domingo, 9 de junio de 2013

DOMINGO 10° DEL TIEMPO ORDINARIO


“Joven, Yo te lo ordeno, levántate”

Tras los últimos domingos en que hemos ido cerrando el ciclo Pascual después de Pentecostés con varias importantes fiestas -el pasado la Solemnidad del Corpus, el anterior la Santísima Trinidad-, retornamos hoy a la sencillez de ver recorrer la vida y la misión de Jesús entre las gentes de Israel, la vida que generó esos grandes dogmas de nuestra fe.

Este domingo lo vemos dejándose ganar por la compasión ante el dolor de una madre, conmoviéndose ante el sufrimiento y tratando de aliviarlo devolviéndole la vida a un hijo muerto. Ahondando en la lectura del evangelio vemos cómo la preocupación por devolver la vida a los hombres presos por la muerte, nos lleva a la lectura profunda de vernos libres de las ataduras de todo aquello que significa muerte, dolor y sufrimiento.

Ese mensaje de un Dios liberador, sanador, preocupado porque sus hijos tengan vida y vida en abundancia, que llega en persona a devolver la vida, estaba anunciado desde antiguo. En los profetas como Elías, en la primera lectura, ya se alumbraba el don de la vida de Jesús. En los apóstoles como Pablo, en la segunda lectura, continuó llegando a los seres humanos el mensaje de vida de Jesús, con la fuerza del Espíritu Santo.

Hoy ese mensaje sigue siendo central para nosotros cristianos: Dios es el Dios de la vida, ¿por qué entonces tantas veces lo hemos presentado como un Dios enemigo del hombre?

CONTEMPLAMOS LA PALABRA

I LECTURA

Elías interviene ante la muerte de este niño. Es el profeta en medio de un clima de idolatría y de abuso de poder, que también lleva al pueblo a otro tipo de muerte: la muerte de la sinceridad y la fidelidad. El niño es una imagen del pueblo y también de nosotros mismos. Dios quiere que tengamos vida, y hará lo posible para que la recibamos.

Lectura del primer libro de los Reyes 17, 17-24

En aquellos días, cayó enfermo el hijo de la viuda que había socorrido al profeta Elías, y su enfermedad se agravó tanto que no quedó en él aliento de vida. Entonces la mujer dijo a Elías: “¿Qué tengo que ver yo contigo, hombre de Dios? ¡Has venido a mi casa para recordar mi culpa y hacer morir a mi hijo!”

“Dame a tu hijo”, respondió Elías.

Luego lo tomó del regazo de su madre, lo subió  a la habitación alta donde se alojaba y lo acostó sobre su lecho. E invocó al Señor, diciendo: “Señor, Dios mío, ¿también a esta viuda que me ha dado albergue la vas a afligir, haciendo morir a su hijo?”

Después se tendió tres veces sobre el niño, invocó al Señor y dijo: “¡Señor, Dios mío, que vuelva la vida a este niño!” El Señor escuchó el clamor de Elías: el aliento vital volvió al niño, y éste revivió.

Elías tomó al niño, lo bajó de la habitación alta de la casa y se lo entregó a su madre. Luego dijo: “Mira, tu hijo vive”. La mujer dijo entonces a Elías: “Ahora sí reconozco que tú eres un hombre de Dios y que la palabra del Señor está verdaderamente en tu boca”.
Palabra de Dios

Salmo responsorial

Salmo 29, 2. 4-6. 11-12ª 13b

R. Yo te glorifico, Señor, porque Tú me libraste.

Yo te glorifico, Señor, porque Tú me libraste.
Y no quisiste que mis enemigos se rieran de mí.
Tú, Señor, me levantaste del Abismo y me hiciste revivir,
cuando estaba entre los que bajan al sepulcro. R.

Canten al Señor, sus fieles;
den gracias a su santo Nombre,
porque su enojo dura un instante, y su bondad, toda la vida:
si por la noche se derraman lágrimas,
por la mañana renace la alegría. R.

