MIS OVEJAS
ESCUCHAN MI VOZ, Y YO LAS CONOZCO
Hoy nos dice el libro del Apocalipsis:
“Estos son los supervivientes de la gran persecución, y han lavado sus
vestiduras y las han blanqueado en la sangre del Cordero”; versículo que evoca
los terribles sucesos en nuestras iglesias hermanas de Sri Lanka el Domingo de
Resurrección, el día que celebramos solemnemente el triunfo sobre la muerte. La
Iglesia de los Mártires no es un capítulo cerrado y acabado de la Historia
Antigua de la Iglesia, es un acontecimiento actual que da fuerza y consistencia
a la creencia que la Palabra de Dios, el testimonio de los Apóstoles y la sangre
de los Mártires edifican y construyen la Iglesia.
El amor profundo que Dios siente por
esta humanidad sigue siendo un escándalo y un desafío; por eso, los cristianos,
los de entonces y los de ahora, padecen persecuciones, pruebas y, en ocasiones,
cruentos martirios. Son los testigos que “se llenaron de alegría y aplaudieron
la Palabra del Señor”, los que han descubierto el amor eterno de Dios y los que
han sido ya conducidos a las fuentes de las aguas vivas de la vida. Son, como
dice San Juan, aquellos que escucharon la voz del Señor y que han recibido la
vida eterna.
Nadie elige ser mártir; el martirio es
una gracia del cielo. El martirio, como signo, apunta hacia el camino en el que
la realidad de la última palabra no es de muerte, sino de resurrección y de
vida. La razón no puede dar sentido cabal ni pleno a esta creencia cristiana,
sino solo la fe, que alcanza y supera a la razón. Una de las claves está en las
lecturas de este Domingo de Pascua: ESCUCHAR LA VOZ DEL SEÑOR.
DIOS NOS HABLA. ESCUCHAMOS SU PALABRA.
I Lectura
La
predicación suscita diversas reacciones. Algunos judíos y prosélitos quieren
seguir escuchando; otros, en cambio, se oponen violentamente. Los paganos se
regocijan de la Buena Noticia que nunca antes han oído. Para todo esto, deben
estar preparados los Apóstoles. Al misionar, Dios no nos pide “éxito”, porque
cada oyente responderá según lo que le dicte su corazón. Como hicieron aquellos
primeros misioneros, sigamos anunciando a pesar de las dificultades.
Lectura de los
Hechos de los Apóstoles 13, 14. 43-52
En aquellos días: Pablo y Bernabé
continuaron su viaje, y de Perge fueron a Antioquía de Pisidia. El sábado
entraron en la sinagoga y se sentaron. Cuando se disolvió la asamblea, muchos
judíos y prosélitos que adoraban a Dios siguieron a Pablo y a Bernabé. Estos
conversaban con ellos, exhortándolos a permanecer fieles a la gracia de Dios.
Casi toda la ciudad se reunió el sábado siguiente para escuchar la Palabra de
Dios. Al ver esa multitud, los judíos se llenaron de envidia y con injurias
contradecían las palabras de Pablo. Entonces Pablo y Bernabé, con gran firmeza,
dijeron: “A ustedes debíamos anunciar en primer lugar la Palabra del Señor,
pero ya que la rechazan y no se consideran dignos de la Vida eterna, nos
dirigimos ahora a los paganos. Así nos ha ordenado el Señor: ‘Yo te he
establecido para ser la luz de las naciones, para llevar la salvación hasta los
confines de la tierra’”. Al oír esto, los paganos, llenos de alegría, alabaron
la Palabra de Dios, y todos los que estaban destinados a la Vida eterna
abrazaron la fe. Así la Palabra del Señor se iba extendiendo por toda la
región. Pero los judíos instigaron a unas mujeres piadosas que pertenecían a la
aristocracia y a los principales de la ciudad, provocando una persecución
contra Pablo y Bernabé, y los echaron de su territorio. Estos, sacudiendo el
polvo de sus pies en señal de protesta contra ellos, se dirigieron a Iconio.
Los discípulos, por su parte, quedaron llenos de alegría y del Espíritu Santo.
Palabra de Dios.
Salmo 99, 1b-3.
5
R. Somos su pueblo y ovejas de su rebaño.
Aclame
al Señor toda la tierra, sirvan al Señor con alegría, lleguen hasta él con
cantos jubilosos. R.
