domingo, 21 de agosto de 2016

DOMINGO 21º DEL TIEMPO ORDINARIO


“El Señor atraerá hacia sí a todas las naciones”

Las lecturas del Evangelio de los días precedentes nos han conducido al mensaje que hoy nos trae Lucas. Jesús derriba los muros que levantamos constantemente entre “nosotros” y los “otros”. Dios ama a todos, judíos y no judíos, y nos ama antes e independientemente de que le amemos.

La corrección que Jesús dirige hacia los fariseos es dura pero necesaria, como advierte la carta a los Hebreos. La cuestión es si la escuchamos como si no fuera con “nosotros”, sino con “los otros”. Es decir, si pensamos que no nos atañe. ¿Estamos curados de complejos de superioridad, de cierta tendencia a menospreciar a los que no cumplen nuestros cánones de religiosidad?

El fariseísmo no es simplemente un movimiento religioso de la época de Jesús, es una tentación constante para toda persona religiosa. Pidámosle a Dios que llene nuestros corazones de su misericordia para no caer en esa tentación.

DIOS NOS HABLA. ESCUCHAMOS SU PALABRA.

I LECTURA

El profeta anuncia que Dios vendrá a reunir a todas las naciones. Además quedan comprometidos los miembros del pueblo que deben anunciar el plan de Dios y trabajar para esa unión. Porque Dios nos hace participar a todos de su plan y de su obra.

Lectura del libro de Isaías 66, 18-21

Así habla el Señor: Yo mismo vendré a reunir a todas las naciones y a todas las lenguas, y ellas vendrán y verán mi gloria. Yo les daré una señal, y a algunos de sus sobrevivientes los enviaré a las naciones extranjeras, a las costas lejanas que no han oído hablar de mí ni han visto mi gloria. Y ellos anunciarán mi gloria a las naciones. Ellos traerán a todos los hermanos de ustedes, como una ofrenda al Señor, hasta mi Montaña santa de Jerusalén. Los traerán en caballos, carros y literas, a lomo de mulas y en dromedarios –dice el Señor– como los israelitas llevan la ofrenda a la Casa del Señor en un recipiente puro. Y también de entre ellos tomaré sacerdotes y levitas, dice el Señor.
Palabra de Dios.

Salmo 116, 1-2

R. Vayan por todo el mundo y anuncien el Evangelio.

¡Alaben al Señor, todas las naciones, glorifíquenlo, todos los pueblos! R.

Es inquebrantable su amor por nosotros, y su fidelidad permanece para siempre. R.

II LECTURA

Durante siglos, hemos escuchado que hay que temer al castigo de Dios, y que este castigo es parte de un camino de aprendizaje. Sin embargo, no es este el mensaje del autor de este escrito, quien quiere acompañar los sufrimientos de una comunidad para que esta vea y perciba, en medio de sus propios dolores, la presencia de Dios, que sana y acompaña.

Lectura de la carta a los Hebreos 12, 5-7. 11-13

Hermanos: Ustedes se han olvidado de la exhortación que Dios les dirige como a hijos suyos: Hijo mío, no desprecies la corrección del Señor, y cuando te reprenda, no te desalientes. Porque el Señor corrige al que ama y castiga a todo aquel que recibe por hijo. Si ustedes tienen que sufrir es para su corrección; porque Dios los trata como a hijos, y ¿hay algún hijo que no sea corregido por su padre? Es verdad que toda corrección, en el momento de recibirla, es motivo de tristeza y no de alegría; pero más tarde, produce frutos de paz y de justicia en los que han sido adiestrados por ella. Por eso, “que recobren su vigor las manos que desfallecen y las rodillas que flaquean. Y ustedes, avancen por un camino llano”, para que el rengo no caiga, sino que se sane.
Palabra de Dios.

ALELUYA        Jn 14, 6

Aleluya. “Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida. Nadie va al Padre, sino por mí”, dice el Señor. Aleluya.

