domingo, 16 de julio de 2017

DOMINGO 15º DEL TIEMPO ORDINARIO


“Así será mi palabra, que sale de mi boca: no volverá a mí vacía”
  
Continuamos en este tiempo ordinario escuchando el evangelio según San Mateo. Hoy Jesús comienza a enseñarnos por medio de parábolas, y volveremos a escuchar este modo de hablar el próximo domingo. Jesús emplea ejemplos de la vida cotidiana, historias que les son cercanas a la gente sencilla a la que se dirige para que puedan entenderle.

Pero el tipo de realidad de la que habla Jesús (el Reinado de Dios) exige, además, de esta clase de lenguaje simbólico. Son imágenes sencillas, conocidas por todos, pero no tienen por objeto la mera transmisión de información. Las parábolas tratan de ir más allá: conducen al oyente a la reflexión y, de este modo, le transforman.

A cualquiera que escucha la parábola del sembrador rápidamente le llama la atención lo siguiente: ¿por qué esparcía de manera tan atolondrada la semilla aquel labriego? Por eso conviene conocer bien el contexto para no caer en interpretaciones alegóricas cargadas de prejuicios. Resulta que en Palestina lo habitual es primero sembrar para después arar. Esta es la razón por la que se nos presenta un campo asilvestrado como receptor de la semilla.

La parábola del sembrador sigue siendo para nosotros hoy la invitación de Jesús a vivir como él, movidos por su mismo Espíritu: con esperanza, fiándose de Dios y no de las apariencias, y con fidelidad, haciendo frente a las adversidades.

DIOS NOS HABLA. ESCUCHAMOS SU PALABRA.

I LECTURA

 “Realmente sería maravilloso que ello ocurriera. Dios se viene dirigiendo a nosotros, los seres humanos, a fin de que hagamos justicia sobre la faz de la tierra, que nos tratemos con misericordia, como él nos trata a nosotros, que busquemos el bienestar para cada una de sus criaturas”.

Lectura del libro de Isaías 55, 10-11

Así habla el Señor: “Así como la lluvia y la nieve descienden del cielo y no vuelven a él sin haber empapado la tierra, sin haberla fecundado y hecho germinar, para que dé la semilla al sembrador y el pan al que come, así sucede con la palabra que sale de mi boca: ella no vuelve a mí estéril, sino que realiza todo lo que yo quiero y cumple la misión que yo le encomendé”.
Palabra de Dios.

Salmo 64, 10-14

R. La semilla cayó en tierra fértil y dio fruto.

Visitas la tierra, la haces fértil y la colmas de riquezas; los canales de Dios desbordan de agua, y así preparas sus trigales. R.

Riegas los surcos de la tierra, emparejas sus terrones; la ablandas con aguaceros y bendices sus brotes. R.

Tú coronas el año con tus bienes, y a tu paso rebosa la abundancia; rebosan los pastos del desierto y las colinas se ciñen de alegría. R.

Visitas la tierra, la haces fértil. Las praderas se cubren de rebaños y los valles se revisten de trigo: todos ellos aclaman y cantan. R.

II LECTURA

El cristiano sabe que el dolor es parte de la vida. No es un castigo ni una prueba. Es signo de nuestra limitación y condición. En este camino, en el que se unen el sufrimiento y el amor, Dios nos acompaña, nos sostiene y nos espera.

Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los cristianos de Roma 8, 18-23

Hermanos: Yo considero que los sufrimientos del tiempo presente no pueden compararse con la gloria futura que se revelará en nosotros. En efecto, toda la creación espera ansiosamente esta revelación de los hijos de Dios. Ella quedó sujeta a la vanidad, no voluntariamente, sino por causa de quien la sometió, pero conservando una esperanza. Porque también la creación será liberada de la esclavitud de la corrupción para participar de la gloriosa libertad de los hijos de Dios. Sabemos que la creación entera, hasta el presente, gime y sufre dolores de parto. Y no sólo ella: también nosotros, que poseemos las primicias del Espíritu, gemimos interiormente anhelando la plena realización de nuestra filiación adoptiva, la redención de nuestro cuerpo.
Palabra de Dios.