Reconozcan
que el Señor es Dios: Él nos hizo y a él pertenecemos; somos su pueblo y ovejas
de su rebaño. R.
¡Qué
bueno es el Señor! Su misericordia permanece para siempre, y su fidelidad por
todas las generaciones. R.
II Lectura
El
texto nos ofrece una preciosa imagen simbólica: “han blanqueado sus vestidos
con la sangre del Cordero”. Si alguno empapara un vestido con sangre, este se
volvería rojo, pero el Apocalipsis dice que quedan blanqueados. El blanco en la
Biblia es el color de la victoria, de la luz total, que triunfa sobre el pecado
y sobre la muerte. Los mártires, cuya sangre fue derramada como lo fue también
la de Cristo, lucen ahora resplandecientes en la gloria celestial.
Lectura del
libro del Apocalipsis 7, 9. 14b-17
Yo, Juan, vi una enorme muchedumbre,
imposible de contar, formada por gente de todas las naciones, familias, pueblos
y lenguas. Estaban de pie ante el trono y delante del Cordero, vestidos con
túnicas blancas; llevaban palmas en la mano. Y uno de los Ancianos me dijo:
“Estos son los que vienen de la gran tribulación; ellos han lavado sus
vestiduras y las han blanqueado en la sangre del Cordero. Por eso están delante
del trono de Dios y le rinden culto día y noche en su Templo. El que está
sentado en el trono extenderá su carpa sobre ellos: nunca más padecerán hambre
ni sed, ni serán agobiados por el sol o el calor. Porque el Cordero que está en
medio del trono será su Pastor y los conducirá hacia los manantiales de agua
viva. Y Dios secará toda lágrima de sus ojos”.
Palabra de Dios.
Aleluya Jn 10, 14
Aleluya.
“Yo soy el buen Pastor: conozco a mis ovejas, y mis ovejas me conocen a mí”,
dice el Señor. Aleluya.
EVANGELIO
“Estos
son los pastos de que poco antes había dicho: ‘Y encontrará pastos’. Buen pasto
se dice de la vida eterna, en donde ninguna hierba se marchita; todo allí está
verde. ‘Y no perecerán jamás’. El añade por qué no han de perecer: ‘Y ninguno
las arrebatará de mis manos’. Habla de las ovejas: ni el lobo los arrebata, ni
el ladrón los roba, ni el salteador los mata; seguro está del número de
aquellos, el que sabe lo que ha dado por ellos” (San Agustín, Tratado sobre san
Juan, n. 48).
Ì Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según
san Juan 10, 27-30
Jesús dijo: “Mis ovejas escuchan mi voz,
yo las conozco y ellas me siguen. Yo les doy Vida eterna: ellas no perecerán
jamás y nadie las arrebatará de mis manos. Mi Padre, que me las ha dado, es
superior a todos y nadie puede arrebatar nada de las manos de mi Padre. El
Padre y yo somos una sola cosa”.
Palabra del Señor.
MEDITAMOS LA PALABRA DE DIOS.
Escuchar mi voz… y la voz de los otros
En un mundo secularizado, en el que
prima la imagen sobre la palabra, la pregunta no es tanto ¿quién escucha hoy la
voz de Dios?, como ¿qué voz, o a qué voz, escuchan hoy la mayoría de nuestros
contemporáneos? La escucha, como la contemplación, tienen que ver con la
serenidad y con el interior, con la vida profunda e íntima de nuestro yo
auténtico, con ese lugar y momento que es capaz de conmovernos hasta las
entrañas. San Agustín insistía siempre en que la voz verdadera no está fuera de
cada uno, sino que habita en lo más íntimo de nosotros, en lo más auténtico de
lo que somos. El reto no es buscar fuera, sino caminar hacia dentro de nosotros
mismos, sin caer en el egotismo. Si soy capaz de escucharme, puede que sea
capaz de escuchar a Dios, a los otros y a la creación.
Somos seres creados por Dios para
comunicarnos. La comunicación es la acción más radicalmente humana. La
incomunicación es inhumana, genera tristeza, es fuente de violencia y se
encuentra en la raíz de todas las guerras que la humanidad ha tenido hasta el
presente. La incomunicación desfigura el mundo y sus rostros; es fuente de
ansiedad y perturbación. En la cárcel, el estar incomunicado se considera el
castigo más duro que un recluso puede padecer. Cuando uno no está comunicado es
como si la creación dejara de existir. Todos, en algún momento de nuestra vida,
hemos experimentado el estrés que genera sentir la falta de comunicación o el
no estar conectado. Cuando me retiro, en algún momento, buscando la soledad no
es para incomunicarme, sino para huir del ruido, para restablecer la
comunicación perdida. Me construyo en comunicación con los otros.