EVANGELIO

“Fíjense en el evangelio de hoy: ‘Se quedarán afuera. Llamarán a la puerta diciendo: ‘Señor, ábrenos’. Y él les replicará: ‘No sé quiénes son’. Entonces comenzarán a decir: ‘Hemos comido y bebido, y tú has enseñado en nuestra plazas’. Pero él les replicará: ‘No sé quiénes son. Aléjense de mí, malvados’. No basta llevar el nombre cristiano y vivir como pagano para presentarse al cielo y decir: ‘Jesús me conoce’.

Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas 13, 22-30

Jesús iba enseñando por las ciudades y pueblos, mientras se dirigía a Jerusalén. Una persona le preguntó: “Señor, ¿es verdad que son pocos los que se salvan?”. Él respondió: “Traten de entrar por la puerta estrecha, porque les aseguro que muchos querrán entrar y no lo conseguirán. En cuanto el dueño de casa se levante y cierre la puerta, ustedes, desde afuera, se pondrán a golpear la puerta, diciendo: ‘Señor, ábrenos’. Y él les responderá: ‘No sé de dónde son ustedes’. Entonces comenzarán a decir: ‘Hemos comido y bebido contigo, y tú enseñaste en nuestras plazas’. Pero él les dirá: ‘No sé de dónde son ustedes; ¡apártense de mí todos los que hacen el mal!’. Allí habrá llantos y rechinar de dientes, cuando vean a Abraham, a Isaac, a Jacob y a todos los profetas en el Reino de Dios, y ustedes sean arrojados afuera. Y vendrán muchos de Oriente y de Occidente, del Norte y del Sur, a ocupar su lugar en el banquete del Reino de Dios. Hay algunos que son los últimos y serán los primeros, y hay otros que son los primeros y serán los últimos”.
Palabra del Señor.

MEDITAMOS LA PALABRA DE DIOS.

El Señor atraerá hacia sí a todas las naciones.

La lectura del profeta Isaías es prácticamente el final del libro (de la tercera parte o Trito-Isaías). La profecía nos habla de la nueva Jerusalén, de unos cielos nuevos y una nueva tierra, que Dios va a crear. En ella reunirá no sólo a los israelitas que vuelven del destierro, sino también a gentiles venidos de todas las naciones. Ya no habrá diferencia entre unos y otros, todos adorarán a Dios en pie de igualdad, presentando ofrendas o sirviendo como sacerdotes y levitas. Y en esa nueva Jerusalén, los malvados no tendrán sitio. El Evangelio de hoy nos recuerda cómo con Jesucristo la profecía de Isaías se ha cumplido.

La salvación no es un privilegio reservado a unos pocos. Por eso, “anunciarán mi gloria a las naciones”, dice Dios por boca de Isaías, palabras que resuenan en el Salmo hoy proclamado. Saberse salvado por Dios es inseparable de querer la salvación de los demás. Decía Santo Tomás de Aquino que no se puede amar a Dios si no se ama lo que Él ama. ¿Cómo puede alguien pensar que Dios está presente en su vida si no le importa su prójimo? El mandato de predicar el Evangelio a todo el mundo hunde sus raíces en el amor, y no en una pretendida conciencia de superioridad.

La salvación no es una “cosa” a poseer, sino una “relación” a vivir.

La soberbia de creerse superior espiritualmente a los demás nos aleja del amor y, por tanto, de Dios. Jesús censura una vez más la religiosidad de los fariseos que creen ser destinatarios por derecho propio, como descendientes de Abraham, de la salvación. No comprenden que la salvación consiste en la aceptación libre de la relación de amistad que Dios nos brinda gratuitamente simplemente porque nos ama, a todos sin distinción, seamos como seamos. No comprenden que es un don al que debemos abrirnos y no el premio por cumplir las reglas de un club selecto.