ALELUYA       

Aleluya. La semilla es la palabra de Dios, el sembrador es Cristo; el que lo encuentra permanece para siempre. Aleluya.

EVANGELIO

El sembrador de la parábola es tan generoso como descuidado. Desparrama sus semillas por todos lados, esperando que cada lugar donde caiga la reciba y la haga crecer. A semejanza de esta parábola, Dios siembra su Palabra donde quiere, confiando, esperando, deseando, que germine entre sus hijos y crezca.

+ Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Mateo 13, 1-23

Jesús salió de la casa y se sentó a orillas del mar. Una gran multitud se reunió junto a él, de manera que debió subir a una barca y sentarse en ella, mientras la multitud permanecía en la costa. Entonces él les habló extensamente por medio de parábolas. Les decía: “El sembrador salió a sembrar. Al esparcir las semillas, algunas cayeron al borde del camino y los pájaros las comieron. Otras cayeron en terreno pedregoso, donde no había mucha tierra, y brotaron en seguida, porque la tierra era poco profunda; pero cuando salió el sol, se quemaron y, por falta de raíz, se secaron. Otras cayeron entre espinas, y éstas, al crecer, las ahogaron. Otras cayeron en tierra buena y dieron fruto: unas cien, otras sesenta, otras treinta. ¡El que tenga oídos, que oiga!”. Los discípulos se acercaron y le dijeron: “¿Por qué les hablas por medio de parábolas?”. Él les respondió: “A ustedes se les ha concedido conocer los misterios del Reino de los Cielos, pero a ellos no. Porque a quien tiene, se le dará más todavía y tendrá en abundancia, pero al que no tiene, se le quitará aun lo que tiene. Por eso les hablo por medio de parábolas: porque miran y no ven, oyen y no escuchan ni entienden. Y así se cumple en ellos la profecía de Isaías, que dice: ‘Por más que oigan, no comprenderán, por más que vean, no conocerán. Porque el corazón de este pueblo se ha endurecido, tienen tapados sus oídos y han cerrado sus ojos, para que sus ojos no vean, y sus oídos no oigan, y su corazón no comprenda, y no se conviertan, y yo no los sane’. Felices, en cambio, los ojos de ustedes, porque ven; felices sus oídos, porque oyen. Les aseguro que muchos profetas y justos desearon ver lo que ustedes ven, y no lo vieron; oír lo que ustedes oyen, y no lo oyeron. Escuchen, entonces, lo que significa la parábola del sembrador. Cuando alguien oye la Palabra del Reino y no la comprende, viene el Maligno y arrebata lo que había sido sembrado en su corazón: este es el que recibió la semilla al borde del camino. El que la recibe en terreno pedregoso es el hombre que, al escuchar la Palabra, la acepta en seguida con alegría, pero no la deja echar raíces, porque es inconstante: en cuanto sobreviene una tribulación o una persecución a causa de la Palabra, inmediatamente sucumbe. El que recibe la semilla entre espinas es el hombre que escucha la Palabra, pero las preocupaciones del mundo y la seducción de las riquezas la ahogan, y no puede dar fruto. Y el que la recibe en tierra fértil es el hombre que escucha la Palabra y la comprende. Este produce fruto, ya sea cien, ya sesenta, ya treinta por uno”.
Palabra del Señor.

MEDITAMOS LA PALABRA DE DIOS.

La Palabra de Dios como lluvia o nieve

El autor del denominado deuteroisaías -que continúa la tradición del profeta adaptándola a la situación de exilio en Babilonia que padecen los israelitas a partir del siglo VI a. C- cierra su escrito con una llamada a la esperanza: el sufrimiento presente se verá transformado en alegría perpetua futura (Is 55, 12-13). Esta es la voluntad, el encargo que Dios realizará por medio de su Palabra, al que se refiere el texto de Isaías que hoy.