“Escucha, Señor, ten piedad de mí;
Ven a ayudarme, Señor”.
Tú convertiste mi lamento en júbilo:
¡Señor, Dios mío, te daré gracias eternamente! R.

SEGUNDA LECTURA

Pablo reconoce que Dios ha obrado en él. Y esa obra lo ha impulsado a cambiar de vida, a dejar antiguas tradiciones y estructuras. Porque cuando Dios se nos revela, nada queda como estaba antes.

Lectura de la carta del Apóstol san Pablo a los cristianos de Galacia 1, 11-19

Quiero que sepan, hermanos, que la Buena Noticia que les prediqué no es cosa de los hombres, porque yo no la recibí ni aprendí de ningún hombre, sino por revelación de Jesucristo. Seguramente ustedes oyeron hablar de mi conducta anterior en el Judaísmo: como perseguía con furor a la Iglesia de Dios y la arrasaba, y como aventajaba en el Judaísmo a muchos compañeros de mi edad, en mi exceso de celo por las tradiciones paternas. Pero cuando Dios, que me eligió desde el vientre de mi madre y me llamó por medio de su gracia, se complació en revelarme a su Hijo, para que yo lo anunciara entre los paganos, de inmediato, sin consultar a ningún hombre y sin subir a Jerusalén para ver a los que eran Apóstoles antes que yo, me fui a Arabia y después regresé a Damasco.

Tres años más tarde, fui desde allí a Jerusalén para visitar a Pedro, y estuve con él quince días. No vi a ningún otro Apóstol, sino solamente a Santiago, el hermano del Señor.

Palabra de Dios.
EVANGELIO

El relato nos remite indefectiblemente a la primera lectura. Porque Dios no es diferente entre el Antiguo y el Nuevo Testamento. Es el mismo Dios que se compadece de nuestro dolor, que nos ve alejados, muertos y perdidos, y se acerca para darnos vida.

Ì Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas 7, 11-17

Jesús se dirigió a una ciudad llamada Naím, acompañado de sus discípulos y de una gran multitud. Justamente cuando se acercaba a la puerta de la ciudad, llevaban a enterrar al hijo único de una mujer viuda, y mucha gente del lugar la acompañaba. Al verla, el Señor se conmovió y le dijo: “No llores”. Después se acercó y tocó el féretro. Los que lo llevaban se detuvieron y Jesús dijo: “Joven, Yo te lo ordeno, levántate”.

El muerto se incorporó y empezó a hablar. Y Jesús se lo entregó a su madre.

Todos quedaron sobrecogidos de temor y alababan a Dios, diciendo: “Un gran profeta ha aparecido en medio de nosotros y Dios ha visitado a su Pueblo”.

El rumor de lo que Jesús acababa de hacer se difundió por toda la Judea y en toda la región vecina.
Palabra del Señor.

COMPARTIMOS LA PALABRA

Iba Jesús camino de una ciudad...

Los contextos de los relatos evangélicos son siempre importantes. En este, nos encontramos a Jesús con sus discípulos de camino a la ciudad de Nain. Como siempre que el evangelio habla, cabe una lectura concreta de lo que dice -estaba de camino...- y otra que nos diga más cosas de lo leído a simple vista.

El camino es en los evangelios siempre una disposición de ánimo, no sólo movimiento. Seguir a Jesús es así dejarse ganar por esa disposición que nos saque de nosotros mismos, que nos deje sorprendernos por lo inesperado, que nos saque de nuestros propios esquemas mentales y deje a Dios actuar con la plena libertad. Se trata en definitiva de no poner nuestras ideas, nuestras concepciones, nuestras palabras como suyas, no hacernos un Dios a nuestra propia medida, sino dejar que Dios sea Dios y nos lleve por sus caminos... ponernos en camino tras Jesús, optar por el movimiento, por el cambio, por la conversión, no por la quietud estática del que se queda igual que estaba... como le sucedió al Apóstol Pablo tal como nos cuenta de sí mismo hoy en su carta a los Gálatas.

...sacaban a enterrar un muerto, hijo único de su madre...

