domingo, 17 de septiembre de 2017

DOMINGO 24º DEL TIEMPO ORDINARIO


“No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete”

No hay que ser ilusos: perdonar no es cosa fácil. El rencor nos gana y nos llena tanto de orgullo, que hace de nuestro lado tierno y cariñoso un nido de resentimientos y de no pocas venganzas. El perdón es un amor gratuito ya que no depende de condiciones previas. No exige, no reclama, se perdona por amor. Sería bueno proteger la autenticidad del perdón. Pero esto solo es posible protegiendo su misma raíz, es decir, la misericordia del mismo Dios que se nos ha mostrado en Jesucristo.

DIOS NOS HABLA. ESCUCHAMOS SU PALABRA.

I LECTURA

A veces, nuestra espiritualidad es “tan espiritual” que no nos damos cuenta de que no podemos dirigirnos a Dios para acudir a su misericordia si nos hemos vuelto rencorosos o distantes del hermano. ¿No escuchamos, acaso, el grito del hermano que clama por nuestro amor y misericordia? ¿No sentimos que debemos amar a quienes el mundo ha despojado de amor?

Lectura del libro del Eclesiástico 27, 30—28, 7

El rencor y la ira son abominables, y ambas cosas son patrimonio del pecador. El hombre vengativo sufrirá la venganza del Señor, que llevará cuenta exacta de todos sus pecados. Perdona el agravio a tu prójimo y entonces, cuando ores, serán absueltos tus pecados. Si un hombre mantiene su enojo contra otro, ¿cómo pretende que el Señor lo sane? No tiene piedad de un hombre semejante a él, ¡y se atreve a implorar por sus pecados! Él, un simple mortal, guarda rencor: ¿quién le perdonará sus pecados? Acuérdate del fin, y deja de odiar; piensa en la corrupción y en la muerte, y sé fiel a los mandamientos; acuérdate de los mandamientos, y no guardes rencor a tu prójimo; piensa en la Alianza del Altísimo, y pasa por alto la ofensa.
Palabra de Dios.

Salmo 102, 1-4. 9-12

R. El Señor es bondadoso y compasivo.

Bendice al Señor, alma mía, que todo mi ser bendiga a su santo Nombre; bendice al Señor, alma mía, y nunca olvides sus beneficios. R.

Él perdona todas tus culpas y sana todas tus dolencias; rescata tu vida del sepulcro, te corona de amor y de ternura. R.

No acusa de manera inapelable ni guarda rencor eternamente; no nos trata según nuestros pecados ni nos paga conforme a nuestras culpas. R.

Cuanto se alza el cielo sobre la tierra, así de inmenso es su amor por los que lo temen; cuanto dista el oriente del occidente, así aparta de nosotros nuestros pecados. R.

II LECTURA

Si nos miramos a nosotros mismos como si fuéramos “señores de todos”, nos pondremos en el lugar de dominadores de los demás. En cambio, mirando a Jesús como Señor es como reconocemos al otro como un hermano, tan humano como cualquiera de nosotros.


Lectura de la carta del Apóstol san Pablo a los cristianos de Roma 14, 7-9

Hermanos: Ninguno de nosotros vive para sí, ni tampoco muere para sí. Si vivimos, vivimos para el Señor, y si morimos, morimos para el Señor: tanto en la vida como en la muerte, pertenecemos al Señor. Porque Cristo murió y volvió a la vida para ser Señor de los vivos y de los muertos.
Palabra de Dios.

ALELUYA        Jn 13, 34

Aleluya. “Les doy un mandamiento nuevo: Ámense los unos a los otros, así como yo los he amado”, dice el Señor. Aleluya.

EVANGELIO

 “Jesús nos pide que creamos que el perdón es la puerta que conduce a la reconciliación. Diciéndonos que perdonemos a nuestros hermanos sin reservas, nos pide algo totalmente radical, pero también nos da la gracia para hacerlo. Lo que desde un punto de vista humano parece imposible, irrealizable y, quizás, hasta inaceptable, Jesús lo hace posible y fructífero mediante la fuerza infinita de su cruz.”

Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Mateo 18, 21-35

Se acercó Pedro y dijo a Jesús: “Señor, ¿cuántas veces tendré que perdonar a mi hermano las ofensas que me haga? ¿Hasta siete veces?”. Jesús le respondió: “No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete. Por eso, el Reino de los Cielos se parece a un rey que quiso arreglar las cuentas con sus servidores. Comenzada la tarea, le presentaron a uno que debía diez mil talentos. Como no podía pagar, el rey mandó que fuera vendido junto con su mujer, sus hijos y todo lo que tenía, para saldar la deuda. El servidor se arrojó a sus pies, diciéndole: ‘Dame un plazo y te pagaré todo’. El rey se compadeció, lo dejó ir y, además, le perdonó la deuda. Al salir, este servidor encontró a uno de sus compañeros que le debía cien denarios y, tomándolo del cuello hasta ahogarlo, le dijo: ‘Págame lo que me debes’. El otro se arrojó a sus pies y le suplicó: ‘Dame un plazo y te pagaré la deuda’. Pero él no quiso, sino que lo hizo poner en la cárcel hasta que pagara lo que debía. Los demás servidores, al ver lo que había sucedido, se apenaron mucho y fueron a contarlo a su señor. Este lo mandó llamar y le dijo: ‘¡Miserable! Me suplicaste, y te perdoné la deuda. ¿No debías también tú tener compasión de tu compañero, como yo me compadecí de ti?’. E indignado, el rey lo entregó en manos de los verdugos hasta que pagara todo lo que debía. Lo mismo hará también mi Padre celestial con ustedes, si no perdonan de corazón a sus hermanos”.
Palabra del Señor.


MEDITAMOS LA PALABRA DE DIOS.

El rencor y la venganza nos alejan de Dios

Este domingo, el libro del Eclesiástico, nos dice que si nos llevamos por la venganza, por el ser vengativos, nos lo van a tener en cuenta mirando con lupa nuestros no pocos errores. Si, por el contrario, brindamos de forma continua el perdón a los demás, a nosotros se nos dará de igual forma, siempre y cuando lo pidamos. El texto es toda una invitación a la misericordia para con el prójimo, desterrando de nuestras vidas todo lo que nos lleve al rencor, a la venganza. Ese es, quizá, el punto central de lo que se nos quiere trasmitir.

Actuar de forma rencorosa, o vengativa, parece ser que ha pasado a formar parte del ideario de nuestros días. Nos lo han ido inyectando poco a poco que han conseguido que veamos como normal, la abolida y obsoleta ley del ‘ojo por ojo’. La venganza nos sale a todos, pero no deberíamos olvidar que eso es fruto de lo que en nosotros puede haber de brutalidad. Una brutalidad que nos va alejando, cada vez más, de Dios.

Las recomendaciones, llenas de sabiduría, que Ben Sirá nos ofrece hoy, nos apuntan de alguna manera a la enseñanza de Jesús: para recibir el perdón de Dios se requiere que nosotros perdonemos a los hermanos.

Somos propiedad del Señor

Terminamos, este domingo, con los pasajes escogidos de la carta a los Romanos. San Pablo nos dice en la segunda lectura de este día, que ser del Señor es el elemento clave que permite al creyente ser y existir unido a Jesucristo, y con Jesucristo. Y es que por nuestra realidad de creyentes hemos establecido, por la fe y el amor, una comunión con el Señor Jesús, muerto y resucitado.

Este ser propiedad del Señor significa que vivimos totalmente reconciliados y libres en una nueva vida, sin perder de vista, que es una vida nueva en este momento presente, y sin obviar la dimensión escatológica. No es este espacio para hacer grandes especulaciones teológicas, pero sí es para recordar que ser propiedad del Señor se trata de una transformación total, cuyo vínculo de unión es el amor.

El perdonar no tiene límites

Puede que a veces nos hayamos preguntado por el cómo debe actuar una persona ofendida; cómo debe actuar un seguidor de Jesucristo, en esas circunstancias, que quiere colaborar abriendo caminos a la misericordia y a la justicia para todos. Jesús, en el evangelio de hoy, es claro y contundente: hay que perdonar siempre, de forma incondicional y en todo momento. La parábola con la que Jesús responde a Pedro nos trasmite que la contrapartida de la venganza, es el perdón ilimitado.

Perdonar, hasta ‘setenta veces siete’, es una de las más nobles funciones de la naturaleza humana. Al decir noble, se hace referencia a que no debe ser lo extraordinario en nuestra vida, sino que esa debe ser la actitud normal de comportamiento. Lo normal, lo que sale de un alma limpia, es el perdón. La vida nos tiene que ir enseñando a perdonar, pero tenemos que dejarnos enseñar. En este aprendizaje se descubrirá que el verdadero perdón es el que no se nota, el que incluso nos sale del alma sin esfuerzo.

