domingo, 28 de abril de 2019

DOMINGO DE PASCUA 2º


“LA PAZ SEA CON USTEDES”

El haber experimentado el encuentro con el Señor, viéndolo vivo, en medio de la comunidad, en fraternidad cercana, dejándose ver y tocar, nos permite descubrir  que en la historia, todo ser humano es necesario. Nos debemos unos a otros para hacer verdad y encarnar la alegría del Evangelio en el momento presente. 

Esta es nuestra fe, o su fruto. Vivir en la confianza de sabernos amados y descubrir que cada uno de los hermanos estamos llamados a compartir experiencias de Evangelio en la historia que nos toca vivir. Ante todo encarnar la misericordia que se nos ha dado.

Sin cerrarnos al miedo de lo que es distinto, diferente o desconocido.  Pues toda comunidad humana cerrada en sí misma, enrocada, aherrojada, narcisista tal vez. Necesita aires nuevos, los aires con olores distintos, de la multitud de personas que en su dignidad reclaman y necesitan del Señor Resucitado.

De éste Señor Misericordia infinita en la que nos distingue y conoce. Haciéndose hermano, hermana, padre o madre en cada necesidad humana. Devolviéndonos nuestro propio rostro. El rostro que, en cada uno de nosotros, el Padre descubre a su propio Hijo.

DIOS NOS HABLA. ESCUCHAMOS SU PALABRA.

I LECTURA

Los prodigios obrados por los apóstoles no sólo causan admiración, sino que generan algo más grande: llevan a la conversión. Así, la comunidad crece, formándose con hombres y mujeres que al recibir la Buena Noticia optan por esta propuesta de vida.

Lectura de los Hechos de los apóstoles 5, 12-16

Los Apóstoles hacían muchos signos y prodigios en el pueblo. Todos solían congregarse unidos en un mismo espíritu, bajo el pórtico de Salomón, pero ningún otro se atrevía a unirse al grupo de los Apóstoles, aunque el pueblo hablaba muy bien de ellos. Aumentaba cada vez más el número de los que creían en el Señor, tanto hombres como mujeres. Y hasta sacaban a los enfermos a las calles, poniéndolos en catres y camillas, para que cuando Pedro pasara, por lo menos su sombra cubriera a alguno de ellos. La multitud acudía también de las ciudades vecinas a Jerusalén, trayendo enfermos o poseídos por espíritus impuros, y todos quedaban sanados.
Palabra de Dios.

Salmo 117, 2-4. 13-15. 22-27a

R. ¡Den gracias al Señor, porque es bueno, porque es eterno su amor!

Que lo diga el pueblo de Israel: ¡es eterno su amor! Que lo diga la familia de Aarón: ¡es eterno su amor! Que lo digan los que temen al Señor: ¡es eterno su amor! R.

La piedra que desecharon los constructores es ahora la piedra angular. Esto ha sido hecho por el Señor y es admirable a nuestros ojos. Este es el día que hizo el Señor: alegrémonos y regocijémonos en él. R.

Sálvanos, Señor, asegúranos la prosperidad. ¡Bendito el que viene en nombre del Señor! Nosotros los bendecimos desde la Casa del Señor: el Señor es Dios, y él nos ilumina. R.



II LECTURA

El Viviente se dirige a las iglesias y se revela como Señor de la historia y Juez de la humanidad. Él tiene las llaves que representan el poder sobre la muerte. Él anuncia a sus fieles lo que va a suceder.