Escuchar el latido de la
eternidad
La vida íntima de Dios es comunicación
permanente entre el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Dios se comunicó en
Hijo en la historia humana y se sigue comunicando día a día para nosotros por
medio de su Espíritu. Dios no se ha guardado nada para sí mismo y, por la
Escritura, sabemos que está atento a los gritos y clamores del mundo.
Uno de los discípulos tuvo la suerte de
reclinar su cabeza en el pecho de Jesús y oír los latidos de su corazón. Dios
tiene un corazón que late, un corazón vivo. Cuando el pueblo de Israel caminaba
por el desierto a la tierra de la libertad ofendió profundamente a Dios porque
dudó de su compañía y de su presencia en medio de él. Es en los momentos de
angustia y desesperación cuando también nosotros podemos dudar de si Dios
camina a nuestro lado. El dolor, la rabia, la desesperación o la tristeza
pueden poner a prueba nuestra fe en el Dios de la vida y de la Resurrección. Es
un acto de fe creer que Dios nos escucha y acompaña porque su corazón, como
sabemos por el testimonio del apóstol que reclinó su cabeza en el pecho de
Jesús, sigue latiendo por nosotros y que lo seguirá haciendo por toda la
eternidad.
Escuchar a Dios por encima
de todo
Creo que nunca ha sido fácil para un
cristiano vivir con credibilidad y coherencia el seguimiento a Cristo. Nos ha
tocado vivir, al menos en Occidente, en una cultura donde lo cristiano se
difumina cada día más; lejos van quedando los tiempos de la cristiandad, en la
buena parte de la realidad estaba permeada de ‘lo cristiano’. La secularización
nos sitúa en otro escenario. La vivencia de la fe está dejando de ser un hecho
social y cultural de masas para pasar a ser un hecho existencial y de
comunidades más reducidas. Nuestros templos se vacían y van cerrando poco a
poco. El reto es no caer por ello, como el pueblo de Israel en el desierto, en
el desaliento, sino el explorar nuevos caminos, el buscar nuevas rutas. Dios
sigue comunicando porque su corazón sigue latiendo.
La experiencia del encuentro con la voz
de Dios es individual, pero la salvación ofrecida por Dios es universal.
Persona y comunidad, individuo y totalidad humana, se entrecruzan porque no
podemos vivir incomunicados ni desconectados. Los cristianos tenemos como
fundamento de lo que somos la vida de Jesús, confesado como el Cristo, y un
proyecto que realizar: ir construyendo con su aliento y Espíritu el Reino de
Dios. La voz de Jesús es la misma que la del Padre eterno, “Yo y el Padre somos
una sola cosa”, y está, sobre todo, en su Palabra proclamada en la Iglesia en
cada celebración y contenida, de modo eminente, en la Biblia, Palabra de Dios.
Ojalá escuchemos hoy su voz de resucitado y no endurezcamos nuestros oídos
perdidos en el mundanal ruido.
ESTUDIO BÍBLICO.
El Buen Pastor es quien da la vida
I
Lectura: Hechos (13,43-52): La gracia de Dios es para todos los hombres
I.1. La primera lectura de este cuarto
domingo de Pascua es la consecuencia de otro discurso axial, kerygmático, de
los que aparecen frecuentemente en el libro de los Hechos. Pero esta vez es
Pablo su artífice y ante un auditorio judío, pero con presencia de paganos que
se habían hecho prosélitos o temerosos de Dios. Ya se han rotos las barreras
fundamentales entre cristianismo y judaísmo. Los seguidores de Jesús han
recibido un nombre nuevo, el de “cristianos”, en la gran ciudad de Antioquía de
Siria, y esta comunidad ha delegado a Bernabé y Pablo para anunciar el
evangelio entre los paganos.