¿Cómo actúa la Palabra de Dios para llevar a cabo esta transformación? La comparación simbólica de su acción es con la lluvia y la nieve que sale del cielo y al cielo retorna “después de empapar la tierra, de fecundarla y hacerla germinar”. “La acequia de Dios va llena de agua, (…) riegas los surcos, igualas los terrones, tu llovizna los deja mullidos, bendices sus brotes”, dice también el Salmo. Todas estas imágenes tomadas del campo resultan de una enorme plasticidad, dando la sensación al escucharlas de que casi podemos sentir bajo nuestros pies esa tierra mullida por la humedad.

La mayoría de nosotros vivimos actualmente muy alejados del mundo rural y de todo lo relacionado con el cultivo del campo. Para comprender la comparación simbólica que hace la Escritura, debemos ponernos en el lugar de un campesino o un labriego que no cuenta con la tecnología necesaria para asegurar el riego de sus cosechas. La lluvia o la nieve se esperan y se reciben como un don. En ocasiones se pueden leer signos en la naturaleza que nos permiten adivinar su presencia próxima, en otros momentos su ausencia o aparición nos coge desprevenidos, en contra de nuestras expectativas. Así, el ritmo de la acción de Dios no es la eficiencia, sino la fecundidad.

La virtud que nos llama a cultivar esta imagen de Isaías es la de la esperanza vivida como confianza paciente. Todas nuestras acciones y compromisos han de estar integrados en este horizonte: nos corresponde a nosotros sembrar, pero queda en manos de Dios todo lo demás (Sal 126, 1; Lc 17, 10). Nuestras sociedades de hoy están marcadas por un alto grado de tecnificación que busca al máximo reducir la espera entre el deseo y su satisfacción y aumentar nuestra autosuficiencia individual para no tener que depender de nadie. Los teléfonos móviles que todos  usamos son la metáfora perfecta de ello. Inmediatez, eficacia y autonomía son valores muy importantes para determinadas facetas de nuestra vida, pero si se convierten en los principios rectores de toda nuestra existencia nos deshumanizamos.

La esperanza de los Hijos de Dios

En su Carta a los Romanos, San Pablo nos recuerda que la plenitud que esperamos ya ha comenzado porque “poseemos las primicias del Espíritu”. Existe una tensión escatológica entre un presente redimido en el que aún pervive el mal y un futuro realizado en plenitud, pero no se trata de una oposición entre contrarios, como plantea la apocalíptica judía de la época. El futuro se ha hecho presente por medio de Jesucristo, toda la creación ha sido redimida por Él, y en Él se ha realizado la unión amorosa entre Dios y el ser humano: por el Hijo encarnado hemos sido hechos hijos por adopción (Rm 8, 15).

San Pablo es un gran maestro de esperanza. Él mismo tuvo que aprender a ser paciente. En un primer momento, junto con la primera comunidad cristiana, esperaba la inminente transformación definitiva de esta realidad en el mundo nuevo esperado. Esta es la razón por la cual no mostró mucho interés por los asuntos cotidianos. Pero el tiempo de la presencia y la acción del Espíritu Santo -el tiempo de la Iglesia- se reveló más dilatado de lo que los primeros cristianos, todo ellos de mentalidad judía, pensaban.
La aceptación de la demora de la parusía no es una lección aprendida del judaísmo (tal y como les echarían en cara a los cristianos), sino todo lo contrario, supone un abandono definitivo del esquema religioso judío: el Reino de Dios ya es una realidad aunque no se haya implantado definitivamente. No hay que esperar una transformación del mundo por parte de Dios al margen del ser humano porque la acción de Dios respeta nuestra libertad (tal y como muestra la parábola del Evangelio de hoy), y esta es una de las razones que explican por qué, aunque el Reino de Dios ya ha comenzado, el mal sigue estando presente. La historia de la humanidad es más amplia de lo que pensaron los primeros cristianos y la paciencia de Dios para hacer plenamente presente su Reino contando con la libre colaboración del ser humano es también inconmensurable.