Lectura del libro del Apocalipsis 1, 9-11a. 12-13. 17-19

Yo, Juan, hermano de ustedes, con quienes comparto las tribulaciones, el Reino y la espera perseverante en Jesús, estaba en la isla de Patmos, a causa de la Palabra de Dios y del testimonio de Jesús. El Día del Señor fui arrebatado por el Espíritu y oí detrás de mí una voz fuerte como una trompeta, que decía: “Escribe en un libro lo que ahora vas a ver, y mándalo a las siete iglesias que están en Asia”. Me di vuelta para ver de quién era esa voz que me hablaba, y vi siete candelabros de oro, y en medio de ellos, a alguien semejante a un Hijo de hombre, revestido de una larga túnica que estaba ceñida a su pecho con una faja de oro. Al ver esto, caí a sus pies, como muerto, pero él, tocándome con su mano derecha, me dijo: “No temas: Yo soy el Primero y el Último, el Viviente. Estuve muerto, pero ahora vivo para siempre y tengo la llave de la Muerte y del Abismo. Escribe lo que has visto, lo que sucede ahora y lo que sucederá en el futuro”.
Palabra de Dios.

ALELUYA          Jn 20, 29

Aleluya. “Ahora crees, Tomás, porque me has visto. ¡Felices los que creen sin haber visto!”, dice el Señor. Aleluya.

EVANGELIO

La bienaventuranza final que pronuncia Jesús está dirigida a nosotros: “¡Felices los que creen sin haber visto!”.  Como Tomás, no podremos ver al Resucitado, recibir la paz y vivir en el Espíritu si no estamos con la comunidad. La comunidad es el lugar donde el Resucitado quiere hacerse presente, porque este es el estilo de vida que eligió en la tierra y que nos marcó para siempre: caminar juntos, superando individualismos e indiferencias.

Ì Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Juan 20, 19-31

Al atardecer del primer día de la semana, los discípulos se encontraban con las puertas cerradas por temor a los judíos. Entonces llegó Jesús y poniéndose en medio de ellos, les dijo: “¡La paz esté con ustedes!”. Mientras decía esto, les mostró sus manos y su costado. Los discípulos se llenaron de alegría cuando vieron al Señor. Jesús les dijo de nuevo: “¡La paz esté con ustedes! Como el Padre me envió a mí, yo también los envío a ustedes”. Al decirles esto, sopló sobre ellos y añadió: “Reciban el Espíritu Santo. Los pecados serán perdonados a los que ustedes se los perdonen, y serán retenidos a los que ustedes se los retengan”. Tomás, uno de los Doce, de sobrenombre el Mellizo, no estaba con ellos cuando llegó Jesús. Los otros discípulos le dijeron: “¡Hemos visto al Señor!”. Él les respondió: “Si no veo la marca de los clavos en sus manos, si no pongo el dedo en el lugar de los clavos y la mano en su costado, no lo creeré”. Ocho días más tarde, estaban de nuevo los discípulos reunidos en la casa, y estaba con ellos Tomás. Entonces apareció Jesús, estando cerradas las puertas, se puso en medio de ellos y les dijo: “¡La paz esté con ustedes!”. Luego dijo a Tomás: “Trae aquí tu dedo: aquí están mis manos. Acerca tu mano: métela en mi costado. En adelante no seas incrédulo, sino hombre de fe”. Tomás respondió: “¡Señor mío y Dios mío!”. Jesús le dijo: “Ahora crees, porque me has visto. ¡Felices los que creen sin haber visto!”. Jesús realizó además muchos otros signos en presencia de sus discípulos, que no se encuentran relatados en este Libro. Estos han sido escritos para que ustedes crean que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y creyendo, tengan Vida en su Nombre.
Palabra del Señor.

MEDITAMOS LA PALABRA DE DIOS.
 
Las puertas cerradas

En la vida, en nuestra vida de fe, atravesamos momentos de luz, sombras y oscuridad. No vemos nada claro. Mantenemos la duda. Nos acobardamos ante  aquello que nos parece insalvable y no encerramos, poniendo hasta cerrojos y trancas en el corazón y nos convertimos en seres casi irracionales. Todo se hace noche. Sin escapatoria y sin salida. Sin libertad. Desterrados de nosotros mismos. Incapaces  de analizar lo que experimentamos en medio de tanto sinsentido.

