llamados a cambiar nuestro mundo. La fe y la confianza en la fuerza del evangelio, nos animan e impulsan a llevar la verdad y la alegría, de Cristo resucitado (el incorruptible) a nuestro trabajo, familia, amigos, y a todos en general.

Compartamos esa verdad y alegría que nos dará como fruto es la Paz del Señor Resucitado en nuestro corazón.


ESTUDIO BÍBLICO.

La solidaridad como exigencia del Reino de Dios

Iª Lectura: Eclesiastés (1,1.2.23): La sabiduría de la vida

I.1. ¿Quién no conoce la célebre reflexión del libro del Eclesiastés, el sabio llamado Qohélet, de ese superlativo expresado en “vanidad de vanidades”? Esa es la primera lectura de hoy. Es toda una filosofía la que está a la base de este juicio; un escepticismo ante tantos afanes y tantas angustias. ¿Qué actitud tomar? ¿Pasar de todo? Posturas como las de Qohélet las ha habido siempre y no son negativas radicalmente, sino que expresan, a veces, una actitud “sabia” en la que se intuye que debemos tomarnos la vida de otra manera: sin envidias, afanes, comparaciones con las riquezas de los otros.

I.2. Pero eso parece una actitud burguesa del que nada le falta. La de aquellos que no tienen para comer ni vestir no sería exactamente así. Hay una razón más profunda por la que debemos no afanarnos por tantas cosas, una razón más radical y humana. No se trata simplemente de llevar una vida más cómoda y menos tensa. Por eso al juicio de Qohélet le falta una dimensión, la que Jesús nos ofrece en la parábola evangélica.

IIª Lectura: Colosenses (3,1-11): Personas nuevas por el bautismo

La segunda lectura apunta de nuevo a las claves bautismales de la vida cristiana, a lo que significa haber resucitado con Cristo por el bautismo, y a lo que nos obliga vivir en cristiano. El bautismo es un compromiso de vida o muerte. ¿Qué significa que nuestra vida está escondida en Cristo? Pues que es El quien nos inspira, quien nos va liberando de todo aquello que en la tierra nos enfrenta los unos a los otros. El bautismo nos hace personas nuevas, porque nos situamos ante los horizontes de lo que Jesús vivió.

Evangelio. Lucas (12,13-21): Acumular riquezas: ¡el anti-evangelio!

III.1. El relato del evangelio de Lucas es como la respuesta a los planteamientos de Qohélet. Efectivamente, Lucas es un evangelista que ha marcado la diferencia en el Nuevo Testamento como juicio de la riqueza y sus peligros para la verdadera vida cristiana. Lucas es defensor de los pobres, aunque no de la pobreza. Jesús, el profeta, no ha venido para ser juez de causas familiares, o empresariales, o sociales, ya que esas leyes de herencia, de impuestos, de salarios justos, se establecen a niveles distintos. Y no quiere ello decir que en las exigencias del Reino de Dios se excluya la justicia, especialmente para los pobres y oprimidos.

III.2. La parábola del rico que acumula la gran cosecha y engrandece sus graneros, en vez de distribuirlo entre los que no tienen para comer, es toda una lección de cómo Jesús ve las cosas de esta vida, aunque él persiga objetivos más grandes. El que acumula riquezas, pues, no entiende nada de lo que Jesús propone al mundo. Los que siguen a Jesús, pues, tienen que sacar, según Lucas, las conclusiones de este seguimiento. Si no se desprenden de las riquezas, si se preocupan de amasarlas constantemente, además de cometer injusticia con los que no tienen, se encontrarán, al final, con las manos vacías ante Dios, porque todo su corazón estará puesto en tener un tesoro en la tierra. No tendrán tiempo para vivir, para ser sabios… para entregarse a los demás como se entregan a las producción de riquezas. Este criterio de sabiduría va más allá de lo que propone el mismo Qohélet.

III.3. Con referencia a la actitud de Qohélet, Jesús nos dice que quien se afana por las cosas de este mundo y no por lo que Dios quiere, al final, ¿cómo podrá llenar su vida? ¿cómo se presentará ante Dios? La acumulación de riquezas, pues, es una injusticia y la injusticia es contraria al Reino de Dios. Por lo tanto, este evangelio es una llamada clara a la solidaridad con los pobres y despreciados del mundo; una llamada a compartir con los que no tienen. (Fray Miguel de Burgos Núñez, O. P.).



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