La muerte del hijo único de una viuda, no significaba solamente el dolor por la pérdida, el sufrimiento de una madre al perder a su hijo, que obviamente es así. Junto al dolor humano, se unía la situación de indefensión social y económica a la que tendría que enfrentarse esa mujer: marginación, hambre, pérdida de los pobres recursos que pudiera su hijo aportar... sufrimiento unido al sufrimiento humano de una madre por la muerte de un hijo. Muerte sobre muerte. Dolor sobre dolor.

Y es que a muchas formas de muerte se enfrenta el ser humano además de la muerte física. Muchos tipos de sufrimiento caben bajo el sentido profundo de la muerte: la marginación, el miedo, la desigualdad, la injusticia, la angustia... La muerte además de ser el umbral del misterio, el miedo y la pérdida humana, tiene otros rostros. Muchas formas de muerte y de dolor nos acechan, además de las impuestas por la naturaleza: la injusticia, el egoísmo, las decisiones erradas, el pecado, la violencia... En un tiempo de crisis como el que ahora nos azota lo vemos a nuestro alrededor: paro, desahucios, crisis, problemas económicos, corrupción, problemas políticos, familiares, tristeza, depresión... son hoy formas de dolor y muerte.

Ante ello cabe la posibilidad de la desesperación, de la angustia. No ver salida, no saber cómo ni qué hacer... Pero cabe optar también por la esperanza. Para el creyente no está nada dado por perdido. Leía en las redes sociales estas semanas un mensaje de esperanza que no se puede perder de vista: Al final todo saldrá bien... y si no ha salido bien, es que aún no es el final. La actitud del cristiano, la actitud que muestra Jesús ante el dolor es precisamente ésa, el mensaje de su vida, de su Resurrección es precisamente ése: la muerte, el dolor, el sufrimiento no son absolutos. No son minimizables, y sería irresponsable e inhumano hacerlo. Pero la vida vence a la muerte. El bien sale a la luz por encima del mal. La vida tiene la última palabra. Siempre. Aunque el mal exista, el bien, al final, vence.

Al verla, le dio lástima y le dijo: No llores

Y eso es así precisamente porque la característica central de Dios para con los seres humanos, para con sus hijos, es la de la compasión. A Dios le afectan las circunstancias y el dolor humano. Como Padre, sufre con los que sufren, siente lástima, ternura, compasión, empatiza con el hombre, la misericordia llena su corazón de padre. Dios se deja afectar por el sufrimiento humano. Ese tierno "no llores" de Jesús parece que resuena en la voz de los que alguna vez nos lo han dicho a nosotros, o en nuestra propia voz al decirlo a alguien. En ese "no llores" está la voz conmovida de Dios. Jesús, como hijo de Dios, nos muestra esa actitud profunda que nos dice cómo es Dios. El que se apiada, el que se compadece, el que siente lástima del dolor y del sufrimiento de las personas. Un Dios que ha creado el mundo, que ha dado la vida, que ha hecho cuanto existe para que el hombre lo disfrute, para que viva en plenitud, para que se desarrolle, para que celebre y cante y ría. Un Dios de vida y alegría, que no mira a otro lado cuando el sufrimiento se presenta en la existencia. Al revés. Que sufre cuando su proyecto de vida se tuerce para el hombre. Un Dios que se compadece de la muerte, el dolor y el sufrimiento… y que interviene para que el dolor y la muerte no tengan la última palabra en la vida humana. No se queda quieto y lejano, ajeno, sino que se implica en la vida humana. Movido por la compasión, actúa. El amor de Dios por sus hijos, le mueve a llevarles vida.

¡Muchacho, a ti te lo digo, levántate!

¿Y Cómo interviene ese Dios? ¿Cómo restaura la vida, cómo hace para que triunfe el bien y la bondad y la alegría y la belleza? Porque no se me oculta, y sería inhumano e irresponsable hacerlo, que el mal y la muerte y el dolor continúan existiendo, que no se han acabado aún, que son parte de esta vida. Y sin embargo el misterio del mal y de la muerte y del dolor no se enfrenta con el Dios de la vida, pues a fin de cuentas, lo creado es en sí mismo un límite. Lo que se trata es de vivir en ese límite con la actitud de la vida, vivir con la actitud de Dios mismo.