“¿Serán pocos los que se salven?” La pregunta que le dirigen a Jesús es la clásica pregunta, legalista, farisaica. ¿Qué interés puede tener saber la cantidad de los que se van a salvar si no es para calcular la probabilidad de salvarse y el esfuerzo requerido para ello? Corresponde a una visión mercantilista e individualista de la relación con Dios. Es no haber entendido nada del mensaje de Jesús. Por eso, como en tantas otras ocasiones, Jesús no responde directamente a su interlocutor, sino que lo hace rompiendo el marco de referencia desde el que éste se sitúa, cambiando totalmente la perspectiva. Y lo hace recurriendo a la imagen del banquete, símbolo de fraternidad y de comunión de vida y amor: “se sentarán a la mesa en el Reino de Dios”.

Autenticidad frente a cumplimiento.

Sin embargo, uno puede haber comido y bebido con alguien, incluso puede haber ido a escucharle, sin que ello suponga llegar a entablar una relación de amistad con él, sin llegar a conocerle, simplemente movido por la curiosidad o por el deseo de prestigio que ello pudiera acarrear. Una vez más el Evangelio nos advierte: no se trata de lo externo, sino de lo que hay en el interior. Ese es el esfuerzo al que nos llama Jesús, a no quedarnos en lo superficial. Por eso avisa a los fariseos -con los que ha comido y bebido y en cuyas plazas ha predicado, y que se consideran elegidos (fariseo significa “separado”) frente a pecadores y gentiles- de que “hay últimos que serán primeros, y primeros que serán últimos”. En cuanto a la mención de Jesús a “la puerta estrecha”, sencillamente se trata de una referencia implícita (a modo de anáfora) a la pregunta que inmediatamente se le ha dirigido.

¿Acaso son malos los fariseos? No. Simplemente razonan desde un enfoque equivocado: el del cumplimiento de la Ley. Bien podríamos ser nosotros, cristianos del siglo XXI, los destinatarios de las palabras de Jesús por cuantas veces levantamos muros para separar a “puros” de “impuros” en lugar de responder desde la misericordia, o por las veces que creemos haber “ganado” la salvación al cumplir normas y preceptos.

ESTUDIO BÍBLICO.

La Salvación es una Gracia de Dios

Iª Lectura: Isaías (66,18-21): Abrirse a todos los pueblos

I.1. Nuestra primera lectura de hoy es el del último capítulo del libro de Isaías que corresponde a un tercer Isaías, de la escuela del gran maestro que ha dado nombre a este libro en su totalidad. Es un oráculo que se dirige a los que ha retornado del exilio de Babilonia; es una llamada de esperanza universal. El fracaso del pueblo, con toda su identidad, debería haberles enseñado a abrirse a todas las pueblos, razas y lenguas, para que el proyecto universal de salvación de Yahvé, el Dios de Israel.

I.2. Es esto lo que se anuncia en esta lectura; es una llamada a la misión, que no van a escuchar los dirigentes y responsables. Se cerrarán en una teocracia sacerdotal, con el tiempo, y frustrarán muchas esperanzas. Comenzará a surgir una mentalidad cultual, legalista; una religión que no llegará al corazón reemplazará estas palabras proféticas, hasta que llegue el profeta definitivo, Jesús, quien volverá a recuperar para su pueblo y para el mundo lo que significa este oráculo.

IIª Lectura: Hebreos (12,5-7.11-13): ¡Tengamos esperanza!

La lectura de Hebreos es una amplia exhortación a vivir la fe en medio de las dificultades que deben soportar. Los destinatarios son, muy probablemente, judíos convertidos que se encuentran un poco desasistidos de los apoyos que encontraban en la praxis del judaísmo, en la antigua religión. Ahora se les reprocha que no sean capaces de soportar algunas cosas. Por eso se les exhorta a que cuando reciban una corrección deben asumirla con paciencia, porque a pesar de desconcierto primero, el final siempre es positivo. El fruto verdadero de la corrección y la paciencia es una esperanza firme para no abandonar la fe.