La esperanza cristiana es cualitativamente distinta, en este sentido, de la esperanza judía. La imagen de un Dios que llama a la puerta de los corazones de los hombres y les pide su libre adhesión para poder entrar en sus vidas es una imagen que incluso a los propios cristianos nos cuesta aceptar. La fragilidad del Dios crucificado es un escándalo para los judíos y una necedad para los paganos, tal y como advirtió el propio San Pablo (1 Cor 1, 23).

La parábola del sembrador

¿Por qué nos habla Jesús en parábolas? El modo de enseñar de Jesús es original, diferente al de los maestros de la Ley. Él habla con autoridad (Mc 1, 22), no cita a otros maestros e incluso modifica la Torá para perfeccionarla (Mt 5, 21 ss.). El centro de su predicación es el Reino de Dios y de él hablará no por medio de discursos teóricos o conceptuales (porque esa clase de discurso no permite hablar de realidades como esa), sino a través de ejemplos, metáforas, comparaciones, alegorías… siempre unidos a acciones concretas: curaciones, sentarse a comer con pecadores, perdonar los pecados, gestos proféticos… Palabra y obra van de la mano.

La conocida parábola del sembrador la encontramos también en Marcos (Mc 4, 1-9) y Lucas (Lc 8, 4-8). Y al igual que ellos, Mateo explica el motivo de que Jesús hable a la gente en parábolas y la interpretación alegórica de la parábola del sembrador que probablemente hizo la primera comunidad.

En cuanto al motivo que dan los evangelios por el que Jesús predica en parábolas, no corresponde ahora detenerse en ello. Conviene tan sólo dar una breve explicación de la extraña justificación que aducen: el embotamiento u obstinación que se menciona en Isaías (de hecho los tres citan Is 6, 9-10). ¿Acaso Jesús pretende con sus parábolas ocultar el misterio del Reino de Dios o confundir a aquellos a quienes se dirige? Ciertamente no. La causa de su ignorancia no está del lado de las parábolas, al contrario, se debe a su obstinación. No puede comprender la predicación de Jesús quien no acepta la necesidad de la misericordia de Dios y se convierte.

¿Qué es lo que quiere simbolizar Jesús a través de esta parábola? Los especialistas distinguen dos posibles sentidos en la parábola del sembrador. En primer lugar, estaría el motivo originario que probablemente llevó a Jesús a contar esta parábola: responder a las dudas acerca del éxito de su propia predicación. El trabajo del sembrador muchas veces puede parecer inútil por los obstáculos que se enumeran en la narración, pero esta sería una valoración superficial de su esfuerzo. El sembrador sabe que es “poco” lo que no dará fruto mientras que “el resto -es decir, la mayoría- cayó en tierra buena y dio grano: unos, ciento; otros, sesenta; otros, treinta”. Las cantidades mencionadas son exageradas, recurso retórico habitual para indicar sobreabundancia.

Como otras parábolas de contraste (el grano de mostaza o la levadura), la parábola del sembrador es una invitación a confiar en la acción de Dios y no dejarse desanimar por las apariencias. Una invitación, como hemos venido viendo en las lecturas precedentes, a la esperanza. Jesús, como el sembrador, está lleno de alegría y de confianza porque sabe que, a pesar de que su trabajo pueda parecer inútil a los ojos de los hombres, al final Dios hará aparecer de unos comienzos humildes una cosecha magnífica.