Volver a recobrar la confianza necesita de un levantarse y ponerse en camino hacia ese mundo de sueños y sombras. De muerte. Hay que poner luz. Hay que caminar hacia los fundamentos de nuestra propia persona.

Confiar, confiarnos a nuestra capacidad personal, sabiendo que somos mucho más que solo miedo. Hacer un camino interior que lleve a descubrir justamente que necesitamos “tocar” cada rincón de nuestra intimidad para ordenar e iluminar. Para poner vida.

Paz a ustedes. Como el Padre me ha enviado, así también los envío yo
Necesitamos  descubrir la verdad del Resucitado que vive en la comunidad y en cada uno.  Destruir todo cerrojo que impide abrirse a la historia presente en que viven las comunidades y que celebran  la presencia del Señor. Cada comunidad. Su vida,  es la referencia personal,  local y universal para cada uno de los seguidores del Señor.

Será imprescindible acoger la misión que el Señor nos entrega.  Ponerse en camino, en itinerancia, hasta la tierra de cumanos  cómo deseaba Domingo de Guzmán, hasta las fronteras de cualquier horizonte. Por caminos que son sagrados y que se han de hacer descalzos. Con humildad. Sabiendo que ni la Palabra ni los carismas del Espíritu Santo nos pertenecen, sino que han de entregarse. Con nosotros también lo hicieron.

Hemos visto al Señor
Por pura misericordia y compasión del Señor.  Él nos llamó a ser hermanos,  nos hizo partícipes de su amor, nos entregó la oración.

Hemos palpado su presencia,  tocado su persona.  En su misericordia gozamos del perdón. Nos ha dado en prenda su palabra. Nos ha abierto los ojos para ver, en los hermanos que sufren por cualquier causa, el verdadero rostro de Dios.  

Trae tu dedo, aquí tienes mis manos; trae tu mano y métela en mi costado; y no seas incrédulo, sino creyente.
Todo el programa del Evangelio se contiene en estas palabras del Señor. Tiene la absoluta confianza de que tanto Tomás como todos los cristianos, seremos capaces de responder con la generosidad y respeto que merecen sus heridas.
El Señor que hace presente el Reino de Dios sabe que su comunidad lo realizará desde la conversión del corazón, la fidelidad y el respeto que se debe a toda persona que sufre el descarte.  Se trata de vivir y convivir en la ley evangélica del amor.

ESTUDIO BÍBLICO.

La fe en la Resurrección no es puro personalismo

I Lectura: Hechos (5, 12-16).

Pertenece al conjunto llamado de los sumarios, en los que Lucas presenta una visión de conjunto de la vida de la comunidad primitiva y su crecimiento. El fragmento de hoy subraya especialmente el testimonio apostólico, sobre todo a través de signos y prodigios (como lo hacía Jesús) y la reacción de los que recibían el beneficio o de los que lo presenciaban.

II Lectura: Apocalipsis (1, 9-19).

El fragmento recoge la primera visión-vocación del profeta. El libro del Apocalipsis nos va a acompañar, como segunda lectura. durante toda la cincuentena pascual. Por eso es necesario recordar brevemente que este escrito pertenece a un género literario peculiar: a través de visiones, a veces desconcertantes y complejas en su interpretación, intenta afirmar algunas verdades fundamentales. Se recurre a ese modo de expresión para consolar en momentos difíciles y de persecución. El autor intenta mostrar o presentar al lector algunas verdades centrales: la Iglesia es perseguida como lo fue su Maestro y Señor (el Cordero degollado); en medio de la persecución es invitada a contemplar que el Cordero degollado está vivo ante el trono del Todopoderoso; por tanto, es posible mantener la fidelidad al Evangelio movidos por una gran esperanza.