Es así que la intervención de Dios frente a ese mal primeramente se produce trayendo esa esperanza. Si en tiempos antiguos lo hizo a través de profetas como Elías, como nos cuenta la primera lectura, con Jesús es el mismo Dios el que viene a mostrar los senderos de la vida. Nos muestra, con su propia vida, con signos como hoy, pero también con su propia muerte, con la Resurrección, que nada de lo que llena de dolor al ser humano, de sufrimiento y muerte, nada de eso tiene la última palabra para Dios. Dios es un Dios de vida, no de muerte. Dios lleva consigo la vida. Esa es la enseñanza paradigmática que Jesús muestra con la resurrección del hijo de la viuda de Nain, Dios se compadece del dolor y la muerte y lleva consigo la vida. La vida con Dios, se llena de vida.

Pero también nos muestra que ante la muerte y el dolor se puede hacer algo. Esa es la segunda forma como interviene Dios, mostrando a los hombres que pueden y deben hacer cosas para combatir la muerte y el dolor. Que nuestras manos son las manos que tiene Dios para continuar llevando la vida al mundo, para intervenir frente al dolor y la muerte. Obviamente lejos de nosotros está el devolver la vida con un milagro, pero sí que podemos llevar vida y esperanza a otras situaciones de muerte. Sí que podemos, como Jesús, como Dios, dejarnos ganar por la compasión y buscar el modo de llevar vida y esperanza ante situaciones de sufrimiento y dolor que a diario nos rodean y de las que somos espectadores.

Dios ha visitado a su pueblo

Y es que precisamente ése es el medio en el que Dios puede intervenir hoy en el mundo. Es a través de nuestras manos y nuestras vidas como trabaja el Espíritu Santo. Nosotros cristianos somos hoy la forma que Dios tiene de hacerse presente en el mundo. Si nos encuentra dóciles, dispuestos, capaces de dejarnos ganar por la compasión, seremos como Pablo, mensajeros de la vida de Dios, o como Elías. Pero si por el contrario, no nos dejamos ganar por Dios, si seguimos con nuestros propios esquemas mentales, con nuestras propias preocupaciones centradas en nosotros mismos, entonces, lo que se desdibuja es el rostro de Dios mismo.

Me temo que desdibujar el rostro de Dios es en última instancia la razón por la que el mundo no creyente tiene reparos frente a Dios. Cuando los cristianos no mostramos precisamente con nuestra vida al Dios de la vida, cuando somos condena en vez de esperanza, cuando somos parte del problema en vez de parte de la solución, cuando en vez de alzar las manos para hacer algo contra el dolor, lo que alzamos es la voz para condenar, denunciar, criticar… el Dios de la vida, el rostro de Jesús, se desdibuja. Cuando no es significativa nuestra vida, cuando no mostramos que con Dios la vida se llena de vida, y no generamos vida con nuestra vida, sino que vamos, como decía el papa Francisco, con cara avinagrada y condenatoria, entonces, lo que se pervierte es el mismo rostro de Dios, el mismo mensaje del Evangelio, el mensaje de Jesús de que Dios es un Dios de vida, no de muerte, que Dios es un Dios de esperanza, no de condena, que la vida y el bien siempre vencen a la muerte y al dolor, que con Dios, la vida del hombre, se llena de vida.


ESTUDIO BÍBLICO

I Lectura (1 Reyes 17,17-24): La fuerza de Dios que da vida

No hay mucho que decir de este relato sobre Elías y la viuda de Sarepta de Sidón, ya que se escoge en la liturgia de hoy para acompañar al texto del evangelio, puesto que muchos autores han visto una serie de conexiones o modelos. En realidad es muy distinta la semiótica en que uno y otro se enmarcan. Elías está en territorio pagano, ayuda a una mujer pagana, como lo pone Lucas de manifiesto en el relato de la escena de Nazaret de Jesús (Le 4,14ss). Elías ya había ayudado a la viuda a matar el hambre para que no faltara la harina en la orza. Pero es claro que el relato quiere ir a más: la harina asegura no morir de hambre, pero la muerte siempre está al acecho... y la muerte es peor que el hambre para la mujer que se queda desamparada.