En segundo lugar, está la interpretación que algún tiempo después haría la primera comunidad. El eje de la interpretación se desplaza de la irrupción del Reino de Dios (simbolizada, como en otras parábolas, con la cosecha) a la vida de los primeros cristianos, a los ya convertidos (simbolizada en las cuatro maneras de acoger la semilla=Palabra de Dios). En este caso, podemos extraer como enseñanza una exhortación al cuidado del don recibido, es nuestra responsabilidad porque seguimos siendo libres. ¿Queremos acoger a Jesús en nuestra vida y hacemos por ello o nos dejamos llevar por el viento cuando sopla en contra?

ESTUDIO BÍBLICO.

Iª Lectura: Isaías (55,10-11): La palabra profética, transforma la historia humana

I.1. El libro de Isaías, o mejor dicho, el Deuteroisaías (40-55), termina con un capítulo de altos contenidos teológicos que podemos interpretarlo como «la fuerza de la palabra de Dios que cambia la historia», que hace historia, que no se limita a los ámbitos espirituales, aunque estos son su ser natural. Efectivamente, el texto de la Iª Lectura de hoy forma parte de ese capítulo del que hablamos; sus imágenes, los símbolos que se usan, ponen de manifiesto esta teología sobre la fuerza de la palabra profética como Palabra de Dios. Lo que se quiere poner de manifiesto es la dimensión creadora y transformadora de la Palabra de Dios.

I.2. Sabemos que los profetas de Israel y Judá han marcado la religiosidad de su época y por eso su mensaje sigue siendo para nosotros un mensaje de alternativa. La Palabra de Dios que viene sobre el pueblo desencadena juicio y salvación a la vez. En el texto de hoy nos encontramos con la singularidad de que la Palabra de Dios, como la lluvia y la nieve, no vuelven a lo alto de vacío; así sucede con la Palabra de Dios que se hace presente por medio de sus profetas. Los corazones, es decir, las personas, reciben lluvia y nieve espirituales de la palabra de los profetas que interpretan la voluntad de Dios en la historia personal y comunitaria.

I.3. Eso no quiere decir que todos los acontecimientos de la historia están desencadenados por la Palabra de Dios, y en eso deberemos tener cuidado para no caer en fundamentalismos; pero la Palabra divina salva, anima, consuela, juzga las injusticias y a los poderosos. Esa palabra llega de muchas formas y maneras por medio de los que han puesto su confianza en Dios. Y desde esa confianza y energía, Dios actúa en la historia. Por eso, el compromiso de los que cuentan con Dios en sus vidas no debe reducirse al ámbito personal-espiritual. El mundo, la sociedad, las instituciones de justicia y de altas decisiones no deberían hacer oídos sordos a los "profetas" de salvación y de gracia.

IIª Lectura: Romanos (8,18-23): Una ecología teológica

II.1. La IIª Lectura nos muestra unos de esos textos que podemos llamar actualmente «ecológicos». Sabemos que la ecología está siendo campo de batalla de numerosas ideologías contrapuestas y contradictorias. Pablo, con el lenguaje de la apocalíptica, al que era tan cercano como buen judío, nos presenta la suerte del mundo, de la creación, unida estrechamente a la suerte de los hombres y de su redención. No es un texto negativo, como a veces le han reprochado. Ya Teilhard de Chardin había hecho una lectura muy positiva, no solamente válida, con su “himno a la materia”, en la línea de la esperanza de redención de todo el universo. Este mundo de la creación no puede estar llamado a lo obsoleto. San Pablo está usando el término ktisis, que viene a significar la creación, la materia como misterio en el que subsistimos en este mundo.

II.2. La verdad es que, en este mundo, la obra de Dios es para el hombre, está en sus manos, pero ¿qué estamos haciendo de este mundo nuestro? La creación también tiene que consumarse en la liberación; lo que ha formado parte de nuestra historia, de nuestro ser, anhela gracia y salvación. Es verdad que para los que conciben el mundo y la creación solamente como «naturaleza», esto es un antropomorfismo; pero, en todo caso, en nuestra redención personal y comunitaria, el mundo, el arte, la música, el cielo, la tierra, el sol... todo adquirirá sentido, todo es anhelo de dolores de parto para vivir en una armonía que está verdaderamente en las manos de Dios.