III Lectura (Jn 20, 19-31): ¡Señor mío! La resurrección se cree, no se prueba

III.1. El texto es muy sencillo, tiene dos partes (vv. 19-23 y vv. 26-27) unidas por la explicación de los vv. 24-25 sobre la ausencia de Tomás. Las dos partes inician con la misma indicación sobre los discípulos reunidos y en ambas Jesús se presenta con el saludo de la paz (vv. 19.26). Las apariciones, pues, son un encuentro nuevo de Jesús resucitado que no podemos entender como una vuelta a esta vida. Los signos de las puertas cerradas por miedo a los judíos y cómo Jesús las atraviesa, “dan que pensar”, como dice Ricoeur, en todo un mundo de oposición entre Jesús y los suyos, entre la religión judía y la nueva religión de la vida por parte de Dios. La “verdad” del texto que se nos propone, no es una verdad objetivable, empírica o física, como muchas veces se propone en una hermenéutica apologética de la realidad de la resurrección. Vivimos en un mundo cultural distinto, y aunque la fe es la misma, la interpretación debe proponerse con más creatividad.

III.2. El “soplo” sobre los discípulos recuerda acciones bíblicas que nos hablan de la nueva creación, de la vida nueva, por medio del Espíritu. Se ha pensado en Gn 2,7 o en Ez 37. El espíritu del Señor Resucitado inicia un mundo nuevo, y con el envío de los discípulos a la misión se inaugura un nuevo Israel que cree en Cristo y testimonia la verdad de la resurrección. El Israel viejo, al que temen los discípulos, está fuera de donde se reúnen los discípulos (si bien éstos tienen las puertas cerradas). Será el Espíritu del resucitado el que rompa esas barreras y abra esas puertas para la misión. En Juan, “Pentecostés” es una consecuencia inmediata de la resurrección del Señor. Esto, teológicamente, es muy coherente y determinante.

III.3. La figura de Tomás es solamente una actitud de “anti-resurrección”; nos quiere presentar las dificultades a que nuestra fe está expuesta; es como quien quiere probar la realidad de la resurrección como si se tratara de una vuelta a esta vida. Algunos todavía la quieren entender así, pero de esa manera nunca se logrará que la fe tenga sentido. Porque la fe es un misterio, pero también es relevante que debe tener una cierta racionalidad (fides quaerens intellectum), y en una vuelta a la vida no hay verdadera y real resurrección. Tomás, uno de los Doce, debe enfrentarse con el misterio de la resurrección de Jesús desde sus seguridades humanas y desde su soledad, porque no estaba con los discípulos en aquel momento en que Jesús, después de la resurrección, se les hizo presente, para mostrarse como el Viviente. Este es un dato que no es nada secundario a la hora de poder comprender el sentido de lo que se nos quiere poner de manifiesto en esta escena: la fe, vivida desde el personalismo, está expuesta a mayores dificultades. Desde ahí no hay camino alguno para ver que Dios resucita y salva.

III.4. Tomás no se fía de la palabra de sus hermanos; quiere creer desde él mismo, desde sus posibilidades, desde su misma debilidad. En definitiva, se está exponiendo a un camino arduo. Pero Dios no va a fallar ahora tampoco. Jesucristo, el resucitado, va a «mostrarse» (es una forma de hablar que encierra mucha simbología; concretamente podemos hablar de la simbología del “encuentro”) como Tomás quiere, como muchos queremos que Dios se nos muestre. Pero así no se “encontrará” con el Señor. Esa no es forma de “ver” nada, ni entender nada, ni creer nada.

III.5. Tomás, pues, debe comenzar de nuevo: no podrá tocar con sus manos las heridas de las manos del Resucitado, de sus pies y de su costado, porque éste, no es una “imagen”, sino la realidad pura de quien tiene la vida verdadera. Y es ante esa experiencia de una vida distinta, pero verdadera, cuando Tomás se siente llamado a creer como sus hermanos, como todos los hombres. Diciendo «Señor mío y Dios mío», es aceptar que la fe deja de ser puro personalismo para ser comunión que se enraíce en la confianza comunitaria, y experimentar que el Dios de Jesús es un Dios de vida y no de muerte. (Fray Miguel de Burgos Núñez, O. P.).




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