Vivir desde el perdón es destruir, de alguna manera, la espiral del mal. Porque perdonar es ayudar al otro a rehabilitarse y que actúe de manera diferente en el futuro. La dinámica del perdón consiste en un esfuerzo por superar el mal con el bien, porque se trata de un gesto cuyo fin es que cambie cualitativamente las relaciones entre las personas. Con la dinámica del perdón se tiene que buscar y plantear la convivencia futura de manera nueva, pacífica. Por eso, el perdón, no ha de ser una exigencia individual, sino tiene que tener una repercusión en la sociedad.

Perdonar, hasta ‘setenta veces siete’, es necesario para convivir de una manera sana. Se tiene que hacer presente en la amistad y el amor, donde hay que saber actuar ante humillaciones, engaños y posibles infidelidades. En definitiva, el perdón lo tenemos que hacer presente en no pocas situaciones de la vida en las que tenemos que reaccionar ante agresiones, injusticias y abusos; porque si no sabemos perdonar, hasta ‘setenta veces siete’, puede que quedemos heridos para siempre corriendo el riesgo de sepultar la paz y la felicidad con la losa más pesada: el odio.

El evangelio de este domingo nos muestra que el perdón es el verdadero camino de la convivencia. Jesús nos indica que si aprendiéramos de Dios a perdonar, si perdonásemos de hecho ‘setenta veces siete’ a quienes nos ofenden, sería un verdadero placer convivir en una humanidad realmente reconciliada.

ESTUDIO BÍBLICO.

I Lectura (Eclesiástico 27, 33-28,9): En la venganza no hay religión

I.1. El libro del Eclesiástico, cuyo autor hebreo se conoce como el Sirácida es una obra monumental, de tal manera que la Vulgata lo llamó por ello "eclesiástico", por su amplitud de temas sapienciales, catequéticos, teológicos. Durante siglos solamente se conoció el texto griego, hasta que paulatinamente, primero en una antigua sinagoga del El Cairo, y después en Qumrán y en Massada, ha ido apareciendo el texto hebreo y se ha reconstruido en su totalidad. Es, probablemente, del s. II a. C. La lectura de hoy se toma de una parte en la que aparece una serie de sentencias sapienciales, que en realidad es una exhortación al perdón. El rencor y la ira, que son pasiones humanas, las atribuye el autor a los pecadores.

I.2. Quizás la afirmación es muy fuerte, pero debe hacernos pensar. Ello lleva a la venganza, y la venganza es una cosa que abomina el Señor. Estas ideas "sapienciales" superan ya con creces la famosa ley del talión de "ojo por ojo y diente por diente", si bien es verdad que esa ley debe interpretarse en su contexto. Es un texto bíblico pues, que invita a la misericordia, porque con ello imitamos a Dios. De esta manera, desde las ideas de sabiduría, se prepara precisamente la predicación de Jesús sobre el perdón de los pecados y sobre la misericordia de Dios. Y es que quien sabe perdonar, se aproxima entrañablemente a la grandeza de Dios.

I.3. Por lo mismo, quien no quiere perdonar, quien se obsesiona en la venganza no puede pensar que sea sabio y religioso. Esto se infiere claramente de este texto sapiencial que encierra tantos quilates de sabiduría humana y religiosa. Porque el sabio, en todo momento, pone a Dios por medio. ¿Cómo es posible que alguien se considere verdaderamente religioso cuando experimenta rencor y odio? Esta es la verdadera vara de medir la auténtica sabiduría de la vida y la cuna donde debe mecerse la "religio".

II Lectura (Romanos 14,7-9): Llamados a "desvivirnos"

II.1. Si bien pertenece también este texto a la parte parenética de la carta a los Romanos, sin embargo, el pasaje en cuestión quiere fundamentar toda la actuación cristiana en lo cristológico: vivimos y morimos para el Señor; en todo somos del Señor. Si aceptamos que hemos sido redimidos por Cristo, sabemos que le pertenecemos. Y esta "aparente esclavitud" es el grito de libertad más grande, porque de esa manera no estaremos esclavizados a otros señores de este mundo. Y la razón es porque nadie ha dado su vida por nosotros corno Jesucristo. San Pablo dice claramente que vida y muerte pertenecen al Señor, porque es en la muerte y la resurrección de Jesús donde se resuelve nuestra existencia y nuestro futuro. Y este estar sometidos, mejor dicho, estrechamente unidos, a Cristo y a Dios, viene a significar ser libres con libertad verdadera, humana y plena.