II.3. Es muy probable que detrás de este texto exista una reflexión teológica del mismo judaísmo sobre Gn 3 y las consecuencias del pecado de la humanidad, del hombre creado a imagen y semejanza de Dios y las consecuencias para el mundo. Pablo quiere hacer una lectura nueva desde Cristo. El pecado de la humanidad no queda solamente en el ámbito de lo interior, sino que lo exterior, la naturaleza, se resiente si el hombre no sabe llevar a cabo la misión que Dios le ha encomendado. Porque la humanidad está llamada a un estado de paz con la naturaleza, pero cuando la humanidad se aleja del proyecto divino de justicia, de armonía, de paz, entonces, las guerras o la acumulación de bienes de unos pocos se refleja en la misma naturaleza. La creación, no lo olvidemos, está ligada al destino del hombre. Ahí está la fuerza argumentativa de la verdadera ecología teológica.

Evangelio: Mateo (13,1-23): La Palabra de Dios, semilla que engendra

III.1. La parábola del sembrador y su explicación abre estos domingos de lectura continua en los que se nos van a presentar distintas parábolas, que Mateo concentra precisamente en el c. 13. Podemos decir también que esta es una parábola ecológica, por sus símbolos. La semilla que cae en distintas tierras, que después se compara con distintas actitudes, debe ser la Palabra de Dios que conduce nuestra historia, que crea una relación hermosa y llena de sentido.

III.2. Cuando la historia no se contempla desde el horizonte de la Palabra de Dios, entonces todo se resiste a la armonía, a la fraternidad, a la paz, e incluso a la calidad de vida digna para todos. En todo caso, Jesús, con su parábola -ya que la explicación probablemente procede de la iglesia primitiva que era más timorata-, intentaba decir que, pase lo que pase, la Palabra de Dios siempre produce fruto; basta acogerla desde nuestras posibilidades. Unas veces producirá más y otras menos, pero siempre será luz de nuestra vida. Porque en esto de la luz, de la gracia y de la salvación, la cantidad no cuenta de verdad.

III.3. Es muy probable que haya sido la iglesia posterior y su moralismo excesivo, la que se haya propuesto acentuar eso de la cantidad como un perfeccionamiento anhelado, y así se refleja en la explicación de la parábola, donde ya todo se centra en el campo que acoge, no en la semilla. Sin embargo, el profeta de Nazaret era menos perfeccionista y quería trasmitir una confianza inaudita en la fuerza de Dios que nos llega por la palabra profética y por la parábola profética del sembrador. El sembrador sabe que no todo lo que siembra se recoge al final, sino que siendo más realista confía "en conjunto" en la semilla que esparce, es decir, en la palabra que ilumina y que salva.

III.4. Cuando alguien solamente ha podido entregar el 20, o el 60 de su vida (incluso el 30 y el 40), Dios no lo desprecia, sino que lo tiene muy en cuenta. Su amor a los hombres y mujeres que viven en este mundo no le hace despreciar lo que su amor engendra, aunque sea una mínima parte de lo que debería haber sido. Porque para Jesús, en este caso, se trataba de poner de manifiesto la fuerza de la semilla, de la palabra, del evangelio de vida. Porque sin esa semilla, sin esa palabra de gracia y de buenas noticias, no hay manera de que los seres humanos se puedan fiar de Dios y serle fieles. Jesús está sembrado, en esta parábola “el evangelio” frente a le Ley (la Torá). Con el evangelio se entiende que la semilla es gracia; con la ley, lo que vale es la ”producción” en cantidades semejantes a la inversión. (Fray Miguel de Burgos Núñez , O. P.).



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