I.2. Todavía son tímidas estas
iniciativas, pero resultarán concluyentes. Ahora, en la otra Antioquía, en la
de Pisidia, se nos ofrece un discurso típico (independientemente del de Pedro
en casa de Cornelio, c. 10). El sábado siguiente, el número de paganos directos
se acrecienta, y los judíos de la ciudad no lo podrán soportar. Sobre el texto
de Is. 49,6 se justifica que los cristianos proclamen el evangelio de la vida a
aquellos que la buscan con sincero corazón. El evangelio es ese juicio crítico
contra nuestras posturas enquistadas en privilegios que son signos de muerte
más que caminos de vida. La consecuencia del primer discurso de Pablo en los
Hechos de los Apóstoles no se hará esperar. El autor, Lucas, le ha reservado
este momento en que ya se dejan claras ciertas posturas que han de confirmarse
en Hch 15, sobre la aceptación definitiva de los paganos en el seno de la
comunidad judeo-cristiana.
II
Lectura: Apocalipsis (7,9.14-17): Dios enjugará las lágrimas de la muerte
II.1. La visión de este domingo,
siguiendo el libro de Apocalipsis, no es elitista, es litúrgica, como
corresponde al mundo simbólico, pero se reúnen todos los hombres de toda raza,
lengua y lugar: son todos los que han vivido y han luchado por un mundo mejor,
como hizo Jesucristo. Los vestidos blancos y la palma de la mano denotan vida
tras las muerte violenta, como la victoria del mismo Señor resucitado.
II.2. Si en su vida cada uno pudo luchar
por una causa, el iluminado de Patmos ve que ahora todos viven en comunión
proclamando y alabando la causa del Señor Jesús como la suya propia. No habrá
más hambre, ni sed, y todos beberán de la fuente de agua viva. Es toda una
revelación de resurrección. Eso es lo que nos espera tras la muerte, por eso
merece la pena luchar aquí por la causa de Jesús.
Evangelio:
Juan (10,27-30): Dios da su vida a los hombres en Jesús
III.1. Siempre se ha considerado éste el
domingo del Buen Pastor a causa del evangelio del día que habla de las ovejas,
retomando el comienzo de Jn 10,1-10.. El texto del Apocalipsis que se ha leído
como segunda lectura también apunta a este simbolismo. Está situado en el marco
de la fiesta de la dedicación del Templo de Jerusalén y le acosan a preguntas
sobre si es verdaderamente el Mesías. Jesús, aparentemente, no quiere contestar
a esa pregunta intencionada, pero en realidad no desvía la cuestión, sino que
les habla con un lenguaje más vivo, más radical y en consonancia con una forma
de entender el mesianismo en clave distinta de los judíos.
III.2. No viene para ser un personaje
nacionalista, sino aquél que sabe bien la necesidad que tienen los hombres de
vida y de vida verdadera; de una forma nueva de comprender a Dios, y por ello
va a dar la vida. Los judíos nunca esperaron un Mesías que sufriera y que
fuera, por tanto, capaz de dar la vida como Jesús se empeña en hacer. El
evangelio de Juan, pues, pretende desmontar una concepción equivocada de
mesianismo y nos descubre la opción radical tomada por Jesús. El verdadero
Mesías es el que sabe dar “la vida por las ovejas”, es decir, por el pueblo.
III.3. Esta polémica, pues, de Jesús con
los judíos, revela el sentido ejemplar, global, del buen pastor, símbolo de la
gracia y del juicio que se opera en el seno de su pueblo. La altura desde la
que Juan nos presenta a Jesús, “uno con el Padre”, es una provocación
teológica, sin duda; pero es una realidad incuestionable. Tenemos que reconocer
que el Jesús histórico no habló así, de la forma que lo hace en Juan; ni
siquiera hablaba de sí mismo, pero siempre de Dios y del Reino de Dios. Pero el
evangelio de Juan tiene otro tono, menos histórico, aunque más teológico. No entramos
en la cuestión de la conciencia personal de Jesús, no es el caso. Decir que “el
Padre y yo somos uno” es alta cristología, sin duda. Pero es verdad que Jesús
nos reveló al verdadero Dios, y es eso lo que le discuten los adversarios.
III.4. Es un escándalo, porque toda la
vida de Jesús es un juicio contra los que pensaban que el mismo Dios debía
ajustarse a su dogmática. Así, pues, lo que decide de un modo definitivo el
sentido de este evangelio es la actitud que tenemos ante la verdad que Jesús propone:
quien se encuentra de verdad con Él, se encuentra con Dios. Si Él escucha
nuestras súplicas, Dios hace lo mismo. Si Él da la vida por nosotros, eso es lo
que hace Dios por nosotros. No estamos ante una ficción teológica con estas
palabras de Jesús, sino que estamos ante el “dador de vida”. (Fray Miguel de
Burgos Núñez, O. P.).