Todos los gestos taumatúrgicos de Elías de dar calor y vida al joven con su cuerpo podrían ser mirados como actos de "reanimación", de choque, como se suele hacer con aquellos que han perdido el conocimiento o han dejado de respirar. Pero el relato no quiere quedarse en lo que solamente serían "primeros auxilios", sino que busca algo más. El profeta pide la ayuda de Dios para que el alma, mejor, el soplo vital (nefesh), vuelva a él. La antropología bíblica no contempla separación de alma y cuerpo en la muerte, sino que falta ese soplo vital que Elías, el profeta de Dios, el anunciador de Dios, quiere trasmitir al joven. Es como si se quisiera enseñar que Elías se desprende de algo tan esencial a su misión profética, de esa fuerza divina que le abrasaba, para trasmitirla al moribundo. Y esa era, sin duda, la fuerza de Dios que es quien da vida a los muertos.

II.a Lectura (Gálatas 1,11-19): Pablo no inventa el evangelio

Pablo, en su carta a los Gálatas defenderá "su evangelio", el evangelio o buena noticia de la gracia, con todo su empeño. El problema se había presentado en la comunidad que había fundado porque amos intrusos querían imponer otro evangelio, el de la ley, del que él había desertado desde su fariseísmo el día que "se encontró" con el Señor Jesús, en una experiencia de "revelación", de misericordia. El venía de ser perseguidor de ese evangelio, o de aquellos que lo anunciaban y de pronto se encuentra con las manos vacías... pero Cristo le hizo ver y experimentar el evangelio de la gracia con todas sus consecuencias. El texto autobiográfico que hoy leemos quiere poner todo esto de manifiesto. El evangelio no le llega por una "enseñanza" de otros. Es verdad que la retórica afirmación de Pablo no excluye que él fuera informado de muchas cosas por los Apóstoles, pero en lo que se refiere a la "esencia" del evangelio de la gracia, de la libertad, a la verdad del mismo, eso le viene por "inspiración", por revelación como le gusta decir. La afirmación es todo lo retórica que queramos, pero incuestionable.

Sea o no, lo que sigue, un relato autobiográfico o más bien una argumentación autobiográfica, lo cierto es que él nos define algunas cosas que confirman su existencia: su vida en el judaísmo estaba fundamentalmente en contra de este evangelio que ahora anuncia con toda el alma; su persecución a la "iglesia", es decir, a los cristianos, tampoco se puede negar y, por lo mismo, su conversión es algo que solamente puede entenderse como una gracia de Dios. Nada tenía a favor, a no ser que Dios mismo cambiara el horizonte de su vida y le descubriera que había nacido para otra cosa que para ser un buen judío o un perfecto fariseo. Estaba llamado a ser apóstol del evangelio de la gracia, como Jeremías, desde el vientre de su madre, había sido llamado a ser profeta. Pablo se expresa en los mismos términos y usa esos simbolismos que muestran el destino o la "llamada" de Dios. Puede que el Pablo que nos habla aquí sea mirado por algunos como muy personalista; sin duda que lo es, pues ni siquiera ha confrontado este evangelio con los otros apóstoles. Pero se trata precisamente de poner los puntos sobre la íes desde el momento en que algunos que han llegado a Galacia le niegan el pan y la sal de ser apóstol y de anunciar la verdad del evangelio. Dirá más adelante: no hay otro evangelio.