Evangelio: Lucas (13,22-30): Dios nos espera para salvarnos

III.1. El evangelio puede sonar un poco desconcertante, dependiendo en gran parte del dicho aislado “esforzaros de entrar por la puerta estrecha”. El pasaje se sitúa en el camino que Jesús emprende hacia Jerusalén y el seguimiento que ello implica, es una catequesis lucana del verdadero discipulado. Pero ¿para qué es necesario ser discípulo de Jesús? ¿para salvarse, para salvarnos? ¿Esa era la mentalidad del tiempo de Jesús heredada en ciertos círculos cristianos rigoristas? ¿Son pocos los que se salvan? Conociendo el mensaje de Jesús y su confianza en Dios, tendríamos que afirmar que Jesús no respondía a preguntas que se resolvieran desde el punto de vista legal.

III.2. En realidad la lectura a fondo de este evangelio plantea cuestiones muy importantes desde el punto de vista de la actitud cristiana. Jesús no responde directamente a la pregunta del número, porque no es eso algo que pueda responderse. Lo de la puerta estrecha es un símil popular y no debe producir escándalo, porque los caminos de Dios no son lo mismo que los caminos de los hombres: esto es evidente. Esta es una llamada a la “radicalidad” en todo caso, que pudiéramos transcribir así: quien quiera salvarse debe vivir según la voluntad de Dios. Eso lo dice todo, aunque para algunos no resuelve la cuestión. Por ello deberíamos decir que esa preocupación numérica fue más de los discípulos que trasmitieron estas palabras de Jesús (el Evangelio Q para algunos especialistas), que estaban más o menos obsesionados con un cierto legalismo apocalíptico y no bebían los vientos del talante profético de Jesús.

III.3. Siempre se ha dicho que Jesús lo que busca son los corazones y la actitudes de los que le siguen. Les pone una parábola de contraste, la del dueño de la casa que cierra la puerta. La mentalidad legalista es la de esforzarse por entrar por la puerta estrecha. En la parábola se adivina un mundo nuevo, un patrón, Dios en definitiva, que no entiende las cosas como nosotros, por números, por sacrificios, por esfuerzos personales de lo que se ha llamado “do ut des” (te doy para que me des). Muchos pensarán que han sido cristianos de toda la vida, que han cumplido los mandamientos de Dios y de la Iglesia de toda la vida (si es que eso se puede decir), que han sido muy clericales… pero el “dueño” no los conoce. ¿No es desesperante la conclusión? El contraste es que podemos estar convencidos que estamos con Dios, con Jesús, con el evangelio, con la Iglesia, pero en realidad no hemos estado más que interesados en nosotros mismos y en nuestra salvación. Eso es lo que la parábola de contraste pone de manifiesto.

III.4. ¿Las cosas deberían ser de otra manera? ¡Sin duda! Debemos aprender a recibir la salvación como una gracia de Dios, como un regalo, y a estar dispuestos a compartir este don con todos los hombres de cualquier clase y religión. Eso es lo que aparece al final de esta respuesta de Jesús. Los que quieren “asegurarse” previamente la salvación mediante unas reglas fijas de comportamiento no han entendido nada de la forma en la que Dios actúa. Por eso no reconoce a los que se presentan con señas de identidad legalistas, que ocultan un cierto egoísmo. No es una cuestión de número, sino de generosidad. En la mentalidad legalista y estrecha del judaísmo, que también ha heredado en muchos aspectos el cristianismo, la salvación se quiere garantizar previamente como se tratara de un salvoconducto inmutable e intransferible. No se trata de desprestigiar una moral, una conducta o una institución, como si el evangelio convocara a la amoralidad y el desenfreno para poder salvarse. Esta conclusión de moralismo barato (la “gracia barata” le llamaba Bonhoeffer) no es lo que piden las palabras de Jesús. Pero sí debemos afirmar rotundamente: si la salvación no sabemos recibirla como una “gracia”, como un don, no entenderemos nada del evangelio. (Fray Miguel de Burgos Núñez, O. P.).



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