II.2. Este texto de dimensiones escatológicas inigualables (es una de las lecturas de la liturgia de difuntos), se centra en el kerygma, en la proclamación de la muerte y resurrección del Señor. La muerte y la resurrección del Señor es algo que acontece por nosotros, por la humanidad. Es muy probable que aquí se cite una fórmula tradicional de fe que estaba en uso en la liturgia. Y la clave de todo esto es que, a diferencia de lo que se piensa popularmente el cristiano no puede vivir para sí mismo, en sí mismo, de sí mismo sin mirar a los otros. En realidad el cristiano tiene que afrontar un reto: no es "vivirse", sino "desvivirse" por los demás. Ese egoísmo radical se pone en entredicho por la vida de Jesús que culmina en la muerte y la resurrección por nosotros. Ni siquiera después de haber muerto como "entrega" se desentiende de la humanidad; su vida nueva, de resucitado, es también una vida nueva por nosotros y para nosotros. No es solamente solidaridad lo que aquí se proclama, sino donación absoluta.

Evangelio (Mateo 18,21-35): Dios se realiza perdonando, nosotros ¿cómo?

III.1. Con el evangelio de hoy se pone punto final al discurso eclesiológico para esta comunidad y nos enseña a todos los cristianos aquello por lo que debemos ser reconocidos en el mundo. La parábola del "siervo despiadado" (es un poco contradictorio eso de ser siervo, y despiadado) es una genuina parábola de Jesús, acomodada por la teología de Mateo, que hace preguntar a Pedro, con objeto de dejar claro a los cristianos, que el perdón no tiene medida. El perdón cuantitativo es como una miseria; el perdón cualitativo, infinito, rompe todos los cantos de venganza, como el de Lamec (Gn 4,24). Setenta veces siete es un elemento enfático para decir que no hay que contar las veces que se ha de perdonar. Dios, desde luego, no lo hace.

III.2. La lectura de la parábola nos hará comprender sobradamente toda la significación de la misma; es tan clara, tan meridiana, que casi parece imposible, no solamente que alguien deje de entenderla, sino que alguien tenga una conducta semejante a la del siervo liberado un instante antes de su muerte por las súplicas ante su señor. Es desproporcionada la deuda del siervo con su señor, respecto de la de siervo a siervo (diez mil talentos, es una fortuna, en relación a cien denarios). Sabemos que en esta parábola, según la teología de Mateo, se quiere hablar de Dios y de cómo se compadece ante las súplicas de sus hijos. ¿Por qué? porque es tan misericordioso, perdonando algo equivalente a lo infinito, que parece casi imposible que un siervo pueda deberle tanto. Efectivamente, todo es desproporcionado en esta parábola, y por eso podemos hablar de la parábola de la "desproporción". Por medio está el verbo "elléin" = "tener piedad". Cuando la parábola llega a su fin, todo queda más claro que el agua.

III.3. Es una parábola de perplejidades y nos muestra que los hombres somos más duros los unos con los otros que el mismo Dios. Es más normal que los reyes y los amos no tengan esa piedad (elléin) que muestra el rey de esta parábola con sus siervos. Es intencionada la elección de los personajes. En realidad, en la parábola se quiere poner el ejemplo del rey; ese es el personaje central, y no los siervos. Y ya, desde los Santos Padres, se ha visto que el rey 'quiere representar a Dios. El siervo despiadado se arrastra hasta lo inconcebible con tal de salvar su vida; es lógico. ¿No podría haber sido él un rey perdonando a alguien como él, a su compañero de fatigas y de deudas?

III.4. Los que están en la misma escala deberían ser más solidarios. Pero no es así en esta parábola. El núcleo de la misma es la dureza de corazón que revelamos frecuentemente en nuestras vidas. Y es una desgracia ser duros de corazón. Somos comprensivos con nosotros mismos, y así queremos y así exigimos que sea Dios con nosotros, pero no hacemos lo mismo con los otros hermanos. ¿Por qué? Porque somos tardos a la misericordia. Por eso, el famoso "olvido, pero no perdono" no es ni divino ni evangélico. Es, por el contrario, el empobrecimiento más grande del corazón y del alma humana, porque en ese caso, más sentido podía tener "perdono, pero no olvido", aunque tampoco sería, desde el punto de vista psicológico, una buena terapia para el ser humano. Lo mejor, no obstante, sería perdonar y olvidar, por este orden. (Fray Miguel de Burgos Núñez, O. P.).





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