Evangelio (Lucas 7,11-17): La muerte llorada, la muerte vencida

El relato de la "resurrección" o mejor, de la "vuelta a esta vida" del hijo de la viuda de Naín tiene una peculiaridades que llaman la atención. Su tono bíblico, sus efectos deben resaltarse por encima de cualquier otra lectura. Es una aldea que sale únicamente aquí en toda la biblia. El entierro del joven y su cortejo no tiene parangón, ya que la madre, viuda por más señas, es la estampa más dramática que podíamos imaginar. No era frecuente que la mujeres formaran parte del cortejo judío... por tanto es importante el encuentro entre Jesús y la madre viuda. Es, además, elocuente que Jesús se compadezca de esta situación y para ello se usa el verbo "conmoverse" (splagchnizomai) que encontramos en el relato del Samaritano (Lc 10,33), siendo también la expresión para el padre de la parábola del hijo pródigo (Lc 15,20). Jesús se acercó y tocó el féretro ¿era necesario? Se ha visto aquí un signo de cómo Jesús no teme quedar impuro por tocar a un muerto (aunque sea el féretro). Pero es su palabra lo que hace que el joven se levante. Y es especialmente significativo cómo el joven "comenzó a hablar" y Jesús se lo entregó a la madre. La semiótica, es decir, los signos y símbolos del relato tienen su fuerza y su sentido. Jesús le entrega a aquella viuda todo lo que ella tenía para vivir, su hijo, que podría ganar el pan de nuevo para los dos.

Desde esta lectura semiótica, podríamos entender que aquí no sea exclusivo el sentido del milagro, del prodigio, o que el título de "profeta" con que se aclama a Jesús al final se entienda solamente como un taumaturgo, al estilo de Apolonio de Tiana y otros "taumaturgos" de la época. Jesús es profeta de la muerte y de la vida. De la muerte porque la afronta con la fuerza de quien está seguro, cree, que debe ser vencida por la vida. Es una manera, una lección de aproximarse a la muerte sin el espanto y el miedo con que muchas veces se afronta. Es verdad que el relato presenta a Jesús en su humanidad; "se conmueve" ante el dolor de una madre, porque la muerte se debe llorar; pero también se debe asumir y se debe resucitar'. Pero en realidad el profeta de Galilea todavía no puede "resucitar" a alguien en el pleno sentido de la palabra. Lo que hace es "devolver a esta madre su hijo, su apoyo... porque no tiene otra cosa". Esto es todo un símbolo de la misma humanidad del reino... pero hubo otros muchos muertos que Jesús no devolvió a la vida y a los que "devolvió", según los relatos de milagros, les esperaba de nuevo la muerte. La aclamación de la gente: "Dios ha visitado a su pueblo" es muy bíblica (cf Le 1,68.78; Hch 15,14; o Ex 32,34; Sal17,3; ls 10,12; Jr 9,24; Zac 10,3) y se usa para hablar' de una acción salvadora y liberadora de Dios. Eso es lo que se quería mostrar especialmente, más que un simple poder taumatúrgico.

Teológicamente hablando, cuando la catequesis nos solicita hablar de la "resurrección", no podernos caer en el equívoco de presentar la resurrección del hijo de la viuda de Naín o la de Lázaro, como si estuviéramos hablando de la resurrección de Jesús y de todos los muertos. No es posible, aunque el término para hablar de cómo el muchacho se "levantó" (egeiró), ponerse en pie, sea el mismo que se usa para hablar de la resurrección de Jesús en las experiencias pascuales (Le 24,6.34). No obstante, debernos tener muy presente que la resurrección de Jesús es mucho más que la mera reanimación de un cadáver (a lo que con frecuencia se la reduce en el imaginario popular y en ciertas teología): existe una disparidad absoluta entre la resurrección de Jesús y la resurrección de Lázaro o la del hijo de la viuda de Naín, aunque tantas veces se hayan identificado agrupándolas bajo la categoría, puramente apologética, de milagro. En realidad, Lázaro o el de Naín, al revivir; retornan hacia el pasado de la vida terrena, hacia la existencia cotidiana, mientras que la resurrección de Jesús significa el avance absoluto hacia el futuro sin retorno, hacia Dios Padre como meta última a la vez que origen primero de su caminar histórico. Se trata, pues, de dinamismos contrapuestos. De Lázaro o del Naín podemos decir que reviven o son "reanimados"; de Jesús hay que decir mucho más: es "consumado" (cf. Jn 19,30), ya que por su muerte y su resurrección alcanza la meta suprema de la plenitud y la consumación total.



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